China pretender pasar de ser la fábrica del mundo a ser una fuente inagotable de creatividad e invención. El principal problema es que el cambio no se puede hacer de la noche a la mañana, y las empresas chinas se deben enfocar en ser mejores en lo que ya hacen.

Según un informe publicado el 23 de junio de 2016 por el Instituto McKinsey Global, más de cuatro quintas partes de los beneficios económicos de China provienen de una sola industria, las finanzas. La razón no es que los bancos chinos sean brillantes, sino más bien se debe al sistema regulatorio que asegura las ganancias de los bancos estatales. Casi la mitad de las 20 industrias más grandes sufren pérdidas.

Empresas como Huawei o Haier, orientadas a la exportación, aparecen en el escenario mundial como gigantes listos para conquistar el mundo. Estas empresas se han esforzado en aumentar la productividad en China, la cual creció considerablemente entre 1990 y 2010, superando a muchos países.

El tema es que este crecimiento relativo no compensa los niveles absolutos de productividad en los que se encuentra este país. La productividad en las industrias de servicios y manufactura continúa siendo de un 15% a 30% de la media de la OCDE.

Gran parte de este problema se debe a la intervención estatal que predomina en China. La reforma más poderosa que se podría hacer es dejar que las empresas quiebren, lo cual actualmente no ocurre, se trate de una empresa pública o privada.

Además, se debería abrir a la competencia los diversos sectores de la economía, que actualmente están a cargo de empresas estatales oligopólicas. El país cuenta con algunas fábricas muy eficaces que podrían competir a nivel mundial como Foxconn y America´s Flex, que son dirigidas por fabricantes por contrato.

Más automatización impulsaría también la productividad. Aunque China es el mayor comprador mundial de robots industriales, estos solo representan 36 de cada 10,000 trabajadores actualmente (la mitad del nivel mundial e inferior al nivel de países como Corea del Sur).