Elementos fundamentales para el análisis del colapso civilizatorio
Enviado por raulob en Mié, 11/12/2025 - 15:16Bifurcación y colapso del capitalismo
Reflexiones sobre la trayectoria del sistema capitalista, su inminente bifurcación y los escenarios de futuro que enfrentan y construyen nuestras sociedades
Raúl Ornelas*
Al niño que fui
Lamentablemente hemos dejado atrás la etapa de la simple advertencia: ya estamos en esa realidad. Nuestra relación con el mundo ha provocado transformaciones irreversibles: algunos sistemas naturales que constituyen la biosfera han sido gravemente desestabilizados, hasta el punto de amenazar seriamente las condiciones de supervivencia de numerosas especies en la Tierra, incluida la nuestra. Y eso sin considerar el inminente fin de la era de los combustibles fósiles, el agotamiento de los recursos minerales, las contaminaciones generalizadas, la extrema fragilidad de nuestro sistema económico y financiero, o el aumento de las desigualdades entre países y del número de refugiados. Se trata de una situación que se asemeja a un inmenso e inestable juego de dominó, es decir, a las premisas de un colapso civilizatorio.
Pablo Servigne y Gauthier Chapelle, La ayuda mutua. La otra ley de la selva
Todo el mundo es necesario, todo el mundo es bienvenido: no importa dónde vivas, ni de dónde vengas, ni tu edad u origen. A partir de ahora tienes que ocuparte de esto y seguir atando cabos por ti mismo, porque, justo aquí, entre líneas, encontrarás las respuestas, las soluciones que hay que compartir con el resto de la humanidad. Y cuando te llegue la hora de compartirlas, te daría un solo consejo. Es sencillo: cuenta las cosas como son.
Greta Thunberg, El libro del clima
En este texto proponemos un esquema inicial para analizar la trayectoria del capitalismo, proponiendo el colapso de la civilización capitalista como el escenario más probable en el corto y mediano plazo.
Desde 2020, se ha configurado una situación paradójica que contrasta las catástrofes sociales y ambientales que no dejan de aumentar en frecuencia e intensidad, con el fortalecimiento de los autoritarismos que “miran” hacia otro lado, negando los debates y las acciones que reclama este tiempo liminar. Esta paradoja no resulta de una conspiración de los poderosos o del desconocimiento generalizado sobre la situación que vivimos, si no de la capacidad de los sujetos sociales dominantes para construir vías de salida que, en otros tiempos permitieron superar todas las crisis que ha enfrentado el sistema, incluso pagando altos costos, pero siempre relanzando la acumulación de capital. Esta capacidad de adaptación del sistema hace contraintuitiva la idea del fin del capitalismo. Como contrapunto a ese sentido común de la época, nuestra indagación retoma la interpretación de Immanuel Wallerstein, que desde los años noventa del siglo xx argumentó que el capitalismo había alcanzado sus límites históricos, entrando en época de bifurcación.
En este marco general, la idea del colapso civilizatorio permite abordar la “incertidumbre radical” que caracteriza la construcción de escenarios de mediano y largo plazo para el capitalismo del siglo xxi. Para tratar la hipercomplejidad de la trayectoria del sistema capitalista, presentamos los macro-procesos que sustentan la posibilidad de un colapso de la civilización. Situamos la acumulación de capital en el centro de la interpretación, estableciendo su relación directa con la destrucción del ambiente. La convergencia de estos dos conjuntos de macro-procesos constituye la fuerza que disloca las regularidades del sistema capitalista, provocando una tendencia hacia el colapso. A ello aunamos la dislocación e inoperancia de la institucionalidad capitalista, que hasta fechas recientes, cohesionó la reproducción sistémica mediando el conflicto social.
La idea general del texto es presentar una primera aproximación, necesariamente abstracta, que establezca las dinámicas que conducen al colapso civilizatorio, y que sirvan tanto para discutir su pertinencia como para realizar indagaciones que involucren múltiples abordajes sobre estos temas. El análisis se presenta en cuatro apartados. El primero aborda las coordenadas generales del colapso civilizatorio; el segundo presenta los procesos de dislocación de la relación trabajo-capital; el tercero está dedicado a la destrucción del ambiente; el cuarto apartado esboza la dislocación de la institucionalidad capitalista.
Planteamiento general
Presentamos un análisis del colapso de la civilización capitalista, entendido como un periodo histórico en el que un conjunto de macro-procesos socio-ambientales1 aceleran las tendencias a la dislocación sistémica. Sobre la base de los aportes de la historia global y la macro-sociología, consideramos que el capitalismo, en tanto sistema de producción y monopolización de riqueza material, constituye el principal núcleo dinámico que articula la civilización capitalista. En torno a dicho núcleo, las relaciones entre lo humano y lo no-humano (la llamada naturaleza) y el conflicto social (que podemos esquematizar como la competencia intercapitalista y los enfrentamientos entre dominados y dominadores) modelan las relaciones sociales que “civilizan” al capitalismo.
El marco analítico de nuestra indagación sobre el colapso civilizatorio se centra en el concepto de bifurcación sistémica propuesto por Wallerstein desde los años noventa del siglo xx. Resonando con los aportes de las teorías y estudios sobre los sistemas complejos, este autor argumenta que el sistema-mundo capitalista ha alcanzado su límite histórico, en la medida en que sus dinámicas fundamentales se agotan, entrando en un periodo de transición que implica su fin y el tránsito hacia otras configuraciones históricas.2 A partir de ese análisis, consideramos que el colapso civilizatorio constituye un periodo de aceleración de las dinámicas autodestructivas del capitalismo y de la dislocación de las relaciones que permitieron la cohesión sistémica: se trata del periodo en que se intensifica el proceso de disipación del sistema-mundo capitalista.
La relación entre bifurcación y colapso es tanto lógica como histórica. La bifurcación refiere la imposibilidad del sistema capitalista de seguir reproduciéndose, su disipación y su ingreso a una época de transformación en la cual deja de ser un sistema-mundo, la época de la transición. Para Wallerstein, ese tránsito histórico es radicalmente incierto: no se cuenta con suficientes informaciones para comprender la complejidad de la realidad en curso.
Frente a tal incertidumbre, se propone la idea del colapso como el escenario más probable para la trayectoria del capitalismo entre 2030 y 2050, periodo establecido a partir de los macro-procesos de disipación de la civilización capitalista y su aceleración creciente. En ese sentido, el colapso es una parte, un periodo de la bifurcación, y es menos complejo: su ocurrencia significa que las “vías posibles” de la transición se cierran en torno a una dislocación general y catastrófica del sistema. El colapso puede ser reducido a análisis concentrados en la destrucción de la reproducción del capitalismo y es “menos” incierto que la bifurcación, en tanto es posible identificar tendencias suficientemente intensas para predominar en el corto y mediano plazo. Bifurcación y colapso forman parte del fin del capitalismo, la primera contiene al segundo, el segundo ayuda a explicar la trayectoria de la primera.
El colapso representa un cambio cualitativo en la historia de la civilización capitalista. En él convergen el tiempo geológico y el tiempo histórico, el tiempo del sistema-Tierra (larga y muy larga duración) y el tiempo del sistema capitalista (mediana y larga duración), convergencia que suscita la disipación generalizada del sistema capitalista y la desarticulación de la civilización en él sustentada.
Desde los albores del capitalismo y hasta los años sesenta del siglo xx, sucedieron multitud de crisis que lo afectaron y transformaron, dando lugar a análisis sobre la posibilidad del fin inminente de este sistema civilizatorio. Entre ellas destacan: la crisis de los años setenta del siglo xixen Europa, las dos guerras mundiales y la gran depresión de 1929. Sin embargo, todas las crisis de gran amplitud fueron resueltas mediante la destrucción de capital, las soluciones espaciales (desplazar e incorporar otros territorios a la producción capitalista), y el aumento de la explotación. Tal es la característica peculiar de la crisis: plantear un quiebre del funcionamiento sistémico que encuentra soluciones de continuidad fundadas en las relaciones de producción capitalistas. Frente a los problemas que impedían la continuidad de la acumulación, el capitalismo se reestructuró y consiguió instaurar regularidades que permitieron su reproducción en el mediano y largo plazo, ciertamente, con altísimos costos ambientales y sociales.
En contraste, el colapso civilizatorio refiere dinámicas autodestructivas que marcan límites insuperables, que no tienen soluciones de continuidad, por lo que las relaciones de producción se dislocan y tienden a desaparecer. En términos históricos, se observa que tras décadas de acumulación sin límites, primero en la segunda posguerra y después con la expansión neoliberal de los años ochenta del siglo xx, la dislocación de las relaciones capitalistas de producción y la extensión e intensidad de la destrucción del ambiente, ponen en riesgo la reproducción del capitalismo e incluso del sistema-Tierra.3 El macro-proceso del colapso civilizatorio pone en juego no solo la dislocación de las dinámicas socio-ambientales que hicieron posible la reproducción sistémica, sino también las relaciones de mutua determinación entre dichas dinámicas: no se trata solo de quiebres puntuales (por ejemplo, el aumento de las temperaturas planetarias por un lado, y por otro, la ruptura de las relaciones de trabajo, sin relaciones directas y aparentes entre ambos procesos), sino también de una dinámica inédita en la que los quiebres puntuales alcanzan tal intensidad, que generan macro-procesos de destrucción de las bases sobre las que se reproduce el capitalismo.
