Lo sólido en el aire. El eterno retorno de la crítica marxista

Cita: 

Grüner, Eduardo [2020], Lo sólido en el aire. El eterno retorno de la crítica marxista, Buenos Aires, Clacso, 820 pp.

Fuente: 
Libro electrónico
Fecha de publicación: 
2020
Tema: 
El estatuto del intelectual crítico, según Eduardo Grüner
Idea principal: 

Eduardo Grüner es sociólogo, ensayista y crítico cultural. Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fue Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Profesor titular de Antropología del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras y de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Sociales en la UBA.


Prefacio: ser o no ser marxista(s)

Eduardo Grüner introduce su texto mencionando su intención: interrogar a la sociedad y la cultura a partir de premisas marxistas. Lo anterior también supone la interrogación de Marx y los marxismos. Grüner explica que el marxismo es un movimiento político que nunca está terminado, ya que su movimiento permanente y múltiple es su propia consistencia.

De esta manera, los planteamientos de Marx y los marxismos, considerados como un "modo de producción de conocimiento" están encastrado en la praxis social e histórica. Ese detalle demanda la nueva integración de los acontecimientos y procesos del desarrollo de la historia.

Esta particularidad del marxismo es también una dificultad: la de su definición o identidad. Grüner explica la imposibilidad de autonombrarse marxista, ya que eso conlleva a reproducir una etiqueta de identidad, lo cual es antimarxista porque evita la dialéctica del pensamiento.

Asimismo, Grüner explica que es incapaz de pensar sin Marx y los marxismos porque ha incorporado ese estilo de pensamiento como una cartografía que orienta quehacer intelectual. No obstante, reconoce que hay otros autores que le han marcado como Sarte, Adorno, Benjamin, Levi-Strauss o Althusser. En ese sentido, Grüner propone el diálogo con otros pensadores, sin dejar de lado a los principios básicos o rectores que orientan ese diálogo.

Grüner asegura que el mundo en el que vivimos sigue siendo, en lo esencial, el mundo que Marx analizó. Sólo que ahora es peor: antes había ahínco revolucionario; ahora, el sistema putrefacto sobrevive sin más. La decadencia del sistema es tal que ni siquiera las élites dominantes sueñan más con la empresa civilizatoria, debido a que el capitalismo alcanzó el fondo del pozo siniestro, o sea, la barbarie.

En ese tenor, Grüner concluye que este mundo que se descompone sigue siendo el que analizó Marx. Desde que el pensador alemán nació, no se ha formulado otro "modo de producción teórico" que explique mejor, de manera más crítica y radical, las razones de la descomposición provocada por el capitalismo. Aunado a lo anterior, Grüner considera que a pesar que las revoluciones del pasado fueron derrotadas, nunca se terminaron de examinar las razones internas de esa derrota.

Y a pesar de dichas derrotas, Grüner no piensa dejar de lado a los marxismos, todo lo contrario: es necesario ahondar en ellos, usarlos para ejercer la crítica implacable de todo lo existente (lo que incluye el mismo pensamiento de Marx). Por tanto, no se es marxista, sino se está siendo marxista, en tanto se use este "modo de producción teórico" para la crítica radical del capitalismo, reconociendo sus errores o limitaciones pero sin que ello implique desembarazarse de él.

Así, el eterno retorno del marxismo, no es una simple repetición. Más bien es la insistencia en la necesidad de la crítica sobre la base de las nuevas premisas de los marxismos. Grüner destaca que el marxismo no es una unidad monolítica y que periódicamente es necesario un "ajuste de cuentas" que lo reordene. A pesar de las necesarias autocríticas, Grüner encuentra en los marxismos una solidez teórica-práctica que insiste en retornar a lo reprimido cada vez que se vive una crisis.

Los ensayos que el autor presenta en su libro fueron escritos a lo largo de 30 años. A pesar que no todos representan lo que el autor aregntino piensa en la actualidad, decidió mantenerlos en la recopilación para mostrar –con honestidad intelectual, asumiendo las contradicciones o debilidades de los textos– que lo que se escribe tiene historia.

Finalmente, el autor espera que este libro sea fuertemente cuestionado, criticado y objetado. Grüner encuentra importante aplicar el pensamiento crítico, incluso a su propio pensamiento; así éste habrá caminado unos pasos.


A modo de introducción: dos (in)definiciones del pensamiento crítico

Qué (no) es un intelectual (respuestas a un cuestionario que nadie me hizo)

1.

