Saber-hacer ecofeminista para vivir-y morir- con en tiempos del Capitaloceno: luchas de mujeres contra los extractivismos en Abya Yala
Navarro, Mina Lorena [2021], "Saber-hacer ecofeminista para vivir-y-morir-con en tiempos del capitaloceno: luchas de mujeres contra los extractivismos en Abya Yala", Bajo el Volcán, 3(5): 271-301, Puebla, BUAP, http://www.apps.buap.mx/ojs3/index.php/bevol/article/view/2278
Mina Lorena Navarro es socióloga y profesora-investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Es también co-coordinadora del Grupo de Trabajo “Ecologías Políticas desde el Sur/Abya Yala” de CLACSO, coordinadora junto con Raquel Gutiérrez y Lucia Linsalata el Seminario de Investigación Permanente “Entramados Comunitarios y Formas de lo Político” en el ICSyH de la BUAP, y junto con Un Salto de Vida, de la línea de trabajo comunitario del Proyecto “Incidencia para la regeneración eco-hidrológica y la reapropiación comunitaria de la Cuenca Alta del Río Grande de Santiago, Jalisco” PRONACE- CONACYT.
Introducción
El texto aborda la intensa conflictividad socioecológica surgida en los últimos 20 años debido a las lógicas extractivistas en Abya Yala. La autora se propone dos objetivos: 1)presentar un conocimiento ecofeminista basado en las experiencias de mujeres que defienden la vida; 2) destacar las conexiones entre este saber-hacer (una noción recuperada del trabajo de Verónica Barreda sobre los saberes para la lucha en procesos de transformación social y producción de conocimiento para la defensa del territorio en Zacatepec) y los desafíos de enfrentar la dominación capitalista, patriarcal y colonial en la era del Capitaloceno.
Se establecen tres cuestiones clave: la visibilización de una comprensión sensible de la vida y la interdependencia en ésta, la generación de un conocimiento que diagnostica las violencias derivadas del extractivismo, y la promoción de una politicidad vinculada al sostén y cuidado de la vida, liderada por mujeres en luchas colectivas. El texto se enmarca en el Seminario de Entramados Comunitarios y Formas de lo Político, centrado en la reproducción de la vida humana y no humana, desafiando los procesos de despojo y precarización impuestos por el capital.
Tejiendo una comprensión interdependiente de la vida
Muchas mujeres y feministas (reconociendo la postura de diversas mujeres indígenas que no se autoadscriben al feminismo) en Abya Yala, han destacado en su análisis ecopolítico sobre sus territorios, es decir, sus lecturas sobre los impactos negativos de los emprendimientos extractivistas enmarcadas en relaciones asimétricas de apropiación y explotación capitalista con sus rasgos patriarcales y coloniales. Estas mujeres critican que, bajo la promesa de desarrollo y progreso, estos proyectos extractivos representan, en realidad, proyectos de muerte que amenazan la vida digna, provocando la devastación de cuerpos-territorios y comprometiendo la posibilidad de una interdependencia sostenible con otros seres en la Tierra.
En medio de conflictos socioambientales, se experimenta la llegada de los extractivismos como un tiempo peligroso para la vida y su reproducción. La autora menciona que la urgencia de defender los medios de vida amenazados activa un sentido colectivo de emergencia, dando lugar a intentos de recomposición de lo común y a la rearticulación de las tramas comunitarias.
El proceso de lucha frente a estos proyectos revela que esta emergencia abre un espacio para la revalorización y actualización de lo que en los pueblos de Oaxaca en el sureste mexicano se reconoce como "lo propio", y en otras latitudes se nombra como "saberes locales", "conocimientos ancestrales" o "defensa de lo común". Estos conocimientos, cultivados por los pueblos desde sus modos de resistir y existir, se conectan con los esfuerzos de feminismos y ecologismos por comprender la vida de manera sensible, interdependiente y relacional, lejos de los paradigmas cartesianos, mecanicistas, reduccionistas y patriarcales que han buscado imponer separaciones y jerarquías en la relación entre cultura y naturaleza, mente y cuerpo, razón y emoción, producción y reproducción, intentando reducir la complejidad de la vida por sobre la de dominación.
Los ecofeminismos, en diálogo con el historiador ambiental Jason Moore, critican la forma de pensamiento dominante, identificada como cartesiana, que separa simbólicamente lo que está unificado en la práctica. Estas abstracciones dualistas, como las mencionadas anteriormente, se convierten en fuerzas operativas que configuran el mundo y legitiman la violencia.
Bajo tal supuesto, se destaca la contribución de los ecofeminismos y la Economía Feminista. Los ecofeminismos, por un lado, se han encargado de producir una episteme anti-cartesiana única, que reconoce las relaciones simbióticas inherentes a la humanidad y la vida en su conjunto, rechazando así la racionalidad moderna que convierte a la naturaleza en un objeto de extracción, dominio y saqueo (como un “recurso natural”, destacando lo escrito por Maria Mies); la Economía Feminista, por su parte, ha ayudado a desenmascarar la fantasía antropocéntrica y androcéntrica del régimen heteropatriarcal a través de no sólo reconocer que la dimensión patriarcal crea separaciones entre la vida (donde sólo la vida del sujeto blanco, burgués, varón, adulto y heterosexual importa), sino que con ellas destruye a la naturaleza y perpetua el dominio sobre las mujeres.
La vida, tanto humana como no humana, se entiende en términos de interdependencia, y se promueve la comprensión del tejido de la vida como una red multidimensional conectada en un proceso autopoiético marcado por el fluir constante de materia y energía a través de los organismos vivos y sus entornos.
La violencia extractivista: negación de las relaciones de interdependencia
La autora menciona que en el Seminario de Entramados Comunitarios y Formas de lo Político, se ha desarrollado una comprensión de que, en la era del Capitaloceno, la lógica del valor se manifiesta al fracturar y reorganizar, con violencia, las relaciones de interdependencia que sustentan la vida. Este despliegue da lugar a un cambio metabólico que implica la fractura del metabolismo anterior y la imposición de un patrón de reconexión orientado a la valorización del valor. Sin embargo, esta operación genera una contradicción estructural, ya que, aunque se imponen patrones de reproducción para la extracción y generación de valor, también se degradan las capacidades de autoregulación y las condiciones para la resolución plena de las necesidades vitales.
Al abordar el concepto de Capitaloceno, se busca distanciarse de los diagnósticos que atribuyen la crisis socioecológica actual sólo a causas antropogénicas, reconociendo que lo humano no es homogéneo y que se deben considerar las responsabilidades particulares y las formas específicas de intervención en el tejido de la vida, como, y sobre todo, la del capitalismo. El problema se sitúa en el Capitaloceno como una era geológica dominada por el capital y su lógica de acumulación de ganancias.
Desde esta perspectiva, el capitalismo no es simplemente un sistema económico o social, sino, de acuerdo con lo escrito y rescatado de Jason Moore, una forma de organizar las naturalezas y las relaciones humanas dentro y a través de ellas. Se destaca que este sistema es una coproducción de proyectos y procesos que parten de la iniciativa humana y se articulan a través de relaciones asimétricas de apropiación y explotación con otras naturalezas específicas, formando una ecología-mundo única.
Las luchas contra los extractivismos y en defensa de la vida han evidenciado la contradicción territorial de esta ecología-mundo, expresada en consignas como "La defensa de la vida y en contra de los proyectos de muerte" en comunidades indígenas de la Sierra Norte de Puebla o "Sin oro se vive, sin agua se muere" en luchas andinas. Estas expresiones denuncian la crisis entre la sostenibilidad de la vida y la lógica de acumulación.
En los diagnósticos de este conflicto, se ha constatado que los proyectos de muerte y la forma capitalista de enlazar las naturalezas generan una crisis en la reproducción social, afectan contextos de guerra y violencia, y profundizan desigualdades, impactando de manera diferenciada a las mujeres y a los cuerpos feminizados. Se destaca la importancia de comprender estos impactos desde lecturas críticas de violencias y experiencias concretas de mujeres en lucha, explorando los enfoques feministas y ecologistas que han investigado estos problemas.
La reproducción de la vida en las sociedades actuales se basa en un orden social injusto, donde las mujeres llevan la mayor carga en las esferas privadas de sostenimiento de los procesos vitales. Este desequilibrio se agudiza cuando proyectos extractivistas llegan a los territorios, exacerbando la sobrecarga de trabajo de las mujeres en diversas geografías del Abya Yala, especialmente en México y Centroamérica. Con la implementación de políticas neoliberales en estos territorios, se generan desplazamientos forzados del campo a la ciudad por la falta de apoyo en el primero; incrementa la migración, el crimen organizado y el numero de desaparecidos y asesinados.
