Apuntes sobre la crítica del valor y la crisis terminal del capitalismo

    Bifurcación y colapso del capitalismo

    Reflexiones sobre la trayectoria del sistema capitalista, su inminente bifurcación y los escenarios de futuro que enfrentan y construyen nuestras sociedades

    Carlos Tornel*

    Introducción

    En los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, Karl Marx (1973: 324) subraya la paradoja central del capitalismo: “El capital mismo es la contradicción en proceso [por el hecho de] que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza”. Esta paradoja tiene su origen en la determinación del valor mediante el tiempo de trabajo socialmente necesario; mientras que el capitalismo solamente puede obtener valor a través del trabajo vivo, las presiones creadas por la competencia, la innovación y la mecanización desplazan el trabajo vivo por el trabajo “muerto” (trabajo producido por máquinas), Moishe Postone (1993) profundizó en este aspecto argumentando que, a medida que aumenta la mecanización y la innovación tecnológica, la competencia encierra a los productores en un efecto acelerador en el que la inversión en las máquinas apuesta por un incremento de la producción, lo que termina por reducir el valor total en el mercado. Siguiendo a Marx, lo que le importa al capitalismo es el trabajo abstracto, es decir, el tiempo de trabajo que se requiere para producir un producto. Si el tiempo necesario de trabajo para fabricar una camisa era de una hora, una máquina puede reducir ese tiempo, produciendo 10 o 20 camisas en ese mismo lapso; el número de camisas aumenta, pero reduce el valor total agregado: 20 camisas contienen la plusvalía de una, pues lo único que agrego valor a este objeto fue el trabajo vivo, la máquina no agrega valor adicional.

    Esto lleva a una situación paradójica: si lo único que puede producir valor en el capitalismo es el trabajo vivo, pero la tendencia es hacia la tecnologización –o hacia el trabajo muerto–, todo apunta hacia una carrera donde el valor último de las cosas producidas sería cero. Esta interpretación es sumamente abstracta –y es claro que en la práctica esto no ha sucedido–, pero el ejercicio sirve para entender que el valor no se produce sólo en la esfera productiva, sino que debe provenir de otro lado. En otras palabras, aunque el valor aumente para el capitalista de forma individual, el trabajo de las máquinas reduce el valor total disponible lo que empuja hacia dos tendencias que nos ayudan a entender el estado del capitalismo contemporáneo.

    Por un lado, esta contradicción es el motivo por el cual el capitalismo está, como dice Anselm Jappe (2015), “condenado desde sus inicios a crecer y a intentar correr más deprisa que su tendencia inmanente a agotar la producción del valor”. El aumento de la producción de mercancías aumenta el consumo de materiales y energía, generando una ruptura metabólica con la Tierra (Saito, 2023).

    Por otro lado, el capital se vuelca hacia lo que Jason W. Moore propone como la acumulación a partir de “naturaleza barata”: un incremento en las esferas de trabajo “no valoradas” o desvalorizadas por el capital para producir valor, como la naturaleza y el trabajo reproductivo de las mujeres, y los territorios y riquezas apropiadas mediante el colonialismo/imperialismo. La heterogeneidad tecnológica y social permiten al sistema obtener distintos tipos de ganancias y beneficios de diferentes formas de organización social –el capitalismo no opera de forma homogénea, sino en forma de islas o enclaves en donde puede operar de manera “normal” mientras condena a otras regiones enteras al sacrificio, la devastación, degradación o hasta el exterminio–. Esta contradicción inherente del sistema lo conduce a un encuentro con límites externos e internos. Hoy cualquiera lo puede reconocer ante la crisis socioecológica a escala planetaria –la crisis climática, la degradación de la tierra, la pérdida de biodiversidad etc.1–; así como en la creciente dependencia del capitalismo de múltiples formas productivas para garantizar la acumulación: la extracción, la deuda, el crédito, la degradación y la violencia socioecológica y la autoexplotación del sujeto.2

    Lo anterior implica reconocer –como propone Nancy Fraser (2014)– que el capitalismo no es simplemente un sistema económico, sino más bien un sistema social institucionalizado. Fraser propone que la reducción del capitalismo a una serie de principios –como el libre mercado, la propiedad privada y la libertad para vender la fuerza de trabajo–, en realidad esconden las condiciones que son necesarias para la producción del valor. Lo que Fraser denomina las “condiciones de fondo”, más allá de la “capa” económica y productiva, refiere una serie de aspectos de los cuales el capitalismo obtiene valor de forma “gratuita” o sin remuneración. Si reducimos el capitalismo a un sistema puramente económico y su superación a una lucha de clases que busca transformar la realidad a partir del control del estado, es fácil caer en la trampa del economicismo o del argumento teleológico, que sitúa el problema en un proceso distributivo de la riqueza, en el repartimiento de los medios de producción y en la posibilidad de domesticar o subyugar las tendencias de la acumulación del capitalismo a través del estado.3

    El análisis conocido como la crítica del valor, formulado por Postone y el Grupo Krisis, propone que las categorías fundamentales, tal como las concebía Marx en su crítica de la economía política, son necesarias para comprender la forma en la que opera el capitalismo, pero también para entender sus crisis y sus formas de resolución. El trabajo abstracto, el valor, el fetichismo de la mercancía y el dinero son las características que determinan al capitalismo. Como establece Jappe (2016: 47) “lo que caracteriza al capitalismo es que es la única sociedad en la historia en la que este lado abstracto ha llegado a ser más importante que el lado concreto.” Estos procesos derivan en “el sujeto automático”: la condición que rige al ser humano y sus relaciones sociales es la mercancía, mientras que el ser humano no es más que el ejecutor de su lógica. El ser humano reproduce –aunque no lo sepa– las relaciones sociales alrededor de la mercancía de forma automática, creando un fetichismo en donde el valor, el dinero y la mercancía gobiernan a la sociedad a través del automovimiento de las cosas creadas por ella. No es una sorpresa que hoy la crisis también sea una crisis de subjetividad, en la que el narcisismo es la forma psíquica dominante.

    La crítica del valor y, por ende, la crítica de la economía política, nos permiten comprender el capitalismo como una relación social y no simplemente como un sistema económico, al tiempo que permiten identificar cómo las características que definen a la sociedad capitalista –además de la supremacía de lo abstracto sobre lo concreto, el fetichismo de la mercancía, la automatización de los procesos sociales– no son naturales, ni mucho menos supra históricas; sino que son propias del sistema capitalista y únicamente del sistema capitalista. La crítica del valor, junto con otras formulaciones marxistas heterodoxas, permiten la construcción de un análisis del capitalismo contemporáneo, para explicar por qué este tiende hacia un proceso autófago o canibalístico, devorándose a sí mismo, erosionando sus mecanismos de compensación –como el fordismo o el keynesianismo–; al tiempo que corroe y agota las condiciones de fondo –la extracción de la naturaleza, el cuidado y la subordinación racial–. Este texto busca establecer una discusión entre la crítica del valor y una versión abierta o extendida del marxismo contemporáneo que ha sido desarrollada por diversxs pensadorxs, como Nancy Fraser (2014) y John Holloway (2022).

    El texto aborda estas perspectivas al tiempo que intenta responder a la pregunta: ¿cuál es el estado actual del capitalismo y de dónde proviene el valor? En la primera sección argumento que existe una lógica dialéctica entre los límites internos y los límites externos del capitalismo. La discusión sobre los límites suele reducirse a una discusión puramente material y externa: los límites ecológicos de la naturaleza o del planeta mismo. Aquellos que formulan esta tesis aseguran que el problema radica en que el capitalismo “ya no tiene fronteras” en las cuales pueda continuar expandiéndose (Moore, 2015). En esta interpretación, durante los últimos 500 años, las fronteras del capitalismo se han expandido a través del imperialismo, la colonización, los avances tecnológicos y el desarrollo de un modelo que poco a poco se ha constituido en una totalidad planetaria, haciendo cada vez más difícil la obtención de trabajo, naturaleza, minerales y energía “baratos”. Pensar en los límites internos junto con los límites externos es una forma de abordar integralmente la crisis del capitalismo: la erosión de las fronteras de la mercancía está intrínsecamente ligada al alcance de los límites internos, los cuales se manifiestan en la paradójica forma en la que el capital desvaloriza el trabajo concreto ante el abstracto, así como en un agotamiento y un desgaste de los principios de inclusión y reconocimiento formulados por el estado liberal. La posibilidad de superar el capitalismo radica en nuestra capacidad para reconocer los límites de este sistema,4 así como los “excedentes” o aquello que se rehúsa o se resiste a ser subsumido a esta lógica (Holloway, 2022).

    En segundo lugar, partiendo del genocidio en Gaza, se argumenta que la crisis terminal del capitalismo, que se inició a partir de 1991 –siguiendo el argumento de Robert Kurtz (1999) que se expone más abajo–, se manifiesta hoy como un recrudecimiento de la violencia y un descenso hacia la barbarie. Este descenso está marcado por el “regreso” al carácter colonial del capitalismo y un recrudecimiento de las fuerzas de disciplina/control. Aunque sabemos que el capitalismo ya no puede reproducirse en sus propios términos (Ornelas e Inclán, 2021), el genocidio en Gaza y la pandemia de sars-cov-2 han marcado una fase adicional de la crisis terminal del capitalismo, apuntando hacia la declaración de un estado de excepción a nivel planetario (Agamben, 2003). A esto se suma lo que Slavoj Zizek (2024) propone como “el fin de Europa”: la erosión de la legitimidad del modelo de la democracia liberal que ha sostenido al capitalismo durante las últimas ocho décadas (véase también Mills, 2017). El resultado es una necropolítica cada vez más evidente, una lógica de designación de quién tiene valor y quién no lo tiene, de quién puede vivir y quién debe morir (Mbembe, 2019). La diferencia con otros puntos de crisis, como el colapso financiero del 2008, es que la crisis terminal no está solamente caracterizada por el límite de la financiarización del capitalismo, que pretendió dejar de depender del trabajo concreto, sino por un sistema cada vez más dependiente de la extracción, la degradación, la guerra, la violencia física y el desastre.

    La última sección reflexiona sobre las fronteras en un contexto en el que el capitalismo parece haber agotado su expansión convencional. Si desarrollamos el argumento de Raj Patel y Jason W. Moore (2017) de que “el capitalismo no sólo tiene fronteras; sino que sólo existe a través de las fronteras, expandiéndose de un lugar a otro, transformando las relaciones socio-ecológicas”, el resultado es un proceso al que, como proponen los zapatistas, podríamos denominar “la cuarta guerra mundial”, donde la frontera es ubicua (ezln, 2003). Esta formulación permite pensar en los remanentes, es decir, en aquello que se rehúsa o se niega a ser integrado a la intención de una totalidad del capitalismo, lo que a su vez genera un espacio político (Rancière, 1999). Más que una reflexión exhaustiva, que requeriría mucho más espacio y “trabajo vivo”, mi intención es esbozar aquí lo que podríamos considerar una propuesta heurística de la naturaleza del capitalismo contemporáneo y explorar algunas de sus contradicciones que permitan pensar en su superación.

    La crítica del valor y una concepción “extendida” del capitalismo

    La crítica del valor parte de las ideas formuladas por Robert Kurz, así como de otros pensadores que forman parte de lo que se conoce como el Grupo Krisis en Alemania. En El colapso de la modernización (1991), Kurz explica cómo el derrumbe de la Unión Soviética fue interpretado por la mayoría de los académicos y pensadores occidentales como la victoria indiscutible del capitalismo. Sin embargo, este colapso no marcó ni el fin de la historia (Fukuyama) ni el paso a un mundo en dónde no hay alternativa (Margaret Thatcher), más bien, representó una nueva etapa en el declive del sistema mundial capitalista, basado en la sociedad de la mercancía. Aunque Unión Soviética pudo haber cuestionado la tendencia hacia la propiedad privada de los medios de producción, no cuestionó las categorías centrales de la sociedad capitalista: la mercancía (y su fetichismo), el valor, el trabajo abstracto, el dinero, el produccionismo y la obsesión con el crecimiento económico. El colapso fue el primer paso hacia una crisis generalizada y terminal del capitalismo, a partir del cual el proceso de modernización se acerca, poco a poco, a su límite interno y externo. Esta crisis ha mostrado síntomas cada vez más agudos en las últimas tres décadas, pero se experimenta de manera lenta, progresiva y simultáneamente, de formas cada vez más violentas.

