Crisis civilizatoria. Experiencias de los gobiernos progresistas y debates de la izquierda latinoamericana

Cita: 

Lander, Edgardo y Santiago Arconada [2019], Crisis civilizatoria. Experiencias de los gobiernos progresistas y debates de la izquierda latinoamericana, Bielefeld, Bielefeld University Press, 177 pp.

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2019
Tema: 
Caracterización de la "crisis terminal del patrón civilizatorio moderno-colonial", particularmente de su dimensión ambiental
Idea principal: 

Edgardo Lander es un sociólogo venezolano, profesor en la Universidad Central de Venezuela e investigador asociado del Transnational Institute. Compiló el libro La colonialidad del saber: Eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas.

Santiago Arconada es un activista y luchador social venezolano. Es integrante de la Plataforma Ciudadana en Defensa de la Constitución Nacional.


Introducción

En la Introducción, los autores presentan una breve caracterización del tiempo presente y hacen una presentación general sobre los temas a tratar en el libro.

Para los autores, la humanidad vive una “crisis terminal multidimensional del patrón civilizatorio moderno-colonial”, cuya característica principal es que está destruyendo las condiciones que permiten la reproducción de la vida humana y no humana en el planeta. La forma más acabada de ese patrón civilizatorio es el capitalismo. Ante esta profunda crisis, ha habido un creciente apoyo a las opciones políticas de derecha y extrema derecha con orientaciones autoritarias, patriarcales y xenófobas. Por su parte, las distintas izquierdas, que antaño aparecían como alternativas al capitalismo, han sido incapaces de formular propuestas creíbles a la crisis y de dar cauce al malestar de la mayoría de la población del planeta.

El libro está dividido en tres partes.

En primer lugar, se hace un análisis amplio de la crisis civilizatoria que vive la humanidad. El patrón civilizatorio moderno-colonial ha tenido como dimensiones constitutivas el antropocentrismo, el patriarcado, el colonialismo, el clasismo y el racismo. Este patrón civilizatorio, basado en el crecimiento ilimitado y en el “asalto continuado” al entorno natural, está destruyendo las condiciones de reproducción de la vida humana y no humana en el planeta. Los autores analizan los principales diagnósticos sobre la situación actual del planeta y las propuestas que están siendo implementadas para hacer frente a la crisis. Lander y Arconada afirman que un rasgo común que comparten la mayoría de las respuestas a la crisis es la ausencia de un cuestionamiento de los supuestos civilizatorios, patrones de conocimiento y relaciones de poder que han llevado a la humanidad a la situación actual. En consecuencia, las respuestas planteadas son incapaces de dar cuenta de la profundidad de la crisis y contribuyen a consolidar sus características.

En segundo lugar, los autores presentan un análisis crítico de las experiencias de los gobiernos progresistas de las primeras dos décadas del siglo XXI en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Los gobiernos de esos países se presentaron como proyectos de transformación social y postularon rupturas frente al capitalismo y frente a dimensiones civilizatorias constitutivas de la sociedad moderna, como el antropocentrismo y el racismo. Los autores no pretenden hacer un balance global de las experiencias de los gobiernos progresistas, sino plantear un análisis crítico sobre en qué medida estos gobiernos representaron alternativas frente a la crisis civilizatoria. A juicio de Lander y Arconada, “en lo fundamental estos proyectos han fracasado tanto como procesos de transformación anti-capitalistas y como alternativas a la modernidad colonial” (p. 10). Consideran que aunque hubo importantes logros temporales, como la reducción de las desigualdades, los gobiernos progresistas profundizaron “el extractivismo y la inserción colonial subordinada en la división del trabajo y de la naturaleza” (p. 12). Los gobiernos neoliberales no confrontaron la maquinaria voraz del capitalismo global, sino que la alimentaron. Además, frente a las resistencias de los pueblos a los mega proyectos, los gobiernos progresistas optaron por la represión.