En esta perspectiva histórica, subrayamos dos procesos cruciales que enmarcan el colapso civilizatorio:
En primer lugar, estados y corporaciones impulsan adaptaciones productivas y sociales que aceleran la acumulación de capital. Bajo la forma de la expansión de las relaciones capitalistas, el sistema amplió los espacios y ámbitos de su acción: de forma paulatina, territorios, actividades, horizontes sociales, fueron colonizados por el capitalismo e instrumentalizados para alimentar la generación de ganancias. Las distintas formas de destrucción que implicó la expansión capitalista fueron paliadas por la incorporación de segmentos de la población a las relaciones capitalistas fundamentales (el trabajo asalariado y el consumo mercantil), así como por la vitalidad de los hábitats que absorbieron buena parte de los impactos ambientales destructivos de la acumulación de capital. Frente a los límites de las formas de producción que permitieron la gran expansión durante el siglo xx, y como parte de la dinámica creativa del sistema, se desarrollaron dos estrategias de transformación:
a. La combinación de nuevas formas de automatización, flexible respecto de las formas fordistas, con la recomposición de tareas hiperespecializadas propias del taylorismo.
b. La ruptura de las bases del poder de acción colectiva de los trabajadores. Entre las múltiples estrategias para alcanzar semejante objetivo, destacan los temas de la desregulación, el impulso del libre comercio y las deslocalizaciones.
En segundo lugar, y en contrapunto con la dinámica creativa del sistema, el colapso es impulsado por la ruptura de los procesos de “civilización” del capitalismo que derivan de las derrotas históricas de los sujetos sociales dominados. A lo largo de la historia del capitalismo, se constata que las resistencias y los intentos transformadores, limitaron y cuestionaron la lógica de obtener la mayor cantidad de ganancias a cualquier costo, generando barreras a la explotación, mejoras en las condiciones de vida y de trabajo, así como límites mínimos a la destrucción de lo no-humano. Sin embargo, las orientaciones profundas de tales acciones y luchas históricas también profundizaron la adhesión al capitalismo, al punto que con la implosión del socialismo realmente existente y la derrota de las formas de resistencia basadas en los sindicatos y los partidos, se abrió un periodo de mayor libertad de las corporaciones y los estados capitalistas para intensificar la explotación de la totalidad planetaria. El liberalismo pretende que los problemas de las sociedades contemporáneas residen en las trabas y ausencia de libertades para la actividad capitalista; en cambio, el análisis histórico muestra que la ausencia de límites y frenos conduce a la autodestrucción. Liberado de los límites sociales que impone el conflicto social, el sistema acelera sus tendencias destructivas en todos los ámbitos, afectando profundamente las relaciones sociales y ambientales que le permitieron reproducirse durante siglos.
El escenario del colapso civilizatorio se inscribe en esta dialéctica que enfrenta las transformaciones y las tendencias autodestructivas del sistema. Desde los años ochenta del siglo xx y de forma cada vez más acelerada, se rompe el predominio de las dinámicas creativas del capitalismo (llamadas por Karl Marx, “tendencias civilizadoras del capital”), en favor de sus tendencias autodestructivas.
Ambas coordenadas históricas constituyen fuerzas “liberadoras” de la dinámica capitalista, que desde finales del siglo xx opera sin mayores obstáculos, y en esa medida, explican el predominio de las tendencias autodestructivas del sistema. Tanto la economía política, como la ecología han mostrado que de manera espontánea, el sistema capitalista tiende a destruir las fuentes primarias de la riqueza material (“la tierra y el trabajador”), por lo que al no enfrentar acciones colectivas suficientemente fuertes para imponer límites a su acción, entra en un periodo histórico en que predomina la autodestrucción: la obtención de ganancias implica la destrucción cada vez más acelerada de las bases de existencia del capitalismo.
En esa perspectiva, el capitalismo se instala en una situación caracterizada por la coexistencia de intensos procesos de acumulación de capital y de situaciones que fragmentan al tiempo que hacen frágil la dominación capitalista. La derrota de los sujetos históricos que cuestionaban al capitalismo propicia una transformación crucial para el sistema, que puede avanzar sin mayores cuestionamientos, en tanto cuenta con la adhesión de buena parte de las poblaciones, en particular de los llamados sectores medios y de aquellos estratos de trabajadores formales que cuentan aún con empleos y derechos laborables relativamente estables. Se crea así una situación social y política frágil pero suficiente para profundizar la obtención de ganancias en el corto plazo, misma que se aúna a las crecientes potencias y posibilidades productivas, represivas y de control social con las que cuenta el sistema. Esta “libertad” del capitalismo, desencadena una lógica de dislocación generalizada de las relaciones que permiten la reproducción sistémica, con repercusiones igualmente destructivas en las condiciones generales que hacen posible la vida en el planeta. La dinámica secular del capitalismo de creación y destrucción sigue operando, pero con el predominio de las acciones y consecuencias destructivas de la acumulación de capital.4
Las herramientas del análisis
Nuestro análisis coloca las dinámicas seculares del capitalismo como núcleo de la tendencia al colapso civilizatorio. El debate en torno a la eventualidad de un colapso de la civilización oscila en torno a la multiplicidad de sus posibles causas y, por ende, a la dificultad para tratar la complejidad del proceso. Apoyados en los estudios históricos, la macro-sociología y los estudios interdisciplinarios, argumentamos que la potencia articuladora del capitalismo permite situarlo como la principal instancia civilizatoria moderna, que determina tanto la trayectoria del sistema como el colapso civilizatorio.
En esa perspectiva, concentramos el análisis en el periodo de 1950 a la fecha, conocido como la Gran aceleración, un periodo en que la expansión capitalista se intensificó, desembocando en situaciones de agotamiento paulatino y generalizado de las bases de la acumulación de capital. En ese periodo destacan los años noventa del siglo xx, cuando las visiones dominantes predicaban el triunfo del capitalismo como el único sistema social viable, y las corporaciones consiguieron concentrar medios de ejercicio del poder, tanto económico como social, político y cultural, proyectando transformaciones que mercantilizaron todo aquello que pudiese aportar ganancias: desde el agua hasta el espacio exterior, se crearon y consolidaron iniciativas capitalistas para explotar tales riquezas, dando lugar a nuevas oleadas de desposesión y cercamientos, así como a ataques sistemáticos contra los derechos y las condiciones de vida de los trabajadores asalariados. Teniendo como contexto los procesos de dislocación civilizatoria mencionados (derrotas de los sujetos históricos, reducción del papel de los productores directos, erosión de las instituciones del estado liberal), se acumulan contradicciones que rompen las regularidades del sistema y desencadenan procesos autodestructivos en los principales ámbitos que han articulado la civilización capitalista. En las siguientes partes de este texto, abordaremos los principales ámbitos que sustentan la existencia del colapso civilizatorio.
En convergencia con las consideraciones históricas, los estudios transdisciplinarios ofrecen tres herramientas de análisis que permiten observar la constitución de las dinámicas autodestructivas características del colapso civilizatorio. Se trata de los conceptos bucles de retroalimentación, puntos de inflexión y efectos de cascada. En conjunto, permiten delimitar e interconectar los elementos que determinan la trayectoria de un sistema o de un fenómeno.
Los bucles de retroalimentación refieren las interrelaciones entre los elementos considerados; por ejemplo, la influencia del aumento de las temperaturas planetarias sobre la criosfera, y cómo el deshielo intensifica el aumento de temperaturas: un elemento alimenta a otro, generando un resultado más intenso y a menudo distinto de los elementos aislados.
Los puntos de inflexión constituyen la herramienta clave del análisis de la bifurcación, en tanto marcan el quiebre definitivo de las regularidades que permiten la reproducción del sistema, y, en consecuencia, indican el tránsito a situaciones en las que el sistema (o partes fundamentales de él) dejan de existir. Un ejemplo muy difundido de un punto de inflexión climático es el aumento de 1.5 °C de las temperaturas planetarias promedio respecto de las temperaturas pre-industriales, umbral que marca la zona de seguridad para la reproducción de la vida en el planeta, más allá del cual, el clima del Holoceno se desestabiliza hasta el punto en que puede provocar condiciones de inhabitabilidad del planeta para gran parte de las especies.
Los efectos de cascada articulan las transformaciones y quiebres establecidos por los bucles de retroalimentación y los puntos de inflexión, mostrando que la ocurrencia de algunos procesos de disipación incide de forma significativa en el desencadenamiento y precipitación de otro u otros procesos disipativos. Las consecuencias del derretimiento de la criosfera ilustran claramente estos encadenamientos: el enfriamiento de las aguas árticas está reduciendo la velocidad de la Circulación del vuelco meridional del Atlántico (amoc, por su sigla en inglés), lo que agudiza los cambios de temperatura en Europa y la desertificación de la selva amazónica: tres grandes regiones del planeta afectadas por macro-procesos ambientales sistémicos.
Finalmente, es relevante precisar los términos elegidos para este análisis. En el uso cotidiano, el término colapso está connotado por su carácter súbito, casi instantáneo. Tanto en las referencias a las corporalidades como a las construcciones y muchas otras situaciones que ocurren de forma cotidiana, el colapso da cuenta de un cambio en el estado de la materia analizada, irreversible, evidente y, sobre todo, muy rápido. En contraste, los estudios históricos han usado el término para referir la aceleración del tiempo histórico; otro tanto sucede en las ciencias ambientales y de la vida: el colapso del Imperio romano o de la biodiversidad refieren tiempos fuera de la normalidad, pero no necesariamente instantáneos o súbitos. Este es el uso que damos al término colapso para analizar la desarticulación cada vez más acelerada de la civilización capitalista: se trata de un proceso que pertenece al tiempo histórico, más amplio y lento que el tiempo de la vida de los individuos de la especie humana. Por tanto, nuestro uso del término colapso se distingue del uso cotidiano y refiere una temporalidad social que se acelera. Esta caracterización del colapso nos permite establecer la relación de la velocidad y la aceleración del tiempo histórico con las transformaciones sociales y ambientales.
