El misterio de la economía. O cómo se pierde la normalidad capitalista en Argentina

El misterio de la economía.
O cómo se pierde la normalidad capitalista en Argentina
Daniel Inclán

El lema de Balzac puede aplicarse a desvelar la era del Infierno.
Porque nos revela que este tiempo no quiere saber nada de la muerte
y que la moda hace burla de ella; que la aceleración que sufre el tráfico
y el tempo a que se comunican las noticias –al ritmo de edición de los
periódicos–, se dirigen al hecho de eliminar toda interrupción, todo fin
abrupto y repentino, de modo que la muerte, como corte, sólo se da
como continuidad con lo rectilíneo del curso [...] del tiempo.

Walter Benjamin, El libro de los pasajes

    El 3 enero de 2022 un dólar estadunidense costaba 103 pesos argentinos, al tipo de cambio oficial; en el mercado informal, conocido como “dólar blue”, su valor era de 206 pesos. Al final del año, un dólar equivalía a 177 pesos en el tipo de cambio oficial, y 345 pesos en el mercado paralelo.1 Con una devaluación de 72%, el peso argentino es la moneda más depreciada de América Latina. No sólo como resultado de la crisis económica, que casi todos los países enfrentan después de dos años de políticas de confinamiento por pandemia; también las disputas entre poderes son definitorias, en especial aquellas batallas entre la oligarquía local y el gobierno federal (sin dejar de lado las disputa entre fuerzas políticas “oficialistas” y “no-oficialistas”), en las que se juega la concentración de las riquezas y el control del ejercicio del poder. Las oligarquías terratenientes, por ejemplo, especulan con las producciones de granos, carnes y lácteos, que guardan en espera de mejores precios internacionales o de incentivos federales, sin diferenciar los precios para el mercado interno y los de exportación. Esto afecta directamente a los precios de los alimentos al interior del país, aunque también es parte de la disputa por el ejercicio del poder más allá de los ámbitos de la política institucional. La oligarquía alega aumento de costos, por la subida de precios de los combustibles y los insumos para la producción, aunque sean trabajos realizados con anterioridad y que tendrán más ganancias que las programadas debido a la guerra en Ucrania y el aumento de los precios de los alimentos, en especial los cereales, en el mundo (Marcó de Pont, 2022).

    La situación no es sólo resultado de una coyuntura económica adversa, en el tiempo largo hay raíces del problema. Incluso antes de la icónica crisis de diciembre de 2001, cuando las finanzas argentinas colapsaron y arrastraron a las economías de la región, en el país ya se tenía consciencia de las devaluaciones y las hiperinflaciones que le acompañaban. Desde el rodrigazo, como se conoció la crisis económica durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón en 1975, hasta la devaluación promovida por Domingo Carvallo en 1990, durante el inicio del mandato de Carlos Menem, para sentar las bases de la convertibilidad del peso con el dólar estadunidense, las generaciones argentinas aprendieron que los proyectos económicos impulsados por cualquiera de los bandos políticos (militares, peronistas, radicales y alianzas partidistas) generaban una moneda inestable y mercados llenos de especuladores.

    La situación actual, a pesar de las similitudes con periodos anteriores, manifiesta un cambio de rumbo, no sólo en la economía nacional y en la composición de las fuerzas sociales, si no y sobre todo, en la relación que mantienen con la trayectoria general del capitalismo. La otrora totalización civilizatoria capitalista empieza a funcionar fuera de sus tendencias seculares, se realiza mediante procesos dislocados: movimientos desencajados en los que se difumina la capacidad de articular bajo una misma cultura material la compleja diversidad de formas de socialización que surgieron a lo largo de los últimos cinco siglos.

    En Argentina el precio del dólar es sólo una expresión de la reorganización desordenada de la vida económica y de las formas culturales del capitalismo. En el país se transita por un umbral en el que la regularidad de la vida en el capitalismo, como se definió y operó hasta los primeros años del siglo XXI, dejó de funcionar y generó regiones de aparente estabilidad que conviven con los crecientes islotes de capitalismo dislocado. Una condición del futuro del mundo se juega en esta geografía: el aniquilamiento de las clases medias, el fin de la estandarización del consumo, la destrucción de las dinámicas sociales de uso del espacio, el fin de los mercados no rentables (libros, teatro, cine de arte, etc.), la negación de todo proceso de redistribución de la riqueza, la destrucción de los ecosistemas con el argumento de necesidad social. Todo ello bajo la apariencia de un mundo capitalista que sigue en marcha. La tendencia civilizatoria del capitalismo se quiebra en esta región, pero queda en pie su imagen estrictamente económica: la desnuda transacción entre propietarios privados con fuerzas desiguales.

