Think Tanks en Estados Unidos. El diseño de la política exterior

Cita: 

Parraguez, María Luisa [2016], Think Tanks en Estados Unidos. El diseño de la política exterior, México, Porrúa, 173 pp.

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2016
Tema: 
El papel de los think tanks en el proceso de la toma de decisiones de la política exterior estadounidense
Idea principal: 

María Luisa Parraguez es profesora del departamento de derecho y relaciones internacionales en el Tecnológico de Monterrey, sede Ciudad de México.


Introducción

El libro examina el papel de los think tanks en la formulación de la política exterior estadounidense y su relación con el mundo corporativo. La importancia de estos centros de investigación está en que ahí se generan las ideas que sustentan la influencia política y aseguran la permanencia de la élite, de la cual los think tanks son parte (p. xix).

Además de las universidades y las fundaciones, los think tanks son los espacios de producción intelectual más activos del país. Este tipo de centros de investigación es una expresión de la organización del conocimiento en Estados Unidos: “dada la estructura corporativa de Estados Unidos, los creadores de ideas se agrupan también de manera corporativa como investigadores en los think tanks”. De este modo, el intelectual estadounidense adquiere un papel de vendedor de ideas, que transita libremente entre la universidad, los puestos públicos y los centros de investigación.

La especialización y experiencia política de los investigadores de los think tanks los dotaron de un prestigio que los erigió como parte de una élite intelectual, con gran influencia en la sociedad y la política gubernamental (p. xx). En la política internacional, los think tanks han logrado influir en el proceso de toma de decisiones y el diseño de políticas públicas.

En el primer capítulo se hace un análisis del siglo XX y el papel de las ideas empleadas por la élite del poder en Estados Unidos en el diseño e implementación de su política exterior. El capítulo ilustra el papel concreto de los think tanks en la formulación de la política exterior después del 11 de septiembre de 2001 (p. xxi).

El segundo capítulo explica qué son los think tanks, así como su funcionamiento y la organización corporativa que han adquirido.

El tercer capítulo aborda cronológica y analíticamente el surgimiento de los think tanks conservadores como respuesta determinadas coyunturas nacionales e internacionales, en cinco periodos que abarcan desde 1900 hasta 2009 (p. xxii).

Los últimos dos capítulos analizan el papel de los intelectuales estadounidenses frente a la corporativización de las ideas que inicia en los think tanks (p. xxi).

Capítulo 1. El nuevo siglo americano

La élite del poder estadounidense

La autora recupera algunos elementos teóricos de la obra de Wright Mills para analizar la forma que adopta el poder en Estados Unidos:

• La élite del poder es el grupo que dirige las organizaciones burocráticas de las sociedades modernas (p. 16).

• La élite del poder no está formada exclusivamente por el grupo social que posee más recursos financieros, sino que se trata de un grupo heterogéneo en su origen pero que comparte el mismo estilo de vida: educación en las universidades de la Ivy League, ingresan a las mismas asociaciones y organizaciones, se casan entre sí, etcétera. Los miembros de la élite forman una unidad con miembros que pertenecen a tres esferas que se han encumbrado en el poder: la económica, la política y la militar.

• El control del poder no proviene de los individuos, sino de los valores y las creencias que comparten: el libre comercio, la propiedad privada, la inviolabilidad del poder económico privado, el papel del estado como responsable de mantener condiciones favorables para los negocios (p. 17).

• La élite no es rechazada abiertamente porque no opera desde el terror, sino desde la persuasión. Además, porque “las masas, ubicadas en la parte inferior de la pirámide son desorganizadas y por lo tanto políticamente dependientes y explotadas”.

• En la sociedad estadounidense el poder militar ascendió gracias a la Guerra Fría y, desde entonces, ha sido reforzado por una economía de guerra permanente, los medios de comunicación, la educación escolar, el patriotismo y la religión.

• La apatía de las masas, la inactividad política de los intelectuales y el ascenso de la élite a los puestos del poder políticos trae cinco problemas sociales: 1) la alienación, 2) la insensibilidad moral, 3) las amenazas a la democracia, 4) las amenazas a la libertad humana, y 5) el conflicto entre la racionalidad burocrática y la razón humana (p. 18).

• Los intelectuales abandonaron su papel crítico y permitieron la transformación de la educación estadounidense, de una formación de ciudadanos críticos a una educación vocacional y funcional, “adecuada para satisfacer las necesidades de los grandes aparatos burocráticos y de la industria”.

