Imágenes del colapso civilizatorio en el cine y las series
Bifurcación y colapso del capitalismo
Reflexiones sobre la trayectoria del sistema capitalista, su inminente bifurcación y los escenarios de futuro que enfrentan y construyen nuestras sociedades
Así es como vivo.
Vivo a la vez en un mundo real y en otro irreal.
Y no sé dónde estoy mejor.
Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil
Introducción
A inicios de 2025 se suscitaron los peores incendios de la historia de Los Ángeles, Estados Unidos. Los megaincendios duraron varios días y oscurecieron el cielo de la ciudad. En redes sociales y portales de noticias, las imágenes difundidas fueron descritas como “distópicas” y “apocalípticas”, mostrando automóviles calcinados y miles de casas consumidas por el fuego (Yang, 2025). En este contexto, cabe recuperar la vigente obra del historiador y geógrafo marxista estadounidense Mike Davis (2013), quien, en su célebre libro Ecology of Fear. Los Angeles and the imagination of disaster, de 1998, abordó los imaginarios de la destrucción de Los Ángeles en la literatura y el cine desde 1909.
En septiembre de 2020, en medio de la pandemia de covid-19, enormes incendios tornaron de color naranja el cielo en San Francisco (Zdanowicz, 2020), los videos del suceso fueron comparados con las secuencias del filme distópico Blade Runner 2049 (2017),1 en el que se aprecia la ciudad de Las Vegas completamente en ruinas y cubierta por un cielo naranja. En otras latitudes, entre finales de 2019 y principios de 2020, incendios colosales devastaron Australia y provocaron la muerte o desplazamiento de 3 mil millones de animales (Kwai, 2019).
A finales de 2024, la provincia española de Valencia, España, fue severamente azotada por la Depresión aislada en niveles altos (dana), dejó destrucción a su paso: ríos desbordados, autos apilados, más de 200 muertos y cientos de desaparecidos. El evento fue calificado como la mayor tragedia natural en lo que va del siglo en aquel país. Según algunos testigos, las escenas parecían sacadas de un “apocalipsis zombi” (García, 2024). En México, el huracán Otis arrasó con el puerto de Acapulco en octubre de 2023, los canales de noticias y las redes sociales también equipararon la devastación con las imágenes apocalípticas de películas de Hollywood (De Mauleón, 2023). Un año después Acapulco fue nuevamente golpeado, ahora por el huracán John, lo que sirvió para crear una situación en que la catástrofe se normaliza.
En el contexto de frecuentes eventos calamitosos, el cine es un referente cuyos imaginarios y representaciones permean en el imaginario colectivo y el sentido común de muchas personas. En 2007, el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (onu), Ban Ki-Moon declaró que las escenas provocadas por los efectos del cambio climático son tan aterradoras como una película de ciencia ficción, pero lo son aún más porque son reales (onu, 2007).
De esta manera, las producciones cinematográficas contemporáneas toman escenarios científicos abstractos, que son difíciles de comprender y asimilar para aquellos que no están familiarizados con la ciencia del cambio climático, y los transforman en un espectáculo audiovisual, con una historia concreta y personajes con los que se puede simpatizar y empatizar. Este tipo de representaciones puede rastrearse hasta Waterworld (1995), filme que expone un mundo en el que los casquetes polares se han derretido y toda la Tierra está cubierta de agua. Una producción en medio del tecnoptimismo neoliberal de finales de siglo. Una década después, The Day After Tomorrow (2004) imagina un escenario en el que el deshielo de los polos detiene la corriente del Atlántico Norte, desencadenando una era glacial en el hemisferio norte del planeta.
El cine no sólo ha incorporado escenarios científicos relacionados con un colapso climático y ambiental, también ha generado imaginarios cinematográficos de un colapso civilizatorio provocado por pandemias globales,2 o guerras nucleares, que son cada vez más frecuentes en todo tipo de series y películas, incluso de grandes producciones de los estudios hollywoodenses. Algunas de las series de televisión más populares de los últimos años, como The Walking Dead, muestran sociedades despiadadas que remiten a un colapso civilizatorio (Herrera, 2019, p. 90). Esta serie estadounidense fascinó a millones de espectadores alrededor del mundo, en su apogeo reportó altos números de audiencia semana con semana. En The Walking Dead (2010-2022), basada en la serie de cómics de Robert Kirkman, se retrata un mundo post-apocalíptico asediado por zombis (nunca llamados así dentro de la realidad diegética de los personajes, sino “caminantes” y de múltiples otras maneras), pero en el que el mayor peligro son los otros grupos de humanos. La serie, que reproduce una concepción “hobbesiana” de la sociedad, pone a sus protagonistas en situaciones extremas y límite enfrentando a la muerte, el canibalismo, la violación, la tortura, etc. En la serie, todos los intentos por establecer comunidades seguras o por refundar un atisbo de civilización fracasan rotundamente, como resultado de las luchas y conflictos entre los diferentes grupos de sobrevivientes. Estas diferencias son representadas con violencia brutal. A lo largo de las temporadas vemos al grupo de los protagonistas, liderados por el antiguo policía Rick Grimes, intentando buscar refugio; primero en una granja a las afueras de la ciudad de Atlanta, luego en una prisión, después en una zona segura fortificada que encuentran llamada Alexandria y, finalmente, en la ciudad amurallada conocida como Commonwealth. Pero, a cada tentativa, se topan con personajes “desalmados” y crueles, como el Gobernador de Woodbury y el infame Negan, jefe del grupo de bandidos autodenominado “Los salvadores”, quienes piden un tributo de comida y provisiones a cambio de la vida de los supervivientes. En una de las escenas más icónicas del cómic y de la serie, Negan asesina sanguinariamente a dos de los personajes principales, golpeándolos repetidamente en la cabeza con un bate de beisbol; violencia que ilustra la cuasi imposibilidad de restablecer un vínculo pacífico entre los grupos humanos.
