Onward Barbarians

Cita: 

End Notes [2020], "Onward Barbarians", End Notes, diciembre, https://endnotes.org.uk/other_texts/en/endnotes-onward-barbarians

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Diciembre, 2020
Tema: 
No-movimientos como expresión de confusión subjetiva en el colapso capitalista.
Idea principal: 

Endnotes es una serie de revistas y libros publicados por un grupo de discusión con sede en Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. El grupo original se formó en Brighton en 2005 principalmente a partir de un intercambio crítico entre ex participantes de la revista Aufheben y de la revista francesa Théorie Communiste.


El texto comienza haciendo un recuento de las diversas manifestaciones a nivel mundial cuando llegó la pandemia de la covid-19; ésta “parecía inicialmente implicar una ruptura en la lucha de clases, o al menos proporcionar recursos adicionales al aparato represivo”. Siguiendo el análisis de tres disidentes italianos, los autores coinciden en que el confinamiento representa, como Julien Coupat ha argumentado, “un nuevo modo de gobernar y producir cierto tipo de hombre”.

Por ejemplo, en Chile, México, India, Alemania y Estados Unidos se llevaron a cabo movimientos sociales. En el caso estadounidense, las protestas se extendieron por todo el país debido a la indignación que el asesinato de George Floyd a manos de la policía causó. En Chile los encierros habían privado a hombres y mujeres de sus ingresos hasta el punto de casi morir de hambre por lo que un gran movimiento de cocinas comunitarias autoorganizadas se extendió por todo el país. En México sucedió asesinato policial de Giovanni López ( un trabajador de la construcción que había sido arrestado por no usar una cubrebocas); mientras que en India los trabajadores migrantes rompían el confinamiento. Algunos trabajadores de los almacenes de Amazon en Estados Unidos y Alemania también comenzaron a hacer huelga en protesta por los malos protocolos de seguridad ante la pandemia.

Los autores citan a Julien Coupat quien argumenta que el confinamiento representa “una nueva forma de gobernar y producir un cierto tipo de hombre”: las movilizaciones masivas que habían sacudido a Chile desde octubre de 2019 fueron disueltas por el encierro, junto con un miedo generalizado a la pandemia en un país donde la salud es un bien caro. Otro ejemplo es el de Francia, ahí la larga huelga general contra las reformas de las pensiones terminó abruptamente cuando las reformas fueron aprobadas, al tiempo que se declararon los decretos sobre las primeras medidas de emergencia contra la Covid-19, sin pasar por el parlamento.

No obstante, las masas de todo el mundo no tardaron en desobedecer el confinamiento debido a la pandemia. Al tiempo que estallaron las manifestaciones contra el asesinato de Floyd en Estados Unidos, miles de personas marcharon desde las favelas de Sao Paulo exigiendo apoyo económico, mientras en Colombia y El Salvador, las personas salieron a las calles golpeando ollas para protestar por el empeoramiento del nivel de vida y exigir el fin de los cierres. Otras protestas sociales se vieron en Serbia, Etiopía, Kenia, Bielorusia y Nigeria.

Los autores interpretan este contexto caótico como la representación de metanoia: un giro de la sociedad en contra de toda la gama de aparatos que ya no pueden modelar exitosamente a las personas en “un animal sin otro hábitat que el trabajo asalariado y el capital”. Esto sucede en el marco de décadas de tasas de crecimiento decrecientes y de desempleo (ver Datos cruciales 1 y 2).

Los autores afirman que el "tipo de hombre" que produce el capitalismo contemporáneo no es uno aislado “socialmente distanciado y autocontrolado, sino una masa descontenta de hombres y mujeres dispuestos a rebelarse”, gracias al deterioro de las condiciones de vida, la alienación y el aparato policíaco.

1. Una acumulación global de no-movimientos

Aunque no se puede hacer una predicción de las consecuencias de la pandemia, es seguro que la era de las protestas, que comenzó con la crisis económica de 2008, no ha terminado. La mayoría de los levantamientos después de la era Obama han sido aplastados por la represión estatal, pero se han convertido en una guerra civil o se han convertido en partidos políticos que buscan administrar el estancamiento.

Sin embargo, los verdaderos cambios en la sociedad internacional se vieron con el ascenso de ISIS, el golpe de Abdel Fattah el-Sisi y la proliferación de un nuevo populismo representado por Donald Trump, Viktor Orban y Jair Bolsonaro. Los autores mencionan que algunos entienden el tránsito del movimiento Occupy a la presidencia de Trump a través de la dialéctica clásica de revolución y contrarrevolución.

