Resonancias de la militarización en la seguridad humana

Cita: 

Zavaleta, Sandra [2024], Resonancias de la militarización en la seguridad humana. Introducción, CDMX, UNAM, http://ciid.politicas.unam.mx/www/libros/9786073088916.epub

Fuente: 
Libro electrónico
Fecha de publicación: 
2024
Tema: 
Impactos múltiples en la seguridad humana (social, política, comunitaria, personal, alimentaria, ambiental, económica y en salud)
Idea principal: 
    Sandra Kanety Zavaleta Hernández es licenciada, maestra y doctora por la UNAM, donde también realizó un postdoctorado. Con más de 17 años de trayectoria en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, es profesora de carrera y coordinadora del Centro de Relaciones Internacionales. Pionera en el estudio de la seguridad humana en México, ha formado a numerosas generaciones de estudiantes y dirigido decenas de tesis. Ha publicado libros, artículos y coordinado proyectos de investigación sobre paz, seguridad y desarrollo. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, recibió en 2019 el Reconocimiento Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en docencia en ciencias sociales.

    Introducción

    No es protección lo que trae la militarización, es sometimiento. Bajo discursos de seguridad, se impone como un engranaje que normaliza la violencia y legitima la dominación. En vez de construir sociedades estables, desgarra derechos, arrasa territorios, extrae recursos y deja a las comunidades en ruinas. El propósito real no es la seguridad humana, sino la preservación del dominio de quienes concentran el poder político y económico.

    El auge militar del siglo XX mostró hasta dónde llega esta lógica depredadora. Con presupuestos desbordados, gobiernos entregados a la industria armamentista y ejércitos desplegados por todo el planeta, el resultado fue un siglo marcado por la mayor cantidad de muertes registradas en la historia. El fin de la Guerra Fría no alivió esta tendencia: la violencia se transformó, se dispersó y multiplicó en nuevas zonas, como lo demuestra la inclusión de México entre los escenarios de guerra más sangrientos.

    Lo nuclear consagró esta dinámica de poder. La Guerra Fría convirtió el control de arsenales atómicos en la pieza central de la supremacía internacional, mientras alianzas como la Organización del tratado del Atlántico Norte (OTAN) o el Pacto de Varsovia aseguraban la expansión de bloques enfrentados. El 11 de septiembre de 2001 reactivó con más fuerza el uso de la fuerza: la militarización se consolidó como el corazón del capitalismo global, con un mercado bélico que lucra con cada nueva catástrofe.

    La retórica de la paz es solo una máscara. Detrás de ella se esconde la exportación de prácticas violentas diseñadas para blindar los privilegios de unas élites que siguen dictando las reglas del orden mundial. Las sociedades subordinadas terminan cargando con estrategias de seguridad que no responden a sus necesidades ni amenazas, sino a los intereses de quienes controlan la maquinaria militar.

    La Seguridad Humana

    El colapso de la Guerra Fría no solo reordenó el mapa de poder, también expuso la fragilidad de un modelo de seguridad que giraba en torno al Estado. De ese vacío emergió una propuesta distinta: la seguridad humana, entendida como protección directa de la vida y no como preservación de fronteras o regímenes.

    Este viraje puso en tela de juicio la centralidad del factor militar. La fuerza armada dejó de ser vista como sinónimo de estabilidad y se abrió paso la idea de que la seguridad debía medirse en función de la salud, el acceso a alimentos, la estabilidad económica o el cuidado del entorno natural. El individuo, no el aparato estatal, pasó a ser la referencia.

    Así, la seguridad humana rompió con la visión unidimensional y reveló que las amenazas reales son múltiples y no se agotan en lo bélico. Hambre, colapso ambiental, pobreza, represión y violencia cotidiana son manifestaciones de la misma inseguridad que se oculta bajo discursos estatales de defensa.

    Seguridad Política

    La represión que acompaña a la militarización desfigura el sentido de la política. Lo que debería ser un espacio de derechos y participación se convierte en un terreno controlado por la fuerza, donde la presencia de soldados equivale a miedo constante y a la anulación de libertades básicas.

    El efecto inmediato de este modelo es visible: ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias y silenciamiento de cualquier oposición. Más allá de los campos de batalla, la militarización impone una violencia cotidiana que desplaza millones de personas y convierte el exilio en condición de supervivencia.

    En la práctica, los Estados que sostienen estas estrategias no garantizan seguridad, sino su contrario. La seguridad política, en vez de significar dignidad y protección de la vida, queda reducida a un mecanismo de control donde la represión sustituye a la justicia y la obediencia reemplaza a la ciudadanía.

    Seguridad Comunitaria

    El tejido social es la primera víctima cuando la militarización se instala en un territorio. La comunidad, que debería ser un espacio de refugio, se fragmenta bajo controles militares que imponen redadas, retenes y toques de queda. La vida cotidiana se convierte en una rutina de vigilancia permanente donde la desconfianza sustituye a la solidaridad.

    La ocupación armada no solo limita la movilidad, también pulveriza los lazos de cooperación que sostienen a las personas frente a la adversidad. Allí donde antes existían redes de apoyo, aparece el miedo como norma, y la cohesión se convierte en ruina. La seguridad comunitaria deja de ser una garantía de convivencia y pasa a ser un escenario de represión y debilitamiento colectivo.

    Seguridad Personal

    La militarización reduce la vida humana a un botín expuesto. La violencia se multiplica en todas sus formas: guerras que arrasan comunidades, torturas que desgarran cuerpos, feminicidios que se repiten sin freno, explotación infantil que convierte a menores en mercancía, hostigamientos, robos y asaltos que refuerzan un clima de amenaza constante. La seguridad personal se desintegra bajo esta lógica, donde la existencia no se protege, se vulnera.

    Los conflictos no terminan cuando se callan las armas. Sus efectos persisten en ciudades destruidas, en hospitales y escuelas inservibles, en economías estancadas y en familias desplazadas. La guerra se adhiere al suelo y a los cuerpos, transformando el tiempo de posguerra en un terreno minado de inseguridad.

    Las minas son la metáfora más brutal de esta herencia. Fabricadas a bajo costo, permanecen enterradas décadas después, dispuestas a mutilar o matar a cualquiera que las pise. No distinguen edades ni condiciones, y al mismo tiempo roban la tierra cultivable, el agua, los caminos y los espacios donde deberían levantarse hogares y hospitales. Su función no termina con la batalla: siguen marcando el destino de comunidades enteras mucho después del fin del conflicto. La seguridad personal, en este escenario, ya no es derecho ni resguardo, sino una resistencia precaria frente a una violencia que se vuelve eterna.

    Seguridad Alimentaria

    El hambre no aparece como fenómeno aislado, sino como consecuencia directa de la guerra y la militarización. Los campos son devastados, los mercados se paralizan y el acceso a lo básico se vuelve imposible. En este contexto, el alimento deja de ser un derecho y se convierte en un arma de control político y social.

    La Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) han señalado que los conflictos armados destruyen la seguridad alimentaria. El hambre no resulta de la falta global de alimentos, sino de la inaccesibilidad creada por saqueos, desplazamientos y destrucción de infraestructura. Lo que debería ser un derecho universal se reduce a privilegio manipulado por la lógica militar.

    Seguridad Ambiental

    El ambiente quedó atrapado en la lógica de la guerra. Los recursos naturales dejaron de ser sustento y se volvieron botín de disputa, donde la militarización asegura extracción violenta y devastación de territorios. El control de diamantes, petróleo y maderas valiosas significó muerte, desplazamiento y pobreza para comunidades enteras.

    El modelo capitalista colocó el consumo de las potencias industriales por encima de la vida de los pueblos subordinados. Mientras los países centrales disfrutan de altos niveles de bienestar, las sociedades dependientes enfrentan degradación ecológica y pérdida de sus medios de supervivencia. La seguridad ambiental se borró: la naturaleza, en lugar de proteger, se convirtió en escenario de dominación y ruina.

    Seguridad Económica

    La economía global se sostiene sobre un desequilibrio estructural que concentra fortunas en una élite y condena a millones a la precariedad. La desigualdad no responde únicamente a la distribución injusta de la riqueza, también se intensifica en territorios sometidos a la guerra. Allí, la militarización arrasa viviendas, tierras, hospitales y escuelas, anulando cualquier posibilidad de sustento y reduciendo las opciones de vida a la mera supervivencia.

    El desvío de recursos hacia el gasto militar agudiza esta situación al relegar inversiones en salud y educación. Lo que se presenta como política de seguridad socava en realidad el bienestar de las sociedades, deteriora su calidad de vida y multiplica la inseguridad económica.

    Colombia ofrece un ejemplo claro de estas fracturas. La guerra prolongada y la pandemia ampliaron las brechas regionales, dejando a las comunidades rurales sin acceso real a servicios básicos. Los sectores más vulnerables, en especial mujeres, niñas, niños y activistas sociales, enfrentan una violencia cotidiana que los expone al reclutamiento, al narcotráfico y a la explotación sexual. La seguridad económica, que debería garantizar dignidad, se convirtió en privilegio reservado para unos pocos, sostenido por la violencia estructural y la lógica militar.

    Seguridad en Salud

    La militarización convierte la salud en un terreno de vulneración. Los conflictos no solo generan muertos y heridos, también saturan hospitales, destruyen infraestructura y bloquean la atención médica regular. Lo que debería ser un derecho universal se transforma en privilegio inalcanzable en medio de la guerra.

    Haití se convirtió en ejemplo brutal de este deterioro. Bajo el amparo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la Misión de Estabilización desplegada entre 2004 y 2017 dejó un saldo marcado por masacres, epidemias y abusos sexuales. En lugar de construir seguridad, los cascos azules operaron como agentes de violencia que llevaron enfermedades, asesinaron civiles y explotaron a mujeres y niñas.

    Las secuelas fueron irreparables: epidemias instaladas de manera permanente, miles de muertes y cientos de miles de enfermos, además de generaciones nacidas en condiciones de violencia sexual. La militarización, lejos de resguardar la vida, erosionó el sistema sanitario y convirtió la salud pública en un campo arrasado por la guerra y el abuso.

    Conclusiones

    El poder global se sostiene en mecanismos que mutan según la época, pero mantienen una constante: la militarización como herramienta de control. Su función no es garantizar seguridad, sino perpetuar desigualdad. Al legitimar la dominación del norte sobre el sur, asegura privilegios para unos pocos y condena al resto al despojo permanente.

Datos cruciales: 

    1) Durante el siglo XX murieron entre 110 millones y 230 millones de personas en guerras y conflictos armados. En 2021 se registraron 150 000 muertes por enfrentamientos, un 13% más que en 2020, mientras 1 200 millones de personas vivieron en zonas de conflicto. Ese mismo año estuvieron activos 46 conflictos armados en distintas regiones, y México fue clasificado como escenario de alta intensidad con entre 1 000 y 9 999 muertes.

    2) En 2022 se contabilizaron 363 conflictos, de los cuales 216 fueron violentos. Las guerras de gran escala y limitadas sumaron 42, entre ellas las de Ucrania, Siria, Myanmar, Haití y Afganistán. México volvió a figurar como conflicto de alta densidad, confirmando el carácter sostenido de la violencia armada en la región.

    3) El gasto militar mundial alcanzó en 2021 un máximo histórico de 2 113 miles de millones de dólares, lo que equivale a 270 dólares por persona. Cinco países concentraron 62% de ese gasto: Estados Unidos con 38%, China con 14%, India con 3.6%, Reino Unido con 3.2% y Rusia con 3.1%. Rusia posee 5 899 ojivas nucleares, Estados Unidos 5 244, China 410, Francia 290 y Reino Unido 225, controlando en conjunto 90% del arsenal mundial y 70% de las exportaciones de armas.

    4) Actualmente más de 110 millones de personas viven desplazadas, refugiadas o en el exilio. Solo en 2021, 89 millones fueron obligadas a abandonar sus hogares, incluidos 7 millones en Ucrania y 3.5 millones en Afganistán. En 2022, 35.3 millones buscaron refugio en otros países y 62.5 millones fueron desplazados internamente. Entre septiembre de 2021 y mayo de 2022, Estados Unidos expulsó a más de 25 000 haitianos bajo condiciones de violencia y racismo.

    5) La ocupación israelí, que supera los 70 años, mantiene 61% del territorio prohibido para la población palestina y ha instalado 600 000 colonos en 150 asentamientos oficiales y 128 no autorizados. Existen más de 590 puestos de vigilancia que han provocado el desplazamiento de millones de personas y la creación de 5.6 millones de refugiados. Desde 2011 murieron al menos 3 500 palestinos, incluidos 800 menores, junto a 198 israelíes. Israel controla 85% de las fuentes de agua y mantiene un consumo per cápita por debajo de los 100 litros recomendados. Más de 2 millones de palestinos viven hoy en inseguridad alimentaria.

    6) El conflicto armado en Angola entre 1975 y 2002 dejó 1.5 millones de muertos, 4 millones de desplazados y medio millón de refugiados. A más de 20 años del fin de la guerra, todavía existen entre 10 y 15 millones de minas terrestres que provocan unas 10 muertes diarias. El gobierno destina 5.5% de su gasto público al sector militar para la remoción de minas, mientras asigna solo 1.5% a salud y 2.6% a educación. En 2021, más de 5 500 personas murieron o quedaron mutiladas por minas, la mayoría civiles y la mitad niñas y niños.

    7) La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) informó que en 2022, 258 millones de personas en 58 países enfrentaron inseguridad alimentaria aguda, la cifra más alta en siete años. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) indicó que en zonas de conflicto los precios de los alimentos básicos aumentaron entre 100% y 200%, limitando el acceso de las comunidades. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió que 70% de la población con hambre crónica habita en países afectados por la guerra. En Yemen más de 17 millones de personas sufren inseguridad alimentaria extrema y en Sudán del Sur, en 2021, más de 6 millones estuvieron al borde de la hambruna.