Las mujeres enfrentan niveles elevados de vulnerabilidad en estos contextos, ya que son las principales responsables de la reproducción familiar y, por ende, se ven más afectadas cuando los medios de subsistencia son amenazados por ofensivas extractivistas. Tienen que lidiar con enfermedades relacionadas con actividades extractivas (contaminación petrolera, por ejemplo, que afecta sobre todo al agua que las poblaciones aledañas utilizan para su subsistencia) y enfrentar violencias políticas específicas que suelen oscurecerse debido a su vinculación con la vida privada o la violencia feminicida generalizada.
La cercana relación de las mujeres con los medios de existencia y fuentes de vida, reforzada con la histórica división sexual y racial del trabajo, las coloca como las principales afectadas por las consecuencias socioecológicas del desarrollo capitalista. Las investigaciones feministas buscan visibilizar los impactos que experimentan las mujeres, registrando enfermedades y violencias políticas diferenciadas.
La violencia contra las mujeres en contextos de defensa territorial tiene un contenido político contrainsurgente, buscando disciplinarlas, estigmatizarlas y eliminarlas como forma de control ante la insubordinación y el incumplimiento de su rol de género. Además, la violencia hacia las mujeres es una forma de difundir un mensaje de dominio sobre los territorios, a través de atacar sus cuerpos; una forma de también de disipar procesos organizativos, tratando de obligar a los cuerpo y comunidades agredidos a aceptar las disposiciones.
Reflexiones sobre la relación entre capitalismo y patriarcado hechas desde la década de 1960 por autoras como Silvia Federici, Maria Mies, Veronika Bennholdt-Thomsen y Claudia Von Werlhof, han revelado que la violencia contra las mujeres no es una excepción, sino la base de la reproducción del capital. La violencia se intensifica cuando las mujeres resisten y se rebelan contra los pactos patriarcales. En este contexto, se destaca el papel estratégico de la guerra y el militarismo en la acumulación de capital, siendo la violencia el método más productivo para garantizar la generación de valor.
La autora del texto rescata los apuntes de Rosa Luxemburgo quien develó el rol de la violencia para el capital, siempre en contra de las formas sociales y económicas naturales, para garantizar su reproducción. En síntesis, las luchas en defensa de las fuentes de vida han denunciado que el avance del capital es posible sólo mediante la apropiación violenta de las naturalezas humanas y no humanas, sacrificándolas, destruyéndolas y mercantilizándolas para extraer el mayor valor posible.
El Ecofeminismo y la Economía Feminista han destacado cómo la dinámica capitalista externaliza los costos socioecológicos, no considerados en el cálculo del costo-beneficio de la producción. Según la perspectiva ecofeminista, esto no es un fallo del mercado o del Estado, sino un régimen que oculta el trabajo y la energía explotada de mujeres, pueblos colonizados y naturalezas no humanas, presentándolos como "no productivos" y fuera de la "economía real".
Esta denuncia se conecta con la contribución del feminismo marxista, que señala cómo el capitalismo patriarcal devalúa e invisibiliza los trabajos y energías que posibilitan la reproducción de la vida. La división sexual y racial del trabajo, destacada por autoras como Silvia Federici y Maria Mies, organiza las relaciones sociales, imponiendo un régimen de domesticación donde las mujeres realizan labores de cuidado sin reconocimiento de su valor y remuneración.
A pesar de las concepciones dominantes, el feminismo argumenta que las actividades reproductivas son fundamentales, reproduciendo la fuerza de trabajo capitalista. Las luchas feministas buscan visibilizar y reconocer estas actividades, exigiendo reconocimiento y remuneración a través de diversas estrategias y herramientas.
Por ende, es crucial destacar los esfuerzos de las luchas feministas que, mediante diversas estrategias y herramientas, buscan visibilizar y exigir reconocimiento a las actividades realizadas por mujeres. Estas iniciativas incluyen la Campaña de Salario al Trabajo Doméstico de la década de 1970, las históricas huelgas de sexo en diversas comunidades a lo largo del tiempo, así como el más reciente Paro y Huelga del movimiento feminista.
Desde la perspectiva ecofeminista, se destaca la conexión entre los trabajos de mujeres y especies compañeras, todas fundamentales en el tejido endosimbiótico que da forma a la vida humana. La lógica del capital oculta este continuo articulado de trabajos y energías vitales para convertirlos en recursos disponibles y zonas sacrificables en aras de la extracción de valor.
