Los climas del capital

Cita: 

Fraser, Nancy [2021], "Los climas del capital", New Left Review, Segunda época (127): 101-138, Madrid, Traficantes de Sueños, https://newleftreview.es/issues/127/articles/climates-of-capital-transla...

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
2021
Tema: 
El ecosocialismo transmedioambiental como alternativa a los efectos de las contradicciones del sistema capitalista y sus múltiples crisis.
Idea principal: 

Nancy Fraser es una filósofa política, intelectual pública y feminista estadounidense. Sus áreas de especialización incluyen teoría política y social, teoría feminista, siglo XIX y XX de pensamiento europeo y estudios culturales.


LOS CLIMAS DEL CAPITAL

Por un ecosocialismo transmedioambiental

“La política climática se ha trasladado al centro del escenario” y los activistas insisten en que dejemos de eludir la “amenaza mortal” que supone el calentamiento global. En los últimos años también han cobrado fuerza movimientos que están a favor del “decrecimiento” y a la transformación de los modos de vida. Las comunidades indígenas han continuado y profundizado las “luchas ecológicas” al “defender sus hábitats y medios de vida de la invasión colonial y del extractivismo de las grandes corporaciones”.

Las feministas también han expresado preocupaciones ecológicas al plantear “vínculos psicohistóricos entre la ginofobia y el menosprecio por la Tierra, se movilizan a favor de formas de vida que sostengan la reproducción, tanto social como natural” (p. 101). Asimismo, la injusticia medioambiental es uno de los principales objetivos de una nueva oleada de activismo antirracista.

Más todavía, los socialdemócratas, cómplices del neoliberalismo, han encontrado una “nueva vida en la política climática” a través de implementar energías renovables con empleos sindicalizados y bien remunerados para recuperar el apoyo de la clase obrera. Los sectores del populismo de derecha también han buscado implementar una política climática.

En el Sur global hay perspectivas encontradas. Por un lado, algunos reivindican un "derecho al desarrollo", enfatizando la responsabilidad de las potencias del norte para la mitigación del cambio climático debido a que han sido los principales contaminantes de gases de efecto invernadero durante dos siglos.

Por otro lado, otros defienden la “constitución y gestión de nuevos bienes comunes” o una “economía solidaria y social” (p. 102). Bajo un “manto ecologista” se han implementado planes neoliberales que incentivan la desposesión de tierras. La especulación de las “eco mercancías” ha beneficiado a los intereses empresariales y financieros y están garantizado que “el régimen climático global se mantenga centrado en el mercado y garantice buenas relaciones con el capital” (p. 102).

En la actualidad, con diversos matices, el cambio climático ha dejado de ser “propiedad exclusiva de movimientos estrictamente ecologistas” para ser incorporado en diversas agendas de distintos actores políticos. Como resultado hay mucho disenso entre quienes consideran que el calentamiento global representa una amenaza para el planeta y aquellos que “no comparten una opinión común sobre las fuerzas sociales que impulsan dicho proceso, ni sobre los cambios sociales necesarios para frenarlo” (p. 102).

La ecopolítica actual está enmarcada en una “crisis enorme”, una “crisis de la ecología, sin duda, pero también de la economía, la sociedad, la política y la salud pública” (p. 103), es decir, una crisis general que genera a su vez una crisis de hegemonía del espacio público. El disenso climático muestra tensión debido a que se trata de salvar a la Tierra y hay poco tiempo y también hay turbulencia en el clima político.

La construcción de una contrahegemonía es fundamental para la protección del planeta. El sentido común debe volverse contrahegemónico trascendiendo lo “meramente medioambiental”. Debe contemplar otras preocupaciones vitales como “la inseguridad de los medios de vida y la denegación de los derechos laborales; la desinversión pública en la reproducción social y la infravaloración crónica del trabajo de cuidados; la opresión etnorracial-imperial y la dominación de género y de sexo; la desposesión, la expulsión y la exclusión de los migrantes; la militarización, el autoritarismo político y la brutalidad policial” (pp. 103-104).

