American efforts to control Chinese firms abroad are dangerous. North Korea highlights a faultline in the world’s business architecture
The Economist [2017], "American efforts to control Chinese firms abroad are dangerous. North Korea highlights a faultline in the world’s business architecture", The Economist, London, 14 de octubre, https://www.economist.com/news/business/21730168-north-korea-highlights-...
“Las guerras se pelean con armas, pero también con dinero”. The Economist sostiene que para entender el balance global de poder en las próximas décadas es necesario prestar atención a la dimensión comercial de la crisis de Corea del Norte. Por primera vez, Estados Unidos está intentando utilizar su poderío legal y financiero para modificar las prácticas y comportamiento de las empresas y bancos chinos, los cuales cree que están apoyando a Corea del Norte. Algunos políticos estadounidenses piensan que “como las empresas chinas se han integrado a la economía global, se han vuelto más vulnerables a la ira del tío Sam. Estados Unidos tiene armas potentes, pero el problema es que China puede contraatacar de forma devastadora”.
La economía norcoreana es altamente dependiente de la china. Entre 60% y 90% de su comercio exterior tiene a China como destino; buena parte del petróleo que consume Corea del Norte lo obtiene a través de China; existe una fuerte conexión entre los bancos chinos y los norcoreanos.
Después de meses de presión por parte de Estados Unidos, el banco central chino exhortó a finales de septiembre a los prestamistas del país a ya no hacer nuevos negocios con los norcoreanos. Y aunque consiguió este ansiado objetivo, el gobierno estadounidense mantiene la actitud beligerante: el Departamento del Tesoro incluyó en su lista negra a 19 banqueros norcoreanos que operan en China y a 8 empresas con sede en Corea del Norte. Además, desde el senado y el propio Departamento del Tesoro se critica severamente a los mayores prestamistas chinos (que detentan la propiedad de 125 mil millones de dólares en activos en Estados Unidos, lo que equivale a 14% de su capital total) y se exige que se impulsen medidas más severas contra los bancos chinos.
“Ese alcance extraterritorial de los reguladores (y las cortes) estadounidenses es una característica de los negocios internacionales. Las fechorías cometidas en cualquier lugar pueden ser castigadas si la empresa en cuestión emite títulos en Estados Unidos, tiene una subsidiaria ahí o hace transacciones electrónicas en dólares”. Las sanciones por parte de las agencias estadounidenses han afectado a empresas de todas las latitudes y de todas las industrias. Hasta hace aproximadamente un año, las empresas Chinas estaban exentas de las sanciones estadounidenses. Probablemente esto se debía a que Estados Unidos temía dar inicio a una guerra comercial. Hubo algunos casos de sanciones a empresas chinas que comerciaban con Irán (estas sanciones fueron recibidas con furia por el ministro de relaciones exteriores de China). Pero, en general, “la actitud relajada del tío Sam era obvia”. Esto fue muy claro cuando las autoridades estadounidenses pasaron por alto o impusieron multas mínimas ante la falta de medidas contra el lavado de dinero y de controles adecuados por parte de grandes bancos chinos.
Un claro cambio de actitud se hizo sentir cuando el secretario de comercio estadounidense anunció una multa por mil doscientos millones de dólares a la empresa china de tecnología ZTE por hacer negocios con Irán y Corea del Norte. Además, Huawei está en la mira por una posible violación a las sanciones comerciales que Estados Unidos impuso a Irán y Siria. Es posible que los hombres de Pekín esperen que la reciente orden para que sus bancos dejen de hacer negocios con Corea del Norte calme las cosas. Sin embargo, no es claro que esto vaya a ser así, pues “hay una fiebre en Washington por castigar a sus empresas [de China], tanto por razones patrióticas como por la nueva influencia de los proteccionistas”.
