Necrocapitalism
Banerjee, Subhabrata [2008], “Necrocapitalism”, Organization Studies, Los Angeles, SAGE Publications, 29(12): 1541-1563.
Subhabrata Bobby Banerjee es decano asociado de Investigación y Empresa en la Universidad de Londres.
El texto tiene como objetivo desarrollar el concepto de necrocapitalismo, que el autor define como “las formas contemporáneas de acumulación organizacional y que implican desposesión y sometimiento de la vida al poder de la muerte” (p. 1541).
Para Banerjee, acontecimientos tan distantes como la derrota de las fuerzas francesas en Chandernagor por la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en 1757 y la asignación de un contrato para la reconstrucción de Irak a la multinacional Armor Holings en 2004, pueden interpretarse como expresiones del colonialismo corporativo “donde los mecanismos de gobierno interno de los estados fueron desmantelados y controlados por un centro imperial corporativo” (p. 1541). Las operaciones de ambas corporaciones también se asemejan en el despliegue del poder militar, la violencia y la decisión sobre la vida en los territorios donde se instalan.
Para explorar la relación entre comercio y violencia en la economía política contemporánea, el autor propone la noción de necrocapitalismo. Retomando los trabajos de Achille Mbembe (2003) y Giorgio Agamben (1998 y 2005), Benerjee argumenta que “algunas prácticas capitalistas contemporáneas contribuyen al despojo y el ‘sometimiento’ de la vida al poder de la muerte en diversos contextos, como en la organización y la gestión de la violencia global a través del incremento en el uso de fuerzas militares privadas y los conflictos por recursos naturales entre corporaciones transnacionales y comunidades indígenas” (p. 1542).
Teorizando el necrocapitalismo: formaciones coloniales e imperiales
La noción de necrocapitalismo es desarrollada a partir de dos formulaciones fundamentales: el estado de excepción (Agamben) y la necropolítica (Mbembe). No obstante, antes de profundizar en la relación, Banerjee retoma y clarifica su utilización de los desarrollos teóricos en torno al colonialismo e imperialismo.
El filósofo congoleño V. Y. Mudimbe (1988) enfatiza tres características del colonialismo: la dominación del espacio físico, la reformulación de los sistemas de conocimiento y la cultura, así como la incorporación de las historias económicas locales a la perspectiva occidental. Por su parte, el imperialismo pone el énfasis en la relaciones de dominación y extracción de recursos naturales sin que la ocupación territorial sea una condición. Según Banerjee “en términos de su relevancia para la economía política, el imperialismo puede ser descrito como un sistema económico de inversión externa y de penetración y control de mercados y fuentes de materias primas” (p. 1543). Este sistema económico es operativizado a través de distintos poderes: el institucional (representado por organismos como el FMI, la OMC o el Banco Mundial), el económico (corporaciones y estados), así como el discursivo que construye nociones indiscutibles como atraso o desarrollo y relega narrativas emergentes.
Estados de excepción y transgresiones de la soberanía
El objetivo de distinguir el colonialismo y el imperialismo es comprender a profundidad la noción de necrocapitalismo. Banerjee señala que la violencia, el despojo y la muerte, como resultado del proceso de acumulación ocurren “en espacios que parecen inmunes a la intervención legal, jurídica y política, resultando en la suspensión de la soberanía”. La soberanía, como la formula Carl Schmitt (1985), es “quien decide el estado de excepción” y Agamben añade que, a través del estado de excepción, el soberano crea y garantiza la situación que la ley necesita para su propia validación. Es en el estado de excepción donde la violencia, la tortura y la muerte se ejercen sin intervención política ni judicial, el espacio del homo sacer (Agamben, 1998). La decisión del soberano que invoca el estado de excepción significa el poder de decidir sobre la vida sin que se siga un proceso por homicidio. En palabras de Agamben, la soberanía “es el poder que decide el punto en el que la vida deja de ser políticamente relevante”.
