Otro fin del mundo es posible. Vivir el colapso (y no solo sobrevivirlo)

Presentación

Vivir el fin del capitalismo

La realidad catastrófica de nuestras sociedades y la degradación incesante del sistema-Tierra no dejan lugar a dudas: vivimos un tiempo liminar cuya urgencia requiere de nuevas interpretaciones. Desde diversas culturas académicas y militantes se formulan hipótesis que oscilan entre el tecno-optimismo, que postula la capacidad de las tecnologías para resolver los problemas actuales, y el catastrofismo survivalista que pone manos a la obra y construye islas de sustentabilidad. Entre las interpretaciones en boga se distingue la colapsología de habla francesa, un grupo transdisciplinario que defiende la idea de que la “sociedad termo-industrial” ha alcanzado su punto de inflexión, después del cual despunta la posibilidad de un colapso sistémico con consecuencias extremas sobre el conjunto de seres vivos que habitamos el planeta. La obra de Pablo Servigne y Raphaël Stevens, Comment tout peut s'effondrer. Petit manuel de collapsologie à l’usage des générations présentes,[1] ofrece la sistematización de la situación actual y señala la trayectoria catastrófica de las sociedades contemporáneas. Se trata de un trabajo muy valioso, tanto por la gran cantidad de información y referencias que presenta como por la claridad de su exposición.

Dando continuidad a sus argumentos, en 2018, estos autores, acompañados por el biólogo Gauthier Chapelle, publicaron un segundo libro dedicado a reflexionar sobre el colapso que enfrentamos: Une autre fin du monde est possible. Vivre l'effondrement (et pas seulement y survivre). En él presentan reflexiones e intuiciones acerca de cómo vivir el colapso, cómo prepararse individual y colectivamente, ante la eventualidad de un derrumbe total de los marcos sociales que, de diversos modos y en grados diferenciados, aseguran nuestra supervivencia. Con este ejercicio, los autores no pretenden paliar la gravedad de la situación actual, sino compartir los caminos que han debido recorrer para asumir y actuar colectivamente frente a la inminencia de una ruptura abrupta de las condiciones de reproducción y de las relaciones que cohesionan, más mal que bien, las sociedades contemporáneas.

Como dirían las clásicas, “para seguir con el problema”, en esta ocasión compartimos la introducción y las conclusiones de esta obra, que consideramos relevante en el debate sobre la trayectoria del capitalismo. Lejos de las acusaciones de nihilismo, resignación y despolitización que se le hacen a la colapsología, vivir los tiempos liminares implica una ardua labor de crecimiento y trabajo, individuales y colectivos, que nos permitan desde ahora, sentar las bases para nuevos vínculos sociales. Eso afirman los autores:

    Lo que llamamos colapsosofía refuerza la colapsología y se dedica simplemente a no hacernos perder la razón. La propuesta de este libro es dar de manera simultánea tanta importancia a lo que pasa en el exterior (material y político) que al camino interior (espiritual). La colapsología es apasionante y útil para esas dos vías, pero es coja y ciega si no está acompañada de compasión y sabiduría. O, dicho de otro modo, “ciencia sin alma… no es sino consciencia de las ruinas”, para jugar con la famosa frase de Rabelais.

Se derrumbe o no el capitalismo, es evidente que debemos organizarnos para vivir de modos distintos a los acostumbrados: explotación, patriarcado, racismo y omnicidio. La casa está en llamas y hace tiempo que estamos en movimiento, construyendo otros fines del sistema capitalista…

R. Ornelas
Septiembre de 2021



Otro fin del mundo es posible
Vivir el colapso (y no solo sobrevivirlo)[2]

Pablo Servigne, Raphaël Stevens y Gauthier Chapelle

Introducción
Aprender a vivir con

Al parecer ya no atemoriza. La idea de que las catástrofes globales están ocurriendo hoy es cada vez más aceptada, lo mismo que la idea de que acarrean la posibilidad de un colapso sistémico global.

Los quiebres monumentales que fueron Fukushima, las sucesivas olas de refugiados en Europa, los atentados terroristas en París y Bruselas, la desaparición masiva de aves e insectos, la aprobación del Brexit y la elección de Trump, fisuraron seriamente el imaginario apacible de continuidad que tranquiliza a tantas personas.

Una de las cuestiones que impide que perdamos nuestros complejos respecto de la idea de colapso es la imagen caricaturesca que nos hacemos de él. Al evocarlo, nos saltan a la cara escenas de las películas hollywoodenses de catástrofes, alimentando la visión de un evento puntual e ineluctable que aniquila de un solo golpe todo lo que conocemos. Tememos ese momento como de nuestra propia muerte tememos el último instante en el lecho de muerte.

Pensar así es olvidar que en la muerte hay cosas peores, su anticipación, el ver morir a los demás, o verse sufrir en los ojos de los otros. Un colapso de civilización no es un evento (es decir, una catástrofe), si no un encadenamiento de eventos catastróficos puntuales (huracanes, accidentes industriales, atentados, pandemias, sequías, etc.), que tienen como telón de fondo cambios progresivos igualmente desestabilizantes (desertificación, cambio de las estaciones, contaminaciones remanentes, extinciones de especies y de poblaciones animales, etc.).

Vislumbramos el colapso de la civilización termo-industrial como un proceso geográficamente heterogéneo que ya comenzó, pero que aún no ha alcanzado su fase más crítica, y que se prolongará por un tiempo indeterminado. Es a la vez lejano y próximo, lento y rápido, gradual y brutal. Ello no concierne solamente los eventos naturales, sino también, y sobre todo, quiebres políticos, económicos y sociales, así como eventos de orden psicológico (como cambios súbitos de consciencia colectiva).

Tampoco hablamos de una profecía estilo Nostradamus, ni una enésima razón para justificar una actitud pasiva o nihilista. No es una moda, ni una nueva marca. Por el contrario, este podría ser un periodo que los historiadores o los antropólogos de los siglos por venir nombrarán y verán como un todo coherente, o que las especies inteligentes del futuro considerarán como un evento muy peculiar de la historia.

Para los lectores que piensan que exageramos para llamar la atención, basta recordar lo que decían dos climatólogos en 2011, durante una conferencia en Oxford acerca de los objetivos climáticos del siglo (tengan en mente que las emisiones de gases de efecto invernadero son directamente proporcionales a la actividad económica). Estas fueron sus recomendaciones: “los países emergentes deben reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero a partir de 2030 y después mantener esa reducción en 3% anual; en cuanto a los países desarrollados, deben alcanzar su pico de emisiones en 2015 y después reducirlas 3% cada año”.[3] Si esos objetivos tan ambiciosos fueran alcanzados (y nosotros ya tenemos la posibilidad de decir que no fueron alcanzados), entonces el mundo tendrá 50% de oportunidad de permanecer por debajo de +4 °C de aumento promedio de la temperatura en 2100… lo que es monstruosamente catastrófico a escala global ¡En 2017, las empresas petroleras BP y Shell preveían (entre sus funcionarios, y sin informar a sus accionistas y mucho menos al público) cambios del orden de +5 °C en promedio para 2050! [4]

En la historia reciente no existe ningún caso de una sociedad que haya podido reducir sus emisiones más de 3% en un tiempo breve. Esta reducción provocaría, de hecho, una recesión económica inmediata o sería el resultado de un colapso como el de Unión Soviética a principios de los años noventa del siglo XX, o el de Venezuela en la actualidad.

