How Hegemony Ends. The Unraveling of American Power

Cita: 

Cooley, Alexander y Daniel H. Nexon [2020], "How Hegemony Ends. The Unraveling of American Power", Foreign Affairs, julio-agosto

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Julio, 2020
Tema: 
El desgaste de la hegemonía estadounidense y del orden mundial unipolar.
Idea principal: 

Alexander Cooley es profesor de Ciencias Políticas en Barnard College y director del Instituto Harriman de la Universidad de Columbia.

Daniel H. Nexon es profesor asociado en el Departamento de gobierno y en la Escuela de servicio exterior "Edmund A. Walsh" de la Universidad de Georgetown.


El artículo señala que existen múltiples signos característicos de una crisis en el orden mundial. En el contexto de la pandemia global, la respuesta internacional ha sido descoordinada, además, habrá crisis económicas, las políticas nacionalistas incrementarán y el cierre de las fronteras estatales parece anunciar el surgimiento de un sistema internacional menos cooperativo y más frágil.

Antes de la pandemia, con frecuencia Donald Trump criticaba el valor de las alianzas e instituciones como la OTAN, apoyaba la ruptura de la Unión Europea, se retiraba de acuerdos y organizaciones internacionales y se mostraba complaciente con líderes autoritarios como Vladimir Putin y Kim Jong Un. También cuestionaba los valores liberales como la democracia y los derechos humanos en la política exterior. Según los autores, la clara preferencia de Trump por la política transaccional de suma cero respalda aún más la noción de que Estados Unidos está abandonando su compromiso de promover un orden internacional liberal.

A mediados de la década de 1980, muchos analistas creían que el liderazgo de Estados Unidos disminuía: el sistema de Bretton Woods se había derrumbado en 1970, la competencia que enfrentaba era cada vez mayor, especialmente con Alemania Occidental y Japón; y la Unión Soviética parecía un sujeto duradero de la política mundial. Sin embargo, en 1991 la URSS se había disuelto formalmente, Japón estaba entrando en un periodo de estancamiento económico y la costosa tarea de integración consumió a Alemania. Por otra parte, Estados Unidos experimentó una década de innovación tecnológica y un crecimiento económico inesperadamente alto. El resultado fue lo que muchos aclamaron como un "momento unipolar" de la hegemonía estadounidense.

Tres desarrollos permitieron el orden posterior a la Guerra fría liderado por Estados Unidos. Primero, con la derrota del socialismo, Estados Unidos no enfrentó ningún proyecto ideológico global importante que pudiera rivalizar con el suyo. En segundo lugar, con la desintegración de la Unión Soviética y su infraestructura de instituciones y asociaciones, los estados más débiles carecían de alternativas militares, económicas políticas significativas diferentes al mundo occidental. Y tercero, los activistas y movimientos transnacionales estaban difundiendo valores y normas liberales que reforzaban este orden.

En la actualidad, con el surgimiento de grandes potencias como China y Rusia, los proyectos autocráticos y no-liberales rivalizan con el sistema internacional liberal liderado por Estados Unidos. Además, los países en desarrollo, e incluso muchos desarrollados, pueden buscar patrocinadores alternativos en lugar de seguir dependiendo de la generosidad y el apoyo de Occidente. Y las redes transnacionales no-liberales, a menudo de derecha, presionan contra las normas del orden internacional liberal que una vez parecía implacable. Para los autores del artículo, el liderazgo global estadounidense no está simplemente en retirada; se está desmoronando.

El momento unipolar desaparece

Estados Unidos gasta más en su presupuesto militar que sus siete rivales más cercanos combinados y mantiene una red incomparable de bases militares en el extranjero. El poder militar desempeñó un papel importante en la creación y el mantenimiento de la preeminencia estadounidense en la década de 1990 y principios del siglo XXI; ningún otro país podría extender garantías de seguridad a todo el sistema internacional.

Pero el dominio militar de Estados Unidos fue solo un factor entre otros factores que lo llevaron a consolidarse como la potencia hegemónica: la desaparición de la Unión Soviética como competidor, la ventaja tecnológica que disfrutan los militares estadounidenses y la disposición de la mayoría de las potencias de segundo nivel de confiar en Estados Unidos en términos de seguridad.

Para los autores, si el surgimiento de Estados Unidos como potencia unipolar dependía principalmente de la disolución de la Unión Soviética, entonces la continuación de esa unipolaridad durante la década posterior se debió al hecho de que los aliados asiáticos y europeos se contentaron con suscribirse a la hegemonía estadounidense. Hablar del momento unipolar oculta características cruciales de la política mundial que formaron la base del dominio estadounidense.

La ruptura de la Unión Soviética finalmente cerró la puerta al único proyecto de ordenamiento global que podría rivalizar con el capitalismo. El marxismo-leninismo desaparecieron principalmente como fuente de competencia ideológica. Su infraestructura transnacional asociada, sus instituciones, prácticas y redes -incluido el Pacto de Varsovia, el Consejo de Asistencia Económica Mutua y la propia Unión Soviética- implosionaron.

Sin el apoyo soviético, la mayoría de los países pertenecientes a la esfera de influencia soviética, los grupos insurgentes y los movimientos políticos decidieron que era mejor aliarse al liderazgo estadounidense. A mediados de la década de 1990, existía un solo marco dominante para las normas y reglas internacionales: el sistema liberal internacional de alianzas e instituciones ancladas en Washington.

Estados Unidos y sus aliados -a los que se hace referencia en forma abreviada como "Occidente"- disfrutaron de un monopolio de facto durante el período de unipolaridad. Con algunas excepciones limitadas, ofrecieron la única fuente significativa de seguridad, bienes económicos, apoyo político y legitimidad. Los países en desarrollo ya no podían ejercer influencia sobre Washington amenazando con aliarse con los soviéticos o señalar el riesgo de una toma de poder comunista para evitar hacer reformas internas. El alcance del poder y la influencia occidentales fue tan ilimitado que muchos encargados de formular políticas llegaron a creer en el triunfo permanente del liberalismo; la mayoría de los gobiernos no vieron una alternativa viable.

Sin otra fuente de apoyo, los países tenían que adherirse a las condiciones de la ayuda occidental que recibieron. Los autócratas enfrentaron severas críticas internacionales y fuertes demandas de las organizaciones internacionales controladas por Occidente.

Los autores del artículo aceptan que las potencias democráticos continuaron protegiendo a ciertos estados autocráticos de las demandas liberales y de derechos humanos por razones estratégicas y económicas (como Arabia Saudita, rica en petróleo). E incluso, Estados Unidos y otras democracias violaron las normas internacionales relativas a los derechos humanos, civiles y políticos, en forma de tortura y entregas extraordinarias durante la llamada guerra contra el terrorismo. Aún así, estas excepciones reforzaron la hegemonía del orden liberal porque provocaron una condena generalizada que reafirmó los principios liberales y porque los funcionarios estadounidenses continuaron expresando su compromiso.

Mientras tanto un número creciente de redes transnacionales -denominadas sociedad civil internacional- impulsó la arquitectura del orden internacional posterior a la Guerra fría. Estos grupos e individuos sirvieron como los soldados de infantería de la hegemonía estadounidense al difundir normas y prácticas ampliamente liberales.

El colapso de las economías planificadas en el mundo postcomunista invitó a oleadas de consultores y contratistas occidentales a introducir reformas de mercado -a veces con consecuencias desastrosas, como en Rusia y Ucrania, donde la terapia de choque respaldada por Occidente empobreció a decenas de millones y creó una clase de oligarcas adinerados que convirtieron los antiguos activos estatales en imperios personales.

Las instituciones financieras internacionales, los reguladores gubernamentales, los banqueros centrales y los economistas trabajaron para construir un consenso de élite a favor del libre comercio y el movimiento de capital a través de las fronteras.

La instituciones de la sociedad civil también buscaron dirigir a los países postcomunistas y en desarrollo hacia modelos occidentales de democracia liberal. Los equipos de expertos occidentales asesoraron a los gobiernos sobre el diseño de nuevas constituciones, reformas legales y sistemas multipartidistas. Observadores internacionales, la mayoría de ellos de democracias occidentales, monitorearon elecciones en países del Sur global.

El trabajo de activistas transnacionales, comunidades académicas y movimientos sociales ayudó a construir un proyecto liberal global de integración económica y política. A lo largo de la década de 1990, estas fuerzas ayudaron a producir la ilusión de un orden liberal inexpugnable que descansaba sobre la hegemonía global de Estados Unidos.

El gran poder regresa

En la actualidad, las potencias emergentes pretenden producir y ofrecer otras concepciones rivales del orden global, a menudo autocráticas y según el artículo, atractivas para estados más débiles. Nuevas organizaciones regionales y redes transnacionales iliberales impugnan la influencia estadounidense. Los cambios a largo plazo en la economía global, particularmente el ascenso de China, explican muchos de estos cambios, transformando el panorama geopolítico.