El éxito de The Walking Dead resultó en la producción de otras series originales (no basadas en cómics) dentro del mismo universo. Se estrenó la precuela Fear the Walking Dead (2015-2023), que corrió paralela con The Walking Dead, con algunos personajes comunes en ambas series. También se lanzó la miniserie The Walking Dead: The Ones Who Live (2024), que fungió de secuela y culminó la historia del protagonista Rick Grimes. Asimismo, se produjeron spin-offs, series que continuaron las historias de algunos de los personajes secundarios como The Walking Dead: Daryl Dixon (2023-) y The Walking Dead: Dead City (2023-), pero también series sobre personajes nuevos como The Walking Dead: World Beyond (2020-2021) y Tales of the Walking Dead (2022).
Con todo ello, el propósito de este artículo es abordar y analizar las imágenes del colapso civilizatorio presentes en el cine y series contemporáneas, sobre todo en las producciones cinematográficas dominantes en Hollywood. Se distinguirán filmes y series que tratan tres momentos del colapso: antes, durante y después. En la primera parte del texto, se establecen ideas generales sobre el colapso civilizatorio.
¿Qué entendemos por colapso civilizatorio?
Vivimos tiempos convulsos. A diario vemos en las noticias reportes e imágenes acerca de diversas crisis: políticas, económicas, sociales, ambientales, energéticas. Crisis, crisis, crisis. Todo está en crisis, se nos dice. Empero, diversos autores han propuesto que estas crisis no están aisladas, sino que, de hecho, son parte de una misma crisis civilizatoria que articula el conjunto de problemas contemporáneos. Desde el pensamiento complejo, Edgar Morin y Anne Brigitte Kern han propuesto el término “policrisis” para describir las múltiples crisis “interramificadas y enredadas” (Morin, 2006, pp. 107 y 108).
Para Enrique Leff (2008), la crisis ambiental y el cambio climático son los signos más sobresalientes de una crisis civilizatoria producto de la racionalidad moderna, que se expresa en múltiples ámbitos y que pone en en peligro tanto la vida no humana como la vida humana y, con ello, el sentido de la vida. Por otra parte, Renán Vega Cantor (2019) también apunta que la crisis civilizatoria comprende varias crisis que confluyen entre sí, pero resalta la destrucción ambiental a nivel planetario bajo el Capitaloceno.
Asimismo, Armando Bartra (2013) considera que la crisis civilizatoria es una gran crisis que se expresa de manera multiforme y multidimensional, a saber: medioambiental, energética (el agotamiento de los combustibles fósiles), alimentaria, migratoria, política, bélica, sanitaria (pandemias) y económica. Todas estas dimensiones se entrelazan y retroalimentan entre sí. Al igual que Leff, Bartra argumenta que la dimensión medioambiental es la máxima expresión de la crisis civilizatoria.
La gravedad de la crisis ecológica es de tal magnitud que, en 2009, científicos del Centro de resiliencia de Estocolmo identificaron nueve límites planetarios que conforman el “espacio de operación seguro para la humanidad”, es decir, las condiciones ambientales y climáticas que deben respetarse para asegurar la vida humana y no humana como la conocemos (Rockström et al., 2009). Para 2023 ya se habían transgredido seis de estos nueve límites planetarios (Richardson et al., 2023). La modificación antropogénica de estas condiciones, que habían permanecido estables desde el inicio del Holoceno, hace aproximadamente 12 mil años, llevan a algunos científicos a plantear el comienzo de una nueva época geológica que denominan antropoceno (Crutzen, 2002). Para la socióloga argentina Maristella Svampa, el antropoceno sintetiza la crisis civilizatoria en la que nos encontramos (Svampa, 2016).
Empero, aunque la mayoría identifica a la crisis ambiental y el colapso climático como la principal amenaza existencial de nuestra época, en realidad enfrentamos al menos dos amenazas existenciales, pues el peligro de una guerra nuclear sigue latente. El Boletín de científicos atómicos, que después de la Segunda guerra mundial consideraba las armas nucleares como el mayor peligro para la humanidad, en 2007 agregó un segundo peligro derivado de las disrupciones potencialmente catastróficas del cambio climático; para 2025 ya añadió las pandemias globales y la inteligencia artificial. En 1947 el Boletín creó el Reloj del Apocalipsis como un reloj metafórico en el que la medianoche representa el “fin del mundo”. Actualmente marca 89 segundos para la medianoche (Mecklin, 2025).
Para Bolívar Echeverría la crisis civilizatoria no es la crisis de la modernidad en general (como señala Leff), sino de la modernidad capitalista, además en su versión “americana”. Se trata de una crisis radical que combina y trasciende las crisis antes mencionadas (económica, social, política, cultural) y que ahora afecta al conjunto del planeta (Echeverría, 1998, p. 46). Sin embargo, para Echeverría, más que de una crisis, sería más adecuado hablar de un colapso civilizatorio.
El concepto de “crisis” hace referencia a una situación pasajera, en la que se pone a prueba la consistencia de un sujeto pero que al final logra salir, aunque sea transformado o alterado de alguna manera. Podría decirse que se trata de un periodo de adversidad que será superado eventualmente. En cambio, el concepto de “colapso” apunta a una situación de la que el sujeto no puede salir ni siquiera con su consistencia alterada, y entonces se descompone, se desestructura y, finalmente, desaparece (Echeverría, 2011: 165-166).
Para Echeverría el concepto de colapso describiría con mayor precisión la trayectoria de la historia mundial, puesto que “la modernidad capitalista es una modernidad que estructuralmente conduce no sólo a crisis recurrentes que tanto conocemos, sino que en última instancia conduce a una catástrofe, a un colapso” (Ibídem, p. 172). Por lo tanto, la crisis civilizatoria de la modernidad capitalista genera un escenario del cual no saldremos moderno-capitalistas y que, eventualmente, conduce al colapso.
