Los múltiples rostros del colapso civilizatorio
Enviado por raulob en Lun, 05/13/2024 - 22:11La contribución de Francisco Montaño, “Tres maneras de caer”, invita a pensar en las continuidades y discontinuidades que caracterizan la trayectoria del capitalismo, con el fin de exponer la situación contemporánea y los escenarios que prefigura. Para el autor, en nuestra época se superponen tres lógicas sociales que hacen frente a las catástrofes en curso, cada una con estrategias y prácticas diversas, que en ocasiones son contrapuestas. A partir de sus argumentos, presentamos contrapuntos y posibles prolongaciones para seguir con el problema.
Las temporalidades del colapso
La idea de un colapso constante, mediante la cual se asume que es uno de los recursos a través de los cuales el capitalismo se recompone a lo largo de su historia, conduce al debate sobre la definición del término y sus posibles usos para una interpretación de conjunto sobre la actual situación. Al presentar esa interpretación del colapso, Montaño privilegia un entendimiento político del proceso. Esta derivación tiene el mérito de conectar la disipación de las relaciones capitalistas que caracterizan al periodo de bifurcación sistémica (iniciado, según Immanuel Wallerstein, durante la revolución mundial de 1968 y la crisis energética de los años setenta del siglo xx), con los macro-procesos seculares que permitieron la rearticulación, aparentemente sin fin del sistema mediante soluciones espaciales y tecnológicas, al mantener bajos costos de los insumos esenciales (lo que Jason W. Moore, denomina los cuatro baratos: alimentos, energía, fuerza de trabajo y materias primas).
Del mismo modo, la interpretación del colapso permanente resulta problemática para establecer una diferencia histórica nítida de la trayectoria del sistema-mundo capitalista. En efecto, el análisis histórico permite definir tendencias de larga duración en el desarrollo del sistema, en un ciclo que dura ya más de 500 años; pero es necesario caracterizar cada una de las épocas que recorre, así como sus procesos de transición. En esa perspectiva, la época actual está marcada por la tendencia a la disipación y desaparición paulatina de las relaciones sociales que permitieron la reproducción en escala ampliada del capitalismo. A diferencia de otros procesos de recomposición, en los que parecía anunciarse el fin del sistema, hay una degradación inédita de las bases materiales y sociales que hacen posible su reproducción. Sostenemos que, por claridad conceptual e histórica, el colapso, entendido como quiebre irremediable de la civilización capitalista, no puede formar parte de las soluciones que permiten la expansión del sistema. En la medida que es un escenario desconocido, que no es resultado de las recomposiciones internas, sino de una acumulación centenaria de efectos devastadores, el colapso no puede situarse como la continuidad de una condición recurrente.
Consideramos que los procesos referidos por el autor corresponden a las soluciones espaciales, tecnológicas y sociales que permitieron la expansión mundial del capitalismo, al crear nuevos objetivos de valorización y mecanismos para la superación de los obstáculos que enfrenta la acumulación de capital. Caracterizar como colapso a la relación constante de creación y destrucción propia del desarrollo capitalista (que sirve como proceso de ampliación de las fronteras de valorización, de la reinversión de excedentes de capital, de mecanismos de reorganización territorial y de control de poblaciones, entre otros) no da cuenta de la situación actual. Para exponer la dialéctica entre creación y destrucción, podemos recurrir a interpretaciones comprehensivas como la de la producción social del espacio (Henri Lefebvre y David Harvey), la economía-mundo (Fernand Braudel), la constitución y reproducción del sistema-mundo (Immanuel Wallerstein), la ecología-mundo (Jason W. Moore), el extractivismo (Eduardo Gudynas y Maristella Svampa), el colonialismo sistémico (Pablo González Casanova), la crisis civilizatoria (Bolívar Echeverría), los estudios sobre el cambio tecnológico y sus efectos (Günther Anders), entre otras muchas derivas. Pero, para pensar la situación del colapso, como un proceso estrictamente contemporáneo, además de estos análisis de las tendencias internas del desarrollo capitalista y sus mecanismos de solución a sus atolladeros recurrentes, hay que se sumar las explicaciones de los estudios transdisciplinarios, que ponen atención a los efectos acumulados de las “soluciones” capitalistas, por lo menos de la época del capitalismo fósil. De esta vertiente de análisis, destacamos las explicaciones sobre los límites planetarios, la gran aceleración, los bucles de retroalimentación, los puntos de inflexión, la adaptación radical, entre los más relevantes. Finalmente, hay una serie de investigaciones pioneras sobre los ejercicios de ingeniería social más recientes y devastadores, entre muchas otras interpretaciones que ayudan a comprender tanto el periodo liminar que vivimos como las tendencias de transformación que están en acción.