Del lado de los “otros no-humanos” (la flora, la fauna, los hongos y los microorganismos) es la hecatombe, algunas poblaciones no cesan de disminuir, o, para algunas especies, de desaparecer para siempre. Las poblaciones de anfibios, de insectos y de aves del campo, los arrecifes coralinos, los mamíferos, los grandes peces, los cetáceos… El último rinoceronte blanco de sexo masculino del Norte se extinguió recientemente, entrando así en la lista de los animales imaginarios que ilustran las historias que leemos por la tarde a nuestros hijos.

El viraje de los años recientes

Todas las cifras acerca de las catástrofes son de fácil acceso, y el objetivo de este libro no es agregar más. Lo que nos interesa es el cambio de actitud y de toma de conciencia de la sociedad en los años recientes.

Un hito: en 1992, en la Cumbre de Río, más de 1 700 científicos firmaron un texto colectivo advirtiendo a la humanidad acerca del estado del planeta.[5] En esa época era un evento novedoso e incluso molesto, dado que otros 2 500 científicos les respondieron, advirtiendo a la sociedad acerca del “surgimiento de una ideología irracional que se opone al progreso científico e industrial”.[6] Veinticinco años después, 15 364 científicos de 184 países firmaron un artículo explicando que, sin medidas rápidas y radicales, la humanidad estará en peligro de extinción.[7] La carta abierta quedó sin respuesta. Ya no hubo debate. Pero ¿cuál es la naturaleza del silencio que le siguió? ¿Pasmo, cansancio, falta de interés?

Del lado de las élites dirigentes las lenguas se desatan discretamente. En las intervenciones que los tres autores hacemos en los ambientes políticos y económicos, nos asombramos de ya no ser cuestionados acerca de la evidencia. En público, el escepticismo simplemente ha cedido su lugar a la impotencia, y a menudo, al deseo de encontrar escapatorias.

Del lado de los más ricos del mundo, muchos se atrincheran en las gated communities, enclaves residenciales lujosos y altamente securitizados.[8] También dejan las grandes ciudades: en 2015, 3 mil millonarios salieron de Chicago, 7 mil de París y 5 mil de Roma. No todos pretenden huir al pago de impuestos; muchos están ansiosos de verdad por las tensiones sociales, los atentados terroristas o el enojo de una población consciente de las injusticias y las desigualdades.[9] Como lo confiesa Robert Johnson, ex-director del Fondo Soros, durante el Foro económico de Davos, numerosos administradores de fondos especulativos compran granjas en países lejanos como Nueva Zelanda, en busca de un “plan B”, con jets privados al alcance de la mano y listos para despegar para llevarlos a sus refugios.[10] Otros ordenan la construcción, al abrigo de las miradas indiscretas y en todos los continentes, de gigantescos y lujosos búnkeres subterráneos de alta tecnología, para proteger a sus familias de todo tipo de catástrofes.[11]

Todo esto ilustra lo que el filósofo y sociólogo Bruno Latour describe como un acto de secesión de un sector muy acomodado de la población que, consciente de los riesgos y de lo que está en juego, busca salvar su pellejo sin preocuparse por la suerte del resto del mundo.[12] Para retomar su metáfora del avión y de la dificultad de aterrizar, digamos que hemos entrado en una zona de fuertes turbulencias. Las luces de emergencia se iluminan, las copas de champagne se derraman, la angustia existencial resurge. Algunos abren las ventanillas y las cierran de inmediato al ver una noche negra atravesada por relámpagos. En la parte delantera de la nave, algunas personas de la primera clase se ponen sus paracaídas dorados ¿Qué hacen? ¿saltarán en la tormenta? El resto de los pasajeros voltea hacia la tripulación y piden paracaídas, sabiendo bien que su demanda no será satisfecha. Por única respuesta, les proponen un almuerzo ligero, un duty free…

Sobrevivir… ¿eso es todo?

Frente a esos anuncios catastróficos, una reacción común (y lógica) es la de comenzar a prepararse materialmente ¿Cómo comer si se detiene el abastecimiento de las tiendas? ¿cómo beber agua potable si ya no sale de la llave? ¿cómo calentarse sin combustible, gas natural o electricidad? Acerca de esos temas no es difícil encontrar información, miles de libros pueden ser consultados, algunos en francés.[13]

En general, el survivalismo es el nombre que se da a esta “reacción frente a la ansiedad ambiental”,[14] que guía la preparación para las grandes catástrofes mediante la búsqueda de autonomía, es decir, de la independencia respecto de los sistemas de aprovisionamiento industrial. En los últimos años, este movimiento proteiforme se ha desarrollado de manera fulgurante. No obstante, el término “survivalista” agrupa posturas y realidades tan diversas que su uso se hace difícil.

En efecto, antes de los años ochenta del siglo XX, los survivalistas designaban, sobre todo, comunidades ecologistas posicionadas más bien a la izquierda que se preparaban para un invierno nuclear. Hoy día, el survivalismo designa tanto personas que desean aprender a vivir en ambientes salvajes, como grupos que buscan autonomía mediante un repliegue, un rechazo y un resentimiento respecto de las instituciones oficiales y/o de toda persona extranjera que pueda amenazar su soberanía. A menudo cercanos de la ultra-derecha, estos últimos no son aceptados por todo el movimiento, y contribuyen a la mala reputación del survivalismo. El círculo se cierra, dado que en adelante esta etiqueta sirve más para desacreditar que para describir algo, lo que refuerza aún más la desconfianza y la secesión de algunos grupos survivalistas.

No se trata aquí de hacer un análisis psicológico, sociológico o histórico del survivalismo. Simplemente decir que la idea que mucha gente se hace de este movimiento, su caricatura, sus lugares comunes, permiten presentar tres aspectos de nuestro libro, planteados aquí mediante historias.

Recuerden a Robinson Crusoe, el célebre héroe de la novela de Daniel Defoe, publicada en 1719. Arrastrado por un huracán, su navío naufraga en América del Sur, no lejos de la desembocadura del Orinoco. Resulta el único sobreviviente en una isla desierta que llama Despair Island, La isla de la desesperanza. A pesar del infortunio, Robinson logra construir una casa, hace un calendario, cultiva trigo, caza, cría cabras y aprende a fabricar su propia vajilla. Cada cierto tiempo, los caníbales irrumpen en la isla para matar y comer a sus prisioneros. Cuando uno de ellos logra escapar, Robinson lo acoge y se hacen amigos. Una cosa hacía falta desesperadamente a Robinson: relaciones humanas.

La pirámide de necesidades, llamada pirámide de Maslow es una teoría de la motivación formulada en los años cuarenta del siglo XX.[15] Esta teoría plantea que las necesidades del ser humano son en primer término, fisiológicas (hambre, sed, sueño, respiración, etc.); enseguida vienen las necesidades de seguridad, después las de pertenencia y de amor, después las de estima, y al final, en la cima de la pirámide, de realización personal. La postura survivalista pone el acento esencialmente en la base, en los dos primeros pisos de esta pirámide (fisiológico y seguridad), como una especie de prolongación lógica y caricaturesca del pensamiento moderno. Se puede ver en ello el reflejo de un mundo materialista, individualista, separado de la naturaleza y en lucha permanente, que busca los mejores medios (por tanto, materiales) para vivir en un mundo poblado de competidores potenciales y de seres vivientes de los cuales no se sabe, finalmente, gran cosa. En ese mundo, la comida, la leña y las armas son, por supuesto, el camino de la salvación.

Comparemos ahora dos fábulas. La primera refiere al símbolo de la red survivalista en Francia, la hormiga, la de la fábula de La Fontaine. La hormiga ocupa su verano en acopiar víveres en previsión de tiempos difíciles, al tiempo que debe sufrir las burlas de las cigarras que no ven por qué deberían preocuparse, en la medida que el petróleo fluye a mares… La hormiga aprieta los dientes. Alimenta cierto resentimiento y se deleita por anticipado del placer que le dará enviar a pastar a esas hordas de cigarras hambrientas (y citadinas), que implorarán muy tardíamente perdón y piedad ¡Una venganza bien merecida!

