Teoría crítica en la guerra social del fin del mundo

Cita: 

Sandoval, Marcelo [2020], "Teoría crítica en la guerra social del fin del mundo", Utopía y praxis latinoamericana, 25(90): 12-31, julio-septiembre, https://produccioncientificaluz.org/index.php/utopia/article/view/32367/...

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
2020
Tema: 
Teoría crítica radical para salir de los moldes de pensamiento dominantes
Idea principal: 
Marcelo Sandoval Vargas pertenece a la División de Estudios de Estado y Sociedad del Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales de la Universidad de Guadalajara.
“La lógica espectacular imperante en cada resquicio de nuestras vidas ha desarticulado la capacidad de crítica” (p. 13). Puesto que la sociedad de las mercancías ha dominado nuestra entera existencia, esta se vuelve miserable. Esta degradación se hace palpable en espacios como las universidades, en donde la burguesía ha concentrado esfuerzos y el conocimiento persigue la ley de la producción industrial. Así, la producción de conocimiento no es capaz de analizar de manera coherente el presente. Para lograr esto último, se debe comenzar por reconocer que la ciencia “es el principal artífice del sistema” (p. 13).

Contrario a lo que pregona el pensamiento burgués, la capacidad para producir una teoría coherente no es fruto de individualidades con ciertas capacidades intelectuales, sino producto de un conjunto de sujetos que niegan su condición a través de la praxis y se afirman desde la lucha contra el orden existente.

El pensamiento crítico es aquel que se crea en los momentos históricos en que un sujeto colectivo “se autocrea para negar de manera unitaria el mundo” (p. 14). En la actualidad, este proceso se ha suprimido o se expresa de manera incompleta debido a la ausencia de tal sujeto. Este pensamiento requiere abandonar los análisis especializados de lo social-histórico para entenderse desde los “problemas revolucionarios reales” (p. 14).

Mientras el pensamiento burgués es aquel de las minorías y la fragmentación disciplinar, el pensamiento radical pertenece a las comunidades que luchan “contra la totalidad de la sociedad de clases” (p. 14).

La formación de esta teoría radical, tiene como primera certeza la ausencia de un sujeto revolucionario capaz de representar un proyecto histórico, la memoria de los oprimidos y una práctica con capacidad de imponerse a la violencia capitalista. De modo dialéctico, nuestra incapacidad de producir dicho sujeto se relaciona con la ausencia de tal teoría, que “no es más que la negación total de esta sociedad” (p. 15). Esta unidad entre teoría y práctica es la base de la acción revolucionaria.

La segunda certeza es que el planteamiento anterior no invisibiliza la existencia de una multiplicidad de experiencias de resistencia que hacen aportaciones al pensamiento radical. No obstante, hasta ahora, estas expresan de manera fragmentada la perspectiva revolucionaria. La sintonía entre ellas es clave para avanzar hacía una lucha organizada contra la no-vida.

Este pensamiento radical debe expresarse en un lenguaje histórico, “que no es más que el lenguaje de la contradicción” (p. 15); su opuesto es el lenguaje de la separación, esto es, el lenguaje de la economía. Únicamente “el pasado oprimido y la memoria insurrecta recreados-desviados” (p. 15) pueden ser material para un proyecto histórico en contra del mundo capitalista, patriarcal, estatal, colonial e industrial.

Si bien en la actualidad hemos cedido en la mayoría de los aspectos, en el pensamiento no debemos desistir: “la teoría crítica será radical y negativa o no será nada, ni como pensamiento ni como crítica” (p. 15). Esta negación del mundo es la defensa y el arma para construir nuevas alternativas.

El malestar difuso y sus ideologías

Actualmente, las apariencias e ilusiones dominan sobre lo real. Los productos de la creatividad humana y la subversión pueden ser convertidos en mercancías por el espectáculo. Aunado a esto, se desprecia la comprensión histórica del mundo y las formas de socialización de los sujetos en la actualidad obstaculizan la conversión de lo vivido en experiencia.