Otro contrapunto sobre esta perspectiva del colapso constante, es que relega procesos históricos fundamentales para el sistema-mundo, aquellos que sirvieron como mecanismo de contención de las lógicas creativo-destructivas del capitalismo. Los genocidios y la desaparición de civilizaciones ancestrales, como resultado de las colonizaciones europeas, son, desde el punto de vista de estas civilizaciones, una forma de colapso, como señala Montaño; se trató de la destrucción de sus bases de reproducción y el fin de sus procesos de socialización autónomos. Sin embargo, ese derrumbe no fue absoluto, las civilizaciones colonizadas no fueron “borradas de la faz de la tierra”; sus ruinas fueron integradas a la empresa expansiva de la acumulación de capital, sobre todo bajo la forma de fuerza de trabajo superexplotada y de insumos productivos de bajo costo y alta rentabilidad (metales preciosos, alimentos, cultivos, entre los más importantes). Pero también construyeron formas de vivir dentro del capitalismo que expresaban la posibilidad de sobrevivir en un contexto que les negaba la vida; para ello, recrearon sus formas antiguas y las mestizaron con las coloniales, produciendo entornos habitables en medio del nuevo orden civilizatorio. Por lo que los “colapsos” de las sociedades colonizadas experimentaron soluciones de continuidad que fueron integradas en el capitalismo.
Creemos que estos casos de destrucción masiva de las formas culturales locales son muy distintos al del colapso civilizatorio contemporáneo. No sólo por la escala, ya que por primera vez se experimentan transformaciones mundiales sin solución dentro de la misma lógica que las originó; también porque el quiebre contemporáneo tiene como uno de sus fundamentos, la ruptura de los metabolismos planetarios que hacen posible la vida en sus diferentes formas. A diferencia de los colapsos parciales, el actual genera consecuencias imprevistas para todas las formas de existencia cultural y ecosistémica, no sólo para emplazamientos delimitados o para algunas formas de vida.
Es aquí donde encontramos un límite de la comparación histórica. Si bien la difusión del término colapso se originó en trabajos comparativos, como los de Jared Diamond o Joseph Tainter, que confrontaron el fin abrupto de civilizaciones en distintas geografías y distintos momentos, su uso para explicar la situación contemporánea necesita reconocer variaciones de escala, de ritmos, de efectos y de posibilidades. Al considerar estos elementos, el sentido del término se debe modificar y con ello sus posibilidades comparativas. El colapso civilizatorio al que asistimos es inédito. Lo que no significa que no haya procesos históricos con los cuales comparar para tratar de entenderlo, pero no bajo la imagen de un fin sistémico de escalas planetarias.
Los límites de las esporas
El modo espórico que visualiza Montaño amalgama una gran diversidad de respuestas que se articulan para hacer frente al capitaloceno. Tanto desde la perspectiva del diseño civilizatorio, como de las experiencias directas, las esporas cambian el terreno de la experimentación social, al encauzar la energía colectiva hacia la construcción de nuevas formas de vida y de nuevas relaciones con lo no-humano. Al tiempo que son procesos de creación actualizan memorias de larga duración, funcionan como articuladoras de los tiempos pretéritos con presentes alternativos.
Sin negar su importancia, es relevante expandir las reflexiones sobre ellas a partir de una pregunta existencial: ¿las esporas podrán escalar en alcance y calidad para satisfacer las necesidades básicas de miles de millones de personas?