Para los autores, no está claro si presenciamos una contrarrevolución: “estos neo-populistas no pueden producir ninguna hegemonía real, sino sólo poblaciones divididas”. Esto se ejemplifica con la victoria de Joe Biden (cristalizada por el miedo al fascismo). Pero ni la victoria de Biden es suficiente: la tendencia antiliberal está más bien ligada a las crecientes medidas estatales contra los movimientos de protesta. Éstos exigen soberanía, paz, orden y seguridad que ningún triunfo, de los Bidens o incluso Sanders del mundo, pueden garantizar a la población.

De ahí que los autores se centren en observar las tendencias de la crisis de representación (ver Dato crucial 3). Claramente visible, los autores apuntan a la nueva oleada de levantamientos que han surgido desde mayo de 2020, lo que indica que la década será aún más disruptiva y más intensa. Pero esta disrupción futura no significa que el mundo se dirige a un punto donde la revolución se vuelve inevitable ya que estos movimientos pueden sólo ser un indicio de un mundo ingobernable.

Los autores citan a Jacques Camatte quien dijo en 1972 que “a partir de mayo [de 1968] se ha producido el movimiento de la producción de revolucionarios”. La marcha del capital ha acumulado protestas desde 2008; además se dio un crecimiento en el número de personas con experiencias de movilización que potencialmente pueden comenzar a "comprender las necesidades existentes para la revolución".

Así, se concluye que este periodo es disruptivo (aunque no necesariamente revolucionario) y produce la posibilidad de una superación del capitalismo. Los autores insisten en que la acumulación de protestas sociales desde 2008 indica una intensificación continua de los conflictos de clases: la anarquía de nuestro período implica la nueva normalidad.

En Chile, por ejemplo, se puede identificar un “hilo rojo” que va desde la revolución pingüina en 2006 (cuando cientos de miles de estudiantes de secundaria paralizaron el sistema escolar exigiendo pases de viaje gratuitos y una reforma educativa) a los levantamientos generales de 2011. Y luego en 2019, cuando las masas salieron a las calles, lo que llevó a la reforma de la constitución. También en Estados Unidos se pueden identificar trayectorias como la anterior: donde Occupy Wall Street fue seguido por Black Lives Matter.

Sarcásticamente, los autores observan que estos levantamientos y los conflictos sociales intensos se vuelven normales que incluso la izquierda radical los descarta por no cumplir con sus “altos estándares” al llamarlos liberales, violentos, pasivos, informales, nacionalistas, “demasiado parte del statu quo o demasiado comprometido con la política de la identidad” [identity politics].

De esta manera, el texto argumenta que los sucesos presenciados desde 2008 son un aumento continuo de lo que el sociólogo iraní-estadounidense Asef Bayat ha descrito como “no-movimientos”, o sea, “la acción colectiva de acciones dispersas y desorganizadas”. Estos no-movimientos no son revolucionarios en sí mismos: según Camatte, son “revueltas pasivas”.

Las revueltas pasivas son “expresiones subjetivas del desorden objetivo de nuestro tiempo”. O sea que cristalizan la deslegitimación de la política durante el estancamiento y la austeridad constantes. Es la combinación de no-movimientos en constante aumento: involucran a muchas personas al tiempo que se da una disminución de la legitimidad democrática. Los autores afirman que esto describe la producción de “revolucionarios sin revolución”, tendencia que caracteriza nuestra era.

Las “prácticas de reclamo” de los no-movimientos se hacen sentir a través de acciones directas, algo que comparten con los movimientos sociales organizados convencionalmente (como los laborales o ambientales). Además, estas prácticas a menudo se centran en la identidad, debido a que en la actualidad la fragmentación de clases ha moldeado el horizonte de los no-movimientos.

La descomposición de clase se da en un momento de endeudamiento, donde gran parte de la población no tiene reservas. Se apunta que en la actualidad es racional para la clase proletaria y media recurrir a otras categorías para definir el lugar de uno en un orden mundial incierto.

Y aunque la clase sigue siendo la fuente principal de conflicto, la pertenencia a una clase está calibrada por una multitud de variables (edad, género, zona geográfica, etnicidad o religión) que también ponen límites reales en las luchas sociales. Los autores afirman que estas categorías hacen de la política de identidad una expresión de la lucha de clases.

Los autores son muy cuidadosos al hablar de la política de identidad, ya que no quieren descartarla, denunciarla, exaltarla ni confundirla con el liberalismo o el reformismo, pero reconocen que hay aspectos liberales en los no-movimientos, en el sentido de que se ven obligados a confrontar las tendencias antiliberales actuales.