En este sentido, en los últimos años se ha elaborado una extensa bibliografía especializada sobre el colapso civilizatorio. Algunos textos emblemáticos son Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen (2006) de Jared Diamond, donde se analizan las causas de los colapsos de sociedades y civilizaciones pasadas, así como The Collapse of Western Civilization. A view from the future (2014) de Naomi Oreskes y Erik M. Conway, que mezcla historia y ciencia ficción, situado en un futuro año 2393, en el marco de la Segunda República Popular China, donde un historiador indaga las razones del “Gran Colapso” de la civilización acontecido entre 2073 y 2093. El ejercicio es parecido al realizado por el documental The Age of Stupid (2009), en el que un archivista del año 2055 observa grabaciones hechas antes de que la humanidad se extinguiera, se pregunta por qué no detuvimos el cambio climático cuando teníamos la oportunidad.
Para fines de este artículo, destacamos algunas definiciones de colapso, partiendo de la propuesta por los franceses Pablo Servigne y Raphaël Stevens (2020), para quienes el colapso es “el proceso a partir del cual una mayoría de la población ya no cuenta con las necesidades básicas (agua, alimentación, alojamiento, vestimenta, energía, etc.) cubiertas [por un precio razonable] por los servicios previstos por la ley”.3
Otra perspectiva la ofrece el español Carlos Taibo, para quien el colapso constituye:
un golpe muy fuerte que trastoca muchas relaciones, la irreversibilidad del proceso consiguiente, profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas, reducciones significativas en el tamaño de la población humana, una general pérdida de complejidad en todos los ámbitos, acompañada de una creciente fragmentación y de un retroceso de los flujos centralizadores, la desaparición de las instituciones previamente existentes y, en fin, la quiebra de las ideologías legitimadoras, y de muchos de los mecanismos de comunicación, del orden antecesor (Taibo, 2017: 31-32).
Al igual que Servigne y Stevens, Taibo destaca la reducción de la satisfacción de las necesidades básicas a partir de un colapso, aunque su concepto es más amplio. Taibo señala que las causas que podrían desencadenar un colapso civilizatorio son el cambio climático, el agotamiento de las materias primas energéticas, la pérdida de biodiversidad, la crisis social, el hambre, la escasez social, las pandemias, y la crisis financiera, entre otras.
Sobre la base de estas nociones básicas sobre el colapso civilizatorio, podemos dar pie a la exposición y análisis de las imágenes que se proyectan desde las producciones cinematográficas.
Imágenes del colapso civilizatorio en el cine y las series
En su clásico ensayo “La imaginación del desastre”, la escritora estadounidense Susan Sontag establece que las películas de ciencia ficción, a diferencia de las novelas de ciencia ficción, implican una estética de la destrucción y una elaboración sensorial que es imposible en la literatura. Esto debido a que el cine tiene potencialidades únicas, puesto que “en las películas, participamos en la fantasía de vivir la propia muerte y, lo que es más, la muerte de las ciudades, la destrucción de la humanidad misma, por medio de imágenes y sonidos, y no de palabras que deben ser traducidas por la imaginación” (Sontag, 1996: 277-278).
Sontag agrega, que la imaginación del desastre presente en las películas de ciencia ficción responde a profundas angustias de la existencia contemporánea, muchas de las cuales no son racionalizadas de manera consciente o son parcialmente pensadas, con el fin de desviar la atención de las causas que las originan y de sus efectos desiguales entre geografías y personas. En el caso de los imaginarios de las producciones cinematográficas contemporáneas, las angustias existenciales se concentran en el colapso climático y el peligro de una guerra nuclear. En los últimos años, a estos “terrores inasimilables que infestan la conciencia”, como los designa Sontag, también se suman las pandemias globales y la inteligencia artificial.
En un sentido similar, Gérard Imbert, escritor de varias obras sobre imaginarios en el cine, afirma que en el cine actual “los imaginarios proyectados en el futuro reflejan las inquietudes de hoy” (Imbert, 2019: 17). La ciencia ficción del presente, añade, habla de nuestros miedos y se alimenta de nuestros terrores. Por lo tanto, las amenazas ya no sólo vienen de “fuera”, de impactos de asteroides,4 como en Armageddon (1998) y Deep Impact (1998), o de invasiones alienígenas, como en Independence Day (1996) y War of the Worlds (2005), basada en la célebre novela de H. G. Wells de 1898, sino del “interior”, de la propia sociedad.
Durante la segunda mitad del siglo xx, en el contexto de la Guerra fría entre Estados Unidos y Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, proliferaron las producciones cinematográficas que contemplaban el terror nuclear, la principal angustia y amenaza existencial de ese momento. Fue el caso de la brillante sátira Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (1964) de Stanley Kubrick, y Fail Safe (1964) de Sidney Lumet. Ambas tocaban temas similares respecto de errores (humanos en el caso de la primera y computacionales en el caso de la segunda) que podrían desatar la destrucción mutua asegurada entre ambas potencias.
En Testament (1983) y The Day After (1983) los escenarios se centran en pequeñas ciudades de Estados Unidos que lidian con las repercusiones de ataques nucleares y la consecuente radiación. Threads (1984) presenta la misma temática, pero situada en la ciudad de Sheffield, Inglaterra. Incluso el extraordinario director soviético Andrei Tarkovsky abordó el terror existencial de una inminente guerra nuclear en su última película El sacrificio (1986), en la que también planteaba cavilaciones filosóficas sobre la civilización moderna occidental.
