Climate scientists: concept of net zero is a dangerous trap

Cita: 

Dyke, James, Robert Watson y Wolfgang Knorr [2021], "Climate scientists: concept of net zero is a dangerous trap", The Conversation 22 de abril, https://theconversation.com/climate-scientists-concept-of-net-zero-is-a-...

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Jueves, Abril 22, 2021
Tema: 
El concepto de "cero emisiones" es una peligrosa medida paliativa ante el problema crónico de la emisión de gases de efecto invernadero
Idea principal: 

James Dyke es profesor de la Universidad de Exeter. Sus principales líneas de investigación son los sistemas globales y la interacción entre la actividad humana y sus repercusiones en la naturaleza.

Robert Watson es profesor emérito en ciencias ambientales en la Universidad de East Anglia. Investiga sobre el cambio climático causado por la actividad humana.

Wolfgang Knorr es investigador en la Universidad de Lund. Investiga sobre geografía física y ecosistemas.


El planteamiento central de los autores en este artículo es que el concepto de "cero emisiones netas" es engañoso y puede convertirse en una "trampa peligrosa" que evite que se tomen acciones más firmes frente al cambio climático.

La amenaza del cambio climático es el resultado del exceso de dióxido de carbono en la atmósfera. De esta manera se piensa que debemos detener las emisiones del gas y removerlo de la atmósfera. En general, se piensa que si se implementan tecnologías que remueven el dióxido de carbono al mismo tiempo que se reduce la quema de combustibles fósiles es posible detener el calentamiento global más rápido. En teoría, esta formulación suena muy bien.

Sin embargo, esta idea puede ser problemática pues contribuye a reducir el sentido de urgencia por frenar las emisiones, no termina con el problema de tajo y alienta la postergación de la toma de medidas más firmes bajo la promesa de inciertas soluciones futuras. La idea de "cero emisiones netas" alienta un enfoque que los autores llaman "queme ahora y pague después", lo que puede llevar a que las emisiones continúen aumentando e incrementa los riesgos a futuro.

Primeros pasos hacia el "cero neto"

Para comprender cómo la humanidad ha llegado a esta situación, los autores proponen regresar a la década de 1980, cuando el cambio climático entró en el escenario internacional.

En 1988, James Hansen, entonces director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, presentó evidencia de que el clima en la Tierra se estaba calentando y que la causa principal era la acción humana. De haber actuado desde entonces, las probabilidades de evitar el calentamiento 1.5 grados Celsius hubiesen sido mucho mayores a las actuales y la transición energética hubiese sido mucho más sencilla. Durante algunos años, la perspectiva de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero eran prometedoras. Por ejemplo, en la Cumbre de la Tierra en Río en 1992, todas las naciones estuvieron de acuerdo en estabilizar las emisiones de carbono para no poner en riesgo al clima y en la cumbre climática de Kyoto en 1997 se hicieron esfuerzos para poner en marcha medidas para reducir las emisiones.

En aquellos años, se desarrollaron los primeros modelos computacionales que permitían a los investigadores relacionar las emisiones de gases de efecto invernadero y los impactos en la economía. La promesa de estos modelos era que a través de proyecciones permitirían a la humanidad ahorrar años de pruebas para la elaboración de políticas públicas. No obstante, estos modelos sustituyeron al pensamiento crítico y la complejidad de la realidad política y social por modelos idealizados de compradores y vendedores. El presupuesto implícito de estos modelos es que los enfoques basados ​​en el mercado siempre funcionarán, por lo que las discusiones sobre cambio climático se limitaron a cambios en las legislaciones y los impuestos.

A partir del uso de modelos de este tipo, que consideraban a los bosques como sumideros de carbono, Estados Unidos comenzó a poner en marcha la estrategia de conservación de bosques. De esta manera, se decía, era posible continuar con la quema de hidrocarburos, pues los árboles se encargarían de absorber las emisiones. Sin embargo, el Congreso de Estados Unidos no ratificó este acuerdo. Esta clase de políticas, que postergaban la urgencia de reducir las emisiones de CO2, fueron la antesala de las actuales medidas de "cero emisiones netas".

En la década de 1990 mucha de la atención se focalizó en aumentar la eficiencia energética mediante el uso de fuentes alternas de energía (por ejemplo, la sustitución del carbón por gas natural para la generación de electricidad) para reducir las emisiones causadas por la quema de hidrocarburos. No obstante, a inicios del nuevo milenio se pudo observar que las esperanzas de reducir las emisiones de esta manera eran infundadas, pues las metas no se cumplieron.

Ante la dificultad de encontrar posibilidades para evitar el cambio climático catastrófico, los modelos económico-climáticos empezaron a considerar en la captura y almacenamiento de carbono. La inyección de gas bajo tierra es posible desde la década de 1970. Esta técnica fue desarrollada por la industria petrolera para incrementar la tasa de extracción de combustibles fósiles al inyectar gases en los pozos petroleros. Esta técnica genera la ilusión de que se pueden tener combustibles fósiles cuyas emisiones serán posteriormente eliminadas al inyectarlas bajo tierra. Pese a que este enfoque no ha demostrado su viabilidad a escala, se ha incorporado en los modelos económico-climáticos y ha evitado que se formulen políticas para recortar las emisiones.