Así se evitará el “ecologismo reductivo” y que se trate al calentamiento global como “un asunto que domina sobre todo lo demás”. Al abordar y entender las conexiones de la crisis multifacética, se puede construir un “bloque contrahegemónico” que implemente una política necesaria.

De acuerdo con Nancy Fraser, el capitalismo no sólo “representa el impulsor sociohistórico del cambio climático y el núcleo de la dinámica institucionalizada”, sino también está implicado en otras formas de injusticia social: “desde la explotación de clase a la opresión racial-imperial y a la dominación de género y sexual hasta con las crisis de los cuidados y de la reproducción social; de las finanzas y las cadenas de suministros, de los salarios y del trabajo; de la gobernanza y de la desdemocratización” (p. 104). Por lo anterior, el capitalismo debe ser desmantelado.

Por esta razón, el motivo organizador central del nuevo sentido común debe ser el “anticapitalismo” que revele los vínculos existentes entre los múltiples aspectos de la injusticia y la irracionalidad para así lograr la “transformación ecosocial”. Esta es la tesis que defiende Frases y despliega en tres planos que se complementan y retroalimentan entre sí.

El primer plano se centra en el estructural y aquí, la autora sostiene que el capitalismo “alberga una contradicción ecológica profundamente asentada que lo inclina de manera no accidental a la crisis medioambiental”.

En segundo plano, la autora recurre al registro histórico con el fin de “cartografiar las formas específicas que la contradicción ecológica del capitalismo ha asumido en las diversas fases de desarrollo del sistema”.

Por último, en el plano político sostiene que la ecopolítica debe trascender lo “meramente medioambiental” para “volverse antisistémica en todos los aspectos”.

De igual forma, Fraser plantea que “los movimientos ecologistas deberían volverse transmedioambientales, situándose como participantes en un bloque contrahegemónico emergente, centrado en el anticapitalismo, que podría, salvar el planeta” (p. 105).

1. LA CONTRADICCIÓN ECOLÓGICA DEL CAPITALISMO

De acuerdo con el planteamiento de Fraser, el capitalismo impulsa el cambio climático de manera no accidental y por su propia estructura. La autora advierte que decir que el capitalismo impulsa el cambio climático de manera no accidental, no quiere decir que “las crisis ecológicas se producen sólo en las sociedades capitalistas”. Diversos hechos históricos constatan que la devastación ecológica no es exclusiva del capitalismo. Tanto las sociedades precapitalistas como los "socialismos realmente existentes" produjeron crisis ecológicas.

No obstante, hay un vínculo estructural entre la crisis ecológica y la sociedad capitalista. Las sociedades capitalistas se caracterizan por albergar “en su propio núcleo una tendencia profundamente asentada a la crisis ecológica” (p. 106). La “contradicción ecológica” está anclada a la estructura institucional del sistema capitalista. De esta forma, a lo largo de su historia ha habido una predisposición de las sociedades capitalistas para generar crisis medioambientales recurrentes, razón por la cual se necesita de una “profunda transformación estructural” para superar las crisis.

Lo económico y lo no económico

El capitalismo es algo más amplio que un sistema económico. El capitalismo construye una forma de organizar 1) la relación entre la producción y el intercambio y 2) las condiciones de posibilidad no económicas de ambos. Las sociedades capitalistas institucionalizan la abstracción del “valor”. Este ámbito económico es “dependiente de toda una serie de actividades sociales, capacidades políticas y procesos naturales que en las sociedades capitalistas se definen como no económicos. Sin “valor” asignado y situadas fuera de él, estas actividades, capacidades y procesos constituyen premisas indispensables para la economía” (p. 107).

Por esta razón, la producción de mercancías dependen del trabajo asalariado y de los procesos naturales que aseguran los insumos necesarios para dicha producción. Asimismo, los beneficios o el capital no podrían ser posibles sin los órdenes jurídicos y los bienes públicos que sostienen la propiedad privada y el intercambio contractual. Las instancias no económicas constituyen elementos integrales del capitalismo.