En la tercera parte del texto, los autores analizan críticamente las posturas políticas de lo que denominan la “izquierda oficial”, ortodoxa, estadocéntrica y partidista. A su juicio, esta izquierda priorizó las dimensiones geopolíticas (imperialismo versus anti-imperialismo) y marginó otras dimensiones de la realidad social, como el antropocentrismo, racismo, colonialismo y patriarcado. Esta “izquierda oficial” ha sido poco autocrítica respecto de las experiencias de los gobiernos progresistas. Además, no ha reconocido la profundidad de la crisis civilizatoria en curso, lo que pone en cuestión la pertinencia de su propuesta “estadocéntrica, desarrollista y monocultural” como una alternativa ante la crisis del patrón civilizatorio moderno-colonial. Para Lander y Arconada, la ausencia de crítica y autocrítica es la muestra más clara de la crisis de esa izquierda (¿o de toda la izquierda?, se preguntan) y de la incapacidad para reconocer alternativas que “prefiguran otros futuros en el presente” desde experiencias locales y regionales.

Para cerrar la Introducción, los autores advierten que el texto está escrito en un tono deliberadamente polémico, con el objetivo de incitar a reflexiones y debates en los cuales consideran indispensable profundizar.

La crisis terminal del patrón civilizatorio de la modernidad colonial

Los autores inician con una caracterización de la crisis del patrón civilizatorio moderno-colonial y de sus dimensiones constitutivas. Consideran que la crisis de dicho patrón es: terminal, multiforme y multidimensional. Asimismo, afirman que sus dimensiones constitutivas son: antropocentrismo, patriarcado, colonialismo, clasismo, racismo; estas dimensiones no existen de forma independiente, sino que se retroalimentan y refuerzan entre sí. Las formas hegemónicas de conocimiento de la modernidad colonial son la ciencia y la tecnología; éstas, “lejos de ofrecer respuestas de salida a esta crisis civilizatoria, contribuyen a profundizarla”.

El patrón civilizatorio de la modernidad colonial, basado en los dogmas del progreso y el desarrollo, está socavando las condiciones que permiten la reproducción de la vida en el planeta. El capitalismo, cuya lógica conduce inevitablemente a la expansión, es incompatible con la preservación de la vida tal como existe. La globalización neoliberal ha agravado las dimensiones de esta crisis, al acelerar los procesos de mercantilización y el sometimiento de las dinámicas naturales y de las prácticas culturales a la acumulación del capital. Si esta situación no cambia en el corto plazo, si no se pone freno a la maquinaria de acumulación, la continuidad de la vida humana en el planeta corre riesgo.

Ante la inviabilidad del patrón civilizatorio de la modernidad colonial, resulta necesaria la diversidad de culturas, de formas de conocer, de relacionarse, etc., para disponer de alternativas para hacer frente a la crisis civilizatoria. No obstante, los otros que ejercen esas prácticas alternativas, los pueblos indígenas y las culturas campesinas de todo el planeta, son amenazados por el avance de la mercantilización y por los procesos de “acumulación por desposesión”.

Acelerada destrucción de las condiciones que han hecho posible la creación y reproducción de la vida

Aunque hay algunos sectores negacionistas, para la comunidad científica internacional y para los cientos de millones de personas afectadas por los impactos del colapso climático, la realidad y la gravedad de este problema, así como sus determinantes antropogénicos, están fuera de duda.

El análisis más exhaustivo y detallado sobre las transformaciones climáticas en el planeta ha sido elaborado por el Grupo Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) en los cinco informes que ha presentado desde 1990. Cada informe presenta un balance más severo y con mayor nivel de confianza que los anteriores sobre las transformaciones climáticas en curso. A pesar de ello, los informes tienen un sesgo conservador, pues las afirmaciones ahí contenidas deben ser resultado de consensos entre los científicos participantes y, además, pasan por el filtro de los representantes gubernamentales, que en algunos casos –como el de Estados Unidos– hacen lo posible por minimizar la gravedad de los hallazgos del IPCC.