Producto de los grandes estudios de Hollywood, reconocemos Planet of the Apes (1968) cuyo memorable final, la imagen de Charlton Heston frente a los restos de la Estatua de la Libertad en una playa y gritando desconsolado, revela que no se trataba de un planeta de simios, sino del planeta Tierra que había sido devastado por una guerra nuclear. Por otra parte, la trilogía original de Mad Max, del director australiano George Miller, en especial su segunda y tercera entrega, Mad Max 2 (1981) y Mad Max Beyond Thuderdome (1985), imaginaban un mundo post-apocalíptico como consecuencia de la aniquilación nuclear. En Mad Max, al igual que en The Walking Dead (2010-2022) y Waterworld (1995), entre otros, asistimos a la “guerra de todos contra todos” por los recursos escasos, particularmente el agua, los alimentos y las fuentes de combustible, tan característica de los imaginarios dominantes del colapso.
Aunque el peligro de una guerra nuclear sigue vigente, desde el fin de la Guerra fría ocurrió una suerte de “pase de estafeta” del terror nuclear hacia las cuestiones climáticas y ambientales como la principal angustia existencial, manifiestas, entre otras cosas, como incendios y huracanes. Este tránsito se observa entre la versión original de The Day the Earth Stood Still (1951), en la que un alienígena amenazaba con destruir la Tierra si los humanos continuaban con las guerras. En el remake de 2008, el alienígena advierte que el planeta está muriendo porque los humanos lo están matando.
Esta angustia también se corrobora en Snowpiercer (2013) del director surcoreano Bong Joon Ho. La novela gráfica francesa en la que está basada, Le Transperceneige (1982) retrata un mundo post-apocalíptico que ha sufrido un “invierno nuclear”. En la adaptación cinematográfica el congelamiento se explica debido a un fallido experimento de geoingeniería, que pretendía disminuir las temperaturas globales mediante el rociamiento de una sustancia refrigerante en las capas superiores de la atmósfera. La película se adaptó para una serie con el mismo nombre Snowpiercer (2020-2024), que contó con cuatro temporadas.
En este sentido, durante las primeras décadas del siglo xxi se han realizado muchos filmes y series que imaginan colapsos civilizatorios derivados de un colapso climático o ecológico. Algunos de los ejemplos más conocidos son las ya mencionadas The day after tomorrow (2004), Wall-E (2008), Elysium (2013), Geostorm (2017), Downsizing (2017), Blade Runner 2049 (2017), Reminiscence (2021) y Extrapolations (2023). A continuación, expondremos las imágenes del colapso civilizatorio en las series y el cine contemporáneo según se sitúen antes, durante o después del colapso. Asimismo, destacaremos las causas de estos colapsos imaginados, de acuerdo con las cuatro amenazas existenciales planteadas, a saber, colapso climático y/o ambiental, guerra nuclear, pandemias globales e inteligencia artificial.
Imaginarios antes del colapso
En este caso, se trata de filmes que presentan personajes y/o situaciones que anticipan la catástrofe y, en este sentido, podríamos decir que son “pre-apocalípticos”. Dos ejemplos representativos son Take Shelter (2011) y First Reformed (2017). En ambas producciones, los protagonistas experimentan la angustia ante un inminente cataclismo climático. En el primero de ellos, un padre de familia estadounidense padece algunos síntomas asociados con el trastorno de estrés postraumático; más bien, se presenta como un estrés “pretraumático”, pues la catástrofe aún no ha sucedido (Kaplan, 2016: 35 y 47). En First Reformed, del director Paul Schrader, un pastor evangélico de Nueva York entra en crisis al enterarse que su iglesia recibe contribuciones de una de las empresas más contaminadoras a nivel mundial. Estos dos filmes ilustran, de alguna manera, lo que la American Psychology Association ha denominado como “ecoansiedad”, esto es, “el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones” (Herrera y Novoa, 2024).
En la categoría de imaginarios antes del colapso también podemos agregar aquellas películas que abordan algunas problemáticas ambientales o que retratan colapsos locales o regionales. Es el caso de Erin Brockovich (2000) y Dark Waters (2019), en las que abogados se enfrentan a grandes corporaciones energéticas y químicas que contaminan las fuentes de agua de las comunidades locales. En esa línea están Deepwater Horizon (2016), filme sobre del mayor desastre ecológico ocasionado en la historia de la industria petrolera, en el que se derramaron millones de litros de petróleo en el Golfo de México en 2010, así como de la miniserie Chernobyl (2019) sobre el mayor accidente nuclear de la historia acaecido en 1986, basada en el libro Voces de Chernóbil. Crónica del futuro de la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015. Para esta escritora con Chernóbil “ha empezado la historia de las catástrofes” (Alexiévich, 2019, p. 48).
Por otro lado, el fin del mundo como metáfora de la muerte, la depresión o la soledad también está presente en los imaginarios cinematográficos que anticipan el colapso. En palabras de Imbert, tras los miedos globales de hoy yace el miedo a la muerte; citando a Zygmunt Bauman establece que “el miedo primario a la muerte es, quizás, el prototipo o el arquetipo de todos los miedos, el temor último del que todos los demás toman prestado sus significados respectivos” (Imbert, 2019, p. 20). En la más reciente película del director español Pedro Almodóvar, The Room Next Door (2024) se hace un paralelismo explícito entre una paciente terminal y el colapso climático. En Melancholia (2011) del director danés Lars von Trier, el inevitable fin del mundo ante la llegada del planeta Melancolía que chocará con nuestro planeta es una metáfora de la depresión de la protagonista. Mientras que en Seeking a Friend for the End of the World (2012) un hombre emprende un último viaje para buscar a alguien con quien pasar los últimos momentos antes de que un asteroide impacte la Tierra.
