Corona, Climate, Chronic Emergency. War Communism in the Twenty-First Century

Cita: 

Malm, Andreas [2020], Corona, Climate, Chronic Emergency. War Communism in the Twenty-First Century, London, Verso.

Fuente: 
Libro electrónico
Fecha de publicación: 
2020
Tema: 
El leninismo ecológico y el comunismos de guerra como luces para enfrentar la catástrofe medioambiental
Idea principal: 

Andreas Malm es un escritor, periodista y activista sueco. Ha publicado más de una docena de libros sobre la economía política del cambio climático, el antifascismo y las luchas en el Medio Oriente. Forma parte del grupo Klimax, que lleva a cabo acciones de desobediencia civil y sabotaje como estrategia de lucha y concienciación de cara a confrontar las futuras crisis climáticas. Recientemente, ha coordinado un proyecto de investigación interdisciplinar de la Universidad de Lund sobre la relación de los combustibles fósiles, la acumulación de capital y la ultraderecha europea.


Capítulo III. Comunismo de Guerra

La Covid-19 ha desatado la peor crisis en el capitalismo tardío. Basta observar las declaraciones del banco de Inglaterra a finales de abril donde declaró sufrir la contracción más rápida y fuerte observada en siglos.

Para explicar las causas de la crisis, O’Connor propone dos contradicciones del capitalismo. La primera contradicción consiste en la “tendencia del capital a adelantarse a sí mismo y a todos los demás” cayendo en cíclicos espasmos. El capitalismo tiende a invertir más de lo que el mercado puede absorber, a la vez que acentúa los niveles de explotación laboral (agudiza el problema una vez que se recubre de sistemas crediticios, mismos que incrementa la inestabilidad financiera). Esta contradicción interna se desenlaza en la realización de plusvalía. La segunda contradicción radica en la tendencia de las relaciones de propiedad y fuerzas productivas hacia la autodestrucción mediante la devastación de sus condiciones de producción (mano de obra y naturaleza no humana). Cuando el capital se adhiere a ambas no puede evitar devorarlas.

¿Cómo vincular los problemas ecológicos con los problemas causados por el capitalismo? O ́Connor propuso que el calentamiento global quitaría los beneficios y conduciría a una crisis capitalista (la cual no ha sucedido). En el caso de la Covid-19, el mecanismo que lo constituyó como crisis capitalista fue la intervención del estado capitalista. Los estados aplicaron la abstención de la producción y el consumo “no esenciales”.

Así, pareciera que la segunda contradicción es accionada por el estado que protege una condición de fondo en peligro: la integridad corporal de la población productora y consumidora. Sin embargo, al aumentar la deforestación para, principalmente, extender los cultivos de soja, maíz y palma de aceite, usados en la producción de agrocombustibles, se propició la migración de animales salvajes a zonas urbanas generando un caldo de cultivo para la propagación zoonótica. La actividad extractiva del capital repercutió en la reproducción de la naturaleza no humana, así como en la reproducción de mano de obra. De esta manera, la segunda contradicción parece acentuar la primera.

Todos los caminos conducen al banco de semillas

Los que sufren las crisis capitalistas no son los burgueses o el sistema, sino las clases explotadas. Cada vez que se desaprovecha la oportunidad de acabar con el capitalismo temporalmente debilitado, este vuelve con más fuerza (más consolidado en 1992 que en 1973, en 1948 que en 1929, en 1986 que en 1973). No obstante, es posible que existan algunos límites naturales para su vida útil. Tarde o temprano las deterioradas condiciones del planeta no permitirán más acumulación de riqueza. La cuestión central es cómo los factores ambientales se traducen en dificultades para las clases determinantes, en cuanto a las mediaciones de tales desastres a través de las relaciones entre las clases, los estados y otros protagonistas en una formación social.