• Hay tres tipos de poderes: el físico, el de la autoridad y la manipulación. Las élites se valen de la tecnología y la ciencia para asegurar el consentimiento de aquellos que carecen de poder y legitimar las decisiones tomadas por la minoría en el poder político (p. 19).

• La tríada del poder formula y promueve las políticas nacionales e internacionales que aseguren sus privilegios. Los think tanks formarían parte del complejo industrial militar, como espacios de generación de políticas públicas útiles a la élite (p. 20).

La pluralidad de las élites

Parraguez retoma los aportes teóricos de otro de los autores que abordaron el tema de las élites, Robert Dahl (1961):

• A diferencia de Mills, para Dahl en Estados Unidos hay diferentes élites que compiten y cooperan entre sí para mantener el poder político.

• La ideología, entendida como el sistema de creencias básico impregnado de juicios de valor, debe ser compartida por la mayoría de los ciudadanos para que las élites se mantengan en el poder legítimamente (p. 21).

• El análisis de las élites de Connecticut, lleva a Dahl a concluir que los grupos de élite no son homogéneos ni comparten los mismos objetivos. Su diversidad de intereses, las hace influir de forma diferenciada en las políticas públicas.

• La inteligencia especializada o los grupos de élite de asesoría política, como los think tanks, buscan incidir en los procesos de toma de decisiones (p. 22).

La élite dominante estadounidense

Un tercer autor que estudió a la élite estadounidense fue William Domhoff, y la autora recupera los siguientes nudos problemáticos de su obra:

• Existen instituciones compuestas por académicos cuya finalidad no es la producción de conocimiento en beneficio de la sociedad, sino para “proteger y materializar los intereses corporativos” de las empresas y empresas filantrópicas que las financian (p. 22).

• Hay otros actores que participan en la “formación de la política estadounidense”. Se trata de: 1) fundaciones filantrópicas, como la Rockefeller Foundation, 2) asociaciones que buscan tener impacto en el gobierno y la opinión pública, como el Council on Foreign Relations (CFR), 3) las universidades de élite, y 4) los medios de comunicación (p. 23).

Los tanques de pensamiento neoconservadores de George W. Bush

La autora señala que el ataque del 11 de septiembre de 2001 permitió a un grupo de neoconservadores delinear los elementos centrales de la política exterior de George W. Bush: hacer uso de la fuerza preventiva, resaltar la importancia del complejo militar-industrial, de las fábricas de armamento y de los think tanks neoconservadores (p. 24).

El neoconservadurismo es “un movimiento ideológico fundado en la política exterior de la derecha conservadora […], que aboga por la supremacía global unilateral y agresiva de Estados Unidos”. Su principal diferencia con los grupos conservadores es su inclinación por los enfrentamientos directos y las intervenciones militares. Después de derrotado el enemigo comunista, estos grupos pusieron en el centro de sus ataques al terrorismo.

Los think tanks como Heritage Foundation y American Enterprise Institute fueron reforzados y se crearon otros como el Project for the New American Century, que abiertamente promueve: “mantener e incrementar la supremacía militar, económica y tecnológica, defender la patria estadounidense, pelear y ganar guerras y amenazas múltiples simultáneamente y asegurar regiones críticas en el mundo” (p. 25).

Para la autora, un pequeño grupo de halcones, es decir, de individuos que promueven la intervención militar en lugar de la negociación, tomaron las riendas de la política exterior estadounidense después del 11 de septiembre. Esta minoría de la élite intelectual conservadora estaba compuesta por William Kristol, Norman Podhoretz, Elliot Abrams y Robert Kagan, quienes ocupaban o habían dirigido desde puestos clave en el gobierno estadounidense, y eran fundadores de influyentes think tanks (p. 27).

Los ideólogos neoconservadores

El neoconservadurismo tuvo su origen en un grupo de intelectuales de New York. En la década de los años treinta, estos intelectuales se identificaban como antiestalinistas e incluso trotskistas, por su crítica a la Unión Soviética. Durante la guerra de Vietnam se volvieron críticos de los movimientos anti sistémicos y mantuvieron fuertes lazos con los políticos anticomunistas. En la década de los años ochenta se incorporaron al partido republicano y apoyaron las políticas de Ronald Reagan. La presidencia de George Bush les abrió espacios en su gabinete y, a pesar de que la administración de Clinton los relegó, ocho años después dirigirían la política exterior del país al promover la doctrina Bush, consistente en asegurar la hegemonía estadounidense a través del despliegue militar (p. 29-30).

