Complejidad y colapso: un primer acercamiento
Bifurcación y colapso del capitalismo
Reflexiones sobre la trayectoria del sistema capitalista, su inminente bifurcación y los escenarios de futuro que enfrentan y construyen nuestras sociedades
Introducción
A lo largo de la historia, las grandes civilizaciones han colapsado por distintas razones. En la actualidad, los límites de la sociedad capitalista son más visibles. Sin embargo, a diferencia de las sociedades antiguas, que ocupaban territorios acotados, la sociedad industrial capitalista abarca la tierra entera. Además, sus lógicas destructivas han acelerado sus ciclos, afectando no solo al sistema, sino al entorno que le da sustento. Desde los años setenta del siglo xx, se reconocía que la sociedad capitalista podría destruir la biósfera en un plazo no mayor a cien años (Cocho y Cocho, 2017: 309), lo que ha fomentado diversos debates para entender las trayectorias, características y proyecciones del sistema.
Frente a los planteamientos de la translimitación del sistema, los estudios sobre el colapso de la sociedad capitalista emergieron en los años ochenta del siglo xxx|, y se fortalecieron después de 2010. No obstante, hasta la fecha no ha habido consenso en las formas de definirlo o entenderlo (Winter, 2024: 1). Los debates sobre la adaptación y la colapsología han sido los más conocidos, pero también los que más controversias han generado:
El estudio del colapso societal ha sido analizado desde diferentes disciplinas y enfoques teóricos. Por eso, a partir de la revisión de 361 artículos y 73 libros sobre los estudios del colapso, Danilo Brozović (2023) identificó cinco debates principales en el estudio del colapso, los cuales se describen brevemente a continuación:
2) Explicaciones generales del colapso: en este debate se busca desarrollar una teoría general del colapso. Se plantea que el colapso de una sociedad se da a partir de diferentes puntos de estrés que afectan al sistema de manera simultánea. En la mayoría de los debates se identifican dos causas principales del colapso: el agotamiento de los recursos por tensiones ecológicas y la estratificación económica de la sociedad. En esta discusión también se plantea que el colapso puede ser precedido por una crisis económica. No obstante, si el sistema es suficientemente resiliente, este se estabiliza y reconstruye. Una de las propuestas más relevantes en este debate es la de “los rendimientos decrecientes de la inversión en la complejidad social” de Joseph Tainter, que plantea que el incremento de la complejidad de un sistema puede llevar a su colapso. Ugo Bardi, por su parte, propone que el incremento en los costos de las riquezas naturales y la contaminación generada por las sociedades también son factores importantes para el colapso societal. En esta discusión, se cuestiona si la tecnología puede contribuir a controlar y mantener el sistema, y cuáles son las implicaciones de esta situación.
3) Alternativas al colapso: en este planteamiento hay dos preguntas centrales: i) ¿la tecnología permite crear sociedades más sustentables o solo pospone el inevitable colapso? y ii) ¿las sociedades realmente colapsan o solo se transforman por la resiliencia de los sistemas? La mayoría de los textos plantean que, en sociedades sumamente complejas, el colapso se puede posponer por medio del crecimiento económico y la tecnología. Además, se plantean tres escenarios: a) el colapso derivado del mantenimiento de las relaciones sociales extractivas y del hecho de que “los negocios se mantienen como siempre”; b) la resolución de la presión de la escasez por medio de ajustes económicos y tecnológicos, y c) el diseño de un mundo sostenible. En estas discusiones, el colapso se entiende también como simplicidad, lo cual no denota un elemento negativo per se.
4) Colapsos ficticios: este debate es el menos abundante y se concentra en obras literarias. El planteamiento central es la supervivencia de la especie humana a pesar de un futuro apocalíptico o distópico. Los escenarios utópicos tienden a ser tecnoptimistas. Las imágenes proyectadas en estas discusiones se proponen como advertencias, pero también como formas de inspiración para cambiar las cosas. Estas representaciones tienen un fuerte impacto en las percepciones y comportamientos de la opinión pública.
5) Cambio climático y colapso societal: en esta discusión, la conversación se divide también entre las visiones consideradas pesimistas y optimistas. Las primeras plantean que las sociedades no se están transformando de manera rápida para evitar el colapso, por lo que tenemos que abrazarlo y establecer estrategias de mitigación. En algunos casos, se plantea que la extinción humana ocurrirá en el año 2100, como sugieren Owen Cotton-Barrat, Max Daniel y Anders Sandberg (2020). Por su parte, en la segunda visión se resalta la importancia de las narrativas y la necesidad de diseñar futuros distintos. La idea, entonces, es actuar para transformar al sistema antes de que el colapso ocurra o para que el colapso no ocurra. En este debate también se recupera el vínculo entre la salud mental y la crisis ambiental.
Gran parte de los textos sobre el colapso se han centrado en plantear que éste no es deseable y que, incluso, es prevenible. Bajo esta lógica, se afirma que la civilización contemporánea tiene tecnologías que las civilizaciones del pasado no poseían, lo que puede evitar el colapso (Rui, 2024: 3). Sin embargo, estas tecnologías tienen límites. Por eso, desde algunos planteamientos críticos se ha sugerido que el colapso de la sociedad moderna-industrial ya ocurrió o que pronto ocurrirá, debido a que la reproducción del sistema capitalista ha llevado a puntos de inflexión y límites socioecológicos irreversibles. A pesar de esto, y de reconocer la vulnerabilidad actual del sistema y los puntos de estrés, algunas/os autoras/es no están de acuerdo en denominar a este proceso como colapso.
Las críticas a los planteamientos del colapso se han condensado en el hecho de que el discurso refuerza las narrativas apocalípticas que generan inacción, en la duración del proceso y en que el término refuerza la colonialidad al privilegiar las catástrofes de los países centrales sobre las periferias. En contraposición, se ha argumentado que la tesis permitirá diseñar alternativas de futuro frente a la compleja realidad que estamos viviendo. Asimismo, se destaca que la hipótesis del colapso no sugiere que todas las formas de socialización vayan a desaparecer; de lo que se habla es del colapso de la sociedad industrial. Inclusive, en algunos casos, el colapso se proyecta como algo positivo, porque este permitirá modificar las lógicas de apropiación y explotación del capitalismo. No obstante, esto no quiere decir que se niegue el hecho de que el colapso traerá dolor y sufrimiento (Davidson, 2023), ya que “[e]l colapso social tiene consecuencias gravemente perjudiciales porque implica la incapacidad de la mayoría de la población de satisfacer sus necesidades básicas” (Steel et al., 2024: 616).
Las distintas teorías que han estudiado al colapso buscan identificar las principales razones que causan el colapso. Entre estas se destaca: el cambio climático, los peligros naturales y geológicos, el declive de la población, la translimitación, las migraciones masivas, la reducción del gasto militar o del poder económico, malas estrategias militares, la deforestación, la salinización del suelo, el agotamiento de recursos, el establecimiento de una nueva base de recursos, las contradicciones societales (Livni, 2019), entre otras. No obstante, para autores como Joseph Livni (2019), el factor común del colapso societal es la pérdida de la complejidad. Por esa razón, en este texto se describe brevemente la forma en la que el colapso puede ser entendido desde la complejidad.
