El tiempo de la violencia generalizada

    Raúl Ornelas*
    la carne cubre el hueso y dentro le ponen un cerebro y a veces un alma,
    y las mujeres arrojan jarrones contra las paredes, y los hombres beben demasiado, y nadie encuentra al otro,
    pero siguen buscando, arrastrándose de cama en cama.
    la carne cubre el hueso y la carne busca algo más que carne.
    no hay ninguna posibilidad: estamos todos atrapados por un destino singular.
    nadie encuentra jamás al otro.
    los tugurios se llenan, los vertederos se llenan, los manicomios se llenan, los hospitales se llenan, las tumbas se llenan
    nada más se llena

    Charles Bukowski, A solas con todo el mundo

    La violencia es una relación fundante de la civilización capitalista. La historiografía social ha documentado con amplitud los procesos de cercamiento de las tierras comunales, los múltiples despojos y las prácticas coloniales que hicieron posible la formación del mercado mundial y la constitución del capitalismo como sistema-mundo. A pesar de tales evidencias, el pensamiento liberal consigue instalar la ficción que sitúa la violencia y sus múltiples formas como hechos del pasado, cuya existencia contemporánea es resultado de sociedades o de grupos sociales “incivilizados” o poco civilizados. Para el pensamiento liberal, la violencia es una anomalía ajena al capitalismo plenamente desarrollado, en el que el conflicto social se dirime a través de las instituciones democráticas y en el terreno de la política. Contra esa visión, absurda y sin embargo dominante, proponemos dos vertientes para comprender la imbricación orgánica entre capitalismo y violencia. Se trata de una aproximación inicial que intenta conjuntar dos tipos de análisis: 1) el social, situado en el nivel de la producción, y 2) el individualizado, situado en el ejercicio de la sexualidad. Es importante subrayar que existen otras vertientes que ilustran la relación violencia-capitalismo, como señala el texto de Daniel Inclán. Nuestra aproximación pretende formular un método de análisis y no constituye una descripción exhaustiva.

    En primer lugar, consideramos que el papel de la violencia en el capitalismo está vinculado directamente a las maneras de organización productiva y social de esta civilización. En los términos más generales, el macro-proceso de abstracción que hace posible el desarrollo capitalista, implica la indiferenciación de las personas mediante el desgarramiento de los vínculos colectivos y sociales. La subjetividad básica, por llamarla de alguna manera, o dicho de manera más precisa, una de las capas primarias de la subjetividad producida por el capitalismo, es la del individuo fragmentado y que tiende a la hostilidad, el resentimiento y a las interacciones agresivas. Como expresión de la contradicción entre las posibilidades abiertas por la socialización moderna, en particular el desarrollo de las fuerzas productivas, y los límites que imponen las relaciones sociales al desarrollo de individuos y grupos, la subjetividad producida por el capitalismo tiene como coordenada principal la frustración, situación que conduce a los miedos y las reacciones defensivas, entre ellas, de manera destacada, la agresión y la sumisión.

    Aunque nuestra especie es social por necesidad de supervivencia, el capitalismo realiza cotidianamente la hazaña civilizatoria de reducirnos a la condición de individuos aislados, supuestamente soberanos en sus decisiones y realmente atados y dependientes del sistema para nuestra reproducción. Es evidente que el análisis de las formas contemporáneas de la violencia corresponde a una perspectiva social; no obstante, consideramos que es preciso también tomar en cuenta las expresiones individualizadas (que no individuales) de tales formas de violencia.

    De manera análoga a la homogeneización de los trabajos concretos (tejido, labranza, forja, etc.) que quedan reducidos a cantidades de trabajo abstracto y se expresan como magnitudes de dinero, la dinámica de la acumulación de capital conduce a que los pueblos, colectivos y familias pierdan sus formas de existencia y sean transformados en individuos indiferenciados, cuya existencia transcurre mediante diversos roles generales: ciudadano, trabajador, consumidor, espectador, son cuatro de los más frecuentes y potentes para dar coherencia a la civilización capitalista.

    En esta perspectiva, lo fundamental reside en las diversas formas de integración a la civilización capitalista mediante los roles sociales generales. La cohesión de la civilización capitalista está constituida por una miríada de posiciones sociales altamente diferenciadas. La organización social capitalista no se reduce a los vínculos generales, sino que también crea multitud de posiciones sociales: es una organización en trama, que integra ejes y particularidades, es una organización que opera mediante redes asimétricas de vínculos de diversas calidades. Es preciso insistir que tales relaciones no solo son de competencia, dominación y explotación sino que también comprenden relaciones de cooperación, de reconocimiento, de conflicto, etc. La cuestión que queremos destacar es la importancia que tienen la intensidad y el alcance de cada tipo de relación para el análisis de las violencias, ámbitos en los que es posible reconocer la preeminencia de las relaciones de poder. Así, al analizar las redes de la organización capitalista es posible constatar que están instrumentalizadas por los dominadores para alcanzar los objetivos de la obtención de la ganancia y el ejercicio del poder.