Las políticas de identidad revelan cómo hombres y mujeres comienzan a concebir la realidad en categorías más allá de los imperativos de la economía, al mismo tiempo que chocan con las consecuencias del neoliberalismo. La política de identidad es, para los autores, “el modo necesario de politización de un sujeto neoliberal para quien los predicados de la identidad parecen ser simultáneamente esenciales y no esenciales, empoderadores y debilitantes”, lo que se observa en las protestas estadounidense después del asesinato de Floyd.

Así, se asiste a un cuestionamiento a las costumbres, representaciones y modos de reproducción que no son ajustables a un proletariado desindustrializado. Para Bayat, los no-movimientos implican “una revolución sin revolucionarios”, porque no están “anclados en visiones estratégicas o programas concretos”. Sin embargo, los autores de este artículo lo consideran diferente: discutiendo en contra de Bayat, lo que se observa es lo contrario a su idea, es decir, la producción de revolucionarios sin revolución. Si bien, millones de personas se manifiestan en las calles, aún no tienen ninguna noción coherente de trascender el capitalismo.

Por otro lado, contra Lind (crítico de la política de identidad), los autores insisten en que los no-movimientos apuntan al núcleo disruptivo de nuestra era ya que el estancamiento capitalista implica una crisis para la representación política, y por lo tanto, el fin de los movimientos políticos en el sentido clásico.

En este tenor, los no-movimientos expresan la dimensión antagónica de las políticas de identidad en el sentido de que no pueden constituir un pueblo y rara vez articulan demandas políticas claras. También producen una corriente interminable de demandas parciales y casi imposibles de cumplir, pero cuyo impulso puede ser útil.

Dentro de los muchos no-movimientos del mundo, que incorporan grandes franjas del proletariado y a la clase media, existe la esperanza de constituirse como un nuevo sujeto. Los autores apuntan que a veces se vinculan con partidos, sindicatos. Y aunque el nacionalismo y el populismo han vuelto, los no movimientos tienden a ser capaces de movilizarse solo como una multitud, interrumpiendo el orden establecido.

Algunos no-movimientos han logrado reformar constituciones, derrocar gobiernos y obligar a presidentes y primeros ministros a renunciar (como en Chile, Perú y Guatemala). Sin embargo, en el marco de la crisis de un capitalismo estancado, los no-movimientos apuntan a la necesidad de un universalismo que tiene que ir más allá de los movimientos obreros clásicos.

Por ejemplo, en el aspecto simbólico, la identidad media en la clase y así la rabia proletaria toma el color del amarillo (como con los Chalecos Amarillos en Francia) o del negro (en Estados Unidos por George Floyd), en lugar del rojo. En consecuencia, la trayectoria de un mundo de trabajadores a un mundo de proletarios, llevó la lucha de clases más allá de las formas y retóricas tradicionales de la política.

El objetivo de los autores no es solo insistir nuevamente en que el movimiento obrero se ha debilitado a nivel mundial desde la década de 1970, sino que la composición de clase en sí misma se revela negativamente, como descomposición, y, en consecuencia, nuevos símbolos ideológicos dan forma a las protestas de los movimientos sociales. Además, enfatizan que la lógica del no-movimiento expresa la dimensión antagónica y la base social de la política de identidad. Los autores pretenden demostrar cómo el status quo cada vez más disruptivo está necesariamente atravesado por problemas de identidad.

Los autores postulan la idea de que lo que estamos presenciando hoy es una confusión identitaria generalizada: con estos confusos cánticos y símbolos, los no-movimientos se declaran en contra el Estado (o imperio) y comienzan a cuestionar un modo de producción que ya no es capaz de producir bienestar. En suma, los no-movimientos, expresan la necesidad de una nueva reproducción de la existencia cotidiana.

Así, el impulso de la lucha transitó hacia la furia y desesperación de los chalecos amarillos o los levantamientos en Chile, Ecuador, México, Perú y Guatemala. De esta manera, si el capitalismo no puede reformar su reproducción social, será impotente cuando se le pida que satisfaga las explosivas necesidades de los no-movimientos.

2. Confusión e ingobernabilidad

Los autores continúan describiendo a los no-movimientos y una característica unificadora de ellos es que luchan sobre la base de un capitalismo estancado (ver Dato crucial 4). Así como el estancamiento de la industrialización llevó a la caída de la Unión Soviética, la era actual de estancamiento y desindustrialización ha llevado al debilitamiento de la socialdemocracia europea.

Este proceso ha sido paralelo al auge de los partidos antiliberales y, desde 2008, a las duras medidas de austeridad. Como reacción, se ha visto la disrupción de los valores liberales y la defensa de las necesidades básicas de un proletariado empobrecido cada vez más fragmentado. Según los autores, esta fragmentación no implica necesariamente división: muchas veces obliga a la gente a unirse en alianzas reales, aunque débiles.

