La modernidad bárbara

Cita: 

Bartra, Armando [2013], “La modernidad bárbara”, El México bárbaro del siglo XXI, México, UAM-X – UAS, pp. 9-35, http://dcsh.xoc.uam.mx/repdig/index.php/libros-dcsh/investigacion/item/3...

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
2013
Tema: 
Reflexiones sobre la violencia económica, política y moral de la modernidad
Idea principal: 

Armando Bartra es un especialista en sociología y desarrollo rural. Estudió filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es profesor e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana. Es autor de aproximadamente 30 libros y cerca de 300 artículos periodísticos, de análisis y de divulgación.


Armando Bartra considera que la violencia social que imperaba en México tanto a finales del siglo XIX como del XX, también se presenta en la actualidad junto a otras “formas de barbarie” (p. 9), como las guerras del narco y el despojo de las comunidades por megaproyectos. El autor señala que ambos temas (narcotráfico y despojo) se abordan en los ensayos contenidos en El México bárbaro del siglo XXI y, a manera de preámbulo de esta lectura, ofrece algunas reflexiones sobre la violencia económica, política y moral, a la que denomina barbarie crónica "a la modernidad realmente existente” (p. 9).

Los costos del progreso

“El siglo XX puso en claro que la barbarie no es el horizonte salvaje que se aleja conforme avanza la civilización, sino su alter ego, su lado obscuro, la letra menuda del contrato” (p. 10), argumenta Bartra, y es que, para él, la “acumulación originaria”, el “estado de excepción” y el “biopoder” son las tres condiciones permanentes de la modernidad, que dan vida a las tres esferas de la violencia que menciona con anterioridad.

Antes de describir cómo se ejecutan estas tres violencias, el autor hace hincapié en que, durante el siglo XIX y hasta principios del XX, se pensaba que el capitalismo generaría las condiciones para la sociedad ideal, asumiendo a los muertos que dejaba a su paso como daños colaterales del desarrollo civilizatorio. Como pilar de este “espejismo de la modernidad” el autor identifica al “pasmo universal por los avances de la ciencia aplicada” (p. 11). Sin embargo, continúa, en el inicio del tercer milenio y cuando nos encontramos al borde de la extinción como especie debido al cambio climático, cada vez convence menos la virtuosidad de las fuerzas productivas, ya que, hoy sabemos, “que la potencia tecnológica del capitalismo es en sí misma destructiva” (p. 11) y que “las fuerzas productivas son ellas mismas relaciones de producción” (p. 11).

Lo rescatable de la modernidad desde la perspectiva del sujeto es, para Armando Bartra, la pasión constructiva y la resistencia: “lo que logramos a pesar del capitalismo, lo que hicimos a contrapelo” (p. 11). Por lo tanto, para él: “no es que haya barbarie entreverada en la modernidad, es que la modernidad capitalista realmente existente es intrínsecamente bárbara” (p. 12).

Para diferenciar los distintos aspectos de la violencia sistémica y dar paso al esquema bajo el cual estructura su texto, Bartra retoma los tres tipos de lucha contra la dominación esgrimidos por Michel Foucault: “la política, que es la más vieja; la económica, que aparece después y la rebelión contra las formas de subjetividad impuesta, que es la más reciente” (p. 12).

Violencia económica. Acumulación primaria crónica

En esta sección Bartra anuncia que en los ensayos incluidos en el libro se documentan las violencias que el capital ejerce sobre la naturaleza y sobre las personas, tanto como usufructuarias de bienes comunes como trabajadores.

Para el autor, “el filo más calador del capitalismo crepuscular es quizá la expropiación del patrimonio familiar y de los bienes comunes, con sus secuelas de sufrimiento exclusión social” (p. 12). Si bien, argumenta que en el capitalismo “la riqueza deviene puramente cuantitativa y desterritorializada” (p. 13), Bartra considera que, en el ocaso de este modo de producción, gran cantidad de dinero se reterritorializa a manera de un “aterrizaje forzoso” (p. 13), que deja atrás las inversiones etéreas y desvinculadas. Como base estructural, esta reterritorialización tiene la imposibilidad de que el capital se siga valorizando produciendo y reproduciendo recursos humanos y naturales; como origen, tiene a una crisis de escasez de naturaleza; y, como motor económico, tiene a la expectativa de captar renta. Este proceso, entonces, “vuelve a la privatización de bienes comunes escasos el mejor refugio contra la incertidumbre económica y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia” (p. 13).