El auge del "cero neto"

En la reunión de Copenhague del 2009 se llegó a la conclusión que la captura y almacenamiento de carbono no sería suficiente para recortar las emisiones por dos razones. La primera, porque no existían complejos para la captura y el tratamiento del carbono, esencialmente por el alto costo que estas demandaban. La segunda razón fue el acelerado incremento de las emisiones de carbono año con año. Ante esto, los modelos económico-climáticos, que ya incorporaban por separado los sumideros naturales de carbono y el almacenamiento geológico de gases, adoptaron un nuevo enfoque consistente en combinar ambos aspectos como una supuesta solución frente al cambio climático.

Fue así como surgieron los proyectos de Bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS por sus siglas en inglés). Al consumir biomasa “reemplazable” como madera y desechos en la agricultura y posteriormente capturar el dióxido de carbono producido y almacenarlo en un depósito subterráneo, se argumentaba que la cantidad de emisiones se reduciría. Al tiempo, los árboles plantados absorberían emisiones al crecer. "Con esta nueva solución en la mano, la comunidad internacional se reagrupó después de los reiterados fracasos previos para llevar adelante un nuevo intento de tomar las riendas ante nuestra peligrosa interferencia con el clima".

Un falso amanecer en París

El acuerdo de París se presentó como una victoria para los ambientalistas, ya que obligaba a los países a reducir sus emisiones y a limitar el calentamiento global a menos de 2 grados Celsius, preferentemente 1.5 grados Celsius, por encima de los niveles preindustriales. Un reporte especial de Naciones Unidas afirmó que de no evitar que el calentamiento global llegase a 1.5 grados Celsius, el número de pérdidas de vidas humanas por los fenómenos climatológicos aumentaría significativamente.

Más allá del optimismo que rodeó al acuerdo de París, los científicos tenían muchas dudas sobre la viabilidad de lograr lo que se había propuesto. Algunas voces críticas han afirmado que el acuerdo de París creó nuevos e irreales escenarios en los que la humanidad estaría a salvo. La única manera en que los modelos económico-climáticos podrían ser consistentes con los objetivos del Acuerdo de París era la adopción de los BECCS. No obstante, al igual que otras soluciones similares, los BECCS "eran muy buenos para ser verdad".

Desde 1992, las emisiones de carbono han incrementado 60% pese a la implementación de los BECCS. Según estudios del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), actualmente los BECCS tendrían que remover 12 mil millones de toneladas de carbono al año para evitar, con una posibilidad de 66%, el calentamiento a 1.5 grados Celsius.

Otro problema relacionado con los BECCS es que no se basan en promover la recuperación de los ecosistemas, sino en la plantación industrial en gran escala de monocultivos como la caña de azúcar o la palma de aceite para producir bioetanol y biodiesel, respectivamente. Se ha documentado que estos monocultivos destruyen la vegetación nativa y dañan la biodiversidad. No conforme con ello, los BECCS demandarían 1.2 mil millones de hectáreas de tierra para funcionar, lo que plantearía grandes dificultades para el cultivo y la alimentación. Por estas y otras razones, el optimismo que rodeaba a los BECCS ha disminuido recientemente.

Sueños imposibles

Conforme se volvió claro que la bioenergía con captura y almacenamiento de carbono tenía un potencial muy limitado, otra supuesta solución tecnológica ha sido presentada como la opción más viable para limitar los efectos del cambio climático: la captura directa de carbono del aire. No obstante, debido a sus exorbitantes costos económicos y energéticos, cada vez más investigadores piensan que la captura directa de carbono no es una opción viable para ser implementada a gran escala.

A partir de la experiencia, se observa claramente un patrón: "conforme el espejismo de cada solución tecnológica supuestamente mágica desaparece, una nueva alternativa igualmente impracticable surge para reemplazarla". Conforme se vuelve claro que las emisiones netas cero no serán viables en el mediano plazo, o tal vez nunca, una nueva supuesta solución tecnológica se asoma en el horizonte: la geoingeniería. Esta supuesta solución es mucho más peligrosa que las anteriores, pues implica una intervención deliberada y en gran escala sobre el sistema climático de la Tierra.

Una de las propuestas de geoingeniería más investigadas es la gestión de la radiación solar, que consiste en la inyección de millones de toneladas de ácido sulfúrico en la estratósfera, con el objetivo de que refleje la energía solar hacia el espacio y de esa manera evite el calentamiento del planeta. Pese a los enormes riesgos que implica esta propuesta, ha recibido gran apoyo económico y político por parte de diversos grupos.

En un principio, no hay nada de incorrecto o peligroso sobre las propuestas de remover el CO2, el problema viene cuando se asume que estas medidas pueden ser implementadas a gran escala sin reducir nuestras emisiones primero. Las medidas y aditamentos de ingeniería para remover el CO2 deberían ser consideradas como el último recurso para la humanidad, mientras lo importante es recortar las emisiones.

Nexo con el tema que estudiamos: 

Mientras se combate la destrucción al ambiente y surgen nuevas alternativas para frenar el cambio climático, se pierde de vista el factor importante, la urgente necesidad de un cambio en el modelo de producción y la reducción de las emisiones. Las grandes corporaciones están más enfocadas en cómo equilibrar su intensa contaminación con medidas que la contrarrestan, en lugar de eliminar el problema de tajo evitando destruir la naturaleza. Las medidas tecnológicas para revertir los daños al ambiente son más que necesarias, pero se ven sobrepasadas por un modelo en el cual para ganar más, se debe producir más y contaminar más.