The New Climate War

Cita: 

Mann, Michael [2021], The New Climate War, New York, Public Affairs.

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2021
Tema: 
Las estrategias que diversas industrias han implementado para proteger sus intereses multimillonarios y evitar las acciones que combaten el cambio climático.
Idea principal: 

Michael Mann es un climatólogo y un geofísico​ estadounidense. Su investigación implica el uso de modelos teóricos y datos de observación para comprender mejor el sistema climático de la Tierra. Es autor principal de un gran número de artículos sobre paleoclima, dendroclimatología y el gráfico del “palo de hockey".


Introducción

"Existe un acuerdo científico general de que la forma más probable en que la humanidad está influyendo en el clima global es a través de la liberación de dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles [...] El hombre tiene una ventana de tiempo de cinco a diez años antes de que la necesidad de decisiones difíciles con respecto a los cambios en las estrategias de energía sea crítica [...] Una vez que los efectos son medibles, podrían no ser reversibles".

Michael Mann inicia su texto con las palabras de James F. Black, científico principal del gigante de los combustibles fósiles ExxonMobil. Black advirtió a ExxonMobil de la contaminación por la liberación de dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles desde la década de 1970.

Por su parte, ExxonMobil impugnó las pruebas científicas y bloqueó las políticas destinadas a frenar la emisión de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono. Como consecuencia de estas acciones, la temperatura en el planeta sigue aumentando a ritmos alarmantes y no se han tomado las medidas necesarias para frenar el cambio climático.

En este contexto, Michael Mann plantea que estamos en guerra y debemos entender la mente del “enemigo”. Para ello realiza una serie de preguntas: ¿Qué tácticas están empleando hoy las fuerzas de la negación y la inacción en sus esfuerzos por obstaculizar el combate al cambio climático? ¿Cómo podemos combatir este Leviatán cambiante? ¿Es demasiado tarde? ¿Aún podemos evitar un cambio climático global catastrófico?

En este sentido, los argumentos del libro buscan dar respuesta a estas preguntas. En primer lugar, el autor resalta los manuales originales de negación e inacción que se escribieron hace casi un siglo. Retoma el ejemplo de las campañas publicitarias por parte de la industria de armas, tabaco y de botellas de plástico. Dichas campañas desviaban la atención de los problemas que generaban las propias industrias, desacreditaban la relación entre la industria y los impactos que tenían en las personas que consumían sus productos o el medio ambiente.

La industria de combustibles fósiles también llevó a cabo una campaña de desinformación que comenzó a finales de la década de 1980. Con una inversión de millones de dólares, la campaña tuvo como objetivo principal la desacreditación de la ciencia detrás del cambio climático causado y profundizado por acciones humanas y su vinculación con la quema de combustibles fósiles. Con la negación de la ciencia, también se negaron los impactos "devastadores" de la industria petrolera y de gas en el cambio climático.

Por esta razón, los estragos del cambio climático se presentan hoy mediante inundaciones costeras, olas de calor y sequías, huracanes, incendios forestales, entre otros fenómenos. En este contexto, las fuerzas de la negación y la inacción quedan obsoletas. No obstante, el flujo del petróleo y la quema de combustibles fósiles continúa gracias a una “ofensiva múltiple basada en el engaño, la distracción y el retraso”. Este es el fundamento de “la nueva guerra del clima”, en donde “el planeta está perdiendo”.

La campaña de desviación traslada la responsabilidad de las empresas a los individuos. En este sentido, las acciones individuales se promocionan como la principal solución a la crisis climática. A pesar de que las acciones individuales son de suma importancia, promocionar “la acción voluntaria por sí sola resta presión al impulso de las políticas gubernamentales para responsabilizar a las empresas contaminantes”. Mientras tanto, empresas de combustibles fósiles como ExxonMobil, Shell y BP siguen obteniendo ganancias multimillonarias.

De igual forma, la campaña de desviación proporciona la oportunidad al “enemigo” de dividir a los defensores del clima entre quienes se centran en la acción individual y de aquellos que hacen hincapié en la acción colectiva y política. El “enemigo” ha sembrado miedo y división dentro del movimiento climático, ha manipulado las redes sociales y ha implementado las mismas tácticas con las cuales Donald Trump, un personaje que niega el cambio climático, llegó a ser presidente de Estados Unidos.

La industria de los combustibles fósiles ha atacado las alternativas viables como las energías renovables y ha ofrecido “falsas soluciones” a través de la “manipulación masiva de nuestro entorno planetario”. Se han fijado precios a las emisiones de carbono, se ha propuesto “la quema de carbón con captura de carbono o esquemas de ‘geoingeniería’ no probados y potencialmente peligrosos” al mismo tiempo que se invierten unos cuantos dólares para la “gestión” de los riesgos del colapso climático mientras se sigue contaminando.

Las regulaciones medioambientales han permitido la expansión de la industria de combustibles fósiles. Prueba de ello es el desmantelamiento de las políticas de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) por parte de la administración de Donald Trump así como el retraso en las regulaciones sobre contaminantes y promover los oleoductos y gasoductos.

En su guerra contra la acción climática, el “enemigo” también está empleando las operaciones psicológicas (PSYOP, por sus siglas en inglés) a través de la promoción de una narrativa en donde los impactos del cambio climático serán leves y fácilmente adaptables dejando de lado cualquier signo de urgencia.

Por esta razón, uno de los objetivos centrales del libro de Michael Mann es “desmentir las falsas narrativas que han desbaratado los intentos de frenar el cambio climático y armar a los lectores con un verdadero camino para preservar nuestro planeta”. La civilización debe identificar y combatir las estrategias del “enemigo”.

Las diversas investigaciones que se han centrado en comunicar el calentamiento sin precedentes producto de la quema de combustibles y la emisión de gases de efecto invernadero siguen siendo una amenaza para el “enemigo”. En 1998, Michael Mann realizó una investigación junto a varios colegas en donde denominó el "palo de hockey" a la curva que demostraba el pronunciado aumento de las temperaturas planetarias durante el último siglo. Mann se vio inmerso en la contienda de las guerras climáticas debido a los “ataques” que sufrió el "palo de hockey". Por esta razón, el autor plantea que ha visto al “enemigo de cerca, en la batalla, durante dos décadas”, sabe cómo opera y qué tácticas utiliza. En esta línea, The New Climate War presenta lo aprendido por el autor y nos hace partícipes de la “batalla para salvar al planeta de la crisis climática antes de que sea demasiado tarde”.

El autor plantea un “plan de batalla” de cuatro puntos. El primero, titulado “No hagas caso a los agoreros”, plantea que la industria de los combustibles fósiles ha difundido la creencia errónea de que "es demasiado tarde" para actuar frente al cambio climático y así velar por sus intereses y legitimar el statu quo y la dependencia de los combustibles fósiles. Por esta razón, debemos rechazar estas creencias y actuar en consecuencia.

El segundo punto en el “plan de batalla” se titula “Un niño los guiará”. En este punto, Mann plantea que las generaciones más jóvenes son quienes están luchando para salvar el planeta. Al respecto, el autor señala que “[d]eberíamos seguir su ejemplo y aprender de sus métodos y su idealismo”.