La otra fábula es la de los tres cochinitos. Los tres se preparan para la llegada del lobo feroz, con mayor o menor rigor, y con visiones diferentes sobre la amenaza. Cuando el lobo destruye las dos casas más frágiles, los dos primeros cochinitos (devenidos cigarras) corren a la casa de su hermano super-surivivalista… que les abre la puerta. Por supuesto, él puede recetarles un “¡se los dije!”, pero eso no les impide compartir una comida en total hermandad.

¿La diferencia entre las dos fábulas? El sentimiento de fraternidad previo a la catástrofe.

Una última historia permitirá dar un color suplementario a nuestro propósito. Fue contada por nuestro amigo Kim Pasche, que organiza desde hace años, estancias de inmersión en la naturaleza salvaje. A pesar de sus increíbles competencias, él rechaza la etiqueta de survivalista, y cuenta con malicia: “si ponen diez survivalistas en el bosque durante un mes, se matarán entre sí y destruirán el bosque. Si ponen en el mismo bosque diez indígenas americanos, no solo el bosque será más bello y productivo, sino que ellos habrán constituido una tribu, una verdadera comunidad de humanos en vínculo con los otros seres vivientes”.[16]

Se entiende que las necesidades fisiológicas y de seguridad son importantes. Cualquiera que no reflexione en prepararse en ese sentido solo está consciente a medias. Sin embargo, la supervivencia es un estado precario, pasajero. Es “un catálogo de datos sin visión”.[17] Se puede sobrevivir algunos días, algunas semanas ¿pero después? Peor aún, si se llega a lo más duro de las catástrofes con una actitud materialista y (preventivamente) agresiva, con el objetivo de sobrevivir algunas semanas, se puede apostar que todos estaremos muertos después de un año.

Estas cuatro historias muestran las razones de ser de este libro: el deseo de prepararse para vivir las consecuencias de las catástrofes en curso y las venideras, buscando de manera prioritaria los vínculos entre humanos, los vínculos con los “otros no-humanos”, y un sentido a todo ello. La pirámide de Maslow es evidentemente invertida para ciertas personas que no piensan seguir viviendo si les falta un sentimiento de realización, la estima, la confianza, el amor o razones para compartir. Entonces, quizá deberíamos hablar de una “mesa de Maslow”,[18] de la cual cada pilar es indispensable para el equilibrio global de la persona.

Cultivar un huerto en su jardín, aprender a prescindir de las energías fósiles o preparar a la familia para situaciones de emergencia, es ciertamente necesario, pero ello no basta para “hacer sociedad”, es decir, para hacer de nosotros, humanos. En palabras de la psicóloga Carolyn Baker: “¿en el fondo, una sociedad de survivalistas en ciernes, emocionalmente miopes, podría producir otra cosa que una cultura aterradora e inhumana, parecida a la del Mundo feliz de Huxley?”.[19]

Nosotros no queremos ver la continuación de una sociedad violenta que selecciona a los individuos más agresivos. Querer vivir más allá de los quiebres y no simplemente sobrevivir a los quiebres, ya es comenzar la preparación con una actitud diferente, una intención de alegría, de compartir y de fraternidad.

Sobre la utilidad de una rama de la colapsología enfocada a lo interior
Después de haber sintetizado los elementos fácticos de la constatación de un posible colapso en un primer libro (Colapsología. El horizonte de nuestra civilización ha sido siempre el crecimiento económico. Pero hoy es el colapso, Barcelona, Arpa, 2020), veíamos diferentes vías para los colapsólogos deseosos de avanzar. La cuestión más importante (pero no la más urgente), pensamos, es la cuestión de la acción colectiva, es decir, la elaboración de proposiciones políticas realistas, audaces y valientes. Sin embargo, antes de actuar, e incluso antes de proponer pistas de acción, aún hay cosas por comprender y un camino interior por hacer. Finalmente, solo hay pocas obras en francés que tratan los aspectos psicológicos del cambio climático o de otras catástrofes globales.[20]

Tenemos enfrente un inmenso desafío. Interesarse en estos temas, en sus formas científicas o sociológicas, implica cierto riesgo para la salud mental. Las personas que toman esta cuestión muy a pecho y hacen de ella el eje central de sus vidas, se ven confrontadas (y lo serán aún por largo tiempo) a exigencias muy fuertes, psicológicas y en sus relaciones con los otros, así como respecto de su compromiso social y político.

Las personas que se preparan “no encontrarán fácil la prueba, pero corren menos riesgos de ser aplastadas por la crisis, respecto de aquellas que se niegan a pensar en ella”.[21] Entre la persona lista para actuar y aquella que se mantiene en negación, hay todo un abanico de personas en dificultades: aquellas que atraviesan físicamente las situaciones catastróficas, aquellas que sienten que algo no va bien pero no hallan las palabras (disonancia cognitiva leve), aquellas que saben pero que no consiguen actuar a la altura de sus ambiciones (disonancia cognitiva grave), y aquellas que saben y actúan pero se agotan y se desaniman.

A lo largo de años de intercambio con el público, llegamos a la misma constatación que describe Carolyn Baker, que acompañó a muchas personas afectadas por el tema del colapso: cuando por fin te cae el veinte, la mayoría de las personas no quiere profundizar o multiplicar las pruebas materiales suplementarias (aun cuando es importante en un primer tiempo), quieren sobre todo aprender a vivir con ello. Se han convertido en colapsonautas.

Prepararse para ese futuro, por ende, concierne tanto los aspectos materiales y políticos como los relativos a los dominios psicológico, espiritual, metafísico y artístico. Las cuestiones que plantean las catástrofes son inconmensurables. Si deseamos seguir pensando en el colapso, buscando actuar, dar un sentido a nuestras vidas, o simplemente levantarnos por la mañana, es importante no volvernos locos. Locos de aislamiento, locos de tristeza, locos de rabia, locos de tanto pensar en ello, o locos de seguir con nuestra pequeña vida aparentando que no vemos lo que pasa.

Algunos consideran que esta dimensión psicológica se dirige a las mujeres o es un lujo reservado a los citadinos frágiles que solo han conocido la comodidad. Nada que ver. Es una dimensión primordial y concierne a todas las clases sociales, a todos los pueblos, a todas las culturas ¿Qué le decimos al sudanés que sufre ansiedad o estrés postraumático en un campo en Libia o en Calais? ¿que sus sufrimientos son poca cosa? ¿Qué le decimos a la familia de un joven estudiante belga hipersensible que se suicida por exceso de lucidez? ¿Cómo ayudamos al ingeniero responsable de la perforación de un pozo petrolero, que duda en regresar a su trabajo todas las mañanas tras besar a sus hijos? ¿Cómo puede un zadista conservar una moral de acero, cuando uno inventa nuevas maneras de vivir en un territorio y recibe excavadoras y granadas como respuesta?

El objetivo de la colapsología no es enunciar certezas que acaben con cualquier futuro, ni hacer pronósticos precisos, ni formular “soluciones” para “evitar un problema”, sino aprender a vivir con las malas noticias y con los cambios brutales y progresivos que anuncian, con el fin de ayudarnos a encontrar la fuerza y el valor para hacer algo que nos transforme, o, como diría Edgar Morin, nos metamorfosee.

Ampliar la colapsología

Entre la comunidad de “collapsniks” (blogueros exitosos del mundo anglófono que descifran el colapso que viene), el canadiense Paul Chefurka se ha destacado por su talento pedagógico en temas complejos.[22] Nos ha legado una escala de consciencia muy sencilla pero esclarecedora.[23] “Cuando se trata de la comprensión de la crisis mundial actual, afirma, cada uno de nosotros parece situarse en alguna parte del continuum de toma de consciencia que puede dividirse, en términos gruesos, en cinco etapas”:

En la primera etapa, la persona no percibe ningún problema fundamental. Si hay alguno se debe a que no hay suficiente de lo ya conocido: crecimiento, empleos, salarios, desarrollo, etc.

En la segunda etapa, se toma consciencia de un problema fundamental (a elegir entre temas como el clima, la sobrepoblación, el pico petrolero, la contaminación, la biodiversidad, el capitalismo, la energía nuclear, las desigualdades, la geopolítica, las migraciones, etc.). Ese “problema” acapara toda la atención de la persona, que cree sinceramente que “resolviéndolo” todo volverá a ser como antes.

En la etapa tres, se cobra consciencia de varios problemas mayores. Las personas que llegan a este estadio pasan su tiempo jerarquizando las luchas y convenciendo a los otros acerca de ciertas prioridades.

En la cuarta etapa sucede lo que debía suceder, la persona toma consciencia de la interdependencia de todos los “problemas” del mundo. Todo deviene abominablemente sistémico, es decir, imposible de resolver por algunos individuos o “soluciones” milagrosas, e inaccesible para la política tal y como la concebimos actualmente. “Las gentes que llegan a este estadio tienden a replegarse en círculos restringidos de personas con opiniones similares para intercambiar ideas y profundizar su comprensión de lo que sucede. Tales círculos son necesariamente pequeños, a la vez porque el diálogo personal es esencial para esa profundidad de exploración, y porque simplemente no hay mucha gente que hayan llegado a ese nivel de comprensión”.

Finalmente, en la etapa cinco, se cambia irremediablemente de punto de vista. No se trata ya de un “problema” que pide “soluciones” si no de un predicamento (una situación inextricable que nunca será resuelta, como pueden ser la muerte o una enfermedad incurable), que invita más bien a tomar vías alternas para aprender a vivir con ello de la mejor manera posible. Se cae en cuenta que la situación engloba todos los aspectos de la vida y que nos transformará de manera profunda. Puede aparecer un sentimiento de estar completamente superado: de cara a un círculo íntimo desinteresado, de un sistema-mundo inerte y de un sistema-Tierra que sufre intensamente. Todo o casi debe ponerse en cuestión, lo que no solo es extenuante, si no que puede aislar de un círculo afectivo estable y que da seguridad. “Para quienes llegan al estadio cinco, existe un riesgo real de que la depresión se instale”.

Hay dos maneras (no excluyentes) de reaccionar ante esta situación desagradable, comenta Chefurka. Se puede tomar una vía “exterior”: la política, las ciudades en transición, la construcción de comunidades resilientes, etc.; o en una vía “interior”, más espiritual. Esta última no es por fuerza sinónimo de adhesión a una religión, al contrario. “La mayor parte de las personas que encontré y que eligieron una vía interior, atribuyen tan poca utilidad a la religión tradicional, como sus homólogos que emprenden la vía exterior le otorgan a la política tradicional”.

En este paisaje de metamorfosis, la colapsología es el análisis y la síntesis transdisciplinaria de numerosos trabajos que tratan esta situación global inextricable. Es una tarea de apertura y de supresión de las separaciones de las disciplinas, que resume bien el dicho de Spinoza: “no burlarse, no lamentarse, no detestar, sino comprender”.[24] Podría convertirse en una disciplina científica en sí misma, pero solo lo será oficialmente si hay universidades que abran cátedras de colapsología, si estudiantes e investigadores obtienen financiamientos, proponen coloquios y crean un eventual Open Journal of Collapsology (con comité de dictaminadores)…

Esta actividad colapsológica, esencialmente racional, es necesaria, dado que permite disipar la neblina y mantener la credibilidad frente a las personas que son sensibles al tema pero que no están aún convencidas. Pero está lejos de ser suficiente, dado que no nos dice qué hacer, ni cómo distinguir lo que es bueno de lo que es malo, ni cómo cultivar convicciones poderosas, valores firmes, una imaginación prolija y un fuerte deseo de colectividad. Las herramientas científicas son pertinentes pero no bastan para abrazar un tema tan desmesurado como un colapso (que incluye también el colapso de los sistemas de pensamiento). Dicho de otro modo, en la etapa cinco de la toma de consciencia, la colapsología ya no es suficiente.

Al paso de los últimos años, nuestra aproximación científica se enriqueció con un enfoque sensible que nos obligó a zambullirnos en cuestionamientos éticos, espirituales y metafísicos. Pensamos que eso también es parte del maletín de primeros auxilios que debemos abrir en caso de tempestad de duración indeterminada. En su libro Une nouvelle Terre,[25] Dominique Bourg no dice otra cosa: la única elección que nos queda es volver a pensar nuestra manera de ver el mundo, es decir, de ser en el mundo.

Proponemos llamar “colapsosofía” (“sophie” = sabiduría), al conjunto de comportamientos y de tomas de postura que resultan de esta situación inextricable (de los colapsos que tienen lugar y de un posible colapso global), y que escapan del dominio estricto de las ciencias. El mismo enfoque de apertura y supresión de las separaciones que aplicamos en la colapsología, se encuentra aquí bajo la forma de una apertura más amplia a las cuestiones éticas, emocionales, imaginarias, espirituales y metafísicas. No queremos elegir un campo, si no indagar las complementariedades y los vínculos por tejer entre todos esos dominios, para ayudarnos en las transformaciones exteriores e interiores.

Somos conscientes que este enfoque no es común en el mundo científico y político (o en todo caso, no es tratado de manera abierta), y que suscita tanto malestar como entusiasmo, pero nos parece indispensable. Como lo expresa el escritor John Michael Greer: “El reconocimiento que esas dos transformaciones, exterior e interior, funcionan en paralelo y deben llevarse a cabo de manera simultánea, es la pieza que faltó a los movimientos ecologistas de los años setenta del siglo XX”.[26] Y aún más, para él, “la dimensión técnica de nuestra deplorable situación es menos importante que la dimensión interior, puesto que en tanto no abordemos esta última, estaremos condenados a agravar nuestra situación”.[27]

En estos tiempos inciertos, las voces científicas son más importantes que nunca. Es el momento para ellos de redoblar esfuerzos y rigor, pero también de encontrar el valor de hablar con el corazón y de comprometerse plenamente en esos desafíos, con toda la subjetividad que ello implica. Algunos lo hacen ya, por ejemplo, en el documental canadiense de Iolande Cadrin-Rossignol, La Terre vue du cœur,[28] donde destaca la figura del astrofísico Hubert Reeves.

Las catástrofes por venir traerán posiblemente el sufrimiento e incluso la muerte de miles o de millones de personas en forma anticipada… ¡y ello sin contar a las otras especies! Si nos encerramos y si encaramos el porvenir sin compasión, corremos el riesgo de perder en ello las razones de vivir así como nuestra humanidad. Si a la inversa, decidimos zambullirnos en cuerpo y alma, con compasión y valor, entonces es necesario equiparnos bien, material, emocional y espiritualmente, con el fin de evitar la locura o el retorno a la anestesia. Por tanto, la idea de este libro es explorar los cambios que podemos hacer al interior de nuestras cabezas y de nuestros corazones, para ponernos en sintonía con nuestra época. O, para retomar las palabras de la psicóloga Carolyn Baker, “además de preguntarse qué pueden hacer, pregunten también quiénes pueden ser”.[29]

Descompartimentar

He aquí que desde hace algunos años que nos empeñamos en dar a conocer los trabajos científicos sobre este tema al público más amplio posible. No hemos perdido ni la moral, ni la esperanza, ni la razón. Hoy día, nos damos cuenta de que en ese trayecto, salir del estricto marco científico fue para nosotros de gran ayuda. Incluso fue una fuente de alegría.