Las universidades y gran parte de los esfuerzos activistas y militantes de la actualidad reflejan lo anterior. El campo académico destaca por su simulación de conocimiento; no obstante, el problema del conocimiento también recae en que la ciencia es el principal artífice de la división de clases. Por su lado, los grupos activistas y vanguardistas rechazan la actividad teórica, mientras actúan sin estrategia ni proyecto político. Al no “problematizar críticamente donde estamos situados” (p. 17), estos últimos corren el riesgo de generar prácticas que fortalezcan el orden social.

Dado que estamos tan permeados por el imaginario social burgués, así como por las relaciones, significaciones e instituciones que lo acompañan, recurrir al sentido común se vuelve otro problema. Ante esto, se vuelve imperante comenzar por replantearnos las críticas y las soluciones fáciles.

Así, lo que domina en la actualidad es la carencia de pensamientos, actuaciones e intenciones revolucionarias debido a “un proceso de degradación de la vida, resultado de la estrategia que ha implementado el capital en las últimas décadas, una guerra total contra todo aquello que se puede convertir en mercancía” (p. 17). El pensamiento crítico ha abandonado su combatividad; ahora solo deja las cosas como están.

La teoría crítica ha perdido su capacidad de destrucción, por lo que se requiere crear una nueva teoría radical capaz de negar al mundo en su totalidad, sirviéndose de un lenguaje común. Para que se conforme contra una ofensiva al orden y a la teoría inerte, este nuevo pensamiento debe surgir de “la lucha, el dolor, la rabia y los deseos de venganza” (p. 18).

Dos tipos de pensamiento se presentan como alternativas al pensamiento dominante. Por un lado, las críticas laterales, que se colocan aparte y no explican causas. Por el otro, palabrerías banales con conclusiones místico-mágicas. “El acto de reflexionar ha sido sustituido por ideologías” (p. 18). El carecer de memoria histórica obstruye la comprensión del presente y la construcción del futuro. Esta conciencia antihistórica conforma a sujetos “desarraigados y desarmados, apáticos y bajo crisis de ansiedad” (p. 18).

Así, dos procesos se retroalimentan: la miseria que se nos impone y una respuesta pasiva. Lo incierto de nuestro malestar no nos permite identificar quién es responsable de él, ni como combatirlo. También, este sentir es reconducido por la minoría opresora para que los oprimidos se identifiquen con ellos y caigan en una falsa conciencia que no les permite identificar su condición de dominados y explotados.

De esta forma, el problema de la transformación ya no es, únicamente, la incapacidad de formar la revolución, sino también la falta de voluntad por buscarla –dado que resulta imposible e impensable–. Asimismo, esta parte de la sociedad también escapa de los antagonismos, escenario bajo el cual, “la posibilidad del fin de nuestra especie es más deseable que la destrucción de las relaciones sociales” (p. 19).

La clase media es este estrato de la sociedad que, al haber interiorizado la explotación, se convierte en el resguardo de la alienación social. Como carece de una perspectiva histórica y crítica de su realidad, no busca confrontaciones con el Estado. Incluso, la sumisión en la actualidad ya no se limita a este último, sino que se extiende a la violencia que suministran los grupos de las economías capitalistas ilegales como los cárteles y las bandas armadas; mismos que siguen operando bajo la ley de la acumulación y la de la producción de mercancías. “A la clase media no le importa sacrificar la libertad con tal de tener seguridad, no le importa renunciar a vivir mediante el trabajo sin descanso con tal de poder consumir, no ve problema habitar el mundo de lo falso y las apariencias mientras que eso le permita eludir la responsabilidad sobre sus problemas y sobre el destino de su vida” (p. 20). Así, la clase media “define a la mentalidad totalitaria” (p. 20).