En Don’t Look Up (2021) la colisión de otro cuerpo celeste revela ciertos paralelismos con nuestra emergencia climática. La película, protagonizada por Leonardo DiCaprio (conocido defensor del capitalismo verde, que ha producido algunos documentales acerca de la crisis climática y ambiental, como The 11th Hour, 2007 y Before the Flood, 2016), presenta una sociedad más interesada en la industria del entretenimiento y del espectáculo, en los chismes y vidas de las celebridades, que en la noticia anunciada por un par de científicos sobre el cometa que se dirige hacia el planeta. En la película, los medios de comunicación y la presidenta estadounidense ignoran las advertencias de los científicos y niegan la inexorable amenaza. Asimismo, abortan un plan para destruir el cometa porque descubren que contiene minerales y tierras raras empleados en la fabricación de computadores y teléfonos celulares, por lo que su llegada será benéfica económicamente y generará millones de empleos.
Estos imaginarios cinematográficos pre-colapso ahondan en cuestiones vinculadas con la posibilidad de un catástrofe y los miedos y la ansiedad que esto genera. A pesar de ello, también exponen la inercia y la inacción para detenerlo, por lo que pueden ser leídas a la luz de las ideas de Jorge Riechmann (2020), quien considera que existen tres niveles de negacionismo: el primero, el llamado negacionismo climático emprendido por las corporaciones petroleras; el segundo, que rechaza la finitud humana y con ello nuestra mortalidad; y el tercero, que desestima la gravedad de la situación y confía en hallar soluciones sin desafiar al capitalismo.
Imaginarios durante el colapso
Aquí consideramos películas cuyos escenarios se desenvuelven en medio del colapso civilizatorio, como la miniserie francesa L’effondrement (2019). En este tenor, la primera temporada de la serie Fear the Walking Dead (2015-2023) exhibe el comienzo y desarrollo del colapso social en Los Ángeles. También lo presenciamos en World War Z (2013), basada en la novela homónima de Max Brooks, con secuencias en las que los zombis inundan las ciudades de Filadelfia y Jerusalén; así como en I Am Legend (2007), basada en el libro de Richard Matheson de 1954,5 mediante algunos flashbacks en los que los habitantes de Nueva York intentan huir desesperadamente de la ciudad para escapar de un virus mortal. En todas estas representaciones coinciden el caos y la desorientación ante lo súbito de la emergencia sanitaria.
Otro ejemplo novedoso es Leave the World Behind (2023) del director Sam Esmail, showrunner de la serie Mr. Robot (2015-2019), en la que una familia enfrenta el comienzo de un colapso civilizatorio como resultado de un posible ataque cibernético contra Estados Unidos. Las causas del desastre se mantienen ambiguas, pero lo que sí vemos son los efectos: apagones masivos, aviones que caen del cielo, barcos varados y una escena donde un montón de autos Tesla han perdido el control y chocan entre ellos. La película está basada en la novela homónima de Rumaan Alam. La serie fue producida por Barack y Michelle Obama.
La serie estadounidense Revolution (2012-2014) podría fungir como continuación de Leave the World Behind, ya que comienza con un apagón masivo mundial, pero muestra el mundo post-apocalíptico. En esta producción, se observan algunas de las características del colapso mencionadas por Taibo, como la reducción significativa del tamaño de la población humana y la desaparición de las instituciones previamente existentes. Hasta aquí, estos imaginarios dominantes exponen el colapso civilizatorio como algo que sucede inesperadamente y que interrumpe la normalidad capitalista para no volver.
Cabe resaltar que, a pesar de los ejemplos mencionados en esta sección, la mayoría de las producciones cinematográficas no se enfocan en el desarrollo del colapso sino en sus consecuencias. De ahí la fascinación con las distopías y mundos post-apocalípticos que abordaremos en la última parte de este ensayo. Podemos señalar algunos filmes significativos que arrojan al centro del colapso. En Civil War (2024) acudimos a un colapso civilizatorio vinculado con la dimensión bélica: Estados Unidos sumido en una guerra civil. En la primera escena un grupo de personas protestando por la escasez de agua es repentinamente bombardeado. Mientras las distintas facciones combaten, el territorio es “tierra de nadie”, los caminos son peligrosos y los soldados disparan indistintamente.
Por otro lado, en Children of Men (2006), basada en la novela homónima de la escritora inglesa P.D. James y dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón, es el año 2027 y la humanidad se encamina lentamente hacia la extinción, porque las mujeres se han vuelto infértiles, no hay nacimientos en los últimos 18 años. En medio de este colapso también observamos la dimensión bélica pero, sobre todo, la migratoria, ya que Londres es uno de los últimos resquicios de vida civilizada y todos buscan llegar ahí, los migrantes que lo logran son encerrados en campos de concentración. De acuerdo con el crítico cultural Mark Fisher, el mundo distópico de Children of Men, lejos de imaginar alternativas, reproduce la ideología dominante, según la cual es más fácil imaginar el fin del mundo antes que el fin del capitalismo, como dictaba la frase atribuida tanto a Fredric Jameson como a Slavoj Žižek (Fisher, 2016, p. 22).
Para cerrar esta parte, incluimos aquellas producciones que integran la dimensión climática y/o medioambiental, como The Day After Tomorrow (2004), una de las primeras grandes producciones de Hollywood (conocidas como blockbusters) en mencionar explícitamente la cuestión del cambio climático y el calentamiento global. La película sigue a un paleoclimatólogo, que advierte al gobierno estadounidense acerca de los efectos de la quema de combustibles fósiles: los casquetes polares se derretirán, alterando la corriente del Atlántico Norte encargada de regular la temperatura del hemisferio norte. Aunque el protagonista aclara que esto podría tardar décadas o siglos en ocurrir, el colapso climático se desata en tan sólo unas semanas. Las secuencias más impresionantes de la cinta reflejan la muerte de millones de personas y la destrucción de las principales ciudades de Estados Unidos: Los Ángeles es arrasada por múltiples tornados y Nueva York es golpeada por un enorme tsunami y una tormenta de hielo.