    No obstante, los orígenes de esta crisis no se remontan únicamente al colapso de Unión Soviética, hay que mirar también los años setenta del siglo XX. Entonces el capitalismo experimentó cuatro puntos de ruptura: 1) económico, a través de la indexación del dólar, abandonando el patrón oro; 2) ecológico, tal como lo identificó el Club de Roma en su informe sobre los límites del crecimiento; 3) energético, evidenciado en la crisis del petróleo; y 4) del sujeto, lo que algunos, como Iván Illich, denominaron el homo economicus o el homo miserabilis.5 Esta mentalidad es fundamental para entender cómo el capitalismo logró transformarse en un sistema que, debido a la tendencia a la reducción constante del trabajo vivo, se organiza a través de lo que el geógrafo David Harvey (2004) denominó la acumulación por desposesión (APD). Harvey asegura que el capital intenta resolver las crisis de sobreacumulación –que a su vez es el resultado de un aumento de la explotación de trabajo, materias primas y energía de ciertos lugares– absorbiendo los excedentes de capital mediante la inversión en proyectos que “aplazan hacia el futuro la reincorporación de los valores de capital a la circulación” (Harvey, 2003: 109). Esto ocurre principalmente mediante el desplazamiento espacial a través de la apertura de nuevos mercados, el establecimiento de nuevas capacidades productivas y la creación de nuevas fronteras de recursos. El desplazamiento de temporal y geográfico permite al capital encontrar formas de invertir el capital sobreacumulado –por ejemplo a través de megaproyectos (Gutiérrez-Rivas, 2020)–; un proceso que no resuelve las contradicciones del capitalismo, sino que las “retrasa” a través de la producción del espacio (Surprise, 2018).

    Este arreglo espacio-temporal es a su vez clave para comprender la contradicción del capitalismo se manifiesta hoy en lo que Jason W. Moore (2015: 292) propone como el “fin de la naturaleza barata”. De acuerdo con Moore, el capitalismo es una serie de regímenes socioecológicos de acumulación organizados a través de la posibilidad de garantizar acceso a “los cuatro baratos”: trabajo, energía, comida y naturaleza. De forma similar, Nancy Fraser (2018) asegura que a lo largo de la historia del capitalismo estos regímenes y su relación con la energía han determinado la forma en la que se ha “organizado la naturaleza”, al mantener una dependencia en aquello que no está mercantilizado; una vez que los recursos se mercantilizan, su reproducción constituye un coste, por lo que, para evitar una caída a largo plazo de la tasa de beneficio, es preciso localizar y apropiarse de (otros) recursos hasta ese momento no eran mercantilizados. Este proceso constituye una expansión espacio-temporal del capitalismo –hoy a escala planetaria–, beneficiado por la “abundancia” de ciertos recursos, como los combustibles fósiles, sin reducir su dependencia la extracción de otras fuentes de energía “barata”.

    La forma en que este sistema se organiza es cada vez más violenta; se basa, además de la explotación del trabajo vivo en algunos enclaves, principalmente en la extracción y alienación como medios para generar valor, tanto de la naturaleza como del trabajo “abaratado” o “gratuito” de las esferas de reproducción. Desde los años setenta del siglo XX, a raíz de las conmociones provocadas por los primeros encuentros con los límites internos y externos, el aumento del crédito y el endeudamiento, junto con la progresiva financiarización de la economía y la expansión de la mentalidad neoliberal, han dado un impulso renovado al capitalismo, al circular los capitales acumulados a través del crédito y la deuda.6 La crisis del sujeto surge no sólo de su interpretación bajo el régimen de la escasez (Illich, 2004), sino del simultáneo desgaste del llamado “sujeto transformador”, que incluye a los obreros, los trabajadores informáticos, los precarios y las masas o las “multitudes”. Este fenómeno pone en crisis el modelo de lucha leninista, así como los supuestos de la democracia liberal que continúan enfocándose en demandar “más democracia”, más inclusión o mayor participación e integración en la sociedad mercantil. Como propone Jappe (2015), la tarea hoy no es la de realizar una “verdadera” democracia –con todos los valores liberales que ésta conlleva– siempre deformada por el capitalismo–, sino la de superar ambas realidades en forma simultánea.

    La dialéctica entre las tasas de ganancia, retorno y explotación

    “Desde sus comienzos”, nos recuerda Jappe (2018: 308) “la lógica capitalista tiende a ‘serrar la rama en la que está sentada’”. A pesar de ello, durante siglos, la posibilidad de expansión temporal y espacial del capitalismo, gracias al imperialismo, el colonialismo y su formulación patriarcal, logró dar la impresión de un sistema que puede crecer de forma infinita. La crisis actual demuestra el encuentro con los límites internos y externos, una degradación de la producción de valor y de las fronteras extractivas.7 Aun cuando la dinámica del capitalismo es contradictoria, no es lineal: “El resultado es que, precisamente cuando el trabajo social podría enriquecer como nunca antes en la historia, resulta ser más empobrecedor para la mayoría” (Maiso y Maura, 2014: 275).

    El primer factor que se reconoce de esta contradicción es la competencia inherente del sistema, que lleva a emplear tecnología (que a su vez entendemos como valor acumulado) para sustituir el trabajo vivo; aunque ello ofrece una ventaja inmediata para el capitalista, reduce el valor total que existe “allá afuera” dividiendo el valor entre el número de mercancías disponibles. En términos generales, crear más de la misma cosa implica una disminución del valor y por ende un incremento de la explotación-extracción. En el capitalismo, la competencia tiende a la substitución del trabajo por tecnología, lo que reduce el valor real, frente a la cantidad de productos existentes; de ahí la tendencia del capital a desplazar espacio-temporalmente las formas de absorber el excedente (Harvey, 2004) y de identificar otros espacios/territorios en que extraer.8 Aunque el valor proviene únicamente de la esfera productiva, existen mecanismos como la renta que permiten una transferencia de este valor a través de la extracción y la desposesión vía los circuitos productivos de la valorización ampliada del capital (Andreucci, et al., 2017). De esta forma, la tecnología ha ampliado e intensificado el ritmo del extractivismo desde el siglo XVI (Gudynas, 2015), aumentado la intensidad de la producción y la acumulación de ganancias a través de la logística, el mejoramiento de las operaciones y la eficiencia de los procesos productivos en su conjunto (Mezzadra y Neilson, 2019); así como fomentando la expansión de las fronteras geográficas (Arboleda, 2020) y profundizando el alcance de dicha extracción (Moore 2015). Otros procesos, como la expansión de las fronteras de la mercancía no materiales –como la minería de datos–, han inaugurado nuevas fronteras que generan flujos de información que transforman la vida humana en datos que pueden ser acumulados (Chagnon, et al., 2022). Al mismo tiempo, la renta funciona como una forma de acaparamiento de valor sin depender de la producción material, opera como una forma de fuga de valor que puede ser acumulado más de una vez –a través del establecimiento de los derechos de propiedad, pero también a través de la apropiación de ganancias generadas por la misma renta– (Andreucci, et al., 2017).

    A pesar de estas nuevas configuraciones o fronteras, e inclusive reconociendo la relación del capitalismo con la energía y su forma de organizar la naturaleza o la extracción desde un punto de vista histórico, Jason Hickel y otros autores (Hickel, Sullivan y Zoomkawala, 2021; Hickel et al., 2022) demuestran cómo la fuga económica de la periferia no es una cuestión del pasado, sino que “las naciones ricas del Norte global siguen dependiendo de la extracción para financiar el crecimiento económico y mantener altos niveles de consumo”. Dicho de forma más simple, la canibalización de las esferas de reproducción –la naturaleza convertida en recursos (Von Werlhof, 1985), el trabajo de cuidado encabezado por las mujeres, y el colonialismo a través de formas de acumulación originaria o por desposesión (Fraser, 2014)– persisten y son necesarias en la creación de ganancias. De acuerdo con Jappe (2018), la canibalización es clave no sólo para entender la dependencia del capitalismo en el racismo colonial y el patriarcado, sino para comprender el descenso hacia la barbarie del capitalismo a través de la producción de “personas superfluas” en la esfera productiva, existencias que literalmente no son útiles o “no sirven para nada”, al no tener ninguna utilidad para el capitalismo (ni siquiera la de consumir o endeudarse). Es a través de la acumulación por desposesión, la proliferación de zonas de sacrificio (Shapiro & McNeish, 2020), un apartheid global que crea muros alrededor de ciertos enclaves de riqueza (TNI, 2021), que el capitalismo garantiza la producción de ganancias, al tiempo que “desvalora” y desperdicia, a una escala planetaria, a personas, paisajes, territorios y ecosistemas enteros.

    Cuando afirmo que en la actualidad el capitalismo se encuentra en su crisis terminal, no pretendo decir que en etapas anteriores –o regímenes socioecológicos de acumulación– el capitalismo “respetara” las condiciones de fondo, sino que la particularidad del capitalismo contemporáneo está tanto en el haber alcanzado límites internos y externos, como la resistencia que proviene de esferas sociales expoliadas. Aun cuando la fuerza laboral está compuesta de hombres y mujeres, el oneroso costo reproductivo sigue cayendo en las mujeres, quienes representan una fuerza desestabilizadora cada vez más poderosa;9 del mismo modo, la naturaleza y lxs subalternxs resisten (Fremeaux y Jordan, 2021), recurriendo a formas cada vez más innovadoras para proponer alternativas al capitalismo más allá de los confines de la modernidad occidental (Kothari, et al., 2019; Esteva, 2021). No se trata pues de integrar a las mujeres, a las comunidades indígenas, a las poblaciones afrodescendientes o a miembros de la comunidad LGTBQI+ a la sociedad mercantil para otorgarles la categoría de “sujetos” –que incluye su reconocimiento como humanos con sus respectivos derechos– sino “de acabar con una sociedad en la que sólo la participación en el mercado otorga el derecho a ser un sujeto” (Jappe, 2018: 312).

    El propio Marx identificó la ruptura metabólica del capitalismo que resulta de la extracción de la naturaleza (Foster, 1999), mientras que los diferentes regímenes socioecológicos de acumulación se definieron por su relación con las fuentes de trabajo, naturaleza, comida y energía “baratos”, por ejemplo, a través de la esclavitud o el genocidio y, más tarde, la inclusión de personas indígenas (Coulthard, 2014; Patel y Moore, 2017; Fraser, 2018). La diferencia en la actualidad es que el capitalismo ha agotado la naturaleza “barata”. En su expansión mundial, el capitalismo ha colonizado o ‘abaratado’ ‘todos’ los territorios, personas y conocimientos extraíbles disponibles hasta el momento, al tiempo que las crisis socioecológicas están creando una ruptura metabólica a escala planetaria.10 Por tanto, la canibalización o la autofagia –el consumir a través de formas de extracción cada vez más violentas lo que resta de la naturaleza y de la esfera reproductiva–, devienen la principal fuente de valor del capitalismo contemporáneo.

    Es importante hacer algunas aclaraciones antes de pasar al siguiente punto.

