¿Quién construirá el arca?

Cita: 

Davis, Mike [2010], “¿Quién construirá el arca?", New Left Review, Londres, 61, junio, pp. 29-46.

Fuente: 
Artículo científico
Fecha de publicación: 
Junio, 2010
Tema: 
Propuesta de una solución urbana al cambio climático global
Idea principal: 

Mike Davis, reconocido sociólogo e historiador estadounidense de la Universidad de California, ofrece un sugerente ejercicio introspectivo de “debate consigo mismo” entre una postura analítica y una postura utópica.


Reescribiendo la famosa fórmula gramsciana de “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”, Davis divide su artículo en dos partes. La primera, está destinada a analizar lo que parece ser la “batalla perdida” contra el calentamiento global; la incidencia nula del Protocolo de Kioto, y la acumulación de gases de efecto invernadero por delante de la “línea roja” estipulada de 450ppm en 2020. La segunda parte es un llamado político a contrarrestar la catástrofe ambiental a partir de localizar las soluciones prácticas en las “ciudades de la pobreza”, esto es, haciendo uso de “comunidades insurgentes, tecnologías piratas, medios de comunicación ilegales, ciencia rebelde y utopías olvidadas” (p. 30).

1. El pesimismo del intelecto

En la primera década de los años 2000 la Comisión de Estratigrafía de la Geological Society de Londres, la asociación geológica más antigua del mundo, determinó que el planeta Tierra ha sufrido un cambio geológico de tal magnitud que lo coloca en una era geológica distinta a la existente desde hace 12 mil años (el Holoceno). El “Antropoceno”, definido como “la aparición de la sociedad urbana e industrial como fuerza geológica” (p. 30), es la respuesta ofrecida por la Comisión para nombrar dicho cambio. Se trata de una época definida por una tendencia al calentamiento del planeta, una transformación humana radical del paisaje, destrucción de biodiversidad y una probable inestabilidad en los ecosistemas del futuro. Ciertamente, esta proposición forma parte de un debate, lejos de estar agotada.

También existen controversias científicas en otros frentes. Davis menciona el caso del Cuarto Informe de Evaluación publicado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC) en 2003. El PICC es una institución encargada de evaluar las posibilidades de la extensión del cambio climático y, además, proponer objetivos viables para la reducción de emisiones de carbono. La controversia en torno al Cuarto Informe estuvo encabezada por varios de los principales participantes de los grupos de trabajo del PICC, quienes manifestaron su desacuerdo con la metodología utilizada en el informe y consideraron “inmerecidamente optimista” la situación descrita en aspectos tanto geofísicos como sociales. Por ejemplo, se menciona la minimización de los riesgos de la elevación del nivel del mar y la falta de análisis de la inestabilidad de las capas de hielo en Groenlandia y el Antártico occidental.

En este contexto, Davis menciona el caso de James Hansen, trabajador del Goddard Institute de la NASA y uno de los disidentes más representativos. Desde 1988, Hansen advirtió al Congreso de Estados Unidos sobre el peligro de los gases invernadero. Según Hansen, el PICC no cuenta con algunos datos cruciales del sistema terrestre, de manera que da demasiada apertura para nuevas emisiones de carbono. Es decir, la propuesta del PICC de situar la “línea roja” de emisiones de carbono en 450 ppm como “punto de no retorno”, en realidad, debería ser de 350 ppm o menos. Para 2010, año de publicación del artículo, Davis informa que el nivel es de 385 ppm. Por ello, Hansen se dedicó a proponer un impuesto de emergencia sobre el carbono para que, de 2010 a 2015, se redujera la concentración de gases invernadero a niveles anteriores al año 2000.

Otra parte de la crítica al Cuarto Informe del PICC es la unilateralidad de sus proyecciones socioeconómicas. La proyección del crecimiento de la población y del desarrollo tecnológico y económico del planeta se ha elaborado con supuestos demasiado generosos. Los cálculos del PICC, denuncia Davis, se muestran demasiado confiados en el aumento de la eficiencia energética como subproducto casi automático del futuro crecimiento económico. “Suponen que casi el 60% de la futura reducción de carbono se producirá con independencia de que se establezcan medidas explícitas para reducir el efecto invernadero” (p. 32). Dicho en otras palabras, el PICC ha apostado el destino del planeta al desarrollo del mercado y la economía mundial en una transición a una producción y circulación no basada en el carbono.

Los críticos han insistido en señalar que la primera década de los años 2000 es la prueba de que los supuestos postulados por el PICC en sus informes sobre los mercados y la tecnología son, sentencia Davis, “poco más que actos de fe” (p. 33). No hay un progreso automático a la eficiencia energética. En realidad, se toma por transición energética en países como Estados Unidos, Rusia o el continente europeo lo que más bien es una relocalización de los procesos productivos basados en carbono en Asia. “La desindustrialización no debería confundirse con la descarbonización espontánea” (p. 33).

