Emir Sader es sociólogo y politólogo brasileño. Trabajó como profesor de Filosofía por la Universidad de San Pablo y colabora con distintas publicaciones en La Jornada.

Tras el triunfo del candidato de derecha, José Antonio Kast, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile, resurge la inquietud respecto al origen de la fuerza con la que ha caminado la extrema derecha en América Latina.

El apoyo expresado en los primeros resultados de las elecciones presidenciales en Chile, a pesar de las movilizaciones populares de 2019, el importante logro que se había alcanzado en la representación de la Asamblea Constituyente y la elección del país de los delegados con predominio de la representación progresista, sorprende y provoca un obligado análisis político que permita entender la respuesta de la población.

El ascenso de la extrema derecha en América Latina ha sido un fenómeno que en las últimas décadas ha tomado fuerza. La situación en Chile, Argentina y Brasil, con Bolsonaro, no son ajenas entre sí, comparten elementos que han servido para vigorizar su imagen.

La postura antipolítica que sostienen ha jugado un papel a su favor porque ha coincidido con el hartazgo de la población a la falta de soluciones a sus problemáticas, las denuncias por corrupción hacia las fuerzas de la izquierda y las numerosas críticas que se levantan hacia los partidos políticos.

Ante la falta de soluciones por parte de las fuerzas democráticas hacia la violencia, la extrema derecha no ha titubeado en propuestas para endurecer las acciones contra ella al fortalecer a los cuerpos policiacos y respaldar su actividad, cumpliendo de una u otra forma con las demandas de la gente. Lo cual, ha llegado a endurecer a la población al aceptar e incluso apoyar las formas de la acción policial violentas y represivas.

Por el contrario, se ha visto muy debilitado el efecto que las propuestas de las fuerzas democráticas, sobre los derechos humanos y limitaciones a la policía, han tenido en la gente. Las situaciones de violencia han escalado a un nivel en que la población de la periferia, los sectores más pobres, deciden tolerar la violencia de la policía a seguir enfrentando la violencia militar y del narcotráfico.

La postura antiestatista de la extrema derecha se ha sabido utilizar muy bien para normalizar un ideal en el que los empresarios y el mercado son más efectivos, menos costosos y más favorables para la población. Incluso el despido de servidores públicos es recibido por la población como una noticia favorable, pensando en que así van a pagar menos impuestos, aunque eso implique el despido de múltiples trabajadores sociales.

La extrema derecha también se caracteriza por el rechazo de manera hostil de los derechos de las minorías. Las mujeres, los indígenas, negros y jóvenes no tienen un lugar en sus agendas políticas. Su repudio ha exacerbado las posiciones conservadoras de sectores de la clase media que se incomoda con que ocupen espacios y reclamen los derechos que merecen.

Aquí se anuncian temas centrales que deben atender las fuerzas de la izquierda. Ya que detrás de esas propuestas se encuentra una carga ideológica decisiva para el presente y futuro de las sociedades latinoamericanas.