Oligopolios tecnológicos: nuevas leyes económicas, viejas dinámicas corporativas

Cita: 

Muro, Ignacio [2020], "Oligopolios tecnológicos: nuevas leyes económicas, viejas dinámicas corporativas", Economistas sin fronteras, La oligopolización de la economía, Dossieres EsF n. 39, otoño, pp. 21-25, https://ecosfron.org/wp-content/uploads/2020/09/Dossieres-EsF-39-La-olig...

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Jueves, Octubre 1, 2020
Tema: 
Oligopolios tecnológicos y sus consecuencias
Idea principal: 

Ignacio Muro es integrante de la Plataforma por la Democracia Económica, de Economistas Frente a la Crisis y es miembro del Patronato de Economistas sin Fronteras.

Las nuevas tecnologías digitales, capaces de la explotación sistematizada de información a niveles nunca vistos, han alterado las formas de producción tradicionales, así como también han dado pie a nuevas nociones de valor. La economía digital comparte rasgos fundamentales de la economía capitalista (la propiedad privada de los medios de producción, la centralidad del mercado como sistema de intercambio, el trabajo asalariado como relación de producción) pero también redefine algunos aspectos importantes, como las formas de producción y los sectores dominantes de las economías.

El texto muestra la manera en que la rápida formación de monopolios globales representa el resultado de la creciente influencia que tiene la economía digital sobre cada vez más sectores productivos y sobre el desarrollo económico futuro.

A finales del siglo XIX la sistematización de las tareas mecánicas –cuyo artífice fue Frederick Taylor– permitió optimizar la relación entre la mano de obra y los bienes de capital, así como también la producción. En el siglo XXI, cualquier trabajo intelectual rutinario puede llegar a estar sujeto a la automatización total o parcial. Las nuevas tecnologías han permitido la simplificación de los procesos a la economía de los intangibles, transformando tareas complejas en pasos parciales realizados por aplicaciones digitales, disminuyendo la necesidad del uso de personas.

Un mayor control sobre los procesos productivos y los tiempos del trabajador crean una nueva ola de acumulación de capital, que a su vez va de la mano con una devaluación y depreciación del trabajo. El subempleo y la sobrecalificación de los profesionistas, además de la crisis de deuda estudiantil, son algunos de los síntomas más evidentes de la devaluación del trabajo intelectual.

Adam Smith en La Riqueza de las Naciones afirmó que, con las máquinas “el trabajo termina reducido a unas pocas operaciones muy sencillas: por lo general, una o dos” y que esa rutina se vuelve autodestructiva y acaba deteriorando al trabajador hasta el punto en que acaba por “volverse todo lo estúpido e ignorante que puede volverse un ser humano”. El nuevo taylorismo de la economía digital, busca también esa simplificación de tareas intelectuales mediante la automatización, cuyas consecuencias terminan por ser el empobrecimiento humano. La vieja ola de acumulación de capital se apoyó en el antiguo taylorismo cimentado en el capitalismo industrial; actualmente, la nueva ola de capital, respaldada por el nuevo taylorismo, parece estar basada en la más reciente forma del capitalismo, el digital.

La acumulación de capital que soporta la producción digital se cimienta en tendencias económicas como el hecho de que sus costes marginales tienden a cero; esto significa que las economías de escala no tienen límites, lo que incentiva el tamaño creciente de las empresas digitales. Esto contradice las formulaciones defendidas por el marginalismo, que argumentaban que no era rentable empujar la producción traspasados ciertos límites, por el efecto combinado de los costos marginales crecientes y las utilidades marginales decrecientes. Esta diferencia se debe a las diferencias entre el nuevo mundo virtual y el mundo material; entre los servicios y las mercancías; entre la lógica de redes y la lógica industrial.

En el mundo físico, el costo de fabricar las primeras unidades de producto es descendente; esto indica que existe una primera fase productiva en la que se incentiva la existencia de economías de escala; no obstante, hay un momento en que, al aproximarse al límite de producción, los costos marginales empiezan a crecer, lo que indica que no vale la pena seguir produciendo. Por otro lado, en la economía digital, de intangibles y servicios en la red, ese límite no existe, ya que descargar una canción, una película o una aplicación no significa costos añadidos al proveedor del servicio (o los costos son mínimos), lo que significa que sus costos marginales tienden a cero, o lo que es lo mismo, que sus economías de escala son tendencialmente infinitas.