En abril de 1997, el presidente chino Jiang Zemin y el presidente ruso
Boris Yeltsin se comprometieron a promover la multipolarización del mundo y el establecimiento de un nuevo orden internacional. Durante años, muchos académicos occidentales minimizaron o descartaron este desafío, argumentando que China seguía comprometida con las reglas y normas del orden liderado por Estados Unidos. Los analistas de Occidente dudaban específicamente de que China y Rusia pudieran superar décadas de desconfianza y rivalidad para cooperar contra los esfuerzos estadounidenses por mantener y dar forma al orden internacional.

Ese escepticismo tenía sentido en el apogeo de la hegemonía global estadounidense, es decir, en la década de 1990. Sin embargo, China y Rusia ahora disputan directamente los aspectos liberales del orden internacional desde las instituciones y foros de ese orden; de la misma manera están construyendo un orden alternativo a través de nuevas instituciones (ver Dato crucial 1).

China y Rusia también han estado a la vanguardia de la creación de nuevas instituciones internacionales y foros regionales que excluyen a Estados Unidos, y Occidente en general. Quizás el más conocido de estos es el grupo de los BRICS que incluye a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Este, junto con las iniciativas impulsadas por China y Rusia, tiene como resultado la emergencia de una estructura paralela de gobernanza global dominada por estados autoritarios que compite con las viejas estructuras liberales.

Quienes critican a los BRICS no toman en cuenta que la mayoría de las demás instituciones internacionales no son diferentes. Cuando las instituciones se muestran incapaces de resolver problemas colectivos, las organizaciones regionales permiten a sus miembros afirmar valores comunes y aumentar los lazos diplomáticos, eso hace que sea más fácil para esos miembros construir coaliciones militares y políticas.

Estas organizaciones constituyen una parte crítica de la infraestructura del orden internacional, una infraestructura que fue dominada por las democracias occidentales desde el final de la Guerra fría. El nuevo conjunto de organizaciones no occidentales ha llevado los mecanismos de gobernanza transnacional a regiones como Asia Central, que anteriormente estaban desconectadas de muchas instituciones de gobernanza global.

China también ha demostrado estar dispuesta a adaptarse a las preocupaciones y sensibilidades rusas. China se unió a los otros países BRIC en abstenerse de condenar la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, a pesar de que hacerlo contravino claramente la oposición de larga data de China al separatismo y las violaciones de la integridad territorial.

Además, la guerra comercial de la administración Trump con China le ha dado a Beijing incentivos adicionales para apoyar los esfuerzos rusos de desarrollar alternativas al rápido sistema de pago internacional controlado por Occidente y al comercio denominado en dólares para socavar el alcance global de los regímenes de sanciones estadounidenses.

El fin del monopolio

A raíz de la crisis financiera de 2008, China se convirtió en una fuente importante de préstamos y fondos de emergencia para países que no podían acceder o fueron excluidos de las instituciones financieras occidentales. Durante esta crisis, China otorgó más de 75 mil millones de dólares en préstamos para energía a países de América Latina (Brasil, Ecuador y Venezuela) y a Kazajstán, Rusia y Turkmenistán en Eurasia.

China no es el único patrocinador alternativo a las instituciones financieras occidentales. Después de la Primavera árabe, los Estados del Golfo como Qatar prestaron dinero a Egipto, evitando que recurriera al Fondo Monetario Internacional durante un tiempo turbulento. Pero China ha sido el país más ambicioso en este sentido (ver Dato crucial 2).

La ayuda china socava los esfuerzos occidentales por difundir las normas liberales. Varios estudios sugieren que, aunque los fondos chinos han impulsado el desarrollo en muchos países, también han avivado la corrupción flagrante y los hábitos de clientelismo. En países que salen de la guerra, como Nepal, Sri Lanka, Sudán y Sudán del Sur, la ayuda al desarrollo y la reconstrucción de China fluyó hacia los gobiernos victoriosos, relajando la presión internacional para adoptar modelos más liberales de paz y reconciliación.

Por supuesto, algunos de estos desafíos al liderazgo estadounidense aparecerán y disminuirán, ya que se derivan de circunstancias políticas cambiantes. Pero la expansión de las "opciones de salida" -de patrocinadores, instituciones y modelos políticos alternativos- parece ahora una característica permanente de la política internacional. Los gobiernos tienen mucho más espacio para maniobrar. Incluso cuando los estados no cambian activamente de patrocinadores, la posibilidad de que puedan hacerlo les brinda una mayor influencia. Como resultado, China y Rusia tienen la libertad de disputar la hegemonía de Estados Unidos y construir órdenes alternativos.

Fuerzas centrífugas

Otro cambio importante que marca una ruptura con el momento unipolar posterior a la Guerra fría, son las redes transnacionales de la sociedad civil que unieron el orden internacional liberal y ya no disfrutan del poder e influencia que alguna vez tuvieron. Los competidores no-liberales ahora los desafían en muchas áreas, incluidos el género, el multiculturalismo y los principios de la gobernanza democrática liberal.