En el marco de la trayectoria del sistema capitalista, recurrimos a un sencillo ejemplo para ilustrar este tema. Se trata de contrastar el cambio radical de los tiempos histórico y geológico que implicó el desarrollo del capitalismo respecto de otros periodos de la especie humana. Aunque los indicios de la existencia de ejemplares de homo sapiens están datados hace 315 mil años, se ha establecido que el florecimiento de la especie humana está ligado al fin de la Edad de hielo y al surgimiento de condiciones ambientales más propicias, hace 11 700 años: el llamado Holoceno. En contraste, se considera que el capitalismo surge de forma paulatina en el siglo xiii de nuestra era, por lo que se le puede atribuir una “edad” de 725 años, que representa 6% de la época de prosperidad humana. La Gran aceleración (iniciada en 1950) es apenas 10% de la edad del capitalismo y menos de 0.7% de la duración del Holoceno. Ello ilustra la aceleración del tiempo histórico que representa el capitalismo: una forma social que ocupa un periodo reducido en la historia de la especie ha transformado profundamente el planeta, y en su clímax, produce riesgos existenciales, incluyendo el colapso civilizatorio: una velocidad de alteración de los tiempos geológicos sin precedentes en la historia de especie, y que solo es comparable con los periodos de extinción de la vida en el planeta.
A partir de este conjunto de consideraciones, proponemos una primera aproximación a los elementos de la civilización capitalista que permiten sostener la ocurrencia del colapso civilizatorio. En contrapunto con los análisis positivistas, proponemos relaciones y dinámicas que conjuntan tanto los ámbitos de la vida social como las relaciones de lo humano con lo no-humano: se trata de relaciones orgánicas que se determinan y retroalimentan. En esta aproximación destacamos las cuestiones ligadas a tres ámbitos: las dinámicas de la producción, la destrucción del ambiente y la dislocación social y política del sistema. Aspiramos a que esta primera aproximación sirva para avanzar colectivamente hacia un análisis comprehensivo de la trayectoria del sistema capitalista que permita una fundamentación suficiente de la existencia del colapso civilizatorio.
La dislocación de la relación capital-trabajo
Si la acumulación de capital es el núcleo de la civilización capitalista, el colapso implica el quiebre de los fundamentos que han permitido la obtención de ganancias durante los más de siete siglos de existencia del sistema. El colapso civilizatorio no puede ocurrir si las relaciones axiales del capitalismo siguen reproduciéndose en el mediano y largo plazo: se precisa que la explotación de lo humano y lo no-humano se disloque, hasta que alcance un punto de no retorno, en el cual sea imposible su reproducción. Asimismo, debemos considerar que la calidad de las relaciones de explotación hace que en este ámbito, la dislocación avance a ritmos más lentos y menos intensos respecto, por ejemplo, que la destrucción del ambiente o la ruptura de las relaciones políticas y sociales que cohesionan al sistema. La producción de riqueza material es el ámbito más sólido de la civilización y del sistema capitalista, por lo que su quiebre irreversible es mucho más difícil y lento. La producción de riqueza material es el ámbito en que el capitalismo cuenta con mayores recursos y formas de adaptación, por lo que su dislocación sucede en paralelo al surgimiento de nuevas actividades y la generación de ganancias. La cuestión central reside en que las relaciones entre capital y trabajo pierden su capacidad cohesionadora, de manera que su degradación conduce a diversos quiebres sistémicos irreversibles.
El eje de la ruptura del núcleo de la acumulación de capital reside en el quiebre paulatino y cada vez más acelerado de las relaciones entre capital y trabajo. El éxito de las estrategias de adaptación de corporaciones y gobiernos, que se pueden resumir en los cambios de las formas de producción y la formación de un nuevo paradigma productivo, se expresa en el desplazamiento masivo de las y los trabajadores: las tecnologías informáticas, de comunicaciones, logísticas, la financiarización, la automatización flexible y la articulación de diversas formas productivas bajo la égida de las grandes corporaciones, permiten avances cualitativos en los automatismos sociales, haciendo prescindibles amplias capas de quienes estaban empleados bajo el paradigma fordista de producción. Estas transformaciones crean las condiciones para articular otras formas de producción, caracterizadas por relaciones laborales “informales”, así como por el debilitamiento de las instituciones que permitieron la resistencia de los trabajadores.
Lo cualitativo de este macro-proceso reside en dos avances del sujeto capitalista: la descalificación de la mayor parte de los trabajadores, que se expresa en el vaciado de contenido de las tareas, y la erosión del poder de las organizaciones de los trabajadores, principalmente partidos y sindicatos. Ambas dinámicas crearon las condiciones para la imposición de la precarización de las relaciones de trabajo, el aumento de la explotación, y el desempleo permanente y creciente, como los rasgos dominantes del nuevo paradigma de las relaciones laborales.
Es en ese marco que la competencia dentro y entre todas las clases sociales se acentuó y, por lo tanto, los sujetos que cuestionaban el capitalismo se debilitaron y tendieron a desaparecer como sujetos con capacidad de incidir en la trayectoria de las sociedades contemporáneas. Esta transformación tiene tres expresiones principales en el mundo del trabajo:
1. En las regiones en que predominaron las relaciones asalariadas “formales” o contractualizadas, la erosión de los contratos de trabajo y los derechos laborales, incluyendo los derechos sociales, en particular la seguridad social, prácticas que permiten reducir el costo salarial para los capitalistas.
2. La consolidación de la llamada informalidad, la precariedad y el desempleo masivo y creciente, como las formas más comunes de la relación capital-trabajo.
3. La articulación en escala transnacional de extensas y muy heterogéneas redes de producción (las llamadas cadenas globales de valor), en las que a partir de las necesidades de las grandes corporaciones, se subordinan otras empresas capitalistas y formas artesanales y familiares del trabajo, incluyendo el trabajo impago y semi-esclavo.
Los resultados de estas transformaciones productivas se despliegan siguiendo la dialéctica secular de creación y destrucción que caracteriza al capitalismo. Históricamente, han predominado las tendencias creativas del sistema, por lo que las relaciones sociales capitalistas se han hecho cada vez más densas y con mayores capacidades de adaptación. Prueba de ello son los avances en salud, educación y sanidad, la ampliación del acceso al consumo, la expansión del imaginario democrático, entre muchas otras realizaciones civilizatorias que se consolidan durante la Gran aceleración. No obstante, es preciso enfatizar que todas las transformaciones productivas han tenido también consecuencias negativas para las sociedades y para el ambiente. Proponer la existencia de un colapso civilizatorio, implica que las tendencias destructivas del capitalismo predominan sobre sus tendencias creativas, impulsando la desaparición progresiva de la civilización fundada en el capitalismo, propuesta que requiere de una rigurosa fundamentación y análisis, cuya exploración inicial exponemos a continuación.
En el periodo reciente, es posible constatar que los principales objetivos de las transformaciones impulsadas por las corporaciones gigantes fueron alcanzados, destacando el logro de cuatro transformaciones de alcance sistémico: 1) un salto significativo de la productividad; 2) la adaptación de los procesos de producción a las condiciones de estancamiento de los mercados consumidores; 3) el debilitamiento radical de las organizaciones de los trabajadores; y 4) la reducción casi total del poder social de los productores directos. Lo distintivo del periodo llamado neoliberal, inaugurado en los años setenta del siglo xx con el golpe de estado en Chile y la crisis petrolera global, es que tales avances se concentraron y se siguen concentrando en las fracciones superiores de las grandes corporaciones, a diferencia de otras olas de expansión en las cuales los beneficios de la expansión desbordaban hacia otras fracciones capitalistas y otras formas de producción. La acumulación de capital sigue en ascenso, pero su amplitud se estrecha (cada vez son menos los sujetos beneficiados) y, por tanto, se hace frágil debido a los niveles y las consecuencias de la creciente exclusión.
Las corporaciones líderes aprovecharon las condiciones favorables a la acumulación de capital para obtener ganancias sin precedentes, generando procesos de concentración de la riqueza cada vez más intensos. Este rasgo dominante del capitalismo en vías de bifurcación se expresa tanto por la concentración de la riqueza material en cada vez menos actores (corporaciones y súper-ricos), como por el desplazamiento de las actividades que lideraron la expansión de la posguerra (automotriz, metalmecánicas, electrónica, entre otras), que contaban con grandes capacidades de “arrastre” económico y de integración económica y social, en favor de las llamadas tecnologías de la información y el conocimiento (informática, telecomunicaciones, internet, inteligencia artificial), cuya incidencia es mucho menor, en particular, respecto de la ocupación de los trabajadores.
De forma paralela a estas transformaciones de la producción, tienen lugar procesos de ruptura de los límites que fueron impuestos al capitalismo mediante conflictos sociales de todo tipo. El resultado de esta “liberación” capitalista es sumamente paradójico: se generan intensos procesos de acumulación y de obtención de ganancias, concentrados en pocas manos, a costa de destruir el fundamento de la reproducción sistémica en el mediano y largo plazo: la incorporación de la población a formas estables de relaciones de trabajo. Asistimos al agotamiento de la capacidad integradora del capitalismo, dinámica central para la reproducción de la civilización capitalista.
Así, la transformación de la producción capitalista genera inestabilidad y eventualmente, la ruptura de algunas de las regularidades que han dado cohesión al sistema. Esta dislocación conduce a múltiples macro-procesos autodestructivos de la reproducción de la civilización capitalista, entre los que destacamos tres: la creciente exclusión, las migraciones sin destino y las implicaciones de las nuevas formas del consumo.
