Cultivos transgénicos en América Latina: expropiación, valor negativo y Estado

Cita: 

Lapegna, Pablo y Gerardo Otero [2016], “Cultivos transgénicos en América Latina: expropiación, valor negativo y Estado”, Estudios Críticos del Desarrollo, Zacatecas, Universidad Autónoma de Zacatecas, VI(11):19-45, julio-diciembre.

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
2016
Tema: 
Problemas que implica el cultivo de transgénicos en AL
Idea principal: 

Pablo Lapegna es profesor asistente del Departamento de Sociología y del Instituto de Estudios Latinoamericanos y del Caribe de la Universidad de Georgia, Estados Unidos.

Gerardo Otero es profesor de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Simon Fraser, Canadá.


Introducción

El uso de semillas transgénicas es polémico y discutido en países latinoamericanos como México, ya que se consideran como una amenaza a la soberanía alimentaria nacional y a la biodiversidad. Los cultivos transgénicos generaron una serie de movilizaciones sociales en su contra. Sin embargo, este tipo de cultivos han sido adoptados en países como Argentina y Brasil (ver Datos cruciales 1-7).

La producción de transgénicos cambia el uso de la tierra, fomenta la expulsión de campesinos y pueblos indígenas; promueve la deforestación de bosques nativos y provoca problemáticas relacionadas con la salud pública debido a los herbicidas tóxicos.

En este artículo, los autores se centran en dilucidar la relación entre el régimen alimentario neoliberal y los cultivos transgénicos en la región latinoamericana. Con este objetivo en mente, los autores proporcionan conceptos y definiciones relevantes y críticas para contextualizar estudios de caso sobre Organismos Genéticamente Modificados (OGM). Las claves analíticas utilizadas son expropiación, acumulación por desposesión y valor negativo; éstos no se pueden entender sin tomar en cuenta al régimen alimentario neoliberal.

Régimen agroalimentario neoliberal

El marco conceptual del régimen agroalimentario es útil para entender la relación entre la agricultura y la acumulación de capital mundialmente. Según Harriet Friedmann y Philip McMichael, un régimen alimentario hace referencia a “una dinámica temporal específica de integración a la economía política agroalimentaria global”. Este tipo de régimen se caracteriza por integrar relaciones que lo forman y que, al mismo tiempo, son constituidas por estructuras institucionales geográficamente específicas.

Cada régimen está basado en relaciones comerciales internacionales relativamente estables, pero desiguales. Friedmann y McMichael identifican tres regímenes alimentarios: 1) el extensivo-colonizador, dominado por el imperio británico hasta la Primera Guerra Mundial; 2) el intensivo-excedentario, surgido después de la Segunda Guerra Mundial y encabezado por Estados Unidos; 3) el régimen corporativo.

Para los autores de este texto, el régimen corporativo se designa como “régimen alimentario neoliberal”, el cual opera desde 1980 y también es impulsado por Estados Unidos. Este régimen tiene como contrapartida la dieta neoliberal. En primera instancia, se describe la existencia de un dominio de los alimentos procesados destinados para la clase trabajadora estadounidense; a eso de le puede llamar “dieta industrial”. Por otro lado, la dieta neoliberal tiene un componente de alimentos de lujo (carne, vinos, frutas, productos con valor agregado, etc.), cuyo acceso está limitado a las clases medio-altas. La dieta neoliberal se remonta a los cultivos de OGM, producto de la ingeniería genética (ver Dato crucial 8).

Cabe destacar que el Estado no ha tenido un papel menor en la producción agroalimentaria y en la introducción de transgénicos a los campos de diversas geografías. Para comprender esta participación estatal, los autores proponen el término de “neorregulación”. Este concepto se contrapone a la idea neoliberal sobre la desregularización, la cual minimizaría el papel del Estado.