Para Banerjee, el estado de excepción era la regla en el mundo colonial. Siguiendo a Mbembe, el autor señala “la colonia representa un estado de excepción permanente en el que la soberanía se convierte en un ejercicio de poder fuera de la ley” (p. 1545). Así, el colonialismo europeo está en la base de la noción de soberanía que dio lugar al derecho internacional y que tiende a reproducir y reforzar los modos de control colonial en el presente.
El autor remarca una diferencia con respecto al mundo colonial, donde las trasgresiones a la soberanía eran cotidianas: en la economía política neoliberal contemporánea existen diferentes niveles de soberanía sostenidos por formaciones imperiales. Para Ann Laura Stoler (2006), las formaciones imperiales no reflejan un estado estable limitado por límites soberanos nacionales, sino la forma en cómo la economía y la política están organizadas, esto es, una política de dislocación que involucra “reclutamiento y transferencias sistemáticas de agentes coloniales, ejército nativo, redistribución de personas y recursos, reubicaciones y dispersiones en territorios cercanos y de ultramar” (p. 1546). Por ello, los estados de excepción sostenidos por formaciones imperiales aparecen en las colonias al igual que en las metrópolis, bajo la forma de los cuerpos ilegales e indocumentados que trabajan en los talleres del sudor.
Banerjee califica al neoliberalismo estadounidense como un imperialismo capitalista radicalizado, que se caracteriza por estar ligado cada vez más a la acción militar, frecuentemente en nombre de la seguridad. Así, el neoliberalismo genera tipos específicos de soberanía y ciudadanía que son posibles gracias a la infiltración de la lógica de mercado en la política, acompañada por la acción violenta que aunque se mantiene velada es permanente y se ejerce en complicidad con las élites políticas. Aihwa Ong (2006) utiliza el término soberanía graduada para explicar el tratamiento estatal diferenciado hacia una población ya fragmentada por raza, género, religión o clase, y a la que se suma la reconfiguración del poder y la autoridad producida por la operación de empresas transnacionales en zonas especiales de exportación. El análisis de Ong explica como el giro neoliberal en Indonesia y Malasia dio lugar a distintos niveles de soberanía: “algunas áreas de la economía tienen una fuerte presencia estatal y en otras áreas, el mercado y capital extranjero mandan. La soberanía estatal se dispersa porque los mercados globales y el capital, en colusión con los gobiernos, crean estados de excepción donde la coerción, violencia y asesinatos ocurren” (p. 1546).
Acumulación por muerte y despojo
Como recuerda Banerjee, la violencia, desposesión y muerte son fenómenos recurrentes en el capitalismo desde sus inicios y complejizados con las expansiones coloniales. No obstante, a pesar de que el colonialismo está formalmente extinto, las prácticas necrocapitalistas requieren el retorno de excepciones coloniales que permitan su desarrollo. Así, Banerjee señala: “es necesario entender el necrocapitalismo como una práctica que opera a través del establecimiento de una soberanía colonial y la manera en que esa soberanía es establecida en la economía política actual, donde el negocio de la muerte tiene lugar a través de estados de excepción” (p. 1547). Los espacios coloniales de excepción son aquellos dónde las ganancias son más altas, debido a la extracción de riquezas naturales, la operación de empresas militares privadas o la asignación de contratos para la reconstrucción.
El autor concluye que las soberanías coloniales permiten la existencia de estados de excepción a través de la colusión entre poderes estatales y corporaciones, lo que a su vez deriva en el establecimiento de prácticas necrocapitalistas: “el necrocapitalismo emerge de la intersección entre la necroeconomía y la necropolítica como prácticas de acumulación en contextos post-coloniales por actores económicos específicos –por ejemplo, corporaciones transnacionales- que involucran despojo, muerte, tortura, suicidio, esclavitud, destrucción de los modos de vida y la gestión general de la violencia. La característica principal del necrocapitalismo es la acumulación por desposesión y la creación de mundos de muerte en contextos coloniales” (p. 1548).