El primero de ellos consiste en dos expresiones generales del agotamiento de la capacidad de integración del capitalismo: el estrechamiento (monopolización) de la acumulación de capital y las nuevas relaciones capital-trabajo.
En el nivel de la cultura material, el capitalismo se distingue de otras formas de producción de riqueza y de satisfacción de necesidades humanas por lograr un abatimiento real y sostenido de la escasez. La acumulación infinita se expresa como potencia, como posibilidad de producir todo lo necesario para satisfacer cualquier necesidad, sea ésta resultado de la vida colectiva o de las innovaciones corporativas que “inventan” necesidades. La capacidad productiva del capitalismo creó un poderoso movimiento de integración a partir de la explotación del trabajo, principalmente bajo la forma del trabajo asalariado: participar en los procesos productivos en expansión garantizó tanto la supervivencia como diferentes formas y grados de mejoramiento económico y social.5 El agotamiento de esta potencia provoca una tendencia a la exclusión cada vez más poderosa y abarcante. Dicha exclusión concierne al conjunto de los participantes del sistema productivo capitalista:
1. Las ventajas técnicas y sociales, así como los beneficios de los procesos productivos se concentran cada vez más en las corporaciones líderes; el tejido económico deja de articularse en escalas nacionales o regionales para constituir archipiélagos corporativos. La concentración económica crea situaciones que la competencia no puede transformar: la dialéctica entre competencia y monopolización se estanca, por lo que las posiciones de liderazgo se consolidan en el mediano plazo y no enfrentan desafíos que logren desestabilizar los oligopolios dominantes. Ello concierne de forma particular al desarrollo tecnológico y la diversificación de las corporaciones con capacidad de incidir en los mercados. El aumento del número de corporaciones nacientes, su maduración y consolidación como actores disruptivos en los principales sectores económicos es sustituido por procesos de concentración sin precedentes y la compra sistemática de las empresas nacientes por parte de las empresas líderes, que por ese medio, se apropian de gran parte del progreso técnico, y a menudo impiden su difusión.
2. 2. Las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores formales se deterioran, debido a las estrategias corporativas y las políticas estatales, que derivan en la pérdida de derechos: pérdida de la seguridad social, estancamiento de las remuneraciones y dificultades crecientes para resistir las decisiones empresariales y gubernamentales. Esta es una de las raíces de la situación que viven las sociedades del Norte global: descontento social creciente debido a la cancelación de la movilidad social que caracterizó la expansión de la posguerra, mismo que no encuentra canales de expresión que cuestionen el sistema.
3. Generalización de las relaciones salariales y laborales precarias e informales. Bajo la consigna de la flexibilidad y la adaptación a las “condiciones de mercados saturados”, se abandona el paradigma de las relaciones contractualizadas para implantar formas no reguladas, propensas al abuso y la sobre-explotación. Ello rompe con la relación que hizo del trabajo asalariado el principal medio de acceso al consumo masivo y con el imaginario de mejora social y laboral, lo que crea una situación de deterioro paulatino y cada vez más acelerado de las condiciones de vida y de trabajo. Este es un cambio que se proyecta en escala global e impulsa modernizaciones capitalistas profundas en la mayor parte de las sociedades del planeta, desarticulando la cohesión social.
El deterioro de las relaciones capital-trabajo ha sido ampliamente explorado, por lo que proponemos destacar la consideración de las consecuencias de la monopolización para la capacidad integradora del capitalismo, una cuestión poco explorada. La creación de riqueza material opera en una dialéctica secular de competencia y monopolización que da como resultado el surgimiento y la consolidación de poderosos sujetos corporativos. La dinámica ascendente del capitalismo se caracterizó por la centralidad de la competencia para crear nuevos sujetos que dinamizan y renuevan la acumulación de capital, en particular mediante las llamadas disrupciones tecnológicas y el surgimiento de tecnologías transversales o genéricas (máquinas de vapor, ferrocarriles, combustibles fósiles, informática, telecomunicaciones, inteligencia artificial). En torno a las configuraciones tecnológicas, se establecen equilibrios dinámicos entre las mayores corporaciones monopolistas y las corporaciones innovadoras que permiten el crecimiento y consolidación de algunas de ellas hasta alcanzar la masa crítica necesaria para incidir en la competencia dentro de las actividades en que participan: los liderazgos económicos no son estáticos y si algunas corporaciones logran mantener sus posiciones dominantes en el mediano y largo plazo (ExxonMobil, ibm, Walmart), otras son sustituidas por empresas emergentes que controlan crecientes partes de mercado y aportan alternativas tecnológicas (Apple, Nvidia, Amazon).
La liberalización económica puesta en marcha desde los años ochenta del siglo xx, dio como resultado el predominio de ciertas corporaciones, antes limitadas por las acciones estatales y el poder social de otros sujetos sociales (empresas de menor tamaño, sindicatos y partidos). El neoliberalismo tiene como resultado típico la creciente monopolización del proceso económico, una de cuyas expresiones principales es la limitación de la competencia. Entre otras prácticas monopólicas que permiten a las corporaciones gigantes sofocar a sus competidores, destacan el control de los mercados por la vía de guerras de precios, y la apropiación de las alternativas tecnológicas mediante la compra de las empresas emergentes o sus productos. Esto se refleja tanto en la mayor concentración en cada actividad económica, medida por la cuota de las primeras 5 o 10 empresas más grandes en los indicadores de desempeño económico, como en la proliferación de las fusiones y adquisiciones.6 Así, se opera un cambio significativo en la dinámica económica, en el que las corporaciones líderes concentran más riquezas materiales y medios de ejercicio del poder, pero su base de acción es menor, afectando la capacidad integradora del capitalismo: la clase dominante y las corporaciones líderes son cada vez más poderosas, pero su número se reduce, lo que hace frágil su predominio.
Existen muchos otros procesos de exclusión, pero para los fines de nuestro argumento acerca de la ocurrencia del colapso civilizatorio, queremos centrar la atención en las implicaciones que tiene el agotamiento de la capacidad del capitalismo para integrar grandes segmentos de la población tanto a la producción como al consumo masivos. Las sociedades contemporáneas viven procesos cada vez más acelerados de concentración de la riqueza en pocas manos, dando como resultados relevantes: el surgimiento de megacorporaciones y milmillonarios que controlan los segmentos más importantes de la economía global, y de amplios sectores de la población sobreviviendo en condiciones de pobreza abyecta. Esta polarización constituye una tensión social que desestabiliza, y de forma paulatina, disloca el consenso y la “normalidad” capitalista, generando diversas prácticas autodestructivas: falta de demanda, descontento social que empuja tanto las respuestas anticapitalistas como las fuerzas autoritarias y de extrema derecha, parálisis social y creación de condiciones para las actividades criminales, tanto de provisión de personal como de consumo de sus “mercancías”.7
El segundo macro-proceso autodestructivo, y acaso el más ilustrativo de la dislocación de la relación capital-trabajo es la ocurrencia e intensificación de las “migraciones sin destino”. Las migraciones, en particular las masivas, fueron y continúan siendo elementos constitutivos del modo capitalista de producir riqueza material. Prácticamente todos los países metropolitanos recibieron ingentes flujos de personas provenientes de países vecinos, y, de forma paulatina, incluso de países lejanos, personas que se incorporaron a los circuitos mercantiles, formales, informales y criminales, alimentando los mercados y las reservas de trabajo. Considerando también los aportes culturales y sociales de las personas migrantes, resulta evidente la importancia cualitativa de estos flujos de personas para la acumulación y su dinámica ascendente. Es preciso destacar que en esos casos, Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, entre los más relevantes, la integración se hizo en condiciones de discriminación racial y de género, pero la inserción en las sociedades huéspedes permitió mejoras significativas tanto para las poblaciones migrantes como para las comunidades receptoras de remesas en los países expulsores de trabajadores.
En la actualidad, este tipo de incorporación tiende a estancarse y a privilegiar a las personas con calificaciones y experiencia laboral que no existen o son escasas en los países receptores: tales son los casos de la programación, los trabajos de cuidado, muchas de las profesiones liberales e incluso las actividades “creativas” ligadas a las industrias culturales. En la medida en que las nuevas formas de producción requieren cantidades de fuerza de trabajo significativamente menores respecto a la demanda que existió durante la expansión tras la Segunda guerra mundial, las sociedades metropolitanas y crecientemente los países semi-industrializados (Brasil, México, Sudáfrica), clausuran sus fronteras a las migraciones indocumentadas. Este cierre coincide con multitud de macro-procesos que inducen expulsiones masivas de personas, de forma destacada la destrucción del ambiente, el acaparamiento de tierras y la violencia estatal, paramilitar o criminal.
En ese marco, se configuran situaciones altamente conflictivas: crecientes contingentes humanos en movimiento que encuentran cerradas las fronteras de los antiguos territorios receptores, y que en su gran mayoría son considerados como seres desechables. Se producen situaciones de aniquilamiento (personas que mueren y son asesinadas, por ejemplo en el mar Mediterráneo y la frontera México-Estados Unidos), de confinamiento (centros de detención en países de Unión Europea, Estados Unidos y Australia), de formación de guetos de pobreza extrema y de “captura” de personas por parte de grupos criminales, así como las situaciones de errancia que resultan del abandono y el confinamiento de las personas migrantes en zonas en que no hay poblaciones humanas (Norte de África, Tapón del Darién). Conforme los flujos migratorios se acentúan –y las restricciones legales y las barreras físicas no podrán frenarlos más que de forma temporal–, estas situaciones conflictivas derivarán en catástrofes de todo tipo: represiones abiertas con altos costos en vidas, degradación hasta la abyección de las poblaciones abandonadas a su suerte, y enfrentamientos dentro de las comunidades en que las migraciones sin destino quedan varadas, se cuentan entre los escenarios que ya se perfilan en la tercera década del siglo xxi.
