Colapso y distopías en tres obras literarias latinoamericanas
Enviado por raulob en Mar, 10/14/2025 - 13:47Bifurcación y colapso del capitalismo
Reflexiones sobre la trayectoria del sistema capitalista, su inminente bifurcación y los escenarios de futuro que enfrentan y construyen nuestras sociedades
No puedo detener un futuro que ya está aquí
Fernanda Trías, Mugre rosa
Colapsar es desestabilizar, perder el control y no recuperarlo, desmoronarse, caerse sin tener posibilidad de levantarse. Abrir la grieta que supura las heridas que todas las personas cargamos: las especies no humanas, al igual que la humana los territorios, que nos cuentan historias que no todas las personas sabemos escuchar. Pero las grietas también abren las posibilidades para (re)hacer con los restos, con lo que queda de la fractura, algo que nos haga sentir menos extravío.
En la literatura, el colapso puede ser entendido como un dispositivo que detona la crítica al mundo que habitamos, al mismo tiempo que el artificio de la escritura crea una grieta en quienes escriben y en quienes leen. Escribir es también colapsar: quebrar lo que teníamos por seguro, lo que creíamos como verdad total, para dar paso a la grieta de la duda, de la incertidumbre que guía la mano y configura el “qué tal sí…”, con el objetivo de proponer finales distintos donde solo hay caos y miseria. Así, al leer también colapsamos, abrimos la grieta y volvemos a lo que queda. El círculo continúa.
En este sentido, dentro de la literatura se encuentran las narrativas no miméticas, aquellas que no quieren imitar lo que se conoce como “real”. Estas escrituras usan dispositivos discursivos, así como herramientas de diversos géneros literarios, para hablar de la contaminación, el capitalismo, las violencias sistémicas, etcétera. Para este texto, hablaré de las distopías, que se agrupan en las literaturas no miméticas o de irrealidad. La distopía enuncia formas de vida futuras, pero con condiciones y organizaciones precarias, rotas y contaminadas, sistemas colapsados y violencias que atraviesan a todas las especies.
Estas narrativas son una manera de afirmar el colapso de diferentes sistemas, como el capitalista, así como de los diversos territorios que están en el mundo; a la vez que cuestionan las ideas de progreso y modernidad, dejando ver los temores ocultos que alberga la especie humana. De acuerdo con Christian Retamal, opuesta a la utopía, que nos presenta un mundo idealizado, la distopía encierra “ansiedades sobre el totalitarismo, la crisis ecológica, la pérdida de individualidad, etcétera; […] construye representaciones pesimistas del futuro mediante la comparación negativa entre la sociedad real del presente y su extensión radicalizada al futuro” (Retamal, 2024: 172,174). Si bien cerca de las distopías hay otros géneros, como la ucronía, que propone un devenir alternativo del pasado conocido. Zygmunt Bauman agrega la retrotopía, aquella forma de hablar de espacios utópicos imaginarios que idealizan el pasado, que “surgen de la nostalgia colectiva ante la pérdida de bienestar y la incertidumbre provocada por la globalización”. También está la contrautopía que ataca “proyectos revolucionarios y acusa de antinaturales a las sociedades futuras alternativas, caracterizándolas como causantes de violencia y tiranía” (Retamal, 2024: 174). Estos diferentes modos de distopía son síntoma de la angustia colectiva ante el despojo de los territorios, la contaminación de los espacios habitados por especies no humanas y el miedo humano ante el incierto futuro de la Tierra.
Las distopías me permiten tejer la escritura con el colapso. Es en torno a esta palabra, colapso –me repito y nos repito– que leo Mugre rosa (2020), de Fernanda Trías (Uruguay); Cadáver exquisito (2017), de Agustina Bazterrica (Argentina); y Ustedes brillan en lo oscuro (2022), de Liliana Colanzi (Bolivia). Desde mi punto de vista, estas tres obras afirman el colapso del sistema capitalista, de la industria cárnica y de los ecosistemas.
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Mugre rosa es una novela distópica contada por Florencia, una mujer que vive en su departamento en Montevideo, durante una ola tóxica que viene del puerto, destruyendo los mares, la vida en común y la comida como se conocía. La protagonista pasa los días en introspección, tejiendo su memoria. Mientras cuida a Mauro, un niño que, debido a un extraño síndrome, no puede controlarse cuando come, Florencia se entera de la extraña ola rojiza que azota a las otras especies y al ambiente gracias a las noticias que ve en televisión. Cuando esta ola se presenta, suenan alarmas por todas las calles, avisando que es momento de permanecer en el encierro, ya que se transmite por el aire, atacando la piel de las personas, que quedan en carne viva al estar contaminadas.
