The robbery of Nature. Capitalism and the ecological Rift

Cita: 

Foster, John Bellamy y Brett Clark [2020], The robbery of Nature. Capitalism and the ecological Rift, New York, Monthly Review Press.

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2020
Tema: 
El sistema capitalista en su búsqueda de valor provoca una alienación entre el metabolismo social y el metabolismo universal natural en el que está inscrito, dando como resultado una fractura metabólica, minando las base para la reproducción social
Idea principal: 

Sobre el autor

John Bellamy Foster es profesor de sociología en la Universidad de Oregon y editor de la revista Monthly Review. Es autor, entre otros libros, de La ecología de Marx.

Introducción

Como señala Marx en el capítulo sobre "Maquinaria y gran industria" en El capital, la producción capitalista perturba la interacción metabólica entre al hombre y la naturaleza. En este sentido, la agricultura industrial no sólo despoja al trabajador de la plusvalía, sino que, además, despoja al suelo de sus elementos constituyentes, que son expropiados en forma de alimentos y ropa, obstaculizando así el cumplimiento de los ciclos naturales necesarios para una fertilidad duradera. De esta forma, la producción capitalista socava simultáneamente al suelo y al trabajador, es decir, las fuentes originarias de la riqueza. Esta misma lógica está presente en su teoría de la fractura metabólica expuesta al final del capítulo El génesis de la renta capitalista de la tierra en el tercer volumen de El capital, donde Marx subraya que la gran empresa capitalista, al despilfarrar la vitalidad del suelo, genera una ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social prescrito por las leyes naturales.

Aunque en Marx la noción de robo del suelo está intrínsecamente relacionada con la de la fractura metabólica entre los seres humanos y la naturaleza, para introducirse en las complejidades de la teoría de la fractura metabólica, los autores comienzan por mirar por separado ambos problemas, el del robo y de la fractura, como dos momentos separados de un mismo proceso. Comienzan por examinar la crítica previa de la agricultura industrial realizada por el químico industrial Justus von Liebig y su noción de “sistema de robos” o “economía de robos” en relación con la agricultura industrial de gran escala en Inglaterra. Tanto en Marx como en Liebig, este robo no se limita a la naturaleza externa, ya que los seres humanos forman parte de la naturaleza. En Marx, la expropiación de la naturaleza tiene su contraparte en la expropiación de la propia existencia corporal humana. Así, este robo y esta ruptura metabólica tiene su contraparte en el robo y la ruptura del metabolismo humano, visible en las diferentes formas de trabajo forzado, las condiciones de reproducción social en el hogar patriarcal, en los impactos físicos destructivos y en la pérdida de los poderes vitales de los hombres individuales.

Liebig: agricultura industrial y el robo del suelo

Desde finales de la década de 1850, Liebig comenzó a señalar que desde una perspectiva de largo plazo la agricultura industrial británica era completamente irracional, pues despoja a la tierra de sus nutrientes y, con ellos, de su poder productivo. Para Liebig, detrás de esto había una ley natural, la “ley de compensación”, mediante la cual los nutrientes extraídos del suelo tenían que ser restaurados. Para ello se basó en el reconocimiento de la interacción metabólica que gobierna los intercambios de materia y energía entre las formas de vida y su entorno. Para él, todas las plantas agotan el suelo de una forma particular, por ello vender los alimentos y las fibras a ciudades lejanas impide el retorno de estos nutrientes esenciales al suelo. En este sentido, las importaciones de fertilizantes de ultramar, guano y huesos, constituyen solo soluciones insuficientes, pues saquean otros países de sus recursos terrestres. Su crítica es resultado de la Segunda Revolución Agrícola, que comenzó en 1840 y se extendió hasta la década de 1860 (momento en que Marx trabajaba en El Capital) con el advenimiento de la agricultura intensiva marcada por la importación de fertilizantes y el cambio hacia una agricultura más cárnica basada en un sistema de rotación entre animales y cultivos. Este periodo fue un momento de crisis y transformación en el metabolismo socio ecológico del cultivo del suelo británico asociado a la Revolución Industrial.