Algunas de las expresiones contemporáneas de desposesión en la economía política son: privatización de la tierra y expulsión de campesinos, privatizaciones, restricciones al uso público de recursos de propiedad comunal, control de recursos naturales en antiguas colonias, eliminación de formas indígenas de producción y consumo, entre otras.
La corporación, los estados nación, las organizaciones supranacionales y las agencias internacionales son los principales actores que dan forma a la privatización de la soberanía, y las prácticas necrocapitalistas que ésta desencadena, en un marco de guerra infinita. Así, el uso de la fuerza militar se utiliza para imponer relaciones económicas, para promover golpes de estado o luchas contrainsurgentes, así como para establecer el control corporativo sobre los recursos naturales de países en desarrollo. El resultado de estos estados coloniales de excepción es la construcción de mundos de muerte: suicidios de campesinos ligados al avance de las semillas genéticamente modificadas y la liberalización del comercio en la India, el desplazamiento de comunidades por la construcción de presas de gran escala y la pérdida de tierras, la privatización de recursos esenciales para la vida, como el agua, en África y Sudamérica, son sólo algunos ejemplos.
Subcontratación de la “guerra del terror”: soldados corporativos e industria militar privada
Banerjee señala la convergencia fundamental que ocurre en la guerra del terror: poder imperial, poder militar, intereses económicos y capital. La invasión a Irak ilustra esta concatenación. Las primeras decisiones después de la guerra incluyeron la privatización de las industrias estatales, la asignación de contratos para la reconstrucción, principalmente a corporaciones estadounidenses y británicas, la reconfiguración geográfica de las zonas de excepción, así como la subcontratación de la guerra a empresas militares privadas (EMP). Esta última característica de la guerra del terror es otro mecanismo que extiende los mundos de muerte: los servicios de reconstrucción que ofrecen las EMP son ejecutados por trabajadores ilegales de países periféricos que han aceptado empleos peligrosos y mal pagados que los estadounidenses no están dispuestos a realizar. A diferencia de los estadounidenses, ni los empleados de los países periféricos ni los civiles iraquíes asesinados son contabilizados, en una expresión del desdeño de ciertas vidas.
La consecuencia de la subcontratación de la guerra es “la privatización de la soberanía en los territorios en los que operan las EMP. Las EMP, propiedad y operadas por corporaciones transnacionales, tienen el derecho de tomar la vida o dejar vivir, proteger activos e incluso reclamar concesiones mineras, como en varios estado africanos” (p. 1553). Esta privatización de la soberanía es, para Banerjee, condición de posibilidad para las prácticas necrocapitalistas. Así lo ilustra la tortura de prisioneros en la prisión Abu Ghraib en Irak, la impunidad que se verifica en la protección a instalaciones de capital foráneo por ejércitos privados, así como la obtención de concesiones mineras o petroleras.
Acumulación por muerte y desposesión en la industria energética y de recursos naturales
La industria petrolera representa uno de los paradigmas de las prácticas necrocapitalistas. La historia de esta industria se ha acompañado de despojo, conquistas coloniales, golpes militares, guerras, corrupción, etcétera. M. J. Watts (1999) denomina a estos acontecimientos petroviolencia , esto es, “la violencia que acompaña con frecuencia a la extracción petrolera y que surge de la intersección entre la violencia perpetrada contra el mundo biofísico y la violencia social” (p. 1555). Los actores principales en estas zonas de violencia, donde se establecen estados de excepción, son las empresas petroleras, gobiernos y fuerzas de seguridad privada. De hecho, existe una fuerte percepción de colusión entre gobiernos locales y corporaciones multinacionales basada en la integración de las fuerzas públicas por empresas de seguridad privada cuyo objetivo es la protección de las instalaciones del capital privado.