Grüner inicia con la etimología de la palabra intelectual: intus-legere, que significa "el que sabe leer". No obstante, este significado no sólo hace referencia a las personas que pueden leer, sino a las que saben hacerlo, o sea, las que leen más allá de lo que salta a la vista. Leer sólo es una metáfora, pues también se hace referencia a quien escucha más allá de lo que se oye o que sabe mirar más allá de lo inmediatamente visible.

Asimismo, al intelectual se le identifica con una práctica que interviene en la esfera del lenguaje. Pero su intervención se da también –y ante todo– en la política, lo cual atraviesa incluso lo panfletario. Aunque los intelectuales escriben panfletos, Grüner explica que esa no es su única función.

Para Grüner, el intelectual es disfuncional e inenrolable. Eso no significa que el intelectual no apoye a partidos o movimientos políticos, pero esa participación la hace en tanto militante. Su lugar en la sociedad burguesa es solitario e incómodo, porque pregunta y no ofrece respuestas, lo que genera una tensión esquizofrénica con la que tiene que vivir.

Así, la contradicción del intelectual es la siguiente: como militante político debe tener respuestas; en tanto intelectual crítico, no tiene más que interrogantes. Hamlet es el modelo literario por excelencia del intelectual, ya que Hamlet es el sujeto de la presunta ¿ser o no ser?, pregunta indeterminada e infinita.

En última instancia, el intelectual no puede ser indeciso ya que cada palabra es una decisión de la que no puede regresar.

2.

El concepto de intelectual no es moderno. Ya desde La república de Platón se abogaba por la conducción estatal de la polis por los reyes-filósofos, o sea, los intelectuales. Platón recomendaba la expulsión de los poetas trágicos, debido a que éstos ponen en escena los conflictos de la polis; el poder institucionalizado no soporta aquello. El poeta trágico pone el acento en las contradicciones y en la ilusión orgánica del poder.

Además, el poeta pone en juego los afectos, las emociones y las pulsiones, que se ubican en el plano de lo particular y que se resisten a ser subsumidos a la ideología dominante. Así, Grüner concluye que los poetas expulsados de la república son los verdaderos intelectuales, pues ven en la cultura su estado de crisis -palabra de la cual deriva la crítica.

Así, el intelectual sabe que su ser es producto de una sociedad injusta y desigual, en la cual impera una división del trabajo manual e intelectual. "La paradoja del intelectual 'radical' es entonces que trabaja para su propia desaparición" (p. 52).

3.

Grüner explica, siguiendo a Freud, que la cultura siempre sufre un constante malestar; por tanto, la actitud del intelectual tiene que ser crítica, lo que se acompaña de un notable pesimismo ante el estatus de la humanidad. Esta actitud permite al intelectual revelar cuáles son los conflictos de la humanidad. Así, emergería un desocultamiento de una Verdad. Y ese es el único principio de esperanza para el autor.

En ese sentido, cada crisis del capitalismo ofrece la oportunidad de pensar el porvenir de la ilusión del comunismo y de la transformación de la cultura tal como la conocemos. En consecuencia, la crisis confiere la libertad de decir que el mundo no debería marchar de la misma manera como lo hace ahora.

4.

Grüner afirma que para un intelectual, la cultura es el poder, o sea, la hegemonía de la clase dominante. Por esa razón, el intelectual debe de estar contra la cultura, al tiempo que está dentro de ella, pues la cultura no tiene un "afuera". Es decir, el intelectual se ubica en un singular sin-lugar, ajeno al poder.

Además, el intelectual se relaciona con el poder estatal y eso complica su situación: el intelectual puede sucumbir ante la ambición de hacerse escuchar por el poder o incluso influir en él. No obstante, eso termina irremediablemente en fracaso, según el autor argentino. Además, si el intelectual es convocado por el poder, es difícil mantener la distancia crítica. De esta manera, Grüner prefiere mantenerse alejado del poder y al lado de quienes sufren el poder.

5.

Respecto a un presunto "retorno de los intelectuales" en la Argentina contemporánea, el autor se pregunta, ¿a dónde se supone que los intelectuales se habían ido, para que se hable de tal retorno? Grüner afirma que él estuvo activo en la década de los años 90, así como sus conocidos colegas, quienes lucharon por mantenerse en el espacio público.

Así que, a lo que se hace referencia con el retorno de los intelectuales es que en los últimos años, se conformaron grupos pensados para la intervención colectiva en el debate político y cultural. Grüner señala que se trata más de una continuidad bajo otras formas, que de un retorno. Lo anterior se debe a que después del 2008, se llevó a cabo un reordenamiento que causó múltiples expresiones de intelectualidad, por ejemplo intervenciones urbanas o grupos de teatro. Aunado a lo anterior, están los intelectuales que aparecen en los medios de comunicación masiva y que, al hacerlo, tienen el riesgo de perder su distancia crítica o que podrían subordinarse a las necesidades instrumentales de la realpolitik.