    En Argentina se verifica una pérdida de la complejidad sistémica, la dislocación de los procesos produce dinámicas relativamente autónomas por medio de las cuales se intenta mantener en pie el proyecto civilizatorio capitalista. Esto no significa su inmediata caída o su automática superación, sino la construcción de espacios y de temporalidades que tienen que resolverse al margen de las condiciones civilizatorias generales que organizaron la vida en los últimos dos siglos. No es el fin de la concentración de la ganancia y el control del ejercicio del poder, dos fundamentos del capitalismo; la riqueza se concentra aceleradamente mientras crece la precariedad en todos los segmentos sociales; al tiempo que la capacidad de gestión de las poblaciones desnuda su carácter represivo, ya sea por vías “legales” o por el ejercicio privado de la violencia.

    En términos macroeconómicos todo parece funcionar, por lo que se propone mirar la pérdida de la complejidad sistémica en los ámbitos de lo cotidiano, en esa escala espacio-temporal que fue fundamental para que el capitalismo, como proyecto civilizatorio, lograra instalarse y reorganizar la heterogeneidad de las formas de vida. En este texto, se sugiere mirar el colapso de la sociedad capitalista en Argentina, en lo que sucede día a día en tres de las dinámicas centrales de la socialización: el ensueño del mercado, el papel productivo del dinero en las subjetividades, y los contenidos simbólicos del consumo. En estos tres procesos se verifica la falla de los mecanismos de adhesión al modelo capitalista en Argentina, que, sin derrumbarse del todo, manifiestan su incapacidad para seguir articulando esa sociedad como lo hizo hasta hace algunos lustros. Todo ello se traduce en una creciente y acelerada precarización de los contenidos de las formas de vida colectiva. La microhistoria que representa esta catástrofe ayuda a entender los derroteros de la transformación del capitalismo mundial. No precisamente por su tamaño, si no por las formas de organización de las socialidades: la debacle económica en Argentina y la concomitante reorganización caótica son atisbos del futuro inmediato de la bifurcación sistémica

    Es en estos terrenos de lo cotidiano en los que se presentan unas primeras impresiones del colapso civilizatorio, que en Argentina expresan no un escenario por venir, si no una realidad que se consolida diariamente. El fin de algunas de las tendencias seculares se manifiesta cabalmente en esta geografía. Lo que abre preguntas sobre los mecanismos económicos, sociales, culturales y políticos a través de los cuales se intentará compensar la pérdida de complejidad del sistema y reorganizar el funcionamiento dislocado de los procesos generales de la civilización capitalista.

    ¿Un mercado con sueño?

    El contenido ideológico del neoliberalismo, que sirvió durante cuatro décadas para organizar el entendimiento del mundo bajo una imagen de articulación total de la economía y con ello la “universalización” de las formas de vida cotidiana, ya no sirve para explicar la emergencia de los múltiples escenarios de crisis, que se multiplican después de la catástrofe económica mundial de 2008. La pretendida globalidad y neutralidad del mercado no sólo demuestra su carácter restringido (si bien siempre funcionó para asegurar repartos desiguales), ahora hace explícitas las lógicas de exclusión: no hay capacidad de acceso al consumo para todas las personas, el esfuerzo individual o colectivo no aseguran acceso a las realizaciones materiales y culturales del capitalismo contemporáneo. Se conserva la domesticación del consumo, pero modificando sus mecanismos paralelos, entre ellos el endeudamiento y el acceso a los mercados.

    En Argentina, la idea de la integración a un mercado global sin restricciones es una ficción desde hace varios años. La posibilidad de adquisición de las mercancías paradigmáticas, como las tecnológicas o la moda, es casi imposible para la mayor parte de la población.2 Varias de las marcas icónicas globales dejaron el mercado local. Bajo la eufemística denominación de “cambios en los planes de negocio”, dejaron de operar: Nike, Under Armour, Dr. Martens, Asics, Alicorp, Pierre Fabré, Eli Lilly, Walmart, Falabella, Qatar Airways, Air New Zeland, entre otras. Ni los mecanismos de endeudamiento permiten el acceso a los productos globales, por las altas tasas impositivas al crédito, que rondan 100% anual, y por la dificultad para obtener un financiamiento, factores que indican la creciente situación de insolvencia que caracterizan la situación económica en Argentina. Los límites al endeudamiento personal contrastan con el peso de la deuda pública en la economía, que en 2022 representó 80% del producto interno bruto (Ministerio de economía, 2022a). El estado está endeudado, pero son escasos los créditos personales que la lógica de endeudamiento promueve.