Tanto los colapsos parciales actuales como los posibles colapsos sistémicos por venir son oportunidades de transformación. Seguimos convencidos que es posible comprender, decir y vivir las catástrofes y los sufrimientos que ellas engendran, sin renunciar a la alegría y a la posibilidad de un futuro.

Este libro relata nuestros hallazgos en los dominios de la psicología de las catástrofes, pero también nuestros encuentros en los caminos de la colapsosofía. Se dirige a las personas que quieren navegar en este equilibrio de claro-oscuro, sin renunciar a la lucidez ni a lo real, pero sin renunciar tampoco a un futuro posiblemente feliz y, en todo caso, terrenal. Ya que la cuestión que enuncia Bruno Latour es la de nuestra generación: “¿Acaso seguimos alimentando sueños de fuga o nos ponemos en marcha para buscar un territorio habitable para nosotros y nuestros hijos? O bien, negamos la existencia del problema, o bien, buscamos cómo aterrizar. En adelante, eso es lo que nos divide, mucho más que saber si somos de derecha o de izquierda”.[30]

En este libro damos cuenta de las corrientes de pensamiento poco conocidas por el público francófono. También establecemos vínculos entre diversos dominios que, en principio, no tienen nada que ver entre sí, conscientes de que ello puede resultar molesto para algunas personas. La lectura de estas páginas requiere un espíritu de apertura, de curiosidad y de comprensión. Eso es lo propio de una empresa transdisciplinaria.

Esta tarea de apertura se traduce también en la desconfianza hacia las etiquetas fáciles, los lugares comunes y las caricaturas que sirven, sobre todo, para desacreditar: survivalista, ositos-cariñositos, burgués-bohemio, facho, izquierdoso, new age, místico, etc. Ello no impide observar la complejidad (o la vacuidad) de lo que se esconde detrás de tales denominaciones.

Tomen este libro como una visita a un inmenso huerto salvaje. Siéntanse libres de pasearse y cortar lo que les atraiga, o de informarse acerca de lo que no conocen. Hay color y hay vida, hay frutos muy visibles y vínculos todavía invisibles. Y como los indios Kogi, llenen dos sacos. El de la derecha con lo que les habla y les conviene; el de la izquierda con lo que reprueban o que les parece no-pertinente ahora, para poder regresar a ello más adelante.

En la primera parte del libro, exploramos el impacto que pueden tener las catástrofes en nuestra salud mental, así como los medios con que contamos para aliviarnos ¿Cómo tomar estas noticias y estas constataciones? ¿Cómo habituarse a vivir con ellas, incluso durante décadas? ¿Cómo anunciarlo alrededor nuestro? ¿La esperanza y el optimismo aún tienen algún sentido?

En la segunda parte, exploramos tres maneras de cambiar la mirada sobre el mundo, para ayudarnos a encontrar un sentido, o al menos para dar un paso al lado ¿Por qué y cómo hacer evolucionar nuestra relación a la ciencia y al saber? ¿Por qué y cómo abrirse a otras maneras de ver el mundo, desarrolladas por otras culturas menos… termo-industriales? De manera más general ¿será tiempo ya de cambiar de relatos?

Y en la tercera parte, entramos más profundamente en la colapsosofía, tratando la problemática esencial de los vínculos por tejer con nosotros mismos, entre nosotros y con los otros seres vivos, enseguida abriéndonos a las cuestiones que vuelven a dar sentido a nuestra época y a nuestras vidas: el “devenir adulto”, la relación masculino-femenino, el retorno a lo salvaje o las maneras de atravesar todo eso junto.

El impulso de este libro es el de explorar a partir de los saberes, las experiencias y las intuiciones de cada una y cada uno, de compartir la alegría de comprender mejor, de suscitar iluminaciones, de explorar nuestras sombras, de ir al encuentro de personas que nos sacan de nuestra zona de confort, de entablar diálogo con los árboles, los ríos y las salamandras, de acompañar los sufrimientos y los lutos, y de participar del surgimiento de lo que llega.


Conclusión

¿Apocalipsis o happy collapse?

Nuestra época es la de un regreso brutal a la Tierra, a lo terrestre. El choque es gigantesco. Abruma a los más vulnerables y fisura la invencible confianza (en sí mismas) de las élites políticas y financieras de este mundo termo-industrial. Es el momento de revisar todo: “En adelante, dice Bruno Latour, nos beneficiamos, si se puede decir, del auxilio de agentes desencadenados que obligan a retomar la definición de lo que es un humano, un territorio, una política, una civilización”.[31]

El quiebre del sueño moderno devela un campo de ruinas: creencias despedazadas, horizonte de polvos, humanos shootés (inmaduros y vulnerables), bosques calcinados y animales atemorizados ¿Qué puede surgir de ese paisaje? Otros mundos, probablemente. Con organismos de inteligencia horizontal que “piensan”, como los hongos, que de manera paciente recrean las condiciones propicias para el retorno de otras formas de vida. En sentido, contrario de las lógicas industriales, lisas, verticales, cortantes y ruidosas, esos organismos son flexibles, discretos, adaptables, resilientes, horizontales, interconectados, creativos. Humanos u otros no-humanos, suaves, alegres, tristes o austeros, esperan el final, defienden los territorios e inventan con rabia.

El colapso de ese mundo es una narrativa, a partir de cifras catastróficas, de sentimientos y de intuiciones. Esta narración permite dar fe del fin de nuestro periodo termo-industrial (fin elegido o sufrido), y dar un nuevo sentido a este siglo convulso. Como lo ha captado bien la “reportera del colapso”, Alexia Soyeux, no hay fórmulas hechas, todo está por inventarse: “No hablamos del estribillo ‘antes era mejor’, y menos aún del ‘después será mejor’”.[32] ¡Y no será a partir de un campo base devastado, ironiza Dominique Bourg, que, en un impulso patético, iremos a buscar un planeta de repuesto!

Sumergirse en ese relato comienza por una etapa de pasmo. La especialista en adaptación a los cambios climáticos, Susanne Moser, recuerda: “Una amiga, estudiosa de los corales, me contó que cuando se dio cuenta que los corales iban inevitablemente a colapsar y desaparecer, tuvo que correr a los sanitarios y vomitar: eso era así de devastador. Le tomó años antes de aceptarlo”.[33]

Entonces ¿cómo aguantar en el largo plazo? La primera cuestión será saber vivir con los miedos: el miedo a la violencia (al fascismo), a lo irracional, a lo desconocido, a la pérdida de valores, de sus referencias, a la despolitización, e incluso el miedo de tener miedo. La respuesta al miedo no es la esperanza ni el optimismo, sino el valor. No estamos seguros de atravesar estas tempestades y quedar indemnes, pero no tenemos opción, necesitamos ponernos en movimiento. Además, no hay otra alternativa que hacer el aprendizaje de la pérdida, de la pena y del duelo. No se trata de buscar ni de cultivar esas emociones llamadas “negativas”, como el miedo, el enojo, la tristeza o la desesperanza; menos aún de complacerse en ellas, sino simplemente acogerlas si llegan, compartirlas con el fin de encontrar un poco de paz, de alegría, y el placer de estar juntos. Ponerlas bajo la alfombra, en cambio, concentrándose únicamente en los aspectos “positivos” de una hipotética transición, nos parece la mejor receta para recibir un puñetazo cuando menos lo esperemos. Como nos recuerda sabiamente el filósofo británico Peter Kingsley, “es imposible esperar la luz sacrificando la obscuridad”.[34]