Para responder la pregunta, tenemos que reconocer que las esporas son aún tributarias de su relación con el capitalismo. A pesar de criticarlo y de presentar opciones de vida ahí donde la vida está constantemente negada, no logran romper totalmente con la civilización capitalista. Los ejemplos son múltiples y evidentes. Podemos citar los problemas de seguridad y de gestión de los “delitos graves” que enfrentan las experiencias de justicia comunitaria más avanzadas, como los de las comunidades zapatistas y de Cherán en México, así como los dilemas que enfrenta la Guardia Indígena del Cauca ante la militarización de sus territorios, por no hablar de las alianzas geopolíticas que atraviesan la lucha revolucionaria de los pueblos kurdos. En otros planos mucho más sutiles, es clara la dependencia de prácticamente todas las esporas respecto de las grandes infraestructuras energéticas, eléctricas, hídricas, sanitarias, y alimentarias, por nombrar solo las más abarcantes e indispensables para la reproducción de la vida.
Al reconocer esta integración a las formas capitalistas de gestionar las necesidades básicas ¿cuál será el efecto de la desaparición de esos “entornos” capitalistas? ¿las esporas serán suficientemente sólidas para crear nuevas bases de reproducción fundadas sobre otro tipo de relaciones? Tales interrogantes son de carácter existencial y, en esa medida, deben estar presentes en los proyectos espóricos. Las alternativas civilizatorias no pueden limitarse a refuncionalizar las infraestructuras capitalistas o a su reconstrucción parcial, sino que deben reconocer el papel que juegan en la satisfacción, parcial y deficiente, de necesidades básicas, para inventar nuevas relaciones que permitan la reproducción colectiva.
Ahí encontramos unos de los atolladeros de las esporas. Si bien la creatividad que despliegan en el ejercicio de la autonomía es muy importante, no logran romper las formas capitalistas de crear y satisfacer necesidades. La manera de encarar esta ruptura necesaria no siempre aparece como una reflexión central en las formas espóricas, ya sea porque se asume que el proyecto mismo implicará una superación voluntarista del mundo capitalista, o porque se piensa que puede haber una gestión no-capitalista de las creaciones capitalistas; esto se ilustra de forma clara con la idea de la “neutralidad de la tecnología”. Sin duda, no hay una respuesta única, ni sencilla, pero eso no elude la necesidad de mantener abierta la pregunta.
Un segundo plano de reflexión es acerca de las respuestas posibles de las esporas frente a los efectos del colapso sobre la demografía de la especie humana. Dejando de lado los escenarios más extremos, esbozados por autores como Joseph Tainter, Jared Diamond, Dmitry Orlov o Ives Cochet, que prevén una reducción de hasta la mitad de la población mundial, es evidente que el colapso de la civilización capitalista implica la ruptura de la mayor parte de las redes productivas que, mal y bien, permiten la reproducción inmediata de una población que rebasa ya los 8 mil millones de personas. En los peores escenarios del colapso sistémico una disminución significativa de la población es plausible. Y esto no puede ser obturado por las actividades autónomas de las esporas.
El quiebre abrupto de las relaciones capitalistas afectaría profundamente las posibilidades de reproducción de los distintos grupos humanos. Aunque hay cada vez más colectividades preparándose para crear sus propias condiciones de sobreviviencia, siguen siendo pequeñas en relación con las que dependen de los mecanismos capitalistas. Por lo que las esporas deberán hacer frente tanto a la escasez y la pérdida de los apoyos que aportaba el capitalismo, como a las presiones de grupos y masas errantes sumidas en la desposesión absoluta y sometidas a la desesperación de alcanzar su reproducción inmediata. En medio de contextos amenazados por la acumulación de afecciones producidas durante más de cinco siglos de capitalismo (tierras empobrecidas, aguas y aires contaminados, ecosistemas degradados, etc.), hay que sumar las acciones de millones de personas con poca capacidad para responder con autonomía creativa a las catástrofes. Sin recurrir a imágenes distópicas o interpretaciones de una “naturaleza” humana egoísta, es muy probable que los millones de personas que no han creado condiciones para enfrentar el colapso presionen a las esporas para que les ayuden o resuelvan sus necesidades. Esta presión puede constituir una fuerza disgregadora de las formas espóricas, y por esa vía, de profundización del colapso.