La extensa red de los neoconservadores

En este apartado, la autora hace un recorrido biográfico de los principales representantes del neoconservadurismo así como las relaciones que sostienen al interior del grupo, como su formación en las mismas instituciones educativas. Aquí destacamos dos elementos: los puestos que han ocupado en el gobierno y su participación en los think tanks de la misma filiación ideológica.

Irving Kristol, conocido como el padre del neoconservadurismo, fue miembro vitalicio del Council on Foreign Relations e investigador en el think tank neoconservador American Enterprise Institute desde 1977 hasta su muerte. También fue miembro del comité editorial del periódico The Wall Street Journal (p. 30-31).

Junto con Kristol, Norman Podhiretz, estableció los principios del neoconservadurismo. Colaboró en los think tanks Hudson Institute, Council on Foreign Relations y Heritage Foundation. Él y su esposa, Midge Decter, trabajaron con Donald Rumsfeld para promover a Ronald Reagan para la presidencia (p. 31).

William Kristol, hijo de Irving, es parte de la segunda generación de ese pensamiento. Trabajó en el gabinete de Ronald Reagan y de George Bush. Fundó el Proyecto para un futuro republicano y el Proyecto Nueva ciudadanía, precursores del think tank Project for the New American Century (p. 32).

Robert Kagan trabajó en el Departamento de Estado entre 1985 y 1988 y formó parte del Consejo de Seguridad Nacional de George W. Bush. Ha sido miembro de los think tanks Carnegie Endowment for International Peace y del Council on Foreign Relations. Su esposa fue secretaria adjunta de seguridad nacional del vicepresidente Richard Cheney y embajadora ante la OTAN (p. 33-34).

Otro discípulo de Irving Kristol es Richard Perle, asesor político en el gabinete de Reagan, presidente del Defense Advisory Board, órgano asesor del Departamento de Defensa y miembro del Project for the New American Century, el Hudson Institute y del American Enterprise Institute.

Paul Wolfowitz, con múltiples puestos en el gobierno, y ex presidente del Banco Mundial, es parte del American Enterprise Institute. Su asistente político, Douglas Feith, fue subsecretario del Departamento de Defensa en 2001, y es investigador del Hudson Institute (p. 34).

Otros tres importantes ideólogos del neoconservadurismo son Michael Ledeen, Charles Krauthammer y David Horowitz. El primero fue uno de los ideólogos más influyentes en la presidencia de Bush hijo y promotor de la invasión a Irak, fue investigador durante veinte años del American Enterprise Institute y actualmente escribe para la Foundation for Defense of Democracies. Krauthammer fue un activo miembro en la presidencia de Reagan promoviendo “el concepto de libertad estadounidense entre una comunidad de países aliados y países en desarrollo para evitar el comunismo”, y participó en el Project for the New American Century. Horowitz encabeza el think tank conservador David Horowitz Freedom Center (p. 35).

La influencia de estos ideólogos es extendida a través de medios escritos y televisivos de los que son dueños. Por ejemplo, The Weekly Standard editada por William Kristol, Commentary dirigida por Podhoretz, u otros medios con amplia difusión y del mismo corte político, como The Wall Street Journal, Fox News etcétera (p. 36).

Capítulo 2. Los tanques con cerebros y las universidades sin alumnos

La autora enfatiza la dificultad para definir el término think tank, pues asegura que deben considerarse las circunstancias históricas y políticas en las que surgen estos centros, así como por el impacto que tienen en la formulación de la política exterior. En general, “estos centros, organizaciones o instituciones se dedican a investigar y a producir recomendaciones para el diseño de políticas públicas y ofrecen asesoría especializada sobre temas globales de política exterior” (p. 39).

El término think tank, literalmente traducido como tanques de pensamiento, nació en el contexto bélico. Denominado brain box durante la primera guerra mundial y em>think tank en la segunda, el término hace referencia a “búnkers de inteligencia donde se discutían planes y estrategias” militares (p. 40).

Paul Dickson (1972) señaló la especificidad que tienen los think tanks como fenómeno estadounidense, misma que los ha convertido en la “expresión más acabada de la corporativización del conocimiento”. En efecto, el marco jurídico dentro del que se conforman estos centros de investigación les ha permitido tener la libertad de un organismo no gubernamental, organizarse corporativamente y obtener ganancias del conocimiento que generan. Sin tener que responder al gobierno y con una estructura corporativa, se han alejado de la academia, pero se trata de una extensa red de intelectuales con contactos en el gobierno (p. 41-42).