    En primer lugar, es necesario precisar lo que sucede en un contexto de agotamiento de la naturaleza barata (Figura 1). A medida que hay una tendencia a la baja en la tasa de ganancia –resultado de la mecanización creciente–, se incrementa la tasa de explotación mediante la extracción y la proliferación de fronteras en donde la naturaleza se convierte en mercancías. Si decimos que existe un fin de la naturaleza barata, no se refiere a un fin absoluto de la naturaleza, sino al hecho de que los costos de la degradación ya no pueden ser abaratados tan fácilmente, por lo que es necesario crear una forma de “legibilizar” aquello que en primera instancia parece no ser extraíble.11 Es así cómo podemos comprender la centralidad del extractivismo en su dimensión material (Gudynas, 2009; Acosta, 2013), así como en sus dimensiones no materiales, como el conocimiento: la información o los datos, la vigilancia, etc., las cuales juegan un papel cada vez más central en la producción y acumulación de valor en el capitalismo actual (Grosfoguel, 2016; Zuboff, 2018). La tendencia al aumento de la explotación también tiene una manifestación en la calidad de los materiales o recursos a explotar. Cada vez es más difícil encontrar minerales y energía “baratos”, lo que resulta en una persistente tendencia a la baja en la tasa de ganancia, pero también en el retorno energético (cada vez hay que invertir más energía para obtener energía). Esta tendencia también puede asociarse al fin de la naturaleza barata: si el capital agota las fronteras a través de un retorno decreciente, la tasa de ganancia se reduce; lo que lleva a un aumento en la tasa de explotación, y así sucesivamente.

    Figura 1. Interacción entre las tasas de retorno decreciente, la tendencia a la caída en las ganancias y la explotación

    Fuente: Elaboración propia.

    En segundo lugar, el círculo vicioso que aparece en la Figura 1 muestra una dialéctica que es clave para comprender la forma en que se manifiesta la economía política del capitalismo. Esta lógica se organiza a través de una dialéctica entre el valor y el desperdicio (Gidwani, 2012; Franquesa, 2018). Marco Armeiro (2021) ha llamado a esto el Wasteocene o la época del desperdicio, una forma de complementar la época del capital o el capitaloceno. Esta dialéctica clasifica espacios como ‘mal aprovechados’ y a personas como ‘superfluas’ o como ‘desperdicio’, articulándose con la lógica colonial de las Terra Nullius (tierras de nadie), en donde todo lo que hay ahí desaparece en nombre de la producción capitalista (naturaleza y cultura) (Gómez Barris, 2017). La cuestión de qué hacer con los superfluos o los excedentes se vuelve cada vez más apremiante, lo que conduce a tendencias cada vez más nacionalistas y genocidas; o simplemente a vigilar y disciplinar a los superfluos, que no tienen más remedio que unirse a las esferas y los campos en donde sí pueden operar: el crimen organizado, las pandillas, el trabajo informal, etc. Cada vez son más las personas que ya no “sirven” para nada, ni siquiera para ser explotadas; al mismo tiempo que han sido despojadas de todos los medios de subsistencia. Como recuerda Jappe (2015), ser explotado hoy es considerado un privilegio. En estas circunstancias, no cabe otra cosa que una reinvención fundamental del proyecto de emancipación frente al capitalismo.

    Este proyecto de emancipación hace eco de la crítica formulada recientemente por John Holloway (2022) para quien la tendencia decreciente de la tasa de ganancia no representa el fin del capitalismo, sino que se manifiesta como una oportunidad de lucha. Sabemos muy bien que el capitalismo es creativo-destructivo y a través de su propio dinamismo puede superar los límites y las crisis que anuncian su defunción. Por ello, lo más probable es que el fin del capitalismo como un evento, sino que el fin del capitalismo será un proceso paulatino y violento en donde algunas zonas o islas podrán seguir reproduciéndose de forma “normal”, mientras que otras regiones serán reducidas a zonas de sacrificio y al recrudecimiento de la barbarie. Esta tesis nos ayuda a comprender lo que Marx identificó como contradicción central del capitalismo, una falla estructural que a su vez ofrece un camino de esperanza para romper con sus formas más puras: el dinero, la mercancía, el trabajo abstracto y el valor. Para Holloway (2022: 137), el valor de uso representa la crisis del valor mismo; lo que para el capital es una especie de “mal necesario” es a su vez una forma de “desvalorizar el valor”, de regresar a las condiciones reales o concretas y no abstractas del capitalismo. Este retorno sólo puede hacerse desde lo local, lo comunitario y lo colectivo, a través de la ayuda mutua, la autogestión y la valoración del trabajo concreto o el valor de uso por encima de lo abstracto y el intercambio.

    La Figura 1 muestra la tendencia caníbal del capitalismo. El capitalismo es el único sistema de organización que pone el trabajo abstracto por encima del trabajo concreto; ninguna otra sociedad ha dependido de ello. En las sociedades no-capitalistas, el trabajo toma una característica concreta; en la sociedad mercantil capitalista, el trabajo concreto existe como encarnación de lo abstracto: lo que importa es la producción de valor, sin importar el contenido concreto (sean armas, bombas, juguetes o cucharas). El único punto es transformar dinero (D) en dinero incrementado (D’). Para Marx, una sociedad en la que el trabajo concreto está subordinado al trabajo abstracto es una sociedad destinada a la crisis permanente, puesto que el valor de uso pasa a segundo plano, e incluso puede ser un obstáculo para el capitalismo (Jappe, 2017). En una sociedad basada en el intercambio la importancia recae en el productivismo, en el crecimiento, lo que erosiona las condiciones de posibilidad para que esa sociedad se reproduzca. Una sociedad basada en el valor de uso, por otro lado, se asemeja a sociedades que Iván Illich denominó como conviviales: sociedades en donde las necesidades están dictadas por la vida concreta y no por objetivos abstractos, es decir, implica un cuestionamiento de los principios fundamentales del capitalismo que rigen el valor de cambio: el dinero, el trabajo abstracto (frente al trabajo socialmente necesario), y el fetichismo de la mercancía.12

    Ante la contradicción del capitalismo que resulta de reducir el trabajo vivo, la vuelta hacia la acumulación por desposesión toma el lugar central en la producción del valor, la creciente dependencia de esferas de producción de valor “no tradicionales”, como el crimen organizado, las guerras, las pandemias, los desastres naturales, representan un desplazamiento espaciotemporal para garantizar la reproducción del sistema. Esto implica una propuesta necropolítica para designar quién puede vivir y quién debe morir en un capitalismo del desastre (Klein, 2005, Paley, 2014).

    El agotamiento del estado y las posibilidades de resistencia

    La crisis terminal del capitalismo también implica una reformulación del carácter del estado, que además de sus funciones económicas y políticas, deviene en poco más que un administrador de la muerte, una entidad necropolítica sujeta a las disposiciones del modelo de producción global que requiere medidas disciplinarias y de control (Deleuze, 1992). Uno de sus principales objetivos es mantener bajo control a aquellos que aún trabajan para la producción del valor, pero cada vez más se emplea en reprimir a aquellos que, a los ojos del capital, se convierten en superfluos o excedentes. No es una sorpresa que América Latina sea uno de los lugares más peligrosos para los defensores ambientales (Global Witness, 2022), ni que en esta región proliferen aquellos que ya no producen valor y buscan riqueza por otros medios, como el narcotráfico, las pandillas o la informalidad (Zibechi, 2024b). La región también es hoy un sitio de recrudecimiento de la violencia. Países como México muestran una creciente militarización asociada a un modelo neoextractivista, donde el despliegue de megaproyectos energéticos y de transporte de mercancías busca hacer “legible” el territorio para los intereses geopolíticos y de inversión globalizada (Geocomunes, 2024; Ceceña, 2019). Asimismo, la reconfiguración de grandes zonas “olvidadas por el desarrollo”, según el discurso gubernamental (Fonatur, 2023), se convierte en el principal organizador espacial; de manera simultánea, la militarización sirve para contener flujos migratorios en el Sur, que a su vez responden a las tendencias hacia un populismo inmunológico en el Norte Global, asociado a la construcción de más murallas fronterizas y políticas draconianas anti-inmigrantes (TNI, 2021; Tornel, 2023a y 2023b).

    Las luchas sociales suelen centrarse en la distribución más efectiva de bienes, plusvalía y recursos. Durante los años setenta y ochenta del siglo XX, las propuestas surgidas para demandar el reconocimiento de minorías terminaron por integrarlas a un sistema que, en esencia, sigue siendo productivista y mercantilista. No se trata simplemente de incluir a los excluidos en la esfera del trabajo o garantizarles derechos. Aunque estas demandas pueden estar justificadas, a menudo conducen a una mayor diversificación de los líderes o CEOs de diferentes grupos étnicos, religiones, géneros o razas, al tiempo que aumenta la distribución desigual de ventajas para integrar a todxs en un sistema injusto. Como afirma Jappe (2011: 20): “en el mejor de los casos, esto lleva a que todo el mundo tenga derecho a comer en McDonald’s y a votar en las elecciones, o incluso, tener derecho a ser torturado por un policía del mismo color de piel, género y lengua que su víctima”. No se pueden superar las limitaciones estructurales del sistema democratizando el acceso a sus funciones. Propuestas como el keynesianismo fundado en el fordismo, que operaron como mecanismos de compensación y buscaron una redistribución más equitativa de los recursos, simplemente ya no son viables, porque el pastel es cada vez más pequeño. Ejemplo de ello son las cada vez más numerosas propuestas de Nuevos pactos verdes (Green New Deals) en el Norte Global, que supuestamente podrían revivir la salud del capitalismo de forma temporal y localizada. Pero de tener éxito lo harían a expensas de otros paisajes, personas, grupos y del propio planeta –ejemplo claro de ello es la excursión geopolítica de Europa y Estados Unidos para controlar los llamados “minerales críticos” y garantizar una supuesta “transición energética” (Olivera, et al., 2022; Dunlap y Laratte, 2023)–.

    Rebelarse contra el 1% o reformar las leyes para cobrar más impuestos a Jeff Bezos o a Elon Musk, serviría para cambiar muy poco, ya que el trabajo abstracto y el dinero han creado sociedades en las que los actores dominantes son ejecutores de una lógica que los sobrepasa. Muchas de estas luchas adoptan un populismo que critica la esfera financiera o la mentalidad del capitalismo neoliberal, pero terminan reafirmando las estructuras de extracción, explotación, fetichismo de la mercancía y el carácter global del capitalismo, como lo sucedido en México durante la llamada Cuarta transformación (Tornel, 2023c).

    Sin duda, la emancipación no puede entenderse como una consecuencia natural del desarrollo capitalista. No se trata de mantener el capitalismo sustituyendo únicamente a sus gerentes, liberando las fuerzas que ha creado para ponerlas en “buen uso” o corrigiendo el rumbo, como trataron de hacer algunos países en América Latina durante la “ola progresista”. No existe una tendencia inherente hacia el comunismo, la revolución o la emancipación. El argumento teleológico que dominó durante mucho tiempo (como en el leninismo), que sugiere que el colapso o el fin del capitalismo conducirá a la emancipación, simplemente no existe. No hay garantía de victoria ni de que alguna etapa suceda necesariamente. No hay fuerzas creadas “detrás o a espaldas del capital”, destinadas a abolirlo. Tampoco existe ninguna inversión dialéctica o astuta para navegarlo con razón y dirigirlo desde adentro hacia el bien (o lo verde, lo sostenible, lo inclusivo, etc.). Frases como “es mejor que nada”, “es lo menos peor” o “es cambiar el sistema desde adentro” no son más que buenas intenciones que intentan sin éxito mantener un estado de cosas insostenible. Como señala Jappe (2011: 21): “la emancipación social, si ocurre, será un salto a lo desconocido sin red de seguridad, y no la ejecución de una sentencia dictada por la historia”.

    El análisis del carácter colonial del capitalismo y su recrudecimiento es fundamental para comprender su dinámica actual. En ese sentido, lo que hoy ocurre en Gaza es un presagio de la futura descomposición del capitalismo. En 1977, Edward Said argumentaba de manera perspicaz cómo el sionismo comparte fundamentos con el colonialismo. A pesar de surgir de la opresión y el racismo experimentado por los judíos en el siglo XIX, el sionismo optó por reproducir los valores coloniales, aliándose con los colonizadores en lugar de solidarizarse con los oprimidos. La lógica del sionismo, al igual que la del colonialismo, considera el territorio como “vacío”, desprovisto de personas y valor, listo para ser ocupado y explotado para la producción. La justificación del imperialismo siempre ha sido el progreso. La invasión y el despojo de territorios han estado acompañados de estrategias genocidas, que posteriormente han llevado a un epistemicidio, como fue evidente en México, donde el estado-nación buscó borrar todas las diferencias culturales, ontológicas y epistemológicas existentes (Aguilar Gil, 2023).

    El uso de un lenguaje genocida y racista por parte de los líderes del gobierno de Israel para deshumanizar a las personas palestinas revela mucho sobre la intención y el proyecto de colonialismo en los asentamientos y su relevancia en el capitalismo actual; se utiliza para justificar la expansión capitalista ante un agotamiento de las fronteras. Este proceso expresa el rompimiento del discurso liberal de la posguerra y su idea sanitizada y colonial de la “humanidad”, devela la dependencia –que nunca desapareció– del capitalismo en el colonialismo. El estado de Israel ha violado todas las leyes internacionales sin consecuencias significativas (ha asesinado a personas no combatientes, incluidos mujeres, niñxs y periodistas, ha provocado deliberadamente hambrunas, etc.), como lo demuestra el caso presentado por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia y las condenas de casi todas las instituciones humanitarias del mundo. La justificación genocida prevalece sobre el lenguaje de los derechos humanos, que durante algún tiempo –particularmente en la época de la posguerra mientras el liberalismo occidental se volcaba al discurso de la integración y el reconocimiento, sin modificar las condiciones materiales (Povinelli, 2011)– sirvió como una especie de barrera retórica entre el discurso y la acción. Esta prevalencia del discurso colonial revela cómo el capitalismo actual se fundamenta en la acumulación originaria y en la perpetuación de la violencia para garantizar el acceso a la tierra (Wolfe, 2006). El ejemplo más claro tal vez sea la proliferación de asentamientos israelíes en Cisjordania y el incremento de agresiones a personas palestinas utilizando los ataques del 7 de octubre como justificación (Nashed, 2024). El lenguaje del colonialismo por asentamientos en Israel no sólo es una herramienta para justificar la expansión territorial, sino que también revela la intrínseca relación entre el capitalismo y la violencia colonial en la era contemporánea.

    A manera de cierre: en busca de la esperanza

    En resumen, muchas luchas y movimientos contemporáneos buscan gestionar de manera más efectiva la sociedad capitalista sin cuestionar sus fundamentos básicos. Pensadores como Decio Machado y Raúl Zibechi (2017) nos recuerdan la necesidad de superar las recetas tradicionales (cocinadas a partir de la toma del poder y del Estado) y las formas de emancipación que siguen ancladas en el sistema capitalista –a dejar de pensar en los arribas y enfocarnos en los abajos, como también proponen lxs zapatistas (EZLN, 2006)–. Es momento de dejar atrás los modelos reformistas y revolucionarios que aún apuestan por la vía del estado como alternativa de transformación. Estas estrategias, en muchos casos, conducen a una mera gestión del capitalismo en lugar de su abolición. Además, los movimientos –principalmente en el Norte global–, que optan por esta vía corren el riesgo de caer en un populismo inmunológico que alimenta la ultraderecha o –en el caso del Sur– se ven obligados a negociar con el sistema que pretenden combatir, como pasó en Bolivia, Ecuador, México y otros países de América Latina durante la llamada ‘ola progresista’. Los zapatistas nos recuerdan que es imposible negociar con la Hidra capitalista (EZLN, 2015). Estamos inmersos en una guerra que se libra en la vida cotidiana, donde las fronteras ya no están simplemente “allá afuera”, sino que se entrelazan a veces de formas sutiles y otras veces violentas en nuestro día a día. Esta guerra se manifiesta en la extracción de datos, la vigilancia, el despojo de tierras, el extractivismo y otras formas de dominación capitalista que afectan nuestras vidas de manera directa e indirecta.

    La acentuación de las crisis del capitalismo es quizás más evidente que antes por el genocidio en Gaza y los intentos actuales por “enverdecer” el capitalismo: revelan la insostenibilidad del sistema en sus propios términos. Mientras no se reconozca la necesidad de abolir las características fundamentales del capitalismo, como el dinero, la mercancía, el valor y el trabajo abstracto, ninguna forma de capitalismo será capaz de evitar las dinámicas de crisis y el eventual colapso civilizatorio y planetario. La esperanza que nos ofrecen teóricos como Holloway y Esteva radica en la posibilidad de interpretar la contradicción inherente al capitalismo como un punto de partida para la lucha. Para lograrlo, es crucial comprender que la crisis del sujeto también implica una crisis de la imaginación. Esto significa cuestionar las certezas preestablecidas de la modernidad y proponer alternativas radicales. Como propone Iván Illich (2004), romper con las supuestas certidumbres de la modernidad es, a su vez, una forma de interrumpir el orden establecido y explorar otras posibilidades es esencial para encontrar una salida al capitalismo (Rancière, 1999). De ahí que las propuestas que tejen una esperanza de emancipación y superación del capitalismo surjan de un rechazo a la modernidad capitalista y un regreso a lo local, lo comunitario y lo colectivo; a otros horizontes que van más allá del mercado, el estado nación y, por ende, de la mercancía, el dinero, el trabajo abstracto y la valorización del valor.