Además, los no-movimientos no sólo designan las explosiones de disturbios y ocupaciones donde la clase media, el lumpenproletariado, los islamistas y las feministas participan para unirse contra un enemigo. También apuntan a un repertorio de hábitos y vivencias: una política cotidiana que posibilita rupturas y estallidos violentos.

En este sentido, los no-movimiento se han convertido en la forma hegemónica de lucha, solo porque reflejan una crisis de representación más amplia: los no-movimientos pueden describirse como procesos destituyentes más que constituyentes.

Los autores enfatizan que, en la actualidad, todo poder se vuelve destituyente, en el sentido de que los flujos de capital hacen que el orden político sea cada vez más difícil de gobernar; y esta ingobernabilidad se ve en la formación de los no-movimientos como respuestas a una gobernanza draconiana y como respuesta a la violencia policial.

Así, los autores observan un enojo generalizado y difuso contra la injusticia de un régimen de crisis, lo que ha definido en gran medida una marea creciente de lucha de clases y movilización popular en todo el mundo desde 2008. Este detalle explica por qué los no-movimientos se han centrado tan a menudo en la policía y el antirracismo.

Sin embargo, los autores plantean que la movilización social se enfrenta a la capacidad limitada de ir más allá de una unidad negativa (una unidad contra el racismo/policía/élites), para establecer una fuerza social o política positiva y creativa.

De esta manera, los perpetuos problemas de las políticas de identidad son sintomáticos de este límite. Es decir, la movilización masiva no es capaz de encarnarse y sostenerse a sí misma dada la atomización y fragmentación de sus miembros. En el caso de la demanda estadounidense de “desfinanciar a la policía”, se refleja una tendencia más amplia a no luchar por apoderarse del Estado, sino simplemente enfrentarse al aparato estatal, o sea, austeridad contra austeridad. Y para los autores, ya no hay un centro estable, sino una estructura de clases altamente segmentada que reconfigura el terreno de movimientos clásicos como el fascismo y la socialdemocracia.

Los autores concluyen que los no-movimientos son la expresión subjetiva de un desorden que tiene sus raíces en el estancamiento del capitalismo. Así, las políticas de identidad anuncian hoy un regreso de lo político en lugar del nacimiento de una era pospolítica. No obstante, la política ya no produce una estabilidad significativa.

La política divide a la población contra sí misma y a conflictos intensificados y cismas más profundos. Aunque el callejón sin salida de la identidad representa una pérdida de la comunidad, se observa poco anhelo de volver a los sistemas de la socialdemocracia y el fascismo. Los autores apuntan que el liberalismo se ha convertido en una fuerza disruptiva en un momento en que amplios sectores de la izquierda se están volviendo cada vez más conservadores porque abrazan al populismo nacionalista que alimenta a la derecha.

Paralelamente, las fuerzas antiliberales y fascistas ganan fuerza en el terreno político. Los autores mencionan que no se puede atribuir el ascenso de estos proyectos reaccionarios a los no-movimientos ya que ellos mismos son expresiones del desorden de esta época.

Aunado a lo anterior, el cierre de fronteras, el giro hacia el nacionalismo, las duras políticas de refugiados y la victoria de la derecha populista en naciones como Polonia y Hungría, revelan proyectos antiliberales en países donde no existen los no-movimientos.

Por lo tanto, en un mundo caracterizado por el estancamiento de la productividad y la desindustrialización, el estado capitalista contemporáneo dejará en manos de la ciudadanía la satisfacción de las necesidades básicas. Lo anterior explica por qué las masas cada vez más grandes se movilizan por los valores liberales y democráticos, al tiempo que odian a una policía a la que se le han asignado las tareas sucias de un orden ingobernable (ver Dato crucial 5).

3. Un nuevo desorden mundial

En esta sección los autores hacen referencia al pensador marxista italiano Amadeo Bordiga quien escribió Trac ciato d'impostazione después de la Segunda guerra mundial. El texto es un ensayo donde Bordiga buscó aclarar la definición de un movimiento revolucionario en un momento en el que el "democapitalismo" reinaba supremamente y la teoría comunista en sí misma había perdido su significado como una ciencia experimental radical para generar el cambio social.

Para Bordiga, el antifascismo, la democracia y el marxismo se habían convertido en el principal obstáculo para cualquier perspectiva verdaderamente comunista. La victoria de los Aliados en 1945 no sólo obstruye la revolución en Europa, sino que transformó el imaginario comunista original en uno democrático que, en última instancia, alejaría a los proletarios del movimiento obrero. Así, Bordiga declaró que el marxismo se estaba convirtiendo en una ideología para la pequeña burguesía o en una simple defensa del liberalismo y la democracia.

