The billionaire boom: how the super-rich soaked up Covid cash
Sharma, Ruchir [2021], “The billionaire boom: how the super-rich soaked up Covid cash”, Financial Times, 13 de mayo, https://www.ft.com/content/747a76dd-f018-4d0d-a9f3-4069bf2f5a93?emci=888...
Ruchir Sharma es inversionista y director de Mercados de valores emergentes en Morgan Stanley Investment Management. Es columnista de diarios especializados en temas económicos, como Economic Times y Wall Street Journal.
Ruchir Sharma señala que existe una tendencia, visible desde hace más de veinte años, de crecimiento de las megafortunas y de los multimillonarios alrededor del mundo.
Como lo muestran las estadísticas existentes, este comportamiento se reforzó durante la pandemia por Covid-19. Sharma relaciona la respuesta de los gobiernos con este incremento. Para mantener las economías a flote, los bancos centrales inyectaron aproximadamente 9 billones de dólares [trillions], en particular, en los mercados financieros, beneficiando los bolsillos de los superricos, quienes mantienen gran parte de su patrimonio neto en activos financieros.
En doce meses, el patrimonio total de los multimillonarios del mundo creció en 5 billones de dólares. La población de superricos también se amplió. Según Forbes, en 2021 hubo casi 700 individuos más que poseían un patrimonio de al menos mil millones de dólares en todo el mundo. China y Estados Unidos registraron los mayores incrementos: el primer país agregó 238 billonarios y el segundo, 110.
Para Sharma, la mayor preocupación que surge de estas tendencias es el enojo y las revueltas populares que emergen no sólo contra los multimillonarios, sino contra el capitalismo. En este sentido, su análisis tiene como objetivo servir a “intereses pragmáticos” que busquen conocer el origen de la riqueza, así como evaluar la contribución de las élites a la economía y a la estabilidad política.
En primer lugar, Sharma ofrece el cálculo del patrimonio de los multimillonarios como proporción del PIB nacional. En contraste con cálculos similares, el autor propone dos precisiones: por un lado, identificar las élites familiares a través de las fortunas heredadas, y, por el otro lado, diferenciar las élites “buenas” de las “malas”, distinción basada en las que tan productiva y limpia es la industria de la que proviene su riqueza; según este criterio, las manufacturas y las tecnologías serían “buenas”, y actividades como la inmobiliaria y la extracción de petróleo, “malas”.
Con estos criterios, el autor encuentra que los multimillonarios estadounidenses eran una “clase” bien balanceada en la década de 2010 cuando su patrimonio conjunto representaba cerca de 10% del PIB de ese país, había pocas fortunas heredadas y sólo algunos magnates habían hecho su riqueza en industrias “malas”. En 2015, el patrimonio conjunto de esta clase representaba 15% del PIB, momento que coincide con la primera candidatura de Bernie Sanders y su campaña contra la “clase multimillonaria”. En 2020, la fracción de los herederos y los malos multimillonarios siguió cayendo, mientras los dueños de las empresas tecnológicas se colocaron en la cima de la pirámide mundial. Sin embargo, Sharma señala que el patrimonio de los superricos escaló a 20% del PIB en sólo un año.
Estos cambios también se han registrado en otras geografías. En Suecia, frecuentemente referida como una utopía socialdemócrata, los multimillonarios aumentaron de 26 a 41 en cinco años y su patrimonio conjunto pasó de 20 a 30% como proporción del PIB de 2020 a 2021. En Francia, esta proporción subió de 11 a 17% en el mismo periodo.
Del mismo modo, en China, la riqueza conjunta de los superricos alcanzó casi 15% del PIB en 2020. Estos cambios, en opinión de Sharma, no son menores pues “reflejan el declive reciente de la vieja economía, dominada por compañías estatales, y el ascenso de una nueva economía, liderada por compañías privadas en sectores como el comercio electrónico y la farmacéutica, que son los que generan mayor riqueza”.
La capacidad de desestabilización social que pueden tener estos cambios depende, según el autor, del origen de la riqueza. China, Estados Unidos, Taiwán y Corea del Sur están entre los países con más fortunas “buenas”, pues alrededor de 40% de éstas dependen de la manufactura y los sectores tecnológicos.
Para Sharma, el gigantesco patrimonio de los multimillonarios estadounidenses ha ganado cierta legitimidad. En primer lugar, porque un tercio de su riqueza es resultado de industrias “buenas” y sólo un cuarto proviene de herencias. “Desde esta perspectiva, la imagen tradicional de Estados Unidos como un nuevo mundo relativamente libre de corrupción política y vínculos familiares, parece tener fundamento”.
Además, comparados con los superricos de otros países, los estadounidenses parecerían más modestos. El patrimonio de Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, equivale a 0.8% del PIB de Estados Unidos mientras en países como España, México o Francia, la riqueza de los multimillonarios supera 5% del PIB de sus respectivos países.
No obstante, Sharma advierte que los multimillonarios comienzan a generar cierta incomodidad, incluso entre los estadounidenses. Una de sus expresiones son los juicios iniciados en contra de las grandes empresas por las autoridades de competencia o las recientes declaraciones a favor de mayores impuestos a la riqueza, incluso entre los republicanos.
En países como Suecia, Francia, Alemania, Australia o Reino Unido, queda abierta la interrogante en lo que respecta a la legitimidad de sus élites, pero es claro que la gestión del descontento ocurrirá a través del diseño de la política fiscal.
Los últimos casos analizados por Sharma, son los de las élites “malas”, entre las que destacan México y Rusia. Aunque México tiene la élite que obtiene su patrimonio mayoritariamente de industrias “malas”, en Rusia el grupo es mayor. Sharma sugiere que este tipo de élites promueven una mayor desestabilización, en el caso ruso por el crecimiento de la economía criminal y en México, estas élites juegan un papel central en la llegada de un presidente de izquierda como Andrés Manuel López Obrador.
Sharma finaliza el texto con una reflexión en torno a la acción pública frente al crecimiento de los multimillonarios y sus fortunas. Aunque reconoce el descontento existente, señala que es la cualidad de los ricos (buenos o malos) lo que determina la acción colectiva, por lo que “los buenos tiempos para los ‘buenos’ multimillonarios pueden estar ayudando a controlar la ira por la desigualdad de la riqueza”.
Aunque varios artículos abordan el abrupto crecimiento del patrimonio de los superricos durante el primer año de la pandemia, este texto proporciona dos elementos para reflexionar las derivas del colapso capitalista. En primer lugar, reconoce a la creciente desigualdad económica como una fuente real de descontento social que podría derivar en movimientos populares que pongan en cuestión no sólo la legitimidad de las enormes fortunas, sino los pilares de la sociedad industrial. En segundo lugar, la distinción entre élites "buenas" y "malas", adelanta una estrategia para gestionar ese descontento y refuncionalizar la narrativa del self made man responsable con el ambiente y la democracia.
Aunque tenga que sacrificar a una fracción de su propia clase, la burguesía apuesta por mantenerse en pie.