Existen diversos temores sobre las consecuencias que podría traer consigo el continuo desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA). Uno de los principales es el temor de que las nuevas máquinas le quiten el trabajo a millones de personas, lo que beneficiaría únicamente a un reducido sector social.

Tecnólogos, economistas y filósofos se han dedicado a estudiar las implicaciones que la IA traería consigo, principalmente al permitir a las máquinas realizar actividades que anteriormente sólo podían ser efectuadas por seres humanos. Según un estudio citado por Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, de la Universidad de Oxford, publicado en 2013, 47% de los empleos en Estados Unidos están en alto riesgo de ser sustituidos por máquinas.

Asimismo, el banco Merrill Lynch mencionó que en 2025 el desarrollo de la IA podría representar una reducción de $9 billones en costos de empleo gracias a la automatización.

Otro temor existente es que la IA podría plantear una amenaza existencial para la humanidad, debido a que los objetivos a futuro de unos y otros podrían no ser compatibles.

Una técnica particularmente innovadora llamada “aprendizaje profundo” está causando asombro en el mundo tecnológico. Esta técnica permite a los sistemas aprender y mejorar situaciones en lugar de ser programados explícitamente, y ya está siendo utilizada en motores de búsqueda, bloqueo de correos electrónicos no deseados, traductores de páginas web, comandos de voz, detectar fraudes de tarjetas y en vehículos de auto-conducción.

En este contexto, gigantes tecnológicos están invirtiendo enormes sumas de dinero en nuevas empresas de IA y en atraer a los mejores investigadores del mundo académico. En 2015 se gastó casi cuatro veces más que en 2010 en compañías de IA de acuerdo con Quid, una empresa de análisis de datos. Compañías como Google, Facebook, IBM, Amazon y Microsoft están intentando desarrollar sistemas de IA en torno a los servicios que ofrecen en línea.