Los autores especulan que Bordiga quizás hubiera estado de acuerdo con Mario Tronti, quien insistió que “el movimiento obrero no fue derrotado por el capitalismo, fue derrotado por la democracia”. El diagnóstico de Bordiga de la era posterior a la Segunda guerra mundial ayuda a entender el crecimiento de los no-movimientos, que a menudo luchan por valores aparentemente liberales y presionan al Estado desde abajo.

Los tiempos políticos actuales se caracterizan por la esta crisis de la Pax Americana que interrumpió el desenvolvimiento revolucionario. Eso se ejemplifica con el ascenso de Trump, Bolsonaro, Duterte, Modi, Orban, Putin e incluso Macron revela que el orden es de disrupción, lo que David Ranney ha llamado “Un nuevo desorden mundial”.

Regresando a la concepción de Bordiga, al analizar el conflicto social y las instituciones sociales, el pensador italiano repudió expresiones cargadas de valores como "conservador", "progresista" o incluso "revolucionario", ya que la tarea del marxismo, es entender cada movimiento o institución social en sus dimensiones “conformista”, “reformista” o “anti-formista”.

En primer lugar, un movimiento conformista es una fuerza que busca mantener intactas las formas e instituciones existentes, prohibiendo cualquier transformación. Los movimientos reformistas son aquellos que, sin buscar alterar abrupta y violentamente la existencia instituciones, abogan por cambios graduales y parciales del orden actual. Y por último, los movimientos anti-formistas implican un asalto a las viejas formas y tienden a romper el antiguo orden, provocando el nacimiento irresistible de nuevas formas.

Para los autores, si se adopta la tipología de Bordiga, la categoría anti-formista es la que aumenta anualmente a medida que más y más personas expresan su frustración con el orden establecido: la proliferación de no-movimientos refleja la inestabilidad de la postindustrialización y, por lo tanto, puede describirse como “antiformista”.

Sin embargo, los no-movimientos pueden fácilmente convertirse en movimientos reformistas o incluso conformistas, si siguen siendo incapaces de evitar las tendencias hacia la guerra civil y la violencia nihilista. Por ejemplo, las guerras civiles en Libia y Siria revelan cuán fácilmente la guerra convierte a las organizaciones de masas revolucionarias en estafas militares que necesitan dinero, armas y reclutas.

Bordiga también hace una crítica de la democracia que los autores retoman. El desarrollo de 2008 a 2020 muestra que los no movimientos encuentran su límite en la represión y la representación (o en la guerra y la democracia). Los dos pueden combinarse para debilitar los no-movimientos, por ejemplo, vinculándolos al Estado o convirtiéndolos en partidos políticos o sindicatos.

Los autores encuentran la razón de este fenómeno en las necesidades de los mismos no-movimientos y de su incapacidad para superar sus límites. No obstante, si la acumulación de luchas antigubernamentales continúa aumentando, entonces será necesario que los no-movimientos desarrollen su crítica instintiva de la represión y la representación en una crítica despiadada de la guerra y la democracia.

Así, el texto propone una estrategia que busca dar rienda suelta a la lógica anti-formista de los no-movimientos; ésta debería implicar una discusión de los problemas de la mediación política y de la defensa de la antipolítica. Los autores explican que si los levantamientos pretenden evitar a la guerra y a la democracia, se requeriría una perspectiva estratégica que desafíe las divisiones ideológicas e identitarias dentro del proletariado y la clase media.

En este sentido, Perry Anderson señaló en 2017 una de las razones por las que el sistema está ganando: el miedo en lugar de la ira moviliza a la izquierda. Pero los autores consideran que los no-movimientos desafían la represión policial, los encierros; mientras que el miedo a la Covid-19 reúne a miles de personas en las calles. Así, se da un cuestionamiento de la normalidad capitalista que será aún más importante a medida que la economía continúe estancada y los no-movimientos sean empujados en una vía más revolucionaria.

Si bien, a los no-movimientos no les interesa ser revolucionarios, éstos podrían ser capaces de hacer. Sin embargo, los autores apuntan que para que éstos sobrevivan, deben inspirar la creación de formas de vida capaces que pretendan lograr meta más allá del dinero y del trabajo asalariado. Eso implica un nuevo uso de los medios de producción como herramientas contra el capital, herramientas que también permiten compartir el trabajo necesario para que la vida se convierta en algo más que mera supervivencia.