Sólo hay dos cosas seguras en la vida: la muerte y los impuestos

La tradición filantrópica en Estados Unidos es una condición que explica el nacimiento de los centros de investigación. Al tratarse de organizaciones “educativas” y sin fines de lucro se volvieron un causante de deducción de impuestos. En palabras de Parraguez “la díada no podría haber sido mejor: las donaciones permiten su funcionamiento y, a su vez, los centros le otorgan a sus patrocinadores el beneficio de un crédito fiscal” (p. 43-44).

El precio de las ideas

En este apartado, la autora señala las diferentes funciones que han asumido los think tanks, según el momento político por el que ha pasado el país. Por ejemplo, después de la guerra se dedicaron a realizar investigaciones y evaluaciones militares por contrato. Durante el periodo de la contención comunista, este tipo de institutos de investigación “semi académicos” proliferaron y extendieron sus análisis a temas políticos, económicos y sociales. Al finalizar la Guerra fría, hubo un auge de los think tanks con un definido perfil ideológico, muchos, de tipo conservador (p. 45-46). Para la autora, “lo medular estriba en que los think tanks están estructurados colectivamente, existe una jerarquía y organización, y manejan productos vendibles” (p. 47).

El poder político de la pluma

Existe una característica más: los think tanks producen conocimiento vendible, pero cuya finalidad también es influir en la formulación de políticas públicas, en particular en materia de política exterior. Su carácter especializado los convierte en una referencia del tema para el gobierno y el público: los investigadores de estos centros imparten conferencias y seminarios, entrenan al personal del Congreso, publican libros y artículos de opinión en periódicos y revistas, otorgan entrevistas en radio y televisión. Así, los investigadores, y los centros para los que trabajan, se posicionan públicamente y pueden ejercer presión para empujar ciertos temas en la agenda gubernamental (p. 48-49).

Los think tanks tienen una forma más explícita de influir en la política: sus conexiones al interior del poder. Parraguez señala que 60% de los subsecretarios de estado han sido reclutados de estos centros, lo que ha llevado a algunos intelectuales a calificar a los think tanks de un “poder en la sombra” (p. 49).

Para la autora el tamaño y la importancia de estos centros de investigación se explican por características específicas del país, entre las que destaca: “la división de poderes en el ejecutivo y el legislativo, un sistema de partidos políticos basado en ambiciones electorales más que en ideología, una permeabilidad de las élites administrativas, un servicio exterior que permite el nombramiento de miembros políticos y una estructura del sistema tributario que favorece la filantropía” (p. 50).

Una radiografía de los think tanks

María Luis Parraguez reúne las características fundamentales de los think tanks, según tres autores, para entender sus funcionamiento.

De acuerdo con Paul Dickson, la característica determinante de los think tanks no es su filiación (académica, corporativa, política), sino el papel que desempeñan como “puente entre el conocimiento y el poder, entre la ciencia y la tecnología y la toma de decisiones”. Por esta razón es que emplean a personal altamente especializado en una gran variedad de temas, pero con sólidas relaciones en sus áreas de interés: gobierno, industria, medios de comunicación, etcétera. A decir de Parraguez “tienen similitud, en cierto modo, con los condottieri, las mafias medievales de Italia que ofrecían soldados entrenados al mejor postor; los think tanks ofrecen sus ejércitos de cerebros de la misma manera” (p. 51).

Para Diane Stone la principal característica de los think tanks es su independencia con respecto a su agenda, a los temas de interés, a la naturaleza de su trabajo.

Kent Weaver, profesor en Georgetown y miembro del think tank Brookings Institution clasifica a estos centros en tres tipos: universidades sin alumnos, investigadores por contrato y tanques políticos. Los primeros están integrados por académicos, cuyo objetivo no es contribuir a su disciplina, sino analizar o justificar políticas de gobierno. Este tipo de investigadores mantiene sólidos contactos con funcionarios públicos. Los investigadores por contrato, se dedican a escribir informes para dependencias gubernamentales específicas, quienes financian la investigación. Finalmente, los advocacy groups combinan la venta de sus productos con una fuerte postura ideológica, “en vez de producir investigación de vanguardia, sintetizan y vuelven a analizar la investigación ya realizada con un enfoque partidista” (p. 52-54).

