En síntesis

En síntesis

Por: Paola Jiménez de León

Durante los últimos meses del año 2020 y los primeros del 2021 fuimos testigos de sucesos abismales, entre otros: la segunda ola de la pandemia de COVID-19 en el hemisferio occidental, los climas extremos en todo el globo (especialmente la ola de frío que asoló a América del Norte), así como las fuertes inundaciones y huracanes en zonas de Asia y Centroamérica. La decadencia del capitalismo como modo de producción se hace cada vez más evidente; sin embargo, al tiempo que el capital se encuentra de cara con sus límites planetarios, crea nuevos espacios para la valorización. En los últimos meses nos sorprendieron hechos como el anuncio del comienzo de los viajes espaciales comerciales o las ambiciosas exploraciones en Marte. Dos procesos que se desarrollan de manera simultánea evidencian la situación límite del sistema; por un lado, la destrucción del ambiente y sus repercusiones en la vida humana y no-humana; por otro, los esfuerzos para rescatar al sistema en campos como la exploración del espacio exterior, la geoingeniería y otras soluciones de adaptación y mitigación de la crisis climática; así como la apuesta por la inteligencia artificial y la ingeniería genética.

La destrucción del ambiente es el tema más alarmante y urgente de abordar. La obra Facing the Antrophocene de Ian Angus muestra cómo la llamada ciencia del antropoceno determinó que la alteración planetaria va más allá de la acumulación de problemas ambientales, ya que ésta significa una “crisis del sistema Tierra”. Es decir, que los procesos biológicos, químicos y físicos de la Tierra se desestabilizan de manera recíproca, lo que abre la posibilidad de una perturbación del sistema en su conjunto. Un ejemplo de ello es que pequeñas alzas en la temperatura de la biosfera pueden acelerar procesos como: el deshielo del permafrost; la liberación de hidratos de metano en el fondo del océano; la absorción de dióxido de carbono terrestre y oceánico debilitado; el aumento de la respiración bacteriana en los océanos; la muerte de los bosques amazónicos y boreales; la pérdida de hielo marino del Ártico y Antártida, entre otros (http://let.iiec.unam.mx/node/3237). Dado que estos efectos “cascada” se hacen cada vez más presentes en el ambiente, Angus concluye que “la biosfera se degrada a un ritmo sin precedentes”.

El año 2020 continuó con la tendencia de cifras récord en los niveles de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera (a pesar de las medidas de confinamiento por COVID-19) (http://let.iiec.unam.mx/node/3194) y se posicionó como uno de los tres años más cálidos registrados (http://let.iiec.unam.mx/node/3307). También, en el mes de octubre se documentó el comienzo de la liberación del metano del Ártico; hecho visibilizado gracias al hallazgo de altos niveles de este gas en el mar de Laptev, en la costa oriental siberiana (http://let.iiec.unam.mx/node/3219).

A la vez que la destrucción del ambiente se agudiza, los grandes capitales encuentran la manera de obtener ganancias con la crisis climática. De esta forma, el “capitalismo verde” incrementa su ámbito de acción con el aumento en las valoraciones bursátiles de compañías que desarrollan tecnologías sustentables y de los fondos de capital de riesgo “verdes” (http://let.iiec.unam.mx/node/3146). Empresas, Organizaciones no gubernamentales y gobiernos, incrementan sus haberes a partir de falsas soluciones a la crisis climática, tales como: plantaciones de monocultivos, cobro por “servicios ambientales”, cercamiento de bosques, así como privatización de pantanos y humedales (http://let.iiec.unam.mx/node/3255).

El nicho más ambicioso para la expansión del capital gracias a la crisis climática es la geoingeniería. Este conjunto de técnicas cobra mayor relevancia como alternativa para afrontar las amenazas a la vida derivadas de la destrucción del ambiente. Cada vez un mayor número de centros de investigación y universidades reciben financiamiento y desarrollan proyectos en este campo. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, el Centro Nacional de Investigación Atmosférica y la Universidad de Washington en Estados Unidos, así como la Universidad Southern Cross en Australia, son ejemplos de lo anterior. (http://let.iiec.unam.mx/node/3152).

La pandemia por COVID-19 ha fungido como otro espacio de valorización en meses recientes. La creciente inversión en y mercantilización de herramientas para prevenir la COVID-19 han hecho que las farmacéuticas, aún sin producir la vacuna contra el virus, incrementen en gran medida sus ganancias. Según un artículo de La Jornada, de enero de 2021, siete de las farmacéuticas más grandes del mundo (Johnson & Johnson, Pfizer, AstraZeneca, Moderna, Novavax, Biontech y CanSino) aumentaron en 89 mil 471 millones su valor bursátil respecto al año pasado (http://let.iiec.unam.mx/node/3303). También, la pandemia mundial fue aprovechada por las empresas tecnológicas para colocar, en el mercado, herramientas que prevengan los contagios: desde chips para medir la temperatura corporal hasta dispositivos para el monitoreo del virus (http://let.iiec.unam.mx/node/3185).