Lander y Arconada destacan algunas de las conclusiones más importantes del IPCC: el cambio climático es inequívoco; las transformaciones del sistema climático son antropógenas; conforme la perturbación de la actividad humana sobre el clima sea mayor, los riesgos serán mayores y los impactos serán más extensos, duraderos e irreversibles; los glaciares y los hielos polares han perdido superficie de manera acelerada; desde mediados del siglo XIX, el ritmo de aumento del nivel del mar ha sido superior al promedio de los dos milenios previos; las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) han aumentado como resultado del crecimiento económico y demográfico; actualmente, las emisiones de GEI son mayores que nunca y las concentraciones atmosféricas de GEI no tienen comparación en los últimos 800 mil años; los impactos del cambio climático continuarán durante siglos, aun si se detienen las emisiones de GEI; el cambio climático representa graves peligros para los sistemas naturales y humanos; los riesgos para los humanos se distribuyen de manera dispar en geografías y grupos sociales.

Según el informe del IPCC de 2014, la humanidad dispone de medios para limitar el cambio climático y sus efectos, pero la estabilización del aumento de la temperatura por debajo de 2ºC respecto de los niveles preindustriales exigiría un cambio radical del statu quo. Cuanto más demore esta respuesta, los desafíos, costos y peligros serán mayores.

Aunque hay un amplio debate sobre los escenarios a futuro presentados en los informes del IPCC, la mayoría de los enfoques coinciden en que la humanidad ha sobrepasado la capacidad de carga del planeta y que ello podría poner en riesgo la continuidad de la vida tal como la conocemos.

Los límites planetarios

Un enfoque que permite un análisis integral de la situación del planeta es el planteado por el Stockholm Resilience Centre de la Universidad de Estocolmo, que propone nueve variables a las que denomina límites planetarios: 1) cambio climático; 2) cambio en la integridad biosférica (pérdida de biodiversidad y extinción de especies); 3) destrucción de la capa de ozono; 4) acidificación de los océanos; 5) flujos biogeoquímicos del fósforo y nitrógeno; 6) cambios en el uso de suelo; 7) uso del agua dulce; 8) carga de aerosoles en la atmósfera; y 9) introducción de nuevos materiales o entidades.

Según un informe de 2015, cuatro de estos límites ya habían sido superados debido a la actividad humana, lo que plantea riesgos altos: el cambio climático; la integridad biosférica; los cambios en el uso de suelo; y los flujos biogeoquímicos del fósforo y nitrógeno.

Biocapacidad y huella ecológica

Otro enfoque que Lander y Arconada consideran útil es el que presenta la Red Global de Huella Ecológica. Esta red busca cuantificar la presión ejercida por los humanos sobre la capacidad de reproducción de la vida en el planeta. Para ello, trabajan con los conceptos de biocapacidad (la capacidad de los ecosistemas para producir biomasa y para absorber los desechos humanos) y de huella ecológica (un indicador sobre el impacto ambiental generado por la demanda de recursos por los humanos, medido en el número de hectáreas necesarias para sostener un patrón de vida determinado). Si la biocapacidad es mayor que la huella ecológica, la humanidad tiene una reserva ecológica; por el contrario, si la huella ecológica es mayor que la biocapacidad, se dice que hay un déficit ecológico o deuda ecológica.

Desde la década de 1970, la humanidad tiene un creciente déficit ecológico. “Hoy la humanidad usa el equivalente de 1.7 Tierras para proporcionar los recursos que usamos y absorber nuestros desechos. Esto significa que ahora le toma a la Tierra un año y seis meses regenerar lo que usamos en un año”. Actualmente, dentro de la huella ecológica, el componente de mayor peso se refiere al número de hectáreas necesario para absorber la huella de carbón generada por los humanos.

