El sexo del capitalismo. Apuntes sobre las nociones de 'valor' y de 'disociación-valor'
Scholz, Roswitha [2019], "El sexo del capitalismo. Apuntes sobre las nociones de 'valor' y de 'disociación-valor', El patriarcado productor de mercancías y otros textos, Santiago, Quimera y Pensamiento & Batalla, pp. 55-72.
Roswitha Scholz es una escritora feminista que formó parte del Grupo Krisis (“Manifiesto contra el trabajo”). Edita la revista EXIT junto con Robert Kurz y Anselm Jappe, en Alemania.
Roswitha Scholz apunta que es necesario analizar el significado androcéntrico del valor para comprender lo que la noción disociación-valor propone. Así, resume la concepción del valor desde el enfoque de la crítica fundamental a éste (el valor es criticado como la expresión de una relación social fetichista).
Las mercancías sólo devienen productos sociales cuando son intercambiados en el mercado. El valor de cambio representa trabajo (consumo de energía social humana abstracta). De esta manera, las mercancías son un valor que es representado por el dinero, la forma general del valor para el universo de las mercancías.
Como es bien sabido, la relación social mediatizada por el dinero trastoca las relaciones entre las personas y las mercancías: la relación social aparece como relación entre cosas que se entrelazan a través de cantidades abstractas del valor que representan.
La crítica al fetichismo de la mercancía, dice Scholz, debe realizarse desde el nivel de la producción mercantil, del valor, del trabajo abstracto y la forma-dinero. En este sentido, la teoría marxista ha fracasado porque aquello que constituye la radicalidad del marxismo ha sido marginado como filosófico, al tiempo que el nivel concreto de la teoría social se mostró incapaz de romper con el sistema moderno de producción mercantil.
Scholz recurre a la crítica fundamental del valor porque actualiza el núcleo desaparecido de la crítica de la economía política y pone de manifiesto que la forma aparentemente neutral del valor reviste un carácter-fetiche negativo. Este fetichismo específico de la mercancía sólo existe en los sistemas modernos de producción. Sólo el capitalismo actual ha engendrado una forma-mercancía orientada a mercados anónimos y escindida del resto de la vida.
La economía de mercado y las relaciones monetarias nacieron gracias a que el valor y la forma-dinero, se transformaron en un fin en sí mismo: bajo la forma de capital se forma un bucle para que éste se valorice (un proceso ininterrumpido para engendrar plusvalor). Dos condiciones de esta valorización son constitutivas para el proceso: 1) la producción del valor de uso (satisfacción de necesidades humanas) se transforma en un subproducto de la acumulación de capital; 2) la fuerza de trabajo se convierte en mercancía y una parte de la sociedad se ve sometida a la dictadura del mercado de trabajo.
En esas condiciones, la actividad productiva se vuelve trabajo abstracto, que es la forma específica que reviste la finalidad en sí misma abstracta de incrementar el dinero. La consecuencia del proceso anterior es que el trabajo vivo deja de aparecer como expresión del trabajo muerto autonomizado, y el trabajo abstracto se plantea como un modo ajeno a la historia. La autora observa que el marxismo tradicional del movimiento obrero tenía una visión truncada al respecto porque su crítica al plusvalor era superficial.
Scholz sugiere que la forma del valor funcionando en bucle y de manera fetichista es lo que debe ser denunciado como escandaloso y no sólo la distribución desigual. A los ojos de la crítica fundamental del valor, el marxismo del trabajo se observa como prisionero de la ideología de la justicia distributiva. Una simple redistribución en el interior de las formas-mercancía-valor-dinero, no evita las crisis ni acaba con la miseria global del capitalismo. El problema es la forma-dinero y no la reapropiación de la riqueza abstracta.
La modernización a marchas forzadas bajo la forma de un capitalismo de Estado en el Sur global fue mal interpretada como un contrasistema socialista. Este paradigma se volvió dominante en algunas sociedades de la periferia del mercado mundial (China, Rusia y el mundo en desarrollo). Debido a la participación de estas sociedades en el sistema mundial de producción, la dinámica capitalista era operativa en éstas (aunque fuera de manera diferente a Occidente): era el Estado el que desempeñaba el papel de empresario colectivo.
