Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI

Cita: 

Welzer, Harald [2010], Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI, Buenos Aires, Katz, 342 pp.

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2010
Tema: 
Las relaciones entre el cambio climático y la violencia
Idea principal: 

Harald Welzer, sociólogo y psicólogo social, director del Center for Interdisciplinary Memory Research y profesor investigador en psicología social de la Universidad de Witten-Herdecke, ambos en Alemania. Sus principales áreas de investigación son los estudios sobre la memoria, la perspectiva psicológica sobre el Holocausto y los estudios sobre la violencia social.


Esta obra más que brindar pronósticos sobre las guerras y los conflictos futuros que traerá consigo el cambio climático, es un estudio que muestra cómo y por qué se ejerció la violencia en el pasado a fin de vislumbrar lo que podemos esperar en el siglo XXI. La violencia nos dice el autor, es y ha sido siempre una opción presente en la historia humana, particularmente en situaciones de conflicto. En ese sentido el cambio climático y las desigualdades que acentuará, seguramente vendrán acompañadas de respuestas violentas.

Un buque en el desierto. Pasado y futuro de la violencia

En este apartado, el autor recuerda al buque “Eduard Bohlen”, nave proveniente de Hamburgo empleada para traficar esclavos, símbolo de la explotación, el exterminio y la esclavitud que caracterizaron al periodo colonial, hoy olvidado por la “amnesia democrática” que adolecen los países industrializados, pero padecido por los países poscoloniales que siguen marcados por la historia de violencia que delineó o frustró su desarrollo ulterior.

En la primera guerra genocida del siglo XX encabezada por la administración colonial alemana contra los herero y los nama en África del sudoeste, puede verse un ejemplo de la violencia colonial y un anticipo de los genocidios posteriores y sus formas de llevar a cabo el exterminio, pues además de implementar campos de concentración y campos de trabajo, el ejército colonial alemán empujó a los combatientes africanos al desierto para después dejarlos morir de sed.

Más de cien años después dice el autor, las formas de ejercer la violencia han cambiado, lo mismo que el modo de hablar de ella. A diferencia de las guerras genocidas que se llevaron el siglo pasado y que fueron motivo de orgullo para las administraciones coloniales, hoy las guerras siguen llevándose a cabo, pero sin jactarse de ello. “Una de las principales características de la violencia tal como la ejerce Occidente consiste en su esfuerzo por delegarla lo más lejos posible: a compañías privadas de seguridad y violencia o, en el caso de la seguridad fronteriza, en el hecho de que las fronteras se desplacen hacia fuera, hacia países dependientes en lo político y lo económico” (p. 15). A pesar de su transformación, la violencia de ayer continua y en el contexto del cambio climático tiene mucho futuro.

El modelo de sociedad sustentado en los recursos fósiles está llegando a su límite y no precisamente por su agotamiento sino por su combustión. Al igual que el colonialismo, el calentamiento global expresa la desigualdad que existe entre unas poblaciones y otras, pues, siendo resultado de la quema de combustibles fósiles por parte de los países industrializados, las regiones más pobres del planeta serán las más afectadas.

Las migraciones masivas, los refugiados climáticos y las guerras por los recursos que ya tienen lugar, son el entorno idóneo para respuestas violentas.

Conflictos climáticos

Actualmente, los países de la Unión Europea destinan gran cantidad de recursos financieros, tecnológicos y humanos en aras de evitar la migración ilegal a sus territorios. Las medidas adoptadas han hecho que el flujo migratorio sea cada vez más difícil y peligroso, no obstante, no ha logrado persuadir a las miles de personas que, huyendo de la guerra o de la pobreza en sus países, buscan llegar a los países europeos.

Las migraciones masivas y las medidas que hoy se adoptan frente a éstas, son un adelanto de lo que puede suceder cuando los efectos del cambio climático, como la escasez de agua y alimentos, conlleven a un mayor número de conflictos y de refugiados climáticos. Aunque, desde el punto de vista de la seguridad fronteriza, el ideal sería desplazar las fronteras exteriores de Europa hacia África, es decir, impedir que el migrante abandone el continente, surge la pregunta de qué se hará con los migrantes cuya supervivencia ya no es posible en sus lugares de origen y buscan una posibilidad de supervivencia en países privilegiados.

Casos como el de Sudán o Darfur, donde la guerra ha sido agudizada por el cambio climático y donde la falta de agua, las sequías, el agotamiento de las tierras de cultivo y la deforestación generan la muerte y el desplazamiento de miles de personas. Para Harald Welzer mirar estos países es mirar el futuro.

Mientras tanto, en los países occidentales el fulgor que generó la publicación de los primeros informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) ha disminuido. A pesar de todos los problemas que el cambio climático generará a nivel global, se sabe que algunos serán más afectados que otros, que ciertos países tienen mayores capacidades de responder a la catástrofe climática y que incluso algunos se verán beneficiados.

Las posibilidades que se abren para los vehículos híbridos, los agrocombustibles, los paneles solares, alientan lo que algunos llaman la tercera revolución industrial, olvidando que la primera y la segunda fueron las que generaron los problemas actuales.