Para lograr ese objetivo, el texto se divide en tres partes. En la primera se analiza al capitalismo como sistema complejo. De tal suerte, se recuperan algunos conceptos de la complejidad y se ejemplifican con las dinámicas del sistema capitalista. En la segunda parte se rescatan los principales planteamientos del colapso desde la complejidad, particularmente desde la perspectiva de Tainter. En la tercera sección se cuestiona la forma en la que se puede definir la época contemporánea. Finalmente, se presentan algunas reflexiones a manera de conclusión.
El capitalismo como sistema complejo
El capitalismo es un sistema cuyos antecedentes se pueden ubicar en el siglo xiii, en regiones particulares de lo que ahora conocemos como Europa. Su expansión inicia a partir del siglo xv (Cox, 1972: 16-17) con procesos como la esclavización de personas africanas, la colonización de América y la caza de brujas en diferentes partes del mundo. Aunque su despliegue inició hace más de 500 años, Cox señala que este sistema integró a prácticamente todos los pueblos del planeta en 1914. Siguiendo este planteamiento, podemos señalar que el capitalismo se convirtió en un sistema global a inicios del siglo xx, ya que a partir de ese momento su reproducción se interiorizó en las diversas comunidades del orbe, transformando las relaciones sociales y organizando todos los aspectos de las poblaciones en torno a las lógicas del capital. En apoyo a esta periodización, destacamos que para Immanuel Wallerstein (2013: 131), el sistema-mundo moderno floreció en 1945.
Una definición elemental de sistema, lo concibe como un conjunto de dos o más elementos, en donde el comportamiento de cada componente influye en el proceder de la totalidad; por eso, las praxias de los elementos y sus efectos en el conjunto son interdependientes. “[C]ada parte de un sistema tiene propiedades que pierde cuando se separa del sistema, y cada sistema tiene algunas propiedades —las esenciales— que ninguna de sus partes tiene” (Ackoff, 1981, p. 15). El sistema capitalista está formado por múltiples elementos que configuran relaciones de producción interconectadas por condiciones materiales e históricas. La acumulación de capital es resultado del conjunto de relaciones interdependientes de cada uno de los elementos del sistema y la valorización se da a partir de relaciones de poder, laborales, apropiación, entre otras. El sistema está marcado por interconexiones contradictorias y conflictivas que contribuyen a su desarrollo, como lo ejemplifica la lucha de clases, y los comportamientos de cada uno de sus elementos repercuten en la totalidad. Por ejemplo, la producción impuesta por las corporaciones afecta al mercado laboral y a las relaciones de poder en la escala global. Asimismo, las resistencias y demandas sociales influyen tanto en las relaciones de apropiación como en la reproducción del capitalismo como totalidad.
Como prácticamente todos los sistemas, el capitalismo es complejo. La palabra complejo viene de la raíz latina plectere, que significa entrelazar, tejer, enredar. Por su parte, el prefijo con significa junto o todo. Por lo tanto, un sistema complejo no se debe confundir con una organización complicada (aunque su comportamiento sea difícil de explicar). La complejidad debe entenderse a partir de la interrelación entre los diferentes componentes del sistema y las emergencias que produce (Caballero, 2008; Tarride, 1995). El pensamiento complejo –que en parámetros de la ciencia moderna surge cerca de 1948– reconoce que los sistemas son abiertos. Por lo tanto, el intercambio de materia, energía e información no solo se da al interior del sistema, sino también con el entorno. Estas interrelaciones producen formas de organización particulares, como ocurre con el capitalismo. Así, por ejemplo, para producir riqueza material y generar ganancias, este sistema se apoya de la interconexión y reorganización de los múltiples agentes y elementos que lo conforman, haciendo que la reproducción social gire en torno a la acumulación del capital.
Los sistemas complejos no son lineales, es decir, no se pueden entender por relaciones directas de causa y efecto. Un fenómeno puede estar afectado por múltiples razones y una causa puede generar diversos efectos (Caballero, 2008). Para ilustrar esta cuestión, se constata que el cambio climático no es solo consecuencia del consumo de energía en las grandes ciudades y sus efectos no se reducen al incremento de las temperaturas a nivel global. Del mismo modo, la generación de riqueza no se consigue únicamente a partir de la explotación de la fuerza de trabajo, y el acaparamiento no solo produce desigualdad.
Por otra parte, cuando un sistema es complejo, también es mutable; por eso, cambia con el tiempo (Flaherty, 2019: 37). El sistema capitalista cambia y se reconfigura por las acciones de los sujetos que lo conforman. De esta manera, las relaciones entre los agentes del sistema y el intercambio de materia, energía e información producen propiedades diferentes, imprevistas y sorpresivas que reconfiguran al capitalismo; es decir, la interconexión de los elementos del sistema, organizada por los sujetos que lo conforman, genera emergencias que afectan al sistema en su conjunto. Por esa razón, se afirma que los sistemas complejos son más que la suma de sus partes y que son adaptativos. Inclusive, las interacciones entre sus componentes producen nuevas propiedades o comportamientos de manera constante (Caballero, 2008; Mitchell, 2011; Morin, s/f).
A lo largo del tiempo, los sistemas complejos asimilan las emergencias por medio de la retroalimentación. De esta manera, cambian, se adaptan y evolucionan (Laguna-Sánchez, 2016; Van der Merwe y Broadbent, 2022). Esta dinámica muestra que el orden y el caos no pueden ser entendidos como dualismos; es decir, el orden no es el estado satisfactorio y el caos el indeseable. De hecho, el caos es indispensable para que el sistema adopte los procesos de retroalimentación y, de esta manera, evolucione. Factores internos, como las emergencias, o externos pueden generar perturbaciones en todo el sistema. En esos casos, las fluctuaciones amplificadas empujan al sistema al caos, que es una fase en la que “el comportamiento futuro del sistema es muy sensible a las condiciones iniciales” (Complexity Explorer, 2025) y, por lo tanto, se vuelve menos predecible.
En el sistema internacional, las guerras mundiales fueron momentos de caos configurados por los sujetos hegemónicos.1 En esa coyuntura, el futuro del sistema era impredecible. No obstante, hubo rearticulaciones impulsadas por los sujetos hegemónicos que permitieron el tránsito de un mundo multipolar a uno bipolar, generando una nueva estabilidad u ordenamiento. El orden y el caos, entonces, son indispensables para la evolución de los sistemas; por lo tanto, hay una relación dialógica entre el orden y el caos “que produce todas las relaciones existentes en el Universo” (Morin, s/f: 19). El orden y el caos pueden ocurrir de manera simultánea en los distintos niveles del sistema. Por ejemplo, mientras en el subsistema colonial africano había caos por los procesos de extracción y despojo a inicios del siglo xx, el sistema capitalista estaba reorganizando al mundo por medio de un ordenamiento afín a sus intereses con el fordismo.