Aunque, el sector de los excluidos no siempre representa antagonismo social. El partido de la estabilidad crea confusiones para que sus intereses coincidan con los de ellos. Estas ideologías impiden reconocer a los enemigos y utilizar cualquier medio en su contra.

La sensatez y la memoria viva, frutos de los agravios sufridos es aquello de lo que se ha despojado a los sujetos. Sin ellos, la tarea de pensar se ve como una labor profesional de la esfera privada. La teoría se convierte en ideología, es decir, en ideas que no pertenecen al análisis histórico de la realidad, en una “relación esquizofrénica” entre lo que se cree y lo que ocurre.

“La ideología como esquizofrenia da cuenta de un sujeto social que al serle incomprensible o insoportable su mundo no lucha contra él, sino que decide suplantarlo por otro pero con la finalidad de adaptarse, de hacer soportable su realidad, (…), para elevarse a un falso mundo de ideas, a un ideal de certezas gracias a las respuestas, creadas a priori, que le aporta su ideología” (p. 21).

Una de las vertientes del pensamiento no radical es el pensamiento especializado. Este se caracteriza por expresarse desde la singularidad y la fragmentación de la realidad. El resultado es la deshistorización, despolitización y desvinculación de los planteamientos pertenecientes a la totalidad social. Esta tendencia lleva a las disciplinas de las ciencias sociales a expresarse desde la particularidad.

“La singularidad es el arma del pensamiento débil y reaccionario” (p. 22). Es la consideración de todas las posturas como válidas porque lo único que hay son interpretaciones y posturas personales y privadas que deben ser respetadas. Este pensamiento desemboca en posturas reaccionarias e irracionales que surgen de la miseria en que se vive. Esta situación no se limita al tiempo presente, sus orígenes se ubican en los inicios de la sociedad burguesa, con las seudociencias llamadas “humanas”.

Así, todo se relativiza y se rebaja a una publicación de Facebook o Twitter; la verdad y lo falso se contraponen. Todo ello a consecuencia de que la escolarización actual se considera como un supuesto de bienestar a pesar del malestar generalizado, y que esta crea “puestos de trabajo neodoméstico” (p. 22).

Es indispensable crear un lenguaje de la contradicción que comunique los cambios en la cotidianidad y nos permita salir de los modelos de pensamiento imperantes. Dichos modelos no se plasman únicamente en el conocimiento especializado, sino también en diversas ideologías que van desde el fascismo hasta “los distintos izquierdismos pseudoradicales” (p. 23). Todas ellas buscan que la realidad se acople a su ideología, lo que resulta en posturas políticas totalitarias. Al estar desprovista de cualquier fundamento y explicar la realidad por partes, la ciencia es otra de estas ideologías.

Lo crítico o radical es pensado como una abstracción fuera de la sociedad. Así, no es posible pensar a la dominación dentro de la cotidianidad y se oculta la capacidad de la teoría crítica de negar el mundo.

La pseudo-radicalidad se opone a la postura revolucionaria, la única forma de identificar y ponerle fin a las opresiones. Descalificar a ciertas voces por no contar con cualidades para hablar de tal o cual tema es caer en la ideología neoliberal, que presupone que la única opinión válida es la de los expertos.

El lugar del pensamiento crítico es el rechazo total y unificado de la sociedad espectacular-mercantil y el poder jerárquico, no únicamente aquel que diagnóstica la catástrofe. La conciencia histórica es la energía de la revolución social del fin del mundo, revolución cuyo objetivo es sobrevivir.

Algunas pistas en la búsqueda de una teoría radical

El declive de la civilización capitalista es un proceso gradual que se vive a medida que transcurre. “La culminación y quiebre de la civilización capitalista (…) es un estado de excepción permanente donde ‘el ultraautoritarismo y el capital no son de ninguna manera incompatibles’” (p. 25).

