Los resultados de la pasada COP27 celebrada en Egipto no generaron la expectativa esperada. Lo más relevante de la reunión fue crear los medios necesarios para que los países ricos pagaran a los países pobres por los daños generados por el cambio climático (un fondo de aproximadamente 260 millones de dólares). El dilema fue sobre quién debía pagar a quién.

Polémicamente, de acuerdo con la ONU, China el segundo mayor contaminante del planeta después de Estados Unidos, debía recibir apoyo de los países ricos porque se le considera un país en vías de desarrollo.

Por el otro lado, en la reunión del G20 en Indonesia, Estados Unidos y China volvieron a reavivar las pláticas sobre el trabajo conjunto para frenar el cambio climático. Este hecho nuevamente vuelve a levantar los ánimos en el tema debido a que la acción de ambas naciones puede generar cambios sustanciales al ser los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero (40% de las emisiones anuales globales).

Sin embargo, las relaciones China-Estados Unidos aún navegan por mares de incertidumbre por lo tensa que es la situación de geopolítica actual. Este hecho se puso de manifiesto cuando Nancy Pelosi visitó en agosto Taiwán, lo cual hizo que el gobierno de Xi dimitiera de reanudar las pláticas sobre cambio climático.

Para el gobierno chino, la cooperación climática va de la mano con la relación que tengan ambos países. En enero del próximo año Pelosi será reemplazada y se espera que quien ocupe el cargo, siga manteniendo las buenas relaciones.

A pesar de que la tensión se encuentra presente, se cree que incluso la rivalidad entre las dos naciones puede traer beneficios para el tema medioambiental como fue el caso de la Guerra Fría y todos los avances en ciencia y tecnología derivados de la competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética.