Economics and energy. The economics of the climate

Cita: 

The Economist [2021], "Economics and energy. The economics of the climate", The Economist, London, 30 de octubre, https://www.economist.com/special-report/2021/10/27/the-economics-of-the...

Fuente: 
The Economist
Fecha de publicación: 
Sábado, Octubre 30, 2021
Tema: 
Los combustibles fósiles se convirtieron en parte integrante del crecimiento industrial. Revertirlo requiere de un cambio de paradigma económico.
Idea principal: 

La primera fábrica de algodón de Rothesay se inauguró en 1779, utilizando el agua que salía de Loch Fad para impulsar un nuevo tipo de máquina de hilar que estaba transformando la industria textil: el bastidor de agua de Richard Arkwright. Pero la corriente resultó no ser suficiente y poco potente.

Hacia 1800, la hilandería funcionaba con máquinas de vapor basadas en el diseño de James Watt. Pero el envío de carbón a la isla era caro y el futuro industrial de Rothesay parecía cada vez más sombrío.

El ingeniero Robert Thom cambió la situación. En 1810, aumentó el suministro de agua con una presa y drenaje para alimentarla, e instaló una ingeniosa esclusa automática para controlar el flujo de agua y así asegurar una perfecta uniformidad. La potencia de los molinos se duplicó y se retiraron las máquinas de vapor.

La versión de los libros de texto sobre la revolución industrial británica indican que la máquina de vapor la impulsó proporcionando más energía de la que era posible anteriormente. A finales del siglo XIX, eso era cierto.

Pero explicar la rápida utilización del carbón a finales del siglo XVIII y principios del XIX en términos de sólo potencia de vapor es poner el carro delante de los caballos. El vapor triunfó cuando todavía había mucha energía hidráulica sin explotar. Incluso en la década de 1830 la industria no sacaba más del 10% de la energía hidráulica que había disponible en las “Midlands” inglesas.

Lo que diferenciaba al vapor eran varias ventajas que atraían a los inversores. La más importante era la posibilidad de construir nuevas fábricas a vapor cerca de las antiguas en ciudades que ya contaban con industrias textiles, siempre que hubiera un suministro de carbón en las cercanías.

Las grandes ciudades industriales fomentaron el flujo de ideas y habilidades que hicieron más rápida y fácil la mejora del vapor. El desarrollo del condensador de Watt no sólo mejoró un molino y una máquina de vapor en particular. Hizo que todas las máquinas de vapor posteriores mejoraran. Y por más buenas que fueran las ruedas de agua, éstas nunca iban a impulsar locomotoras o barcos.

A medida que avanzaba el siglo XIX, el crecimiento se vio impulsado cada vez más por la búsqueda y aplicación del conocimiento técnico. Es posible que la maquinaria de carbón no haya iniciado la Revolución Industrial, y mucho menos la nueva actitud hacia el capital, el crecimiento y la inversión que la sustentaba. Pero universalizó lo que comenzó como algo peculiarmente británico y parroquial. Sostener el crecimiento requería cada vez más energía, más tarde se le unieron otros combustibles fósiles, especialmente el petróleo y el gas.

Autores como Andreas Malm, consideran que los siglos de intimidad estructural entre los combustibles fósiles y el sistema capitalista, inaugurado por los molineros y las minas de Inglaterra, significan que no se puede eliminar los combustibles fósiles sin demoler también el capitalismo.

Lo que deriva en una cuestión de capitalismo contra el medio ambiente. Desde este punto de vista, la insistencia de la industria de los combustibles fósiles en poner sus propios beneficios por delante de los riesgos globales que suponen éstos, no solo es un freno a una política climática, sino un signo de la incapacidad sistémica para alcanzar los objetivos climáticos en una economía capitalista.

Es esencial que el mundo pueda demostrar que esta tesis es errónea. Para ello, hay que tener en cuenta el aspecto del capitalismo que más preocupa a los ecologistas: el crecimiento.

Para desarrollarse reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles, los países del Sur global necesitan nuevas tecnologías e inversiones. El crecimiento proporcionado por el capitalismo es lo que proporciona ambas cosas, y la mayoría de los economistas lo consideran crucial para poner fin a la era de los combustibles fósiles.

Entonces, lo que se necesita es encontrar una forma de crecimiento que no esté ligado al crecimiento de las emisiones de carbono.

La cuestión se resume muy bien en una fórmula atribuida a Yoichi Kaya, economista japonés del ámbito energético, que relaciona el tamaño de la economía, la escala de las emisiones y la cantidad de carbono en el sistema energético:

Las emisiones son el producto de la población, el PIB per cápita, la energía utilizada por unidad de PIB y las emisiones de carbono de esa energía. Para reducir las emisiones hay que reducir uno o varios de esos cuatro factores.

La acción privada y gubernamental sobre el clima se ha concentrado en los dos últimos: las emisiones de carbono por unidad de energía (descarbonización) y el uso de energía por unidad de PIB (eficiencia). Sin embargo, los insuficientes resultados dan a entender que es momento de examinar los otros dos.

La historia del siglo XX muestra que la reducción de la población, aunque todavía se habla
como un objetivo a largo plazo, no es un curso de acción que los gobiernos puedan perseguir de manera efectiva y decente.