El PICC no es la única institución encargada de medir las emisiones de carbono. Davis contrasta los datos del Cuarto Informe de la PICC con los resultados del Global Carbon Projet. Según éste, las emisiones han incrementado con mayor rapidez de lo supuesto por el PICC. Entre 2000 y 2007 hubo un incremento de emisiones de carbono de 3.5% anual, frente al 2.7% del PICC. Es probable, apunta Davis, que el carbono sea el principal factor que desencadena el incremento agudo de las emisiones de gases invernadero. A inicios del siglo XXI, la producción de carbón tuvo un poderoso renacimiento en China y su consumo se ha extendido a Europa y Norteamérica.

Davis cita el trabajo The Future of Coal de varios ingenieros del MIT cuya conclusión es que por más que existan elevados impuestos a las emisiones de carbono, el uso de centrales térmicas basadas en carbono continuará aumentando (véase abajo Trabajo de fuentes). Existen proyectos de tecnología de captura y retención de carbono (CSC por sus siglas en inglés), pero que actualmente son inversiones inadecuadas y poco o nada atractivas para las empresas energéticas. Se estima que, quizá, hasta 2030 sea posible considerar a la CSC como una alternativa a gran escala. No se especifica más sobre la particularidad de CSC, sin embargo, Davis remite al libro aludido de The Future of Coal (dejamos la referencia completa en trabajo de fuentes).

A nivel mundial se estima que el consumo total de combustibles fósiles se incremente 55 por 100 y que las exportaciones internacionales de petróleo dupliquen su volumen en la próxima generación. Por ello, el Programa de Naciones Unidos para el Desarrollo advirtió que hará falta imponer una reducción de 50 por 100 de las emisiones de gases invernadero a nivel mundial de 2010 a 2050, respecto a los niveles de 1990, para evitar un descontrol del calentamiento global. Por otra parte, la Agencia Internacional de Energía (AIE) prevé que, por el contrario, tales emisiones seguirán aumentando en los próximos 50 años en 100 por 100. Poco o nada se estima el crecimiento de la energía renovable no hidroeléctrica, a saber, 4 por 100 de la generación eléctrica en 2030, frente a 1% en 2010.

La crisis económica de 2008 no significó un quiebre en las inversiones de industrias basadas en combustibles fósiles. En realidad, la disminución de los precios de los combustibles fósiles y la restricción del crédito, apunta Davis, significó la eliminación de incentivos empresariales para la inversión en energías alternativas por su alto costo. Las acciones de energía ecológica en Wall Street se hundieron. Empresas de energía limpia como Tesla Motors y Clear Skies Solar se encuentran en peligro de quiebra. De esta manera, las empresas encuentran en la recesión el pretexto perfecto para no invertir en energías renovables. Por ejemplo, T. Boone Pickens, multimillonario texano, redujo su plan para construir el mayor campo eólico del mundo; Royal Dutch Shell abandonó su plan de invertir en London Array, un parque eólico marino. Lo mismo sucede con los políticos. En Canadá el Partido Conservador abandonó en 207 el programa “Cambio a lo verde” para la promoción de un impuesto nacional sobre el carbono. Washington, por su parte, descartó la iniciativa de propulsar tecnología de captura de carbono.

En Europa hay reacciones similares. En Italia, bajo la administración de Silvio Berlusoni, se calificó de “sacrificio inasumible” el objetivo de la Unión Europea de reducir en 20% las emisiones de carbono de 2010 a 2020. El gobierno alemán aprobó una exención casi total de las industrias basadas en el carbón ante la propuesta de obligarlas a pagar por el carbono emitido. El argumento es el mismo que en Norteamérica: los gobiernos se excusan en la recesión económica para no destinar gasto a combatir las emisiones de carbono.

El punto de vista de Davis en torno al calentamiento global es que las consecuencias de éste afectarán desigualmente a la humanidad. Los mayores daños estarán concentrados en países y regiones pobres. La causa de esta situación radica, según Davis, en la existencia de una separación geográfica entre la fuente de las emisiones y las consecuencias medioambientales. Dicha separación cancela toda posibilidad de una solidaridad proactiva a nivel global. Quizá el caso más extremo, y un tanto cínico, de la indiferencia sobre la desigualdad ecológica sea el de William Nordhaus y Robert Mendelsohn, economistas de Yale, que explican que resultaría más eficaz retrasar la reducción de gases invernadero hasta que los países y regiones pobres tengan un excedente económico que les permita costear las consecuencias del cambio climático por sí mismos. No hay disposición para una cooperación internacional. La élite más rica del mundo ha apostado por “aislarse más frenéticamente del resto de la humanidad [...] a favor de una inversión acelerada para los pasajeros terrestres de primera clase” (p. 38).