La autora concluye que el proceso de valorización del capital, a través de procesos inducidos por el mercado mundial y la carrera por el desarrollo de las fuerzas productivas, fue lo que hundió al socialismo realmente existente, lo cual desembocó en crisis y guerras civiles en la década de los años 90, es decir, en una perspectiva de barbarie.
La perspectiva del desarrollo, concebido bajo la forma-mercancía fetichista, parecía realizable sólo hasta los años 70. En la década de los años 80, el mejoramiento de la calidad de vida en el Sur global quedó truncado. Por lo tanto, el texto narra que numerosos países naufragaron en el curso de los años 80 y se vieron forzados a someterse a las exigencias neoliberales de endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial mediante los ajustes estructurales.
Las condiciones de vida precarias se extendieron también a las naciones occidentales industrializadas. De esta manera, el trabajo abstracto se tornó obsoleto fungiendo como signo del hundimiento de la modernización. Scholz identifica que en la condición posmoderna el capitalismo se revela incapaz de asegurar la reproducción de la humanidad y la desigualdad social se agrava dramáticamente.
La autora plantea que la crítica fundamental al valor es muy útil para interpretar los fenómenos de la crisis mundial. No obstante, deja de lado la relación entre los sexos. El valor y el trabajo abstracto aparecen como sexualmente neutros, por lo que deben ser sometidos a una crítica radical. Lo que queda ignorado en el análisis es lo siguiente: las tareas domésticas son parte de las actividades del sistema de reproducción mercantil. Dichas tareas incumben habitualmente a las mujeres.
Luego entonces, Scholz argumenta que se produce una disociación sexual específica articulada dialécticamente con el valor. Esta disociación no constituye sólo un subsistema del valor, sino una parte esencial y constitutiva de la relación global: el valor es la disociación y la disociación es el valor. Es necesario comprender esta relación en el nivel elevado de abstracción. Lo que el valor disocia desmiente la pretensión a la totalidad de la forma-valor.
En este sentido, las actividades femeninas de reproducción representan la otra cara del trabajo abstracto. No obstante, la autora señala que es imposible subsumir las actividades femeninas al trabajo abstracto, como lo ha hecho el feminismo. Las actividades disociadas como el afecto, la asistencia, el amor, el erotismo, la sexualidad son actividades contrarias a la racionalidad que impera en el dominio del trabajo abstracto.
Así, el patriarcado delega en la mujer actividades precisas y determinados sentimientos y cualidades: la sensualidad, la emotividad, la debilidad intelectual y de carácter. Al contrario, el sujeto masculino ilustrado representa la voluntad de imponerse, el intelecto, la fuerza de carácter y encarna al mecánico de precisión disciplinado de la fábrica. Se apunta que este sujeto está fundamentalmente estructurado a través de la disociación. Así, la disociación-valor tiene un aspecto cultural-simbólico y una dimensión sociopsicológica.
De acuerdo con la tesis de la autora sobre la disociación-valor, las esferas pública y privada, están mediatizadas de la misma manera y representan connotaciones respectivamente masculina y femenina. Aún en la era posmoderna, la jerarquía sexual y discriminación de las mujeres no ha desaparecido, aunque las mujeres trabajan.
En la esfera privada, las mujeres se siguen ocupando del trabajo doméstico y de los hijos; en la esfera del trabajo, los salarios de las mujeres continúan siendo inferiores en comparación con los de los hombres. De esta manera, existen connotaciones y atribuciones sexualmente específicas para las mujeres; éstas se refieren a la reproducción privada en la época posfordista.
La autora critica la noción de valor mencionando que está pensada de manera androcéntrica tal como se propone bajo la teoría de la forma disociación-valor. Este aspecto tiene consecuencias: 1) para la crítica fundamental del valor, y 2) para otras aproximaciones que abordan de manera crítica la abstracción valor y el fetiche-mercancía. Es en este sentido que el valor de uso se ha presentado como femenino y así, se le suponen ciertas potencialidades de resistencia. Sin embargo, pensar valor de uso = femenino, valor de cambio = masculino, mantiene la subordinación jerárquica del valor de uso respecto al valor de cambio y, además, deriva las disparidades sexuales específicas de la forma-mercancía (presupuesta como neutra).