Eso deja el PIB por habitante. Cuando éste crece como lo ha hecho por un factor de diez en todo el mundo desde el siglo XIX, la energía, la eficiencia y la intensidad del carbono deben mejorar simplemente para mantener las emisiones de carbono estables.

Si el crecimiento se detiene, los beneficios de una mayor eficiencia energética y una reducción de la intensidad del carbono pueden ir directamente a la reducción de emisiones.

Desde el acuerdo de París de 2015, el debate sobre el decrecimiento se ha convertido en un tema cada vez más candente entre algunos ecologistas, economistas heterodoxos y otros académicos. Algunos lo ven como una estrategia exclusiva para el Norte global, que consideran que no necesita más riqueza, mientras aceptan la necesidad de que los países del Sur global crezcan. Otros dudan de la idea del crecimiento sostenido.

El problema moral es que, aunque sea bueno que los individuos renuncien a un mayor consumo, no les corresponde imponer su elección a los demás. Hay cosas específicas que las sociedades pueden exigir a la gente que no produzca o consuma, y puede haber razones para racionar algunas cosas durante las emergencias y en circunstancias especiales.

Si aquellos que predican el decrecimiento pudieran convencer a todos los demás, su objetivo sería una revolución moral voluntaria y consensuada. De lo contrario, tendrían que ganar poder político e imponer sus objetivos. Y eso plantea el problema de la practicidad política. Los gobiernos pueden implementar una política abierta de relentizar, frenar o revertir deliberadamente el crecimiento a largo plazo, incluso si se presenta como algo bueno para el mundo, es una plataforma muy poco prometedora para ganar elecciones.

Incluso si no fuera erróneo y poco práctico a la vez, el decrecimiento forzoso seguiría siendo una mala idea. Gran parte del aumento de la prosperidad en los países más pobres durante los últimos 20 años ha sido impulsado por la creciente demanda de los países ricos.

La rápida descarbonización requiere una inversión masiva en energías renovables en todas partes, pero sobre todo, en las economías emergentes. Gran parte del dinero debe proceder de inversores de los países del Norte global que buscan rentabilidad. Sin grandes cantidades de inversión, la descarbonización tardará más tiempo.

El mundo aún necesita avances científicos y tecnológicos para acelerar la descarbonización: mejores formas de almacenar energía, de proporcionar calor a los hogares, refrigeración, procesamiento de cosechas, de cultivo, propulsión de vehículos grandes, de producir plásticos, etc. Una economía contraída, de baja demanda e inversión no puede proporcionar nada de esto.

Sin embargo, este argumento en contra del decrecimiento no significa necesariamente que el negocio siga como siempre. Para servir al objetivo de la descarbonización, la innovación debe dirigirse hacia objetivos específicos con propiedades particulares.

Parte de este propósito puede venir de los fundadores e inversores. Tesla es un buen ejemplo: una empresa creada por Elon Musk para ganar dinero y fabricar coches eléctricos y, al demostrar que podía hacerlo, establecer la necesidad de que otros fabricantes de coches siguieran su ejemplo.

Para subsanar la carencia de inversiones, los gobiernos no sólo deben ayudar al sector privado mediante créditos fiscales dirigidos a las innovaciones que descarbonizan (una de medidas climáticas del presidente Joe Biden que parece más probable que se apruebe), sino también encontrar la manera de salvar la brecha entre la investigación y desarrollo, con un compromiso más serio con los proyectos a gran escala.

Las tecnologías libres de emisiones que se encuentren a la mano y que aún están por desarrollarse, para reconfigurar la economía energética serán menos marcadas que las que se vieron con la llegada del carbón. En un mundo cada vez más electrificado, las fuentes de energía son menos distintivas y más fungibles.

La intermitencia de las energías renovables es un tema a discutir. Los flujos que alimentan a las renovables son más familiares para el agricultor que para el industrial. Para hacer frente a esta variación habrá que encontrar nuevas formas de equilibrar los flujos de energía y almacenarla para su uso posterior.

Pero esos principios deben aplicarse a escala local y continental, y medirse tanto en fracciones de segundo como en años. Las redes deben ser más grandes, para compensar los déficits de energía eólica o solar, y más inteligentes, para equilibrar la demanda con la oferta en lugar de funcionar siempre al revés.

A cambio, las energías renovables prometen ofrecer a las redes y a sus clientes una nueva resistencia a la escasez. Las preocupaciones ecologistas sobre el crecimiento no se limitan a las relaciones entre las emisiones de carbono y el PIB.

Hay preocupaciones más profundas, por ejemplo, que la demanda rompa los límites de la naturaleza. Pero en un mundo de abundante energía limpia, las demandas de la civilización industrial al mundo natural pueden, en principio, reducirse mediante la reutilización y el reciclaje. Lo que algunos llaman la circularización de la economía, podría girar más rápidamente y sin problemas.

Pero es poco probable que esto se logre en el tiempo que exigen los acuerdos de París. Así que el mundo necesita algo más que un sistema energético sin emisiones. También necesita innovación e inversión para revertirlas.

Nexo con el tema que estudiamos: 

El problema de la destrucción del ambiente es uno de los tantos problemas que el capitalismo presenta, lo cual requiere de un cambio de paradigma económico, político e ideológico. Cambiar las actuales prácticas de producción y consumo del capitalismo, sustentando en la concentración del capital, explotación del trabajo y destrucción del ambiente, va más allá de un tema de desarrollo técnológico y de inversión productiva.