El distanciamiento que se tiene frente al tema del cambio climático es una percepción que dificulta observar la responsabilidad que cada uno tiene. La responsabilidad, dice el autor, “sólo puede asumirse mientras exista una relación temporal entre la acción y la consecuencia de esa acción” (pág. 35). En el tema de la catástrofe climática las causas se remontan a hace medio siglo y de hacer algo hoy sus resultados se verán en el muy largo plazo, situación que hace más complicado percibir el problema como algo cercano.

Las personas toman conciencia del problema, pero no necesariamente cambian su conducta, hay una disonancia entre lo que piensan debería hacerse y lo que hacen. Las personas dan sentido a su acción y son capaces incluso de dar justificación y sentido al modo en que se comportan, aunque éste no coincida con su postura moral, lo que en situaciones extremas lleva a justificar los comportamientos más crueles. Los actos cometidos por el nacionalsocialismo alemán y las “limpiezas étnicas” son un ejemplo en el que matar adquiere sentido.

Las catástrofes sociales del siglo XX muestran que los genocidios no son desviaciones de la modernidad sino opciones posibles en el marco de la misma, son respuestas a lo que en su momento se considera una amenaza o un problema, luego entonces el exterminio del otro se hace con un propósito. “Esta capacidad de crear referencias que otorguen sentido –mato en nombre de una meta superior, mato por el bien de las generaciones venideras (…)– es un modo psicológico de otorgar a los hombres la capacidad de realizar hasta las cosas más impensables, de volverles directamente capaces de todo” (p. 43).

Calentamiento global y catástrofes sociales

El cambio climático, al igual que otros desastres “naturales”, es una catástrofe anunciada, con orígenes sociales muy precisos y con posibilidades de respuestas violentas muy amplias. El huracán Katrina que arrasó con el Sudeste de Estados Unidos es clarificador en ese sentido. El escenario de inundaciones previsto por la revista Scientific American en 2001 se confirmó en 2005 cuando 80% de la superficie de la ciudad de Nueva Orleans quedó bajo el agua. Con este caso el autor muestra como lo que generalmente se considera una “catástrofe natural” en realidad es una catástrofe social.

En circunstancias de desastre siempre se ponen de relieve las formas en que se ignoran los peligros anunciados por la ciencia, las desigualdades sociales y la ausencia de un sistema de gestión y protección óptimo. El cambio climático será un catalizador de este tipo de circunstancias extremas que no están siendo suficientemente estudiadas por las ciencias sociales y de la cultura.

Aunque algunos investigadores de las ciencias naturales han optado por ofrecer una respuesta social, el cambio climático es objeto de las ciencias naturales en cuanto a su génesis y proyecciones, pero en lo que concierne a sus consecuencias es objeto de las ciencias sociales y de la cultura. Cuando los especialistas de las ciencias naturales buscan abordar temas que corresponden al campo de las ciencias sociales, tienden a subcomplejizar el problema, es decir, presentan un panorama apocalíptico para después ofrecer soluciones como comprar un auto más pequeño. De igual modo se emplea el “nosotros” en un modo de inclusión extremo a fin de expresar la responsabilidad que la humanidad tiene en el cambio climático. Sin embargo, la humanidad no es un actor sino una abstracción. Existen millones de sujetos en contextos diferenciados, con percepciones distintas de la realidad, con intereses diversos a los que el cambio climático les afectará o beneficiará de modos disímiles. “El uso del 'nosotros' supone una percepción colectiva de la realidad y tal cosa no existe” (p. 55).

Cambio climático. Un panorama sintético.

Aunque los datos provistos por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) son conservadores, pues fueron aceptados sólo después de un proceso de negociación entre los países involucrados y las responsabilidades que estaban dispuestos a asumir, el autor los emplea a fin de entender los procesos donde el cambio climático es palpable.

El aumento del promedio mundial de la temperatura del aire y del océano, el derretimiento de los glaciares y del permafrost, el incremento del nivel de los mares, el desplazamiento de las zonas y la frecuencia de las precipitaciones, el avance de la desertificación y la mayor ocurrencia de fenómenos climáticos extremos, son algunos de los procesos que ya afectan a diversas regiones en el planeta, generalmente a las que menos han contribuido al problema, mientras que los mayores responsables serán los que menos sufran las consecuencias. Esta injusticia climática alberga la posibilidad de conflictos de gran envergadura.

Cápitulos relevantes para el proyecto: 
  • Un buque en el desierto. Pasado y futuro de la violencia
  • Conflictos climáticos
  • Calentamiento global y catástrofes sociales
  • Cambio climático. Un panorama sintético
  • Más violencia
Nexo con el tema que estudiamos: 

Es en las catástrofes sociales donde emergen con mayor nitidez las contradicciones, las desigualdades y las respuestas colectivas, violentas o no. El análisis que realiza Harald Welzer clarifica los modos en que ha respondido la humanidad y las formas en que podría responder en un futuro frente al colapso climático antropogénico.

Frente a la catástrofe climática puede emerger multiplicidad de rutas a seguir, el autor nos muestra una de ellas: la violencia como respuesta y como solución.

Las ideas de conflicto y violencia permiten desmontar el enfoque liberal de la destrucción del clima, que lo naturaliza y lo hace una responsabilidad "global", cuando tanto sus causas como sus efectos son diferenciados. En esta crítica es preciso también introducir los ejes del género, la raza y la clase, pues la idea de los países también mistifica la catástrofe en ciernes.