    A finales de 2022, el gobierno federal creó un programa para adquirir equipos tecnológicos y electrónicos y venderlos en pagos parciales y sin intereses, porque las empresas distribuidoras y los bancos no ofrecían ese tipo de ofertas; no obstante, entre ellos no se incluyen las marcas icónicas del mercado mundial (Ministerio de economía, 2022b). Contrario al periodo del auge neoliberal, es el estado el que tiene que garantizar el acceso a los bienes que se volvieron “necesidad” social en las últimas décadas, pero con productos sustitutivos, no con las marcas de renombre. Se intenta así mantener a flote las dinámicas de consumo.

    El resultado es un mercado de múltiples especulaciones, que hacen que el precio de las mercancías y servicios sirvan para capturar la riqueza social mediante la segmentación, incluso en las mercancías y marcas que parecían “democráticas”, dejando en claro que hay accesos diferenciados. Por ejemplo, la industria textil, que en otros tiempos fue pujante y accesible para la extensa clase media argentina, hoy es selectiva y busca apropiarse de la abundancia artificial que se genera por los mercados paralelos, lo que hace imposible el consumo a crecientes segmentos de población. Por ejemplo, la ropa de invierno, que es una necesidad para un país que seis meses al año vive en la mitad de su territorio temperaturas cercanas a 0°, tiene precios muy altos, que llegan a duplicar el costo que pueden tener en mercados como el europeo o el estadounidense.3

    Las marcas icónicas que aún quedan en Argentina, dados sus elevados precios, están destinadas a pocas personas. Por lo que es muy común que las tiendas tengan escasas mercancías en exhibición, solo para mantener la imagen de funcionamiento. Incluso el tamaño de los locales contrasta con los de los grandes almacenes en Brasil o Chile.

    Los escenarios públicos en los que se pueden ver circulando las mercancías dominantes del mercado mundial resultan de un consumo exterior, como en los tiempos de la sustitución de importaciones y los mercados cerrados. En el caso de los dispositivos electrónicos hay una necesidad generalizada de adaptadores para las tomas de corriente, porque los equipos son comprados en mercados foráneos (en especial la zona franca de Ciudad de Este en Paraguay o en Montevideo, Uruguay). Los adaptadores se venden en puestos informales en las calles más transitadas del centro de las ciudades grandes o en las terminales de trenes y autobuses; no son para el turismo, sino para los miles de personas argentinas que compran sus equipos fuera de su país.

    Un mercado tan desigual, fragmentado y excluyente, en un país en el que las clases medias solían ser extensas, no sólo favorece a las oligarquías que monopolizan el acceso a las mercancías y las divisas; también el gobierno gana con la especulación y la consecuente inflación que provoca. La jerga económica llama impuesto regresivo a los ingresos estatales obtenidos por la inflación. La pérdida del valor de la moneda en el consumo cotidiano implica una transferencia de valor a la entidad que “produce” el dinero: el Banco central de la república y después a la hacienda pública. La devaluación de la moneda obliga a una mayor circulación de divisas y con ello una mayor captura de impuestos al consumo en montos absolutos. Según datos oficiales, 29% del producto interno bruto es de impuestos (24% federal y 5% provincial). El impuesto más importante es el IVA, 76.7% del total recaudado (Ministerio de economía, 2022c).

    ¿Dinero sin valor (civilizatorio)?

    Las restricciones a la adquisición de las mercancías icónicas del mercado global y los frenos al endeudamiento son expresión de la pérdida de funcionamiento del dinero como mecanismo de articulación económica. El valor del peso argentino es cada vez más simbólico. Incluso el estado físico de los billetes y monedas que circulan cotidianamente, en especial los de bajo costo, da cuenta de esa pérdida de “valor” del peso: billetes carcomidos de tanto uso, otros con leyendas o sumas escritas cual papel de notas, algunos con desgastes en sus impresiones, y otros más con arreglos de cintas para mantener unidas piezas de lo que alguna vez fue un billete. A lo que se suma el desprecio por las aún circulantes monedas, en especial las de un peso, con las que ya no es posible adquirir absolutamente nada.