Aunque el sistema capitalista es un sistema complejo que depende de las interacciones entre los diferentes sujetos que lo componen, los sujetos hegemónicos han procurado dirigirlo y mantenerlo “en orden”, porque de esa manera es más sencillo hacer pronósticos y obtener ganancias. Para alcanzar ese orden hegemónico, la ciencia moderna ha sido una herramienta indispensable (Tarride, 1995; Morin, s/f). El pensamiento cartesiano asume que el conocimiento es separable (el todo se puede descomponer en sus partes), determinista (es posible pronosticar el estado futuro del sistema) y claro (se puede entender la realidad objetiva de manera precisa a partir de seguir el método científico). No obstante, más que un pensamiento neutro y científico, este se configuró como una forma de mantener el orden dentro del sistema, rechazando los saberes que planteaban un entendimiento diferente del mundo (Laguna-Sánchez, 2016: 3).
La ciencia moderna se ha basado en un pensamiento disyuntivo y reductor (Morin, s/f: 17), que va acompañado de procesos de enajenación, donde el fin social se confunde con la superespecialización (Cocho y Cocho, 2017: 313). Por ejemplo, la invención de la bomba atómica se planteó como un avance científico positivo, a pesar de que el objetivo de su creación fue disciplinar a quienes no se ajustaban al control y dirección del capital estadounidense. En la complejidad se dice que los sistemas son autopoiéticos, esto es, que se organizan por sí mismos. Esta afirmación no sugiere que la organización sea completamente espontánea, lo que implica es que los agentes que conforman al sistema lo pueden recrear y mantener a partir de sus interacciones.
A pesar de esto, el capitalismo no es un sistema que se produce a sí mismo y por sí mismo. El capitalismo es heteropoiético; es decir, es un sistema diseñado por humanos (Flaherty, 2019: 50) y, particularmente, por la burguesía global. Así, aunque el sistema capitalista se enfrenta a perturbaciones y emergencias como resultado de las interacciones entre las sociedades y los distintos grupos de poder, la élite burguesa ha sido capaz de orientar al sistema para imponer sus reglas y asegurar su mantenimiento y reproducción.
En momentos de caos, la retroalimentación puede hacer que el sistema se mantenga por la fuerza de sus atractores. De acuerdo con el glosario de la complejidad del Instituto de Santa Fé, un atractor “es un valor o conjunto de valores para las variables de un sistema hacia el cual tenderán con el paso del tiempo o de suficientes iteraciones”. Por su parte, un repelente dirige la trayectoria del sistema por otros caminos. En los sistemas complejos siempre aparecen emergencias por su dinamismo, pero los atractores contribuyen a mantener cierto grado de estabilidad. En los sistemas sociales, las instituciones y estructuras fungen como atractores que contribuyen a generar cierto grado de pronóstico (Flaherty, 2019: 38), mientras que las resistencias y movimientos sociales son los repelentes que buscan transformar al sistema. Por esa razón, en el capitalismo, las relaciones de dominación están mediadas por atractores que estabilizan relaciones de poder y desigualdad funcionales para la reproducción del sistema.
En el capitalismo hay diversos atractores. La tecnología, por ejemplo, ha sido uno de los más importantes para mantener la reproducción del sistema. Por eso, las revoluciones industriales se han desarrollado en periodos de caos para el capitalismo, que permiten un replanteamiento general de su funcionamiento para dar estabilidad al sistema. Frente a esa situación de incertidumbre en el sistema, la tecnología ha permitido generar un nuevo ordenamiento impulsado por nuevas formas productivas, sin modificar las premisas básicas del capitalismo. Por otra parte, las instituciones como la Organización de las Naciones Unidas (onu), el Fondo Monetario Internacional (fmi) y el Banco Mundial (bm) también son atractores del sistema. Por esa razón, no es casual que las grandes potencias militares sean las que integran al único organismo vinculante de la onu: el Consejo de Seguridad, que puede aprobar o rechazar intervenciones militares en otros países. Tampoco es fortuito que frente a las movilizaciones sociales de finales de los años sesenta del siglo xx se haya gestado una serie de préstamos dirigidos por el fmi y el bm, que derivaron en la deuda soberana que asegura el disciplinamiento de los países periféricos.
En la biología, los homeostatos moleculares y pluricelulares “tienden a estabilizar y mantener con vida al sistema, en las más variadas y adversas condiciones” (Cocho y Cocho, 2017: 315). En esa misma línea, los sujetos hegemónicos han conseguido mantener al capitalismo, por medio de diversas estrategias donde los atractores son centrales, a pesar de las profundas crisis y demandas sociales por las que ha atravesado. Sin embargo, las resoluciones generadas solo han resuelto los problemas en el corto o mediano plazo. De esta manera, aunque se supere una crisis y el sistema vuelva a funcionar, esto no se puede realizar de manera perpetua (Wallerstein, 2013: 122)
La centralización y control de los flujos en el sistema han permitido que los sujetos capitalistas absorban las perturbaciones sociales (Cocho y Cocho, 2017: 309). Empero, esto no se puede mantener eternamente. En un sistema complejo, los cierres operativos, que generan fronteras, permiten mantener la identidad del sistema por un periodo (Flaherty, 2019: 61). En el capitalismo, por ejemplo, las sanciones económicas contra países como Cuba o Irán han promovido estos cierres para que el sistema no se desestabilice. No obstante, esa estrategia también genera resistencias y consecuencias negativas a largo plazo.
Aunque se ha discutido mucho cómo controlar o manejar la complejidad (act on) en el capitalismo, poco se ha planteado sobre la posibilidad de navegar la complejidad (act in); es decir, asumir que no es posible controlar al sistema en su conjunto. Desde perspectivas ortodoxas se ha buscado identificar patrones que permitan predecir al sistema. Así, se han creado modelos matemáticos que pretenden determinar las interacciones sociales para establecer cómo actuar frente a las emergencias y controlarlas. Por su parte, los enfoques posmodernos han planteado que los sistemas complejos son caóticos e impredecibles, por lo que llegar a situaciones positivas es cuestión de suerte. Esta perspectiva no reconoce que los elementos y agentes del sistema también configuran al sistema (Van der Merwe y Broadbent, 2022), por lo que han sido útiles para desmovilizar a la población al hacernos creer que no hay alternativas.
En los sistemas complejos, el caos se asocia con la entropía, que es la disipación de energía, pero también la posibilidad de que ciertos microestados pueden ocurrir en un sistema (Complexity Explorer, 2025). Los mecanismos de regulación sistémica, mediante la retroalimentación, contrarrestan la entropía. No obstante, como ocurre con el caos, ésta es necesaria para la evolución de los sistemas (Laguna-Sánchez, 2016). En ese sentido, podemos afirmar que la vida se genera en los márgenes del caos o del incremento de la entropía (Caballero, 2008; Tyrtania, 2021). Un sistema que crece en entropía se puede estabilizar a partir de su expansión. Sin embargo, esta relación implica un desgaste y no se puede mantener de manera infinita (Tyrtania, 2021: 5). Cuando el capitalismo en Europa entró en crisis a finales del siglo xix, buscó extenderse a otros territorios, lo que implicó la colonización de Asia y África a partir de nuevas modalidades de dominación. No obstante, frente a los actuales límites sociales y ecológicos del capitalismo —ejemplificados por la tendiente desaceleración de la economía y la dificultad de recuperación de los mercados laborales (oit, 2025), así como el cruce de siete de los nueve límites planetarios (Stockholm Resilience Center, 2025)— ¿hacia dónde se podría expandir el capitalismo hoy?