A pesar de que, en su dimensión económica, la gran crisis se presenta como un problema de sobreproducción, el autor considera que la insuficiencia de los bienes y recursos disponibles respecto de las necesidades y demandas crecientes es el “problema de fondo de la debacle epocal” (p. 13). Considera como factores de esta debacle epocal al cambio climático mercadogénico, el progresivo agotamiento de los combustibles fósiles, los requerimientos hidroeléctricos y agrícolas, la creciente demanda de minerales y la expansión de las ciudades y de los desarrollos turísticos.

Debido a que la escasez relativa de recursos aumenta sus precios, el solo hecho de privatizarlos genera ingresos de monopolio, los cuales salen del fondo común del capital global y se obtienen a costa del resto de los empresarios. Por ello, para Bartra, esta ganancia extraordinaria, que permite a los rentistas contrarrestar la tendencia decreciente de las ganancias, define al capitalismo de la gran crisis como oligopólico, rentista, especulativo y predador.

De igual manera, continúa el autor, “cuando las ganancias competitivas disminuyen y la escasez incrementa las rentas, los capitales buscan los nichos favorables al monopolio y la especulación, ubicados en las actividades extractivas y en los servicios” (p. 14). Él considera que, como resultado, las economías periféricas se reprimarizan y tercerizan; proceso que se da a costa de la “economía real”, así como de la naturaleza, de los trabajadores y comunidades que son expoliados mediante la mayor explotación de su trabajo y el despojo de sus bienes, saberes y territorios. Y, ya que las rentas son directamente proporcionales a la escasez, Bartra señala que a los rentistas les conviene que se profundice la escasez de bienes vitales.

Lo anterior lleva al autor a afirmar que “al erosionar aceleradamente las premisas naturales y sociales de la vida humana el capitalismo nos lleva al despeñadero” (p. 15). Desde su perspectiva, este capitalismo crepuscular rebasa la violencia puramente económica que se suponía implícita en la acumulación de capital, ya que implica un uso desmedido de la fuerza. Esto da como resultado la refutación de la idea de críticos y apologistas del capitalismo según la cual la acumulación del capital puede prescindir de la fuerza bruta, una vez el sistema sea regulado por el mercado.

“Marx pensaba que la historia es la historia de la lucha de clases pero… había llegado a la conclusión de que en el orden burgués la violencia sufre un desplazamiento –se descentra– pues la reproducción del capitalismo como sistema económico marcha sobre un impecable intercambio de equivalentes que oculta la explotación” (p. 16).

Bartra retoma el reconocimiento, por parte de Marx, de un “eslabón irreductible a los automatismos del mercado, por el que la violencia se cuela en el propio corazón librecambista del sistema” (p 16). En otras palabras, que los engranajes económicos que, se cree, se mueven y regulan por sí mismos, tienen en su magnitud vital –la duración de la jornada de trabajo–, a la confrontación social. Esta confrontación se muestra como resistencia, presión y negociación por parte del proletariado. La tasa de explotación, por tanto, más allá de instaurarse como un dato económico, es resultado de una correlación de fuerzas. Por ello, para Bartra “la violencia irrumpe en el centro mismo de la reproducción económica del sistema” (p. 17).

Además de esta violencia que se ubica en el núcleo del sistema capitalista, el autor se pregunta qué es lo que hace posible y necesaria la “violencia primaria crónica” (p. 18) –haciendo referencia a la acumulación primitiva o por desposesión–. Al contrario de algunos autores que consideraron que la violencia del capitalismo es sólo originaria, esporádica, periférica o contingente, Bartra afirma que la violencia es “congénita, crónica, central y sustantiva” (p. 18) al capitalismo. Estas preguntas llevan al autor a exponer que, dado que el capital no puede producir recursos naturales y sociales, pero tampoco puede prescindir de ellos. El despojo es permanente y constitutivo de un capital. Esto da como resultado que la propiedad capitalista sea un hurto constante.

Esta coerción extraeconómica, denominada como “violencia primaria crónica” por el autor, es representada por él bajo la forma de trabajo forzado, expropiación de bienes comunes o depredación de la naturaleza. Y, la razón de su permanencia, argumenta Bartra, es que, al ser la reproducción humana y de la naturaleza procesos externos al gran dinero y a su lógica, el capital tiene que "hacerlos suyos por la fuerza" (p. 19). Aunque, considera: “los modos como se cosifica y despoja reiteradamente al trabajador y se saquea una y otra vez a la naturaleza, dependen del momento y el lugar” (p. 19).