El autor pone en evidencia la contradicción contenida en la expresión “responsabilidad corporativa”. Por ejemplo, las millonarias operaciones de la petrolera Shell en Nigeria han ido acompañadas de escándalos ambientales y de violaciones a los derechos humanos en la región del delta del Níger por lo que, a pesar de la construcción de caminos y escuelas, no hay beneficio real para las comunidades.
Otro ejemplo de las implicaciones de la responsabilidad corporativa está relacionado con el levantamiento zapatista. Un documento interno del Chase Manhattan Bank, uno de los principales prestamistas del gobierno mexicano, señalaba en 1998: “el gobierno necesitará eliminar a los zapatistas para demostrar su control efectivo del territorio nacional y la política de seguridad” (p. 1557). En este caso, la supuesta responsabilidad corporativa se enlaza con una práctica necrocapitalista (la eliminación de la disidencia) para implantar una serie de medidas violentas y de despojo: el libre mercado, la contrarreforma agraria y la apertura comercial.
El autor señala la dificultad jurídica para señalar la responsabilidad de las corporaciones asociadas con los gobiernos estatales en prácticas necrocapitalistas, ya sea porque las denuncias no se consideran sujetas a ser castigadas, han expirado o porque no existe suficiente evidencia. Así se ilustra en el caso de una denuncia presentada por la comunidad Hererro en Namibia en contra de una empresa alemana por la esclavización de sus tribus o la denuncia por el uso de trabajo esclavo en la construcción de ductos propiedad de Unocal, en complicidad con el gobierno militar de Bimania.
Múltiples situaciones son aprovechadas por las corporaciones para implantar estados de excepción y beneficiarse económicamente: guerras y la posterior reconstrucción del país devastado, desastres naturales (huracanes, tsunamis, terremotos), endeudamiento de los países y programas de ajuste, etcétera.
Conclusiones y futuras direcciones
El autor señala que el neoliberalismo se ha implantado como régimen de desarrollo que genera gran cantidad de “gente invisible, principalmente pobre, desheredada y despojada” y, como consecuencia, no es que ignore a los pobres, sino que los excluye deliberadamente.
Para Banerjeee la “fractura biopolítica fundamental” a este sistema sólo puede venir de los nuevos movimientos sociales y las luchas por la supervivencia. Asimismo, hacen falta nuevos marcos interpretativos que no sólo pongan una mirada crítica sobre los movimientos sociales sino que repiensen la relación entre la economía, la política y la corporación.
Watts, M.J. [1999] ‘Petro-violence: Some thoughts on community, extraction and political ecology’, ttp://repositories.cdlib.org/iis/bwep/WP99–1-Watts.
Mbembe, A. [2003], "Necropolitics", Public Culture, 15(1): 11–40.
Agamben, G. [1998], Homo sacer: Sovereign power and bare life, Stanford, Stanford University Press.
Agamben, G. [2005], State of exception, Chicago, University of Chicago Press.
Mudimbe, V.Y. [1988], The invention of Africa, Bloomington, Indiana University Press.
Schmitt, C. [1985], Political theology: Four chapters on the concept of sovereignty, Cambridge, MIT Press.
Stoler, A. [2006], "On degrees of imperial sovereignty", Public Culture, 18(1): 125–145.
Ong, A. [2006], Neoliberalism as exception: Mutations in citizenship and sovereignty, Durham, Duke University Press.
El texto de Banerjee es relevante para entender la relación entre las corporaciones y la guerra al menos en tres sentido: 1) sale de la retórica que asume la neutralidad de las operaciones de las corporaciones y las identifica como actores principales de prácticas que involucran el ejercicio de la violencia como parte de su búsqueda por aumentar sus beneficios económicos y su posición política; 2) establece condiciones de posibilidad específicas: en espacios o contextos neocoloniales, aunque es necesario profundizar en esta condición o su expresión en otros contextos, y 3) señala el carácter estructural de las prácticas necrocapitalistas en el capitalismo contemporáneo.