Así, en el ámbito de los movimientos poblacionales, el agotamiento de la capacidad integradora del capitalismo da como resultado convulsiones que dislocan la cohesión de las sociedades contemporáneas en sus principales fundamentos y generan conflictos sociales y políticos de intensidad creciente. El capitalismo ya no incorpora masivamente a las personas migrantes, ni permite la reproducción en los territorios de origen, configurando situaciones límites que derivan hacia las guerras civiles y el exterminio.
Una tercera tendencia autodestructiva del capitalismo en época de bifurcación concierne las prácticas de consumo y las construcciones civilizatorias que propicia:
En primer lugar, el despliegue de nuevas formas productivas hace posible la creación de ámbitos del consumo que combinan mercancías de uso masivo (por ejemplo la telefonía móvil) con infraestructuras que aceleran los intercambios (medios de comunicación, comercio electrónico, plataformas de entretenimiento y redes sociales). Ello pertenece al momento constructivo del capitalismo contemporáneo, que toma la forma de un bucle de retroalimentación positiva: el surgimiento de nuevos ámbitos de consumo comprende diversas operaciones de publicidad y mercadotecnia que promueven el uso de las nuevas mercancías y la aceptación de cualquier tipo de ocupación que genere los ingresos necesarios para acceder a esos tipos de consumo.
La dinámica de los nuevos ámbitos del consumo capitalista no se limita a tales relaciones de articulación: en el marco de procesos de exclusión creciente, la expansión mercantil requiere –y estimula– el sobre-endeudamiento como medio para realizar los nuevos consumos, instalando el riesgo constante de quiebres financieros por impagos públicos y privados, así como la dependencia permanente de las personas e instituciones endeudadas respecto de sus acreedores. Por distintas razones, esta lógica de sobre-endeudamiento también opera en el ámbito corporativo y de los estados nacionales, en escalas tales que el riesgo de un quiebre financiero global se reconoce como uno de los mayores desafíos que enfrenta el capitalismo contemporáneo. En términos históricos, el crédito siempre ha sido una palanca de la acumulación de capital, pero los niveles actuales de endeudamiento alcanzan puntos de inflexión que amenazan el funcionamiento del sistema financiero, y, por esa vía, surge la posibilidad de una dislocación sistémica catastrófica en el ámbito financiero.
En segundo lugar, la intensificación de los consumos capitalistas induce la agudización de la alienación, entendida ya no solo como la pérdida de control de la producción de la vida, si no y sobre todo, entendida como la pérdida de la gestión de la vida: la creciente colonización de la vida cotidiana desplaza el paradigma de la ciudadanía por el paradigma de los consumidores-espectadores, creando una forma de control social inédita en la historia del capitalismo. La “seducción” y la disciplina inducidas por el consumo, se imbrican con la fragmentación y el aislamiento sociales que contienen las acciones colectivas contra el capitalismo. A las relaciones estructurales (precariedad, endeudamiento) se aúnan la construcción de imaginarios funcionales a la explotación capitalista y de ambientes sociales que dificultan la construcción de sujetos sociales contestatarios. El control social se acentúa al costo de erosionar las capacidades civilizadoras de las sociedades contemporáneas, de modo que la acumulación de capital progresa, pero la civilización se disipa de forma cada vez más acelerada. En el largo plazo, el capitalismo no puede reproducirse sin el conflicto social que lo frena y evita su autodestrucción; el fortalecimiento del control social es parte del cortoplacismo capitalista que crea bases para super-explotar lo humano y lo no-humano, despojando a los grupos e individuos de su capacidad para mediar y “domesticar” las diversas formas de dominación.
La cuestión que consideramos fundamental en este conjunto de relaciones y procesos contradictorios es que el capitalismo deja de ser atractivo e integrador para buena parte de la población, incluso para fracciones capitalistas declinantes que no hallan lugar en las nuevas formas de producción y apropiación de la riqueza material. La obtención de ganancias y el ejercicio del poder capitalista continúan, pero los signos de agotamiento y dislocación tanto de la acumulación de capital como de la dominación capitalista proliferan, indicando la imposibilidad de la reproducción sistémica en el mediano y largo plazo.
En ese marco general, es crucial destacar que el sistema alcanza situaciones “contraproductivas”, situaciones límite en las que su funcionamiento resulta en ciclos autodestructivos que intensifican la disipación del capitalismo. Desde los años setenta del siglo XX, fueron identificadas situaciones en las que los medios del “progreso” se bloquearon y devinieron un obstáculo a la acumulación de capital. Tal es el caso del uso del automóvil de combustión interna, que representó importantes avances para la circulación de mercancías y trabajadores, llegando a constituir un símbolo de “libertad de desplazamiento” para las franjas de la población con acceso al automóvil individual. A fuerza de inhibir las alternativas (transporte público, motores eléctricos), y de saturar los mercados mediante el crédito y la ausencia de controles institucionales sobre los parques vehiculares, se producen puntos de bloqueo sistémico, en que las metrópolis urbanas devienen devoradoras de tiempo por los embotellamientos de tránsito, e infiernos ambientales por la contaminación del aire y el agua que resulta de la circulación vehicular y la actividad de las corporaciones. En los años recientes, las situaciones límite se generalizan hacia las condiciones fundamentales que hacen posible las formas de vida, como analizamos a continuación.
La destrucción capitalista del ambiente
En una perspectiva comparativa de larga duración, la escala y la calidad de la destrucción del ambiente constituyen los rasgos que hacen diferente el periodo actual respecto de otros en que el sistema entró en crisis.8 El capitalismo siempre ha depredado el ambiente y ha provocado gravísimos efectos sobre la naturaleza, sobre lo humano y lo no-humano, implicando cambios cualitativos para los hábitats y para muchas especies, llegando incluso a producir situaciones de daño irreversible. Sin embargo, el alcance de tales procesos destructivos fue local, regional y limitado a ciertas especies, por lo que quedaba abierta la posibilidad de implementar “soluciones espaciales” que permitieran la continuidad de actividades capitalistas: tras la destrucción ambiental se colonizaron nuevos territorios en los que reinició y se renovó la acumulación de capital.
Debido a la expansión acelerada del sistema después de la Segunda guerra mundial y a la densificación de la producción capitalista que articula y subordina casi todas las formas de creación de riqueza material que se practican en el planeta, la destrucción del ambiente alcanza escalas globales. Desde los años cincuenta del siglo xx, y de manera cada vez más acelerada, las potencias productivas del capitalismo alcanzan tanto la escala como la intensidad suficientes para destruir las bases ambientales que permiten la reproducción de las formas de vida existentes, e incluso de los llamados metabolismos que constituyen los fundamentos para tal reproducción (atmósfera, agua, cadenas tróficas, entre los más importantes). Las consecuencias del uso de la energía atómica con fines militares y el aumento de las temperaturas promedio, son los ejemplos más conocidos de los macro-procesos ambientales destructivos que amenazan las condiciones de vida en el planeta: en ambos casos, la potencia generada por las actividades humanas tiene la capacidad de destruir las relaciones ambientales que hacen posible la vida tal y como la conocemos.
Nuestra interpretación sustenta la posibilidad del colapso civilizatorio en la convergencia de las transformaciones productivas del capitalismo, que dislocan las regularidades de la reproducción sistémica, con la destrucción capitalista del ambiente que disipa, de forma cada vez más acelerada, las condiciones generales de la vida en el planeta. La condición terminal del periodo que denominamos colapso civilizatorio resulta de la convergencia del tiempo histórico, resultado de la acción humana, con el tiempo geológico, que responde a los “metabolismos” planetarios.
Con la idea de la destrucción capitalista del ambiente referimos un conjunto de macro-procesos que resultan de la explotación de lo humano y lo no-humano con el objetivo de la obtención incesante de ganancias.
En primer lugar, se destaca que la destrucción capitalista del ambiente es resultado directo del diseño de los procesos productivos. Bajo el capitalismo, tales diseños consideran lo no-humano como riquezas “inagotables” de las cuales se puede disponer libremente, por lo que las afectaciones ambientales constituyen “externalidades”, consecuencias indeseadas y, sobre todo, ajenas a las corporaciones, que deben ser atendidas y eventualmente remediadas por otros sujetos sociales. Una vez alcanzados umbrales de destrucción que son imposibles de ocultar o minimizar, se ponen en marcha dispositivos superficiales de control, como la responsabilidad ambiental y social, así como las reuniones multilaterales para establecer estrategias de remediación. Sin embargo, el diseño de los procesos productivos no se pone en cuestión y, sobre todo, no se modifica. Ejemplos de ello son los procesos de producción de combustibles fósiles y de armamentos (y sus industrias conexas y mercados consumidores), que se cuentan entre los mayores contaminadores del planeta, y, a pesar de ello, no presentan el menor signo de cambio o mitigación para paliar sus efectos destructivos.
En segundo lugar, la destrucción capitalista del ambiente refiere la escala y la temporalidad de los procesos de destrucción del ambiente. Todas las formas de organización colectiva practicadas por la especie humana han depredado, en diversos grados y formas, el ambiente. Las diferencias cualitativas que distinguen en este terreno al capitalismo respecto de otras formas de organización son la magnitud y la velocidad de la ruptura de las capacidades reproductivas y regenerativas de los hábitats, en dos vertientes principales: la expansión planetaria y la intensidad de la destrucción.