    Muchos pensadores, señala el filósofo y veterano de la guerra de Irak, Roy Scranton, han mostrado que filosofar es aprender a morir. Si eso es cierto, entonces entramos en la edad más filosófica de la humanidad, puesto que ese es precisamente el problema del Antropoceno. El problema es que ahora debemos aprender a morir no en tanto que individuos, sino en tanto que civilización.[35]

La cuestión del colapso es un espejo de aumento de nuestras sombras y nuestro miedo a la muerte. De esta forma, afirma Paul Chefurka, “quizá todo lo que queda por hacer es crecer hasta devenir más grande que el dolor”.[36] Aceptar la muerte (el fin de nuestro mundo) es darse la oportunidad de vivir bien lo que nos queda por vivir, es decir, de manera paradójica, abrirse a las oportunidades de crear otra cosa. Nos queda entonces, aprender a bien morir… ¡pero tenemos toda la vida por delante!

El relato del colapso, sin embargo, conlleva un gran riesgo, el de aplanar el futuro, es decir, el de disminuir nuestras capacidades de actuar al tiempo que desperdiciamos nuestra vida presente. Por tanto, es preciso llegar a verlo, paradójicamente, como una posibilidad de hacer que surjan otros mundos y de inventarnos otros futuros. Lo que cuenta, no es concentrarnos en el fin, o el supuesto fin (quizá no viviremos el momentum en que todo se trastoca, si no una lenta degradación paso a paso), toca imaginarnos cómo viviremos hasta entonces con esta idea en mente. O, dicho de otro modo, se trata de encontrar cómo ese relato puede transformar nuestro presente de manera gozosa y creativa.

Por más excitante que sea, inventar un porvenir no es un asunto sencillo. Y poco importa cómo lo imaginamos, los cambios serán vertiginosos, inquietantes, traumáticos, o simplemente maravillosos. Anticipar e imaginar un cambio total de nuestras vidas implica, por tanto, cambiar radicalmente nuestra mirada acerca del mundo. Para ello, hemos propuesto tres pistas. En primer lugar, descompartimentar la práctica de las ciencias, produciendo saberes más anclados en el sistema-Tierra, más transversales y más democráticos. Enseguida, continuar por las vías trazadas por ciertos antropólogos audaces y otros pueblos en resistencia, abrirse a otras miradas acerca del mundo (ontologías), para imaginar alianzas tan improbables como necesarias con otras culturas y otros seres terrestres. Y, finalmente, partir en una extraordinaria expedición, la de recrear relatos fundados en otras mitologías para descubrir y explorar nuevos horizontes.

Las capacidades de respuesta al estrés, de empatía, de compasión, de generosidad, de resiliencia, de resistencia, etc., pueden ser estimuladas desde ahora organizando grupos de escucha acerca del colapso, acogiendo a refugiados, o, por ejemplo, como voluntarios en una institución de cuidados paliativos para aprender a acompañar un mundo que sufre. Las habilidades para vivir en grupo serán igualmente vitales, tanto como el aprendizaje de la vida en ambiente silvestre.

¿Será posible entonces regenerar la vida a partir de las ruinas, creando alianzas en todas direcciones: con nosotros mismos (emociones, intuición), entre humanos (entre modernos y entre culturas), con otros seres vivos (diplomacia y aceptación de lo salvaje), ¿y con aquello que nos supera (la relación con lo sagrado)?

Aquí, evidentemente, hemos salido de las pistas pavimentadas del discurso científico acerca del colapso. Ello no significa que hagamos de la razón un enemigo (por el contrario, ella es necesaria), pero para tomar una curva (o un descenso para aterrizar) ¡debemos llegar a decir y asumir que tenemos necesidad también de una vida espiritual, ética, artística y emocional mucho más rica!

Lo que llamamos colapsosofía refuerza la colapsología y se dedica simplemente a no hacernos perder la razón. La propuesta de este libro es dar de manera simultánea tanta importancia a lo que pasa en el exterior (material y político) que al camino interior (espiritual). La colapsología es apasionante y útil para esas dos vías, pero es coja y ciega si no está acompañada de compasión y sabiduría. O, dicho de otro modo, “ciencia sin alma… no es sino consciencia de las ruinas”, para jugar con la famosa frase de Rabelais.

Un camino interior para un impacto exterior

Todo lo que está en juego en nuestra época es, por tanto, llegar a operar un gran acercamiento con lo vivo, y encontrar nuestro lugar en esta Tierra. Ello comienza por encontrar un lenguaje común con el mayor número posible de seres que habitan la Tierra, de volverlos a escuchar, a intercambiar con ellos y, por qué no, comenzar a trazar las líneas de un gran tratado de alianzas políticas y de diplomacia interespecies.

Para disponer de un poco de potencia tras el fin de las energías fósiles, estaremos obligados a voltear hacia los otros no-humanos… pero esta vez sin considerarlos como reservas inagotables de recursos materiales. Aliarnos con ellos (¡si aceptan!), implicaría, por tanto, intercambiar recursos energéticos y materiales, y por consiguiente, reflexionar primero acerca de lo que podríamos aportarles…

No obstante, el acercamiento con el mundo viviente no puede limitarse a tratados comerciales. Necesitamos también reconectarnos con nuestra naturaleza salvaje y con nuestro estatuto mortal (humildad), es decir, con aquello que nos supera. Para el artista y educador Martin Pretchel, la “verdadera iniciación es imposible en tanto el mundo moderno no se haya abandonado al dolor de sus orígenes y no se haya buscado una verdadera comprensión de lo sagrado. Una relación tangible con lo divino debe ser hallada: una relación con los ritos que nutren activamente las fuerzas invisibles detrás de toda vida visible”.[37]

Todo ello no nos vacunará contra un porvenir catastrófico, pero nos permitirá vivirlo de manera menos catastrófica. Ello nos hará madurar, y si nuestros corazones crecen, estarán disponibles para ese gran trabajo de amor y de generosidad. Eso es lo que Francis Weller llama el activismo del alma (soul activism).

Nuestra intención no es pintar la vida de rosa, si no al contrario, encontrar la fuerza de abrir los ojos hacia los lados obscuros del mundo. El movimiento new age de los años setenta del siglo XX se negó, precisamente, a asumir los lados sombríos. Siendo demasiado “positivo” y cultivando la negación, probablemente también contribuyó a la degradación de la situación.

Algunos nos llamarán irracionales o místicos, lo cual podemos entender. A ello, Bruno Latour contrapone:

    ¿Cómo tomar por “realista” un proyecto de modernización que ha “olvidado” durante dos siglos prever las reacciones del globo terráqueo a las acciones humanas? ¿Cómo aceptar que son “objetivas” teorías económicas incapaces de integrar en sus cálculos la escasez de recursos, cuando tenían como objetivo prever su agotamiento? ¿Cómo hablar de “eficiencia” respecto de sistemas técnicos que no supieron integrar en sus planes cómo durar más de algunas décadas? ¿Cómo llamar “racionalista” a un ideal de civilización culpable de un error de previsión tan magistral que prohíbe a los padres ceder un mundo habitable a sus hijos?[38]

El retorno de las espiritualidades es resultado de necesidades profundas y potentes. El futuro producirá innombrables declinaciones. Habrá charlatanerías y habrá cosas bellas. En lugar de taparse la nariz, quizá sea útil aprender a escoger, es decir, meter las manos en el lodo y volverse competentes. Francamente, en el punto en el que estamos ¿qué tenemos que perder? ¿una reputación? ¿una oferta de trabajo?