A la par del desarrollo de la pandemia y la mayor presencia de síntomas de la destrucción ambiental, el capitalismo continúa expandiéndose territorialmente en dos espacios que se encuentran en la mira de las inversiones e investigaciones: 1) los polos terrestres y 2) el espacio exterior. Respecto al primero, en los últimos años las grandes potencias se disputan la región mediante proyectos para explotar las tierras raras en Groenlandia (http://let.iiec.unam.mx/node/3291). Las tierras raras se convierten en un recurso privilegiado de la expansión capitalista, ya que son indispensables para la fabricación de tecnologías claves en la transición energética y aparatos electrónicos (http://let.iiec.unam.mx/node/3268). De igual modo, en los océanos Ártico y Austral se aumentó la presencia de embarcaciones conocidas como “rompehielos”, que aprovechan la disminución del hielo marino ocasionado por la crisis climática para surcar los mares polares y así acortar distancias comerciales (http://let.iiec.unam.mx/node/3272).

El espacio exterior se convierte en el sitio más disputado por los capitales. En los últimos años, creció la ambición de estados y capitales privados por abrirse paso en el sistema solar. De acuerdo con Penny Eleanor, las tres oportunidades más rentables en el espacio son: la infraestructura de telecomunicaciones, la minería de asteroides y las misiones a la Luna (para extraer recursos naturales que se encuentran en ella, por ejemplo) (http://let.iiec.unam.mx/node/3236). De esta manera, instituciones públicas y empresas como la Administración nacional de aeronáutica y el espacio (NASA, por sus siglas en inglés) y Space X, aumentan sus planes de misiones en el espacio exterior, con tareas como la búsqueda de planetas potencialmente habitables (http://let.iiec.unam.mx/node/3169); para ello experimentan con técnicas de biominería con el fin de descomponer rocas espaciales (http://let.iiec.unam.mx/node/3178). Como avance de estas misiones, una noticia que ocasionó impacto, en octubre de 2020, fue el descubrimiento de agua en la luna, realizado por la NASA (http://let.iiec.unam.mx/node/3189).

Además de Estados Unidos, China también incrementó sus esfuerzos por tener presencia en el espacio exterior. De acuerdo con un artículo publicado en The New York Times, este país lanzó más cohetes al espacio que cualquier otro país en tres años consecutivos, lo que podría convertir a la Fuerza espacial china en la dominante a nivel mundial (http://let.iiec.unam.mx/node/3304). Otra muestra de la incursión de China en la carrera espacial es la expedición que realizó, en diciembre de 2020, para traer material lunar a la Tierra (http://let.iiec.unam.mx/node/3244).

El capital también encuentra nuevos espacios para su valorización en el desarrollo científico y tecnológico. De manera reciente, la nanotecnología y la inteligencia artificial se sitúan como dos campos de conocimiento importantes para la innovación. En los últimos meses, un gran avance que se dio en el primero de estos campos: se recreó, por primera vez, el desarrollo embrionario de mamíferos, gracias al cultivo de células madre de ratón (http://let.iiec.unam.mx/node/3232).

Por su parte, la inteligencia artificial avanzó con hazañas como el lanzamiento, en noviembre de 2020, de AlphaFold-2, un sistema que puede predecir las formas de las proteínas. Estas, al conformar una gran diversidad de estructuras celulares, son base para comprender como se constituye y organiza la vida; por lo que su predicción es relevante porque permite conocer el funcionamiento de enfermedades y producir nuevos medicamentos (este sistema ya pronosticó las estructuras de las proteínas que hacen posible que el virus SARS-COV-2 invada células humanas) (http://let.iiec.unam.mx/node/3247). En septiembre del mismo año, la compañía Ghost Robotics presentó a los “perros robots”, equipados con cámaras y sensores, creados para uso del ejército de Estados Unidos (http://let.iiec.unam.mx/node/3265).

Este breve y general recuento de temas y hechos relevantes de los últimos meses evidencía que, en la medida que el capitalismo avanza, su disipación se nos presenta de manera más clara. Ante esto, el sistema continúa encontrando salidas mediante la articulación de nuevos espacios para la valorización. Así, mientras los procesos de creación del capitalismo continúan beneficiando a una pequeña élite, la mayor parte del planeta sufre los efectos de su cada vez más aguda devastación.

Para profundizar en los temas mencionados, invitamos a las y los lectores a revisar el sitio del LET.