Algunas de estas fuerzas centrífugas se han originado incluso en Estados Unidos y en los países de Europa occidental. Por ejemplo, la Asociación nacional del rifle estadounidense trabajó para derrotar con éxito un referéndum anti armas propuesto en Brasil en 2005, donde construyó una alianza con la derecha brasileña. Más de una década después, el activista político brasileño Jair Bolsonaro aprovechó esta misma red para llegar a la presidencia.

Para reducir la influencia de las ONGs al interior y fuera de sus países, los gobiernos autocráticos han puesto en marcha diversos mecanismos. Por ejemplo, muchos movimientos de derecha en Occidente reciben apoyo financiero y moral de Rusia, que respalda operaciones con "dinero sucio" que promueven intereses oligárquicos en Estados Unidos y los partidos políticos de extrema derecha en Europa con la esperanza de debilitar a los gobiernos democráticos y cultivar futuros aliados. En Italia, el partido antiinmigrante es actualmente el partido más popular a pesar de las revelaciones de su intento de obtener el apoyo financiero ilegal de los rusos.

Estos movimientos están ayudando a polarizar la política en las democracias industriales avanzadas y debilitar el apoyo a las instituciones del orden. Uno de ellos incluso ha capturado la Casa Blanca: el trumpismo, un movimiento de contraorden con alcance transnacional que apunta a las alianzas y asociaciones centrales para la hegemonía de Estados Unidos.

Conservando el sistema estadounidense

Los autores concluyen que no hay una solución fácil para esto: ninguna cantidad de gasto militar puede revertir los procesos que conducen al declive de la hegemonía estadounidense. Incluso si Joe Biden, el candidato demócrata gana las elecciones presidenciales en 2020, o si el Partido republicano repudia el trumpismo, la desintegración continuará. Para que este país mantenga el dominio financiero y monetario requerirá un compromiso para reconstruir las instituciones democráticas liberales.

Tanto a nivel nacional como internacional, esos esfuerzos requerirán alianzas entre los partidos y redes de centro-derecha, centro-izquierda y progresistas. De esa manera, lo que pueden hacer los políticos estadounidenses es planificar el mundo post hegemonía estadounidense.

Si preservan el núcleo del sistema liberal, los funcionarios estadounidenses pueden asegurarse de que este país lidere la coalición militar y económica más fuerte en un mundo de múltiples centros de poder. Con este fin, Estados Unidos deberá revitalizar al Departamento de estado, asediado y con poco personal, para reconstruir y utilizar de manera más efectiva sus recursos diplomáticos. El arte de gobernar permitirá a esta gran potencia navegar en un mundo definido por intereses en competencia y alianzas cambiantes. El momento unipolar se término y no regresará.

Datos cruciales: 

1. En la Asamblea General de la ONU, entre 2006 y 2018, China y Rusia votaron de la misma manera 86% de las veces. Por el contrario, desde 2005, China y Estados Unidos han estado de acuerdo sólo 21% de las veces. China y Rusia también han liderado iniciativas de la ONU para promover nuevas normas, especialmente en el ámbito del ciberespacio, que privilegian la soberanía nacional sobre los derechos individuales, limitan la doctrina de la responsabilidad de proteger y reducen el poder de las resoluciones de derechos humanos patrocinadas por Occidente.

2. Un estudio de AidData encontró que la asistencia total de ayuda exterior china entre 2000 y 2014 alcanzó los 354 mil millones de dólares, cerca del total de Estados Unidos que ascendió a 395 mil millones de dólares.

Nexo con el tema que estudiamos: 

Sin duda una nota muy útil e ilustrativa para quienes se interesan por darle seguimiento a la lógica de competencia hegemónica intercapitalista inserta en el orden mundial. Lo que se observa es un cambio o un reordenamiento que es generado por las potencias emergentes y su agenda en materia de política internacional, en primera instancia.

Si bien, las potencias emergentes como China y Rusia plantean un reto contra hegemónico para Estados Unidos, continúan reproduciendo la lógica capitalista, observación que está ausente en el artículo. Luego entonces, es necesario un enfoque histórico de largo alcance como el de Wallerstein que explique la caída y auge de nuevas potencias hegemónicas en determinados momentos históricos del capitalismo mundial. Además, se debe poner sobre la mesa el fracaso del orden neoliberal que se expandió en el periodo unipolar o post Guerra fría. Así, se agrega al análisis las contradicciones del capitalismo global neoliberal.