“Educar, educar, educar” es el título del tercer punto del “plan de batalla”. Este punto plantea que debemos buscar a personas que necesitan unirse a la batalla, especialmente a quienes están sufriendo los efectos directos del cambio climático y son víctimas de las campañas de desinformación. Asimismo, debemos dejar de lado a aquellos “negacionistas del cambio climático” quienes son inamovibles y se rigen por la ideología de derechas.

Finalmente, el último punto del plan se denomina “Cambiar el sistema requiere un cambio sistémico”. Se debe luchar contra la desinformación orquestada desde las industrias amenazadas. Se necesitan “políticas que incentiven la transición necesaria de la quema de combustibles fósiles hacia una economía global limpia y verde”.

La crisis climática y los desafíos para afrontarla generan incertidumbre, miedo y ansiedad. Precisamente, las fuerzas de la negación y la inacción utilizan esa incertidumbre, miedo y ansiedad para que permanezcamos inmóviles ante el colapso climático. La industria, con su esfuerzo de financiamiento para bloquear la acción contra el cambio climático, ha declarado la “guerra”. Por esta razón, debemos canalizar el miedo y ansiedad en motivación y acción para salvar nuestro planeta. Mann argumenta que debemos actuar contra un crimen que se está llevando a cabo contra la humanidad y contra nuestro planeta.

Capítulo 1

Los arquitectos de la desinformación y el engaño

De acuerdo con Michael Mann “los orígenes de las continuas guerras del clima se encuentran en las campañas de desinformación emprendidas hace décadas, cuando los descubrimientos de la ciencia empezaron a chocar con las agendas de poderosos intereses creados”. Estas campañas desacreditaron el mensaje científico referente a lo que estaba ocurriendo con el calentamiento global.

Matar al mensajero

Michael Mann retoma la historia ficticia de Henrik Ibsen “Un enemigo del pueblo” publicada en 1882 para ilustrar el enfrentamiento entre la ciencia y los intereses industriales o corporativos. La publicación de Henrik Ibsen sirve como metáfora de las guerras climáticas que tendrían lugar un siglo después de su publicación.

Mann ubica el origen de las campañas de desinformación en los esfuerzos de la industria del tabaco por ocultar la evidencia de la naturaleza adictiva y mortal de los cigarros. Desde la década de 1950, los propios científicos de las empresas hacían referencia a las amenazas del tabaco para la salud. Sin embargo, las empresas decidieron emprender una elaborada campaña para ocultar esas amenazas al público y desacreditar el trabajo de los investigadores. Dicha desacreditación se orquestó pagando cantidades millonarias a científicos como Frederick Seitz para atacar a la ciencia que relacionara el tabaco con los problemas de salud de los consumidores. Cabe destacar que Seitz era físico, fue director de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y recibió la prestigiosa Medalla Presidencial de la Ciencia. En este sentido, “Seitz fue el primer negador de la ciencia por contrato”.

Posteriormente, otras industrias adoptaron las tácticas de los fabricantes de cigarros. En la década de 1960, la bióloga Rachel Carson advirtió al público del peligro para el medio ambiente del plaguicida DDT (diclorodifeniltricloroetano). Además, el libro de Carson Primavera silenciosa publicado en 1962, “inauguró el movimiento ecologista moderno”.

Ante las advertencias de Carson, diversos grupos industriales, incluida la compañía Monsanto, emprendieron una campaña de desprestigio contra la bióloga señalándola como "radical", "comunista" e "histérica". De acuerdo con el autor, las connotaciones misóginas y el racismo “se han unido inextricablemente al negacionismo del cambio climático”.

Actualmente, el Instituto de Empresas Competitivas (CEI, por sus siglas en inglés), sigue culpando a Carson por las "millones de personas de todo el mundo [que] sufren los efectos dolorosos y a menudo mortales de la malaria”. Sin embargo, debe señalarse que Carson no pidió la prohibición del DDT, sino el fin de su uso indiscriminado. En última instancia, el plaguicida se prohibió debido a que perdió su eficacia a medida que los mosquitos se hacían resistentes a él y no por los efectos que tenía en el medio ambiente.

A pesar de que las conclusiones científicas de Carson han sido confirmadas por un sinfín de artículos científicos a lo largo de décadas de investigación, en 2012 un artículo de la revista Forbes responsabilizó a la bióloga por "falsas representaciones", investigaciones "atroces" y por una "falta académica grave". Los trabajos de Carson y otros científicos enfocados en estudiar las toxinas industriales en los seres humanos y el medio ambiente han sido fundamentales para generar conciencia de las amenazas propias de una gran cantidad de sustancias tóxicas como el plomo.

Al respecto, el científico Herbert Needleman identificó una relación entre la contaminación ambiental por plomo y el desarrollo cerebral infantil. A pesar de que las investigaciones del científico han sido validadas por numerosos estudios independientes en las décadas posteriores y que probablemente han salvado la vida y han evitado daños cerebrales en miles de personas, la industria del plomo intentó desacreditar sus postulados.

La negación se hace global

En concordancia con lo planteado por Michael Mann, durante las décadas de 1970 y 1980 aparecieron “amenazas medioambientales verdaderamente globales”. Los grupos industriales que se veían afectados por la normativa medioambiental lanzaron ataques contra la ciencia y los científicos que demostraban los potenciales peligros.

Aparecieron los “fundamentalistas del libre mercado”, entre ellos Frederick Seitz, Robert Jastrow y William Nierenberg, quienes a través del Instituto George C. Marshall (GMI, por sus siglas en inglés), “sembraban la duda en las áreas de la ciencia que resultaban amenazantes para los poderosos intereses creados que representaban”. La creación del GMI estuvo motivada por la amenaza que los descubrimientos de la ciencia suponían para un interés creado totalmente diferente: el complejo militar-industrial.

En la década de 1970, Gene Likens y otros científicos descubrieron que las emisiones de dióxido de azufre por parte de las centrales eléctricas de carbón eran el origen de las lluvias ácidas que afectan a los bosques, ríos, lagos y arroyos de Nueva Inglaterra. Ante este hecho, la industria del carbón ofreció medio millón de dólares a cualquiera que estuviera dispuesto a desacreditarlo. William Nierenberg, miembro del GMI, asumió la tarea.

Afortunadamente, en este caso las fuerzas de la negación y la inacción no se impusieron debido a que los estadounidenses reconocieron el problema y exigieron que se actuara en consecuencia, por lo cual los políticos terminaron por responder a sus demandas.

En 1980 el presidente George H.W. Bush firmó la Ley de Aire Limpio, que exigía a las centrales eléctricas de carbón que depuraran las emisiones de azufre antes de ser lanzadas a la atmósfera. Asimismo, la administración implementó con apoyo de la EPA la introducción de un vehículo conocido como "cap and trade" cuyo mecanismo está basado en el mercado ya que “permite a los contaminadores comprar y vender una asignación limitada de permisos de contaminación”. Por esta razón, Mann argumenta que la recuperación de los daños ocasionados por las lluvias ácidas en las Montañas de Adirondack ha sido gracias “a los mecanismos basados en el mercado para resolver un problema medioambiental”

No obstante, incluso después de décadas, los ecosistemas afectados por las lluvias ácidas no se han recuperado del todo. “La contaminación ambiental puede alterar las cadenas alimentarias, los ecosistemas forestales y la química del agua y el suelo de una manera que puede persistir durante décadas o siglos, incluso después de que los propios contaminantes hayan desaparecido”.