Además, los medios de comunicación juegan un papel que antes no tenían; así el intelectual podría quedar atrapado por un liderazgo mediático que necesariamente plantea una reflexión crítica.

6.

En este apartado, Grüner describe la carrera intelectual de Jean-Paul Sartre. El existencialista francés mencionó que fue hasta 1968 cuando se convirtió realmente en un intelectual politizado. Grüner interpreta este detalle y apunta a que ser de izquierda implica ante todo una posición ética a favor de los excluidos por el poder político, económico e ideológico. Además, un intelectual de izquierda privilegia el camino moral sobre el pragmático.

Luego, es necesario que el intelectual de izquierda pase de la posición ética a la política: es decir, que pase de una posición negativa -defensa de los oprimidos- a una positiva que argumente los males sociales no tienen solución dentro de la lógica del poder vigente, ya que requieren una transformación de las estructuras. Entonces, el paso de la posición ética a la política es lo que Sartre llamaba ser un intelectual politizado o –también según Sartre– pasar de ser un rebelde a ser un revolucionario.

No obstante hay una confusión entre ser de izquierda y progresismo: el progresismo está en el centro del espectro político, aunque no es de derecha. Así, esa relativización de la izquierda tiene que ver con que la derecha ganó terreno desde el final de la década de 1980. Entonces, la izquierda en el poder pretendía limar los filos más agresivos del capitalismo. A eso Sartre lo llamó actuar de "mala fe". Un intelectual de izquierda no podría aceptar medidas reparatorias y aisladas que, consideradas individualmente podrían ser defendibles, pero que vistas en su conjunto no realizan un cambio total, pues se orientan a conservar la dominación.

7.

Para Grüner, el principal impulso del intelectual es criticar al poder. El papel del intelectual no es transformar al mundo, ya que no tiene la capacidad de hacerlo (en todo caso, es la sociedad la que debe de transformar al mundo). En cambio, su actividad primordial es resistir y denunciar al poder y sus maldades mediante el lenguaje.

Como los poetas expulsados de la polis, el intelectual tiene que trabajar contra su propia lengua. De esta manera, Grüner concluye que el intelectual es constitutivamente político y el intelectual está poniendo en cuestión los discursos públicos, lo cual es su trabajo y placer.

Y dónde están ahora… (De las aporías del pensamiento crítico)

1.

"Una vez como tragedia, otra como farsa"; esta frase describe las oscilaciones del llamado pensamiento crítico del último siglo y medio. Grüner diagnostica que actualmente estamos del lado de la farsa, ya que aquellos intelectuales que se hacen llamar críticos, están vendiendo sus palabras a intereses políticos. No se trata únicamente de ciertos individuos, sino de un estado de la cultura que ha degradado la potencia del pensamiento subordinado.

Con esta idea, Grüner reconoce que hay un cambio de época, o sea, un cambio de las condiciones históricas materiales con las que el pensamiento tiene que lidiar. Esta decadencia se inscribe en la destitución de lo político, que ha quedado reducido a una combinación de terror bélico y la desaparición de una democracia que solo ha dejado instituciones vacías ante la dominación mundial del capital financiero-especulativo. Aunado a lo anterior está el incesante parloteo de los medios de comunicación y las redes sociales.

Grüner identifica que en este contexto, la burguesía ya no necesita el pensamiento; sólo es necesario el automatismo pragmático para salvar la rentabilidad. Desde la Revolución Francesa hasta finales del siglo XIX, la burguesía tuvo un proyecto civilizatorio, que demandó un esfuerzo intelectual y científico. No obstante, hoy no tiene nada de eso: "ya no hace falta pensar; apenas hacer cuentas" (p. 61).

Es por eso que las clases dominantes viven en el permanente presentismo de la crisis aguda del capitalismo. Aunado a lo anterior, las fuerzas transformadoras no han logrado generar una alternativa radical y mundial al capitalismo. El pensamiento crítico por su parte, gira en el vacío y se desconcierta en la irrelevancia.

En la actualidad (comparada con el siglo XX y sus proyectos utópicos, así como sus movilizaciones políticas -desde la Revolución Rusa, el Mayo francés, la guerra de Vietnam, la Revolución Cubana, etc-), se observa un periodo donde el alza de las masas no existe (sólo se identifican focos de resistencia muy localizados), y donde tampoco existe un contraproyecto global. Así, el pensamiento crítico se encuentra en soledad. Parafraseando a León Rozitchner, "cuando la sociedad no sabe qué hacer, los filósofos no saben qué pensar".