En nuestra sociedad, desear ponerse “al servicio de lo viviente” y declararlo públicamente, hace que la persona parezca un anormal, ingenuo o utopista. Sabemos que muchos lo desean en secreto, desde lo más profundo de su corazón, pero tienen miedo de la reacción de su entorno. Los que nosotros (y muchos más) proponemos en este libro, no les facilitará esa tarea, seguro, pero quizá les dará algo de valor para asumir su autenticidad ¡Ya es tiempo de desacomplejarse!

La supervivencia como una primera etapa

Necesitamos a todo el mundo. Hay algo de irenismo al decir eso, pero lo asumimos. Entonces, necesitamos a todo el mundo, simplemente para atender los diferentes aspectos de la vida, es decir, para tener el máximo de oportunidades de levantarnos después de los quiebres. Necesitamos personas que no están inquietas y también las que son hipersensibles, necesitamos resilientes y los que son vulnerables. Para cuidar el saber, necesitamos científicos y profesores; para cuidar nuestra imaginación y estimular nuestras emociones, necesitamos artistas; para cuidar los aspectos materiales, necesitamos ingenieros low-tech, inventores locos, campesinos agroecologistas y survivalistas; para defender lo que nos importa, necesitamos activistas, zadistas, “militantes”; para cuidar los cuerpos y nuestra psique, necesitamos “meditadores” y personas implicadas en las vías espirituales; para cuidar nuestra relación con lo viviente, necesitamos antropólogos, ecopsicólogos y facilitadores de estancias de inmersión en lo salvaje; para cuidar las organizaciones humanas, necesitamos pioneros en permacultura humana y animadores en inteligencia colectiva; para cuidar de nosotros, necesitamos a nuestros seres queridos, incluso si ellos no creen en la posibilidad de un colapso.

Necesitamos deshacernos de todas esas etiquetas, ya que se pegan fácilmente, son tenaces: survivalistas, transicionistas, artistas, “bobós”, creativos culturales, inventores, artesanos, campesinos, ecosicólogos, y todos los “oficios-del-mundo-de-antes” (informático, publicista, diseñador industrial, etc.). Las etiquetas encierran en un cierto confort, una manera de pensar, de sentir o de actuar. Con el paso del tiempo, muchos se instalan cómodamente en sus dominios preferidos, y pierden la capacidad de entender el mundo de los otros. Por suerte, tales categorías no están separadas por completo y siempre hay personas “multifunciones”, que navegan entre diferentes mundos a través de los compartimientos.

Podemos esquematizar la vida mediante el paso a través de dos umbrales: el primero, que nos hace pasar de la infancia a la adolescencia, representa el esfuerzo necesario para salir de la dependencia (“vivir de”) y encontrar su independencia (“vivir sin”). En la perspectiva de un colapso, sería típicamente la fase survivalista, que construye los medios de su propia subsistencia, su autonomía, fuera del marco del Estado y de la sociedad industrial.

“La independencia es más funcional que la dependencia, pero tiene sus límites, subraya Carolyn Baker. Nadie puede almacenar suficientes alimentos para aguantar hasta el fin de sus días. Tarde que temprano será necesario trascender la independencia”.[39] Entonces, se llega al segundo pasaje, cuando uno se da cuenta de que la independencia no es más que una ilusión, y que todo es interdependencia (“vivir con”). De manera simbólica, se trata del paso a la edad adulta: el descubrimiento de la finitud y de la vulnerabilidad, de los vínculos (que liberan) con todos los otros, y de la autolimitación. “Para algunos, en particular aquellos a quienes la independencia los hace sentir seguros, la interdependencia representa un desafío y puede incluso ser amenazante desde el punto de vista emocional. Razón de más para cultivarla, mientras más pronto mejor”.[40] Desde el punto de vista del colapso, ese estadio, que es el corazón de este libro, podría finalmente llamarse el vivalismo.

Vistas las urgencias, es grande la tentación de pasar a la acción lo más rápido posible y diseñar las políticas de colapso a grandes rasgos, sin haber podido pasar por un camino interior. Ello es posible, pero con el riesgo de recaer en los mismos escollos que causaron nuestras desgracias. Una trayectoria interna, como la propuesta en este libro, no es un rechazo a la política, por el contrario, ella es el prerrequisito para repensar completa y radicalmente la política, y encontrar los recursos para ello.

¿Cómo incluir las otras culturas en nuestro proyecto político? ¿Cómo repensar el derecho para que incluya a los otros no-humanos? ¿Cómo compartir las riquezas de la Tierra, sabiendo que entre quienes tenemos la costumbre de darnos, hay… nuevos socios políticos?

Brechas por abrir y sostener

Las luchas de los próximos años se situarán en torno a los lugares donde ciertas personas decidieron hacerse terrestres de nuevo, posarse para hallar un territorio y defenderlo. Para los terrestres, este acto de rebelión en el “espacio aéreo” moderno implica resistir a todo lo que destruye y rompe los vínculos que nos ligan a la Tierra. En ambos lados, está la cuestión del acceso a la Tierra. “Se trata de una situación de colonización, de ocupación del suelo de otros, lo que es una buena definición de la guerra”.[41] Aún peor, la guerra también es global: cuando, por ejemplo, los países industrializados envían CO2 hacia otros países ¿no hay ahí un casus belli?

En esa situación de guerra, el campo moderno es invisible y aún posee los medios para dañar de manera considerable ¿Cómo reinterpretar las luchas y lo que se juega a la luz del frente que se devela entre los terrestres y los militantes de la extrema moderna, es decir, entre aquellos que defienden territorios de creación de comunes y de regeneración de lo viviente, y aquellos que sigue destruyendo las bases comunes de nuestra subsistencia?

Entre luchas y alianzas, entre resistencia y resiliencia, nacen miles de colectivos y ponen manos a la obra para restaurar los ríos y los suelos contaminados, producir alimentos sanos, crear un hogar, cuidar a los demás, enseñar y organizarse de otros modos. Otros luchan para reducir las desigualdades y las injusticias, o contra la hidra capitalista y la finanza internacional. Otros más, cual verdaderos laboratorios, construyen espacios de creatividad (zonas para delirar, zonas para desinhibirse…) para innovar, explorar, inventar otras maneras de sobrevivir y de vivir, de recuperar los saberes de los antiguos y las memorias sociales de los periodos sombríos (las personas que vivieron guerras, migraciones, etc.), para hibridarlos con la época, e incluso, aprovechar los últimos momentos de estabilidad para experimentar intentos de políticas de colapso…

Hay tres dimensiones de eso que Joanna Macy llama el cambio de rumbo. La primera está inscrita en las acciones y las luchas que buscan ralentizar o detener los daños causados a la Tierra, a los ecosistemas, a las comunidades y a las personas frágiles. Se trata del activismo, espectacular o discreto, tal y como se le entiende habitualmente. La segunda reagrupa el análisis y la compresión de la situación actual (colaposología), y la creación de alternativas concretas (ecoaldeas, ciudades en transición, economías alternativas, agroecología, etc.). Finalmente, la tercera dimensión es la de un cambio profundo de consciencia, de un cambio interior. Ninguna es más importante que las otras. Necesitamos las tres de manera simultánea.

Aquí es dónde estamos. El fin de ese mundo anuncia grandes descompartimentaciones y alianzas improbables. Quien no comprende esto, quien se ofende por ello, o quien no lo desea, se priva de grandes partes de la vida. Es decir, en primer lugar, de la sobrevivencia.