Ante la escasez de alimento, la protagonista y demás personajes son orillados a ser nutridos por el estado mediante embutidos, ya que la industria agraria está severamente afectada. Estos embutidos producen “la mugre rosa”:
A veces me llevaba a recorrer la fábrica y hasta hoy recuerdo el olor rancio a gelatina de carne y a tierra enmohecida. Le llamaban Mugre Rosa y olía a sangre coagulada y al líquido que Delfa usaba para lavar el baño. […] Una máquina que calentaba las carcasas de los animales a altísima temperatura y las centrifugaba hasta extraer los restos de carne magra de las partes más sucias del animal (Trías, 2020: 49).
En la ciudad contaminada por la rojiza bruma, muy parecida a la mugre rosa de los embutidos, la memoria, el recuerdo y el colapso del sistema económico, que arrastra la vida de las y los personajes guían la lectura. Florencia visita a su madre, llevándole un poco de comida. La madre, por su parte, vive en una casa abandonada tras la contaminación, en una zona rica. Durante las visitas, los recuerdos del pasado matrimonio de Florencia las hacen mantener una relación madre-hija en torno al chantaje; empero, para la protagonista, es una manera de saber que la madre está bien y que en algún momento podrían dejar la ciudad.
En Mugre rosa, la fractura en la industria cárnica es síntoma de un sistema capitalista que está colapsando:
No intenté adivinar qué cosa podía esconderse detrás del negocio de la basura, pero sí pensé en la ciudad como una inmensa zona franca sujeta a una economía siempre cambiante y misteriosa. […] Los ricos se peleaban en las subastas, habrían dejado fortunas por un mar pintado sobre una tela, de un color que nunca más volverían a ver. Alimentaban la nostalgia a diario, mientras desayunaban productos del mercado negro (Trías: 2020: 213 y 232).
La desigualdad, que no es novedad en el Montevideo de la novela, se ve más pronunciada ante el colapso. El quiebre del sistema económico funciona como una cloaca desbordada que hace que otros síntomas salgan a flote: el miedo de los habitantes, la organización social y las relaciones fracturadas, son a la vez una especie de micro colapsos, todo se ve aún más escindido a partir de la contaminación. El encierro, junto al temor, son el caldo de cultivo perfecto para atrofiar un sistema de organización colectivo que se gesta fuera del sistema capitalista, manteniéndose en la periferia.
No obstante, dentro de un sistema colapsado las personas tejen sus memorias, se cuentan historias e hilan fino el pasado con el presente para encontrar la manera de ver el triunfo de la vida sobre la muerte, incluso en ausencia de personas:
Me mostró los nuevos brotes de las plantas, lo que ella consideraba un milagro, el triunfo de la vida sobre esa muerte de ácido y oscuridad. Yo le conté que en Chernóbil había más animales que nunca, y hasta los que estaban en peligro de extinción se habían reproducido gracias a la ausencia de humanos (Trías, 2020: 23).
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Ustedes brillan en lo oscuro, de Liliana Colanzi, es un libro de cuentos que hablan sobre supersticiones, contaminación nuclear y organizaciones distópicas. Para este texto, tomaré el último cuento, homónimo del título del libro. Partiendo de las crisis en los sistemas nucleares, en “Ustedes brillan en lo oscuro”, se propone un porvenir diferente para el accidente radiológico de 1987, en Goiás. El 13 de septiembre de 1987, en Goiás, Brasil, dos chatarreros entraron en un hospital abandonado y tomaron algunas partes de un aparato radioactivo, entre las que destaca cápsula con cloruro de cesio-137; al romperse, escapó de la cápsula el contenido químico en forma de sustancia brillosa, que fue manipulada sin precuación. La narración es una ucronía distópica que propone un devenir distinto al conocido, partiendo de un hecho real. De esta manera, Liliana Colanzi entreteje diversas voces, testimonios e investigaciones para hacer de cuenta que no pasó lo que pasó.
El inicio de la contaminación es gracias a los recolectores de chatarra, quienes vendieron una carretilla con fierros contaminados, que, a su vez, recogieron en una clínica abandonada para tratamientos contra el cáncer. Devair, el comprador de chatarra, notó una extraña luz que
brotaba entre los fierros que acababa de comprar y se deshacía en un velo lechoso, iridiscente, de múltiples matices, una luminiscencia azul como de estrella o de fondo del mar. […] El resplandor provenía de un cilindro del tamaño de un dedo: un tesoro en medio de la chatarra […] Hurgó en el ojo de la cápsula hasta extraer unos granitos en la punta del destornillador: bajo la luz del foco no eran más que unas sales ordinarias […] Apagó la luz: tal como sospechaba, en la oscuridad las sales se convirtieron en nieve incandescente […] Mandó llamar a amigos, parientes y vecinos, y entre todos repartió el milagro de las sales fluorescentes (Colanzi, 2022: 94-98).