La formulación de escenarios tiene un importante campo de desarrollo en las prefiguraciones de las actividades espóricas. A los aspectos más evidentes como son las diferencias debidas al colonialismo, la acumulación de riqueza material, el clivaje entre los medios urbanos y rurales, es preciso sumar las especificidades de las culturas locales y la preparación estratégica de las esporas para poder enraizarse al punto de garantizar su reproducción de corto y mediano plazo. Porque el trabajo de la autonomía no se aprende ni ejecuta en poco tiempo, mucho menos en contextos de precariedad radical.
Esto no significa que las esporas estén obligadas a enseñar a quienes no tienen las herramientas prácticas y conceptuales para enfrentar el colapso. Pero si es necesario que en sus consideraciones sobre el presente y el futuro de sus acciones consideren que las personas desposeídas verán en ellas un espacio para intentar resolver sus necesidades, y no necesariamente por mecanismo colaborativos.
En ese horizonte, consideramos crucial los debates sobre la producción de alimentos y de energía, en tanto fundamentos de la reproducción de cualquier forma cultural conocida. Poner en cuestión la escalabilidad y los alcances cuantitativos de tecnologías como la agroecología y las energías renovables es el primer paso de una reflexión-experimentación estratégica que dé sustento material a las esporas en tanto alternativas civilizatorias. Lo que en grupos pequeños y controlados funciona hasta ahora, no necesariamente funcionará en el futuro en escalas mayores.
Por ejemplo, en años recientes, desde perspectivas académicas y de organizaciones y colectivos se afirma que es posible alimentar a la población mundial a partir de prácticas agroecológicas, cuestión crucial que necesita ser explorada a profundidad, considerando elementos productivos (uso del agua y de la tierra, rotación de cultivos, fertilizantes, trabajo vivo, maquinaria, redes de conservación y distribución, etc.), así como factores sobre la calidad y regularidad de los alimentos producidos. Si bien las prácticas agroecológicas funcionan bien en entornos pequeños, no logran, hasta ahora, una escala más amplia y una independencia total de las dinámicas capitalistas.
Acaso más acuciante y complejo es el desafío de la producción de energía para sostener la reproducción de miles de millones de personas, en escenarios en que los combustibles fósiles se agotan aceleradamente. De manera similar que en el caso de la agroecología, las experimentaciones con las tecnologías lentas, el retorno a la energía animal (incluyendo la humana), y las energías no-humanas que no requieren de alta tecnología y altos gastos de materiales y energía para su fabricación, muestran, todas ellas, que la energía que es posible producir no podría sostener el funcionamiento de las infraestructuras básicas (agua, movilidad, electricidad), ni los consumos mínimos de la vida cotidiana actual. La dimensión energética del colapso, que tienen que encarar las prácticas de las esporas, implica graves consecuencias para las sociedades hipercomplejas y sus espacios privilegiados, las mega-ciudades.
Finalmente, reconocemos otra reflexión sobre las actividades creativas de las esporas, aquella que comprende aspectos que muy pocas veces son abordados colectivamente en la civilización capitalista. Se trata de construir sentidos comunes a partir de las cuestiones fundamentales: ¿cuáles son las necesidades básicas y esenciales que se buscan satisfacer? ¿para qué y cómo se organiza dicha satisfacción? La forma espórica debe evitar el dilema extinción-supervivencia, una de las perspectivas dominantes en la que se encara el problema del colapso. Sus propuestas no pueden reducirse a un proceso de sobrevivencia en medio de la amenaza generalizada de muerte. En cambio, su reto es levantar proyectos civilizatorios que ponga en cuestión los fundamentos de las relaciones capitalistas, al tiempo que, sobre la base de dicha crítica, se formulan nuevos sentidos comunes que descolonicen el imaginario colectivo para construir espacios comunes en los que la vida merezca ser vivida y, por tanto, exprese un querer vivir colectivo.