En el capitalismo, la entropía se observa en la dispersión de energía para la realización del trabajo mecánico, que es fundamental para todo el proceso productivo (Kolasi, 2021: 3), así como para la reproducción social que demanda la producción capitalista. El flujo de energía controlada por el capitalismo genera trabajo mecánico, pero el intercambio de energía nunca es totalmente eficiente, siempre hay degradación de energía y dispersión de esta en forma de calor. En general,
el trabajo mecánico representa una fracción relativamente pequeña del uso total de energía en cualquier economía; la gran mayoría de la energía consumida por todas las economías se desperdicia de forma rutinaria al medio ambiente a través de residuos, disipación y otros tipos de pérdidas de energía (Kolasi, 2021: 5-6).
El capitalismo ha acelerado el desgaste del sistema al incrementar de manera acelerada la entropía. La sociedad industrial desarticula los ciclos vitales con la ruptura metabólica; es decir, el desequilibrio entre los intercambios entre lo humano y lo no humano. Por ejemplo, el agotamiento y degradación de los suelos por la extracción de nutrientes que son transportados a las ciudades por las lógicas de consumo capitalista y que no regresan a los suelos rurales. Así, aunque todos los sistemas son entrópicos, la base fósil del capitalismo ha contribuido a acelerar este proceso a escala planetaria, porque la mecánica de la ganancia se antepone a la termodinámica, produciendo retos significativos para la reproducción de la vida y del sistema en general (Kolasi, 2021): “Las sociedades tecnificadas contemporáneas dan la impresión de haberse librado de las condiciones ecosistémicas locales en la medida en que logran conectar ecosistemas distantes mediante el transporte de materiales, mercancías y desechos” (Tyrtania, 2021: 3), particularmente a las periferias, ocultando la degradación que esto implica para cada uno de los subsistemas.
A pesar de esto, cuando se llega a un límite, la frontera puede ser superada a través de más complejidad. El proceso es iterativo, o sea que se repite y adopta modificaciones por la retroalimentación, generando mayor complejidad en el sistema (Van der Merwe y Broadbent, 2022). No obstante, el progreso no puede ser ascensional, debido a que la complejidad también genera destrucción y desgaste. Los sistemas complejos siempre sufren cambios irreversibles al evolucionar, lo que a la larga puede producir su colapso (Tarride, 1995).
En la historia de la humanidad, el capitalismo se ha configurado como el sistema más intensivo de uso de energía a escala planetaria con la explotación masiva de combustibles fósiles, desde finales del siglo XIX y profundizada a partir de la segunda mitad del siglo XX (Ritchie, Rosado y Roser, 2020). Además, se ha extendido y mantenido a costa de la destrucción del medio natural y social (Cocho y Cocho, 2017: 320). Como menciona Tainter (1988: 213), “el mundo actual está lleno. Es decir, está poblado de sociedades complejas que ocupan todos los sectores del planeta, excepto los más desolados”. En este contexto, donde parece que el sistema no puede extenderse más y que ha llegado al límite de la complejidad ¿qué está ocurriendo con la sociedad moderna industrial?
El capitalismo es una totalidad sociohistórica con contradicciones internas que producen interacciones y propiedades emergentes, a partir de la lucha de clases y de otros conflictos sociales, en los diferentes niveles de organización. Cuando la entropía crece, el sistema se vuelve más sensible a las emergencias, por lo que las perturbaciones pueden generar cambios más significativos: “Estos cambios pueden producir bifurcaciones, es decir, en respuesta a una misma causa se generan efectos en direcciones alternativas que incluso pueden ser opuestos” (Caballero, 2008: 11). Como se mencionó, la entropía también tiene un carácter probabilístico que implica que ciertos microestados pueden ocurrir. Entonces, las bifurcaciones son “cambio[s] o ramificación[es] de las propiedades cualitativas de un sistema dinámico” (Complexity Explorer, 2025). Wallerstein señalaba que cuando un sistema comienza a desintegrarse, éste entra a una etapa de bifurcación; es decir, un momento en el que el sistema podría avanzar por múltiples caminos. El autor identificó que este proceso empezó a ocurrir entre 1968 y 1973 con las movilizaciones sociales, la crisis petrolera, entre otros procesos que ponían en cuestionamiento la capacidad del capitalismo para reproducirse como una totalidad a escala planetaria.
Cuando el sistema se encuentra en etapa de bifurcación, una pequeña perturbación puede generar cambios relevantes en el conjunto del sistema, a diferencia de lo que ocurre cuando el sistema está estable (Wallerstein, Lemert y Aguirre, 2013: 81). En un contexto de bifurcación sistémica, la transformación del sistema deviene verosímil. Asimismo, la probabilidad de éxito de los repelentes sobre los atractores se incrementa, pero también la de estructuras más represivas. En la bifurcación, hay muchos caminos que se pueden seguir, pero es imposible pronosticar lo que ocurrirá después de ese momento. En ese contexto, el colapso es uno de los escenarios posibles. Inclusive, para la segunda década del siglo XXI, Wallerstein afirmaba que estábamos en esa trayectoria:
Creo que estamos en un colapso ahora mismo. Es decir, ¿qué significa un colapso? Significa que la oscilación del sistema, las fluctuaciones, son bastante irregulares en lugar de estar bastante controladas […] el equilibrio es bastante débil, y lo que lo retrae es bastante fuerte, y creo que estamos en ese momento (en Wallerstein, Lemert y Aguirre, 2013: 124).
El colapso en la complejidad
En los últimos años, el cambio climático ha sido uno de los factores que ha impulsado los debates sobre los límites del crecimiento económico y el colapso. La translimitación socioecológica generada por el capitalismo ha “llevado a algunos a proponer que se producirá un cierto nivel de colapso ecológico y social en las próximas décadas” (Brozović, 2023: 1). A pesar de esto, el estudio del colapso de las sociedades antecede a la crisis socioecológica actual. Por ejemplo, desde hace muchos años, las/os historiadoras/es y antropólogas/os comenzaron a indagar sobre este tema para explicar el colapso de las antiguas civilizaciones.
En algunos de los planteamientos centrados en las relaciones y dinámicas sociales, así como en los intercambios de materia y energía, el colapso de dichas civilizaciones se analizaba desde una perspectiva malthusiana que resaltaba la importancia de la presión ecológica derivada del crecimiento poblacional. Este enfoque sugería que el aumento en el número de habitantes en dichas civilizaciones había generado estrés ecológico, desigualdades y disputas. Entonces, el colapso civilizatorio fue resultado de la incapacidad de satisfacer las necesidades internas de esas sociedades, tanto por el agotamiento de los recursos como por los conflictos internos (Brozović, 2023; Rui, 2024), debido a que el crecimiento poblacional de las sociedades incrementa su complejidad y también su colapso (Flaherty, 2019: 39).