Al estar la violencia extraeconómica al centro de la acumulación del capital, Armando Bartra considera que la moral debe erigirse como un argumento en las reivindicaciones que se opongan al capitalismo.

Para finalizar este apartado, el autor expone que la violencia crónica y estructural, también llamada “acumulación por desposesión”, no debe considerarse una “modalidad particular del capitalismo contemporáneo” (p. 20), aunque el despojo de los bienes comunes y la violencia sobre quienes los poseen se haya exacerbado en este siglo. También, insta a que no se debe perder de vista la violencia que se ejerce por medio de la explotación asalariada.

Violencia política. El permanente estado de excepción

En este subapartado el autor se propone dar cuenta de la razón de ser de la “guerra contra el narco” en México, en su dimensión jurídico-política. Esclareciendo que, dado que en la guerra contra el narco tampoco el gobierno mexicano busca hacer valer el Derecho, la lucha en contra de los cárteles de la droga que operan de manera ilegal en México es ciertamente una guerra; Bartra retoma a Hannah Arendt para argumentar que el terror ejercido en la guerra contra el narcotráfico puede ser interpretado como una “señal de que el poder político desapareció desde hace tiempo” (p. 22).

A razón de lo anterior, el autor se pregunta el por qué de la existencia de este estado de excepción, ya que, si bien, el uso de la fuerza al margen del derecho pudo verse como un “fenómeno residual en paulatina remisión” (p. 23), él considera que “la transgresión a la norma ha devenido en regla” (p. 23). Esta violencia de carácter político, semejante a la originaria –aquella que crea un nuevo orden–, pero “crónica y estructural” (p. 23), es denominada por Bartra como “violencia primaria permanente” y es considerada por él como una acompañante de la “violencia económica crónica”, de la que escribió en el subapartado anterior.

“'Estado de excepción'” como regla es un oxímoron semejante al que lleva implícito la fórmula ‘acumulación originaria permanente’” (p. 24). Y es que, para el autor, el estado permanente de excepción que impone como ley una fuerza sin ley “se perpetúa porque le es funcional al sistema” (p. 25).

“El momento de la violencia que es estructuralmente constitutivo de la reproducción económica del capital, está también presente en el resto de las esferas de la sociedad burguesa” (p. 25). A la vez que las inversiones productivas coexisten con formas de despojo, la operación de instituciones públicas que hacen valer el derecho coexiste con el ejercicio de la violencia al margen del Estado. “Así como en el tercer milenio tenemos a un capitalismo gandalla que recurre sistemáticamente a la economía violenta de la ‘acumulación por desposesión’, tenemos también a un orden burgués atrabancado y autoritario que recurre sistemáticamente a la violencia política primaria permanente, quebrantando una y otra vez el Estado de derecho” (p. 27).

Bartra considera que, a diferencia de la violencia fundadora, que crea un nuevo derecho y se presenta en lapsos más o menos cortos como las revoluciones, la “violencia primaria permanente” no se da en un vacío legal, sino que coexiste con el derecho vigente. Así, se tiene países en donde la reproducción de las relaciones sociales es medida por el ejercicio de esta violencia, perpetrada por medio de agentes privados o públicos. En estos lugares, el autor observa que las empresas o los grupos que reivindican derechos territoriales optarán, probablemente, por ocupar “el área que ambicionan y luego reclamarán legalmente su propiedad” (p. 27), ya que suponen que, solo irrumpiendo en el espacio, serán atendidos por el derecho. Entonces, el autor cierra argumentando que la violencia legal se pone al servicio de la violencia ilegal, “que es sustantiva” (p. 27).

Violencia moral. El biopoder

En este subapartado, el autor denomina violencia moral a “las formas impuestas de la subjetividad” (p. 27); es decir, a aquellas disciplinas que operan en todos los ámbitos de la vida de manera cotidiana. Considera que, al estar altamente relacionada la microfísica del poder con el cuerpo, esta violencia también puede ser vista como una bioviolencia. Para ejemplificar lo anterior, recoge la situación de violencia multidimensional que viven las mujeres en México, perpetrada en muchos de los casos por su pareja. Así, repara que “la violencia es endémica y nos toca a todos, pero hay clases más violentadas, etnias más violentadas y géneros más violentados” (p. 28).