En una búsqueda histórica sobre la correlación entre una variedad de descomposición social y la fluctuación climática, se podría observar que las civilizaciones han tenido una tendencia a autodestruirse a través de la devastación del medio ambiente. Pero esta vez es cualitativamente diferente por dos razones.

En primer lugar, aunque en la historia de la humanidad se cuentan innumerables colapsos ambientales que derriban imperios, nunca una civilización había experimentado una desestabilización vertiginosa del sistema climático planetario. Los colapsos ambientales de las pasadas civilizaciones no imposibilitaban la vida de sus habitantes; al contrario, parece ser el interés de los sectores oprimidos colapsar al imperio, mostrando un nuevo comienzo, fuera del yugo imperial.

No obstante, la segunda contradicción del capitalismo no muestra un nuevo comienzo. La tarea histórica es: intervenir conscientemente para evitar que esta civilización se destruya acabando por completo con el medio ambiente. El riesgo es que esta segunda contradicción climática llegue demasiado tarde.

En segundo lugar, las civilizaciones antiguas no experimentaron una revolución anticapitalista con una intención consciente de trascender la civilización imperial. La civilización capitalista por sí sola, ha producido tal legado, el de una revolución nacida de sí y dictada contra sí.

Al inicio de este milenio, el anticapitalismo era una fuerza gastada, existe la posibilidad de que parte de su legado regrese. El socialismo es el banco de semillas para la emergencia crónica. La rama anticapitalista se bifurca en busca de estrategias efectivas de intervención consciente, una política consciente de intervención es lo que debe ser revivido.

Un breve obituario para la Socialdemocracia

La socialdemocracia tal como la conocemos se diversificó cuando Eduard Bernstein cuestionó la ortodoxia de la revolución. Su postulado esencial era la ausencia de crisis. Basado en los hechos empíricos de las últimas décadas, mostró la estabilidad de la economía capitalista y refutó la existencia de una tendencia del sistema al colapso.

De esta manera, la idea de derrocar al capitalismo y fundar un orden completamente diferente parecía redundante. La socialdemocracia podría seguir creciendo en fuerza, extraer reformas y sacar gradualmente a la clase obrera del fango. Así, desarrolló un trabajo reformista bajo el supuesto de tiempos favorables a sus fines, pero en caso de que su status quo se viera interrumpido, el calendario reformista sería anulado. Entonces la socialdemocracia tendría que dejarse arrastrar por el tiempo del colapso o convertirse en otra cosa.

La política socialdemócrata en la emergencia crónica tendrá que ir más allá de sí misma y sus dogmas para no renunciar a sus objetos. El tiempo de graduación ha terminado.

Un breve obituario para el anarquismo

El anarquismo se alza sobre la bandera “el estado es el problema”. Quienes suscriben este postulado podrían ver la utopía anarquista realizada en la ayuda mutua entre individuos voluntariamente reunidos para apoyar a causa de la crisis sanitaria causada por la Covid-19. Algo parecido podría observarse en las favelas de Brasil. Sin embargo, ahí se trata de grupos de individuos que vigilaban las calles para mantener el toque de queda y evitar más contagios. Esos individuos eran grupos de narcotraficantes que entraron en escena a causa de la ausencia del gobierno. Por otro lado, las iniciativas de ayuda mutua que marcaron la diferencia para los más vulnerables, fueron aquellas que cubrieron espacios que los estados no asumieron.

Dos eventos del último siglo quiebran la bandera anarquista. Uno es la primavera árabe, especialmente la revolución de Egipto. Se trató de inmensas movilizaciones que tuvieron la fuerza para tomar el poder del estado, pero decidieron no hacerlo y, en consecuencia, no lograron transformarlo. El segundo ejemplo es la pandemia causada por la Covid-19, en donde fueron los estados quienes gestionaron la prevención y manejo de la pandemia.