De acuerdo con Fraser, “[e]quiparar el capitalismo con su economía es repetir mecánicamente la propia interpretación economicista que el sistema hace de sí mismo, lo cual supone en consecuencia perder la oportunidad de cuestionarlo críticamente” (p. 108). De esta forma, se torna fundamental comprender al capitalismo en sentido amplio, es decir, entender las actividades, relaciones y procesos “no económicos” propios del sistema y que hacen posible “la economía”.

Sólo así se comprende que la relación entre la economía y la naturaleza es una relación “contradictoria y tendente a las crisis”. La economía en el sistema capitalista depende de la naturaleza en dos sentidos: como proveedora de insumos y como vertedero de residuos.

El capital es una abstracción monetizada y diseñada para auto expandirse. El capital exige una acumulación infinita. Los capitalistas se benefician de apoderarse de los insumos de la naturaleza a bajo costo y trasladan los costes medioambientales a todas aquellas personas que se enfrentan a las consecuencias.

Por lo tanto, la relación entre el capital y la naturaleza es también una relación “extractiva y depredadora” al generar “valor” a través de la riqueza natural y negar al mismo tiempo las “externalidades” ecológicas. El capital también acumula los “ecodesastres” y por lo tanto, la economía capitalista desestabiliza sus propias condiciones de “posibilidad ecológicas”.

Las cuatro bases de la contradicción

Fraser resume la contradicción ecológica del capitalismo en cuatro palabras: dependencia, división, negación y desestabilización en tanto que la “sociedad capitalista hace que la "economía" dependa de la "naturaleza" al tiempo que las divide ontológicamente” (p. 110). Pero la contradicción también se manifiesta en términos de poder de clase. La organización de la producción se transfiere al capital o a quienes se dedican a acumularlo.

De esta forma, los capitalistas quedan habilitados para manipular y explotar todas las condiciones básicas que sostienen la vida en la Tierra.

Las regulaciones medioambientales siempre están un paso atrás de los emisores de gases de efecto invernadero. Por esta razón, las regulaciones son fáciles de subvertir y dejan intactas las divisiones estructurales que otorgan la licencia a los capitalistas de poseer los medios y la oportunidad de “violentar el planeta”.

Así, Fraser concluye que “las sociedades organizadas de manera capitalista portan en su ADN la contradicción ecológica” (p. 110). Por esta razón, en las sociedades capitalistas hay una tendencia, con carácter estructural, a acumular vulnerabilidades, alcanzar un punto crítico y generar crisis ecológicas.

Por lo tanto, para salvar al planeta es necesario desactivar “algunas características fundamentales y definitorias de nuestro orden social” (p. 111) y que la ecopolítica sea anticapitalista.

Ámbitos mutuamente constitutivos

En este apartado la autora resalta otros rasgos estructurales de la sociedad capitalista que de igual forma tienen un impacto en la naturaleza. Fraser plantea que “la naturaleza no es ni la única condición de fondo no económica para la economía capitalista, ni el único espacio de crisis en la sociedad capitalista” (p. 111). Existen otros prerrequisitos políticos y sociorreproductivos para asegurar la producción capitalista.

El capitalismo organiza y estructura las relaciones entre la producción y las múltiples formas de cuidados proporcionadas por comunidades y familias. Los ciudadanos son indispensables en cualquier sistema de aprovisionamiento social. Al igual que hay una tendencia de las sociedades capitalistas para generar crisis ecológicas, “[h]ay una tendencia a la crisis sociorreproductiva en el centro de la sociedad capitalista” (p. 112).

De igual forma, en la sociedad capitalista existe una contradicción análoga entre “lo económico” y “lo político”. En primer lugar, existen una gran cantidad de apoyos políticos que son la base de la economía capitalista tales como sistemas jurídicos que garantizan la propiedad privada y autorizan la acumulación.

No obstante, la forma en que se relacionan el sistema político y la economía también es desestabilizadora en tanto que hay una separación del poder privado del capital y el poder público de los Estados, la cual provoca que el poder privado del capital sea capaz de evadir las regulaciones del poder público generando una “tendencia a la crisis política en el centro de la sociedad capitalista” (p. 112).