    8) Más de 40% de los conflictos internos en los últimos 60 años estuvieron vinculados con la explotación de recursos naturales. Entre 1990 y 2002 se registraron 17 guerras significativas relacionadas con esta disputa. En países como Angola, Sierra Leona, Liberia y la República Democrática del Congo, más de 3.7 millones de personas murieron por conflictos ligados al comercio ilegal de diamantes. En Yemen, la pugna por el petróleo destruyó infraestructuras hidráulicas, dejó miles sin acceso a agua potable y provocó más de 4 000 muertes por cólera en dos años, además de generar inseguridad alimentaria para 16 millones de habitantes.

    9) En la actualidad, el 1% más rico del planeta concentra más del doble de la riqueza que poseen 6 900 millones de personas, mientras la mitad de la humanidad sobrevive con apenas 5 dólares al día. Solo 2 153 individuos poseen la misma riqueza que 4 600 millones de personas, y apenas 22 hombres acumulan más fortuna que todas las mujeres del continente africano.

    10) En julio de 2005, soldados de cascos azules de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) asesinaron a 27 civiles en la comunidad de Cité Soleil, entre ellos 20 mujeres menores de 18 años. El 22 de diciembre de 2006, 400 efectivos de la misión masacraron a 40 personas, incluidas niñas y niños. La introducción del cólera por tropas nepalíes provocó 30 000 muertes y dejó a más de 800 000 personas en necesidad de atención médica. Entre 2004 y 2017, más de 2 000 mujeres haitianas sufrieron abusos sexuales a manos de tropas de paz, de los cuales nacieron más de 260 hijos e hijas concebidos en condiciones de explotación.

Trabajo de Fuentes: 

Aguirre, Mariano (2014), ¿Son las guerras actuales más mortíferas que hace 100 años?, BBC, Reino Unido, https://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/02/140210_guerras_victimas_ numero_mariano_aguirre_pea.

Aminstía Internacional (2023), Informe 2022/23 Amnistía Internacional, Reino Unido, Amnistía Internacional, 487 pp., https://crm.es.amnesty.org/sites/default/files/civicrm/persist/contribut... s/informeanual(2).pdf

Barberis, Yamila B. (2012), El conflicto sirio y los recursos naturales, Argentina, Universidad Nacional de La Plata, 4 pp. http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/122886/Documento_com pleto.pdf-PDFA.pdf?sequence=1&isAllowed=

FAO (2023), Informe mundial sobre las crisis alimentarias: En 2022, el número de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda aumentó hasta los 258 millones en 58 países, ONU, Estados Unidos, https://www.fao.org/newsroom/detail/global-report-on-food-crises-GRFC- 2023-GNAFC-fao-wfp-unicef- ifpri/es#:~:text=Alrededor%20de%20258%20millones%20de,pa%C3%A Dses%20y%20territorios%20en%202021.

Fernández, Pablo (2005), Seguridad Humana, Tesis doctoral, Universidad de Barcelona, España, https://ddd.uab.cat/record/36774

Nexo con el tema que estudiamos: 

    Las dinámicas de la guerra no se explican solo por la acción de los Estados. El motor silencioso que alimenta esta maquinaria está en la red de empresas transnacionales que convierten la violencia en fuente de acumulación. Allí donde los gobiernos justifican la seguridad, la industria armamentista diseña la continuidad del conflicto, los consorcios energéticos aseguran la extracción de recursos estratégicos y las compañías privadas de seguridad normalizan la represión como un servicio contratado.

    Frente a este panorama, la llamada gobernanza mundial se muestra debilitada y carente de capacidad para frenar el peso de estos actores. Las instituciones internacionales mantienen un discurso de paz y cooperación, pero carecen de los mecanismos para limitar la expansión del poder corporativo que hoy rivaliza con los Estados. La Organización de las Naciones Unidas ocupa un lugar central en el debate, aunque en la práctica su intervención queda reducida frente a la capacidad de las corporaciones de condicionar territorios y comunidades enteras.

    La militarización, en este sentido, no puede entenderse sin reconocer la alianza entre capital transnacional y violencia organizada. Lo que se produce es una economía global de guerra en la que los territorios son tratados como botín, las poblaciones como piezas descartables y la naturaleza como un recurso más para el mercado. Lo pendiente es abrir un horizonte que cuestione esta fusión de intereses económicos y militares, capaz de sostener desigualdades y de vaciar de contenido la idea de seguridad humana.