Un círculo vicioso que no se aguanta más
Huws, Ursula [2021], "Un círculo vicioso que no se aguanta más", Jacobin América Latina, 8 de noviembre, https://jacobinlat.com/2021/11/08/un-circulo-vicioso-que-no-se-aguanta-mas/
Ursula Huws es economista feminista y directora de Analytica Social and Economic Research en Reino Unido.
La pandemia de Covid-19 puso de manifiesto que lo que pasa en nuestros hogares es central para el funcionamiento del capitalismo. Los socialistas suelen pensar que los lugares de trabajo son más importantes que el hogar para la economía. Asimismo, se suele considerar que el tiempo que se pasa en casa es un tiempo de ocio y libertad.
Las feministas ya han criticado esta noción, debido a que el tiempo que se dedica a hacer las actividades cotidianas del hogar es sinónimo de trabajo: limpiar, cuidar, lavar, comprar, cocinar, etc. De esta forma, el hogar es donde se consume y se realiza el valor de la fuerza de trabajo. Además, es ahí donde se pagan las cuentas y se extraen abundantes ingresos.
Desde esta perspectiva, el hogar ocupa un lugar central en el capitalismo. Con la pandemia, se exacerbó la crisis de reproducción social, la cual llegó a su pináculo con la crisis financiera de 2008.
Del salario familiar a la familia con dos ingresos
Para comprender esta crisis es necesario remontarse a la mitad del siglo XX, cuando parecía que el capitalismo había superado muchos de los problemas causados por la crisis de 1929. Se resalta el acuerdo de posguerra entre el capital y el trabajo que introdujo derechos laborales y regímenes de bienestar en los países del llamado Norte Global. Lo anterior implicó niveles de seguridad social nunca antes vistos. El acuerdo se basaba en hacer una división del mundo laboral atravesada por el género: los hombres trabajaban y recibían un "salario familiar", suficiente para mantener a los miembros de la unidad doméstica; mientras tanto, la mujeres realizaban tareas del hogar. Sin embargo, en la década de 1960, desde el movimiento feminista se realizaron una serie de reivindicaciones que cuestionaron esta división del trabajo.
Algunas de las reivindicaciones tenían que ver con el trabajo asalariado de las mujeres, su independencia financiera, servicios de guardería y refugios para víctimas de violencia doméstica. Al parecer, estas reivindicaciones se adecuaban al desarrollo capitalista de ese tiempo, ya que el crecimiento de los servicios estatales durante la posguerra incrementó la demanda de trabajo en educación, enfermería, bancos, etc. Ahí, la fuerza de trabajo de las mujeres le fue útil al capital por ser barata y prescindible.
Por su parte, en la década de 1980, las políticas neoliberales surtieron efecto y eso se manifestó cuando en los hogares ya era común que los hombres y las mujeres recibieran un ingreso. Se pasó del salario familiar a la familia con dos ingresos. Con el neoliberalismo también se impulsaron recortes al gasto público que redujeron el valor de los planes sociales, lo cual opacó otras reivindicaciones feministas.
Los crecientes ingresos de las mujeres se consolidó como un factor que contribuyó a disimular la reducción del valor del salario de los hombres. Más aún: con la caída de la Unión Soviética, el mundo entero se volvió fuente de fuerza de trabajo barata, al tiempo que la baratura de las manufacturas chinas ayudó también a que el modelo familiar de dos ingresos se expandiera. El recurso al crédito también fue fundamental para dicha expansión, ya que se volvió una solución para pagar las cuentas.
Los ingresos disminuyeron aún más, el precio de los bienes incrementó y las prestaciones sociales perdieron su valor. Por su parte, las políticas neoliberales recortaron el gasto público que había ayudado a aliviar la carga de los trabajos de cuidado en un momento donde la población estaba envejeciendo y la necesidad de esos servicios se volvió fundamental.
Bailar al ritmo del ajuste
Las familias estaban cada vez más presionadas por la demanda creciente de tiempo y la caída de los salarios. Las mujeres fueron las más afectadas, pues son ellas quienes realizan el trabajo doméstico no remunerado (ver Dato crucial 1). Asimismo, se pensaba que la división del trabajo basada en el género era cosa del pasado, pero eso era una falacia (ver Dato crucial 2). Las mujeres siguen dedicándole más tiempo al trabajo doméstico que los hombres, aunque éste haya disminuido porque ahora tienen otras ocupaciones relacionadas con el trabajo fuera del hogar.