La huella ecológica puede medirse también sobre territorios más acotados y varía significativamente entre regiones según el nivel de consumo de sus poblaciones. Los países del “Norte Global” tienen una huella ecológica mayor, que sobrepasa la capacidad de carga de sus propios territorios. Esto da cuenta de “extremas desigualdades”. “Para que toda la población del planeta tuviese los niveles de consumo promedio actuales de la población de los Estados Unidos, serían necesarios 4.1 planetas” (p. 22).

El Antropoceno y la sexta gran extinción

Los autores señalan que otra contribución relevante a la evaluación del estado actual del planeta son los informes Planeta Vivo, elaborados por organizaciones como WWF y algunas universidades europeas. Estos informes evalúan qué ocurre con la biodiversidad en el planeta. En el informe de 2016, caracterizan al Antropoceno como el “sexto evento de extinción masiva en el mundo”. A diferencia de lo que sucedió con eventos de extinción masiva previos, que tomaron cientos de miles o millones de años, el evento en curso está ocurriendo “en periodos de tiempo en extremo condensados”. Adicionalmente, en el proceso actual el motor de la extinción es una sola especie: los homo sapiens.

Impactos socioambientales presentes y futuros de las transformaciones climáticas globales

El calentamiento global no es la única dimensión del colapso ambiental en curso, aunque es la que se ha documentado con mayor amplitud. Otras transformaciones climáticas globales que están alterando las condiciones de reproducción de millones de personas en el presente son:

1. Mayor frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos, como huracanes, inundaciones, sequías, olas de calor e incendios forestales.
2. Sequías más intensas y prolongadas, así como procesos de desertificación, que afectan las tierras agrícolas y generan hambre y migraciones.
3. Elevación en el nivel del mar, que conduce a la inundación de ciudades costeras y la desaparición de islas.
4. Derretimiento de los glaciares, que pone en riesgo la vida de las personas cuya subsistencia depende de los ríos que se originan en ellos.
5. La acelerada pérdida de biodiversidad reduce la capacidad de adaptación de los ecosistemas y puede llevar a la desaparición de ecosistemas enteros.
6. Contaminación de tierra y agua por el uso de agrotóxicos y por la ganadería en gran escala.
7. El aumento en la temperatura de los mares y su acidificación impacta negativamente en las funciones que cumplen los arrecifes de coral para la reproducción de la vida marina. Según el IPCC, si la temperatura global aumenta 2ºC encima del nivel de la era preindustrial, 99% de los arrecifes coralinos desaparecerían.
8. El impacto actual y futuro del colapso ambiental sobre la salud pública también es significativo y muy diverso.

Aunque hay consenso sobre las causas de las transformaciones ambientales en curso y sobre su origen, no hay acuerdo sobre el tiempo del que dispone la humanidad antes que los efectos antropogénicos sean irreversibles. Esto se debe en medida importante a que estos procesos son de carácter no lineal y existen retroalimentaciones entre ellos. Según un informe del Potsdam Institute for Climate Impact Research, el tiempo del que dispone la humanidad para frenar los procesos que producen el colapso ambiental es extraordinariamente reducido: las emisiones de GEI tendrían que llegar a su máximo en 2020 y a partir de ese año deberían descender de manera sostenida. “De acuerdo con este informe, de no lograrse esa meta, el planeta corre el riesgo de ir más allá de umbrales a partir de los cuales se desatarían grandes, y en lo fundamental, irreversibles cambios en el sistema terrestre”.

A pesar de la gravedad de los escenarios climáticos a futuro, las proyecciones sobre consumo de combustibles fósiles –elaboradas por la Agencia Internacional de Energía y por las empresas BP y ExxonMobil– indican que este seguirá creciendo al menos hasta 2040, último año para el que presentan estimaciones.

¿Qué habría que cambiar para que no cambie nada?