La catástrofe inminente y cómo combatirla

Cuando Lenin escribió “La catástrofe inminente y cómo combatirla”, en septiembre de 1917, Rusia se encontraba devastada por la primera guerra mundial: los medios de producción y las estructuras logísticas que aprovisionaban al país se encontraban fuera de servicio. Las inundaciones de la primavera de 1917 arrasaron carreteras y líneas ferroviarias y la crisis de agosto, que duplicó los granos, les llevó a la hambruna. Ante ese escenario, Lenin sentencia a la humanidad a perecer o a transitar a un “modo superior de producción”. Así la pregunta es: ¿qué es posible hacer?

Los estados que habían luchado en la guerra habían arrojado parte de la respuesta. Para proteger su sistema alimentario, los gobiernos de París y Petrogrado interfirieron los mercados mediante disposiciones de control basado en el recogimiento de la población y la racionalización del consumo. Estas medidas tenían una limitación: se centraban en las consecuencias. La guerra interimperialista y su móvil (la acumulación de capital), ambas impulsoras de la catástrofe, quedaron intactas.

La apuesta de Lenin era: tomar las medidas dictadas por los estado en guerra, intensificarlas y desplegarlas contra los impulsores de la catástrofe. Primero, pondría fin a la guerra. Segundo, controlaría los suministros de granos, fiscalizaría las propiedades de los terratenientes, nacionalizaría los bancos y cárteles, aboliría la propiedad privada en sectores estratégicos. O sea, haría una revolución, pues el gobierno de Kerensky era “incapaz de evitar el colapso” (mientras siguiera al servicio de las relaciones burguesas). Para Lenin, cualquier intento por combatir la catástrofe inminente tendría que adoptar esas medidas radicalizadas. La situación actual no es tan diferente.

Sí, este enemigo puede ser mortal, pero también es derrotable

Los científicos en medio de la desesperación por la Covid-19 han señalado la urgente necesidad de parar la deforestación e invertir en programas de forestación y reforestación global. Hasta el momento, las respuestas de los gobiernos se mantienen en enfrentar a la enfermedad y no se percibe ningún plan preventivo en el que se integre la reforestación y el respeto a los hábitats de vida silvestre en respuesta a los factores que propiciaron esta enfermedad.

En el intento por parar la deforestación, podría sugerirse la prohibición de consumos bovino, pues su crianza demanda bastante espacio deforestado. Sin embargo, tal acción no rendirá frutos mientras se sigan consumiendo masivamente productos exportados desde los trópicos hacia el norte global. Las medidas de control solo pueden ser implementadas por el estado, pues es el único que podría iniciar un programa que implemente restricciones “draconianas” a los monocultivos de animales y plantas: los motores detrás de la actual pandemia.

Un ejemplo de estas medidas es la reducción de la deforestación en el Amazonas brasileño entre 2004 y 2012. El gobierno de Lula lo logró al ampliar áreas protegidas, registrar las propiedades de la tierra, monitorear las selvas tropicales a través de satélites, hacer cumplir el código forestal y enjuiciar a los responsables de la tala ilegal.

En 2012, la tasa de deforestación se situó 84% por debajo de su pico en 2004, se redujeron las emisiones de CO2 alrededor de 40%. Lula logró una buena maniobra en cuanto al inicio de una transición hacia otra cosa, pero no tenía un plan para el segundo paso. A la vuelta de una década vino la extrema derecha y su proyecto de saqueo del Amazonas.

En cuanto a China: con el SARS, el estado implementó medidas para frenar el comercio de animales silvestres, promulgó leyes endebles con sanciones fuertes. Se permitió la crianza en granjas de animales salvajes. Se trató de "altos beneficios y castigos leves", por lo que los concesionarios pudieron seguir acumulando capital, hasta que la Covid-19 instó al estado a prohibir el consumo de cualquier vida silvestre, en libertad o en cautiverio.