    Un segundo ámbito en que se generan las condiciones de posibilidad de la violencia es la llamada economía libidinal. Con todas las precauciones necesarias debido a nuestros limitados conocimientos sobre el tema, y siguiendo los postulados generales de los estudios sobre el comportamiento humano y la sexualidad, parece plausible sostener que la represión sexual y las diversas formas de gestión de la sexualidad que caracterizan a la civilización capitalista, tienen un papel destacado en la generación de prácticas violentas. Es posible observar que la fragmentación y la destrucción de los vínculos sociales también afectan los fundamentos y las formas en que se ejercen las sexualidades. Se produce, como en el resto de las relaciones sociales, una disminución no solo de la relaciones sexuales sino incluso de los ámbitos en que se ejercita la sexualidad. En el capitalismo contemporáneo, la sexualidad se desacraliza, se convierte en mercancía y, en apariencia, está al alcance de cualquiera; sin embargo, la miseria sexual, entendida como la precariedad del ejercicio de la sexualidad, se expande e intensifica, creando vacíos sociales y pulsiones violentas de diversos tipos e intensidades. El “modelo” de la comunicación instantánea y omnipresente que coexiste con el encierro virtual y la fragmentación casi total, puede trasladarse al exceso de sexualización de las imágenes y los imaginarios que se vive de manera aislada, individualizada.

    Regresando a Bukowski, estamos solos en medio de todo el mundo. En este ámbito, el capitalismo también se densifica, al punto que su dispositivo incorpora la hipersexualización, la pornografía y el comercio sexual omnipresentes, sin perder su carácter represivo. Así, la intensificación de la escasez sexual y la mercantilización de la sexualidad constituyen fuentes complementarias de frustración y violencia.

    En esa lógica, es posible declinar múltiples prácticas sociales que al tiempo que abren horizontes de acceso a la riqueza material y a la satisfacción de todo tipo de necesidades, limitan la realización de los deseos y aspiraciones para la mayor parte de las personas. Las subjetividades formadas a partir de situaciones de frustración, represión, miedo, no solo son funcionales a la disciplina que nos mantiene dentro de los márgenes del trabajo y el consumo capitalistas, sino que nos sitúan en una condición que tiende al ejercicio de la violencia, de las distintas formas de violencia. La densificación de la alienación capitalista que nos separa cada vez más de nosotr@s mism@s es la condición de posibilidad de deslizarse hacia actos de violencia y horror. La alienación que cada vez más tiende a ser total, destruye a las y los individu@s, y sobre todo, destruye los vínculos sociales. La generalización de las condiciones que producen este tipo de subjetividades, constituyen el fundamento profundo de las situaciones de violencia generalizada que viven tanto las sociedades periféricas como las metropolitanas.

    Diferentes niveles del ejercicio de la violencia

    Siguiendo esta propuesta de análisis, es posible categorizar las principales formas de la violencia en el capitalismo en época de bifurcación. Este ejercicio está ordenado en relación a la intensidad y alcance del impulso autodestructivo de cada forma de violencia.

    1. Violencia como sentido social. Bajo el capitalismo decadente, se vive un cambio profundo de los sentidos de la vida en sociedad, así como de los sujetos que consiguen imponer sus visiones y formas de vida como paradigmas colectivos. La proliferación y fortalecimiento de los grupos criminales rompe, por la vía de los hechos, la ficción del sentido social articulado en torno al proceso económico, según el cual, las diferentes relaciones contractuales mediadas por las instituciones capitalistas, desembocan en el bienestar generalizado. En la medida en que los participantes respeten las reglas existentes, codificadas bajo la forma de la ley, el respeto de las leyes garantiza la victoria de los “mejores” en la competencia. En el capitalismo contemporáneo, los grupos criminales controlan algunas de las actividades más rentables, acaso solo superados por las corporaciones transnacionales más grandes del mundo. En esa medida, poseen los recursos materiales y financieros para imponer sus formas de acción, caracterizadas por la violencia extrema, y por esa vía, refutan por completo el sentido ficticio de las sociedades liberales; debido a la proliferación de los grupos criminales, aparece desnudo en su crudeza el sentido de la sociedad capitalista: el predominio de los más fuertes. La desaparición paulatina de la frontera entre lo “legal” y lo “ilegal”, fortalece tanto a los grupos criminales como a las prácticas violentas mediante las cuales esos grupos obtienen todo tipo de beneficios. Este tipo de pragmatismo legitima el ejercicio de múltiples formas de violencia y disemina las prácticas de agresión y despojo como nuevo sentido social, mismo que coexiste con otros sentidos generales y tiende a fortalecerse. Su forma extrema es la constitución de señoríos en los que la única institución, fluctuante y sin ley, son los grupos capaces de ejercer la violencia organizada.