Por otro lado, desde la década de 1980, los científicos señalaron que los clorofluorocarbonos (CFC) presentados en spray y frigoríficos, eran los responsables del creciente agujero en la capa de ozono. Como consecuencia del agujero, hubo un aumento del cáncer de piel y otros efectos adversos para la salud en el hemisferio sur. De nueva cuenta, los científicos involucrados en las investigaciones fueron criticados y desacreditados de todas las formas que la industria pudo implementar.

Sin embargo, en 1987 cuarenta y seis países, incluido Estados Unidos, firmaron el Protocolo de Montreal, el cual prohibía la producción de CFC. Mann plantea que desde la prohibición de CFC, el agujero de la capa de ozono se ha reducido a su menor extensión y, por lo tanto, se evidencia el funcionamiento y efectividad de las políticas medioambientales reconociendo “la buena fe bipartidista y el apoyo de los políticos a las soluciones sistémicas para las amenazas medioambientales”. Con la llegada de Donal Trump a la presidencia, esa “buena fe bipartidista” quedó relegada. Trump conformó su gabinete con personas que negaban la realidad y la amenaza del cambio climático.

El científico como guerrero

El investigador Carl Sagan era el profesor David Duncan de Astronomía y Ciencias del Espacio y director del Laboratorio de Estudios Planetarios de la Universidad de Cornell. Su trabajo "Paradoja del Sol joven y débil", es fundamental para entender la historia de la Tierra ya que plantea que la Tierra era habitable hace más de tres mil millones de años a pesar de que el Sol era entonces 30% más débil debido a un efecto invernadero magnificado. De igual forma, Sagan tenía una gran capacidad para atraer al público a la ciencia y con sus escritos inspiró a Mann a seguir una carrera científica.

Gracias a su personalidad tan convincente y carismática, Sagan se convirtió rápidamente en la voz de la ciencia para la nación con gran protagonismo público. Durante la década de 1980 Sagan reconoció la creciente amenaza de una carrera armamentística nuclear y aprovechó sus habilidades mediáticas y su capacidad de comunicación con la finalidad de crear conciencia sobre “la amenaza existencial que suponía una guerra termonuclear global”. Para Sagan “la amenaza iba mucho más allá de la muerte y la destrucción inmediatas y de la radiación nuclear resultante”.

De acuerdo con Sagan y sus colegas, la detonación masiva de ojivas nucleares llevada a cabo durante la guerra termonuclear podría producir suficiente polvo y escombros para bloquear una cantidad suficiente de luz solar para inducir un estado de invierno perpetuo o un "invierno nuclear" capaz de llevar a la humanidad al mismo destino que el de los dinosaurios tras el impacto de un asteroide masivo. Sagan comunicó estos potenciales riesgos gracias a su participación en diversas entrevistas en medios de comunicación y su artículo publicado en el periódico “Parade”.

Durante la Guerra Fría, a Carl Sagan le preocupaba que la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) de Reagan pudiera provocar el aumento de las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética y de esta manera tuviera lugar el “invierno nuclear”. No obstante, los físicos del GMI consideraban que las preocupaciones con relación a la IDE “eran tácticas de miedo empleadas por pacifistas simpatizantes de los soviéticos” y el propio concepto de “invierno nuclear” era una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. De esta forma se desacreditó lo planteado por Sagan.

La campaña anti-IDE de Sagan se convierte en un punto medular para el desarrollo del trabajo de Michael Mann debido a que “las simulaciones de invierno nuclear que Sagan y sus colegas realizaron se basaban en modelos climáticos globales de primera generación”. Cuando la Guerra Fría concluyó, el GMI necesitaba otro tema en el cual pudiera centrarse y defender otros poderosos intereses contaminantes. El cambio climático se puso en el centro y, de igual forma, el GMI buscaría invisibilizarlo.

Capítulo 2

Las guerras climáticas

“No hay una guerra que acabe con todas las guerras”. Haruki Murakami
“Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. Jean-Paul-Sartre

Michael Mann retoma estas frases para dar inicio al capítulo 2. Posteriormente describe su trayectoria mientras era estudiante de posgrado y trabajaba dentro del Departamento de Geología y Geofísica de la Universidad de Yale. En este lapso comenzó a estudiar el comportamiento del sistema climático a escala global y se centró en hacer realidad la visión influenciada por Carl Sagan, “una visión de la ciencia como una búsqueda para entender nuestro lugar en el entorno planetario y cósmico más amplio”.

Barry Saltzman, quien desempeñó un papel clave en el descubrimiento del fenómeno del "caos", fue el asesor de doctorado de Mann. Debido a que los modelos climáticos que se utilizaban a principios de los años 90 eran muy básicos y los datos de temperatura global aún eran inciertos, Saltzman planteaba que no podíamos calcular el impacto humano en el cambio climático.

Sin embargo, otros científicos como James Hansen consideraban que en aquel momento ya era posible establecer la relación entre la actividad humana y el calentamiento global. A comienzos de la década de 1990, Mann concordaba más con el planteamiento de Saltzman que con el de Hansen. Mann realizó investigaciones relacionadas con la variabilidad natural del clima y planteaba que existían importantes mecanismos que daban lugar a fluctuaciones climáticas naturales a largo plazo, mismas que ocultaron los impactos del cambio climático provocado por la actividad humana.

Desde finales del siglo XIX el científico sueco Svante Arrhenius ya había planteado que la quema de combustibles fósiles y el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera contribuirían al calentamiento global. Para la segunda mitad del siglo XX, este planteamiento ya había generado un consenso científico. Más todavía, las industrias de carbón y de petróleo tenían conocimiento de los efectos de sus emisiones sobre el calentamiento del planeta.

A pesar del consenso científico relacionado con las emisiones de efecto invernadero, para comienzos de 1990 las discusiones se seguían centrando en si la actividad humana tenía influencia en el clima, dando cuenta de una división preexistente en la que las fuerzas del negacionismo podían abrir una brecha y generar incertidumbre y controversia sobre la ciencia.

Durante la administración de George H.W. Bush, se mostró gran interés por hacer frente al efecto invernadero. Por esta razón, en 1991 el presidente Bush había señalado que firmaría la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). No obstante, dentro de la administración no hubo consenso debido a que algunos servidores negaban el cambio climático.

Con la fundación en 1988 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas, el GMI se enfrentaba a un reto significativo para refutar las pruebas científicas del calentamiento global provocado por la actividad humana. Por esta razón, en 1989 la Coalición Climática Global (que incluía a ExxonMobil, Shell, British Petroleum (BP), Chevron, el Instituto Americano del Petróleo, y otros) se unió al “Instituto Heartland" y el "Instituto de la Empresa Competitiva" para constituir una fachada de organizaciones, instituciones e individuos cuyo objetivo principal sería desafiar la ciencia, los modelos y los datos relacionados con el cambio climático.

Entre los personajes negacionistas del cambio climático destacan David y Charles Koch, también conocidos como los "hermanos Koch", quienes son propietarios de la mayor empresa privada de combustibles fósiles (Koch Industries) y han tenido un papel muy visible en la financiación del negacionismo del cambio climático en los últimos años.