La única manera de recuperar el espacio público es rescatando la vida que diariamiente nos es negada; partiendo del reconocimiento de que la corrupción del tiempo presente deviene de que nos han vencido en el pasado. Se debe crear una crítica radical a las condiciones de la vida actual, que deje de lado la superstición y religión, artífices que marginan u ocultan las críticas coherentes existentes. Este pensamiento se realizará renovando las reflexiones radicales de los tiempos pasados.

Para que las ideas vuelvan a ser combativas se requiere de la memoria. La memoria rehará la historia y nos situará en el ahora-tiempo crítico –o, abierto–. “El pensamiento crítico entonces se instituye como pensamiento de la historia, como lenguaje de la contradicción, así el conocimiento de nuestra sociedad se configura desde una perspectiva negativa” (p. 26).

La memoria crítica de este movimiento deberá implicar una crítica a todos los poderes y todos los ámbitos de la vida social alienada, así como contar con sus propias respuestas prácticas.

Luego de dos ofensivas revolucionarias –la del siglo XIX y primeras décadas del XX, así como aquella de las décadas de 1960 y 1970– quienes son dueños de la sociedad, en alianza con el partido de la estabilidad, se han esforzado por evitar los momentos de antagonismo revolucionario y la conformación de una comunidad de lucha. Las dos derrotas de nuestro bando son un punto de partida para la reflexión. El partido del orden, ahora, se propone evitar posibilidades revolucionarias. Para ello, despliegan una guerra preventiva de amplio espectro: despliegue de la violencia y el terror en algunas regiones y la inducción a la renuncia y el conformismo en otras.

Las experiencias de índole revolucionaria se encuentran apartadas y la contestación se expresa fragmentariamente. Al ser parte del bando derrotado, nos hemos quedado sin herramientas prácticas y teóricas para hacerle frente a nuestro enemigo. Ni siquiera hemos sido capaces de reconocer que el punto de partida es la derrota. Estas herramientas deben ser defensivas y tener miras hacía la construcción de un proyecto que moldee la revolución social del fin del mundo. Este deberá oponerse a la sociedad de clases frente a la única alternativa que nos plantea la destrucción de la naturaleza.

Para enfrentarnos a la dominación de todas las esferas de nuestra vida requerimos, primero, reconocer que estamos en el mismo camino que nuestros enemigos, sin perder de vista que estos deben permanecer como enemigos. La memoria y la reflexión crítica son lo único que nos dotará de una teoría radical.

Este pensamiento radical se expresará en un lenguaje histórico, o sea, de la contradicción, ya que buscará prácticas sociales radicales que se convertirán en pensamiento vivo y devenir. Abolir el trabajo-mercancía es la única alternativa para salvar a la historia.

La catástrofe que ya está aquí ha paralizado nuestra actuación y nuestro pensamiento, por tanto, aparece la culpa para descalificar cualquier intento de rebeldía por oponerse al orden imperante. No obstante, “siempre nos queda nuestra capacidad de imaginar” (p. 28). Saldremos del miedo una vez que confiemos en nuestra capacidad de derribar toda alienación: “el acontecimiento realizado es el garante de la teoría” (p. 28).

Ahora, lo primero para construir nuestra defensa es crear una crítica unitaria que nos permita “contribuir a la elaboración y difusión de un lenguaje crítico común” (p. 28). La perspectiva revolucionaria pondría toda la energía generada de la represión en la voluntad para seguir.

Una teoría para los tiempos actuales debe recordar que no basta con deshacerse del opresor, sino que las nuevas formas de organización deben impedir que exista algún otro. “No podemos aspirar a menos que a la apropiación de nuestra historia” (p. 29).

Nexo con el tema que estudiamos: 

Las revisiones a la teoría crítica y su contraste con el tiempo presente son necesarios para replantearnos cómo se piensa a la realidad misma. Textos como el presente conllevan a una reflexión y autocrítica en torno a la forma en que se entiende y analizan distintas vertientes de la realidad como la trayectoria del capitalismo y la crisis civilizatoria.