La situación es compleja ya que hay colapsos deseables y otros que no deseamos que ocurran. Así, será necesario decidir qué deseamos sostener y qué es lo que queremos ver colapsar, teniendo consciencia de que todo está íntimamente ligado … Las alianzas y las solidaridades serán, por tanto, elecciones estratégicas. No somos de los mismos mundos, pero todos vivimos en el mismo barco.

La situación también es compleja porque estaremos atravesados simultáneamente por la pena y la alegría. La pena de observar el colapso de lo viviente, de nuestros lugares de vida, de nuestros futuros y nuestros afectos; la alegría de ver (¡al fin!) el colapso del mundo termo-industrial y muchas otras cosas tóxicas, de poder inventar nuevos mundos, de regresar a la existencia simple, de encontrar la memoria (contra la amnesia) y los sentidos (contra la anestesia), de ganar en autonomía y potencia, de cultivar la belleza y la autenticidad, y de tejer vínculos reales con lo salvaje redescubierto. No hay nada incompatible en vivir un apocalipsis y un happy collapse.


Notas

[1] P. Servigne y R. Stevens, Colapsología: El horizonte de nuestra civilización ha sido siempre el crecimiento económico. Pero hoy es el colapso, Barcelona, Arpa. 2020.

[2] Pablo Servigne, Raphaël Stevens y Gauthier Chapelle, Une autre fin du monde est possible. Vivre l'effondrement (et pas seulement y survivre), París, Editions du Seuil, 2018. Traducido del francés por Raúl Ornelas.

[3] K. Anderson y A. Bows, “Beyond 'dangerous' climate change: emission scenarios for a new world”, Philosophical Transactions of the Royal Society A : Mathematical, Physical and Engineering Sciences, vol. 369, no. 1934, 2011, p. 20-44.

[4] B. Chapman, “BP and Shell planning for catastrophic 5 °C global warming despite publicly backing Paris climate agreement”, The Independent, 27 de octubre, 2017.

[5] H. Kendall et al., “World scientists' warning to humanity”, Union of Concerned Scientists, 1992.

[6] S/A, “Heidelberg appeal to heads of States and Governments report”, Philip Morris Bates, 14 de abril, 1992. Véase también S. Foucart, “L'appel d'Heidelberg, une initiative fumeuse”, Le Monde, 16 de junio, 2012.

[7] W.J. Ripple et al., “World scientists' warning to humanity. A second notice”, BioScience, vol. 67, núm. 12, 2017, pp. 1026-1028.

[8] Para un análisis del fenómeno de las gated communities y su relación con el colapso, véase R. Duterme, De quoi l’effondrement est-il le nom? La fragmentation du monde, París, Les Éditions Utopia, 2016.

[9] “Millionaire migration in 2015”, New World Wealth, marzo, 2016.

[10] A. Hogg, “As inequality soars, the nervous super rich are already planning their escapes”, The Guardian, 23 de enero, 2015.

[11] E. Osnos, “Doomsday prep for the super-rich”, The New Yorker, 23 de enero, 2017; Y. Elmasry, “The super-rich are buying luxury apocalypse-safe bunkers for protection against natural disasters and nuclear attack”, The Independent, 10 de julio, 2017; E. Peyret y C. Schaub, “Fin du monde: les survivalistes à bunker ouvert”, Libération, 23 de marzo, 2018.

[12] B. Latour, Où atterrir ? Comment s’orienter en politique, París, La Découverte, 2017.

[13] Por ejemplo, J. Wiseman, Aventure et survie, París, Hachette Pratique, núm. 1705, 2016 ; D. Manise, Manuel de (sur)vie en milieu naturel, París, Amphora, 2016.

[14] B. Vidal, “Les Représentations collectives de l’événement-catastrophe. Étude sociologique sur les peurs contemporaines”, Tesis de doctorado en sociología, Universidad de Montpellier 3, 2012.

[15] A.H. Maslow, “A Theory of Human Motivation”, Psychological Review, núm. 50, 1943, pp. 370-396. Esta teoría muy simplista, es utilizada en la mayor parte de las escuelas de comercio.

[16] R. Stégassy, “Devenir autonome. Entretien avec Kim Pasche”, émission Terre à Terre, France Culture, 5 de septiembre, 2015, https://bit.ly/2LU59dG. Desarrollado en F. Van Ingen, Sagesses d’ailleurs pour vivre aujourd’hui, París, Les Arènes, 2016, p. 37.

[17] Ibid.

[18] Hay otras teorías que toman en cuenta las relaciones complejas entre las diferentes necesidades fundamentales. Véase por ejemplo, la del economista chileno M. Max-Neef, Development and Human Needs, Nueva York, The Apex Press, 1992.

[19] C. Baker, L’Effondrement. Petit guide de résilience en temps de crise, Montreal, Éco-société, 2016, p. 33.

[20] Véase C. Entremont y M. Dupuich, S'engager et méditer en temps de crise. Dépasser l'impuissance, préparer l’avenir, París, Éditions du Temps Présent, 2016; C. Hamilton, Requiem pour l’espèce humaine. Faire face à la réalité du changement climatique, Paris, Presses de Sciences Po, 2013; C. Baker, L’Effondrement, op. cit.

[21] C. Baker, ibid., p. 35.

[22] Esta guía de lectura esquemática y simplificada permite situarse pero no debe ocultar una realidad, que es mucho más compleja y dinámica.

[23] P. Chefurka, “Gravir l'échelle de la conscience”, Bitácora Approaching the Limits to Growth, 2014, traducido al francés por la asociación Adrastia y disponible en https://adrastia.assoconnect.com/page/911876-actualitegravir-lechelle-de....

[24] B. Spinoza, Éthique, Tercera parte, Prefacio.

[25] D. Bourg, Une nouvelle Terre, París, Desclée De Brouwer, 2018.

[26] C. Baker, L’Effondrement, op. cit., p. 67.

[27] J.M. Greer, Ecotechnic Future. Envisioning a Post-Peak World, Filadelfia, New-Society Publishers, 2009.

[28] I. Cadrin-Rossignol (documental escrito y dirigido por), La Terre vue du cœur, distribuido por Ligne 7, mayo 2018.

[29] C. Baker, L’Effondrement, op. cit., p. 135.

[30] B. Latour, Où atterrir ?, op. cit., p. 14-15.

[31] B. Latour, Où atterrir ? op. cit., p. 113.

[32] A. Soyeux, “L’Effondrement et la Joie”, Medium, 21 de diciembre, 2017, https://bit.ly/2wdwGfH.

[33] S. Moser, “Getting real about it: Meeting the psychological and social demands of a world in distress”, Gallagher et al. (editores), Environmental Leadership: A Reference Handbook, Newbury Park, California, SAGE Publications, 2012, p. 907.

[34] Citado por C. Baker, L’Effondrement, op. cit., p. 57.

[35] R. Scranton, “Learning how to die in the Anthropocene”, The New York Times, 10 de noviembre, 2013.

[36] Entrevista de Paul Chefurka para la asociación Adrastia, 22 de abril, 2015, https://adrastia.assoconnect.com/page/911876-actualiteinterview-de-paul-....

[37] M. Prechtel, citado en B. Kauth et Z. Alowan, We Need Each Other, Oregon, Silver Light Publications, 2011.

[38] B. Latour, Où atterrir ?, op. cit., p. 86.

[39] C. Baker, L’Effondrement. Petit guide de résilience en temps de crise, Éco-société, [2013] 2016, p. 98.

[40] Ibid.

[41] Entrevista con Hugues Dorzée: "Bruno Latour: 'Les climatosceptiques nous ont déclaré la guerre'", Imagine demain le monde, mayo-junio 2018, p. 85-88.