En su intento por advertir sobre la profundidad de la crisis ecológica del suelo, Liebig combatió las arraigadas nociones de David Ricardo sobre el inagotable e indestructible poder productivo del suelo. Pues, para él y para la química moderna, el desarrollo de las plantas depende de ciertas sustancias elementales del suelo, que deben regresar al suelo para que este permanezca fértil. En su “ley del mínimo”, Liebig alude al complejo equilibrio de los nutrientes del suelo, y al “agotamiento” del suelo como la pérdida del balance en la composición mineral de la tierra. En tanto la mayoría de los campos cultivados en Inglaterra, en ese entonces requerían de la importación de nutrientes desde el exterior, el suelo en Inglaterra estaba “agotado”.

Junto a Liebig, otros autores señalaron esta relación perniciosa con la tierra entre 1850 y 1870; muchos de ellos fueron estudiados por Marx detenidamente. Sin embargo, fue Liebig quien realizó la crítica más profunda y global a la agricultura industrial a gran escala. Dicha crítica se centró en el ascenso del comercio de guano, principalmente de Perú, como medida de la profundización de la crisis del suelo europeo. Para Liebig, la agricultura industrial intensiva, dependiente de grandes insumos del exterior, constituye un moderno y refinado “sistema de despojo” que funciona en detrimento de las condiciones de reproducción de las próximas generaciones. Estas nuevas técnicas operaron un profundo empobrecimiento del suelo. El aumento de la producción resultante de la aplicación de las mismas, más que una marca de progreso, representaban a largo plazo una importante regresión a escala global. Liebig sostuvo que Gran Bretaña robaba a todos los países de sus condiciones de fertilidad como un vampiro, sin ninguna necesidad y sin beneficio permanente para ella.

Para Liebig, esta cultura del despojo estaba en la antítesis de una agricultura racional basada en la aplicación de la ciencia. Sensible a las contradicciones estructurales del sistema, señaló que este sistema productivo rapaz estaba enraizado en la locura de la propiedad privada, que viola la ley natural de compensación como si sus recursos fueran infinitos. Además, advirtió que los intentos de compensar la pérdida de nutrientes con fertilizantes podría tener resultados aún más irracionales, al contrario de un manejo racional de los mismos.

Marx: El robo a la naturaleza y la fractura metabólica

Aunque las investigaciones de Liebig tuvieron un gran impacto en Marx, el concepto de robo o expropiación de la naturaleza en este último es mucho más amplio. El materialismo epicúreo ejerció una importante influencia en Marx, así como en la revolución científica del siglo XVII. Marx, preocupado por la relación entre el hombre y la tierra a través de la producción, demostró en su análisis una amplia perspectiva ecológica desde la década de 1840, aunque su crítica más aguda de las contradicciones ambientales se plasmará en sus obras más tardías, abordando temas como la expropiación y enajenación de la tierra, la división entre el campo y la ciudad, la contaminación y la realidad corpórea de la humanidad, como una parte cada vez más alienada de la naturaleza.

En la década de 1850 Marx toma la noción de metabolismo del científico Roland Daniels y la integra en su sistema, aunque sin duda también abrevo de Liebig. Es en este periodo cuando acuña el concepto de “metabolismo social” para representar la relación material real entre la naturaleza y la humanidad a través del proceso de trabajo y la producción. Al proceso de trabajo lo definió como la necesidad natural eterna que media entre el hombre y la naturaleza. En Marx, el metabolismo social no es un concepto separado del “metabolismo universal de la naturaleza”, del que el metabolismo social forma parte. Su enfoque dialéctico se basaba en algo similar a lo que hoy llamamos sistemas ecológicos, conectando su concepción materialista de la historia con la de la naturaleza.

Marx pausó la escritura del El Capital en dos ocasiones a fines de la década de 1850 y 1860, para absorber la teoría evolutiva de Darwin y sus implicaciones en la relación del hombre con el medio ambiente, y para estudiar el análisis de Liebig sobre el sistema de robo de la agricultura industrial. Marx llevará más lejos la crítica de este último al forjar una teoría dinámica del metabolismo social basada en la explotación del trabajo humano. Para Marx, las contradicciones socioecológicas estaban incrustadas en el proceso de acumulación de capital históricamente, dando un sentido más profundo a los imperativos estructurales que subyacen a la expropiación de la naturaleza en el sistema de producción de mercancías, informado por los desarrollos de las ciencias naturales y conectando estos procesos con las contradicciones internas del capitalismo como sistema social histórico.