En este contexto de colapso ambiental, las decisiones políticas siguen siendo guiadas por los imaginarios del progreso y el desarrollo. El crecimiento económico ilimitado sigue siendo el objetivo supremo e incuestionable. Las preguntas que parecen plantearse explícita o implícitamente las élites económicas, políticas y científicas son: “¿cómo dar respuesta a la profunda crisis climática sin confrontar los patrones civilizatorios que nos han conducido a ésta y sin impugnar las relaciones de poder que hoy controlan las decisiones que definen el rumbo del planeta, sin cuestionar las formas dominantes del conocimiento de la modernidad colonial?” ¿Qué hay que cambiar para que nada cambie?

Según Lander y Arconada, una respuesta que se postula desde los centros de poder político, económico y científico consiste en reducir la complejidad del proceso de colapso ambiental en curso a una sola variable (el aumento en la temperatura del planeta, provocado por las emisiones de GEI) y, en la medida de lo posible, a una sola cifra (la concentración de partículas de GEI en la atmósfera). Este reduccionismo es peligroso, pues conduciría a ignorar o subestimar otras dimensiones del proceso en curso (la pérdida de biodiversidad, la contaminación del agua y sus efectos sobre la salud humana, etc.). Asimismo, conduciría a tratar como un asunto técnico un problema más amplio y complejo que es eminentemente político: “la crisis de un patrón civilizatorio antropocéntrico, patriarcal y monocultural”.

Esta reducción del problema condiciona el tipo de soluciones, saberes y respuestas que se pueden ofrecer, al tiempo que niega la existencia de otras dimensiones del problema e invalida otras formas de saber y de hacer, así como a los sujetos que las ejercen. Según Camila Moreno, lo que está en juego con esas prácticas de exclusión de saberes y de sujetos es un “epistemicidio”. Los indígenas y campesinos, cuyos saberes y prácticas son considerados “no científicos”, son excluidos de la toma de decisiones y la formulación de proyectos referidos a sus propios territorios.

Con la reducción del colapso ambiental al aumento de la temperatura global y al incremento en las emisiones de GEI, los problemas más importantes son invisibilizados o marginados a segundo plano. Por ejemplo, una vez que el problema se redujo a la métrica del carbono, a nadie se le ocurriría cuestionar la forma en que se produce y distribuye la riqueza, ni plantear la necesidad de una “redistribución radical de la utilización de la capacidad de carga del planeta” para abordar simultáneamente los problemas de los límites planetarios y de la desigualdad por la que cientos de millones de personas carecen de condiciones para reproducir su vida.

Otras expresiones de los problemas que traen consigo los diagnósticos reduccionistas sobre las causas del colapso ambiental son la proliferación de los “agro combustibles” (o biocombustibles, cuyas emisiones netas de GEI equivalen a cero, pero sustituyen la producción de alimentos por la producción de combustible para vehículos, aun cuando hay 800 millones de personas con desnutrición crónica) y las llamadas “energías limpias” (como las grandes represas o las instalaciones de energía eólica, que generan conflictos socioambientales, desplazan poblaciones y quitan a las comunidades el control sobre sus territorios).

La economía verde

Para los autores, la economía verde es “la propuesta estratégica más ambiciosa que se ha formulado desde los centros económicos, políticos y científicos hoy hegemónicos” (p. 38) para definir el marco conceptual de los debates, definición de políticas y negociaciones ante el colapso ambiental. La economía verde es una formulación teórica propuesta desde Naciones Unidas que es heredera del desarrollo sustentable: a nombre de la preservación de las condiciones de reproducción de la vida en el planeta, abre nuevas vías para la acumulación de capital “mediante la profundización del control y la mercantilización de la naturaleza”.

Con la economía verde se pretende hacer compatibles simultáneamente la continuidad del crecimiento económico y la protección del planeta. Esta formulación presupone que es posible atender las causas del colapso ambiental sin modificar las relaciones de poder, dominación y explotación que existen en el sistema mundo.