    El resto de sujetos dominantes no son ajenos a esta generalización de la violencia como principio de articulación social. Las acciones de corporaciones, gobernantes y políticos abandonan todo límite social, legal o ético, para adoptar un pragmatismo extremo, cuyo único objetivo es la consecución de ventajas. Ejemplos de ello son los proyectos extractivos que destruyen el ambiente y desgarran el tejido social de los territorios donde se llevan a cabo. En torno a ellos se conjugan los intereses corporativos y la irresponsabilidad, corrupción e inoperancia de las instituciones y los gobernantes. La acción de los políticos profesionales también se caracteriza por posturas pragmáticas y cínicas, y por acciones que van contra toda forma de interés colectivo, en aras de obtener posiciones de poder y beneficiarse económicamente de ellas.

    2. La naturalización e institucionalización de la violencia. La situación de violencia generalizada produce cambios en la subjetividad, exacerbando la situación de frustración y creando comportamientos destructivos y autodestructivos. En el contexto del capitalismo decadente que produce ingentes y crecientes masas de personas desechables y superfluas, las generaciones nacidas en contextos sociales de violencia generalizada ya no encuentran un “afuera” que sirva como contraste y eventual escape. Para porciones crecientes las poblaciones desposeídas, la participación en actos violentos y de ejercicio del horror son parte de una “formación profesional”, principal medio de movilidad al interior de los grupos criminales. Lindando con el dispositivo totalitario, existen violencias extremas conformadas por las técnicas contrainsurgentes que los militares de élite aportan a los grupos criminales. La violencia pasa de ser una excepción a ser la normalidad para grupos sociales cada vez más amplios, disputando la soberanía a las instituciones, y, tras alcanzar cierta masa crítica, imponiendo sus propias reglas del juego tanto respecto de la obtención de ganancias (modos de exacción), como de la convivencia social.

    3. La violencia contra lo no-humano. Invisibilizada durante largo tiempo por las corporaciones y los gobiernos, y hoy convertida en un recurso para generar las situaciones de necesidad que permitan militarizar las sociedades, la violencia contra lo no-humano constituye el principal y más urgente riesgo existencial para las formas de vida en el planeta. El entendimiento de este macro-proceso secular requiere de establecer el vínculo orgánico, directo, entre las formas capitalistas de producción y la destrucción del ambiente. En tanto el objetivo declarado y aceptado de la civilización capitalista es el combate a la escasez, las violencias contra lo no-humano aparecen como insumos y males necesarios para el aumento del bienestar humano: la historia de la creación de las plantaciones, la urbanización y las grandes obras de infraestructura ilustra esta lógica, que justifica la devastación del ambiente mediante los beneficios reales o supuestos para la vida humana.

    Hasta donde conocemos las especies que habitamos el planeta, es posible afirmar que no hay reproducción sin devastación o consumo productivo de lo otro: la reproducción se convierte en un problema cuando la escala y el alcance de esa destrucción superan las capacidades regenerativas del ambiente. Tal es el tema principal en esta dimensión de las violencias: las capacidades de producción que poseen las sociedades contemporáneas son también poderosas potencias destructivas del ambiente y de las formas de vida que alberga, potencias sin precedente en la historia, y solo comparable a los fenómenos y macro-procesos no-humanos, que en otras épocas desestabilizaron el ambiente hasta el punto de extinguir buena parte de las formas de vida en el planeta. En esa perspectiva, es posible trazar un amplio arco que una, en un extremo, los devastadores efectos de los alimentos ultraprocesados para el ambiente y para la salud humana, y en el extremo opuesto, la ingente extinción de las especies (la llamada sexta extinción de origen antropogénico); arco que sirva como perímetro de las diversas formas en que el capitalismo destruye directa e indirectamente el ambiente. En cada caso, es posible establecer las múltiples formas en que la producción capitalista provoca cambios en el ambiente que tienen consecuencias nefastas para los seres vivos. Y como cierre del círculo suicida, a pesar de tales evidencias de la violencia contra lo no-humano, se constata la vigencia y la adhesión social que gozan las narrativas del progreso y el bienestar humanos, que siguen siendo dominantes para gran parte de la población.