Y aunque esto podría generar un pesimismo para los intelectuales, eso puede ser un instrumento para concebir un imaginario de reconstrucción de sus propias potencias.

2.

Desde tiempos de la civilización griega, la tragedia ponía de manifiesto las crisis de la imagen armoniosa de la polis. Para Grüner, el intelectual crítico es otro invento de esa antigüedad, ya que señala la crisis, y por tanto, la crítica de lo existente. No obstante, fue en la modernidad donde se generalizó el concepto.

Así, de la segunda mitad del siglo XIX, hasta la primera del siglo XX hubo un periodo de crisis apocalíptica cultural en Europa occidental que concluyó en el colapso del optimismo del capitalismo ascendente de la primera parte del siglo XIX, que estaba basado en el optimismo positivista y la idea de progreso, el crecimiento económico y la razón científico-técnica. No obstante, la Primera Guerra Mundial destruyó esas pretensiones y causó el sentimiento de una crisis irremontable, así como una desconfianza en los ideales de razón y progreso. Este contexto generó que intelectuales de izquierda y derecha realizaran críticas a la modernidad.

Grüner argumenta que la metáfora de tragedia continuó siendo un tema explorado por diversos intelectuales (Nietszche, Freud, Simmel, entre otros). Weber, por su parte, vio a la racionalización como un intento de superar lo trágico en la modernidad.

Así, Grüner se cuestiona por el "hilo rojo" del conflicto trágico, que no tiene una solución plausible. Ese conflicto para Marx está fundamentado en la lucha de clases. En Nietzsche el conflicto está entre lo apolíneo y lo dionisíaco; mientras que para Freud está entre Eros y Tánatos. Para la Escuela de Frankfurt, está en la racionalidad instrumental y material.

Este profundo conflicto identificado es político y obliga a la polis a refundar sus formas y estabilizar sus transformaciones. Por esta razón, Grüner menciona que hay que articular el conflicto trágico con la negatividad. Por ejemplo, la lucha de clases niega las formas de la sociedad burguesa; las pulsiones niegan la formas del pensamiento consciente, lo dionisíaco niega la espiritualidad de lo apolíneo, etc.

A partir de la negatividad, los pensadores críticos del siglo XX la utilizaron para contrarrestar a la ideología dominante. Otro ejemplo proveído por el autor es Sarte, quien planteó el conflicto de la nadificación del mundo producida por el hombre en su obra El ser y la nada, cuestión que politizó después en Crítica a la razón dialéctica. Theodor Adorno, por su parte introdujo la dialéctica negativa, donde el objeto se levanta como negación del impulso dominante de la generalidad del pensamiento.

En este sentido, el pensamiento crítico se colocó en el eje conformado por el conflicto trágico y la negatividad. Desde esa perspectiva trabaja para desestabilizar o subvertir todo dogma que apunte al desplazamiento del conflicto y la conformidad con la realidad existente. El pensamiento crítico no presenta soluciones –esa no es su función–, sino socava certezas establecidas.

No obstante, Grüner identifica un conflicto irresoluble entre el pensamiento crítico y el sujeto que lo lleva adelante, pues ese sujeto necesita algún grado de certidumbre para actuar. Grüner afirma que el pensamiento crítico no puede bajar con soluciones para resolver los problemas sociales, sino intranquilizar a los tranquilos mediante el señalamiento de los conflictos existentes.

3.

En este apartado, Grüner apunta qué son los intelectuales críticos y algunas de sus características. Los intelectuales críticos son agrupamientos con una historia larga de funcionamiento en colectivos que usualmente se dan a conocer por medio de manifiestos. En esos grupos se estableció el mito de la soledad o marginalidad del artista o escritor.

No obstante, a partir de la Revolución Rusa, el intelectual debía tener un compromiso firmado con su pluma y cuerpo (ya que se esperaba de él que estuviera físicamente en protestas, asambleas, etc.). En el siglo pasado se pueden encontrar varios ejemplos, desde Sarte, hasta Marcuse.

Grüner describe que los intelectuales críticos tuvieron que pasar por un desgarramiento, ya que se asignan a sí mismos la palabra como una herramienta crítica que interpela a la sociedad y por otro lado, a los intelectuales se les demanda que sus acciones sean congruentes con sus palabras.