Podría parecer que actualmente las empresas chinas son una presa fácil para los reguladores y las cortes estadounidenses ya que cientos de estas emiten títulos que cotizan en los mercados de valores de Estados Unidos. Además, los bancos chinos manejan gran parte de sus actividades en dólares, lo que los vuelve especialmente vulnerables a la presión estadounidense. Los cuatro bancos más grandes de China –Agbank, Bank of China, ICBC y CCB– tienen pasivos por 940 mil millones de dólares denominados en esa moneda. Si Estados Unidos los excluyera de su sistema financiero, los inversionistas internacionales emprenderían la huida y estos bancos enfrentarían enormes problemas, por lo que tendrían que ser rescatados por el Banco Central chino. Esta es una idea tentadora para los legisladores estadounidenses, especialmente porque los grandes bancos de su país no tienen mucho que perder en China, donde tienen únicamente 54 mil millones de dólares en préstamos.
Sin embargo, es preciso tener presente que China –país familiarizado con las artes oscuras de intimidar empresas con fines geopolíticos– tiene numerosos medios para tomar represalias frente a Estados Unidos. Por ejemplo, podría imponer grandes multas o incluso prohibir la operación de empresas como Apple o General Motors, que juntas obtienen ganancias por 20 mil millones de dólares en China. Esto sería un duro golpe para los intereses estadounidenses. Y en cuanto al sistema financiero, China podría escalar el conflicto al ejercer mayor presión sobre el territorio autónomo de Hong Kong para perjudicar a los grandes bancos estadounidenses que tienen oficinas ahí.
Es por ello que la crisis de Corea del Norte hace presente un punto neurálgico en la arquitectura mundial de los negocios que causará problemas en las décadas por venir.
“Es prácticamente inconcebible que China acepte el alcance extraterritorial del sistema legal y financiero estadounidense” como lo han hecho Europa y Japón. China ya está tomando medidas como la creación de su propio sistema de pagos transfronterizo para “evitar el largo brazo del tío Sam”. Y quizá más tarde en Estados Unidos se decida limitar el alcance que han tenido sus reguladores y sus cortes. Pero mientras eso sucede, las tensiones y el riesgo latente de la mutua destrucción financiera continuarán. “El único consuelo es que la guerra comercial no necesariamente viene acompañada de una nube en forma de hongo”.
La economía norcoreana es altamente dependiente de la china. Entre 60% y 90% de su comercio exterior tiene a China como destino.
Los mayores prestamistas chinos detentan la propiedad de 125 mil millones de dólares en activos en Estados Unidos, lo que equivale a 14% de su capital total.
Los cuatro bancos más grandes de China –Agbank, Bank of China, ICBC y CCB– tienen pasivos por 940 mil millones de dólares denominados en dólares.
Después de la segunda guerra mundial las fronteras nacionales de Estados Unidos se extendían hasta cualquier punto del globo donde las corporaciones o el estado estadounidense tuvieran intereses. En consecuencia, las instituciones y cortes de ese país tenían influencia y capacidad de decisión en todo el orbe. Aunque ello pudiera generar animadversión y reticencias, el alcance del poderío estadounidense era tácita o explícitamente aceptado por la mayor parte de los países del mundo. En la vuelta de siglo, con la irrupción de China en el mercado mundial, el alcance extraterritorial y la ubicuidad de la legislación y las instituciones estadounidenses comienzan a ser puestos en cuestión. Este es un punto clave en la geopolítica mundial, pues el tema que está sobre la mesa es quién pone las reglas del juego en el mercado mundial. De la forma en que se resuelvan estas tensiones –mediante la negociación o mediante las armas– depende la posibilidad de superar la “trampa de Tucídides” en la disputa por la hegemonía mundial.
Por otra parte, The Economist advierte que el escalamiento de las tensiones entre Estados Unidos y China podrían conducir a una guerra comercial. Ante ello hay que señalar que, si bien es cierto que la guerra comercial no deja tras de sí una nube en forma de hongo, en el contexto actual no hay preludio más probable para el estallido de una guerra nuclear que una guerra comercial.