Gracias al financiamiento de las industrias, en julio de 1991 se celebró la primera conferencia conocida sobre la negación del cambio climático. Dicha conferencia se tituló "Crisis medioambiental global: ciencia o política” y en ella participaron como ponentes reconocidos científicos que argumentaban que había "muy pocas pruebas" de que el cambio climático fuera una amenaza.

El campo de batalla toma forma

En 1995, a pesar de que las pruebas científicas del cambio climático provocado por la actividad humana eran cada vez más convincentes, la negación del cambio climático financiada por la industria estaba cada vez más fortificada. Es así que, de acuerdo con Mann, “el campo de batalla había tomado forma, las fuerzas estaban movilizadas”. A finales del siglo XX, el cambio climático era la cuestión política más importante.

También a finales de 1995, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático realizó una sesión con la finalidad de elaborar su Segundo Informe de Evaluación y resumir el consenso entre los científicos del mundo sobre el cambio climático. Los delegados de naciones exportadoras de petróleo que se beneficiaban enormemente de la continua extracción y venta de combustibles fósiles trataron de debilitar las conclusiones del informe.

En el informe se concluyó que "el balance de las pruebas sugiere una influencia humana apreciable en el clima”. En el debate entre los científicos y delegados, un tema en discusión fue que el término “apreciable” era demasiado fuerte. Por esta razón, se optó por la palabra "discernible". Sin importar cual fuera el término, se evidenciaba que, tal como ya habían concluido algunos científicos, la actividad humana influía de alguna manera en el cambio climático.

Posteriormente a la publicación del Segundo Informe de Evaluación, algunos negacionistas del cambio climático argumentaron que en realidad no se trataba de un calentamiento sino un enfriamiento global. De igual forma, se buscó desacreditar a los científicos autores del informe acusándolos de "manipulación política" y "limpieza científica".

El engaño de Seitz

En 1997 se aprobó el Protocolo de Kioto en el marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El Protocolo comprometía a los países del mundo a reducir sus emisiones de carbono con el fin de evitar "interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema climático". La presión sobre los líderes políticos iba en aumento y por esta razón, “las fuerzas de la negación y la inacción tendrían que reunir esfuerzos adicionales si querían impedir la acción sobre el clima”.

En 1998, un año después de Kioto, Arthur B. Robinson, un químico ganador del Premio Nobel de Química Linus Pauling, intentó socavar junto con Frederick Seitz el apoyo al protocolo. Robinson y Seitz organizaron una campaña de peticiones en contra del acuerdo internacional. Dicha petición fue enviada y firmada por una amplia lista de científicos, periodistas y políticos. La petición iba acompañada de una carta de presentación y un "artículo" que intentaba refutar las pruebas científicas del cambio climático.

El 22 de abril de 1998 (Día de la Tierra), se publicó en la revista Nature el artículo de Mann sobre el "palo de hockey". Una prueba más del calentamiento global sin precedentes. El artículo pronto se convertiría en un elemento central de los debates sobre el cambio climático.

La luchas del hockey

Frank Luntz ha sido asesor en cuestiones de política del Partido Republicano durante muchos años, basándose en las ideas derivadas de las encuestas y los grupos de discusión. Luntz aconsejaba utilizar el "cambio climático" en lugar del "calentamiento global" para caracterizar el fenómeno y hacer uso de un lenguaje menos amenazador. Sin embargo, la misma comunidad científica (a la que los negacionistas del cambio climático acusan de alarmista) estaría cada vez más a favor del uso del término "cambio climático", ya que hace una descripción más completa del problema.

De acuerdo con Mann, “[e]l cambio climático no sólo implica el calentamiento de la superficie de la Tierra, sino el deshielo, el aumento del nivel del mar, el desplazamiento de los cinturones de lluvias y desiertos, la alteración de las corrientes oceánicas”, entre otros fenómenos.

En este contexto, aquellos que buscaban proteger sus intereses relacionados con los combustibles redoblaron sus esfuerzos para desacreditar a la ciencia que sustentaba la preocupación por el cambio climático causado por el hombre. Mann se encontró en medio del “ataque” debido a la curva del palo de hockey y al planteamiento de que el calentamiento reciente no tenía precedentes en los últimos mil años.

Al respecto, el autor plantea que “el hecho de que este espectacular calentamiento reciente acompañe al rápido aumento de las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera desde la revolución industrial transmite una conclusión fácil de entender e inequívoca: el calentamiento que estamos experimentando no tiene precedentes en la historia moderna. La quema de combustibles fósiles y otras actividades humanas son la causa”.

Como se señaló anteriormente, el artículo de Mann sobre el palo de hockey fue publicado en el contexto en el que los negacionistas del cambio climático buscaban renovar e intensificar sus ataques contra la ciencia. Razón por la cual Mann fue objeto de ataques por parte de grupos de fachada de la industria de los combustibles fósiles que buscaban desacreditar su trabajo. En este ataque, los medios de comunicación de derecha como Fox News y el Wall Street Journal jugaron un papel importante. La ciencia, vista como una "maquinaria autocorrectiva", se mantiene en el “camino de la verdad” debido a que si una afirmación científica es errónea, otros científicos la demostrarán, si la afirmación es correcta, otros científicos la reafirmarán, e incluso pueden mejorarla o ampliarla. Por ello, la curva del palo de hockey resistió a las desacreditaciones y demás desafíos.

Durante dos décadas de investigación con datos y métodos diferentes se ha reafirmado una y otra vez las conclusiones planteadas en el artículo de Mann. Más todavía, las nuevas conclusiones han planteado que el calentamiento reciente no tiene precedentes no sólo en el último milenio, sino se extiende a dos milenio o hasta los últimos veinte mil años.

Lo anterior demuestra que hay un consenso científico, y que las investigaciones científicas han avanzado, ampliando los hallazgos de Mann y proporcionando un contexto adicional. La patología del pseudoescándalo fabricado por la industria de los combustibles fósiles (calificado como "Climategate", un último suspiro de la negación dura del cambio climático) da cuenta del discurso social en general en el contexto de las guerras climáticas.

Climategate: ¿un último suspiro?

En 2009, hackers vinculados con Rusia y WikiLeaks irrumpieron en un servidor de correo electrónico y publicaron correos electrónicos robados. Lo anterior se dio en el marco de una campaña de desinformación masiva y cuidadosamente orquestada para afectar al curso de la política estadounidense. Dicho suceso es conocido como “Climategate”.

Las fuerzas de la negación y la inacción fabricaron un falso "escándalo" en las semanas previas a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Copenhague en diciembre de 2009. Los hackers robaron miles de correos electrónicos entre científicos del clima de todo el mundo de un servidor informático universitario en Gran Bretaña. En un intento más por desacreditar a la ciencia y a los científicos, los negacionistas del cambio climático modificaron y sacaron de contexto algunos fragmentos de los correos electrónicos.

Con estas acciones, los negacionistas del cambio climático lograron engañar al público haciéndoles creer que el cambio climático era un engaño y que los científicos manipulaban los libros. Detrás de este escenario se encontraban los intereses de las industrias, los políticos de derecha y algunos medios de comunicación.