La contradicción entre valor de uso y valor de cambio es el núcleo de todo el sistema de Marx. La crítica de la economía política de Marx, inspirada en la contradicción hegeliana entre materia y forma, se basa en la contradicción entre el intercambio metabólico y la forma de valor de la mercancía. El circuito del valor de cambio depende en última instancia en la producción y el intercambio de mercancías que incorporan valores de uso natural-materiales. Para Marx, el proceso químico regulado por el trabajo había consistido en un intercambio de equivalentes (naturales), cuya violación significó la expropiación de la naturaleza con desastrosas consecuencias, pues el proceso de valorización nunca pudo escapar las condiciones de la interacción metabólica entre el hombre y la naturaleza. Los intentos por salir de esas fronteras, como en la agricultura industrial o la explotación de la mano de obra, generaron una ruptura metabólica, una crisis de la reproducción metabólica social.

La preocupación de Marx por la fractura en la reproducción metabólica social del capitalismo estuvo afectada por la discusión pública durante la Segunda Revolución Agrícola, en la década de 1850. En los Grundrisse destacó cómo la agricultura industrial desplazó a la agricultura sostenible. En este nuevo régimen de producción de alimentos, como lo llamó Marx, una cuarta parte del trigo era importado, mientras la tierra arable en Gran Bretaña se transformaba en tierra de pastoreo. La disrupción generada en el mercado de alimentos en este periodo hizo complicado conseguir los insumos extranjeros necesarios y, debido a ello, las cosechas en este nuevo régimen eran deficientes a pesar de ser abundantes.

Estas preocupaciones en torno a las contradicciones de la agricultura capitalista y sus impactos fueron amplificadas por la lectura de la Química agrícola de Liebig, en especial su introducción de la que Marx tomó amplias notas entre 1866-67 cuando estaba escribiendo el primer volumen de El Capital. Según Marx, uno de los méritos de Liebig fue haber desarrollado desde las ciencia naturales la cara oscura, destructiva de la agricultura moderna. Sin embargo, señaló que cuando sale de las ciencias naturales, Liebig cae en el error. Para Marx, las implicaciones de esta agricultura para el metabolismo naturaleza-humanos sólo son comprensibles integrando las ciencias naturales y la crítica del capital. Por eso, en El Capital enfatizó que el proceso de acumulación, a través de su apropiación de la naturaleza, inevitablemente conlleva la destrucción ecológica. En el Manuscrito económico de 1864-1865, plantea expresamente la cuestión de la productividad decreciente del suelo cuando se realizan sucesivas inversiones de capital.

En el núcleo de esta contradicción estaba el hecho de que el metabolismo social con la naturaleza está mediado por el valor y la constatación de que la producción orientada en torno al beneficio monetario inmediato es contradictoria con la agricultura sustentable, que debe de ocuparse de las condiciones de reproducción de las próximas generaciones. En ese sentido, la agricultura intensiva puede agotar el suelo, aun a pesar de tener cosechas extraordinarias, y en algunos lugares, como Irlanda, incluso se vieron obligados a exportar los nutrientes de su suelo a Gran Bretaña. Con el fin de desarrollar las contradicciones ecológicas del capitalismo implicadas en su concepto de metabolismo social, en El Capital puso en primer plano el lado natural-material ecológico de este concepto para comprender de forma amplia el sistema de robo capitalista y su impacto disruptivo en los sistemas naturales. Para ello planteó la “ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social”, para subrayar los aspectos destructivos de la relación metabólica alienada del capitalismo y la naturaleza.

La concepción epicúrea de la mortalidad, “mors immortalis”, es decir, la realidad transitoria de las cosas como la única realidad permanente, es un elemento central de la ontología materialista de Marx. Para los autores, también es probable que Marx recurriera a Epicuro, y al De rerum natura de Lucrecio, para elaborar el concepto de “ruptura irreparable” que refleja la ruptura y destrucción de las propiedades y los procesos naturales. En este sentido, el capitalismo, al robar los elementos de reproducción de los que dependen las próximas generaciones, socava no sólo la naturaleza externa, sino la propia vida humana.