Las contradicciones inherentes al sistema capitalista interactúan entre sí y se retroalimentan. En este sentido, la autora argumenta que la reproducción social está “íntimamente entrelazada con la reproducción ecológica, lo cual explica porque tantas crisis de la primera son también crisis de la segunda y porque tantas luchas por la naturaleza son también luchas por las formas de vida” (p. 113).

Razón por la cual cuando el sistema capitalista desestabiliza los ecosistemas, tanto los seres humanos como sus medios de vida y las relaciones sociales que los sostienen están en peligro. De tal forma, no se puede entender la contradicción ecológica del capitalismo si no se analiza en conjunto con la contradicción sociorreproductiva.

Por otra parte, en la sociedad capitalista los Estados tienen la potestad de vigilar el límite existente entre economía y naturaleza, “de promover o frenar el “desarrollo”, de regular o desregular las emisiones, de decidir dónde ubicar los vertidos de residuos tóxicos, sin mitigar sus efectos, así como de decidir a quién proteger y a quién poner en peligro” (p. 114).

Los Estados proporcionan el marco jurídico que permite a los capitalistas explotar a la naturaleza. Por lo tanto, las luchas por la relación existente entre la economía y la naturaleza son inevitablemente políticas. En palabras de la autora “[n]o podremos entender la dimensión ecológica de la crisis actual del capitalismo a no ser que comprendamos sus interacciones con el aspecto político” (p. 114).

La división constitutiva del capitalismo entre explotación y expropiación también se relaciona con lo ecológico. A lo largo de la historia se ha constatado que “la expropiación de algunos ha servido como condición propicia y no reconocida para la explotación rentable de otros” (p. 115). La expropiación ha sido un método por el cual los capitalistas han accedido a la energía y las materias primas a bajos costes o de forma gratuita.

Sin embargo, la expropiación de la naturaleza implica necesariamente la expropiación de las comunidades humanas al ser éstas quienes se enfrentan a los impactos medioambientales. Planteado lo anterior se entiende que “la contradicción ecológica del capitalismo no puede separarse fácilmente de otras irracionalidades e injusticias constitutivas del sistema” (p. 115). Por lo tanto no se debe adoptar la perspectiva ecologista reduccionista del ecologismo.

NATURALEZA: UN EXCURSO TERMINOLÓGICO

Fraser aborda la concepción de la naturaleza en dos sentidos distintos. Cuando se habla de calentamiento global la naturaleza es entendida como el objeto estudiado por la ciencia climática (Naturaleza I). Sin embargo, esa concepción científico-realista se opone a otro significado que la autora ha invocado para explicar la contradicción ecológica del capitalismo.

Aquí, refiere a la naturaleza “desde el punto de vista del capital como el otro ontológico de la "Humanidad": una colección de materiales, desprovistos de valor, pero que se autorreponen y son apropiables como medios para el fin sistémico de la expansión del valor” (Naturaleza II) (p. 116). Los argumentos de la autora han estado encaminados para evidenciar el “secuestro catastrófico” de la Naturaleza I sobre la Naturaleza II en la sociedad capitalista.

El objeto estudiado por el materialismo histórico es la Naturaleza III, la cual es “concreta e históricamente cambiante, siempre marcada previamente por interacciones metabólicas anteriores entre sus elementos humanos y no humanos” (p. 116). Esta tercera concepción de Naturaleza es fundamental para “retratar la relación existente entre sociedad-naturaleza entendida como un nexo histórico interactivo, un nexo que el capital ha intentado controlar y que ahora amenaza con eliminar” (p. 117).

2. REGÍMENES DE ACUMULACIÓN SOCIOECOLÓGICOS

La tendencia del capitalismo a las crisis ecológicas en términos estructurales encuentran expresión en formas históricamente específicas a lo que la autora denomina “regímenes de acumulación socioecológicos”. Cada régimen tiene una trayectoria específica de expansión y una forma específica de organizar la relación existente entre economía y naturaleza.