Se plantea que la mercancía sólo encarna un valor de uso en el proceso de circulación. En esa lógica, el valor de uso no deja de ser a su vez una categoría-fetiche abstracta y económica. El valor de uso, según la autora, no designa la utilidad concreta del uso sensible, sino únicamente la abstracta utilidad por excelencia en tanto que valor de uso en un valor de cambio. Entonces, la noción de valor de uso pertenece al universo mercantil androcéntrico-abstracto. La esfera del consumo y de las actividades vinculadas a él es el lugar donde se puede aprehender lo disociado de la forma-valor.
Lo disociado aparece en la teoría social masculina fundamentada sobre el valor como algo casi ajeno a la historia, algo que un análisis en términos de forma-valor no conseguiría explicar. Lo disociado no se reduce al consumo o a la preparación de bienes comprados para ser consumidos, también se añade el afecto, el amor, la sexualidad y el erotismo.
Además, lo disociado femenino resulta ser el Otro de la forma-mercancía con una entidad propia y completa, según la autora. No obstante, permanece sometido e infravalorado porque se trata del momento disociado en el seno de la producción social. En resumen, la teoría androcéntrica de la forma-mercancía no considera la disociación-valor porque sus conceptos la tachan de ilógica y ajena a la conceptualización todo aquello que no sea compatible con la forma-mercancía.
El hecho de que lo femenino-disociado no constituya algo mejor respecto a lo masculino moldeado por la forma-mercancía, se debe a que se trata de una unidad negativa entre la forma-mercancía y lo disociado. Asimismo, las mujeres activas en el sector reproductivo viven una existencia alienada, lo cual es el reflejo invertido del trabajo abstracto en el centro del funcionamiento del capital. Las cualidades atribuidas a las mujeres son inmanentes a la sociedad capitalista.
En conclusión, la teoría de la disociación-valor propone analizar la relación moderna entre los sexos en el contexto del patriarcado productor de mercancías y valor. La relación entre los sexos alcanza una cualidad nueva en la modernidad mercantil que hay que tomar en cuenta. Mientras, en la era posmoderna se constata una nueva transformación en la relación de los sexos. No obstante, en esta época también se puede encontrar la disociación-valor y la jerarquización de los sexos que corresponde a las transformaciones de la posmodernidad.
El desarrollo posmoderno del patriarcado mercantil conduce a las transformaciones y excrecencias; así como a las retroacciones a medida que se agrava la crisis estructural del capitalismo (que se extiende a todo el planeta), lo que genera una deriva global hacia la barbarie del patriarcado productor de mercancías. A esa deriva hacia la barbarie, la crítica de la disociación-valor propone la abolición del valor, de la forma-mercancía y de la disociación.
El texto es parte de una discusión teórica de los conceptos clave marxistas: mercancía, dinero, valor. Dicha discusión es necesaria porque pone de relieve la tendencia androcéntrica de la construcción de aquellos conceptos. Como apunta Marx en El Capital, el trabajo útil, como creador de valores de uso, “es condición de la existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo que se da entre las personas y la naturaleza y, por consiguiente, de mediar la vida humana”.
Scholz observa que las actividades domésticas y afectivas delegadas a las mujeres (debido a la jerarquía de sexos) en el capitalismo, no entran en la categoría de trabajo abstracto porque no producen mercancías: “un valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor por que en él está objetivado o materializado trabajo abstracto humano”, escribe Marx. Y aquí es donde Scholz apunta la crítica e introduce el concepto de disociación- valor: las mujeres activas en el sector reproductivo (doméstico) viven una existencia alienada, lo cual es el reflejo invertido del trabajo abstracto en el centro del funcionamiento del capitalismo. No obstante, este detalle no se podría analizar teóricamente sin la noción de disociación-valor.