El escenario es que la adaptación mundial al cambio climático exige billones de dólares de inversión en infraestructura urbana y rural en los países pobres y de ingresos medios. También la migración de millones de personas desde África y Asia implicaría una redistribución de la renta y el poder. Davis sentencia el asunto en los siguientes términos: “La cuestión fundamental es si los países ricos llegarán, de hecho, a movilizar la voluntad política y los recursos económicos necesarios para alcanzar los objetivos del PICC, o ayudarán a los países pobres a adaptarse al inevitable, ya ‘comprometido’, cociente de calentamiento planetario” (p. 38). La postura de Davis es que los países ricos deberían asumir la responsabilidad de la limpieza del medio ambiente, incluyendo en los países pobres, ya que son los principales emisores de gases invernadero y los que menos sufren las consecuencias climáticas. Citando un trabajo de Srinivasan de 2008, Davis apunta que la degradación ecológica desde 1961 la han generado los países ricos en un 42% y, al mismo tiempo, soportan solamente un 3 por 100 de las consecuencias climáticas.

Para Davis la investigación de William Cline, economista estadounidense y miembro principal del Peterson Institute for International Economics, es la mejor documentada sobre las consecuencias del calentamiento global en la agricultura tropical y subtropical (véase abajo trabajo de fuentes). Es un trabajo de clasificación de información por países desde la aplicación de modelos de producción agropecuaria neoricardianos. Tiene en cuenta los niveles de fertilización carbónica y las posibilidades de la nutrición del ser humano en un futuro. El pronóstico, en palabras de Davis, es devastador. Los sistemas agrícolas de Pakistán, el noroeste de India, gran parte de Oriente Próximo, el Magreb, el cinturón de Sahel, partes de África meridional, el Caribe y México están destinados a su devastación. Aproximadamente 29 países en vías de desarrollo, según la investigación de Cline, perderían 20 por 100 o más de su producción agropecuaria. La situación es alarmante si se tiene presente que las Naciones Unidas estiman la necesidad de duplicar la producción alimentaria en los próximos 30 años para sostener a la población mundial.

2. Optimismo de la imaginación

Dada la inédita situación de devastación ambiental, nada es previsible. Davis insiste que las investigaciones de la paleoclimatología son limitadas al momento de prever las consecuencias climáticas en 2050, es decir, cuando la población mundial llegue a un volumen de entre 9 y 11 mil millones de personas desesperadas en adaptarse al desastre climático y el agotamiento de los recursos fósiles. No hay precedente ni comparación histórica de la situación actual. Según Davis, el aumento acelerado de las emisiones de carbono se debe a las regiones urbanas del hemisferio norte. Regular la temperatura del medio ambiente urbano construido genera 35-45 por 100 de las actuales emisiones de carbono. La industria y el transporte urbano aportan otro 35-45 por 100.

La huella urbana existente debe mucho de su catástrofe a factores sociopolíticos. Los rasgos suburbanos de las ciudades hacen de éstas algo insostenible desde un punto de vista ecológico. La degradación de servicios públicos y el incremento de los costos inmobiliarios son los principales responsables. Se trata de formas urbanas construidas por especuladores y promotores inmobiliarios “no sometidos a controles democráticos sobre el planeamiento y los recursos, los resultados sociales predecibles son una extrema segregación espacial por renta o etnia” (p. 41). Además, debe agregarse la producción de fenómenos como crecimiento de barrios periféricos, privatización del espacio público, delincuencia, urbanizaciones amuralladas, etcétera. En cambio, en perspectivas urbanas más “clásicas”, no suburbanas, es posible generar un “círculo más virtuoso” entre la ciudad y el campo dada una organización espacial determinada por controles democráticos de: “la socialización del deseo y la identidad dentro del espacio colectivo urbano”, heterogeneidad étnica y de rentas, servicios públicos igualitarios, paisajes urbanos sustentables, etcétera (p. 41).

En este sentido, Davis propone “la ciudad como su propia solución”. A diferencia de lo imaginado en los “inventarios morales” de los urbanistas teóricos (Lewis Mumford, Jane Jacobs, Frank Llyor Wright, Le Corbusier y otros), Davis postula prestar atención en la afinidad entre justicia social y la medioambiental. La fórmula es que “la piedra angular de la ciudad con bajas emisiones de carbono, mucho más que cualquier diseño verde o tecnología particular, es dar prioridad a la riqueza pública sobre la privada” (p. 42). El espacio público, afirma Davis, debería asumirse como el “motor de la igualdad sostenible” de las ciudades. La riqueza pública es el modelo alternativo para una “sociabilidad respetuosa con la Tierra (p. 42).