Asimismo, cada régimen desarrolla estrategias “para externalizar y manejar a la naturaleza” y desarrollar planes de mitigación de los efectos del cambio climático. Sin embargo, cada régimen establece la línea entre economía y naturaleza.

Cuando las consecuencias de las contradicciones ecológicas del capitalismo se vuelven insoslayables, aparecen las protestas. Las luchas pueden imponer un “nuevo régimen socioecológico” que proporciona un “alivio provisional” a las crisis. En la historia del capitalismo puede constatarse la sucesión de varios regímenes que en última instancia vuelven a generar una nueva crisis.

De esta forma, “[l]a división entre economía y naturaleza ha mutado varias veces en el transcurso de la historia del capitalismo, al igual que la organización de la naturaleza” (p. 119). En este sentido, la autora se propone cartografiar estos cambios y la dinámica de crisis que los impulsa.

Fraser identifica que la trayectoria histórica de la contradicción ecológica del capitalismo abarca cuatro regímenes de acumulación: la fase capitalista mercantil (Siglo XVI y XVII); el régimen colonial-liberal, (Siglo XIX y comienzos del XX); la fase dirigida por el Estado (segundo tercio del Siglo XX); y el actual régimen de capitalismo financiarizado (p. 119).

De acuerdo con la autora, la relación entre economía y naturaleza propia de cada una de las fases “ha asumido un aspecto distinto, al igual que los fenómenos de crisis generados por ella”. Asimismo, cada régimen propició y ha propiciado distintos tipos de luchas relacionadas con la naturaleza. En todos los regímenes las ecocrisis y la ecolucha han estado profundamente entrelazadas con otras facetas de crisis y de lucha basadas también en las contradicciones estructurales de la sociedad capitalista” (p. 119).

Músculo animal

En el capitalismo mercantil la energía eólica e hidráulica y tanto la fuerza humana como la de otros animales (bueyes, caballos) eran primordiales para la realización de la agricultura y la producción manufacturera. Los “agentes del capitalismo mercantil” se valieron de sistemas brutales de extractivismo socioecológico para aumentar las fuerzas de producción a través de la conquista de nuevos territorios y la adquisición de más suministros de trabajo.

Debido a esta dinámica violenta y devastadora contra hábitats, comunidades y medios de vida, se gestaron diversas resistencias que actualmente denominaríamos “las luchas "medioambientales" con las luchas por el trabajo, la reproducción social y el poder político” (p. 120). De forma general, el capitalismo mercantil “articuló la conquista y el extractivismo en la periferia con la desposesión y la ciencia moderna en el centro de la economía-mundo capitalista” (p. 121).

El rey carbón

En el siglo XIX, el segundo régimen comenzó a materializarse en Inglaterra, país que fue precursor del cambio histórico-mundial a la energía fósil. De acuerdo con Fraser, “[e]l régimen liberal-colonial apareció para liberar las fuerzas de producción de las restricciones que imponían la tierra y el trabajo” (p. 121). Este régimen dio pauta a una nueva naturaleza histórica en tanto que el carbón pasó a ser una mercancía comercializada internacionalmente.

La energía fosilizada permitió a los capitalistas reconfigurar las relaciones de producción que habían tenido lugar hasta entonces. Asimismo, la migración del campo a las ciudades propició el aprovechamiento de las reservas concentradas de trabajo proletarizado.

Los beneficios aportados por la explotación intensificada compensaron el coste del carbón. Asimismo hubo una transformación en los medios de transporte que agilizó “el movimiento de las materias primas y los productos manufacturados a lo largo de grandes distancias y de ese modo acelerando la rotación del capital e inflando los beneficios” (p. 122). Las ciudades y los campos también fueron transformados en este régimen al agotar los terrenos agrícolas y contaminar los espacios urbanos.

La disrupción masiva del ciclo suelo-nutrientes dejó en evidencia la contradicción ecológica del capitalismo en su fase liberal-colonial. La invención y la expansión de los fertilizantes químicos tuvieron diversos efectos contaminantes en el suelo y agua, afectando a miles de personas y animales.