Algunos argumentan que en vez de la regulación estatal, se debe actuar mediante la persuasión de los consumidores por medio de las normas morales. Pero el argumento omite tres factores: a) si el SARS no era suficiente para ahuyentar a la clientela de los mercados húmedos la Covid-19 tampoco sería suficiente, entonces no se puede dejar el asunto en la iluminación individual; b) las leyes aplicadas cambian las costumbres: en el caso de la prohibición del trabajo infantil en las fábricas y el trabajo esclavo en las plantaciones cimentó su condición de prácticas inaceptables; c) la crisis de la Covid-19 ha mostrado que en tiempos de catástrofe no se puede ceder el cuidado de la sociedad a la voluntad individual, sino que es el estado quien respondió en primera instancia con medidas restrictivas y de resguardo.

Ahora bien, cancelar el comercio de vida silvestre es una responsabilidad de todas las naciones que integran sus flujos comerciales. Los estados no solo requerirán incautaciones fronterizas sino atrapar a los intermediarios en bloque. Por otro lado, lejos de legalizar el comercio de vida silvestre y su ordenamiento en granjas, se debe neutralizar la demanda.

En la medida que la ostentación es el propósito de este consumo, es ahí donde la criminalización y la aplicación de la ley debe acertar el golpe. En cuanto a la carne de animales salvajes, las medidas viables incluyen a las leyes y su aplicación, replegar la deforestación e impulsar el consumo de alimentos vegetales ricos en proteínas (legumbres, cereales y tubérculos) de procedencia local. Es decir, romper la asociación de “la buena vida” con el consumo de carne. Esa ruptura comienza en los países más ricos.

Estas medidas son solo el comienzo. Además, las enfermedades infecciosas seguirán pululando, por lo tanto, el tratamiento de los síntomas siempre será esencial. Bajo este tenor, se podría observar a Cuba que sigue sirviendo al mundo con su “internacionalismo médico”. En esta pandemia Cuba envió brigadas de médicos a Lombardía, Jamaica, Granada, Surinam, Nicaragua y Andorra, también aceptó recibir un crucero con Covid-19.

Guerra contra los barones del petróleo

"Si hay realmente algo que debemos hacer es abandonar la burocracia por la democracia y eso es declarar la guerra en contra de los barones y accionistas de petróleo”. Esta declaración de Lenin estaba impulsada por la necesidad de acelerar la producción de combustible fósil a la que se negaban los propietarios de la industria.

Actualmente la bandera que toma esta declaración tiene el objetivo contrario: desterrar la industria de combustible fósil. Comenzando con la nacionalización de todas las empresas privadas que extraen y procesan y distribuyen combustibles fósiles. Las corporaciones como ExxonMobil, BP, Shell, RWE, Lundin Energy y el resto del paquete tienen que frenar. Esto sólo es posible si se las expropia el Estado. No se trata de liquidarlas; estas unidades tienen una tarea constructiva por delante.

La tierra ya se ha calentado bastante, y aunque cesen las emisiones seguirá siendo demasiado caliente. En consecuencia, tendría que sacarse el CO2 del aire. Actualmente hay un montón de empresas que están desarrollando máquinas de emisiones negativas. Una de ellas es la empresa suiza llamada Climeworks.

Climeworks utiliza máquinas que succionan aire, lo filtran y capturan el CO2 puro y concentrado. Esta tecnología se ha aplicado durante mucho tiempo en salas herméticas. Lo novedoso de está en su eficiencia para extraer el CO2 de la atmósfera terrestre, aún mayor que la "captura y almacenamiento de carbono en bioenergía" (BECCS, la solución especulativa más en boga en los días del acuerdo de París). BECCS consistía en plantaciones gigantescas (que arrasarían enormes cantidades de tierra) para cultivar árboles de rápido crecimiento, cosecharlos, quemarlos como combustible, filtrar el CO2 y almacenarlo bajo tierra.