En el marco de la Cumbre de Copenhague, nuevamente algunos delegados de las naciones que se benefician de la explotación de recursos fósiles como Arabia Saudita, intentaron sabotear las negociaciones. El delegado saudí, Mohammad al-Sabban, enfatizó en que los correos electrónicos robados tendrían un "enorme impacto" y afirmó que "de los detalles del escándalo se desprende que no existe relación alguna entre las actividades humanas y el cambio climático".

Aunque nunca se descubrió a los responsables del “Climategate”, se sabe que Rusia y Arabia Saudita desempeñaron un papel fundamental en el alojamiento y la distribución de los correos electrónicos robados. De igual forma, la conspiración entre Rusia y la campaña de Donald Trump para robar las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016, un escándalo que desde entonces ha sido calificado como “Rusiagate”, estuvo fuertemente motivada por los intereses de los combustibles fósiles. En este sentido, los intereses que estuvieron detrás del “Climategate” y el “Rusiagate” están relacionados con la continua explotación de los combustibles fósiles y deslegitimar el argumento de la amenaza del cambio climático.

No se puede engañar a la madre naturaleza

El “Climategate” dio pauta a la nueva guerra del clima en donde las fuerzas de la negación y la inacción “admitieron que ya no podían presentar un argumento creíble y de buena fe contra las pruebas científicas básicas”. En su lugar, implementan nuevas estrategias para evitar las acciones contra el cambio climático. Una de estas nuevas estrategias es simplemente mentir con el objetivo de “hacer que las posiciones extremas parezcan más populares de lo que realmente son”. A través de informes falsos y debates públicos patrocinados por grupos de fachada de la industria de los combustibles fósiles se intenta dar credibilidad a la negación del cambio climático.

Durante los últimos años, la negación del clima ha tendido a minimizar los impactos del cambio climático más que negar abiertamente las pruebas físicas básicas, es decir, los negacionistas intentan “desestimar no el cambio climático en sí mismo, sino las repercusiones negativas que está teniendo ahora y que tendrá en un futuro próximo”.

Un claro ejemplo fue la administración de Donald Trump, quien lejos de reconocer el cambio climático, se centró en minimizar los efectos del mismo y en desviar la atención del verdadero problema. Otros jefes de Estado negacionistas siguieron su ejemplo, tal como el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, o el primer ministro conservador de Australia, Scott Morrison, quien ha desviado la atención de los incendios forestales sin precedentes en el país.

Ante estos hechos, Mann señala que “[l]os impactos del cambio climático se han hecho demasiado evidentes para que una persona razonable pueda negarlo”; dichos cambios se traducen en inundaciones, huracanes, olas de calor e incendios forestales, sequías y un sinfín de fenómenos más. Más todavía, un estudio reciente “advierte de un escenario en el que los sistemas de electricidad, agua y alimentos podrían colapsar a mediados de siglo como resultado de los efectos del cambio climático”.

En este contexto, de acuerdo con el autor, existen “indicios de que algunos de los líderes del movimiento conservador están moderando su postura sobre el clima”. No obstante, las “soluciones” que proponen los conservadores no suelen ser soluciones reales debido a que muchas veces están encaminadas a la "adaptación" más que al combate.

Así, las renovadas fuerzas negacionistas ya no tratan de desacreditar a la ciencia, sino que están encaminadas a engañar y disimular, a restar importancia y a desviar la atención y la culpa, dividir al público, postergar la acción mediante la promoción de soluciones "alternativas" que no resuelven realmente el problema sino que promueven la aceptación de nuestro destino. Por lo anterior, queda claro que la guerra contra el clima no ha terminado sino que ha evolucionado.

Capítulo 9

Afrontar el reto

A pesar de los desafíos que el libro plantea, Michael Mann se mantiene “optimista” con relación a las medidas y perspectivas para abordar la crisis climática en un futuro inmediato. Dicho optimismo se encuentra fundamentado en los acontecimientos que nos obligan a prepararnos, tales como las catástrofes meteorológicas extremas que han evidenciado la amenaza del cambio climático y la pandemia mundial que nos ha vislumbrado la vulnerabilidad y el riesgo. En este contexto, se ha intensificado el activismo medioambiental.

La tesis central del libro es “que estos acontecimientos —junto con el colapso de la negación plausible del cambio climático— nos han proporcionado una oportunidad de progreso sin precedentes”. Los negacionistas ahora minimizan, desvían, dividen, desesperan. Esto constituye los múltiples frentes de la nueva guerra climática y debemos hacer lo posible por ganar la “batalla por nuestro planeta”.

La espiral de la negación

Se había planteado que la era de la negación había terminado y que ahora el debate debía centrarse en las soluciones. Sin embargo, el negacionista del cambio climático, Donald Trump, se convirtió en presidente de Estados Unidos, y puso en entredicho el fin del negacionismo.

Durante la administración de Trump, el país pasó de ser líder en los esfuerzos mundiales para combatir el cambio climático a ser el único país que amenazaba con retirarse del Acuerdo de París de 2015. De acuerdo con Mann, Donald Trump desmanteló cincuenta años de avances en la política medioambiental en Estados Unidos y dio pauta a que los demás países dejaran de cumplir sus compromisos medioambientales.

Durante este tiempo también tuvieron lugar un sinfín de desastres ambientales en Estados Unidos y otros países provocados por el cambio climático. Las inundaciones, incendios forestales, olas de calor, sequías y huracanes, evidenciaron que el cambio climático ya no es lejano. “Está aquí y ahora. Los efectos nocivos del cambio climático han llegado”.

La negación ya no es posible, si las personas son quienes se enfrentan a los impactos sin precedentes en tiempo real. A pesar de esta situación, los remanentes del negacionismo tanto “duro” como “blando” se siguen valiendo de los medios de comunicación de derecha, aunque cada vez con menos audiencia. Muchos de los políticos y científicos que antes negaron el cambio climático ahora han reconocido que la crisis climática es una realidad y que sus efectos son devastadores. En este sentido, el Inside Climate News señaló que "un número cada vez mayor de políticos republicanos ha tratado de distanciarse de la negación del clima".

La industria ha dejado de negar que los combustibles fósiles “son el problema” y que están calentando el planeta y cambiando el clima. Las compañías petroleras BP, Chevron, ConocoPhillips, ExxonMobil y Shell han sido demandadas por los daños que han causado a través de la extracción y venta de combustibles fósiles. Por esta razón, Mann plantea que las fuerzas negacionistas fueron derrotadas en la guerra contra la ciencia (la antigua guerra del clima). Sin embargo, la nueva guerra del clima (la guerra de la acción) actualmente sigue librándose.

Puntos de inflexión: los buenos

De acuerdo con el autor, hay razones que permiten ser optimista en el aspecto político. En junio de 2020 los demócratas presentaron un plan climático que incluía incentivos para las energías renovables y el apoyo a la fijación de precios del carbono. Por otra parte, debido al cambio en la percepción pública, los republicanos ya no tratan de desafiar la evidencia científica que sustenta el cambio climático, sino que ahora defienden soluciones políticas coherentes con su ideología política.

Está en discusión si dichas soluciones son óptimas, pero queda claro que estas acciones superan las propuestas de distracción y desvío de atención previas. En este sentido, parece ser que hay un movimiento político real hacia una acción significativa sobre el clima. El autor concluye que el hecho de que numerosos políticos republicanos y líderes de opinión conservadores apoyen la acción climática parece ser un punto de inflexión en la acción climática.