El colapso de las sociedades ha sido estudiado desde diferentes enfoques teóricos y disciplinares. Para entender el vínculo entre colapso y complejidad, consideramos relevante recuperar algunos de los planteamientos de la teoría general de sistemas. En 1978, Colin Renfrew mencionaba que una catástrofe implicaría un shock sistémico (Winter, 2024: 86). En la perspectiva de la complejidad, un shock es una disrupción a corto plazo que altera al sistema, mientras que el estrés es de más larga duración e incrementa la vulnerabilidad del sistema (Sagara, 2018). Renfrew planteaba que las dinámicas sociales afectaban al sistema a través de procesos de interacción demográfica, cultural o tecnológica que permitían su reconfiguración, lo que podría modificar sus lógicas de manera impredecible en el corto plazo.
Seis años después, Renfrew comenzó a hablar del colapso de la sociedad, identificando cuatro variables claves: 1) la descentralización del poder, 2) la desaparición de la élite, 3) el fin de la centralización de la economía y 4) el declive poblacional. Su propuesta fue cuestionada por el énfasis en la élite burguesa y porque su perspectiva era de arriba a abajo, por lo que no recuperaba la reproducción capitalista en su conjunto. Por otra parte, se discutía si estas variables eran suficientes para explicar el colapso del capitalismo.
Más adelante, en 1988, Norman Yoffee y George Cowgill plantearon que el colapso se podría entender a partir de la falla de un subsistema que genera un efecto cascada sobre los demás; es decir, la deficiencia en un subsistema generaría una serie de efectos repentinos y amplificados sobre los demás, hasta conducir al colapso del sistema en su conjunto. Ese mismo año, Joseph Tainter comenzó a hablar del colapso de la sociedad como consecuencia del declive de la complejidad sociopolítica (Winter, 2024: 86-87). En su libro The Collapse of Complex Societies, analizó el colapso de las civilizaciones del pasado desde la perspectiva de la complejidad, pero también bosquejó la posibilidad del colapso de la sociedad industrial moderna. Para Tainter, la característica principal de las sociedades es la resolución de conflictos por medio de la creación de instituciones complejas. De acuerdo con su planteamiento, la complejidad produce muchos beneficios para las sociedades de manera inicial, pero con el paso del tiempo los réditos comienzan a disminuir. Este autor explicó el colapso por los rendimientos decrecientes de la inversión en la complejidad social. Desde su perspectiva, “una sociedad colapsa cuando muestra una pérdida rápida y significativa de un nivel establecido de complejidad sociopolítica” (1988: 4).
Tainter reconocía que cada sociedad tendría que ser estudiada de manera particular, pero identificaba que la sociedad moderno industrial era diferente a las antiguas civilizaciones por ser global. Para el autor, la sociedad contemporánea tiene dos puntos esenciales de estrés: el cambio climático y la escasez de recursos, que deben ser estudiados desde un análisis económico estructural con el fin de comprender los rendimientos marginales decrecientes de la complejidad sociopolítica. Señaló que los periodos prolongados de rendimientos decrecientes generan vulnerabilidad, lo que contribuye al colapso. De esta manera, las perturbaciones en el sistema y su vulnerabilidad pueden producir la destrucción del sistema.
Algunos autores han criticado esta perspectiva al señalar que la propuesta de Tainter solo se concentra en el efecto medible de la complejidad y no en la complejidad por sí misma (Livni, 2019: 554). De hecho, cuando Tainter habla del colapso, plantea algunas características o procesos que resaltan la manera en la que el colapso se manifiesta, pero siempre en términos de una gradación:
• un menor grado de estratificación y diferenciación social;
• menor especialización económica y ocupacional de individuos, grupos y territorios;
• menor control centralizado; es decir, menor regulación e integración de diversos grupos económicos y políticos por parte de las élites;
• menor control y reglamentación del comportamiento;
• menor inversión en los epifenómenos de la complejidad, aquellos elementos que definen el concepto de “civilización”: arquitectura monumental, logros artísticos y literarios, etc.;
• menor flujo de información entre individuos, entre grupos políticos y económicos, y entre un centro y su periferia;
• menor intercambio, comercio y redistribución de recursos; menor coordinación y organización general de individuos y grupos;
• un territorio más pequeño integrado en una única unidad política (Tainter, 1988: 4).
Desde esta perspectiva, el colapso no necesariamente agrupa todas estas características. Sin embargo, Tainter identifica estos elementos como manifestaciones concretas del colapso civilizatorio. Siguiendo a Tainter, Wanyama (2024) menciona que el colapso civilizatorio implica la descomposición de las sociedades complejas, que se refleja en los desajustes de los sistemas políticos, económicos y sociales acompañados de un declive poblacional, de pérdidas de conocimientos y de debilidad en las estructuras de gobernanza. La pérdida de complejidad, entonces, supondría un menor número de interrelaciones en el sistema.
Las perturbaciones y emergencias ocurridas en la historia del capitalismo han hecho que el sistema sea más vulnerable. Por ejemplo, en la actualidad, vivimos una crisis en el orden liberal –ese que ha protegido los intereses de la élite burguesa blanca y heteropatriarcal–, donde los organismos internacionales son incapaces de ocultar o reinterpretar la violación a sus normas frente al despliegue de la violencia abierta por parte de sus aliados, como ocurre con el genocidio en Gaza perpetrado por Israel. Asimismo, aunque en la actualidad podemos acceder a diferentes fuentes de información, hay una sobrecarga de datos, incluyendo comunicaciones falsas y confusas, que generan desconfianza y poca claridad en los conocimientos que tenemos. El orden y el caos siempre están presentes en los sistemas. No obstante, las perturbaciones y el estrés en el capitalismo se están profundizando mientras disminuyen los réditos producidos por el incremento de la entropía para mantenerlo.
Tainter reconoce que el colapso no es un evento súbito. No obstante, menciona que este no puede ser tan prolongado. Para él, el colapso puede durar algunas décadas, aunque autores como Livni (2019) hablan de que puede durar un siglo. Tainter menciona que cuando el proceso de decrecimiento de complejidad sociopolítica se extiende por demasiado tiempo, estamos hablando de un declive y no de un colapso. Por otra parte, cuando una sociedad se enfrenta a puntos de estrés, la tecnología puede detener el colapso, pero solo de manera temporal. En ese sentido, la resiliencia de las sociedades se articula con la capacidad de ésta para adaptarse a través de innovaciones científicas o del manejo sustentable de recursos (Wanyama, 2024: 1651). Sin embargo, una serie de eventos catastróficos o efecto cascadas puede ocasionar el colapso del sistema (Livni, 2019: 554).
Desde la perspectiva económica de Tainter, el colapso no debe ser entendido como una catástrofe, sino como un proceso de economización; es decir, una fase en la que las sociedades tienen que recurrir a la simplicidad para contrarrestar los rendimientos decrecientes generados por la complejidad sociopolítica. De esta manera, “el ‘colapso’ debe entenderse como el cenit de la transformación sociocultural y no como el nadir del olvido sociocultural” (Winter, 2024: 94). Cuando las sociedades entran en fases de rendimientos marginales decrecientes, el colapso se convierte en una posibilidad matemática (Tainter, 1988: 195). Sin embargo, autores como Livni (2019) plantean que no necesariamente se requieren rendimientos decrecientes para que un sistema colapse. De cualquier manera, un beneficio cero sí precede al colapso, porque la estabilidad del sistema decrece con la complejidad.
El colapso no elimina las estructuras del pasado. Inclusive, cuando una sociedad colapsa, muchas veces se mantienen elementos de continuidad del sistema colapsado. Por eso, para algunas/os autoras/es, el colapso es un proceso de constante reconstrucción. Sin embargo, desde estos enfoques se confunde al colapso con la adaptación, porque entender al colapso como un proceso de reconstrucción perpetua solo se centra en la resiliencia y no en la incapacidad del sistema para mantenerse y reproducirse. La resiliencia plantea la habilidad de un sistema para lidiar con cierto grado de estrés, y no solo se trata de absorber el shock o el estrés, sino de adaptarse y evolucionar. La resiliencia siempre implica la pérdida de algo en el sistema y, por lo tanto, incluye cambios en el todo (Winter, 2024). No obstante, esas transformaciones no implican el colapso del sistema.
El colapso tampoco es uniforme u homogéneo (Inclán y Ornelas, 2021), porque el propio capitalismo se territorializa de maneras desiguales. Para Brozović (2023: 10), en el mundo contemporáneo, que está globalmente integrado, no se puede hablar de un colapso, sino de colapsos de los subsistemas del amplio sistema global. Esto no quiere decir que el sistema en su conjunto no se vea afectado por esas dinámicas locales. De hecho, las disrupciones generadas en una parte del mundo, ya sea por fenómenos naturales o tensiones geopolíticas, tendrán resultados en las dinámicas globales, como ocurre con el comercio internacional (Wanyama, 2024: 1656), por lo que esos colapsos impactarán al capitalismo en su conjunto.
Desde 1995 y hasta 2023, el Índice de Complejidad Económica (ice) —que es una medida que valora las capacidades productivas de los sistemas económicos a partir de la diversidad y relaciones de las actividades económicas y los intercambios comerciales— se ha mantenido relativamente estable y solo ha presentado fluctuaciones leves. Desde 2010, este ha ido a la baja, y aunque tuvo una recuperación parcial cerca del 2020, este sigue decreciendo. Aunado a esto, para 2017, la resiliencia del sistema económico internacional había llegado a cerca del 80%. De acuerdo con algunas estimaciones, “una resiliencia del 50% o inferior no solo es bastante frágil, sino también difícil de gobernar, ya que su estructura es muy débil e inestable. Una simple extrapolación lineal indica que, si la tendencia continúa, el mundo alcanzará una resiliencia del 50% aproximadamente entre 2100 y 2110” (Ontonix, 2020).

La pérdida de complejidad económica (como una de las variables de la pérdida de resiliencia del sistema) no es la misma en todos los espacios. De acuerdo con información del Atlas de Complejidad Económica, Estados Unidos y Alemania han mantenido un índice sin muchas fluctuaciones desde 1995 hasta 2023; en Francia y Rusia la complejidad ha decrecido, mientras que en China e India está aumentado. Así, aunque hay un decrecimiento del índice a nivel mundial, este parece reflejar la tendencia de las grandes potencias económicas que se han beneficiado del orden liberal y no del sistema en su conjunto.

En ese sentido, podríamos señalar que el discurso del colapso por pérdida de complejidad se ha centrado en “las personas del Norte Global[, quienes] dependen de una red compleja de relaciones sociales para satisfacer sus necesidades básicas, de modo que, si los modos de consumo industrial de sustento fallaran, tendrían dificultades para alimentarse y albergarse” (Davidson, 2023: 974). Sin embargo ¿qué pasa con las realidades de las poblaciones de las periferias? Para algunas/os autoras/es, el colapso ya ocurrió en muchos territorios del orbe. Inclusive, en ciertos casos se plantea que las civilizaciones de regiones periféricas colapsaron con la colonización europea. A pesar de esto, las comunidades/sociedades han sobrevivido.

No obstante, lo que está en discusión en la época contemporánea no es la pérdida de complejidad económica en el mundo, sino el colapso de la sociedad industrial, que ha configurado la reproducción social y sentidos de mundo de las poblaciones del orbe a partir de intercambios de materia, energía e información desiguales, que llevan a una situación de límite tanto social como ambiental.
Como mencionaba Wallerstein, el capitalismo entró en un momento de bifurcación a finales del siglo xx. Desde esos años, las fluctuaciones en el sistema comenzaron a ser más evidentes y profundas. En el contexto de la bifurcación sistémica, donde los microestados incrementan su probabilidad de ocurrir, el colapso se vislumbra como uno de los caminos que se entretejen en el devenir del sistema. Desde la complejidad, se asume que el colapso precede a la bifurcación. A pesar de esto, en la bifurcación ya podemos atisbar el colapso.
Entonces, ¿cómo definimos la época actual?
Desde la teoría de la complejidad, la bifurcación se refiere a un cambio cualitativo de larga duración en el comportamiento de un sistema. Generalmente, en este proceso hay cambios en la estabilidad de los puntos de equilibrio del sistema. Por su parte, el colapso es de más corta duración e implica una falla o avería en la estructura del sistema que genera una transición a otro sistema. El colapso puede estar relacionado con procesos de bifurcación y ocurre cuando el sistema ha perdido resiliencia y se encuentra en un punto de inflexión crítico. Por lo tanto, el sistema no puede regresar a su estado original inclusive cuando los factores de estrés hayan sido eliminados.
Los análisis económicos de la complejidad reconocen que estamos en un punto de bifurcación, pero que aún no ocurre un colapso. No obstante, estudiando las interrelaciones de los diferentes subsistemas del capitalismo se observan límites para la reproducción sistémica. Diversas/os autoras/es reconocen que el sistema ecosocial contemporáneo tiene diversos puntos de estrés y asumen que el colapso es un escenario posible de la bifurcación sistémica. En muchos casos, se plantea que el colapso es algo que sucederá en un futuro (Rui, 2024: 3), por lo que es importante estudiar y comprender los colapsos de las civilizaciones antiguas y diseñar estrategias adaptativas para hacer frente a lo que vendrá. Tainter menciona que
una sociedad compleja que ha colapsado es repentinamente más pequeña, más simple, menos estratificada y diferenciada socialmente. La especialización disminuye y existe un control menos centralizado. El flujo de información disminuye, las personas comercian e interactúan menos, y existe una menor coordinación general entre individuos y grupos. La actividad económica cae a un nivel proporcional, mientras que las artes y la literatura experimentan un declive cuantitativo tal que a menudo sobreviene una era oscura. Los niveles de población tienden a disminuir, y para quienes quedan, el mundo conocido se reduce (1988: 193).