Decisiones estratégicas de los think tanks

María Luisa Parraguez identifica 6 decisiones de los think tanks que pueden definir su continuidad o su fin.

1. Financiamiento.

2. Personal de investigación.

3. Agenda de investigación.

4. Imagen.

5. Ubicación geográfica.

6. Producto final (p. 54-56).

Los think tanks son un claro ejemplo de la interrelacion existente entre los diferentes ámbitos de la élite: las corporaciones financian, a través de donaciones, los centros de investigación que promueven la ideología de mercado (p. 57).

La maquinaria de los think tanks en acción

Además de las corporaciones, la dinámica de los think tanks depende de otros tres actores: el gobierno, los medios de comunicación y la sociedad civil. La autora lo resume de la siguiente manera: “el gobierno abastece a individuos con experiencia práctica en formulación de política exterior. Las corporaciones y sus fundaciones le inyectan el financiamiento a los proyectos de los centros. Los think tanks pueden reflejar los temas, los intereses y los valores de la sociedad civil en sus agendas de investigación. Los medios de comunicación le proporcionan cobertura y difusión a sus actividades, producción y eventos” (p. 59).

La eficiencia en las relaciones con esos cuatros actores define la capacidad de los think tanks para participar en el proceso la toma de decisiones del gobierno. En particular, es crucial la cercanía de los centros de investigación con los miembros del poder político y su línea ideológica, para aumentar su influencia. Por ejemplo, durante el mandato de George W. Bush los think tanks más influyentes eran de corte conservador, como la Brookings Institution, Council on Foreign Relations, Carnegie Endowment for International Peace, RAND Corporation, etcétera. En 2014, a pesar del giro liberal en el gobierno estadounidense, los think tanks conservadores seguían estando en la lista de los más influyentes (véase Datos cruciales) (p. 61-62).

El poder del dinero

El financiamiento es una de las mayores preocupaciones de los thin tanks, por lo que buscar donadores es una tarea estratégica. Existen cuatro formas de acceder al dinero: a través de contratos con el gobierno, por donadores individuales, por las corporaciones y con fundaciones. La primera es la que da mayor estabilidad y presupuesto a los centros de investigación, como a la RAND Corporation y a la Brookings Institution (p. 63-64). Los donadores individuales muestran interés en donar por varias razones: por ideología o cercanía con alguna causa, para relacionarse con personalidades del gobierno de alto nivel que participan en los think tanks o para “destacar como grandes filántropos de causas benéficas” (p. 65). Las corporaciones pueden hacer donaciones para deducir impuestos o para promover un tema de investigación que sirva a sus intereses y acercarse al personal político que participa en la toma de decisiones. Las fundaciones son el otro gran pilar del financiamiento a los think tanks y suelen servir de promotoras de líneas ideológicas o políticas. Las fundaciones que destinan mayores recursos son Ford Fundation, Rockefeller Foundation, John D. y Catherine T. MacArthur Foundation y Pew Charitable Trusts (p. 66).

El centro medular de los cerebros: Washington D. C.

La autora identifica tres elementos que hacen de la localización una decisión estratégica para los think tanks: la relación personal con los miembros del gobierno, el intercambio de ideas en seminarios y eventos públicos, el cabildeo. Estos tres factores explican que un gran número de think tanks se localicen en Washington, en la calle K, que comparten con los despachos especializados en el cabildeo (p. 67-68).

Finalmente, la autora muestra la influencia real de los think tanks en el gobierno, a través de dos indicadores: los lineamientos de política y el reclutamiento del personal político. Por ejemplo, el documento publicado por la Heritage Foundation, Mandate for leadership: Principles to limit government, expand freedom and strengthen America, sirvió como guía de políticas internas y externas en el gobierno de Ronald Reagan. Como centro de formación para el gobierno, el Center for Strategic and International Studies ha contribuido con casi 50 investigadores a las administraciones gubernamentales desde 1963, sin distinción de su afiliación partidista (p. 69).

Datos cruciales: 

Tabla 1. Nombre y semblanza de los principales neoconservadores estadounidenses (p. 36-38).

En 2014, operaban 1 830 think tank en Estados Unidos, 30% de todos los del mundo. Washington concentra 400 de estos centros de investigación (p. 41).

Mapa. Porcentaje de la distribución de think tanks por región (p. 41).

Tabla 2. Categorías de afiliaciones de los think tanks (p. 47).