    4. La violencia feminicida. Es posible reconocer una forma de la violencia generalizada ejercida contra las mujeres en los países latinoamericanos, y en muchas otras geografías, si bien sus genealogías son múltiples y sujetas a amplios debates. En principio, la violencia feminicida está vinculada con pulsiones sexuales sublimadas hasta el extremo por el patriarcado exacerbado en estas sociedades sumamente conservadoras. La desaparición de las ataduras que en otro tiempo civilizaron al capitalismo crea las condiciones para el surgimiento de las personalidades sicópatas (relativamente excepcionales), y sobre todo, para la proliferación de los impulsos asesinos y profanadores cada vez más presentes en estas sociedades. En la violencia feminicida convergen las frustraciones sexuales con aquellas derivadas de la expulsión de la producción de grandes contingentes de trabajadores, hombres que sumidos en la atomización y la falta de acceso a los consumos, reaccionan con violencia contra las mujeres. Asimismo, se constatan formas de consumo destructivo de las mujeres, convertidas en mercancías desechables y de uso libre una vez que son apropiadas por traficantes de personas.

    En paralelo a estas formas extremas, las luchas de las mujeres hacen evidentes las relaciones patriarcales y sus profundas raíces en las sociedades contemporáneas. En las instituciones y en la vida cotidiana, existen relaciones entre géneros y formas culturales que inferiorizan a las mujeres y naturalizan las formas de dominación que sobre ellas se ejercen, constituyendo el fundamento de las violencias feminicidas.

    5. La violencia extrema de las élites. En las acciones de las élites, pragmáticas, egoístas y centradas en la obtención de todo tipo de beneficios, se ilustra el sentido profundo de la civilización capitalista. La creación y el acceso a cada vez más dispositivos de ejercicio del poder da a las élites el conocimiento y la posibilidad de hacer casi “cualquier cosa” que necesiten y/o deseen. La escala y el alcance que tiene la violencia de las élites en el capitalismo contemporáneo establece una línea de continuidad entre los actos de crueldad extrema que unen agresiones personales, las decisiones de inversión, el consumo suntuario y la irresponsabilidad. Así, también es posible reconocer la unidad de las consecuencias nefastas de las acciones de las élites para el ambiente y las sociedades. Las acciones de las élites provocan e inciden en cada una de las formas descritas, particularmente en la violencia contra lo no-humano. De acuerdo con el credo vehiculado por los medios masivos de comunicación y muchos ámbitos de la educación formal e informal, particularmente las familias, cualquier persona puede ser “rica y famosa”. La construcción de alternativas civilizatorias requiere de una profunda crítica del papel de las élites en la sociedad capitalista, en tanto la cultura dominante ha conseguido colocarlas como paradigma del éxito y ejemplo a seguir, en tanto prueba de los beneficios de la civilización contemporánea.

    En resumen, la situación de violencia generalizada es un modo de organización social que se corresponde con las situaciones de precariedad y escasez creciente que caracterizan a las sociedades contemporáneas. Los vínculos directos entre las formas de la violencia y las formas de producción muestran que la violencia es consustancial no solo a la fundación del capitalismo, si no a su funcionamiento cotidiano.

    En otra perspectiva, estos análisis abren una posibilidad de crítica a las estrategias y el pragmatismo de los gobiernos progresistas en América Latina. En efecto, la comprensión de las relaciones entre las formas de la violencia y el desarrollo capitalista permite afirmar que es un contrasentido hacer frente a la situación de violencia generalizada únicamente mediante medidas asistenciales que no atacan el problema fundamental: la necesidad de crear riqueza material y subvertir los imaginarios predominantes, hoy día articulados en los valores patriarcales, consumistas, ecocidas y autodestructivos.

    La dinámica capitalista incluye bajas dosis de lucidez, funciona de manera predominante en el caos mercantil en que los triunfos económicos conllevan altos costos incluso entre los propios capitalistas. La dinámica capitalista es profundamente contradictoria; el único límite que ha encontrado son las luchas históricas que lo han civilizado, por ejemplo, las luchas por la jornada de trabajo de ocho horas, la seguridad social, las luchas de liberación nacional, las luchas de las mujeres, las luchas socioambientales, todas ellas luchas que alcanzaron la masa crítica para cuestionar aspectos nodales de la dominación capitalista. Ante esa constatación, es preciso preguntarnos sobre la existencia y las posibilidades de articulación de luchas sociales contra la situación de violencia generalizada. La historia social muestra que la convivencia humana incluye tanto actitudes prosociales como actividades cooperativas que crean sentidos comunes. La determinación y las pulsiones sistémicas no son las únicas posibilidades de la vida en sociedad. Algunas experiencias de respuestas comunitarias, sobre todo en comunidades indígenas de América Latina, muestran que existen caminos diferentes al fortalecimiento de las fuerzas armadas y la imposición de una lógica militar al conjunto de la sociedad.

    En ese sentido, la formulación de alternativas frente a la situación de violencia generalizada es una pregunta estratégica, vital en todo sentido para construir otras formas de vida que no estén fundadas en la depredación y la explotación.