Aunque el progreso en la aprobación de la legislación sobre el clima sigue enfrentándose a los intereses de los combustibles fósiles, los efectos del cambio climático están produciendo drásticos cambios que favorecen la acción por el clima. De acuerdo con el autor, “[l]a historia nos enseña que las transiciones sociales no suelen ser graduales, sino repentinas y dramáticas, y ni siquiera requieren una mayoría que apoye el cambio”.

De igual forma, una minoría comprometida puede guiar y potenciar la opinión colectiva más allá de un "punto de inflexión". Mann destaca el hecho ocurrido a principios del verano de 2020 relacionado con el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis y menciona que este suceso produjo un punto de inflexión hacia la justicia racial debido al cambio de la opinión pública tan rápido y profundo.

Podría pensarse que no estamos lejos del punto de inflexión relacionado con el clima. De acuerdo con una encuesta de Pew Research en 2019, 67% del público piensa que estamos haciendo muy poco para reducir los efectos del cambio climático. Por esta razón, es evidente la desaparición de la negación y el aumento del activismo climático como consecuencia de los efectos cada vez más visibles de la crisis climática y de la crisis global provocada por la pandemia de coronavirus.

Un grupo de expertos en el clima ha propuesto estrategias clave para el combate del cambio climático. En este sentido, se ha planteado "eliminar las subvenciones a los combustibles fósiles e incentivar la generación de energía descentralizada, construir ciudades neutras en carbono, desprenderse de los activos vinculados a los combustibles fósiles, revelar las implicaciones morales de los combustibles fósiles, reforzar la educación y el compromiso con el clima y divulgar la información sobre las emisiones de gases de efecto invernadero". Algunas de estas estrategias se han implementado y otras están en proceso.

La industria de los combustibles fósiles ha "cambiado su estrategia en la era de la descarbonización". Por ejemplo, Arabia Saudita ha bajado el precio de las exportaciones de petróleo con el objetivo de mantener la demanda. El carbón como combustible fósil se encuentra en “una espiral de muerte”. De igual forma, el gas natural se visualiza cada vez más “no como un ‘puente hacia el futuro’, sino como un lastre para las comunidades locales”.

En la medida en la que se opte por descarbonizar la economía, la demanda de combustibles fósiles disminuirá. Razón por la cual las inversiones en combustibles fósiles cada vez son menos viables y rentables, al mismo tiempo que se teme por el estallido de la llamada “burbuja del carbono” y se hace cada vez más popular la noción generalizada de la “responsabilidad fiduciaria”. Dicha responsabilidad implica no invertir en “una industria que amenaza el sustento y la habitabilidad futura”. Mann agrega que en este contexto puede ser que “la banca y las finanzas, más que los gobiernos nacionales, precipiten un punto de inflexión en la acción climática".

Diversos bancos y empresas de inversión están retirando sus inversiones de los combustibles fósiles. Axel Weber, quien es presidente del banco de inversión multinacional suizo UBS, señaló que “el sector financiero está a punto de sufrir ‘un gran cambio en la estructura del mercado’ debido a que los inversores exigen cada vez más que el sector tenga en cuenta el riesgo climático e incluya un precio del carbono en sus decisiones de cartera”.

Asimismo, de acuerdo con el gobernador del Banco de Inglaterra, el cambio climático podría hacer que los activos financieros de los combustibles fósiles no tuvieran valor en el futuro y por esta razón se está considerando la posibilidad de imponerles una carga de capital de "penalización”. Por otra parte, la compañía de seguros e inversiones The Hartford, el banco central de Suecia y la empresa de gestión de inversiones BlackRock, “han indicado que dejarán de asegurar o invertir en la producción de petróleo”.

Por otra parte, Mann destaca que los jóvenes han jugado un papel fundamental en el activismo climático. En 2014, estudiantes de la Universidad de California se manifestaron para exigir que los directivos se desprendieran de las participaciones en combustibles fósiles porque la universidad no debería fomentar actividades perjudiciales con sus inversiones. En los últimos años, la desinversión en combustibles fósiles ha sido una práctica generalizada por parte de los campus universitarios en Estados Unidos.

Cada vez está más cerca el fin de la “edad de los combustibles fósiles”, no por la falta de combustibles, sino porque se ha reconocido que la quema de estos combustibles supone “una amenaza para un futuro sostenible” y se ha optado por “las energías renovables”.

Así, la revolución por las energías limpias sigue cobrando fuerza. La revolución de las energías limpias es cada vez más inevitable. De acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en 2019 las energías limpias evitaron la emisión de 130 Mt de dióxido de carbono y han generado 20% de la generación total de energía en Estados Unidos. Lo anterior reafirma que nos encontramos cerca de “un punto de inflexión de los buenos”.

La verdadera pandemia

Tanto la crisis climática como la crisis derivada de la pandemia por la covid-19 han demostrado la importancia de la ciencia, los peligros de la negación y la desviación, así como la relevancia de la acción individual y la política gubernamental ante las amenazas. Con relación al papel de la ciencia, tanto el cambio climático como la amenaza de una pandemia fueron previstas desde hace décadas por los científicos.

Al igual que los efectos actuales del cambio climático, el brote y propagación de la covid-19 da cuenta del “coste del retraso”. Los Estados no actuaron con rapidez y decisión para evitar la propagación del virus y las miles de muertes que ha ocasionado.

Lo mismo ocurre con el cambio climático, “[s]i hubiéramos actuado hace décadas, cuando se alcanzó el consenso científico de que estábamos calentando el planeta, las emisiones de carbono podrían haberse reducido suavemente y se habrían evitado muchos de los daños que estamos viendo ahora”. La crisis por el cambio climático y la crisis por la emergencia sanitaria han evidenciado la importancia de tomar las medidas necesarias para reducir los costes.

Otra similitud entre el cambio climático y la pandemia es que en ambos casos existe o existió la negación. La negación de la covid-19 intentó salvaguardar los intereses y beneficios corporativos y el crecimiento económico a corto plazo. La desinformación y las teorías de la conspiración jugaron un papel importante en el negacionismo. Así, ante el temor de una desaceleración de la economía y la amenaza a sus esperanzas de reelección, el expresidente Donald Trump, desestimó el contexto y visualizó al virus como un “engaño”. Trump no fomentó el uso de cubrebocas y desafió las medidas de salud pública.

Fox News y otros medios de comunicación de derecha también contribuyeron a la desinformación. Culparon al Dr. Anthony Fauci, quien ha sido director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas por 36 años, de dañar la economía y socavar al presidente Donald Trump debido a sus recomendaciones durante la coyuntura sanitaria. De igual forma, algunos políticos republicanos restaron importancia a la pandemia. En este contexto de negación conservadora, “el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, dijo en Fox News que los abuelos deberían estar dispuestos a morir para salvar la economía de sus nietos”.

Al respecto, Michael Mann señala que “[m]ientras la amenaza del cambio climático tardó años en cristalizar, con los impactos de tormentas, inundaciones e incendios forestales épicos, la realidad de [la covid-19] tardó sólo semanas en imponerse” debido a la rápida propagación y a las muertes. De esta manera, las consecuencias de la negación y la inacción se hicieron fácilmente evidentes.