Los bienes digitales, a diferencia de los físicos, cuentan con la ventaja de que su utilidad marginal es creciente. La ley de la utilidad marginal de la economía marginalista argumentaba que cuanto mayor es la cantidad que consumimos de un bien, menor será nuestra satisfacción. El valor de los productos digitales crece con el uso. La experiencia de cada usuario y su interacción con otros contribuye al desarrollo y crecimiento de la red; es decir, se incrementa el valor de uso social de la red, y con ello la utilidad marginal que ofrece a cada usuario individual. Ese efecto incentiva un nuevo tipo de economía de escala que favorece a las redes que alcanzan a una gran cantidad de personas.

La combinación de valor creciente y costo decreciente multiplica la tendencia habitual a la concentración en el mercado que existe en los sectores industriales tradicionales. Los nuevos jugadores digitales adquirieron la categoría de monopolios globales en poco tiempo, invadiendo los mercados de los sectores de servicios al consumo donde la economía digital es hegemónica. Mientras las lógicas digitales penetran nuevos sectores, los modelos de negocio se potencian, acelerando los procesos de concentración. Un estudio de la economista Guilloux-Nefussi muestra que, de los 719 sectores de la economía de Estados Unidos, en 431 la cuota de mercado combinada de las ocho empresas más grandes aumentó un promedio cercano a 7% entre 2002 y 2012. Ese cambio es consecuencia por las crecientes diferencias en las rentabilidades del capital.

Este fenómeno de concentración es reforzado por dos factores conectados con la dinámica financiera-corporativa: la interrelación entre innovación tecnológica y potencia financiera. En los inicios de Silicon Valley, la existencia de un ecosistema innovador y la capacidad de atraer talento fue la principal razón de su éxito; ahora, lo es la capacidad para usar las ventajas financieras generadas en sus respectivos negocios para así lograr la adquisición de cualquier empresa emergente innovadora. Cada vez es más rentable pagar más por el talento en proyectos exitosos desarrollados en empresas más pequeñas que desarrollarlos en sus propias organizaciones. La capacidad financiera es imprescindible para poder soportar durante años un acelerado crecimiento, aun sin tener claros los modelos de negocio, y así conseguir cobertura global y lograr ventajas competitivas. La innovación disruptiva ha dejado de ser un activo interno, desarrollado por los propios trabajadores de una compañía, y ahora se ha convertido en una mercancía, un producto que se puede adquirir en el mercado mediante la adquisición de empresas emergentes.

De acuerdo con la economista Guilloux-Nefussi, los fenómenos de concentración excesiva provocan rentas monopólicas y son la principal causa de la caída en las tasas de la inversión productiva. La tasa de inversión neta comparada con los beneficios ha disminuido de 19%, promedio entre 1980-2000, hasta 12% en promedio desde el año 2000 hasta la fecha. Con esto se termina el círculo vicioso que demuestra como el capitalismo obstaculiza las innumerables ventajas de la revolución digital y el desarrollo potencial de este. Un estudio de The Economist afirma que buena parte de los ingresos de monopolio parecer estar dirigiéndose para formar barreras a la entrada a la posible competencia, lo que explica el creciente recurso al cabildeo por parte de las empresas digitales, que ha crecido un tercio en los últimos 10 años.

Datos cruciales: 

1. Un estudio de la economista Guilloux-Nefussi muestra que, de los 719 sectores presentes en la economía de los EE. UU., en 431 la cuota de mercado combinada de las ocho empresas más grandes aumentó un promedio cercado al 7% entre 2002 y 2012.
2. La tasa de inversión neta comparada con los beneficios ha disminuido 19%, promedio entre 1980-2000, hasta el 12%, el promedio desde el año 2000 hasta la fecha.

Nexo con el tema que estudiamos: 

El camino que está tomando la economía mundial con estas nuevas tecnologías de la información y digitales apuntan hacia un monopolio. Los monopolios, sean del mercado que sean, tienen efectos perniciosos para la economía: los afectados son los consumidores y/o usuarios mediante precios menos competitivos, menos innovación o innovación sin incentivos reales, servicios más deficientes y la creciente concentración no sólo de mercado, sino de poder que estas empresas tecnológicas pueden llegar a acumular.