Lo anterior es relevante porque hace un matiz respecto a la participación del Estado en el régimen agroalimentario neoliberal; así, es posible concebir una serie ccontrastes entre la economía mundial, el sistema-mundo y el dominio de las agroempresas multinacionales (AEM).

Para los autores, existen varias diferencias entre el segundo y tercer régimen alimentario:

1) La globalización de la agricultura a través del comercio mundial.

2) La biotecnología como el principal motor de la producción que perpetúa la “larga Revolución Verde”.

3) El Estado promueve a las AEM como agentes económicos esenciales.

Entonces, la integración económica mundial es facilitada por los gobiernos mediante la neorregulación. Este concepto permite apreciar las nuevas formas de intervención estatal al promover proyectos de desarrollo neoliberales. Las políticas neoliberales se promueven en organizaciones y tratados internacionales como la Organización Mundial del Comercio o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

A parte del sistema-mundo, es necesario tomar en cuenta ciertas mediaciones como la agencia colectiva a nivel estatal, nacional y subnacional, donde los movimientos sociales y organizaciones desprenden algunas de sus acciones de resistencia.

Los autores argumentan que es necesaria una concepción matizada del Estado con la que se pueda englobar la lucha de clases en diferentes escalas. Así, se presenta un marco analítico que sea sensible a diferentes niveles de abstracción y que incorpore al análisis las distintas escalas locales, regionales, nacionales e internacionales.

Uno de los enfoques destacables es el de Vida, el cual hace referencia a una metodología que se centra tanto en el estudio de la vida real de las personas como en las relaciones de explotación y opresión; al tiempo que se destacan sus resistencias y luchas para convertirse en grupos y clases organizadas con intereses específicos.

Este enfoque considera que el sistema-mundo debe de ser transformado en el corto y mediano plazo (aunque eso pueda parecer reformista). También pone atención a las relaciones con el Estado y la sociedad en aras de un proyecto “popular-democrático emancipador”. Simultáneamente, el enfoque Vida presenta una visión crítica hacia el Estado en tanto que éste puede contribuir a la expansión de las relaciones capitalistas, la explotación y el despojo, incluso cuando trata de “incorporar demandas populares”.

Los autores se preguntan en qué medida las organizaciones sociales pueden obtener concesiones del Estado sin comprometer su autonomía y continuar con la lucha por sus intereses.

Acumulación por desposesión y valor negativo

En esta sección los autores discuten dos conceptos teóricos útiles para pensar en los cultivos transgénicos y el neoliberalismo en América Latina: acumulación por desposesión y valor negativo.

La acumulación originaria, acuñada por Karl Marx en El Capital, contribuye al entendimiento de los varios procesos de expropiación en América Latina desde los inicios de la colonización y consecuente modernización en el siglo XVI.

En Europa la acumulación originaria tuvo como correlato los inicios de la industrialización y urbanización. En Estados Unidos los agricultores familiares fueron desplazados por la agricultura capitalista. En América Latina, la modernización agrícola no tuvo un correlato en la industrialización que impulsara la proletarización del campesinado. Sin embargo, esto cambió con la revolución biotecnológica a partir de la década de los años 90 del siglo XX.

Respecto a América Latina, los autores se cuestionan si la agricultura moderna representa una forma renovada de expropiación o si los productores directos se enfrentan a la denominada acumulación por desposesión, cuñada por David Harvey.

Otro concepto descrito es el de valor negativo. Éste fue propuesto por Jason Moore y tiene la intención de argumentar que la catástrofe ecológica climática impulsada por el capitalismo del siglo XXI afecta al mismo proceso de valorización capitalista. Moore alude a los crecientes costos de producción y a los efectos del cambio climático.

Así, el valor negativo ilustra una contradicción interna del capitalismo y devastadora para este modo de producción. Los autores rescatan este concepto porque lo consideran relevante para entender la modernización en la agricultura en América Latina.