Se subraya el paralelismo entre el mandato del sacrificio impuesto a las mujeres para la reproducción de la fuerza de trabajo y el sacrificio del tejido de la vida y los cuerpos-territorios para garantizar la extracción de valor.
En contextos de despojo por proyectos extractivistas, se emplean estrategias para transferir los costos hacia naturalezas, mujeres y pueblos racializados. La producción de un sentido común, por ejemplo, presenta los territorios de extracción como espacios sacrificables, necesario para la modernización y progreso, contribuyendo a la violencia y degradación de los cuerpos-territorios.
En Chile, las llamadas “Mujeres de Zonas de Sacrificio en Resistencia de Puchuncaví-Quintero, Valparaíso” han adoptado la noción de ‘zona de sacrificio’. Este término subraya cómo sus cuerpos y territorios enfrentan los riesgos de un complejo industrial en la Bahía de Quintero. A pesar de la anuencia gubernamental, estas mujeres denuncian la falta total de garantía de vida para los habitantes de la zona, destacando la peligrosidad y los impactos en la salud generados por esta actividad industrial.
Las luchas en defensa de la vida han evidenciado que, tras el desarrollo, progreso y modernización prometido por la industria y megaproyectos, la acumulación del capital se encuentra violenta y destructiva para los cuerpos-territorios. Los territorios afectados enfrentan procesos de muerte impuesta y despojo, revelando que las poblaciones no mejoran con la llegada de la industria. La contaminación se convierte, como plantea Naomi Klein, en un buen negocio para las industrias que se benefician de los estados de emergencia socioambiental en los territorios afectados.
Contra la muerte impuesta, una política en defensa de la vida
En diversas regiones de Abya Yala, mujeres activistas y feministas comunitarias abordan el extractivismo y adoptan el concepto de "cuerpo-territorio". Este enfoque reconoce la interrelación entre el propio cuerpo, el tejido de la vida y el territorio habitado. En medio de conflictos, y bajo esa concepción, estas mujeres identifican despojos, explotaciones y afectaciones al territorio-tierra, entendiendo la conexión entre ellas con las lógicas de dominio sobre sus cuerpos. La defensa de la vida, arraigada en la experiencia corporal, se manifiesta en la consigna "mi cuerpo como primer territorio de defensa". Esto refleja la lucha por cuidar, sanar y reapropiarse del cuerpo-territorio, históricamente objeto de expropiación.
Desde esta perspectiva, se desarrolla una percepción aguda de la penetración del capitalismo-patriarcal y colonial en el cuerpo. Más que una instancia de subjetivación individual, se concibe por colectivos como el Colectivo de Miradas Críticas, como una escala que reconoce la experiencia singular y la interdependencia necesaria para sostener la vida.
El despliegue del modo de producción capitalista ha organizado un régimen específico de producción material y simbólica del cuerpo. Silvia Federici documenta en el Calibán y la Bruja cómo el capitalismo ha provocado una mutación antropológica del cuerpo para convertir las potencias individuales en fuerza de trabajo con la alianza entre el Estado, la iglesia y el poder científico. Este proceso implica una batalla contra el cuerpo y el despojo de sus saberes, codificando la Razón y el cuerpo en términos de superioridad e inferioridad, respectivamente. La privatización del cuerpo de las mujeres busca convertirlo en el principal terreno de explotación, menciona Navarro citando a Federici, un "cuerpo máquina para la procreación", asegurando la acumulación.
Históricamente, los cuerpos sexuados de las mujeres han experimentado opresión y cautiverio en el mundo patriarcal. La falta de autonomía vital, de “disposición de sí”, es una práctica patriarcal de expropiación y desconocimiento de las energías vitales y creaciones de las mujeres. La lucha feminista impugna esta experiencia de enajenación y expropiación, buscando la recuperación consciente del "primer territorio cuerpo", como lo llama la feminista comunitaria comunitaria xinka, maya k’iche’ y maya q’eqchi’, Lorena Cabnal.
Es clave, menciona Navarro, habitar los cuerpos como proceso y no como lugar al que se llega sin más; como forma de habitar sensibles y de conocer el mundo; de hacerse cargo creativa y colectivamente de malestares, violencias, enfermedades, miedos, felicidad y extasía; se trata de una forma de re-existir.