En esta solución capitalista a un problema derivado del capitalismo se encuentra una objeción: toda empresa requiere mercancías para vender. Con excepción de la planta piloto en Islandia de Climeworks, las empresas emergentes de este mercado, en vez de enterrar su CO2 concentrado lo están convirtiendo en mercancías (como combustible) para volver a ser liberado en otro lugar, de modo que se pueda obtener ganancias.

Plantearse una acción contraria donde fuera enterrado el CO2 para nunca más volverse a usar niega la lógica de la mercancía porque el no consumo sería aquí la esencia de la operación. Aquí la contradicción que toda captura directa de aire encuentra es: “si se queda dentro de la forma de la mercancía, no puede cumplir con su promesa de emisiones negativas”. Ante este dilema sólo se encuentra una salida: el Estado. En el caso de que se encuentre cualquier otra tecnología más eficiente el dilema volverá a aparecer: “revender los residuos y perder el propósito, o respetar el valor de uso negativo. Es la fuerza productiva o las relaciones de propiedad”.

Para que el estado pueda operar las emisiones negativas requerirá mucho dinero, infraestructura, personal técnico, conocimiento científico especializado, redes logísticas, así como una organización supranacional. Todo ello, actualmente sólo se encuentra en manos de los barones y accionistas petroleros. Por tanto, es indispensable nacionalizar las empresas de combustibles fósiles y convertirlas en servicios públicos de captura aérea directa. No obstante, nada de eso serviría si se continúan las emisiones de CO2. Así que antes de poner en la agenda transitoria la nacionalización de las petroleras habrá que comenzar con restricciones y cortes draconianos.

A finales de abril de 2020, se estimaba una reducción de 5% de las emisiones anuales. Sin embargo, a pesar de su caída en la primavera por las restricciones de la movilidad, no alcanzaron a ser 7.6% de la reducción anual que los científicos dicen se requiere para frenar el aumento de 1.5 grados en la temperatura mundial.

Así, atacar el problema desde la demanda requeriría una “planificación integral y hermética” diseñada para todos los años que dure la transición con un programa de sustitución continua de un tipo de energía por otro durante el periodo de transición o “un plan económico único que abarque todo el país y todas las ramas de la actividad productiva” como proponía Trotsky. Estas medidas pueden encontrarse tan fuera de lugar para las clases dominantes que prefieren encontrar vida en Marte.

El objetivo de cero emisiones requerirá medidas de control – racionamiento, reasignación, inspección, sanción, orden– que coordinen el cese del uso de los combustibles fósiles. Las propuestas sobre el Green New Deal, el despliegue de energía renovable y la movilización en tiempo de guerra climático es lo suficientemente extensa como para guiar la transición varias veces, solo se requiere que el estado se “arremangue” y haga lo que tiene que hacer.

Sin embargo, si hay una observación persistente entre la Covid-19 y clima es que probablemente ningún estado capitalista tome voluntariamente cartas en el asunto. Tendrían que obligar la movilización popular desde campañas electorales hasta sabotaje masivo. El estado capitalista dejado a su suerte intentará actuar en el punto de ebullición y, tomando en cuenta su reacción a la Covid-19, implementará una medida de control para aplanar la curva: “la geoingeniería solar”.

El bombeo de aerosoles de sulfato en la atmósfera para reflejar la luz y enfriar la tierra es el único recurso que podría reducir la temperatura planetaria instantáneamente. Mientras la captura directa de aire requerirá décadas para disminuir las temperaturas; la inyección de aerosoles lo lograría en meses.

La geoingeniería solar podría implementarse globalmente como solución a la segunda contradicción, ante la negativa e incapacidad de los estados capitalistas para perseguir a los barones y accionistas del petróleo. Es ampliamente conocido que una intervención en la atmósfera de tal magnitud podría redirigir el planeta hacia otra catástrofe.