En realidad, el aparente ahorro de trabajo y tierra era una forma de "desplazamiento de la carga medioambiental", un traslado desde el núcleo a la periferia del sistema-mundo capitalista . Actualmente los teóricos y los historiadores del imperialismo ecológico están calculando la medida real de este traslado de costes, al mismo tiempo que revelan “la estrecha conexión existente entre el anticolonialismo y el protoecologismo” (p. 124).

Fraser plantea que “las movilizaciones rurales contra la depredación liberal-colonial eran también una muestra del "ecologismos de los pobres", luchas por la justicia medioambiental” (p. 124). Debido a que varias comunidades subyugadas por los imperialistas europeos no distinguían drásticamente entre naturaleza y cultura, estas luchas también fueron con relación al significado y el valor de la naturaleza.

La era del coche

La energía exosomática fue el principal legado del capitalismo liberal-colonial y el cual ha propiciado el calentamiento global. Estados Unidos, en su calidad de nueva potencia hegemónica mundial, “construyó un novedoso complejo exosomático-industrial en torno al motor de combustión interna y al petróleo refinado” (p. 126) inaugurando la era del automóvil.

Para garantizar el suministro y el control del petróleo, Estados Unidos estuvo detrás de los golpes de Estado en el Golfo Pérsico y en América Latina. Las grandes empresas de hidrocarburos agudizaron la contaminación de la atmósfera. De acuerdo con Faser, la democracia social alimentada por el petróleo en el interior descansaba en una oligarquía impuesta militarmente en el exterior por Estados Unidos, y esto a su vez generó un potente movimiento ecologista.

Este ecologismo era más bien “progresista”, era de los ricos, era compensatorio y su objetivo era permitir que algunos estadounidenses huyeran temporalmente de la civilización industrial. No obstante, a partir de la publicación en 1962 de la obra de Rachel Carson “Primavera silenciosa”, surgió otro ecologismo cuyo objetivo era el núcleo industrial al exigir que la acción estatal estuviera encaminada a reducir la contaminación causada por las grandes empresas.

Como consecuencia se creó en 1970 la Environmental Protection Agency (EPA), una agencia para garantizar la reproducción social. Fraser menciona que “la regulación de la naturaleza por parte del Estado capitalista se construyó [...] a partir de un traslado oculto de costes”. De esta forma, en el centro de la economía-mundo capitalista, el régimen descargó desproporcionadamente las “ecoexternalidades” sobre las comunidades pobres, al mismo tiempo que intensificó el extractivismo y el desplazamiento de la carga medioambiental en la periferia (p. 127).

Los males globalizados

En la era del capitalismo financiarizado todos los “males” están presentes y se han exacerbado. “El desplazamiento de los procesos de fabricación al Sur global ha alterado la anterior geografía energética” (pp. 127-128), mientras que el Norte global se especializa en la tecnología de la información. En esta nueva era, el capitalismo continúa generando nuevas naturalezas históricas a un ritmo acelerado.

A medida que la biotecnología de última generación se une a la ley de propiedad intelectual más avanzada para diseñar nuevos tipos de renta monopolista, los cercamientos adoptan diversas formas en todas las fases del capitalismo. Las grandes farmacéuticas y las agroempresas se han aprovechado y han propiciado que el capital niegue a otros la capacidad de la naturaleza para reponerse. El resultado ha sido una red de “superbeneficios y múltiples miserias en la que lo medioambiental se entremezcla con lo social” (p. 129).

De acuerdo con la autora,“[e]stas asimetrías se suman a los nuevos modos de regulación financiarizados basados en nuevas concepciones neoliberales de la Naturaleza II” (p. 129). De esta forma, con la deslegitimación del poder público se profundiza la idea de que el mercado puede servir de “principal mecanismo de gobernanza efectiva” al reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y así salvar al planeta. No obstante, la autora advierte que “los planes de compensación de carbono no hacen sino alejar el capital del tipo de inversión masiva y coordinada que hace falta para desfosilizar la economía mundial y transformar su base energética” (p. 129).