El sistema capitalista se ha caracterizado históricamente por la relación entre capital y trabajo para producir valor, así como por la estratificación y diferenciación social basada, principalmente, en la propiedad privada y el control de los medios de producción. En la actualidad, esos procesos se mantienen, aunque a largo plazo parecen ser insostenibles. Hoy, la estratificación y la brecha de desigualdad han aumentado. Solo por mencionar un ejemplo, la riqueza privada global —es decir, la acumulación de capital y patrimonio por parte del sector privado— se ha incrementado en 191 puntos porcentuales de 1995 a 2023 (oxfam, 2025: 4). En México, 141 empresas controlan 60% de las ramas industriales con un 80% de capital estadounidense (Cocho y Cocho, 2017: 310). Por otra parte, la producción se da a partir de cadenas controladas por los grandes capitales, pero de manera deslocalizada. Asimismo, hay una superespecialización de la actividad científica que contribuye a mantener una división internacional del trabajo (Cocho y Cocho, 2017).
La mercantilización de las relaciones sociales también se sostiene. El comercio internacional, particularmente el digital, sigue creciendo y se espera que esa tendencia se mantenga (Departamento de comercio de Estados Unidos, 2025). Sin embargo, este aumento es insostenible porque la explotación que el capitalismo hace de los sistemas ecológicos es mayor que su capacidad de regeneración (Inclán y Ornelas, 2021). Diversos autores asumen que las sociedades menos sostenibles son las más vulnerables al colapso (Steel et al., 2024: 615). En ese sentido, la sociedad moderna industrial es más propensa al colapso por la ruptura metabólica que produce.
Para hacer frente a los puntos críticos del sistema, algunos sujetos hegemónicos están buscando reforzar la centralización y el control sistémico. No obstante, cuando un sistema se vuelve más rígido, es menos capaz de mantenerse frente a los shocks, porque pierde flexibilidad y habilidad de adaptación, lo que precipita su colapso (Winter, 2024: 97). Algunos grupos de investigación han estudiado las emergencias y shocks en el sistema de manera matemática, lo cual tiene la finalidad de simplificar los procesos y entender la dinámica del sistema en la actualidad. Por ejemplo, Delannoy et al. (2025: 10) plantean que
si bien los shocks se volvieron cada vez más co-ocurrentes hasta el año 2000, en particular dentro y entre las categorías climáticas, de conflicto y tecnológicas, esta tendencia se ha estancado o divergido entre regiones. Estas trayectorias regionalmente heterogéneas desafían el supuesto de una escalada globalmente uniforme de la interrelación entre crisis y exigen una mayor atención a la especificidad espacial de los procesos de policrisis.
Aunque estos autores afirman que los shocks en el sistema han disminuido, esto no necesariamente implica que el sistema capitalista se esté estabilizando. Cox y Wallerstein señalaron que el capitalismo se convirtió en un sistema totalizante a nivel global a inicios del siglo xx. Para Wallerstein, el sistema empezó un proceso de bifurcación en 1968. Desde esos años, se han comenzado a configurar diversos escenarios para el futuro del sistema. Sin embargo, a partir del segundo decenio del siglo xxi, la disminución de la complejidad económica; el pico del petróleo2 y de otros minerales; el cambio climático y sus implicaciones a nivel mundial; las guerras en Gaza, Ucrania, Sudán y República Democrática del Congo; las crisis económicas y los repuntes de los autoritarismos; la desmovilización social y la apatía frente a los procesos de violencia, entre otras, parecen indicar que transitamos a un momento en que el capitalismo dejará de ser capaz de reproducirse.
Frente al desmoronamiento del sistema, los sujetos capitalistas refuerzan las estructuras y atractores del sistema, agudizando la vulnerabilidad de este. La riqueza se está aglomerando en cada vez menos manos, y si bien este sistema se había sostenido en la promesa de que en algún momento todas las poblaciones alcanzarían un desarrollo similar al de los sujetos hegemónicos, su materialización siempre indicó lo contrario. El capitalismo sigue siendo el sistema dominante, y aunque se ha debilitado, su reproducción se mantiene en las distintas sociedades del orbe. Davidson (2023: 977), por ejemplo, señala que lo que está ocurriendo en la actualidad es una desintegración del sistema.
Tainter mencionaba que el colapso de la sociedad moderno industrial solo se podría dar en un vacío de poder, ya que si otro agente puede mantener la complejidad del sistema, entonces solo ocurrirá una descomposición o un cambio de régimen (1988: 199-202). Esto conduce a cuestionar lo que ocurre con la competencia intercapitalista entre China y Estados Unidos. En la actualidad, China es el país que ocupa la posición número uno en el ranking de complejidad económica, y es el que podría desafiar la hegemonía estadounidense. Sin embargo, sus políticas han mostrado que su propuesta no es modificar al capitalismo, sino mantenerlo (Cocho y Cocho, 2017: 320), lo cual, como se ha mencionado en este manuscrito, es insostenible.
En una situación competitiva donde los agentes no están dispuestos a disminuir la complejidad de manera colectiva, el decrecimiento de los beneficios marginales puede sostenerse con el fin de asegurar el dominio, aunque no de manera infinita (Tainter, 1988: 201). Por esta razón, “el colapso solo es posible cuando no existe un competidor lo suficientemente fuerte como para llenar el vacío político de la desintegración” (Tainter, 1988: 202). Davidson (2023: 969) señala que, en la actualidad, las sociedades saben que las cosas no están bien. Inclusive, afirma que el cambio climático es un sentido común y que se reconoce que puede causar el colapso de la sociedad, debido a que la variabilidad climática intensifica el estrés societal. Sin embargo, el sistema y su complejidad se siguen manteniendo por la élite burguesa a costa de las múltiples formas de vida en el planeta.
“Los ciclos vitales de los ecosistemas de la Tierra se están desarticulando […] La pregunta es si las sociedades humanas pueden aprender a compartir el mundo, tanto entre ellas, como con los demás seres vivos” (Tyrtania, 2021: 1). Para que esto ocurra, las civilizaciones tendrían que transitar de sistemas urbanos complejos a comunidades pequeñas, e incluso aisladas, debido a que la desestructuración del orden centralizado puede promover la creación de formas de gobierno más localizadas y sostenibles (Wanyama, 2024).
Aunque para autores como Tainter el colapso deriva en la simplificación y descentralización de las sociedades, para Steel et al. estos elementos podrían reducir el riesgo de colapso. Para ellos, el colapso se determina por la reducción de la capacidad colectiva que produce la pérdida de la funcionalidad básica del sistema. De esta manera, “el colapso social […] ocurre cuando una falla en uno o más sistemas de una sociedad conduce a una cascada más amplia de colapsos, hasta el punto de que satisfacer las necesidades básicas de la población se vuelve imposible” (2024: 607).
Estos autores consideran que el colapso es la contracara de la sustentabilidad. Así, las sociedades contemporáneas que priorizan el crecimiento económico sobre el manejo sustentable de recursos están llevando al agotamiento de los recursos, lo que a su vez contribuye al estallido de diversos conflictos y al colapso (Wanyama, 2024). Por esa razón, Steel et al. piensan que el colapso es la incapacidad de satisfacer las funciones básicas para la sociedad (alimentos, agua, seguridad, refugio). Para ellos, los impactos de esta insuficiencia se desplegarán por toda la sociedad, aunque de manera diferenciada. Los autores enfatizan que la pérdida de funcionalidad en el corto plazo no implica el colapso de manera inmediata. Por ejemplo, el quedarse sin electricidad por algunos días o unas horas, no necesariamente plantea el colapso de un sistema o sociedad (2024: 612-615).