Por otra parte, la Covid-19 casi detuvo la máquina capitalista. La pandemia ha revelado la incapacidad del Estado capitalista para albergar la vida sin cerrar una economía que se ha vuelto casi inseparable de la existencia humana. Así, para los autores el único camino a seguir es, como insistieron los bordiguistas en 1953, luchar por la “desinversión del capital” radical. Es decir, que implica una mejor asignación de la proporción de los medios de producción en relación a los bienes de consumo aunado a la elaboración de un plan de subproducción, o sea, de la concentración de la producción en lo necesario.

Los autores argumentan que los no-movimientos revelan un punto de unidad en el hecho de que todos están condicionados por los estragos del estancamiento económico. En este contexto, la confusión identitaria ayuda a entender lo que son: expresiones subjetivas del declive económico. Además, la conciencia de clase, en el período actual, sólo puede ser la conciencia del capital (ver Dato crucial 6).

4. Todos somos bastardos ahora

Para los autores, las protestas en Estados Unidos y Francia, son señales de un patrón más amplio de lo que sólo puede llamarse antipolítica. Pero, como ocurre con muchos no-movimientos contemporáneos, desde la Primavera Árabe hasta los Chalecos Amarillos y Black Lives Matter, la “rabia contra la policía a menudo sustituye a un odio más amplio hacia la política”.

Se apunta que lo anterior no se debe simplemente a que la policía sea la manifestación inmediata de la represión estatal: la policía es símbolo de que el aparato estatal sigue vivo en una era de austeridad y de pandemia mortal. Es decir, el Estado ha demostrado ser incapaz de proteger a la población de una crisis de múltiples causas, así, su función principal se vuelve contener las consecuencias de las crisis mediante el disciplinamiento de la población. En pocas palabras, el Estado se reduce a su función policial.

Los lemas que atacan a la policía podrían señalar una deslegitimación más amplia del Estado moderno. La violencia policial, las cuarentenas, el distanciamiento social y las medidas de cierre se convirtieron en detonantes de una nueva ola de disidencia social, reflejando la aguda crisis de representación política.

Aunado a lo anterior, se sabe que la policía es universalmente brutal, porque el trabajo selecciona y fomenta una personalidad autoritaria y el papel de la policía en la protección de la riqueza y la propiedad siempre ha convertido a la policía “en el enemigo natural de la clase trabajadora”.

No obstante, si los policías tienen la sensación de que no son respetados ni por la clase trabajadora ni por la burguesía, eso les puede conducir al “cinismo”. Si bien es cierto que “todos los policías son bastardos” (ACAB, por siglas en inglés), también es cierto que al reaccionar a su sentido de abandono e ilegitimidad, los policías podrían llegar a verse a sí mismos como bastardos o como “los niños no reconocidos de una sociedad enferma”.

Así, lo verdaderamente preocupante es la posibilidad de que un segmento creciente de la población se identifique con esta brutalidad policíaca, lo que plantea un peligro fascista real. Sin embargo, como señaló Camatte en 1968: “es peligroso delegar toda la inhumanidad a una parte del todo social, y toda la humanidad a otra”.

Los autores mencionan que el riesgo no es simplemente que este va en contra de un principio básico de humanismo sino que también "descarta efectivamente la posibilidad de socavar la fuerza policial". Según Camatte, centrar nuestros ataques en la policía significa "perpetuar un ritual en el que la policía siempre tiene el papel de subyugadores invencibles”.

A este respecto, el texto propone otra estrategia: circunnavegar a la policía e incluso explotar las posibles contradicciones dentro del campo enemigo. Una crítica contemporánea de la violencia requiere la necesidad de inteligencia revolucionaria (como cuando masas de mujeres rodean a la policía en Bielorrusia, o el Muro de las Mamás protege la línea del frente en Portland, por mencionar algunos ejemplos).

Para los autores, es más estratégico deslegitimar a la policía, deslegitimando el sistema en su conjunto. El espectro de la guerra civil sólo puede disiparse mediante la deserción. Se plantea la hipótesis de que, quizás al odiar a la policía, se odia en lo que la sociedad se ha convertido.

Según los autores, todos nos hemos convertido en “bastardos”. Si eso es así, está claro que ni “abolir” a la policía resolvería ese problema más profundo. Desfinanciar significa que el dinero gastado en la policía y las prisiones, podría abordar los problemas sociales subyacentes que se espera que la policía maneje o contenga. Pero eso ignora el hecho de que la policía y las prisiones son los programas sociales más baratos: “la expresión misma de la austeridad” y, por lo tanto, de poca utilidad para la redistribución.

Además, "abolir", significa reemplazar a la policía con alguna otra institución (de seguridad privada, por ejemplo) que probablemente presenta “patologías similares o relacionadas”. Los autores retoman el término “abandono organizado” que señala cuando la política se reduce a la policía.