La ruptura corporal

La ruptura metabólica en el capitalismo no se limita a la relación alienada con la naturaleza externa, sino que afecta la existencia corporal de los seres humanos, un fenómeno que los autores llaman ruptura corporal, y que puede relacionarse con el “valor metabólico” planteado por Ariel Salleh, es decir, luchas en torno a la reproducción social centradas en el hogar y la reproducción de los seres humanos, tanto como seres físicos y sociales, así como con los efectos socio-epidemiológicos del desarrollo capitalista, que Howard Waitzkin ha llamado “la segunda enfermedad”.

Uno de los componentes que distinguen al epicureismo del dualismo cartesiano posterior es comprender al cuerpo de los seres humanos, como parte de la naturaleza. En Epicuro, cuerpo y alma son corporales. De la misma forma, Marx integró su concepción materialista de la historia con su concepción materialista de la naturaleza. Para sobrevivir, los seres humanos necesitan satisfacer sus necesidades corporales, al cumplir con estos imperativos fisiológicos los seres humanos activamente hacen historia, transforman el mundo y producen un metabolismo social interconectado con el metabolismo universal. Sin embargo, los límites de este potencial residen en las condiciones socioculturales heredadas, la estructura corporal relacionada con la descendencia evolutiva y las características y procesos biofísicos del sistema natural terrestre. Teniendo esto en mente, Marx examinó las formas en que el sistema capitalista degradó o interrumpió el metabolismo corporal frustrando el desarrollo social humano.

Primero, en la larga transición del mercantilismo al capitalismo industrial, la expropiación de la naturaleza implicó también la expropiación de la existencia corporal humana. La expropiación de la tierra de los campesinos, a sangre y fuego, marcaron el comienzo de una transformación revolucionaria en la que la población humana fue privada progresivamente de sus medios de subsistencia. Como resultado, los terratenientes incorporaron el suelo al capital, instaurando la agricultura capitalista, creando para las industrias urbanas los suministros de los proletarios libres de toda propiedad, quienes se vieron obligados a vender su fuerza de trabajo para comprar sus medios de subsistencia. Después, la violación de la existencia corporal tomó la forma del genocidio con la expansión colonial en tierras lejanas, tanto en los genocidios de los pueblos de América como en la esclavitud de los africanos. Se impuso el trabajo forzado y se les privó a estas poblaciones de las condiciones permitían su sustento adecuado, y no hubo empacho en realizar este genocidio siempre que hubo un suministro de más trabajadores forzados o en servidumbre. Posteriormente, al desaparecer la esclavitud, los británicos traficaron trabajadores chinos que fueron obligados a cavar en las minas de guano del Peru, proporcionando el fertilizante que los campos ingleses necesitaban. Las condiciones en que estos trabajadores laboraban iba en contra del mantenimiento de su propio metabolismo corporal y el suicidio era su única escapatoria.

Tanto Marx como Engels, a lo largo de su crítica al capitalismo, estudiarán los efectos del sistema sobre las condiciones corporales. En la medida en que este no resolvía las necesidades corporales, la producción capitalista derrocha a los trabajadores, al trabajo vivo. Esta contradicción está en el corazón del sistema capitalista, ya que su propósito no es la satisfacción de necesidades sino la producción de ganancias. Ambos, se basaron en su propia experiencia de primera mano, para estudiar y describir los cambios en la existencia corporal. Engels, desde su adolescencia vinculado los problemas de salud y ecológicos de su ciudad natal con las condiciones de trabajo. Más tarde escribió La condición de la clase obrera en Inglaterra, su estudio pionero de sociología urbana e injusticia ambiental, donde analizó las condiciones ecológicas de Manchester, centro de la revolución industrial. Ahí describió cómo las condiciones laborales privan a los trabajadores de su salud y del descanso adecuado para la restauración de sus cuerpos, lo que los volvía más susceptibles a las enfermedades y describió detalladamente cómo las distintas formas de trabajo específicas alteran el proceso metabólico de la existencia corporal y acortan la vida del trabajador.