La escasez de tiempo se explica entonces debido a que las mujeres comenzaron a buscar otras actividades qué hacer para ganar más dinero, lo que les restó tiempo para el trabajo doméstico. Una consecuencia de esta escasez de tiempo es que trabajar más conlleva a recurrir al mercado para sustituir bienes que previamente eran proporcionados por el trabajo doméstico (ver Datos cruciales 3 y 4).
Un dato que señala que las familias recurren al mercado como sustituto del trabajo doméstico es el incremento de las ventas de comidas preparadas (ver Datos cruciales 5 y 6), que son llevadas a los hogares recurriendo a plataformas digitales. En América Latina también se da este caso (ver Dato crucial 7). Por tanto, se puede deducir que existe un vínculo entre la escasez del tiempo de los hogares, intensificada desde 2008, y el crecimiento de la economía de plataformas. La economía de plataformas creció durante la última década y transformó el mercado de trabajo, así como la forma en que las personas gestionan su vida doméstica.
La autora y sus colegas de la Universidad de Hertfordshire realizaron una investigación sobre la expansión de dichas plataformas en Reino Unido. Podría pensarse que los principales usuarios de los servicios de plataformas son clientes prósperos con elevados ingresos. No obstante, la gran mayoría de los trabajadores de plataformas también son clientes de éstas. Eso significa que se observa un intercambio de servicios que se da al interior de la misma población trabajadora.
Así, se crea un círculo vicioso: las personas necesitan más dinero, por lo que deben de trabajar más, pero dejan de tener tiempo para el trabajo doméstico; de esa forma se recurre a las plataformas de comida preparada y a los servicios domésticos o de cuidado. Esto plantea una espiral decreciente donde la escasez de dinero sigue a la escasez de tiempo.
¿Entonces quién limpia la casa?
El círculo vicioso tiene consecuencias políticas para el feminismo y el movimiento obrero. Las estrategias feministas tradicionales no han liberado a las mujeres del trabajo doméstico no remunerado; y las estrategias del movimiento obrero no han roto el ciclo que plantea la doble explotación del salario y el tiempo.
Frente a la pregunta de qué hacer con el trabajo doméstico, desde el feminismo se han planteado tres alternativas principales: socializarlo, automatizarlo o remunerarlo. Pensadoras como Kolontái y Zetkin reconocieron que el trabajo doméstico no remunerado impedía que las mujeres entraran al mercado laboral en las mismas condiciones que los hombres. Ellas pensaban también que el capitalismo terminaría con las formas de producción que se realizan en el hogar al transferirlas a la fábrica. Estas pensadoras consideraban que el comunismo liberaría a las mujeres del trabajo doméstico mediante su socialización o colectivización.
En la década de 1960, las pensadoras feministas de la segunda ola plantearon demandas similares a las anteriores. No obstante, en la década de 1970, las presiones políticas y financieras privatizaron los servicios públicos. En ese contexto las feministas concentraron sus ideas políticas en atacar los ajustes presupuestarios y el vaciamiento de los servicios. Por tanto, las feministas exigieron nuevos servicios que aliviaran su carga de trabajo doméstico y de cuidados. El mercado comenzó a brindarlos, supliendo el vaciamiento de los servicios públicos. Por tanto, socializar el trabajo doméstico tuvo éxito limitado.
La automatización del trabajo, al integrar electrodomésticos y aparatos para limpiar, hizo las tareas domésticas relativamente más fáciles. Sin embargo, su adquisición y uso también conlleva tiempo y dinero. Para el capitalismo lo anterior es muy conveniente debido a que se estrechó el vínculo entre compradores y su necesidad de ganar más dinero, lo que se traduce en un mayor consumo de dichos aparatos.
Por otra parte, el enfoque elaborado por feministas autonomistas como Federici, Fortunati, Dalla Costa y James, planteó que las actividades domésticas tenían que ser remuneradas. Aquello impulsó la reivindicación del “salario para el trabajo doméstico” y posteriormente se ha expresado en los planteamientos sobre un "ingreso ciudadano universal". Esta propuesta tiene serios problemas. Por un lado, no se señala quién paga los planes sociales. No se aclara si se trata de mecanismos de redistribución del ingreso, que implican más impuestos para los ricos pero podrían consolidar y normalizar las desigualdades sociales. También se cuestiona si se dejarían fuera a las personas que son migrantes.