Sería problemático abolir a la policía sin abolir el capitalismo. Por ejemplo, en el sur de Chicago, la tasa de homicidios alcanzó brevemente los niveles brasileños en 2020. Mientras que la "policía" privada de la Universidad de Chicago en Hyde Park, está mejor financiada que todos los distritos locales juntos. Así, la cuestión de la seguridad privada es, después de todo, “un arreglo mucho más rentable para los ricos”.

No obstante, los autores mencionan que los no-movimientos tampoco deberían optar por un principio abstracto de no violencia. Aunque apostar por protestas menos pacíficas causó en Chile la muerte de al menos 30 personas desde octubre de 2019 y alrededor de 500 tienen lesiones en los ojos (ver Dato crucial 7).

5. Una ciencia de las especies

Los autores identifican que las Primaveras Árabes y Occupy fueron las primeras señales de una marea creciente de no-movimientos. No obstante, éstos tienen un "problema de composición", entendido también como un problema de una "política de identidad" que parece haber surgido junto con la desaparición del movimiento obrero.

Respecto a la política de identidad, se apunta que muchos críticos de izquierda de las políticas de identidad han asumido que hay sólo una cuestión de identidad en torno a la cual los restos del movimiento obrero aún podrían reunirse, a saber, el "nacionalismo ciudadano". Pero los autores apuntan que solo la derecha puede prosperar de manera viable en ese terreno.

Así, el texto le pone más atención a la "política de identidad", ya que ésta no es simplemente un espectro que acecha a la izquierda socialdemócrata: se ha convertido en un término usado casi universalmente. Es por eso que los autores toman a la “política de identidad” para señalar algo más que un conjunto de límites que los no movimientos contemporáneos deben enfrentar. Asimismo, las políticas de identidad constituyen el terreno mismo en el que se desarrollan la mayoría de las luchas en la actualidad.

El principio organizativo central de los no-movimientos ha sido el enojo y disgusto contra la injusticia o la corrupción, contra la policía, los políticos o las élites en particular. Sin embargo, los autores apuntan a que este enojo no es suficiente para crear una verdadera unidad dentro de los no-movimientos. Además, los no-movimientos se reúnen bajo la bandera de los enfurecidos e indignados, pero detrás de ella se ocultan verdaderas divisiones de intereses.

De esta manera, la política de identidad tiende a delinear los potenciales límites de cualquier lucha de clases que se extienda más allá de un sector particular de clase. En Estados Unidos, por ejemplo, la clase parece estar mediada por la etnicidad; el estrato más pobre y desfavorecido de la sociedad es desproporcionadamente de ascendencia africana o nativa.

Otro problema surge con esta forma de apariencia, ya que es verdad que existe una clase media afroamericana y nativa; así como blancos pobres que a menudo son tergiversados ​​como privilegiados. Dentro de la imaginación estadounidense liberal, la clase trabajadora blanca ha llegado a ser vista como racista e identificada con la base de Trump, mientras que los conservadores persisten en asociar al grupo con trabajos de sostén de familia desaparecidos desde hace mucho tiempo, incluidos los oficiales de policía.

Tanto para los liberales y los conservadores estadounidenses, la clase se divide a lo largo de una línea simultáneamente moral y racial, pero qué "raza" se asocia con qué lado de esta dicotomía maniquea (pro liberales o pro conservadores) depende en gran medida de la lealtad liberal o conservadora del observador.

Asimismo, las luchas por la identidad han llegado a dominar la esfera política en todas partes. Lo anterior tiene que ver con una tendencia general: las generaciones más jóvenes, más liberales y progresistas se enfrentan a sectores conservadores y más viejos de las poblaciones que tienen influencia desproporcionada sobre la política. Esto es interesante porque los no-movimientos del mundo han trastocado a la política conformista con su ímpetu anti-formista.

Entonces los autores llegan a la conclusión de que, en la actualidad, toda política tiende hacia políticas de identidad, no porque las divisiones identitarias se hayan endurecido sino porque cada vez se cuestionan y se confunden más. Se identifican algunas razones para que eso pase: en primer lugar, se trata de una simple función del estancamiento capitalista en curso. En segundo lugar, las identidades se cuestionan aún más, hasta el punto en que se cuestiona su propia supervivencia. En este sentido, Black Lives Matter puede verse como un ejemplo de un patrón general que ha caracterizado la acumulación global de no-movimientos.