Un aliento pestilente devastadora humanidad

Es momento de experimentar con el “leninismo ecológico”. Sostenido por tres principios:

1. “Convertir las crisis de los síntomas en crisis de las causas”. Desde agosto de 1914, el impulso de la política leninista consistió en “convertir el estallido de la guerra en un golpe contra el sistema que la engendró”. La guerra climática que se libra actualmente es una emergencia crónica que llama, en cada crisis de los síntomas, a “cambiar las energías de mayor voltaje por los conductores”.

Rosa Luxemburgo advirtió que la humanidad tendría que elegir entre la aniquilación de toda cultura y humanidad o "la lucha consciente” contra aquello que impuso la guerra. En este siglo, la sociedad capitalista se muestra como un “aliento pestilente, devastador para la cultura y la humanidad” bajo un “orden de permanencia y agravamiento”; destrucción y muerte son los fines inevitables de un capitalismo dejado a sí mismo.

2. “La velocidad como virtud primordial”. Cualquiera que esté informado de la temperatura planetaria entiende lo imperante que es la velocidad en la acción climática. "Ahora nada se puede salvar a medias".

3. “El leninismo ecológico salta a cualquier oportunidad para arrebatar al Estado”. Colapsar las prácticas comunes del estado burgués y someter a control estatal a los sectores económicos que caminen hacia la catástrofe. No existe ningún indicio de que las petroleras quieran convertirse hacia las emisiones negativas o que las industrias de carne y aceite de palma dejen que sus monocultivos se reforesten. “Una transición real requeriría cierta autoridad coercitiva”.

El leninismo ecológico tiene como misión aumentar la conciencia de los movimientos espontáneos surgidos por las cíclicas crisis sintomáticas, y redirigirlos hacia los impulsores de la catástrofe.

Estos principios, así como los postulados leninistas, no deben aplicarse directamente a la realidad, si se espera que den frutos, éstos deben de ser analizados y modificados con las directrices de la lucha actual. Sin embargo, dos elementos parecen esenciales: a) la predisposición a la acción de emergencia y; b) la apertura a cierto grado de poder duro del estado.

Ejército Rojo de energías renovables

Las metáforas de la guerra se distienden cuando se juega la vida y la muerte a gran escala y la situación exige una movilización extraordinaria para sobrevivir. En esos momentos no sirven los discursos de paz pues transmiten un estado de calma.

El calentamiento global es 'una guerra mundial’ en el entendido de guerra como catástrofe. La primera objeción al término es si se lucha contra los síntomas o contra los detractores, “si se actúa reactivamente ante la destrucción o proactivamente para la prevención”.

Una segunda objeción más específica a la Segunda Guerra Mundial como metáfora y análogo dice que la crisis climática no es tan tangible como el bombardeo aéreo y tampoco se puede comparar con los propósitos de ésta. Pues mientras la segunda guerra mundial, desde la perspectiva estadounidense, se libraba por el orden mundial, defendía al capitalismo; y no demandaba la abolición de alguna de sus clases y se consumió tanto combustible fósil como fue posible. Los propósitos de la presente “guerra” son del todo contrarios. Por tanto, debe complementarse con otra metáfora y analogía: “el comunismo de guerra”.

Recién asaltado el palacio de invierno, tomado el poder, declarado la paz y librados de la guerra mundial, los bolcheviques se vieron saltando de una emergencia a otra. Las clases dominantes se reagrupado y atacaron desde todos los frentes, apoyados por tropas de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Japón, Canadá y otras naciones.

El sistema alimentario no pudo sortearse bajo las presiones de la guerra mundial, la guerra civil y la sequía de 1920, colapsando en la hambruna. Las epidemias volaron en toda Rusia: hubo brotes de tifus, cólera, viruela, peste bubónica y gripe española. El torbellino de catástrofes orilló a los bolcheviques a radicalizar sus políticas.