Nuestros dos últimos ejemplos, Interstellar (2014) y Extrapolations (2023), conciben el colapso como un proceso lento y gradual, en el que cada generación está peor que la anterior, con una creciente pérdida de complejidad y en el que la población va disminuyendo paulatinamente. En Interstellar (2014) de Christopher Nolan, la degradación medioambiental, encarnada en el agotamiento de los suelos y las sequías, ha llegado a tal punto que la Tierra eventualmente será inhabitable y la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (nasa) lanza una misión para explorar otros planetas potencialmente habitables.
La miniserie Extrapolations (2023) abarca los efectos del colapso climático a lo largo de varias décadas, desde 2037 hasta 2070, haciendo un ejercicio de imaginación similar al que hace el escritor Kim Stanley Robinson en su novela El Ministerio del Futuro (2020), quien, a través de testimonios ficticios, narra cómo nos afectará el cambio climático en las próximas décadas. En Extrapolations para el año 2037, mientras se lleva a cabo la Cumbre de las partes número 42 (cop42) en Tel Aviv, la temperatura media global ya ha alcanzado 1.5°C sobre los niveles preindustriales, aún no hay avances por parte de los gobiernos. En esa reunión, los gobiernos aumentan el límite de temperatura hasta 2.3°C, al mismo tiempo que se realizan protestas y movilizaciones, hay incendios forestales activos y sequías alrededor del mundo. Para 2046 la ballena jorobada, el elefante, el orangután, el oso polar y muchos otros animales se han extinguido. En ése mismo año se contabilizan 23 millones de desplazados por el cambio climático. Para 2059, una empresa realiza un experimento de geoingeniería, en un intento desesperado por disminuir las temperaturas, que ya son tan altas que en Mumbai, India, la vida se desarrolla durante la noche y la gente duerme durante el día. En el último capítulo, en el año 2070, la temperatura media global es de 2.59°C y la concentración atmosférica de dióxido de carbono es de 564 partes por millón (ppm), el límite seguro de este indicador, según el Centro de resiliencia de Estocolmo, es de 350 ppm. En este contexto, Nicholas Bilton, el hombre más rico del mundo y director general de Alpha, la corporación más grande y poderosa, es juzgado por el delito de “ecocidio” por la Corte penal internacional. En este sentido, ninguna película o serie de las mencionadas en este artículo cumple con la función de transformar los escenarios científicos abstractos en imaginarios audiovisuales, como lo hace Extrapolations.
Imaginarios después del colapso
Estas producciones cinematográficas imaginan colapsos civilizatorios generados por alguna de las distintas dimensiones del colapso civilizatorio y amenazas existenciales antes mencionadas, a saber, colapso climático y ambiental, guerra nuclear, pandemias e inteligencia artificial. En cuanto al colapso ecológico, en Wall-E (2008), la distopía de Disney-Pixar, se exhibe un planeta inhabitable con altos grados de contaminación y de basura, debido al consumismo estadounidense. El protagonista, el robot que da el nombre a la película, dedica sus días a compactar la basura, coleccionar algunos de los objetos que encuentra entre ella (como cucharas, tenedores, encendedores, bolos de boliche, cubos de Rubik, etc.) y a mirar diario la película Hello, Dolly! (1969), la cual reproduce en un iPod.
No obstante, la supuesta crítica del filme hacia el consumismo es contradictoria, o ambigua en el mejor de los casos. Por un lado, observamos que los humanos que lograron abandonar la Tierra continúan consumiendo en el espacio; por otro lado, se transmite cierta nostalgia por los bienes de consumo coleccionados por Wall-E y se alude constantemente a una “edad dorada” capitalista (Whitley, 2012; Anderson, 2012). Esta idealización de un pasado aparentemente esplendoroso oculta o niega su relación con el colapso climático y ambiental. La producción de Disney-Pixar denuncia las consecuencias de cierto modo de vida ligado a la civilización moderna capitalista y, a la vez, propone a dicha civilización material como la condición de posibilidad para un nuevo inicio. La investigadora Ana-Clara Rey Segovia retoma el concepto de “retrotopía” de Bauman para explicar cómo la superación de la distopía en estos filmes apunta a una “refundación civilizatoria” basada en la misma civilización que provocó el colapso originalmente (Rey, 2024: 110).
La consecuencia de todo esto es que la distopías y escenarios post-apocalípticos de Hollywood equiparan sus imaginarios con entornos pauperizados y con un “retroceso” social, económico y político en el mundo “civilizado”. Sus imágenes del futuro parten de estereotipos actuales sobre el Sur global, como lugares sobrepoblados, miserables, de desgobierno y corrupción, que luego reproducen y proyectan como el típico post-apocalipsis (Rey, 2024, p. 111). En Elysium (2013) asistimos a esta “tercermundización” difundida a escala global (Ibídem). La película imagina una ciudad de Los Ángeles en el año 2154 que, según los créditos iniciales, ha sido arrasada por la sobrepoblación y la contaminación, mientras los ricos viven en Elysium, una estación espacial de lujo que orbita la Tierra. Las secuencias distópicas de Los Ángeles fueron filmadas en el basurero “Bordo de Xochiaca” en Ciudad Nezahualcóyotl, México (Ramón, 2014).
Elysium no fue la primera cinta en imaginar un colapso civilizatorio como producto de la sobrepoblación. Hace ya más de 50 años Soylent Green (1973), el clásico de la ciencia ficción basado en la novela Make Room! Make Room! (1966) del escritor estadounidense Harry Harrison, imaginó una ciudad de Nueva York sobrepoblada, en la que los ricos viven en penthouse de lujo con todas las comodidades y los pobres apenas tienen para comer.