Refiriendo al concepto de biopoder introducido pro Foucault en su obra Historia de la sexualidad, Bartra argumenta que “el capitalismo violenta para acumular, violenta para gobernar y violenta para disciplinar, para domar las mentes y los cuerpos de las personas” (p. 29).

A continuación, retoma el trabajo de Antonio Negri y Michael Hardt, en el cual, partir de la categoría de “subsunción real del trabajo en el capital”, los autores sugieren encontrar “la marca satánica del capital” (p. 29) no solo en los valores de cambio, sino también en los valores de uso, ya que éstos son remodelados por la acumulación, por lo que ya no responden a la satisfacción de las necesidades humanas. “Esto explica que muchas de las fuerzas productivas de la modernidad sean en realidad destructivas y que una buena parte de los bienes de consumo sean en el fondo males adictivos que crean dependencia” (p. 30).

Bartra sugiere ampliar el concepto marxista de “subsunción real del trabajo en el capital” a los ámbitos sociopolíticos y morales –el mundo del biopoder–. Así, argumenta “no hay violencia más desquiciante que la que el sistema ejerce sobre todos los aspectos de la vida: sobre lo público y sobre lo privado, sobre el alma y sobre el cuerpo, sobre la vigilia y sobre el sueño” (p. 30).

El autor finaliza acotando que, de acuerdo con Foucault “no hay poder sin resistencia” (p. 31), por lo que hay que resistir al “monstruo que está en todas partes” (p. 31) radicalizando el pensamiento crítico y ubicando el lugar de la violencia en el sistema, “incorporando las mil caras de la barbarie en teoría del capitalismo realmente existente” (p. 31).

Violencia pura. Carnavalizar la política

“Mentirosas resultaron a la postre las tres grandes promesas de la modernidad: la libertad derivó en un crónico estado de excepción, la igualdad desembocó en acumulación primaria permanente y la fraternidad devino biopoder” (p. 31). Ante esto, Bartra menciona que hoy se podría pensar que, para salir de esta “trampa civilizatoria” (p. 31) en que nos encontramos, es necesario recurrir a la violencia. Y, a pesar de que él esté de acuerdo con esta visión, refiere a que hay que acudir a otra clase de violencia; una violencia “divina”, como la llama Walter Benjamin, que no es fundante, administrativa ni excepcional. “Se trata de una violencia extraña, un ejercicio inopinado y desquiciante que busca negar toda la violencia” (p. 32). Esta violencia no es instrumental, sino que es fin en sí misma; “una violencia que busca negar para siempre la necesidad de la violencia” (p. 32).

El autor retoma a Benjamin para recalcar que esta clase de violencia que menciona, no instaura derecho, sino que lo cuestiona, “en tanto que el derecho es arma del poder y legitimador de la violencia administrada que defiende el orden establecido” (p. 33). Una violencia pensada por Benjamin desde una suerte de “emancipado estado de excepción permanente” (p. 33) en donde ninguna otra violencia “coarte la libertad humana” (p. 33) y que cuestione todo orden. “Y esto es así porque cualquier orden, sea éste el de la economía, el del Estado o el de la biopolítica es generador de inercias encarnadas en instituciones: estructuras de poder cuya preservación demandará de una violencia administrada pero también de una violencia primaria permanente” (p. 34).

Así, siguiendo la idea de Benjamin, Bartra apela a lo que llama “experiencias utópicas o utopías vividas” (p. 34) para ejercer la violencia pura y emancipadores ese estado de excepción. Estas experiencias se presentan para él como “formas creativas de resistencia pacífica” (p. 34), por ejemplo: marchas, mítines y acampadas multitudinarias.

Armando Batra cierra este preámbulo expresando que “en un mundo plagado por la violencia económica, política y moral se abre paso otra violencia, la violencia pura: la violencia carnavalesca de la multitud. Una acción liberadora que por sí misma no nos llevará a la utopía pero sin la cual la utopía estaría coja” (p. 35).

Nexo con el tema que estudiamos: 

Las reflexiones de Armando Bartra sobre la violencia estructural en la modernidad son necesarias para entender esferas actuales de la realidad social como el autoritarismo o la destrucción del medio ambiente. También, para entender aquellas prácticas de dominación llevadas a cabo por las corporaciones y/o por el Estado, las cuales podrían parecer desvínculadas y residuales del proyecto de civilización capitalista.