El diagnóstico de quienes proponen la economía verde es que el determinante más importante de la crisis en curso es la asignación incorrecta de capital. Se trataría, por tanto, de una falla de mercado. Con este diagnóstico, su propuesta consiste en generar incentivos y “señales” para que el mercado solucione los problemas ambientales y se invierta en actividades que contribuyan a la preservación de la vida en el planeta: que se invierta en energías renovables y agricultura sustentable y no en energías fósiles y monocultivos agroindustriales. Además, puesto que la transición a una economía verde costaría billones de dólares, serían las grandes transnacionales y el capital financiero global los encargados de su implementación, pues sólo ellos disponen de semejantes sumas de dinero. El futuro del planeta quedaría en manos de los principales responsables de la crisis actual.

Otro supuesto de la economía verde es que la mejor manera de proteger la naturaleza consiste en asignarle un dueño y un valor monetario. Por tanto, se promueve la privatización de territorios, el pago por “servicios ambientales”, los mercados de carbono y proyectos como REDD y REDD+ que amplían los espacios de valorización del capital y conducen al control corporativo y estatal de los territorios de los pueblos originarios y de los bienes comunes del planeta.

La geoingeniería

Según el Grupo ETC, la geoingeniería es “la intervención intencional de gran escala en los océanos, los suelos y/o la atmósfera de la tierra, con el fin de combatir el cambio climático”. Bajo este término se incluyen numerosas prácticas como la captura de carbono, gestión de la radiación solar y alteración del clima.

La geoingeniería es –junto con la ingeniería genética– la expresión máxima de la prepotencia de los humanos al sentirse dueños de la naturaleza y al creer que es posible controlar plenamente sus procesos. Para los autores, la idea de que la humanidad es capaz de someter, controlar y doblegar las fuerzas de la naturaleza está presente en los orígenes de la modernidad y fue Francis Bacon quien la expresó con claridad.

La geoingeniería representa múltiples problemas. Los autores destacan dos. En primer lugar, puesto que se trata de sistemas tecnológicos de gran escala y sin capacidad de auto-regulación, sería necesario un permanente monitoreo y mantenimiento tecnocrático centralizado, que anula toda posibilidad de decisión democrática sobre el futuro del planeta. En segundo lugar, la creencia en que la geoingeniería permitirá contrarrestar los daños provocados al planeta puede llevar a que se sigan posponiendo las acciones que atiendan a las causas estructurales de la crisis planetaria.

Según han documentado el Grupo ETC y la Fundación Heinrich Böll, entre 2012 y 2019 los “aprendices de brujo” habían llevado a cabo más de 800 actividades relacionadas con geoingeniería, lo que atenta contra todo principio precautorio.

¿Antropoceno o era de la plutocracia? Las profundas desigualdades en la distribución de la riqueza y el poder politico, comunicacional y militar que caracteriza al actual mundo post democrático

Los autores caracterizan a la sociedad contemporánea como “postdemocrática”, pues los niveles de concentración de la riqueza son tan elevados que es una muy pequeña proporción de la humanidad quien toma las decisiones más importantes sobre el presente y futuro del planeta, según sus intereses económicos de corto plazo y su concepción del mundo. Siguiendo a Silvia Ribeiro, afirman que “más que la era del Antropoceno, como algunos la llaman, vivimos la era de la plutocracia, donde todo se define para que los muy pocos ricos y poderosos del mundo puedan mantener y aumentar sus ganancias, a costa de todo y todos los demás”.

Para ilustrar las crecientes desigualdades globales, Lander y Arconada citan un informe de Oxfam Internatiomal de 2018 según el cual 42 personas poseen la misma riqueza que los 3 mil 700 millones de personas más pobres y el 1% más rico posee más riqueza que el resto de la humanidad. Citan también un informe de Credit Suisse, donde se afirma que América del Norte, donde sólo vive 6% de la población mundial, concentra 36% de la riqueza global, mientras que en África vive 13% de la población mundial y cuenta con menos de 2% de la riqueza. Según otro informe, el World Inequality Report 2018, las desigualdades globales han aumentado de manera sostenida desde la década de 1980: entre 1980 y 2016, 50% de la población de menores ingresos sólo percibió 13% del crecimiento económico, mientras que el 1% de mayores ingresos recibió 27% del crecimiento.