Conforme el sistema se expande desde sus regiones de origen hasta casi la totalidad de los territorios habitados por la especie en el planeta, aumentan sus impactos sobre los hábitats y las condiciones que hacen posibles las formas de vida. Asimismo, las transformaciones productivas han implicado mayores capacidades destructivas y efectos cada vez más intensos de la actividad humana sobre lo no-humano. La velocidad de la destrucción también aumenta como resultado de la conjunción de dichos procesos, lo que podemos observar en los encadenamientos sistémicos propios del capitalismo que colapsa.9 Además, las mayores capacidades destructivas implican menores tiempos para alcanzar los mismos efectos destructivos: la deforestación, el deshielo, la desertificación son procesos destructivos que se aceleran año con año.
El tercer elemento son los desechos, que aumentan en proporción directa a la escala siempre creciente de la producción y cuya proliferación es una de las principales fuentes de destrucción ambiental. Los plásticos son el ejemplo de una creación capitalista rentable y “útil” para la acumulación de capital que deviene una bomba de tiempo ambiental al dislocar en escalas crecientes las bases de la vida y las formas de vida (microplásticos, las islas de plásticos, etc.). Existen muchos más casos similares, entre los que destacan los desechos industriales (residuos de las centrales nucleares, lixiviados de la minería, basura electrónica, etc.) y los desechos urbanos de carácter masivo (aguas residuales, residuos sólidos, entre los más importantes). La producción y concentración de desechos han alcanzado los umbrales que impiden su manejo con las tecnologías y medios disponibles: en efecto, incinerar, enterrar, sumergir en los cuerpos de agua los desechos son posibilidades de “eliminación” que tendrán consecuencias más nefastas que los grandes depósitos que hasta ahora se utilizan, de modo tal que los desechos constituyen un vector principal de la destrucción ambiental.
Finalmente, la destrucción capitalista del ambiente tiene un componente estatal de gran importancia. A contracorriente de la idea liberal de que el estado representa el interés general, en el terreno de las regulaciones de las actividades corporativas, los estados no sólo han permitido si no que han estimulado la irresponsabilidad de las empresas respecto de sus impactos ambientales. La historia de las industrias extractivas ilustra de forma nítida esta actitud estatal: el principal ámbito de regulación es el reparto de la renta extractiva, pero no se han diseñado reglas y medidas eficaces para frenar la destrucción del ambiente.10 Otro ámbito crucial de la acción estatal es la contención y la represión de las resistencias sociales que confrontan las actividades corporativas. Más allá de las disposiciones legales que “garantizan la propiedad privada” y que limitan las protestas, existen principios y dispositivos contrainsurgentes que acotan y, de ser necesario, destruyen las respuestas colectivas contra la destrucción del ambiente, incluso con el recurso a las fuerzas armadas y policíacas.
Estos cuatro ámbitos designan la manera capitalista de destruir el ambiente; constituyen una intrincada trama de macro-procesos que son sociales y ambientales a la vez, e inciden directamente en la trayectoria del sistema capitalista.
En la perspectiva del análisis del colapso civilizatorio, la destrucción capitalista del ambiente tiene tres expresiones principales:
La forma más general se conceptualiza como extralimitación planetaria, manifestación de la desmesura que caracteriza a la acumulación de capital. Este concepto relaciona el consumo de recursos y servicios ecológicos de la especie humana con la capacidad de regeneración del sistema Tierra en un periodo determinado, generalmente un año.11 Al trasladar este concepto al análisis histórico, es posible afirmar que la acumulación de capital es una extralimitación permanente respecto a las capacidades de regeneración del planeta. Conforme se expanden e intensifican las relaciones de producción capitalistas, las capacidades de regeneración son, primero, copadas y, de forma paulatina, superadas, colocando al sistema Tierra en una situación de dislocación generalizada tendiente a la extinción.
La extralimitación refiere los macro-procesos de agotamiento y extinción que afectan a la naturaleza (lo no-humano y lo humano), originados por las actividades humanas y en particular aquellas realizadas por las grandes corporaciones capitalistas. En esa perspectiva, la disipación sistémica toma la forma de un vaciamiento paulatino y cada vez más acelerado tanto de las condiciones generales de las formas de vida como de los hábitats y los seres vivos e inertes. La extralimitación refuta la ficción propuesta por el liberalismo de que el capitalismo es capaz de autoregularse, y expresa la tendencia a la autodestrucción que resulta de su expansión incesante.
La carga de gases de efecto invernadero (gei) en la atmósfera y en los sumideros globales de carbono (criosfera, océanos, bosques y selvas) muestra esa dinámica autodestructiva: a inicios de la Revolución industrial (siglo xviii) las emisiones contaminantes comenzaron a cobrar importancia, pero su efecto destructivo no fue suficiente para poner en riesgo la atmósfera; con la Gran aceleración, que implicó el crecimiento exponencial de las emisiones de gei, se alcanzaron los umbrales de riesgo, generando como principal resultado el aumento de las temperaturas planetarias. Actualmente, el sistema Tierra carece de relaciones (“metabolismos”) capaces de absorber y eliminar las emisiones contaminantes, por lo que en ausencia de cambios en los procesos de producción que las generan, la trayectoria del ambiente tiende hacia el calentamiento global, el fin de las relaciones ambientales del llamado Holoceno que hicieron posible las formas de vida, así como al agotamiento de las condiciones de la reproducción de las especies.
La segunda expresión de la destrucción capitalista del ambiente refiere el bucle de retroalimentación que vincula de forma directa las actividades de las grandes corporaciones y los macro-procesos destructivos más intensos y de mayor alcance en la actualidad, uniendo el origen de las emisiones de gei, el aumento de las temperaturas planetarias y sus consecuencias ahora ya irreversibles en la criosfera.
Indagaciones, tanto corporativas como académicas, han establecido que la principal fuente de emisiones contaminantes son las actividades humanas. Entre ellas, las actividades de un puñado de grandes corporaciones que explotan combustibles fósiles y producen cemento. La acumulación de emisiones está en el origen del aumento de las temperaturas planetarias por dos vectores principales: la generación de una capa de gases cada vez más densa que impide el escape de la radiación hacia el espacio exterior, y los impactos destructivos sobre los elementos terrestres que reflejan la radiación solar. Las emisiones contaminantes y la menor expulsión de la radiación son los dos elementos fundamentales del aumento de las temperaturas en el planeta.
Esta dinámica destructiva tiene múltiples vertientes de propagación, entre las cuales destacamos la destrucción de la criosfera. Los principales cuerpos de hielo del planeta (Antártida, Siberia, Ártico, Groenlandia y los mayores glaciares) constituyen el principal regulador de los aumentos de las temperaturas planetarias, por lo que su derretimiento incrementa la energía calorífica que circula en el planeta y, en segunda instancia, desencadena varios procesos que retroalimentan el calentamiento global, entre ellos la reducción del efecto albedo y la liberación de gei atrapados durante milenios en el hielo. Otras vertientes destructivas se encadenan en los llamados efectos en cascada: el derretimiento de la criosfera conduce al aumento del nivel del mar que amenaza hábitats costeros; al debilitamiento de las corrientes oceánicas, especialmente la amoc, que estimula la desertificación de la pluviselva amazónica, entre otros efectos deletéreos sobre las condiciones necesarias para la vida en el planeta.
La tercera perspectiva de la destrucción capitalista del ambiente concierne a las condiciones para la existencia de la especie humana. Los macro-procesos destructivos enunciados tienen consecuencias directas y radicales que atañen tres ámbitos principales:
a. La conversión de la franja de la Tierra más propicia para las formas humanas de vida en territorios mayoritariamente inhabitables, tanto por el aumento de las temperaturas, como por el agotamiento de los medios de vida (agua, imposibilidad de cultivar).
b. En consonancia con las migraciones sin destino, la dislocación sistémica propicia desplazamientos por razones ambientales, fortaleciendo la movilidad humana hacia territorios que les niegan el ingreso y la ruptura de los tejidos sociales en los territorios de origen y destino.
c. La afectación radical de las actividades que permiten la reproducción de la especie humana, en particular las actividades agrícolas y ganaderas, que son directamente dependientes de la salud de los suelos, las temperaturas y el acceso al agua.
Es preciso destacar que estos procesos de destrucción están entrelazados y constituyen bucles de retroalimentación que afectan profundamente a la especie humana, acentuando el carácter catastrófico de nuestro tiempo. El resultado típico son nuevas formas de escasez que ponen en cuestión tanto la continuidad como la legitimidad del capitalismo; en esa medida, propician la intensificación de los conflictos sociales en todas las escalas: la sociedad de la competencia deviene una “carrera por lo que queda”, lo que fomenta el recurso a las acciones militares y la emergencia de conflictos bélicos cada vez más amplios.
En suma, la destrucción capitalista del ambiente propicia el colapso civilizatorio al alterar las condiciones generales de reproducción de las formas de vida hasta ahora conocidas, en particular la atmósfera, el aire, las temperaturas y el agua.
La dislocación e inoperancia de la institucionalidad
Todos los procesos antes enunciados conducen al tercer y último elemento fundamental del colapso civilizatorio, la dislocación de la institucionalidad capitalista que deviene inoperante en forma paulatina.
Buena parte de la capacidad de adaptación del capitalismo reside en realizaciones civilizatorias de alcance histórico: instituciones y prácticas mediante las cuales el sistema logró articular y cohesionar las sociedades a lo largo de su historia centenaria. Entre las primeras destacan los estados como principal relación articuladora de la dominación capitalista entre las prácticas que han hecho posible la cohesión de la civilización capitalista se cuentan la democracia, la competencia y diversas formas de ejercer la autoridad. La invención y consolidación de este tipo de realizaciones civilizatorias tuvo como soporte un crecimiento sostenido de la riqueza material, la acumulación de excedentes suficientes para sostener los gastos que implican instituciones y prácticas dedicadas no a producir ganancias económicas directas si no a cohesionar las sociedades. Estas instituciones se han modificado durante siglos, en respuesta a las condiciones materiales del capitalismo y las relaciones sobre las que se instala. Nuestro análisis se concentra en la forma institucional “moderna”, que no tiene más de un siglo de funcionamiento.