Desde entonces, el contacto con el “granito de fuego” se hizo masivo. Las personas que tocaron las sales presentaban síntomas inexplicables, como dolores de cabeza, falta de entusiasmo y fiebre con sueños extraños al dormir. Tiempo después, se realizó una investigación que estableció que
los médicos y propietarios de la empresa conocían el alto grado de peligrosidad de la bomba, pero optaron por dejarla y no comunicar en ningún momento a la Comisión Nacional de Energía Nuclear que estaban abandonando las instalaciones de la avenida Paraíba. La bomba de cesio llevaba tres años abandonada cuando la encontraron los recolectores de chatarra (Colanzi, 2022: 102).
Diez años después de esparcir las sales de cesio, se inauguraron iglesias y gasolineras. A tan sólo un kilómetro de distancia del hospital, se encuentra el cementerio nuclear, custodiado por el Batallón de la Policía Militar Medioambiental, en el que yacen, cubiertos de pasto quemado por el sol, cuarenta mil toneladas de desechos radioactivos, donde continuarán por los próximos trescientos años.
“Ustedes brillan en lo oscuro” afirma también el colapso de mundo como lo conocemos; es la constante pregunta que se hacen las y los personajes entre sí para poder identificar sus dolencias, temores y esperanzas dentro de un mundo quebrado en el que solo queda agarrase a la fosforescencia de la decadencia del cuerpo. La grieta de luz que se abre al estar en contacto con las sales de la basura radioactiva no es la metáfora que comúnmente se le hace a la luz, como esperanza; por el contrario, se presenta como una luminiscencia que llevará al desuello de los cuerpos a través del dolor y la enfermedad causada por la impudencia de un sistema socioeconómico al que no le importan los seres que habitan territorios periféricos.
Los cuerpos brillan en lo oscuro anunciando su declive, la enfermedad y el colapso de un sistema material que nunca los consideró con derechos, sino más bien como desechos, abandonados al igual que la basura radioactiva de la que el estado no quiso hacerse cargo. “A raíz de la imposición del cementerio nuclear Abadia de Goiás optó por emanciparse y convertirse en un minúsculo municipio en 1955” (Colanzi, 2022: 106). Pero el entierro no es suficiente, el problema seguirá, ya que las y los habitantes tienen que migrar a otras latitudes de Brasil, debido al intento del estado por borrar la memoria colectiva ante el suceso. La memoria se borra de la misma manera en la que se borran los grafitis de las calles:
Un día pasé por la calle 57 y vi un grafiti en una pared. Se trataba apenas de un dibujo, sin ninguna palabra escrita, pero cuando lo miré volvió a mí toda la historia, con todos los detalles. […] El grafiti de la calle 57 no estaba, había sido cubierto por una gruesa capa de pintura todavía fresca. Nunca el color blanco me había parecido tan brillante y tan siniestro (Colanzi, 2022: 107-108).
Lo que desaparece es muestra no solo de la ausencia, también define el discurso que la memoria debe seguir para reconstruirse, para ser reinventada. Como un despliegue escénico, la memoria también comparte la teatralidad con la que lo que fue es borrado, a la vez que comparte una poética de lo no encontrado: es una memoria distópica que espejea una realidad fracturada.
Al igual que los desechos radioactivos, las instituciones estatales proponen el borrado de memoria al abandonar las situaciones, dejándolas a la suerte de una población que no está capacitada para lidiar con un cementerio radioactivo, lo único que hace es evidenciar la ausencia de un protocolo sanitario vigente que se responsabilice de la basura radioactiva. La narración de Colanzi es, además, un ejercicio por recobrar la memoria de lo vivido, una grieta latente ante el sistema que quiere enterradas a las personas, al igual que las basuras radioactivas que siguen brillando en lo oscuro.
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Cadaver exquisito, escrita en tercera persona, habla de un mundo distópico en el que la industria cárnica ya no era sostenible debido a un virus que ataca a las especies sacrificadas para producir carne para consumo humano. Ante este escenario se vuelve necesario criar personas para matarlas y así alimentar a la sociedad, que se divide entre quienes son comida y quienes van a comer.