Así, el pensador crítico está en medio de un conflicto irresoluble donde se le convoca por ser crítico y para que hable en alguna asamblea, al tiempo que en la plaza pública su palabra es otra más, o sea, anónima. Así, lo que significa ser un pensador crítico también es estar en el dilema.

Otro dilema que el pensador crítico se tiene que enfrentar es la defensa de su autonomía crítica, ya que desconfía mantenerla en la “línea” oficial del partido. Al tiempo, el intelectual se siente culpable de no participar plenamente en el colectivo político.

Además, está el nuevo clima de “decadencia” de lo político, donde los intelectuales no han podido conservar su plena autonomía de los partidos, movimientos o gobiernos etc. Y si lo hicieron, éstos chocaron inevitablemente contra el dilema de sostenerse en el eje imposible del conflicto trágico, y Grüner afirma que "se disolvieron en el aire”.

4.

Grüner observa que actualmente, en el mejor de los casos, lo que se tiene es un eclecticismo “progre” influenciado por el “multiculturalismo” y la “democracia”. Sin embargo, eso es insuficiente ya que no muestra las contradicciones que un intelectual crítico debe de mostrar.

El pensamiento crítico tiene mucho que criticar en la actualidad; probablemente, más que en cualquier momento previo en la historia. Sin embargo, languidece debido a la “corrección política”. Lo cual, lo vuelve tibio. Actualmente, se prefiere hablar e la "grieta" y de la "batalla cultural", en lugar de la lucha de clases o el antiimperialismo.

Si los cambios no se ven materialmente en la sociedad no se puede “pensar críticamente”. Además de que es necesario criticar el propio pensamiento crítico. O sea, de hacer la "crítica de la crítica crítica" ya señalada por Marx. De manera que el pensamiento crítico sea irónico y no amargo.

5.

El autor se cuestiona si el pensamiento crítico, debe ser “marxista” forzosamente, a lo que constesta que no (ya que hay pensamiento no-marxista y de derecha que es perfectamente crítico en el sentido apuntado con anterioridad). Si el pensamiento se hace cargo del carácter trágico sin salida de la cultura moderna, entonces tiene algo que aportar.

No obstante, la diferencia radical del marxismo es que no se propone solamente entender, sino transformar la realidad. Y aunque el pensamiento conservador a veces tiene esa pretensión, pretende hacerla coincidir con un mítico pasado de orden, jerarquía y “valores” estables, lo que lo puede volver de conservador a abiertamente reaccionario.

La apuesta del marxismo es al futuro, no al pasado, y la hace, tomando en cuenta la historia y sus “lecciones”. Para el marxismo el devenir histórico no es lineal, sino “desigual y combinado”. En ese entendimiento, el marxismo tiene que dialogar con otras formas de pensamiento crítico, incluso con el de derecha conservadora.

Y ahí reside una de sus grandes ventajas, aunque también un tremendo peligro. Porque ese poder podría transformar al marxismo en una “jaula de hierro” asfixiante. O sea, se centraría en sí mismo encerrándose en una cápsula hermética. Y paradójicamente, esa misma potencia en apariencia inagotable puede transformar al marxismo en una dogmática crasamente anti-dialéctica.

Grüner concluye que el marxismo debería permitirse el diálogo con otras formas de pensamiento crítico, provenientes de la filosofía, el psicoanálisis, la antropología, entre otras áreas del saber (pone como ejemplo a Badiou o Zizek en la actualidad). Grüner apunta que eso le permitiría escuchar su Alteridad, para que se dinamize dialécticamente sus teorías.

Nexo con el tema que estudiamos: 

En este ensayo, Grüner plantea unas pautas para considerar el quehacer del intelectual crítico. Su tarea es apuntar las contradicciones de la sociedad contemporánea haciendo una crítica a todo lo existente con el fin de señalar las afecciones que la sociedad actual sufre.

Así, sus ideas contribuyen a dilucidar cuáles son las estrategias de pensamiento que son necesarias para, como diría Nietzsche, pensar a martillazos. El intelectual crítico tiene un papel reducido a la hora de transformar la realidad (ya que éste no puede hacerlo, sino la sociedad), lo que pone de manifiesto la crisis de pensamiento y, sobre todo, la crisis política, económica, que genera desastre tras desastre local y globalmente.

Y aunque el autor elige intelectuales europeos que tenían cierto rol en el siglo XX (situación muy cambiada ahora) como ejemplos últimos para ilustrar qué es un intelectual comprometido, no se puede dejar de lado que la visión crítica es necesaria para dinamizar el debate teórico y proponer nuevas ideas que los y las intelectuales del siglo XXI deberían utilizar.