El proceso de nacionalización de empresas, desacelerado antes de la Guerra Civil, fue retomado por las bases obreras y los sindicatos. Una vez rodeados estos procesos por los enemigos, el estado contraatacó concentrando los medios de producción: nacionalizó la industria, el comercio y los bancos; se instituyeron formas de control estatal sobre sus economías; se arrasó con las élites privilegiadas; los campesinos se apoderaron de las fincas. La evaporación de las clases dominantes fue característica sobresaliente del "comunismo de guerra".

Por “comunismo de guerra” no se sugiere la práctica de ejecuciones sumarias, enviar destacamentos de alimentos al campo o militarizar el trabajo, sino tomar sus experiencias como aprendizajes de sus errores y aciertos. Entre 1918 y 1921, los bolcheviques contaron con un territorio reducido a la undécima parte de lo pactado en el tratado de paz de Brest-Litovsk. La resentida burguesía y las fuerzas aliadas ocuparon 99% de carbón y 97% de recursos petroleros. El bloqueo extranjero impidió toda importación. Rusia se encontraba desprovista de combustible fósil.

La organización económica del comunismo de guerra logró hacer frente a esta embestida. Los bolcheviques explotaron la madera de los bosques boreales que quedaba de su territorio. Este sustituto había proporcionado 17% de la energía consumida en 1913, para 1920 comprendía 83%. A falta de carbón, petróleo y maquinaria moderna; el estado estableció un "órgano supremo de la política de combustible”.

Se realizaron inventarios de las reservas de madera, se enviaron agentes para verificar las necesidades locales, se establecieron como prioritarios ciertos sectores, se introdujeron primas para acelerar la recolección y se organizó un sistema nacional que compartía gran parte del déficit.

Lo anterior, se basó en la aplicación masiva de trabajo manual: brigadas del Ejército Rojo fueron enviadas a los bosques; bajo el mando militar, el corte de la madera era razonablemente eficiente. Los trabajadores y los campesinos fueron dispuestos para la reparación de ferrovías, cortar y transportar madera. La Rusia bolchevique era estado de los trabajadores biocombustibles, “y durante dos años, ninguna chimenea roja envió tanto humo”.

Pero hay un abismo entre la privación forzada y la renuncia activa a los combustibles fósiles. Tan pronto como el comunismo de guerra terminó, las chimeneas reavivaron el fuego. Una transición que se aleje de los combustibles fósiles no necesita de una represión sino más bien de una mejora en la vida de las personas, pero ello conlleva un cierto grado de renuncia.

Al contrario de las fantasías de un “comunismo de lujo”, la escasez y las réplicas del trastorno planetario estarán presentes cuando las fuerzas anticapitalistas finalmente se abran paso. Se necesitará un asiduo programa de restauración, cuyas dos formas principales deben ser la reconstrucción y la reducción; el Colectivo de Salvamento llama a esto "Comunismo de Salvamento". El contenido es el mismo: "toda política debe convertirse en política de desastre". La crisis ecológica es nada menos que trágica.

El comunismo de guerra, tal como se practicó en Rusia entre 1918 y 1921, fue un intento de librar la catástrofe. El estado bolchevique tuvo que reclutar a viejos oficiales zaristas para el Ejército Rojo; aumentar la productividad repartiendo primas y fomentando la diferenciación salarial; aceptar la autoridad de los "especialistas burgueses" -ingenieros, técnicos, directivos- en los lugares de trabajo; renunciar a los ideales de las comunas y muchas otras cosas.

Paradójicamente, la emergencia dictó una continuidad contaminante con el antiguo régimen. No puede haber una ruptura limpia, el nuevo régimen tiene que tomar la parte vital y valiosa de las viejas instituciones y aprovecharlo en el nuevo trabajo. En el comunismo de guerra ecológico, nuestros especialistas burgueses serán reclutados en las compañías petroleras y en las empresas de nueva creación.