Marcos Tejo, el personaje principal, trabaja en el frigorífico más grande de la nueva industria cárnica, una especie de rastro como lo conocemos en México, salvo que este se especializa en la cría de personas. Marcos parece ser un hombre que trabaja porque tiene que trabajar, sin cuestionar y despolitizando sus actividades diarias en la carnicería, enseñando a la nueva fuerza de trabajado a matar. Sin embargo, pesadillas con olor a sangre lo hacen darse cuenta de la deshumanización en la que está sumido gracias a que trabajó en El Ciprés, el matadero de su padre, en el que asesinaban vacas y cerdos:
Aturdidor. Línea de sacrificio. Baño de aspersión. Esas palabras aparecen en su cabeza y lo golpean. Lo destrozan. Pero no son solo palabras. Son la sangre, el olor denso, la automatización, el no pensar. Irrumpen en la noche, cuando está desprevenido. Se despierta con una capa de sudor que le cubre el cuerpo porque sabe que le espera otro día de faenar humanos (Bazterrica, 2017: 8).
Después de “la transición” –nombre con el que se le llama al paso de comer carne de especies no humanas a comer carne humana–, la especie humana suplió otro tipo de actividades, como la caza. En la nueva versión de este deporte, la gente que puede pagar por practicar la cacería de cabezas, como denominan a las personas del matadero con mejor condición física, porque representan un reto para quienes se dedican a la caza.
El protagonista no sólo da un recorrido, a lxs lectorxs, por la carnicería humana en la que trabaja, también nos lleva de la mano por los asuntos normalizados que suceden en el área de trabajo: las pésimas condiciones laborales. Ello pone en evidencia la desigualdad, así como la grieta que se abre entre quienes pueden comer y quienes deben ser comida.
En Cadáver exquisito, la contrautopía acusa de antinatural un proceso que, en el tiempo presente, ha sido normalizado y poco cuestionado: el asesinato de especies no humanas para consumo humano. Las y los personajes de la obra de Agustina Bazterrica presentan contradicciones al deliberar sobre aquello que se ha dado por sentado: una dieta basada en la carne. Así, el virus es la excusa perfecta para que la industria cárnica no se detenga, sino que comience a criar personas. El especismo no se cuestiona a pesar de la detonación que el virus causa en las carnicerías. El colapso de la industria cárnica abre la grieta para otros modos de vida, pero el sistema capitalista ve una oportunidad en aquellos cuerpos humanos que no merecen tener libertad.
Esta grieta se configura trasladando el sistema especista hacia la especie humana, prefigurando un futuro alternativo en el que los criterios ideológicos sobre la dieta no terminan, solo cambian. Esta inversión de papeles en la ecuación especista Bazterrica lo sintetiza como: decidir quién será comida y quién le comerá. Esta idea, que se repite a lo largo de la novela, permite ver que las desigualdades no son naturales, sino que son creadas por un sistema que decide cuáles vidas sí merecen vivirse y cuáles merecen ser criadas y exterminadas para consumo de ciertas clases sociales que pueden obtenerlas.
En el especismo se utiliza a las existencias no humanas como instrumentos, alimento, vestimenta, herramientas de trabajo, etcétera. En la novela, al hacer el símil entre humanidad y las otras especies en los frigoríficos, el asesinato y el consumo, no se cuestiona por sí misma esta forma de violencia; la crítica aparece por el valor superior que se pone sobre los cuerpos humanos. Sin embargo, al igual que en el mundo contemporáneo, la mayoría de la población ve como algo normal el consumo de carne y el uso cotidiano de los animales humanos. Se expone la dosis perfecta de anestesia para hacer una crítica a la industria cárnica.
En la novela, el consumo de ciertos cuerpos va más allá del especismo: es una relación que descansa sobre la dicotomía comer o ser comidx. Ello señala que el estado decide cuáles cuerpos tienen derecho a vivir y cuáles merecen morir, legitimando el consumo en nombre del progreso y bienestar ante una crisis sanitaria.
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Las contradicciones internas y externas del sistema capitalista se hacen presentes en las tres distopías anteriores. Este género literario exhibe la incapacidad del sistema para organizar la reproducción de la vida y la muerte. A través de estas obras, nos damos cuenta de la insostenible condición existencial que se crea en el capitalismo.