Del mismo modo, la crisis climática tuvo diversas implicaciones para la pandemia. Los daños que ya había provocado el cambio climático en algunos lugares afectaron la capacidad para responder a la amenaza de la covid-19, lo cual evidenció un "multiplicador de la amenaza". La pandemia resaltó la importancia de la acción individual y la política gubernamental ante un contexto de crisis social.

Por un lado, la acción individual fue importante debido a la necesidad de actuar responsablemente practicando el distanciamiento social, utilizando máscaras y siguiendo otras medidas necesarias para evitar la propagación del virus. Por otro lado, las acciones del gobierno debían incentivar el comportamiento responsable a través de políticas y una respuesta organizada y eficaz. “Las crisis, ya sea a corto plazo, como la de la pandemia, o a largo plazo, como la del cambio climático, nos recuerdan que el gobierno tiene la obligación de proteger el bienestar de sus ciudadanos proporcionando ayuda, organizando una respuesta adecuada a la crisis, aliviando los trastornos económicos y manteniendo una red de seguridad social que funcione”.

Para el momento en el que Mann escribió The New Climate War aún no se sabían los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. No obstante, tal como lo predijo, la eliminación de las protecciones medioambientales, al mismo tiempo que se criminalizaban las protestas por el clima y se autorizaba la construcción de infraestructuras de combustibles fósiles y la inacción frente a la pandemia provocó un “ajuste de cuentas” en las elecciones que terminó favoreciendo considerablemente al presidente Biden.

Para Mann una de las preguntas cruciales es: ¿puede un acontecimiento como la crisis de la covid-19 convertirse en un punto de inflexión, en una oportunidad para centrar la atención en una crisis aún mayor: la crisis climática? Después de todo, “[l]a crisis climática es la mayor amenaza sanitaria a largo plazo a la que nos enfrentamos”. El contexto actual de la crisis ha dado pauta a un debate “largamente esperado sobre el bien público y la sostenibilidad medioambiental”.

Michael Mann retoma la hipótesis de Gaia planteada por los científicos Lynn Margulis y James Lovelock en la década de 1970. De acuerdo con dicha hipótesis, la vida interactúa con el entorno físico de la Tierra para formar un sistema sinérgico y autorregulado. El sistema de la Tierra se comporta en cierto modo como un organismo, con mecanismos reguladores "homeostáticos" que mantienen las condiciones habitables para la vida. Este planteamiento es imprescindible para “describir un conjunto de procesos físicos, químicos y biológicos que producen mecanismos de ‘retroalimentación’ estabilizadores que mantienen el planeta dentro de límites habitables”.

Mucho se ha hablado sobre el hecho que durante la crisis de la covid-19, el tráfico aéreo, el transporte y la actividad industrial disminuyeron enormemente, lo cual provocó una reducción de las emisiones de carbono y de la contaminación. En este sentido, el autor plantea la siguiente pregunta retórica: ¿Las pandemias actúan, metafóricamente hablando, como el sistema inmunitario de Gaia, contraatacando a un peligroso invasor? ¿No somos nosotros —a través del daño que infligimos al planeta, a sus bosques, a sus ecosistemas y a sus océanos y lagos— el virus metafórico?

A diferencia de los virus, los seres humanos tenemos “agencia”. Podemos elegir cómo comportarnos, podemos cambiar nuestras acciones cuando es necesario. Al igual que se hizo durante la pandemia, “[d]ebemos aplanar la curva de las emisiones de carbono para salir de la senda de la pandemia climática”. Debemos descarbonizar nuestra economía y minimizar nuestra huella medioambiental.

Al respecto se han logrado ciertos avances, incluso antes de la pandemia. De acuerdo con Inside Climate News, en julio de 2020 dos de las mayores compañías petroleras del mundo, Shell y BP, redujeron su demanda y recortaron el valor de sus activos en miles de millones. Así se plantea que “la pandemia de coronavirus podría acelerar el cambio a la energía limpia”. De igual forma, diversos organismos han establecido coaliciones dedicadas a las energías renovables. De acuerdo con Mann, lo anterior da pauta al optimismo.

La sabiduría de los niños

El autor destaca el papel fundamental de los niños y jóvenes en la acción climática. Retoma el caso de Greta Thunberg, una adolescente sueca nominada al Premio Nobel de la Paz, quien ha protestado y ha luchado por concientizar sobre la amenaza del cambio climático.

El activismo de Thunberg ha desencadenado un movimiento juvenil mundial llamado "Viernes por el Futuro". En este movimiento participan millones de niños de todo el mundo, quienes se manifiestan, hacen huelga y protestan por la acción climática cada semana. En caso contrario, los inactivistas han fabricado y promovido una "anti-Greta", una adolescente que desestima la crisis climática, en un intento desesperado y débil de distracción.

Gracias a este movimiento, los parlamentos británico e irlandés han declarado una "emergencia climática" debido a que en los últimos años se ha hecho más evidente la urgencia de frenar el calentamiento global y tomar las medidas necesarias para lograrlo. Además de Thunberg, existen otros líderes del movimiento como Alexandria Villaseñor, quien es cofundadora de los grupos de activistas climáticos juveniles US Youth Climate Strike y Earth Uprising y Jerome Foster, quien es un activista de Washington, DC, fundador y editor jefe de The Climate Reporter.

El activismo de los jóvenes ha colocado al cambio climático en primera plana y en el centro del discurso público. Algunos científicos, incluido Michael Mann, han expresado su apoyo y su respeto al movimiento.

Al igual que los científicos, los activistas han sido objeto de ataques por parte de la industria y personajes que niegan el cambio climático. Un artículo publicado en The New York Times se titula "El problema con el activismo climático de Greta Thunberg: su enfoque radical está en desacuerdo con la democracia”.

Sin embargo, el activismo de los jóvenes es una amenaza para “la industria más poderosa del mundo”, es decir, la industria de los combustibles fósiles. En julio de 2019, el secretario general de la OPEP, Mohammed Barkindo, mencionó que el movimiento climático de los jóvenes es la "mayor amenaza" a la que se enfrenta la industria de los combustibles fósiles.

Las críticas que se han realizado a la industria "ponen de manifiesto la creciente preocupación por la reputación de las empresas petroleras a medida que se intensifican las protestas públicas junto con las condiciones meteorológicas extremas". Los niños han sido atacados y lo único que están haciendo es “luchar por su futuro”. De acuerdo con el autor, el activismo de los niños es una piedra angular en la lucha por “preservar un planeta habitable para nuestros hijos y nietos”.

La batalla final

En la actualidad, las fuerzas de la negación del cambio climático y la inacción siguen vigentes. Las “defensas” de los inactivistas comienzan a desmantelarse ante los estragos del cambio climático. Sin embargo, es importante reconocer que el “enemigo” aún cuenta con un poderoso arsenal para librar la nueva guerra del clima.

Mientras los intereses de la industria sigan promoviendo la desinformación, el engaño, la división, la desviación, el retraso, la desesperación y el fatalismo, el punto de inflexión social necesario será muy difícil de alcanzar. Sin embargo, con la participación activa de los ciudadanos de todo el mundo que ayude al impulso colectivo, el punto de inflexión puede estar cada vez más cerca. En este sentido, el libro The New Climate War tiene como objetivo informar a los lectores sobre las tácticas del enemigo y así más personas “se unan en la batalla por nuestro planeta”. Michael Mann plantea un “plan de batalla” que consta de cuatro puntos.