Las dislocaciones sistémicas en curso erosionan y debilitan de forma acelerada tales realizaciones, provocando la disgregación de las sociedades contemporáneas, sumidas de forma creciente en problemas de fragmentación y conflictividad. Las instituciones, ideologías y costumbres articuladas como parte del proceso civilizatorio del capitalismo, entre las que figuran los estados, las naciones, los regímenes políticos, las fuerzas armadas, los sistemas de salud y educación, etc., caracterizadas por prácticas redistributivas y de “ascenso social”, pierden su fundamento y retroalimentan la dislocación del capitalismo. Así, se abre paso a la experimentación de nuevas formas de control de territorios y gestión de poblaciones que acentúan la represión, la alienación y el control social: se trata de nuevas formas de autoritarismos.
Entre la gran cantidad de procesos que constituyen esta desarticulación, destacan por su esencialidad para la coherencia del sistema y la cohesión de las sociedades, el traspaso de múltiples campos de la acción estatal a favor de sujetos “privados” y la bancarrota de la democracia representativa.
Desde sus inicios y de forma cada vez más intensa, el crecimiento de las corporaciones capitalistas mediante la acumulación y la compra de competidores produce una transformación significativa en los procesos de creación de riqueza material. A partir de ciertos umbrales de concentración económica, que se alcanzaron a finales de los años setenta del siglo xx, las corporaciones privadas contaron con los recursos suficientes y adecuados para llevar a cabo actividades que solo podían realizar los estados mediante la captación del ahorro colectivo y la contratación de grandes deudas (caso típico de la construcción de las mayores redes ferroviarias, las autopistas, las infraestructuras hidráulicas, etc.). Este desplazamiento provocó un cambio en el ejercicio del poder en escala global y nacional, dado que gran parte de las principales decisiones acerca del rumbo del proceso económico quedó en manos de las grandes corporaciones, incluyendo las obras de infraestructura y las principales tecnologías transversales que soportan al conjunto de la producción capitalista, como sucede con internet y la inteligencia artificial.
El predominio de las corporaciones sobre los estados se produjo durante la oleada neoliberal de desregulaciones y privatizaciones, conduciendo a la apertura de actividades controladas por las instituciones a la acción de las inversiones privadas. De forma paulatina pero cada vez más acelerada y legitimada socialmente, las corporaciones sustituyen a las instituciones estatales en la provisión de servicios básicos (agua, manejo de desechos), impulsando la conversión de derechos en servicios (educación, seguridad social), e incluso mediante la realización de tareas de seguridad nacional. Entre estas últimas, destacan tres ligadas al ejercicio de la “violencia legítima”: la guerra, la seguridad y la gestión de las cárceles, en tanto representan la incursión de intereses privados en ámbitos que de acuerdo con la concepción liberal del estado, representan el interés general.
Ello crea una contradicción al interior de las élites capitalistas, que erosiona y limita tanto la operación de las instituciones como el ejercicio del poder del estado. La participación corporativa en actividades de beneficio colectivo se ha revelado contraproducente, tanto desde el punto de vista de la eficiencia económica como en términos de la degradación de los bienes y servicios que reciben los consumidores. Los ejemplos hacen legión: la privatización de las redes de energía eléctrica, de agua y saneamiento, de transportes públicos, o la proliferación de instituciones privadas educativas y de seguridad social (incluyendo el caso notable de los fondos de pensión), han resultado en desfalcos económicos y catástrofes.
La llamada privatización de la guerra es la ilustración más evidente de dicha contradicción. Los conflictos bélicos y los procesos de colonización muestran que ninguna nación, y mucho menos un estado, pueden poner bajo el control corporativo una actividad que implica riesgos existenciales como es el enfrentamiento bélico de amplio espectro, dado que el éxito militar depende del control directo de las estrategias y las operaciones en los teatros de enfrentamiento. Si las decisiones y acciones bélicas se ponen en manos de la corporación, se corre el riesgo de que esta no actúe de las maneras acordadas o incluso, que actúe siguiendo su propio interés económico o político. La participación de las empresas privadas en tareas de defensa nacional muestra tres características que aparecen como contrarias al interés estatal e incluso nacional: aumentar los costos de las operaciones bélicas, recrudecer los conflictos (como sucedió en Irak con Blackwater, o con el grupo Wagner en República Centroafricana y Malí), y crear poderosos incentivos económicos y políticos para hacer permanentes los conflictos. Situaciones similares se producen en los ámbitos de la seguridad pública y la gestión de las cárceles.
Otro ámbito relevante de la dislocación sistémica concierne al régimen político. Las prácticas de gobierno expresan las correlaciones de fuerzas y las posibilidades de orientar las sociedades hacia ciertos objetivos que aparecen como el “interés general”, al menos formalmente. Del gran número de estas prácticas sociales destacan las configuraciones socio-políticas herederas tanto de las formas de la Grecia antigua como de la Ilustración, que fueron capaces de legitimar las prácticas capitalistas de producción y de apropiación privada de riqueza, creando dinámicas estables de cohesión social. En su forma contemporánea, la democracia liberal constituye un entramado institucional que explica en buena medida la pervivencia del sistema capitalista a pesar de sus grandes contradicciones.
La democracia, como práctica y como idea-fuerza, cobró centralidad en tanto instancia mediadora del conflicto social y alternativa a la guerra civil. Las luchas y protestas de los sujetos subalternos y oprimidos fueron contenidas mediante “negociaciones” sociales que establecen mejoras de diversa índole y alcance, a cambio de la continuidad de la dominación capitalista, y por tanto de la explotación y la acumulación de capital. Las instituciones y prácticas democráticas son el escenario de tales arbitrajes. Tanto el diseño y la práctica de los procesos de producción como el control de las instancias de toma de decisiones son preservadas gracias a los mecanismos de adaptación de los regímenes democráticos: básicamente, la alternancia e incluso la sustitución de las élites políticas, las conquistas y concesiones que conciernen a la distribución de los excedentes económicos, así como el acceso a ciertas prácticas codificadas como “derechos” gracias a las luchas sociales (creación y acceso a instituciones de salud o educación por ejemplo). La trayectoria ascendente del sistema permitió regímenes políticos de relativa paz social fundados en la combinación de concesiones, reconocimiento de conquistas sociales y represión abierta, al menos en los países más desarrollados en términos capitalistas. Es preciso subrayar que la importancia de estas relaciones no reside en su alcance, acotado a ciertas regiones y sectores sociales, si no en su carácter de “ejemplo a seguir”: en tanto participan en la construcción de un imaginario aceptado en escala global que sitúa al capitalismo liberal y la democracia representativa como las mejores situaciones a las que pueden aspirar las sociedades contemporáneas, las ideas y prácticas democráticas aportan un sólido cimiento a la dominación capitalista, irradiando incluso hacia las clases dominadas y las experiencias de lucha que se proponen “mejorar el capitalismo limando sus aristas más agresivas”.
Desde los años ochenta del siglo xx, se observa un cambio sustancial y generalizado en los regímenes democráticos: los programas de gobierno abandonaron la perspectiva del desarrollo económico y social para buscar formas de atender las agendas y necesidades de las corporaciones, en particular de las corporaciones transnacionales, cuyo dominio sobre las sociedades no ha dejado de crecer hasta la fecha. Esta transformación adoptó la forma de privatizaciones, desregulación, proyectos de plataformas exportadoras, financiarización, y más recientemente, megaproyectos. Gobiernos e instituciones adoptaron el programa corporativo, utilizando sus recursos para apoyar las estrategias de las empresas.
Ese cambio de calidad profundizó la desarticulación de los regímenes democráticos, conduciéndolos a la inoperancia: en adelante, la disputa política se limita a las alternancias burocráticas, sin que haya cambios de rumbo ni diversidad de proyectos sociales, al punto que la contienda democrática pierde cada vez más su carácter de mediadora del conflicto social. La normalidad de las democracias metropolitanas (Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, etc.), se caracteriza por matices en la gestión de la austeridad y de las políticas públicas que favorecen la acumulación de capital, creando situaciones políticas de estancamiento generalizado, tanto económico como social y político, en que las únicas alternativas que emergen son autoritarismos encarnados en las fuerzas de derecha extrema e incluso neo-fascismos.12
En síntesis, es posible observar que la democracia pierde su capacidad mediadora que ha generado gran parte de la cohesión social del capitalismo. En esa trayectoria, las guerras regionales que se profundizan en Ucrania y Medio Oriente, junto con la disrupción practicada por la administración Trump, parecen marcar puntos de inflexión en los que desaparece el histórico clivaje entre el “mundo libre” y los “totalitarismos de izquierda”, lo que permite el tránsito a la confrontación entre diversas formas de autoritarismo, todas compartiendo rasgos militaristas muy acentuados.
Otras trayectorias relevantes para explicar el desfondamiento de las democracias son las del movimiento ecologista y de las luchas territoriales. Durante más de 50 años, estos sujetos sociales fundaron su acción en la exigencia de que los estados y las corporaciones implementasen soluciones a la destrucción del ambiente. Ante la cerrazón institucional y el predominio de los intereses corporativos, la mayor parte de estos movimientos y agrupamientos han transitado hacia acciones defensivas y constructivas: perseveran en la interpelación a las instituciones, buscando cambiar la correlación de fuerzas imperante, pero priorizan la construcción de formas de vida alternativas al capitalismo, sobre todo en el terreno de la reproducción de la vida humana y no-humana.13
En conjunto, el desplazamiento de los estados en favor de las grandes corporaciones representa un cambio civilizatorio que induce inestabilidad en el sistema y favorece la ruptura de las regularidades que permiten la reproducción del capitalismo: el sistema deviene cada vez más autoritario y favorece la fragmentación social extrema, instalando una situación de guerra, sea entre naciones o como guerra civil, misma que hace frágil la dominación capitalista y amenaza la continuidad de la acumulación de capital.