En muchas de las interpretaciones alternativas, la transición se plantea como empobrecimiento generalizado o sobriedad absoluta. Estas visiones siguen atadas al espejismo de abundancia artificial de la riqueza material en su forma capitalista. Se parte del tipo ideal que representan las formas de socialización de Estados Unidos y Europa del Norte, modelos de la “riqueza”; por lo que la ruptura de las formas actuales de reproducción implicaría el “empobrecimiento” de las poblaciones, cuando en realidad la pobreza e incluso la miseria abyecta campean en esas sociedades “opulentas”. Por el contrario, el reto de las formas espóricas y otras experimentaciones de vanguardia, es mostrar que es posible una reconceptualización de la actividad humana que cambie tanto el significado como el sentido de la producción de riqueza. En esa perspectiva, la satisfacción de las necesidades básicas serían el piso de una transformación civilizatoria en la que las relaciones intersubjetivas desplacen las relaciones de producción y consumo que dieron fuerza al capitalismo. Se trata de una experiencia emancipadora similar a las que enfrentaron l@s esclav@s y l@s sierv@s. Esta vertiente es una condición indispensable para la superación de los límites y contradicciones de la sociedad capitalista y de la invención de nuevas relaciones simpoiéticas con lo no-humano.
¿Hay un más allá de las esporas?
De acuerdo con estudios y testimonios recientes, es posible afirmar que las experiencias sociales alternativas a la civilización capitalista ya alcanzaron la masa crítica suficiente para constituir una vertiente de transformación, al menos para agrupamientos humanos significativos, en particular, para los pueblos paleoindios y las luchas de mujeres que las enarbolan. En la perspectiva que comparte Montaño, la forma espórica de transitar el colapso se expresa mediante la creación de oasis, islas de nuevas formas de vida que eventualmente permitirán la existencia de formas humanas. Como proyecto, esta forma de transitar el colapso plantea una segunda pregunta de carácter prospectivo: ¿qué formas asumirán las nuevas prácticas de socialización si las esporas logran trascender el colapso civilizatorio?
Este es un interrogante que remite a un debate poco tratado en la crítica anticapitalista: la necesidad de entender la creciente complejidad que tienden a adquirir las formas de vida humana hasta ahora conocidas, y las implicaciones que ello tiene para las formas de socialización. Algunas de las críticas radicales formulan argumentos contra las llamadas sociedades complejas, contra los vínculos humanos hipercomplejos, considerando que, de forma ineluctable, dan lugar a evoluciones autodestructivas, afectando de forma negativa a las otras formas de vida y a los metabolismos planetarios. En la perspectiva opuesta, grandes segmentos de la población e incluso buena parte de quienes se movilizan y cuestionan el estado de cosas imperante, tienen como horizonte la reconstrucción de sociedades complejas a partir de otras bases tecnológicas, en particular la llamada transición energética, y de otras relaciones con lo no-humano, poniendo el acento de sus críticas en las formas de producción y consumo existentes.
Este clivaje representa un debate histórico fundamental, en torno a la contradicción entre la acumulación infinita de capital y el proyecto de la autolimitación de ciertas formas humanas, en medio del cual se dirime la posibilidad de abrir caminos a la supervivencia de las formas de vida en el planeta, tanto humanas como no-humanas. En este clivaje aparecen dos cuestiones relevantes para los proyectos espóricos.
En primer lugar, la necesidad de ir más allá de la crítica de la forma social capitalista para mirar la larga historia de las heterogéneas formas civilizatorias humanas, que en el ejercicio de prácticas autoconscientes eligieron proyectos culturales determinados, mediante los cuales crearon soluciones específicas a problemas humanos compartidos. En esta heterogeneidad de formas culturales está la base de la expansión de los grupos humanos a través de todo tipo de intercambios. Una heterogeneidad que se redujo, por múltiples mecanismos, en el proyecto civilizatorio capitalista, que logró una expansión planetaria de las formas de producción y consumo.