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    *Mi aprecio y agradecimiento a Raúl Ornelas, Cristóbal Reyes y Daniel Inclán por sus sugerencias, comentarios y observaciones las cuales enriquecieron enormemente este texto. Agradezco también a Ana Esther Ceceña y a Raúl Ornelas del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM por la invitación al seminario “Modo de reproducción, materialidad y límites del capitalismo” en el cual se formularon estas ideas, las cuales a su vez se vieron nutridas por la conversación con lxs asistentes. Por último agradezco al espacio de Volcana Lugar común, por permitirme formular y discutir estas ideas en el curso “Transitar la crisis civilizatoria”.
    Investigador, escritor, traductor y activista. Doctor en geografía humana por la Universidad de Durham, Reino Unido. Miembro del “Tejido Global de Alternativas”. Correo electrónico: tornelc@gmail.com
    1En términos generales esto ha sido proyectado por el Centro de Resiliencia de Estocolmo quienes han identificado nueve límites planetarios a través de lo que suele definirse como “la gran aceleración” –el incremento de indicadores sociodemográficos y económicos–, proceso que, siguiendo la crítica del propio Jason W. Moore, debe entenderse como una lógica del capitalismo mismo y no como una tendencia “natural” del antropoceno, “o la era del ser humano”.
    2 Aquí podemos sugerir varias formas del proceso en el que el sujeto se ha convertido en lo que Iván Illich (2010) llama el hombre necesitado: un homo economicus. Otros pensadores, como Byung-Chul Han (2010), siguiendo la lógica de Michel Foucault, han identificado un proceso de inmunización del sujeto que internaliza el espíritu emprendedor del neoliberalismo como una dinámica de autoexplotación y cansancio.
    3 De esto se ha escrito mucho pero para dejar una referencia sugiero revisar los escritos de Bakunin, en particular Estatismo y Anarquía; y más recientemente el trabajo de Decio Machado y Raúl Zibechi sobre la posibilidad de Cambiar el mundo desde arriba, libro que recoge las experiencias de la llamada “ola progresista” en América Latina (2000-2014).
    4 Con esto me refiero a una formulación de la lectura de Marx trayendo los instrumentos que este autor puso a nuestra disposición –como la crítica de la economía política–, para comprender el estado actual del capitalismo.
    5 Illich (2004 y 2010) entiende al homo economicus como el hombre que ha sido desprovisto de su autonomía a través del monopolio radical que producen las instituciones modernas. Este, a su vez, se convierte en un homo miserabilis a través de un proceso de enajenación total, la persona se vuelve incapaz de tener pensamientos más allá de aquellos producidos por el sistema. Illich denomina a este punto como la era de los sistemas, en donde ciertas instituciones y herramientas, como los hospitales, escuelas y el transporte, imponen una pobreza modernizada para las mayorías; pocos pueden gozar de salud, educación y movilidad, casi todas las personas pierden las posibilidades de sanarse, aprender y habitar de manera independiente.
    6 Hardt y Negri (2004) por ejemplo teorizan este impulso como una herramienta de disciplina del capitalismo, mientras que Jappe y otros lo proponen como una forma de comprar tiempo para el capitalismo ofreciendo una "prosperidad a crédito pero con pies de barro" (Maiso, 2015: 28), Graeber (2011) argumenta que la deuda tiene una historia de 5 000 años. Aun así, puede argumentarse que la autoexplotación o el sujeto neoliberal si genera valor y por tanto ganancias que pueden ser apropiadas, pero el límite es también expuesto por el propio desgaste que esto implica (Han, 2010).
    7 Por límites me refiero a las contradicciones internas que operan dentro y fuera del capitalismo, lo que Jappe y otros teóricos llaman la crítica inmanente, junto con el alcance de los límites planetarios. Las fronteras se entienden, siguiendo la lógica de David Harvey, como espacios (ahora incluso los podemos pensar como inmateriales) que el capital requiere para acumular. El agotamiento de estas fronteras también es una cuestión temporal. No es gratuito que hoy la exploración extraterrestre o la minería del fondo del océano se presenten como las nuevas fronteras y, por consiguiente, los puntos de mayor inversión del capital sobreacumulado.
    8 Aunque es cierto que este no es un proceso lineal. Marx señala que aun cuando en el largo plazo hay una caída tendencial de la tasa de ganancia, esta suele ir acompañada de un incremento en el volumen absoluto de las ganancias. Aquí una de las razones por las cuales el capitalismo no se derrumba pese a la caída de la tasa de ganancia. Agradezco a Cristóbal Reyes por esta observación.
    9 Protestas como las del 8 de marzo de 2020 en México demostraron como los feminismos proveen una plataforma encarnada en la noción del cuerpo/territorio como una forma de reconocer una “explosión” de subjetividades que proponen ser integradas de forma no homogénea ni identitaria (véase Millán, 2014).
    10 Aquí es necesario aclarar que por “todo” me refiero a las formas de producción convencional que han estado más o menos presentes en los últimos 500 años (trabajo abaratado de personas subalternas a la modernidad capitalista, la naturaleza, mujeres). Otros investigadores como Schindler y Demaria (2020) por ejemplo, argumentan que la basura o el desperdicio pueden y deberían ser consideradas como nuevas fronteras del capitalismo. Lo mismo podría decirse hoy de la minería del suelo marino o incluso la minería interplanetaria.
    11 Tomo el término de Tania Murray Li (2014) y otros geógrafos como James McCarthy (véase Mcarthy y Tatcher, 2019) para referirse a la forma en la que el capitalismo convierte territorios en espacios que pueden ser aprovechados o en fronteras. Destaca por ejemplo el caso de la energía de fuentes renovables, en donde el “potencial” solar o eólico se pueden entender como formas de hacer legibles lugares que antes no tenían valor o no eran aprovechables por el capitalismo. Otros ejemplos son las técnicas de extracción de hidrocarburos no convencionales, como las arenas bituminosas o el gas y aceite de lutitas, a través de técnicas como el fracking. Estas cuestiones también operan en la conversión de espacios y regiones enteras “legibles" para la inversión y/o la extracción, destaca por ejemplo, el caso del Tren Maya en la Península de Yucatán (véase, Ceceña, 2020; Tornel, 2023b)
    12 Para una discusión más detallada véase Esteva (2015).

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