Para la autora de este texto, las política de remuneración del trabajo doméstico también es inadecuada en muchos aspectos: podría debilitar los servicios públicos aún existentes y su implementación no conlleva necesariamente una redistribución de la riqueza.
Respecto a las reivindicaciones del movimiento obrero tradicional, éstas tendieron en centrarse en el mercado de trabajo formal, las condiciones laborales y los salarios. Los sindicatos tenían la función de representar a los trabajadores. Sin embargo, la emergencia de trabajos informales siempre se dio debido a los cambios tecnológicos y económicos. Esto devino en nuevas formas de organización sindical.
Estas nuevas formas organizativas crecen cuando los trabajadores hacen sus actividades juntos y se conocen. La autora pregunta qué pasa con aquellos trabajadores que están alejados y no se conocen. En el caso de las empleadas domésticas, ellas no están representadas por los sindicatos y muchas veces están excluidas de la legislación laboral.
La autora concluye que las formulaciones tradicionales del movimiento feminista y del movimiento obrero carecen de la capacidad para romper con el círculo vicioso creado por la crisis de la reproducción social a escala internacional. Se necesita un nuevo enfoque que reconozca la vida laboral y familiar, las cuales no están separadas ni requieren políticas distintas.
La reproducción social no es una cuestión privada de supervivencia individual. Romper el círculo vicioso requiere que se actúe en todos los frentes. Esto requiere una unidad que conecte las divisiones tradicionales para que se discutan las mejores formas de trabajar colectivamente y que se de paso así a un nuevo ciclo de conquistas del movimiento obrero del siglo XXI.
1. La relación entre las horas de trabajo que hombres y mujeres dedican a las tareas del hogar varía según los casos: es de 10:25 en Pakistán y de 6:22 en Turquía, pero la ratio se mantiene en 1.49 incluso en la igualitaria Suecia, en 1.61 en Estados Unidos y en 1.85 en Gran Bretaña. Esto indica que las mujeres todavía realizan una cantidad considerablemente mayor de trabajo doméstico que los hombres.
2. En Estados Unidos, la brecha de género que marca el tiempo dedicado a las tareas del hogar, expresada en minutos por semana, se redujo de 195 minutos en 1965 a 65 minutos en 2010. No obstante, la causa no está en que los hombres hayan empezado a realizar más tareas domésticas no remuneradas (el promedio masculino creció solo 24 minutos durante el período), sino en el hecho de que las mujeres empezaron a hacer cada vez menos: en promedio, restaron 105 minutos de dedicación al hogar.
3. Un indicador de este proceso es el incremento del número de empleadas domésticas, que según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) pasó de 32.2 millones en 1995 a 52.5 millones en 2010 y 67-1 millones en 2015. Una proporción considerable son trabajadoras migrantes (17.2% en promedio, con picos de 50% en Argentina).
4. De acuerdo con la OIT, en América Latina y el Caribe, el trabajo doméstico representó en 2013, más de 7.5% del trabajo total y 11.9% del trabajo asalariado. El sector emplea a alrededor de 18 millones de mujeres en toda América Latina y el Caribe, número equivalente a la población total de mujeres en edad laboral de Guatemala, Ecuador y Perú. En Brasil, el número de personas que se desempeñan laboralmente en las tareas domésticas entre 1995 y 2009 pasó de 5.1 a 7-2 millones y la gran mayoría (93%) son mujeres.
5. Entre 2006 y 2011, las ventas de comidas preparadas crecieron 27%. Cuando se les pregunta a los encuestados por qué compran comida hecha, la respuesta más común (45%) es que no tienen tiempo de cocinar.
6. La consultora Grand View Research espera que el mercado global de comidas preparadas, valorado en 159 000 millones de dólares en 2009, crezca 5.5% por año hasta alcanzar los 244 000 millones de dólares en 2027.
7. Entre 2019 y 2020, el mercado de reparto de comidas por medio de plataformas digitales creció más de 30% en América Latina y alcanzó valores cercanos a 6 800 millones de dólares.
El texto pone de manifiesto la importancia que las esferas laboral y doméstica tienen en el conjunto social. Considerar que no están separadas la una de la otra, conlleva a realizar una serie de cuestionamientos que atraviesan diversos movimientos emancipatorios, desde el feminismo hasta el movimiento obrero. Con las transformaciones económicas y tecnológicas, el siglo XXI inaugura una serie de retos para los movimientos que construyen reivindicaciones en torno al trabajo no remunerado y las nuevas formas de proletarización que son impulsadas por la economía de plataformas.