Hipernormalizacion

El autor recupera el concepto de “hipernormalización” acuñado por el antropólogo ruso Alexei Yurchak (2024) el cual utiliza para describir el mantenimiento de una ficción colectiva (ciudadanos, gobierno y estructuras sociales) para ignorar el colapso de una sociedad moribunda, la negación del fin de una era. En el caso de Yurchak es la sociedad soviética, pero el autor lo retoma para analizar la sociedad occidental del capitalismo contemporáneo y la crisis multidimensional.

La importancia de este concepto, menciona el autor, está en que “describe un fenómeno en el que la realidad se vuelve tan compleja, caótica y absurda que las personas, incapaces de comprenderla o cambiarla, optan por aceptar una versión ficticia y simplificada de la misma”. Es una especie de pacto colectivo en el que una gran parte acepta que el sistema está podrido, pero se finge que no es así para poder seguir adelante.

El colapso evidente, pero inaceptable

En la actualidad la hipernormalización ha llegado de manera generalizada y a escala planetaria. Hay señales tangibles como el cambio climático irreversible, el agotamiento de combustibles fósiles, la destrucción de biodiversidad, la crisis financiera creciente, la fuerte desigualdad, la deslegitimación institucional.

Es decir, un “colapso civilizatorio multidimensional”. A pesar de esto, la dirección se mantiene en el progreso, el crecimiento y el desarrollo. Esto exacerba las contradicciones y el colapso.

Son las élites quienes construyen un tipo de "negación organizada" ante estos eventos contradictorios. Estas élites son políticas con promesas vacías, tecnócratas con planes inentendibles e irrealizables, simulacros de supuesta recuperación y discursos verdes. Siguen presentando el colapso como una sucesión de crisis fragmentadas que permite encuadrar todo en soluciones cortoplacistas y técnicas, disolver la comprensión sistémica y mantener la continuidad del mercado sin cuestionar las bases extractivas que generan el problema. Esa gestión fragmentada no mitiga, sino que intensifica la probabilidad de rupturas desordenadas.

Hipernormalización: el arte de fingir que todo sigue igual

La hipernormalización, según el autor, es un teatro colectivo donde nadie —ni las élites ni la población— necesariamente cree en la retórica oficial, pero todos actúan como si la normalidad persistiera porque el reconocimiento de la quiebra supone un salto existencial.

Crucialmente, el artículo subraya que “la hipernormalización no es solo un fenómeno de las élites. Es también una forma de supervivencia emocional para millones de personas. Reconocer el colapso, mirarlo de frente, no es simplemente un acto intelectual: es un salto existencial. Implica reconocer que no hay marcha atrás, que el mundo que conocíamos ya no existe.

Las élites, por un lado sincronizan discursos; tecnócratas que producen planes tranquilizantes y medios que gestionan la atención; por otro, la función psicosocial de la ficción: millones la sostienen porque mirar la caída de frente exige afrontar pérdidas materiales y afectivas para las cuales no hay redes de contención preparadas. Así, la hipernormalización funciona simultáneamente como mecanismo de gobierno y como amortiguador emocional que evita la parálisis inmediata, pero que, a la larga, colabora en acelerar el deterioro sistémico al impedir la apertura de procesos colectivos de duelo y reorganización social.

Una mancha extraña en el cielo, un filtro gris en el mundo

La metáfora de “una extraña mancha en el cielo” para ilustrar cómo la sociedad contemporánea percibe los signos del deterioro sistémico que se acumulan en su entorno, distingue entre lo visible y lo invisible del colapso.

Esa mancha representa una presencia incómoda y persistente: una evidencia de crisis que todos alcanzan a ver, pero que prefieren ignorar. Así, la metáfora expresa la contradicción central de la hipernormalización: vivir rodeado de señales del colapso —económicas, ecológicas, sociales o emocionales— pero la respuesta colectiva consiste en negar su existencia o normalizarla dentro de la vida cotidiana.

Lo visible se manifiesta en las catástrofes naturales, las guerras, las crisis financieras o la violencia estructural. Es decir, en las expresiones más dramáticas y tangibles de un sistema agotado. Pero al mismo tiempo, existe un colapso invisible, más profundo y silencioso: la pérdida del sentido común y de las certezas, la fragmentación de la vida cotidiana, la disociación emocional y la indiferencia hacia los demás. Este nivel intangible refleja cómo el derrumbe no solo ocurre en las infraestructuras materiales, sino también en las estructuras simbólicas y afectivas que sostenían la cohesión social.

La cultura del entretenimiento, el consumo y la tecnofilia operan como anestésicos que estetizan la catástrofe y convierten la respuesta en mercancía: sostenibilidad y resiliencia devienen nichos comerciales, la transición se estetiza y el colapso se mercantiliza como oportunidad de negocio. Ese proceso captura la imaginación y neutraliza la crítica, haciendo que la pregunta “¿cómo vivir de otro modo?” se desplace o se convierta en producto vendible, mientras las zonas más vulnerables se transforman en espacios de sacrificio ambiental y social

Salir del hechizo: verdad, duelo y comunidad

El primer paso para salir de la hipernormalizacion, menciona el autor, está en interrumpir el simulacro, reconocer que el colapso es un proceso ya en marcha, tangible en nuestras vidas cotidianas, en los cuerpos agotados, en los territorios depredados, en las instituciones que apenas se sostienen. Si bien es una larga transformación, las señales de que puede acelerarse con acontecimientos catastróficos y eventos disruptivos, cada vez aumentan más.

El autor advierte que el colapso no es un apocalipsis al estilo Hollywood sino una transformación prolongada que ya está ocurriendo y se hace presente en lo cotidiano, aunque lento en su desarrollo global, puede acelerarse por eventos abruptos.

Si se sigue fingiendo normalidad no se podrán organizar respuestas que preserven la dignidad de la vida. Por eso atravesar el duelo y aceptarlo, no de manera dramática y catastrófica, sino como un proceso necesario para transformación, construyendo vínculos comunitarios desde lo pequeño, lo concreto: vínculos, cooperación, apoyo mutuo, vida práctica más allá del simulacro. Cultivar una lucidez que no sea paralizante ni optimista, ingenua, sino capaz de sostener vida digna ante el fin de certidumbres.

Vivir en la grieta

Dentro del colapso se mantiene la esperanza radical fuera de las estructuras que se dicen eran eternas y perfectas, pero que se están desplomando.

La ficción que habían construido para sostener el mundo dominado por la razón técnica y del hombre sobre la naturaleza ha perdido sentido y en las ruinas de ese mundo agonizante hay grietas. Fisuras del simulacro en la cuales germinan otras formas de estar en el mundo, vivirlo: prácticas modestas, comunidades rebeldes, lenguajes nuevos y sensibilidades que se desmarcan del ruido dominante.

Entonces la responsabilidad es otra: acompañar el final de esta civilización con sabiduría, justicia y compasión. No como quien espera una catástrofe mundial, sino como quien se prepara para un parto difícil; no como salvador, sino como cuidador del tránsito, guardián de la dignidad en el umbral de un mundo que se agota y otro que apenas comienza a nacer.