En general, el concepto de colapso ha producido muchos debates y poco consenso entre la comunidad académica. Así, aunque se reconoce que estamos en un proceso crítico de cambios donde la supervivencia de las especies y del propio capitalismo está en riesgo, no todas/os concuerdan en nombrarlo colapso. Algunas/os han planteado que estamos en un momento de policrisis; es decir, una etapa de crisis interconectadas. La policrisis no es la suma de crisis, sino la convergencia de éstas en diferentes sistemas, así como la intensificación de los daños que cada una podría producir de manera aislada por su capacidad de atravesar sectores y escalas (Delannoy et al., 2025: 1).
Estas crisis no responden a modelos lineales, por lo que sus implicaciones son inciertas. En los diversos sistemas que hay en la Tierra ocurren shocks, que son perturbaciones rápidas que desestabilizan al sistema. Los shocks permiten la adaptación y transformación de los sistemas, pero también incrementan su vulnerabilidad. Por ejemplo, “los fenómenos meteorológicos extremos no sólo pueden causar pérdidas inmediatas, sino también degradar la capacidad del ecosistema para responder, agotando recursos, rompiendo redes sociales o ecológicas clave y debilitando el apoyo institucional” (Delannoy et al., 2025: 2). La adaptación del sistema no siempre es positiva; en ocasiones puede provocar situaciones trampa, que provocan que los sistemas pierdan resiliencia. En esta situación, al llegar a puntos de inflexión, los sistemas pueden colapsar por las consecuencias indeterminadas de esos límites de estabilidad.
Finalmente, aunque no hay consenso en cómo denominar a esta época, en todos los casos se resalta que estamos llegando a puntos de inflexión que nos pueden llevar a futuros indeterminados. Asimismo, se plantea que la violencia contra el sistema ecosocial es insostenible y que tenemos que generar cambios para construir un nuevo sistema. Los sistemas sociales no surgen y desaparecen en un instante. Sin embargo, debemos pensar y diseñar estrategias para disminuir la entropía sistémica, lo cual nos llevará a vivir de maneras completamente diferentes a como lo hacemos en la actualidad.
Reflexiones finales
En los debates sobre el colapso se ha planteado que este no será el mismo en todos los territorios (Inclán y Ornelas, 2021; Brozović, 2023: 2) y que tampoco implicará el colapso de la sociedad en su conjunto (Winter, 2024; Steel et al., 2024). Desde la complejidad, podemos afirmar que estamos en un periodo de caos, donde el sistema es sumamente vulnerable y donde hay fluctuaciones profundas. En esta época de bifurcación, comienza a haber una pérdida de resiliencia y complejidad en el sistema, donde se prefiguran diversos escenarios. Sin embargo, es imposible determinar en qué derivará esa condición.
Evitar el colapso del capitalismo no es deseable ni posible por diversas razones, pero principalmente por la destrucción capitalista del medio ambiente que atenta contra la reproducción de múltiples especies, pero también de las bases materiales para la producción del sistema. El capitalismo alcanzará un ciclo final, porque “un flujo energético sin pérdidas entrópicas simplemente es imposible” (Tyrtania, 2021: 10). El capitalismo ha acelerado los procesos de desgaste del metabolismo social. Así, “el caos que estamos desatando en el planeta a través del sistema capitalista encontrará la forma de producir un nuevo tipo de orden, que amenaza a la propia civilización humana” (Kolasi, 2021: 8). Entonces, el colapso del capitalismo debe ser heteropoiético, por lo que tenemos que diseñar las formas de desestructurarlo para crear nuevas formas de organización social que no se basen en la ruptura metabólica.
Aunque la reproducción del sistema está llegando a sus límites y nos acercamos a puntos de inflexión e irreversibilidad críticos, los sujetos hegemónicos siguen manteniendo sus lógicas de reproducción, asegurando su resiliencia y adaptación. Esta situación no se puede sostener en el largo plazo, y aunque las vulnerabilidades de algunos sectores del sistema siguen siendo reabsorbidos por la sociedad capitalista, esto no se mantendrá de manera constante (Cocho y Cocho, 2017: 323). El colapso es una preconfiguración del capitalismo; es decir, el capitalismo es un sistema que disipa grandes cantidades de materia y energía, incrementando constantemente el caos y la entropía y llevando a puntos de inflexión críticos, por lo que acelera su autodestrucción. En la actualidad, hay fronteras tangibles y organizaciones sociales que manifiestan condiciones para que el capitalismo deje de determinar la forma de reproducción social dominante, debido a que su reproducción material necesita más biomasa y energía de la que hay en el planeta.
Aunque el declive del capitalismo no se observe claramente en el nivel sistémico y no sea medible aún por las variables económicas de la complejidad, esto no quiere decir que en los subsistemas no haya colapsos y crisis muy profundas. Como señala Caballero,
el orden macroscópico resulta ser muy consistente en comparación con los cambios en la estructura interna del sistema, como en el ya conocido ejemplo: un huracán visto desde un satélite tiene un patrón estructural bien establecido, casi estático, pero pregúntenle a la paloma que está adentro, que tan ordenado es un huracán (2008: 13).
En este momento, la necesidad de transformar al sistema de manera no espontánea y en su totalidad es una necesidad apremiante. Por esa razón, algunos/as plantean que estamos en una época de transición revolucionaria, en la que tenemos que reconocer los saberes otros y dialogar. Esto no pretende promover una visión atomista, sino fomentar el reconocimiento de que hay caminos que concuerdan con el objetivo central: colapsar al capitalismo. En la actualidad, necesitamos tejer redes flexibles (Cocho y Cocho, 2017) y generar meta-puntos de vista “estudiando las sociedades del pasado, imaginando las posibles sociedades del futuro, tratando de establecer confrontaciones de manera de lograr descentrar” (Morin, s/f: 23). No se puede saber qué habrá después del colapso. Sin embargo, sí podemos prepararnos para surcarlo juntas.
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* Técnica Académica en el iiec e integrante del olag. adriana.franco@politicas.unam.mx
** Todas las citas fueron traducidas por la autora.
1 De acuerdo con Ceceña (2016), el sujeto hegemónico es el “sujeto que ha tenido la capacidad, la posibilidad, de hacer que el resto piense como él y se comporte de acuerdo con ese modo de pensar o de entender el mundo. Hablar de hegemonía capitalista, equivale a reconocer el hecho de que la gente piensa que el capitalismo es el único modo de vida posible”.
2 El pico del petróleo es el momento en el que la producción mundial de petróleo alcanza su punto más alto y, a partir de ese momento, comienza a descender. Este proceso se vincula con el retorno decreciente en las inversiones para producir petróleo; es decir, cuando es más costoso invertir en la explotación de yacimientos porque la cantidad de energía que se obtiene es menor que la invertida (tasa de retorno energético). De hecho, el pico del petróleo convencional, el crudo de campos tradicionales con alta productividad y larga vida, se tocó efectivamente entre 2005 y 2010 (Ferrari, 2019).

