La tiranía de las finanzas globales
Bello, Walden [2016], “La tiranía de las finanzas globales”, Nick Buxton y Deborah Eade (editores), Estado del poder 2016: democracia, soberanía y resistencia, Amsterdam, Transnational Institute, 81-99 pp.
Walden Bello es analista de Focus on the Global South, investigador asociado del TNI y profesor de Sociología en la Universidad de Filipinas. Actualmente es candidato al senado en Filipinas.
El artículo hace un análisis de las estrategias utilizadas por Wall Street para impedir la regulación de sus actividades y transferir el costo de la crisis a los gobiernos y la población. Para el autor, el resultado más grave es el descrédito de la democracia liberal.
Wall Street bajo asedio
Inmediatamente después del estallido de la crisis financiera de 2008 se percibía un ambiente de condena a Wall Street que pugnaba por enjuiciar a los banqueros, imponer sanciones y aumentar la regulación al sistema financiero. No obstante, en Estados Unidos, el epicentro de la crisis, el gobierno de George W. Bush respondió con un programa de rescate (Troubled Asset Relief Program, TARP) de 7 mil millones de dólares para evitar la quiebra de los mayores bancos (p. 83).
Las expectativas generadas por la llegada de Obama a la presidencia de Estados Unidos de una mayor regulación al sistema financiero y la indignación, nacional e internacional, obligaron a los países del G20 a anunciar en una reunión en Pittsburgh en noviembre de 2009, que se tomarían acciones para enfrentar la crisis. Las más trascendentales eran estimular la economía con programas de fomento de la demanda y una regulación efectiva del sistema financiero (p. 84).
Guerra defensiva
Sin embargo, además del programa de rescate, los bancos echaron hacia atrás la reforma financiera anunciada por Barack Obama. Entre 2009 y 2010, lograron eliminar tres elementos clave de la Ley Dodd-Frank para regular las actividades financieras: 1) reducir la dimensión de los bancos; 2) separar a los bancos comerciales de los de inversiones; y 3) prohibir los productos derivados y ejercer control sobre el “sistema bancario en la sombra” (shadow banking system).
El elemento decisivo para revertir la presión sobre Wall Street fue el poder estructural del capital financiero. Cornelia Woll menciona dos dimensiones de este poder: el cabildeo y la presencia del capital financiero en las instituciones públicas. En efecto, en los primeros meses de 2009, Wall Street gastó 344 millones de dólares en actividades de cabildeo. Los banqueros, además, contaban con el apoyo del secretario del Tesoro, Tim Geithner, y el responsable del Consejo de Asesores Económicos, Larry Summers, dos cercanos colaboradores de Robert Rubin, quien aceleró la desregulación del sector financiero cuando fue Secretario del Tesoro bajo la gestión de Bill Clinton (p. 84-86).
Cambio de narrativa
Según Bello, el poder ideológico del sector financiero ayudó a transferir la responsabilidad por la crisis del sector bancario a los estados.
Siguiendo el caso europeo, Bello ilustra la actitud desenfrenada de los bancos al otorgar préstamos aceleradamente, privilegiando los beneficios a corto plazo aunque fueran altamente riesgosos. Los bancos alemanes compraron ávidamente activos sub-prime de los bancos estadounidenses, así como bonos de deuda del gobierno griego. Los bancos franceses, por su parte, aumentaron sus préstamos a Grecia, España y Portugal, a pesar de que la crisis ya estaba en marcha.
El sector bancario logró cambiar la narrativa de la crisis y señalar a los gobiernos como los responsables, gracias a los escándalos desatados por la moratoria de pago de la deuda declarada por Dubai y Grecia entre 2009 y 2010. En el caso griego, a pesar de las complicidades de las autoridades con los ejecutivos de Goldman Sachs para ocultar el nivel de la deuda soberana, sólo se tachó de irresponsable al gobierno, lo que derivó en fuertes imposiciones de programas de austeridad y reducción del gasto público. La inversión de la responsabilidad “permitió a los bancos simultáneamente escapar a recortes por sus préstamos irresponsables y oponerse a la implantación de restricciones estatales a sus actividades” (p. 89).
Pintar Grecia como el futuro de América
Como señala Bello, la experiencia griega fue usada en Estados Unidos como explicación de la crisis y como lección para evitar que los gobiernos aumentaran el déficit, aunque se tratara de una medida de estímulo a la economía (p. 89). En Estados Unidos, este discurso se tradujo en una presión real para limitar el programa de estímulo económico y mantener el statu quo del sector financiero.
¿Por qué ganó Wall Street?