Davis reconoce sin rubor alguno que fueron los socialistas y anarquistas los que iniciaron la “crítica ecológica utópica” a la ciudad moderna. Por mencionar sólo algunos ejemplos: Kropotkin, Geddes, Karl Marx-Hof, los socialistas rusos y polacos. Proyectos que por su radicalidad fueron víctimas de las guerras de los años treinta y cuarenta del siglo XX; así como abandonados por el estalinismo y la socialdemocracia. De cualquier manera, Davis está empeñado en mirar los proyectos de “ciudad socialista” (Lissitzky, Melnikov, Leonidov, Golosov, los hermanos Vesnin) como elementos para meditar sobre la crisis contemporánea. Sobre todo, convencido de que “la propuesta de que aspectos igualitarios de la vida urbana proporcionan de modo regular los mejores soportes sociológicos y físicos para conservar los recursos y mitigar la emisión de carbono” (p. 43). Se trata, por tanto, de participar en la lucha por el control democrático del espacio urbano, los flujos de capitales, los recursos y los medios de producción a gran escala.

Un proyecto de diseño urbano a escala mundial requiere imaginación, tanto de las artes como de las ciencias. Es más, sentencia Davis, “presupone una voluntad radical de superar el horizonte del capitalismo neoliberal para pensar en una revolución planetaria que reintegre el trabajo de las clases trabajadoras informales, así como los pobres rurales, en la reconstrucción sostenible de sus entornos construidos y sus medios de vida” (p. 44). Davis reconoce que es un “supuesto completamente irrealista”, pero también admite la necesidad de embarcarse en un “viaje de esperanza” a través de una colaboración integral entre arquitectos, ingenieros, ecologistas y activistas. Es menester, concluye Davis, regresar al pensamiento explícitamente utópico.

Datos cruciales: 

1.En China, aproximadamente 5 millones de mineros trabajan en condiciones peligrosas para la extracción de carbón mineral. Algunas informaciones de 2010 estiman que en Pekín se inauguraba una nueva central térmica cada semana (p. 34).

2.El consumo de carbón en Europa ha conducido a los inversionistas a inaugurar 50 centrales térmicas a partir de 2010. En Norteamérica se proyectó inaugurar 200 centrales térmicas en los años posteriores a 2010. Hay un caso de una enorme central térmica en Virginia Occidental que generará emisiones de carbono comparables a las de los tubos de escape de un millón de automóviles (p. 34).

3.En las elecciones de 2008 la firma American Coalition for Clean Coal Electricity, consorcio de productores de carbón, empresas de servicios de consumo de carbón y ferrocarriles que transportan carbón, gastó 40 millones de dólares para garantizar que ambos candidatos presidenciales (Barack Obama y John McCain) mencionaran en discursos públicos las supuestas virtudes del combustible basado en carbono (p. 35).

4.Antes de la crisis económica de 2008 el Departamento de energía de Estados Unidos proyectaba un incremento de la producción energética nacional de 20% en la próxima generación (p. 39).

5.La ONU Hábitat señala que en los países pobres más de mil millones de personas viven en áreas urbanas hiperdegradadas y se estima que el número se duplique en 2030. Un número similar consiste en personas laborando en el sector informal. La población urbana mundial aumentará en los próximos 40 años en 3 mil millones de personas (p. 39).

Trabajo de Fuentes: 

Ansolabehere, Stephen et al. [2007], The Future of Coal, Cambridge, Massachusetts.

Cline, William [2007], Global Warming and Agriculture. Impact Estimates by Country, Washington DC, Peterson Institute for International Economics.

Hansen, James [2008], “Global Warming Twenty Years Later. Tipping Point Near”, testimonio ante el Congreso estadounidense, 23 de junio.

Srinivasan et al. [2008], “The Debt of Nations and the Distribution of Ecological Impacts from Human Activities”, Proceedings of the National Academy of Science, 105, febrero, pp. 1768-1773.

Zalasiewicz, Jan et al. [2008], “Are We Now Living in the Anthropocene?”, en GSA Today, XVIII, 2.

Nexo con el tema que estudiamos: 

Gran parte de la disputa por la hegemonía mundial ser vive a través del control de las ciudades. En el marco de la investigación sobre la economía mundial de la guerra, es menester tener presente la situación climática actual para situar con mayor rigor el curso de los conflictos sociopolíticos contemporáneos. La primera parte del trabajo de Davis enriquece la perspectiva del proyecto en la medida que permite prever posibles puntos de conflicto en la disputa por los recursos estratégicos y el uso de mecanismos bélicos por parte de los estados y los grandes capitales.