Aunque la reflexión sobre una historia de larga duración de las múltiples formas humanas ha sido formulada tanto en la filosofía como en las ciencias y en los productos culturales, solo en fechas recientes cobra importancia como alternativa civilizatoria. De manera paulatina, se consolidan prácticas de autolimitación, de fragmentación-deserción voluntaria y consentida, y de combate al “gigantismo” de la civilización capitalista, que prefiguran formas de vida inscritas en las escalas y los ritmos de la trama de la vida. Por medio de tales experiencias se reconoce que hay otros referentes históricos para pensar en creaciones de vida colectiva cuya complejización no resulte en procesos autodestructivos. Con ello se rompen dos lecturas dominantes sobre el tiempo. Por un lado, aquella que apela a una lectura evolutiva y unívoca de la “humanidad”, en la que el capitalismo aparece como el último estadio. Por otro lado, la lectura que, en sentido inverso, planeta un retorno o regresión si se pierden las formas complejas del mundo moderno. Retorno que se presenta como catástrofe, resultado de la pérdida de la civilidad evolutiva moderna, o como fortuna, por regresar a los pasados idílicos perdidos. Pensar en la larga duración de las formas heterogéneas de vivir como fundamento de los proyectos espóricos, permite salir del modelo capitalista, al tiempo que posibilita romper con idealizaciones de vueltas a pasados mitificados, a tiempos ancestrales perdidos.
En esa perspectiva, hay una renuncia al espíritu prometeico del capitalismo: no son ya las formas humanas de vida que modelan las formas de la naturaleza, sino que las creaciones humanas buscan acompasarse con las necesidades y posibilidades de lo no-humano. El horizonte que emerge es el de múltiples formas simpoiéticas, en las que la codeterminación entre existencias (humanas y no-humanas) sea un proceso abierto. En esa dirección avanzan experiencias alternativas de alimentación (veganismo, vegetarianismo), de sustitución del comercio lucrativo por el trueque y el don, e incluso de rechazo a ligar la reproducción colectiva a las posibilidades que aún ofrece un capitalismo en vías de disipación (las comunidades zapatistas son un ejemplo destacado de ello).
En segundo lugar, esta exploración prospectiva requiere, como señala Montaño, una apertura hacia el reconocimiento y la práctica de la diversidad. Las posibilidades de articulación social frente al colapso comprenden el amplio abanico que va desde los intentos de reconstruir las sociedades complejas hasta las fragmentaciones extremas, rayanas en la hostilidad survivalista. En este terreno de gran incertidumbre, la historia social reciente sirve para reconocer que una de las claves que permiten que las luchas sociales (y sus experiencias constructivas) avancen, ganen masa crítica y logren consolidarse, consiste en el diseño y la práctica de formas de adaptación no unívocas. Las respuestas únicas y los proyectos absolutos sólo logran su expansión por la vía de la fuerza y no terminan de construir alternativas, en la medida que no logran adaptarse a las contingencias a las que se enfrentan.
Este es un debate abierto marcado por su pertenencia a las proposiciones pro-capitalistas en boga, principalmente al Nuevo acuerdo verde (New Green Deal). En efecto, la idea de adaptación está estrechamente ligada a los estados de necesidad (conceptualizados por Carl Schmitt y Giorgio Agamben) que crean situaciones límite, en las que las soluciones de las élites dominantes aparecen como las únicas posibles. En la medida en que el colapso es la situación límite inédita per se, las formas espóricas requieren disputar los sentidos y los medios de la adaptación por las vías que hasta ahora les han permitido resistir y crecer: la creación de medios de vida propios y el diseño de horizontes civilizatorios alternativos al capitalismo; de modo que tanto el sistema de necesidades como los medios para satisfacerlas, sean transformados en los sentidos mencionados: autolimitación, relación de interdependencia con lo no-humano, discusión y decisión colectivos, entre los más importantes.
Ambos terrenos, el alcance y calidad de los vínculos sociales y las posibilidades de la adaptación frente al colapso y su eventual superación, representan exigencias en contraposición que muestran la complejidad y las grandes dificultades implicadas en la búsqueda de alternativas civilizatorias; asimismo, señalan la importancia estratégica de este tipo de exploraciones. Lo que nos enfrenta a una conclusión provisional: no hay una solución al colapso, sino múltiples vías para encararlo. Ningún ejercicio espórico, por creativo y eficiente que sea, puede presentarse como la respuesta absoluta a las interrogantes que se abren ante el colapso. De ahí la importancia de la diversidad.
Abril 2024