Para Marx, si bien, las innovaciones tecnológicas podrían mejorar las condiciones de trabajo, estas solo se emplean para reducir los costos laborales y aumentar la producción, pues el factor decisivo es la productividad, en beneficio del capitalista y en detrimento de la vida y salud del trabajador. Marx también analizó cómo este sistema repercute en la ingesta nutricional del trabajador, y por lo tanto sus funciones corporales. Le preocuparon dos temas: el consumo adecuado de alimentos y la adulteración de los mismos. Basándose en informes oficiales del Reino Unido, Marx estudió cómo la clase y el género influyen en la ingesta de calorías, y la deficiencia en proteínas y calorías de las familias de agricultores y obreros, principalmente en las mujeres y los niños. A lo que se suma la falta de drenajes y la falta de acceso a agua potable en los barrios obreros. Estas condiciones hacen a estas poblaciones más vulnerables a enfermedades y brotes epidémicos, como las del cólera que azotaron aquella época. Además, la adulteración de alimentos y bebidas era común. Los trabajadores pobres consumen pan negro adulterado con alumbre, arena y tierra de huesos, entre otras cosas. Otras adulteraciones incluyeron agregar mercurio a la pimienta, plomo blanco al té, heces y plomo rojo al cacao, etc. Consumir estos productos produce intoxicaciones frecuentemente mortales y muchos de estos elementos se acumulaban en el cuerpo de los trabajadores.

La preocupación por la realidad corporal de los trabajadores lo acompañó a lo largo de su vida. En 1880 elaboró un Cuestionario para una encuesta obrera, a pedido de La Revue Socialiste, donde se preguntaba a los trabajadores franceses por sus condiciones laborales a través de un centenar de preguntas. Al interrumpir los ciclos naturales, el sistema capitalista crea quiebres corporales que merman la salud, la longevidad y el metabolismo corporal, ya que cancela la satisfacción de las necesidades biológicas fundamentales de la existencia humana. El interés materialista de Marx por los asuntos corporales le permitió descifrar el carácter explotador del capitalismo, así como hacer una crítica social desde la realidad corporal humana, en donde las prácticas que atrofian el cuerpo son indicadoras de explotación y las que potencian las capacidades son emancipadoras.

El capitalismo, consideraban Marx y Engels, llevó la explotación a un nivel de intensidad nunca antes visto. La sociedad de productores asociados, el socialismo, se basa en la reparación de esta ruptura corporal y la fractura metabólica entre la sociedad y la naturaleza, estableciendo un nuevo desarrollo social sostenible lejos del dolor y el sufrimiento. Para ello, es necesario una sociedad que vaya más allá del valor mercantil capitalista hacia una que enfatice el valor metabólico, abarcando la totalidad de las necesidades sociales y ambientales.

Las condiciones de reproducción de la naturaleza y la humanidad

Para Marx, lo que requiere explicación no son ni el metabolismo universal de la naturaleza, o el metabolismo social humano, sino la fractura metabólica, la alienación de este metabolismo con la naturaleza. Los seres humanos son seres corpóreos, una parte de la naturaleza, pero con el desarrollo de la sociedad de clases, la característica que define a los seres humanos, como seres auto-mediados, toma forma alienada. La expropiación de la naturaleza por parte de la clase capitalista es la base para una mayor expropiación y explotación de la humanidad y la naturaleza, un círculo vicioso que conduce a la ruptura del metabolismo de la naturaleza y la humanidad. Para él, esta alienación metabólica es la prueba práctica de que otro sistema más orgánico de reproducción metabólica social es posible a través de la asociación de productores libres. En esta sociedad, más igualitaria y sostenible, los seres humanos gobernarían el metabolismo humano-natural de una manera racional.

Aunque para algunos la teoría de la fractura metabólica no es propiamente ecológica según los estándares actuales, según los autores la crítica de Marx ha resurgido en los últimos años como el punto de partida del movimiento social más avanzado del siglo XXI: el ecosocialismo

Nexo con el tema que estudiamos: 

La destrucción del metabolismo planetario ocasionada por la búsqueda unidimensional de valor y la ganancia está incubando una crisis socioambiental de dimensiones inéditas. Las consecuencias de esta crisis, que da muestras de ser irreversible, no son manejables dentro del actual sistema, lo que nos enfrentan ante una inminente bifurcación sistémica. En este sentido se vuelve importante estudiar los diferentes aspectos de la crisis civilizatoria, como la relación entre el modo de producción y la destrucción del metabolismo planetario y social, para encontrar nuevas estrategias hacia una transformación radical.