Es así como el dinero fluye hacia el comercio especulativo de permisos de emisiones y los derivados medioambientales, promoviendo a través de la “regularización” un nuevo imaginario capitalista verde. Este nuevo imaginario somete a toda la naturaleza a una lógica economicista abstracta al mismo tiempo que representa “una forma nueva y compleja de internalizar la naturaleza, que eleva la abstracción epistémica un grado más, hasta el metanivel” (p. 130). La naturaleza financiarizada también es un vehículo de la expropiación.

Los marcos de regulación ambiental implementados por los Estados se han erosionado debido al poder del “capitalismo verde”. Es por esta razón que el activismo medioambiental se ha alterado de igual forma al buscar la justicia medioambiental. Estos movimientos abarcan una amplia gama de actores subalternos tanto en el Sur como en el Norte global que pueden lograr redes transnacionales. En este contexto, algunos movimientos y revueltas populistas tanto de izquierda como de derecha están retomando la idea de que el poder del Estado puede ser un medio fundamental para la “reforma ecosocial”.

3. POR UNA ECOPOLÍTICA

Uno de los argumentos centrales del texto de Fraser es que “el capitalismo alberga una contradicción ecológica profundamente asentada que lo inclina de modo no accidental a crisis medioambientales” (p. 131). Asimismo, estas dinámicas se entrelazan con otras crisis “no ambientales”. En este contexto, para salvar al planeta se necesita que la ecopolítica sea anticapitalista y transmedioambiental.

El capital está programado para desestabilizar las condiciones naturales de las que depende. Las contradicciones generan nuevos puntos críticos con efectos descontrolados y consecutivos. Cada régimen avanza en fases que van de la conquista a la colonización, el neoimperialismo y la financiarización, dado como resultado “una geografía centro-periferia en evolución constante en la que el límite existente entre esos dos espacios coconstituidos cambia periódicamente, al igual que el límite entre economía y naturaleza. El proceso que produce esos cambios genera la espacialidad específica del desarrollo capitalista” (p. 132).

De acuerdo a lo planteado por la autora, los daños ecológicos inherentes al sistema convergen con otros daños “no medioambientales” y que se encontraban arraigados en otras contradicciones “no medioambientales” propias de la sociedad capitalista.

En consecuencia, el régimen entra en crisis y moviliza sus esfuerzos para establecer un sucesor. Una vez que se establece el nuevo régimen, se reorganiza el vínculo entre la naturaleza y la economía, pero mantiene la ley de valor y, por lo tanto, la contradicción ecológica del capitalismo no se supera ya que “es repetidamente desplazada tanto en el tiempo como en el espacio” (p. 132). Las externalidades negativas se trasladan a las comunidades de “no cuentan” y a las generaciones futuras.

Un proyecto transmedioambiental

No se descarta la posibilidad de que un nuevo régimen de acumulación logre gestionar provisionalmente la crisis actual. Cualquiera que sea la solución temporal, se hace necesario un profundo reordenamiento del nexo entre la economía y la naturaleza, que desmantele las prerrogativas del capital.

De acuerdo con la autora, esta conclusión confirma su tesis principal: “una ecopolítica dirigida a prevenir la catástrofe debe ser anticapitalista y transmedioambiental” (p. 133). Asimismo, las diversas formas de dominación propias del sistema capitalista evidencian que las cuestiones ecológica, la opresión racial, el dominio imperial y desposesión, el genocidio y las cuestiones de poder político no pueden separarse.

Los daños ecosistémicos son capaces de provocar una ruptura en los lazos sociales. De igual forma, Fraser argumenta que “las asimetrías de poder permiten a algunos grupos traspasar la carga de las "externalidades" a otros”. En este sentido, se entiende por qué las luchas por la naturaleza se entrelazan con las luchas por el trabajo, los ciudadanos y el poder político.