El primer punto consiste en “No hacer caso a los agoreros” ya que el catastrofismo es incapacitante y desempodera. El catastrofismo es fácilmente utilizado por los inactivistas para convencer de que ya no hay nada por hacer. Al respecto, Mann reconoce que “debemos ser francos sobre los riesgos, amenazas y desafíos muy reales que el cambio climático ya nos plantea”, pero al mismo tiempo, “debemos rechazar las distorsiones de la ciencia al servicio del negacionismo, también debemos rechazar las tergiversaciones de la ciencia [...] que pueden utilizarse para promover la supuesta inevitabilidad de nuestra desaparición”.

De igual forma, “[l]a noción de que el cambio climático es un problema demasiado grande para que lo resolvamos alimenta el catastrofismo” y, a su vez, el catastrofismo es capaz de inhibir el impulso de tomar medidas significativas para combatir el cambio climático. Visualizar al cambio climático como un "problema retorcido" supone que nos enfrentamos a “un problema que es difícil o imposible de resolver” y, por lo tanto, puede promover la negación o la inacción.

En este sentido, plantear al cambio climático como un "problema retorcido" resulta conveniente para los intereses de las industrias contaminantes y promover la inacción sobre el clima. Es así como los negacionistas del cambio climático siguen distorsionando la ciencia e incentivan la desinformación. Por esta razón, Mann recomienda denunciar toda aquella propaganda que contenga una visión tan catastrofista y nihilista de la crisis climática. No debemos perder de vista que “la crisis climática es muy real, pero no es irresoluble” y aún no es demasiado tarde para actuar.

“Un niño los guiará” es el segundo punto en el plan de batalla. El activismo de los más jóvenes representa una amenaza para los intereses creados desde la industria petrolera y los petroestados. Por esta razón, los niños han sido atacados y ha quedado claro que estamos en una “guerra” en donde los “niños representan un daño colateral inaceptable”. Ante este escenario, el contraataque debe ser planeado desde el conocimiento, la pasión y “una exigencia inquebrantable de cambio”. Tenemos la obligación con las generaciones futuras.

El tercer punto del plan de batalla es “Educar, educar, educar”. En la actualidad, ya no es necesario convencer de la realidad y la amenaza del cambio climático. Los efectos mismos del calentamiento global lo han hecho. Ahora, el debate público más importante que queda es el que se refiere a las proyecciones y a las acciones que podemos implementar para mitigar los efectos del cambio climático. Ante la desinformación en redes sociales o cualquier otro medio, nuestra obligación es informar.

El autor resalta algunas de las herramientas que pueden ser útiles para refutar la desinformación. Skeptical Science es un blog que refuta los principales argumentos de los negacionistas del cambio climático. De igual forma, Mann recomienda seguir cuentas en Twitter como @ClimateNexus, @TheDailyClimate, @InsideClimate y @GuardianEco, las cuales proporcionan información actualizada sobre la ciencia, los impactos y las soluciones. El autor también proporciona su cuenta (@MichaelEMann).

Uno de los argumentos recurrentes de los capítulos hasta aquí abordados es el negacionismo del cambio climático. Este negacionismo no debe verse como "escepticismo", pues de hacerlo legitimaríamos la desinformación. Mann señala que afortunadamente los negacionistas del cambio climático “son cada vez más un elemento marginal en el discurso público actual”. Por esta razón, nuestros esfuerzos deben estar encaminados a educar a aquellas personas que no niegan el cambio climático, sino todo lo contrario, aceptan las pruebas, pero no han visualizado la urgencia del problema y no tienen claro si hay algo por hacer.

No hay lugar para la desesperación climática fundamentada en los mensajes anticientíficos y catastrofistas ni para la desinformación climática. Tampoco se debe desviar la atención de la necesidad de “descarbonizar nuestra sociedad”. No existe la posibilidad de “encontrar otro planeta si arruinamos éste", sólo es una falsa promesa, una simple vía de escape que no es viable.

Se habla poco del cambio climático a pesar de que “es posiblemente la mayor amenaza a la que nos enfrentamos”. Nuestro silencio se transforma en inacción. Debemos hablar y combatir la negación, la desinformación, la desviación, la inacción y el catastrofismo.

El cuarto punto del plan de batalla contempla que “Cambiar el sistema requiere un cambio sistémico”. Los inactivistas han culpado al individuo de ser el culpable del cambio climático y han planteado que cualquier solución real es necesariamente una acción individual y no las “políticas dirigidas a responsabilizar a las empresas contaminantes y a descarbonizar nuestra economía”.

La industria petrolera y los inactivistas en realidad temen a los grandes cambios sistémicos que son necesarios para combatir realmente el cambio climático. Así, se entiende que “la acción individual es parte de la solución”. Limitar nuestra huella de carbono es bueno para el medio ambiente y para nosotros mismos, pero tiene alcances limitados.

A pesar de la paralización de diversas esferas de la economía, durante la pandemia hubo una reducción muy modesta de las emisiones de gases de efecto invernadero. Lo anterior da cuenta de la falta de políticas dirigidas a la descarbonización de la sociedad. El Acuerdo de París de 2015 no resuelve el problema en sí mismo, pero establece “un camino hacia la limitación del calentamiento por debajo de los niveles peligrosos”.

Se ha cuestionado la noción que plantea que “la sostenibilidad medioambiental es compatible con un marco político neoliberal subyacente construido sobre la economía de mercado”. Algunos progresistas han considerado que las políticas actuales no logran erradicar las injusticias sociales básicas. Por esta razón se argumenta que “cualquier plan para abordar el cambio climático debe abordar también la injusticia social”. Sin embargo, el autor argumenta que “la justicia social es intrínseca a la acción climática”.

En realidad, el cambio climático afecta de forma desproporcionada a aquellas personas que cuentan con menos recursos y menos capacidad de recuperación. Las acciones que estén encaminadas a hacer frente a la crisis climática son acciones que igualmente podrían estar encaminadas a reducir la injusticia social. Para ello se requieren cambios sistémicos.

Evidentemente existen otros problemas a los que nos enfrentamos como civilización y el cambio climático sólo es “un eje en el problema multidimensional que es la sostenibilidad ambiental y social”. En ese tenor, The New Climate War es un libro que plantea el camino a seguir en materia de clima. El contexto actual pone en evidencia que el punto de inflexión sobre la acción climática se encuentra cerca.

El cambio de comportamiento, incentivado por una política gubernamental adecuada, aunado a los acuerdos intergubernamentales y a la innovación tecnológica, son elementos fundamentales para avanzar en materia de clima, elementos que deben estar interconectados para preservar un planeta habitable.

Nexo con el tema que estudiamos: 

El libro de Michael Mann está encaminado a evidenciar cómo es que las corporaciones transnacionales han buscado adaptarse frente a la destrucción del ambiente, realizando estrategias y acciones de diversos tipos, tales como las campañas de desinformación, la negación de las pruebas científicas y el bloqueo de las políticas destinadas a combatir la destrucción del ambiente. Las corporaciones son los principales sujetos de la destrucción del ambiente y debido a las estrategias implementadas por estos actores para proteger sus intereses, en palabras de Mann, han declarado la “guerra” y se han convertido en el principal “enemigo” de la humanidad.