Sin embargo, tales esfuerzos son duramente castigados por los regímenes neoliberales y neocoloniales en Abya Yala. Verónica Gago menciona que las actuales luchas de las mujeres enfrentan una triple contraofensiva: eclesial, económica y militar. La conceptualización de la "ideología de género" liderada por la Iglesia católica, por ejemplo, ataca la igualdad de derechos. La contraofensiva económica profundiza la crisis de reproducción social con dinámicas de súper explotación como el incremento del trabajo feminizado. La contraofensiva militar se manifiesta en el asesinato de lideresas y la criminalización de luchas comunitarias indígenas, junto con la persecusión judicial.
Esta contraofensiva se refleja en la criminalización del aborto y las prácticas tradicionales de salud sustentadas por parteras, curanderas o sanadoras indígenas. La injerencia del Estado con políticas públicas asistencialistas desplaza, al grado de querer criminalizar y exterminar, tales prácticas. Los resultados han sido el condicionamiento de atención médica a mujeres en pleno trabajo de parto con el uso de métodos anticonceptivos, o esterilizaciones sin consentimiento. Las mujeres defensoras buscan reafirmar la soberanía de sus cuerpos promoviendo prácticas de autocuidado.
A pesar de los desafíos, las mujeres se han “acuerpado” para conversar, tejer estrategias y fortalecer prácticas de cuidado y sanación. Los espacios de mujeres siguen siendo cruciales en el proceso de cambio de mirada y fortalecimiento colectivo frente a la estigmatización hecho desde la cacería de brujas y los procesos de acumulación originaria y conquista de territorios. La Campaña "Juntas Logramos Más" en México, y otras iniciativas narrativas ampliadas buscan visibilizar las contribuciones de las mujeres en la defensa del territorio.
En respuesta a la falta proporcional de cuidado, mujeres defensoras han creado espacios de espiritualidad, sanación y cuidado colectivo, que además forman parte crucial del sostenimiento de la lucha frente al despojo, para problematizar los términos de las relaciones de interdependencia de las mujeres con sus tramas colectivas. La Casa Serena en el sureste mexicano ofrece descanso y sanación para defensoras y activistas integrantes de las redes de lucha en El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y México, como parte de la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos.
En contextos urbanos, prácticas de autodefensa feminista se destacan como estrategias de reapropiación del cuerpo y cuidado de la vida. La colectiva Acción Directa Autogestiva habla de la autodefensa como estrategia de reapropiación del cuerpo y cuidado de la vida frente al ataque constante de dispositivos que histórica y estructuralmente han buscado controlar a las mujeres.
Las experiencias de defensa de la vida recuperan el sentido profundo de lo político, reconociendo la interdependencia y tejido de relaciones sociales. El saber-hacer ecofeminista se expresa en la capacidad de las mujeres para desestabilizar los términos de lo político y establecer conexiones con los ritmos de la reproducción de la vida. Las luchas de las mujeres convergen en la necesidad de generar formas políticas comprometidas con el cuidado endosimbiótico de la vida frente a la crisis civilizatoria.
Conclusiones
En este texto, se destaca el esfuerzo por establecer un diálogo entre el saber-hacer de las luchas feministas contra el extractivismo y enfoques ecologistas. El objetivo es crear conexiones nutritivas entre estos saberes para producir mundos alternativos que coloquen la reproducción de la vida, tanto humana como no humana, en el centro de la atención. Se propone un saber-hacer ecofeminista que reconoce la interdependencia en el continuo ciclo de trabajos y energías de mujeres y otras especies compañeras, generando relaciones endosimbióticas fundamentales para la existencia en la Tierra.
Con esta presentación del saber-hacer ecofeminista en las luchas contra el despojo de la tierra, en conexión con otras miradas feministas, no feministas, y ecologistas, es clara la importancia de las luchas por lo común y la potencia política de las mujeres que defienden sus cuerpos y territorios contra las violencias extractivistas. Frente a las amenazas amplias y a diversas escalas en el tejido de la vida, las mujeres defensoras en diferentes geografías del Abya Yala buscan cuestionar el sentido capitalista-patriarcal y colonial de la reproducción, buscan defender a la par a las especies que las acompañan y las nutren. La apuesta es disputar estas nociones, imaginar modos colectivos de afrontar la violencia sin recurrir a políticas de guerra, y generar transformaciones coevolutivas que revitalicen relaciones de interdependencia de otro tipo.