La acumulación capitalista consiste en dos procesos: la valorización del capital y lo que Moore llama “apropiación”. Desde inicios del capitalismo, los propietarios de los medios de producción se han adueñado de los recursos naturales y de partes que corresponden a los costos de reproducción de la fuerza de trabajo.

Desde la década de los años 70 del siglo XX, se habla de las “externalidades” (como la contaminación u otras formas de degradación ambiental), causadas por la producción y acumulación capitalistas. Sin embargo, este concepto se contrapone al de valor negativo, ya que este último hace referencia a los factores “externos” que no “están fuera” de la producción y acumulación capitalista, sino que la conforman.

El valor negativo puede ser entendido como “la acumulación de límites biofísicos para el capital”, que ahora restringe la alimentación, la fuerza de trabajo, la energía y materias primas. Según los autores, uno de los límites de la agricultura capitalista moderna se vuelve ineficiente en términos energéticos (ver Dato crucial 9).

Otro límite de la agricultura es la intoxicación que ésta produce al utilizar tantos herbicidas y fertilizantes para incrementar el crecimiento de la productividad en este sector.

Cultivos transgénicos en América Latina

El análisis de los autores se basa en la relación entre la biotecnología y el neoliberalismo para comprender a los cultivos transgénicos. Los autores suponen que es imposible separar a los cultivos de OGM de su contexto social, en el que las AEM son sujetos que los desarrollan y promueven. Por otra parte, los autores indican que la relación entre neoliberalismo y biotecnología agrícola no es lineal per se; sin embargo, entre ambas existe una serie de afinidades.

Por su parte, la neorregulación implica “el fortalecimiento de la legislación que protege los derechos de propiedad intelectual”, asunto clave para las AEM: los cultivos transgénicos son patentados por las corporaciones, al tiempo que producen los avances biotecnológicos que fueron comercializados y adoptados en el apogeo del neoliberalismo en países latinoamericanos.

Los autores también argumentan que el neoliberalismo no es sólo una ideología de la clase dominante, sino que se adapta y moviliza subjetividades de sectores de la clase media y agricultores. Esto se puede observar con los “entusiastas adoptadores” de los cultivos transgénicos. Un ejemplo es Argentina, donde las AEM venden semillas transgénicas y agroquímicos utilizados por medianas empresas agroindustriales.

El concepto de acumulación por desposesión de David Harvey es interesante para criticar la “modernización agrícola”; con ese término podemos entender la expropiación de los productores directos y el despojo de su tierra al considerarla como cualquier otra actividad extractiva: la fertilidad de la tierra es abusada; mientras los agroquímicos contaminan el medio ambiente.

En el resto de la publicación, varios autores y autoras exponen estudios de caso respecto al uso de transgénicos en América Latina.

Carla Gras y Valeria Hernández se enfocan en la legitimación biotecnológica en Argentina y el papel que las clases capitalistas argentinas desempeñaron en dicho proceso. Su artículo analiza la función de la biotecnología no sólo como un instrumento de producción, sino como una “ideología promovida para legitimar la comprensión específica del desarrollo agrario, coherente con el mantenimiento del liderazgo económico e ideológico” de la burocracia agraria argentina.

Amalia Leguizamón hace una documentación de la agricultura transgénica inscrita en el impulso extractivista de la década de los años 2000, cuando los gobiernos promueven la modernización y la “colocan” en las manos de las AEM. Esta autora se centra en el caso argentino donde se dio un movimiento campesino-indígena contra la fumigación con agroquímicos.

Marla Torrado presenta un estudio de los gobiernos de los Kirchner en Argentina (2003-2015), los cuales apoyaron el empleo de transgénicos, al tiempo que implementaron un “posneoliberalismo”. Torrado evidencia cómo estos gobiernos continuaron una política de Estado donde los “actores económicos transnacionales” respaldaron esta modernización política y tecnológica.