Continuaciones
El objetivo principal del análisis presentado en este texto es aportar un primer acercamiento al colapso civilizatorio como el escenario más probable en el futuro de corto y mediano plazo. Intentamos establecer los elementos fundamentales y las dinámicas de dislocación del capitalismo en tres ámbitos: la relación trabajo-capital, la destrucción capitalista del ambiente, y la dislocación de las instituciones. A partir de este ordenamiento, pensamos que es posible ahondar en la indagación sobre las tendencias dominantes de la trayectoria del capitalismo en dos direcciones principales:
1. ¿Los ámbitos señalados y sus interrelaciones son pertinentes, son suficientes para fundamentar una situación de colapso civilizatorio? Es indispensable debatir con el mayor rigor posible los escenarios que enfrentan las sociedades en la actualidad. Desde nuestra perspectiva, las situaciones sociales y ambientales catastróficas en curso y en aumento hacen urgente este debate.
2. Incorporar otros ámbitos y dinámicas que son de gran relevancia para determinar la trayectoria del sistema, como la militarización y las guerras; la consolidación de las actividades criminales como parte de la normalidad capitalista; las resistencias y movilizaciones sociales que construyen alternativas civilizatorias; los debates académicos y políticos en torno a los escenarios de corto y mediano plazo, entre los más importantes.
Los escenarios del futuro inmediato son de vital importancia para el diseño y puesta en marcha de las estrategias y acciones colectivas que permitan hacer frente a las situaciones catastróficas en curso y la creación de nuevas bases para la reproducción social. Como muestran los colapsos de civilizaciones anteriores, la negación es la vía más costosa para afrontar las transformaciones sistémicas.
Bibliografía mínima
Transición, bifurcación, sistemas complejos, civilización
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En estas direcciones encontrarán síntesis de numerosos trabajos que fundamentan nuestro análisis sobre la trayectoria del capitalismo:
http://let.iiec.unam.mx/taxonomy/term/76 [7]
http://let.iiec.unam.mx/descriptores-let/destrucci%C3%B3n-del-ambiente [8]
http://let.iiec.unam.mx/taxonomy/term/18 [9]
* Investigador Titular del iiec. raulob@iiec.unam.mx [10]. Agradezco las críticas, comentarios y aportes de los y las integrantes del Laboratorio de estudios sobre empresas transnacionales.
1 Esta denominación comprende el conjunto de ámbitos sociales (económicos, políticos, sociales, culturales) y ambientales (el clima, los hábitats, la biodiversidad, la atmósfera, la criosfera, etc.), enfatizando las estrechas relaciones que existen entre ellos.
2 La bifurcación sistémica es una propuesta analítica para establecer la trayectoria del capitalismo, a partir de los elementos y dinámicas que determinan la dialéctica articulación-disipación del sistema. De acuerdo con el argumento de Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein (1996), las regularidades del capitalismo se sintetizan en los ciclos económicos largos (Kondratief) y los ciclos hegemónicos. Cada uno de ellos comprende gran cantidad de procesos que constituyen relaciones sociales, cuya reproducción en en el largo plazo transcurre sin modificaciones sustanciales (funcionamiento sistémico). Los ciclos representan la reproducción continua de la civilización capitalista. En interacción con los ciclos, se identifican tendencias o vectores seculares que constituyen los factores de cambio del sistema. Las tendencias seculares dislocan el sistema y lo llevan a una situación en que los ciclos no pueden restaurar el equilibrio: se abre así una situación terminal, un periodo de transición que desemboca en la bifurcación. Lo crucial de esta lectura de la trayectoria sistémica es que el capitalismo deja de existir como sistema-mundo: ya no es capaz de reproducirse en el largo plazo. Este análisis comprende diversas categorías y es declinado en múltiples interpretaciones, que serán objeto de un tratamiento detallado; aquí nos limitamos a una enunciación inicial.
3 Tal es la pertinencia de la noción de Antropoceno, según la cual la acción humana deviene una fuerza geológica que incide directa e intensamente sobre las condiciones fundamentales del planeta.
4 El conflicto social no genera las tendencias autodestructivas, éstas, al igual que sus tendencias creativas, son consustanciales al sistema. Lo que proponemos es que el conflicto social modula dichas tendencias en función de la densidad de las relaciones mediante las cuales el sistema opera y se consolida. Así, mientras menos denso es el capitalismo, sus consecuencias sociales y ambientales son limitadas y los diques civilizatorios impuestos por el conflicto social logran contener buena parte de los efectos depredadores. En cambio, cuando las relaciones capitalistas envuelven a gran parte de la totalidad planetaria, los límites sociales tienden a desaparecer y las afectaciones se amplifican en intensidad y alcance. La cuestión clave de esta dinámica social es el carácter de las luchas de los sujetos dominados que hasta fechas muy recientes actuaron dentro de la paradoja de “civilizar” al capitalismo: las instituciones y las prácticas que frenaron al sistema, también sirvieron para legitimarlo, y por esa vía, fortalecerlo.
5 El pensamiento crítico, y en particular las interpretaciones marxistas ofrecen una lectura complementaria de esta potencia secular del capitalismo, señalando la creación de una “escasez artificial”, como producto de las relaciones de producción. Así, el capitalismo tiene la potencia de abatir la escasez pero la reproduce al concentrar los resultados de la producción en pocas manos, llegando a la abyección de preferir la destrucción de la riqueza material que no encuentra mercados de realización, en lugar de su entrega gratuita.
6 Dos ejemplos típicos de este proceso de estrechamiento de la competencia son los megabancos estadounidenses consolidados tras la crisis de 2008 (Bank of America y JP Morgan), así como las numerosas adquisiciones del gigante tecnológico Meta, que entre 2005 y 2022 compró más de 100 corporaciones, entre ellas Instagram y WhatsApp.
7 Es necesario destacar que el sistema sigue produciendo macro-procesos de articulación. La industrialización en China es la principal corriente articuladora del capitalismo en época de bifurcación: la acumulación de capital, el crecimiento de empresas y de empleos de todo tipo, así como la provisión de ingentes masas de mercancías, establecieron regularidades que fortalecen al sistema. Por ello, es notable el ciclo de luchas sociales y cuestionamientos civilizatorios que se observan en años recientes, en que convergen oleadas de huelgas y de suicidios de trabajadores en empresas proveedoras de grandes transnacionales occidentales como Foxconn, con movidas culturales de jóvenes chinos que buscan trabajar lo menos posible y no tener familia, contradiciendo el ethos del capitalismo chino basado en el trabajo extenuante y el seguimiento de las consignas demográficas del estado. En su estado actual, tales respuestas no lograrán frenar la acumulación de capital, pero abren posibilidades para acciones colectivas de escala masiva que cuestionen el régimen chino.
8 En el debate sobre el colapso se establece una diferencia tajante entre la situación de crisis, en que las regularidades se dislocan pero el sistema encuentra nuevas dinámicas de continuidad; en cambio, el colapso es una situación que implica el fin de las relaciones sistémicas y el tránsito hacia otras situaciones que pueden, incluso, carecer de coherencia sistémica.
9 Una forma principal de estos encadenamientos son las cadenas globales de producción que sirven como medio de transmisión de las catástrofes: pensemos en la pandemia de sars-cov2, los bucles de retroalimentación de la súbita escasez de gas debido a mega-tormentas de nieve en Texas o a las respuestas europeas ante la invasión rusa en Ucrania.
10 En México, las relaciones del estado con Pemex y Minera México, entre otros casos relevantes, muestran la impronta de la acumulación de capital sobre las condiciones de la vida: el estado permite y estimula las actividades corporativas y no toma medidas adecuadas para frenar sus efectos ambientales destructivos.
11 “Earth Overshoot Day marks the date when humanity’s demand for ecological resources and services in a given year exceeds what Earth can regenerate in that year. This ecological deficit spending is possible because we can liquidate stocks of ecological resources and accumulate waste, most prominently carbon dioxide in the atmosphere. […] Earth Overshoot Day is computed by dividing the planet’s biocapacity (the amount of ecological resources Earth is able to generate that year), by humanity’s Ecological Footprint (humanity’s demand for that year), and multiplying by 365, the number of days in a year”
12 Una reflexión similar es necesaria para caracterizar las experiencias ligadas a las llamadas izquierdas, cuyas culturas políticas son otro tipos de autoritarismos. Así, es posible constatar que las experiencias de gobiernos progresistas en América Latina transcurren en la misma lógica de favorecer a las grandes corporaciones, innovando en formas de redistribución que palian sin solucionar la catastrófica situación de desigualdad que viven las sociedades latinoamericanas.
13 Al respecto, la trayectoria de Greta Thunberg es ilustrativa: tanto su sentada frente al Parlamento sueco, como la huelga por el clima, el movimiento masivo “Viernes por el Futuro” y las intervenciones en las cumbres ambientales y económicas, estuvieron dirigidas a exigir la acción de los poderes públicos para frenar la catástrofe ambiental en curso. Ante la cerrazón, la demagogia e incluso la condescendencia de las castas políticas, Thunberg realizó un viraje en su discurso e iniciativas, enfatizando las acciones colectivas y las construcciones por fuera de las instituciones capitalistas.