Hay pocas dudas de que los proletarios negros abrieron el camino, tanto en el motín inicial de Minneapolis como en los casos posteriores de saqueos selectivos en Chicago y Filadelfia. Sin embargo, en la gran mayoría de las protestas, e incluso en muchos disturbios, los participantes que se identifican como “blancos” parecen haber constituido la pluralidad de la gente en las calles.

Los autores ven la movilización masiva de los blancos estadounidenses como un hecho que marcó este levantamiento y lo distinguió de otros movimientos, como Black Lives Matter en 2015, así como la ola de disturbios que arrasaron las ciudades estadounidenses en la década de 1960. Pero si el “antirracismo” era la consigna universal del movimiento, los autores señalan que ésta significaba cosas diferentes para diferentes personas.

La traición a la blancura, mencionan los autores, no fue una traición estratégica con el poder de la clase trabajadora como objetivo, sino más bien una traición espontánea de los sujetos neoliberales que se niegan a ser lo que son. Se observa una confusión de los no-movimientos caracterizada por la rebelión contra una condición de soledad, pero las revueltas rara vez satisfacen las ganas de formar comunidad.

Lo anterior apunta a una falta de coherencia que no es una ventaja táctica o estratégica. Fue la escala y el alcance de las movilizaciones, más que su diversidad de tácticas, lo que abrumó a la policía, y fue la brutalidad inicial de la policía la que a menudo fue responsable del alcance. La confusión de la movilización, así como su falta de organización sostenida, es un obstáculo para la extensión de la lucha.

Con la confusión de la identidad de los participantes de los no-movimientos, éstos representan una ventana en la que podemos ver la formación de un nuevo tipo de humano. Así, los autores argumentan que los no-movimientos potencian y radicalizan los cambios en la reproducción de la vida humana. Entonces, la confusión de identidades es la condición de posibilidad de revuelta hoy, pero al mismo tiempo, es un límite que debe ser superado; lo que necesitará de una confusión organizada.

Sin embargo, dado que los no movimientos son los signos subjetivos del estancamiento del capitalismo, su tarea más importante es orientarse hacia el fin potencial de un sistema que ya está en declive crónico. Asimismo, los no-movimientos señalan que el proletariado ya no tiene ninguna tarea romántica: lamentablemente no puede movilizar a un pueblo ni luchar por la hegemonía.

Se plantea que los primeros pasos para salir de esta era anárquica radican en las confusiones de identidad que dan impulso a los no-movimientos. Este impulso hasta ahora no ha sido saciado con victorias ni aplacada por la represión, lo que apunta a que el periodo actual seguirá marcado por la acumulación de revolucionarios sin revolución.

Quienes protestan se visten de amarillo y utilizan el lenguaje fragmentado de la identidad -en lugar de la clase-, porque todo el marco de la izquierda se ha derrumbado. Si un antirracismo pragmático aplastó al tipo performativo durante el levantamiento de George Floyd, esto se debe a que “la pragmática de la revolución ya no toma su poesía del mundo muerto de las ideologías”.

Los autores sugieren que la revolución del siglo XXI debe “dejar que los muertos entierren a sus muertos para llegar a su propio contenido”. Así, la tarea consiste en comprender cómo los mismos no-movimientos revelan la tendencia anti-formista de la actualidad, y cómo, en su confusión, se identifica el eclipse de las formas sociales llamadas capital, estado y clase.

Como el comunismo es el verdadero no-movimiento que suprime estas formas sociales mencionadas anteriormente, los autores les comunican a las masas, que se enfrentan al inestable orden: ¡avanti barbari! - adelante bárbaros.

Datos cruciales: 

1. Gráfica 1.

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2. La Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos anunció las peores cifras mensuales de desempleo en los 72 años para los que la agencia tiene datos registrados. Por otra parte, el Banco de Inglaterra advirtió que Reino Unido enfrentará su mayor caída en la producción desde 1706.

3. Gráfica 2.

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El eje derecho (verde) muestra que entre 2008 y 2019, hubo un aumento de las luchas contra el gobierno en todo el mundo de alrededor del 11%. El eje izquierdo (en rojo) muestra la disminución constante de la legitimidad política desde 2008.

4. Gráfica 3.

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5. Gráfica 4.

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6. Gráfica 5.

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7. Gráfica 6.

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Nexo con el tema que estudiamos: 

El artículo de Endnotes es muy interesante ya que hila las protestas alrededor del mundo (pensándolas desde las primaveras árabes, hasta los chalecos amarillos) como no-movimientos, es decir, como una expresión de descontento generalizado ante las condiciones precarias de vida introducidas por el neoliberalismo y que ven su cenit en la actualidad. Es interesante ver la opinión que los autores tienen sobre la política de identidad y su potencial emancipador (política que ha sido muy criticada por la izquierda).