Asimismo, “el ecologismo considerado como una cuestión independiente [es] históricamente excepcional y políticamente problemático” (p. 134). La premisa rectora de que es posible proteger el “medio ambiente” sin trastocar el marco institucional y la dinámica estructural de la sociedad capitalista se vuelve problemática.

La senda que debemos seguir

A lo largo de cada régimen se repiten de forma cíclica diversas crisis. Ante este hecho, la autora plantea la siguiente cuestión: ¿Desaprovecharemos las oportunidades de salvar el planeta por mostrarnos incapaces de construir una ecopolítica transmedioambiental y anticapitalista?

Algunos de los elementos necesarios para dicha política se encuentran en varios de los movimientos por la justicia medioambiental que abordan “el entrelazamiento del daño ecológico con uno o más ejes de dominación, en especial el género, la raza, la etnia y la nacionalidad” (p. 136), incluidos los movimientos obreros, descolonizadores e indígenas.

No obstante, estos movimientos se enfrentan a una limitante que impide la gestación de la ecopolítica transmedioambiental y anticapitalista. Los movimientos por la justicia medioambiental se siguen centrando “en el impacto dispar de las ecoamenazas sobre las poblaciones subalternas y no prestan suficiente atención a la dinámica estructural subyacente de un sistema social que no solo produce disparidades en los resultados, sino también una crisis general que amenaza el bienestar de todos” (p.136). Por esta razón, su anticapitalismo y transecologismo no es sustancial ni lo suficientemente profundo.

Los movimientos centrados en el Estado carecen de una perspectiva amplia y variada, “no calculan adecuadamente la posición y el poder del adversario de clase en la medida en la que conservan la premisa socialdemócrata clásica de que el Estado puede servir a dos amos, que puede salvar al planeta domesticando al capital y que puede hacerlo sin necesidad de abolirlo” (p. 136). Asimismo, estos movimientos no son suficientemente anticapitalistas y transmedioambientales.

Fraser plantea que una ecopolítica anticapitalista debe desmantelar el imperativo programado de crecimiento del “valor” y, al mismo tiempo, tratar la cuestión de cómo hacer crecer de manera sostenible los bienes, relaciones y actividades capaces de satisfacer la enorme extensión de las necesidades humanas. En realidad, “las orientaciones asociadas con el decrecimiento, como el ecologismo del estilo de vida, por una parte, y los experimentos de vida comunal prefigurativos, por otra, tienden a evitar la necesidad de enfrentarse al poder capitalista” (p. 137).

En el contexto actual, las aportaciones de cada uno de los movimientos no equivalen a un nuevo sentido común ecopolítico y no convergen en un “proyecto contrahegemónico de transformación ecosocial” que sea capaz de salvar al planeta. Si bien presentan elementos transmedioambientales, estos “no se encuentran integrados en un diagnóstico robusto de las raíces estructurales e históricas de la crisis actual” (p. 137).

Se necesita una perspectiva amplia y que no pierda de vista todos los elementos que se encuentran interconectados en la sociedad capitalista, sólo de esta forma se puede implementar un proyecto contrahegemónico. Se necesita del anticapitalismo, ya que éste “es una pieza que dota de dirección política y fuerza crítica al transecologismo” (p. 108). En el contexto actual de la crisis multifacética del capitalismo, nuestra mejor esperanza es que se articule “un bloque contrahegemónico, que sea transmedioambiental y anticapitalista” capaz de transitar hacia el “ecosocialismo” (p. 138).

Nexo con el tema que estudiamos: 

El presente trabajo analiza las transformaciones del sistema capitalista enmarcadas en las contradicciones y las crisis autogeneradas por el mismo. El colapso sistémico comprende dimensiones del quiebre ambiental, energético, tecnológico, la crisis sanitaria, y la crisis política y social. Se trata de una crisis multimodal y sus diversos aspectos se retroalimentan y someten al sistema a diversas situaciones de estrés. En este sentido, el argumento central de la autora es que se necesita un bloque contrahegemónico, transmedioambiental y anticapitalista para hacer frente a la crisis multimodal y transitar al “ecosocialismo”.