Otro rasgo común es el mesianismo patriarcal de muchas producciones que imaginan el colapso. Tanto en Soylent Green, Elysium, Children of Men y muchos otros filmes, los héroes distópicos son hombres blancos construidos como figuras mesiánicas, que se sacrifican para salvar a las mujeres, los débiles, los pobres y los enfermos, en general personas racializadas y étnicamente diversas (Ibídem, p. 115).
En cuanto a imaginarios de un holocausto nuclear, ya antes habíamos abordado varias películas de la segunda mitad del siglo pasado. Algunos ejemplos más actuales son las nuevas entregas de Mad Max: Fury Road (2015) y Furiosa (2024), así como la serie Fallout (2024) basada en el popular videojuego del mismo nombre. En la saga de Terminator (1984-2019),6 se conjugan la guerra nuclear y la inteligencia artificial, después de que Skynet, una inteligencia artificial al mando del sistema de defensa de Estados Unidos, lanza ataques nucleares para exterminar a los humanos. Por otra parte, en Matrix (1999) los humanos son utilizados como baterías para las máquinas mientras yacen anestesiados en una simulación virtual de inicios del siglo xxi; y en The Creator (2023) los humanos y los robots llevan diez años enfrascados en una guerra, después que la inteligencia artificial detonara una bomba nuclear sobre Los Ángeles.
Por último, destacamos los filmes que imaginan mundos post-apocalípticos como consecuencia de pandemias globales. En Perfect Sense (2011) un misterioso virus provoca una pandemia global que hace que las personas vayan perdiendo poco a poco los sentidos. Primero el olfato, luego el gusto, después el oído y al final la vista. En Contagion (2011) una enfermedad causada por un virus zoonótico, que se transmite de animales a humanos, desata una pandemia global. La miniserie Station Eleven (2021-2022), basada en la novela homónima escrita por Emily St. John Mandel, se sitúa en un mundo post-apocalíptico, veinte años después de que una pandemia de gripe diezmara a casi toda la población mundial. En 12 Monkeys (1995), basada en el cortometraje experimental francés La Jetée (1962) y luego adaptada a la serie de televisión 12 Monkeys (2015-2018), un hombre es enviado al pasado para evitar la propagación de un virus que extinguirá a la mayoría de la humanidad. Y en Rise of the Planet of the Apes (2011), remake de Planet of the Apes (1968), no es la guerra nuclear sino una pandemia la que ocasiona el colapso civilizatorio.
El cine de zombis el que más se ha relacionado con el peligro y el miedo de una pandemia global que termine con todo. Hay incontables ejemplos de ello, como la trilogía de Exterminio (2002-2025);7 la saga de Resident Evil (2002-2016),8 basada en la famosa serie de videojuegos; la saga española rec (2007-2014);9 World War Z (2013); la surcoreana Train to Busan (2016), su precuela animada Seoul Station (2016) y su secuela Peninsula (2020); las series del universo de The Walking Dead y más recientemente The Last of Us (2023-) también adaptada de un exitoso videojuego.
Algunas como I Am Legend ahondan en la angustia existencial de ser la última persona sobre la Tierra y el cuestionamiento del sentido de la vida en un mundo desolado. En contraposición, otras películas han optado por un tono más liviano, combinado zombis y comedia como Zombieland (2009) y su secuela Zombieland: Double Tap (2019), Shaun of the Dead (2004), Warm Bodies (2013), The Dead Don’t Die (2019) y la cubana Juan de los muertos (2011).
Además de su relación con la dimensión sanitaria del colapso civilizatorio, los zombis han tocado otras problemáticas sociales. Son interpretados como una crítica al consumismo, como en el clásico de George A. Romero Dawn of the Dead (1978) y en su remake Dawn of the Dead (2004). Otras exégesis, como la del científico italiano Ugo Bardi, sugieren que los zombis reflejan un miedo inconsciente a la inanición asociada con un colapso (Bardi, 2022: 140). De esta manera, los zombis se ligan irremediablemente con el canibalismo, ya sea como metáfora: los propios zombis como criatura caníbal o el canibalismo practicado por algunos de los sobrevivientes.
En la cuarta temporada de The Walking Dead, el grupo de sobrevivientes encabezado por Rick Grimes deambula por las carreteras y los bosques del estado de Georgia, Estados Unidos, en busca de refugio, cuando se tropiezan con unos carteles con la leyenda “Santuario para todos. Comunidad para todos. Aquellos que llegan, sobreviven”, que los guían a la comunidad de Terminus, localizada en la estación terminal del tren. Pero lo que encuentran no es un albergue seguro, sino un grupo caníbal que les ha tendido una trampa para comérselos.
En la serie The Last of Us (2023), uno de los grupos que conocen los protagonistas también sobreviven comiendo carne humana. La película The Road (2009), basada en la novela del mismo nombre del estadounidense Cormac McCarthy, aunque no trata de un apocalipsis zombi, tiene algunas similitudes y una estética parecida a estas producciones, sobre todo con los caníbales de The Walking Dead y su tono sombrío. Las causas del colapso en The Road son ambiguas, pero se menciona que ya no hay animales ni cosechas, por lo que algunas personas han recurrido al canibalismo para sobrevivir. En medio de este mundo lúgubre e inhóspito, un padre y su hijo caminan por la carretera a través de un paisaje devastado y deben protegerse de las pandillas de caníbales armadas.
La antropofagia aparece como un tema recurrente no sólo en las narrativas zombis, sino también de otros imaginarios del colapso civilizatorio ante situaciones de escasez absoluta, como en Soylent Green y Snowpiercer. En el futuro distópico de Soylent Green la corporación Soylent, que controla gran parte del mercado mundial alimentario, produce alimentos hechos de seres humanos, ante la extinción de toda fuente animal y vegetal. Mientras que, en Snowpiercer los últimos sobrevivientes de la Tierra habitan un tren dividido en clases sociales, en el que los pobres de los últimos vagones se comen entre ellos para no morir de hambre.