La RAND Corporation es el think tank más grande: en 2014 contaba con 1 800 empleados y un presupuesto operativo de 299 millones de dólares (p. 53).

Gráfica 1. Donación anual de la Sarah Scaife Foundation a los think tanks de política internacional, 2013 (miles de dólares anuales).

Esta gráfica incluye 18 centros de investigación que mayores contribuciones reciben de Sarah Scaife Foundation, organización que financia centros de investigación y causas consevadoras. En 2013, su apoyo a centros de investigación sumó 14. 6 millones de dólares. En orden descendiente, las donaciones a centros de investigación de políticas públicas son: Heritage Foundation, Institute for Foreign Policy Analysis, Center for Strategic and International Studies, Hoover Institutions on War, Revolution and Peace, Claremont Institute, David Horowitz Freedom Center, Freedom Works Foundation, National Institute for Public Policy, Institute for Justice, Institute of World Politics, George C. Marshall Institute, Center for Security Policy, Manhattan Institute for Policy Research, Hudson Institute, Pacific Research Institute, National Center for Policy Analysis, CATO Institute y National Center for Public Policy Research (p. 57).

Tabla 3. Los think tanks estadounidenses más influyentes en 2008.

En orden descendiente, las organizaciones son: Brookings Institution, Council on Foreign Relations, Carnegie Endowment for International Peace, RAND Corporation, Heritage Foundation, Woodrow Wilson International Center for Scholars, Center for Strategic and International Studies, American Enterprise Institute, CATO Institute y Hoover Institution (p. 61).

Tabla 4. Los think tanks estadounidenses más influyentes en política exterior y asuntos internacionales en 2014 (p. 62).

Tabla 5. Los think tanks estadounidenses más influyentes en defensa y seguridad nacional en 2014 (p. 63).

Se estima que en 2055, las organizaciones sin fines de lucro recibirán 6 billones de dólares como donaciones (p. 65).

Tabla 6. Presupuesto operativo anual de los think tanks 2014 (millones de dólares) (p. 64).

Gráfica 2. Presupuesto anual de los think tank en 2014 (millones de dólares, mdd).

El orden, de mayor a menor, en que aparece el presupuesto de las organizaciones es: RAND Corporation (299 mdd), Brookings Institution (107 mdd), Heritage Foundation (101 mdd), Council on Foreign Relations (58 mdd), Hoover Institution (56 mdd), American Enterprise Institute (44 mdd), Center for Strategic and International Studies (32 mdd) y CATO Institute (28 mdd) (p. 67).

Gráfica 3. Número de think tank por estado.

La gráfica muestra la distribución de los institutos por estado: Washington D. C. (396), Massachusetts (176), California (173), New York (146), Virginia (103), Illinois (55), Maryland (50), Texas (47), Connecticut (45) y Pensilvania (42) (p. 70).

Trabajo de Fuentes: 

Dahl, Robert [1961], Who governs? Democracy and power in an American city, New Haven, Yale University Press

Domhoff, William [1999], ¿Quién gobierna Estados Unidos?, México, Siglo XXI

McGann, James [2015], “2014 The Global go to think tanks index report”, Think tanks and civil societies programs, Universidad de Pensilvania

Dickson, Paul [1972], Think tanks, Nueva York, Atheneum Publishing

Nexo con el tema que estudiamos: 

El texto es relevante porque muestra otro de los engranajes que refuerzan a la élite en el poder. La corporativización de las ideas no sólo es una expresión de la mercantilización del conocimiento sino que también se trata de una vía de transmisión "legítima" de los valores e ideología empresarial. Dado que la élite está conformada por múltiples intereses, los think tanks más influyentes pueden ser un indicador de la fracción de la élite dominante, es una pista que debe seguirse.

En términos de valor de uso, dicha mercantilización del conocimiento implica una degradación - desviación: el conocimiento - mercancía tiene una relación utilitaria con los intereses que lo financian o lo comprar; el conocimiento deja de tener la relación más cercana posible con la realidad, sino que pasa por el tamiz de los intereses que se deben justificar. Esta banalidad es un tema estratégico para los análisis y prácticas contrahegemónicas y emancipatorias: la opinión de los expertos es un conocimiento mercenario, por lo que parte de la tarea de enfrentar y superar el capitalismo pasa por crear bases de conocimiento propio que recupere la relación cualitativa con la realidad, aunque no sea del agrado del "soberano".