¿Quién decide el futuro del planeta?

Aunque para la mayoría de la población los efectos de la crisis climática son catastróficos, lo que los autores llaman la “clase de Davos” resulta extraordinariamente fortalecida en términos económicos y políticos. Las corporaciones de las industrias petrolera y automotriz siguen siendo de las mayores en el mundo y tienen una enorme capacidad de incidencia en las políticas públicas y las decisiones gubernamentales. Corporaciones como ExxonMobil, Shell y Chevron, al igual que think tanks estadounidenses de derecha como el Heartland Institute, han impulsado un esfuerzo de negacionismo y cabildeo para impedir políticas que pudieran afectar sus intereses. Los autores consideran que esta estrategia es una guerra cultural orientada a modificar los sentidos comunes de la sociedad y a construir una nueva hegemonía en el sentido gramsciano.

Los think tanks y otras organizaciones de derecha estadounidense se oponen a las políticas de protección ambiental pues afirman que constituyen una injerencia del estado que atenta contra la libertad de los individuos y las empresas estadounidenses.

Desde su primer día como presidente de Estados Unidos, Donald Trump intensificó la promoción de los combustibles fósiles y el desmontaje de las regulaciones ambientales en nombre de la seguridad nacional y el crecimiento económico. La administración Trump eliminó las regulaciones ambientales que prohibían o limitaban la extracción de carbón e hidrocarburos no convencionales. Sólo en su primer año en la Casa Blanca, Trump eliminó 57 regulaciones ambientales. Además, retiró a Estados Unidos de los Acuerdos de París, que con certeza fracasarán sin la presencia de ese país, uno de los mayores emisores mundiales. En los documentos de política energética y de seguridad nacional, el concepto de “seguridad energética” fue sustituido por el de “dominio energético”; la industria petrolera consolidó su posición como un componente central de la política de seguridad nacional estadounidense.

Según el informe de 2018 de la organización Rainforest Action Network sobre la relación entre la industria fósil y el sistema financiero, el financiamiento bancario a la explotación de “combustibles fósiles extremos” (carbón, hidrocarburos no convencionales, explotación en el Ártico, entre otras) volvió a aumentar durante el primer año de la administración Trump, después de haber disminuido con los acuerdos de París.

Las decisiones tomadas por la administración Trump no sólo afectarán a Estados Unidos, sino que tendrán impactos graves y posiblemente irreversibles para reproducción de la vida en el planeta.

La ambición de Trump por mantener el “dominio energético” de Estados Unidos se complementa con una política exterior agresiva y un pujante militarismo; todo ello forma parte de un intento por mantener la hegemonía mundial de Estados Unidos.

Para los autores, el Partido Republicano y Trump representan “una peligrosa radicalización de cada una de las dimensiones negativas principales de la civilización en crisis: antropocentrismo, progreso, desarrollo, patriarcado, racismo, xenofobia, homofobia, militarismo” (p. 66).

Nexo con el tema que estudiamos: 

El capitalismo avanza aceleradamente en la destrucción de las condiciones que han hecho posible su continuidad como sistema histórico y que permiten la reproducción de la vida humana y no humana. Ante la crisis en que se encuentra el sistema, las clases dominantes han emprendido una huida hacia delante, reforzando sus tendencias autoritarias, jerárquicas y ecocidas. Una dimensión de estos problemas que destacan los autores, y que convendría estudiar con mayor sistematicidad, es la epistémica: ¿de qué manera las formas de conocer no-modernas y que no se rigen por la racionalidad científica-instrumental pueden contribuir a la construcción de otros mundos de la vida? ¿Cuáles son las implicaciones civilizatorias de la destrucción y marginación de esas otras formas de conocer y de los sujetos que las ejercen?