Para Gerry Canavan (2014), ambas producciones cinematográficas son ejemplos emblemáticos de “necrofuturismos”, del futurismo hegemónico que permea las imágenes dominantes de la industria cultural, sobre todo de Hollywood. El autor propone este concepto, retomando elementos del realismo capitalista de Mark Fisher, así como del concepto de “necrocapitalismo” de Subhabrata Bobby Banerjee, para denominar los imaginarios de muerte que dominan las visiones del futuro y en los que, a menudo, el capitalismo y/o la muerte continúan aún durante o después del colapso civilizatorio.
Reflexiones finales
En este artículo hemos revisado algunos de los colapsos civilizatorios imaginados producidos y difundidos por el cine y las series contemporáneas. Lo hemos hecho a la luz de algunas nociones básicas sobre el colapso, tomando en cuenta sus diferentes dimensiones (medioambiental, económica, política, bélica, sanitaria, existencial, etc.) y la formas en que son retomadas por estos imaginarios. Asimismo, presentamos filmes y series que ilustran el momento anterior al colapso, su desarrollo y sus consecuencias. De ello se desprenden también concepciones diferentes del colapso como algo súbito y fulminante o como algo lento y gradual.
La revisión de las imágenes de estas producciones cinematográficas es relevante debido a su capacidad para tomar escenarios abstractos, así como escenarios de pandemias globales y guerras nucleares, y transformarlos en imaginarios audiovisuales, que pugnan por volverse referentes en el imaginario colectivo y el sentido común, particularmente en un contexto de crecientes catástrofes (poderosos huracanes, megaincendios y otras expresiones del colapso climático). Esto se acentúa cuando consideramos que se trata de filmes y series distribuidas a nivel mundial por los grandes agentes de Hollywood y sus plataformas de streaming.
Aunque estas distopías y mundos post-apocalípticos toman como principal fuente de inspiración las angustias contemporáneas construidas desde las metrópolis globales (el colapso climático, la guerra nuclear, la inteligencia artificial y las pandemias globales), no representan un mero reflejo de la época, tienen contradicciones y reproducen algunas cuestiones ideológicas y discursivas problemáticas, como: cuestionar a la civilización moderna capitalista; al mismo tiempo mirarla con nostalgia o como una opción posible de la “refundación civilizatoria”.
Hemos formulado que, al imaginar escenarios del colapso civilizatorio en los que el capitalismo, el consumismo y la desigualdad social continúan aún después del colapso; en escenarios necrofuturistas, las producciones cinematográficas de la industria cultural inhiben el pensamiento crítico y el cambio social. En palabras de Mark Fisher, contribuyen a la “impotencia reflexiva” que nos impide imaginar alternativas al capitalismo y “otros mundos posibles”, así como otros futuros posibles. En este sentido, los imaginarios dominantes son “anti-utópicos”, reproducen la afirmación del filósofo austriaco Karl Popper: “la tentativa de llevar el cielo a la tierra produce como resultado invariable el infierno” (citado en Herrera, 2019: 90).
La posibilidad del colapso civilizatorio es bastante plausible, sino es que ya nos encontramos en él. Según Echeverría, la modernidad capitalista se dirige invariablemente hacia su colapso pero éste no tiene porqué significar el fin de la vida civilizada. Las imágenes dominantes postulan concepciones “hobbesianas” en los que nos matamos o comemos unos a otros y en los que el egoísmo y el individualismo prevalecen como una supuesta inevitabilidad de nuestra “naturaleza humana”. Pero, ya sea que nos dirijamos al colapso o estemos en él, podemos comenzar por imaginar y luego luchar por poner en práctica otros futuros posibles y otras maneras de enfrentar el colapso, inspiradas en la solidaridad y la cooperación.
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Notas
* Cursa la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la unam. Correo electrónico: lapd.antonio@gmail.com
1 Una secuela del clásico del cine distópico Blade Runner (1982), basado en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) del afamado escritor estadounidense de ciencia ficción Philip K. Dick.
2 En este artículo entendemos por “imaginarios” a estos ejercicios cinematográficos que prefiguran escenarios futuros.
3 Como ilustración de las relaciones entre el análisis científico y las producciones cinematográficas, es pertinente señalar que el trabajo de Servigne y Stevens inspiró la miniserie francesa L’effondrement (2019), relato del colapso civilizatorio y el caos desatado en múltiples ámbitos (supermercados, gasolinerías), así como de las dificultades que enfrentan las estrategias colectivas e individuales de supervivencia. En 2023 se estrenó un remake mexicano bajo el mismo nombre, El colapso, pero cuyos eventos se desarrollan en Ciudad de México.
4 La primera película documentada sobre el fin del mundo es la danesa El fin del mundo (Verdens Undergang) de 1916, acerca de un cometa que se dirige hacia la Tierra (Hamonic, 2016).
5Además de I Am Legend, la novela fue adaptada dos veces: The Last Man on Earth (1964) y The Omega Man (1971).
6 The Terminator (1984), Terminator 2: Judgment Day (1991), Terminator 3: Rise of the Machines (2003), Terminator Salvation (2009), Terminator Genisys (2015) y Terminator: Dark Fate (2019).
7 28 Days Later (2002), 28 Weeks Later (2007) y 28 Years Later (2025).
8 Resident Evil (2002), Resident Evil: Apocalypse (2004), Resident Evil: Extinction (2007), Resident Evil: Afterlife (2010), Resident Evil: Retribution (2012) y Resident Evil: The Final Chapter (2016).
9 rec (2007), rec 2 (2009), rec 3 Génesis (2012) y rec Apocalipsis (2014).