En Mugre rosa, así como en Cadáver exquisito, encontramos la falla sistémica, el punto de colapso, que se expresa como un intento por corregir a la naturaleza misma: “cuando la tecnología avanza hasta conocer el funcionamiento y configuración genómica de los seres vivos, se hace posible ‘mejorarlos’” (Ceceña, 2020: 107). La manipulación de lo genético permite a estas sociedades distópicas, no solo convertir la mano de obra en máquina, sino también proponer soluciones inviables ante los daños irreparables. En el caso de la obra de Fernanda Trías, los embutidos que produce la industria cárnica son una respuesta ante la falta de condiciones adecuadas para la actividad agrícola. Mientras que, en Cadáver exquisito, ante el virus desconocido que acabó con la industria cárnica de animales no-humanos, el estado legitima el asesinato de personas para conserva el consumo de carne. Esta decisión deja a los ecosistemas sin opción para reacomodarse dentro de la cadena de la vida, puesto que se marca la ruta artificial que todas las especies deben seguir.
Este control sobre la vida y la muerte también se hace presente en “Ustedes brillan en lo oscuro”. Ante la necesidad de corregir a la naturaleza, los desechos radioactivos son un síntoma de la falla sistemática de la que el estado no quiso hacerse cargo. La fragilización de la especie humana, como resultado de a la contaminación irresponsable es producto de una fractura en el sistema, a través de la cual se hace evidente la decisión sobre cuáles vidas importan y cuáles no. En esta distopía, de manera inconsciente y a través de las acciones que la configuran, las y los personajes se preguntan cómo es posible que este sistema siga funcionando.
A propósito del colapso, vienen a colación las palabras de Ana Esther Ceceña:
Los antagonismos que le dieron vida [al capitalismo] […] evolucionaron rizomáticamente hacia una complejidad inimaginable en sus orígenes, lo que dio cauce a la aparición de fracturas y grietas irreparables, visiblemente encaminadas a un colapso si las bifurcaciones virtuosas no se alcanzan a constituir antes del punto de quiebre. […] Todos estos movimientos modifican el funcionamiento del sistema y también las condiciones de lucha por la vida. El panorama que se cierne es el de una guerra desatada para impedir que se rompa un sistema incapaz de conservar su cohesión; una guerra que intenta reordenar y disciplinar lo que ya se ha salido de control, sea en la sociedad, o en el ámbito ecológico en su totalidad (2020: 109-110).
En las distopías el punto de quiebre sucedió, dando paso a fracturas y grietas distintas a las conocidas; en una especie de ciclo de bifurcaciones, grietas y colapsos; de reordenamiento y disciplinamiento que gestan una nueva normalidad.
En el sistema-mundo de las sociedades distópicas de las obras analizadas, existen resistencias: la comunidad y la apuesta por la vida en microescala. Las y los personajes, a veces de manera inconsciente, intervienen su espacio, no para cambiar el sistema y su inevitable colapso, si no para tener una vida un poco más digna. De este modo, resisten a las condiciones a las que el capitalismo les orilló, a pesar de que las clases que se benefician y sustentan al capitalismo buscan la grieta perfecta para seguir reproduciéndose a pesar de las contradicciones. Todo ello en una lucha que ya no se presenta como justa y binaria (Ceceña, 2020: 124), sino en una disputa en la que la gama de tensiones es múltiple y diversa.
La apuesta de las distopías no está en la meta, sino en los procesos que se proponen para seguir resistiendo y apostándole a la vida, apropiándose de las grietas en las que cabe la pequeña semilla que germina. Sin embargo, como afirma Fernanda Trías, no podemos detener un futuro que ya está aquí, en tanto el sistema capitalista se resiste a morir, llevando a cuestas sus contradicciones, grietas, colapsos y bifurcaciones. A pesar de ello, aún podemos resistir con la construcción de caminos y experiencias colectivas que sirvan como simiente de otras maneras de relacionarnos con la vida, con los territorios y con nosotrxs mismxs.
Bibliografía
Bazterrica, Agustina (2017), Cadáver exquisito, Ciudad de México, Alfaguara.
Ceceña, Ana Esther (2021), “Sistema-mundo. Crisis y bifurcaciones”, en Raúl Ornelas y Daniel Inclán (coords.), Cuál es el futuro del capitalismo, Ciudad de México, Akal.
Colanzi, Liliana (2022), Ustedes brillan en lo oscuro, Ciudad de México, Páginas de espuma.
Retamal, Christian (2024), “La distopía como espíritu de nuestra época: crisis de la modernidad y del imaginario utópico”, Co-Herencia, vol. 21, núm. 40, pp. 172-198.
Trías, Fernanda (2020), Mugre rosa, Bogotá, Penguin Random House.
Yeyati Preiss, Paula (2021), “Cadáver exquisito: distopía y tanatopolítica”, Argus-a, vol. 10, núm. 39, pp. 1-28.
* Egresada de la maestría en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México y licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Correo electrónico: jessvsqztrjll4@gmail.com [1]