Walden Bello enumera tres factores que permitieron a Wall Street evitar que las medidas de regulación sobre el sector financiero fueran aprobadas:
1. El chantaje. Los bancos, y sus aliados en el gobierno, hicieron creer a la opinión pública que si se iban a la quiebra el sistema financiero colapsaría.
2. El poder estructural. A través del cabildeo y de la movilización de sus allegados en el gobierno, los bancos lograron que la ley Dodd-Frank no contuviera regulaciones que amenazaran sus actividades especulativas.
3. El discurso sobre la irresponsabilidad de los estados. Valiéndose de la experiencia griega, Wall Street revirtió el discurso y responsabilizó a los estados por la crisis financiera (p. 91).
El capital financiero ningunea el levantamiento popular
El caso griego ilustra el poder del capital financiero y su interrelación con los gobiernos europeos. Por ejemplo, las condiciones de pago y la inflexibilidad de la Troika (Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional), eran una muestra del apoyo que recibían los bancos alemanes del gobierno alemán para evitar su quiebra. A pesar de la fragilidad de la economía, la Troika condicionó al gobierno griego un préstamo de 86 mil millones de euros a cambio de recortes de pensiones, salarios, reducción de empleo y servicios públicos (p. 92).
Sin importar el malestar popular, la Troika garantizó que los bancos europeos no sufrieran pérdidas y que los costos del endeudamiento griego fuera pagado por la sociedad. En junio de 2015, la población griega rechazó el acuerdo con la Troika en un referéndum, pero las amenazas del organismo obligaron al primer ministro a negociar condiciones más duras. Para el autor, esto significó “una bofetada a la voluntad democrática griega” a favor de los intereses del capital financiero (p. 93).
Democracia y finanzas
En Islandia, las medidas para enfrentar la crisis financiera se alejaron claramente de las aplicadas en el resto del mundo. No hubo rescates para los bancos, sino para los ciudadanos; y los banqueros responsables fueron encarcelados. El resultado fue una crisis menos prolongada, con una rápida recuperación del crecimiento y del empleo (p. 95).
Según el autor, la domesticación del sector financiero en Islandia se explica por tres razones: el tamaño relativamente pequeño de la población, el poco poder estructural del sector financiero islandés y el control democrático de los bancos, es decir, la capacidad de la ciudadanía para ejercer presión sobre el sector.
Walden Bello retoma este caso para hacer un llamado a los defensores del control democrático de las finanzas para movilizar a la sociedad y lograr una regulación efectiva del sector financiero. Bello lee que las condiciones de la economía real siguen siendo frágiles y que la especulación financiera sigue siendo una opción viable para obtener beneficios a corto plazo, lo que hace posible que otra crisis se desate pero con efectos más severos. Para el autor, si se construye un movimiento fuerte en favor del control democrático de las finanzas, la próxima crisis podría enfrentar una reconfiguración de la relación entre la sociedad y el capital (p. 97).
A comienzos de la crisis los bancos franceses y alemanes poseían el 70% de la deuda griega, 290 mil millones de euros (p. 87).
En 2007, la deuda soberana griega era equivalente a 107% de su PIB; en 2010 esta proporción se incrementó a 148% (p. 88).
Christina Romer, responsable del Comité de consejeros económicos de Barack Obama, estimaba que se necesitarían 1.8 billones de dólares para revertir la recesión, pero sólo se aprobaron 787 mil millones de dólares (p. 90).
En 2015, los dueños de los grandes bancos de Islandia y 23 altos ejecutivos fueron encarcelados por su participación en el colapso financiero en ese país.
Se estima que el mercado de derivados alcanzó en 2011, 707 billones de dólares, una cifra significativamente superior a los 548 mil millones de 2008 (p. 97).
Los cambios institucionales promovidos desde inicios de la década de los años ochenta han dibujado un panorama a favor de las corporaciones transnacionales, en particular para el sector financiero. Resultado del reacomodo de los sectores capitalistas en el poder, el sector bancario ha sido beneficiado por la desregulación de sus actividades y la transferencia de los costos negativos al resto de la sociedad. Es en esta clave que puede leerse el poder que han adquirido los bancos y las instituciones financieras para evitar cualquier normativa estatal, o supranacional, que limite la obtención de ganancias a corto plazo y la especulación.
El texto pone en evidencia el carácter autoritario que ha adquirido el capitalismo contemporáneo. Es decir, frente al descontento social y la movilización popular, la imposición de condiciones de austeridad o el abierto apoyo a los desahucios, se convierten en mecanismos de disciplinamiento social. Los responsables de la crisis no sólo no son castigados sino que se les garantiza su operación y sus ganancias.