Arturo Ezquerro Cañete nos ilustra cómo el “régimen soyero neoliberal” se extendió por Argentina, Brasil y Paraguay. Este último es uno de los países más pobres y ha sido impactado por lo que Cañete llama “acumulación por desposesión y fumigación”. Debido a las fumigaciones, campesinos fueron expulsados de sus comunidades y han sido despojados de muchas de sus tierras.

Laura María Gutiérrez Escobar y Elizabeth Fitting hacen un análisis etnográfico de la Red de Semillas Libres (RSL) en Colombia. Mediante proyectos que relacionan las semillas con la soberanía, la desobediencia civil y las demandas legales, la RSL lucha para rechazar los transgénicos y proteger la diversidad. Asimismo, la RSL desafía los nuevos derechos de propiedad intelectual y las normas sobre semillas adoptadas por el tratado de libre comercio con Estados Unidos.

Renata Motta explora la dinámica alrededor de los transgénicos en Brasil y destaca el papel de la neorregulación. Su investigación señala la política respecto a los cultivos transgénicos centrada en el Estado nación; éste es focal en “la aplicación de un régimen agroalimentario" sustentado en la biotecnología.

Irma Gómez explora los efectos ecológicamente desastrosos que la soja transgénica causó en la península de Yucatán. Este cultivo transgénico afectó a los apicultores mayas. La autorización de 2011 para cultivar soya transgénica amenazó la apicultura maya como forma de subsistencia para los campesinos mayas en Campeche. La autora también documenta la lucha en contra de los transgénicos, así como las alianzas entre las comunidades mayas, apicultores, organizaciones civiles y universidades.

Finalmente, los autores señalan que esta publicación de Estudios críticos del desarrollo expone un análisis sobre cómo funciona la acumulación de capital en la agricultura contextualizada en la era neoliberal.

Datos cruciales: 

1. En 1996, el gobierno argentino aprobó la comercialización de soja resistente al herbicida glifosato.

2. En 2000, la soja transgénica fue adoptada en Uruguay.

3. Las semillas de soja transgénica fueron contrabandeadas desde Argentina y sembradas ilegalmente en Paraguay al sur de Brasil en la década de los años 90.

4. Los cultivos transgénicos se legalizaron entre 2004 y 2005 en Brasil y Paraguay.

5. En 2011, se sembraron cultivos transgénicos en 66 millones de hectáreas en América del Sur, lo que representa 40% de la superficie plantada con esos cultivos.

6. Mesoamérica es el principal centro de biodiversidad del maíz, donde se originó hace 10 000 años.

7. La soja se produce en América del Sur como cultivo de forraje para los mercados de exportación.

8. Irónicamente, muchos de los productos de los cultivos transgénicos se destinan a la producción de ganado o alimentos procesados. Sólo 6% de la producción mundial de soja se consume en forma de granos, tofu u otro uso fermentado; 94% se transforma en harina de soja y aceite que se destina a nuevas etapas de producción.

9. Según Moore, en la década de 1930 se requerían cerca de 2.5 calorías para producir 1 caloría de alimento; esta relación ha aumentado desde entonces a 7.5:1 en la década de 1950, y a 10:1 en la década de 1970. En el siglo XXI de 15 a 20 calorías son necesarias para generar “una caloría de alimentos desde la granja hasta la mesa, y considerablemente más que esto para la fruta fresca”.

Nexo con el tema que estudiamos: 

Este artículo es interesante porque señala ciertas claves teóricas que contribuyen a interpretar la comercialización y uso de los cultivos transgénicos, así como otras mercancías producidas por las empresas transnacionales que conforman el agronegocio en la región latinoamericana. Así, el cultivo de transgénicos no sólo genera problemas ambientales, sino también afecta a las comunidades campesinas e indígenas. Esos conflictos socioambientales atraviesan una serie de ejes no sólo económicos y sociales, sino también políticos y culturales. Aun cuando el Estado ha fomentado el uso de transgénicos a través de la neorregulación y las políticas neoliberales, la resistencia civil se hace presente utilizando diferentes estratégias organizativas y de protesta.