En cuanto a la salvaguarda de la democracia uno debe estar preparado para permanecer con el dilema, que explica Donna Haraway sobre “cómo ejecutar las medidas de control en una emergencia sin pisotear los derechos democráticos. Sino más bien asegurando, construyendo y sacando fuerza de ellos”. Este dilema ha sido abordado por una rama del socialismo y nunca lo ha soltado por principio: el leninismo antiestalinista. Aunque esta rama no tiene una solución directa, ha marcado algunas lecciones y principios inviolables a modo de controles sobre tal poder y promueve la vigilancia constante contra la burocracia como valor supremo. Así, el primer control es no infringir nunca la libertad de expresión y de reunión.

El futuro es el comunismo de guerra ecológica: saber vivir sin combustibles fósiles lo más pronto posible, romper la resistencia de las clases dominantes, transformar la economía, negarse a renunciar, completar la tarea con la fuerza y los compromisos necesarios, organizar el período de transición de la restauración, mantenerse en el dilema.

Dos días después de tomar el poder, los bolcheviques publicaron su decreto'En tierra', que hacía de todos los bosques, aguas y minerales propiedad del estado; medio año después, promulgaron una ley "Sobre los bosques", que dividió los bosques de Rusia en un sector explotable y protegido, este último reservado para lo que se llamó "la preservación de los monumentos de la naturaleza”.

La conservación de la naturaleza fue puesta en un carácter de urgente y de importancia para toda la República. A esta ley le siguió la legislación en 1921 que ordenó proteger "áreas significativas de la naturaleza" en todo el continente ruso, con la idea de no convertir estas áreas en lugares de ocio, sino dejarlos a un lado como sistemas naturales sin trabas en aras de la ciencia y la naturaleza misma. Otra tarea histórica para el leninismo ecológico en el siglo XXI es la expansión de algunos paisajes verdaderamente vastos en este planeta donde los seres humanos no pisan.

Poner fin a un imperialismo sin límites

Adorno, junto con Horkheimer, señala la objetivación de la naturaleza por el hombre, la cual es dispuesta a la extracción ilimitada bajo el riesgo ambiental. Este ímpetu por extender su poder en infinidades, el microcosmos y el universo, surge de la estructura de la sociedad. “El ataque totalitario de la raza humana sobre cualquier cosa que excluya de sí misma deriva de las relaciones inhumanas y no de las cualidades humanas innatas”.

La dominación de la naturaleza sobrepasa la historia del capital, pero no la de la sociedad de clases. Pero la explicación de "la dominación de la naturaleza" requiere otro estudio. En la crisis de la covid-19, la idea de Adorno es valiosa:"los seres humanos se vuelven conscientes de su propia naturalidad y llaman a detener su propia dominación de la naturaleza". El devastador derramamiento zoonótico debería hacer evidente que la defensa de la naturaleza y la lucha contra el capital es ahora defensa personal humana. Es responsabilidad de los humanos la organización consciente de esa defensa.

Debemos preguntarnos si, a mayor escala, la humanidad podrá prevenir la catástrofe. La construcción de un “sujeto global autoconsciente” debe intervenir las conformaciones sociales globales que amenazan su vida. Todo aquello que implique progreso tendrá que circunscribirse en esa línea. Toda medida concreta propuesta aquí y por muchos otros para llegar a un acuerdo con la naturaleza y poner fin al ‘imperialismo sin límites’ puede ser pensado como utópico, pero esas medidas son exactamente tan utópicas como la supervivencia.

Nexo con el tema que estudiamos: 

El texto hace un propuesta teórica desde la retrospectiva del comunismo de guerra desarrollado por Lenin en Rusia bolchevique de puntos centrales a tratar y discutir en la lucha por la preservación de la vida en el planeta. Al final, se trata de el mismo enemigo combatido desde diferentes frentes: el capitalismo pestilente. En este sentido se enlista una serie de acciones indispensables a exigir y encaminar en la acción para evitar el colapso medioambiental.