    Ante una moneda que no tiene valor, el gobierno apuesta por múltiples vías capturar los miles de dólares que circulan en los mercados paralelos. Durante 2022 hubo varios tipos de cambio del dólar que daban un poco más del cambio oficial, para “incentivar” segmentos productivos o para apropiarse de algunas de las ganancias de actividades rentables, como los grandes espectáculos. Los tipos de cambio fueron: oficial o minorista; bolsa o MEP; Coldplay o de costo de eventos con artistas extranjeros; ahorro o solidario; Netflix o de servicios de streaming; para turistas extranjeros; para turistas argentinos; soja; Qatar; cripto; de Certificados de depósitos argentinos o CEDEAR; de adquisición de productos de lujo; de liquidación de valores de deuda; de liquidación de valores en bolsa; tecnológico (BCRA, 2022a). Al mismo tiempo que se multiplican los tipos de cambio, se aumentan las restricciones de acceso a dólares, conocidas como cepos, que no permiten que las personas puedan asegurar su cada vez más deteriorada riqueza en moneda estadounidense. Una persona solo puede comprar 200 dólares al mes con el tipo de cambio oficial; pero si tiene algún tipo de subsidio estatal no puede adquirirlos, porque no se considera un sujeto con capacidad de ahorro. Con lo que se refuerza el mercado “paralelo” y su gran dinamismo.

    Los montos que se mueven en el mercado paralelo son difíciles de medir, por el tipo de operaciones que realizan, básicamente en el mercado minorista, y aunque es difícil que se acerquen a los dólares que pasan por el control oficial, los de los mercados mayoristas internacionales (carne, granos y minería), sí representan una afrenta al control del mercado cambiario y sirven para desestabilizar la economía cotidiana. La continuidad y dinamismo del mercado paralelo, de más de diez años de operación, obligó al gobierno encabezado por Alberto Fernández a generar varios tipos de cambio para acortar la brecha entre el cambio oficial y el “blue”.

    Junto con las casas de cambio ilegales, conocidas como cuevas, que funcionan a la luz del día en las principales calles del centro porteño y de otras grandes ciudades como Córdoba o Rosario, operan mecanismos internacionales que se sirven del tipo de cambio paralelo para hacer sus transacciones. La empresa más socorrida es Western Union, a través de la cual personas en el extranjero envían remesas a Argentina, que convierten los depósitos en monedas locales a dólares y estos los cambian al tipo paralelo. Por ejemplo, a finales de 2022 un envío de 1 000 pesos mexicanos por este mecanismo equivalía a 18 300 pesos argentinos; si esa misma cantidad se cambia por los mecanismos oficiales, se recibirían solo 9 130 pesos argentinos. Este mecanismo favorece sobre todo a las monedas que mantienen una relación estable o de apreciación con el dólar, como el real brasileño, el peso mexicano o el sol peruano.

    No es una concesión en el mercado de divisas, que permite más ganancias al cambiar el dólar a peso argentino; por el contrario, es una manera de desestabilizar la economía cotidiana, de generar nuevos mecanismos de concentración de la riqueza y de administrar una disputa por las divisas, tanto por los dólares, que se concentran en los mercados paralelos como por el circulante en pesos. El tipo de cambio paralelo sólo beneficia a quienes tienen dólares, no a aquellos que los quieren o necesitan adquirir.

    La disputa por las divisas llega hasta el Banco central de la república argentina, que tiene escasas reservas; según el último reporte del 2022, equivalían a 43 665 millones de dólares, entre billetes y metales (BCRA, 2022b). Las élites que tienen acceso a los mercados internacionales guardan su riqueza fuera del país. Según datos del Instituto nacional de estadística y censo de la Argentina (INDEC) había 261 490 millones de dólares fuera del país, registrados como “otras inversiones”. Un monto casi seis veces mayor al de las reservas del Banco central.

    Los métodos de pago digitales, es especial mercadopago, sirven para paliar la falta de divisas físicas. Además, construyen un mecanismo de préstamo, con mayor facilidad que las instituciones bancarias, pero con montos muy limitados, que sólo sirven para adquirir insumos o servicios básicos. No obstante, hay restricciones a su uso, porque para acceder a ellos se necesita un respaldo bancario y poca población tiene sus ahorros en esas instituciones: aunque las cuentas de débito y ahorro no deben generar costos, por disposición oficial, la memoria de los corralitos o la retención de ahorros hace que las personas guarden su dinero en sus domicilios. Las tarjetas de crédito tienen altos costos de operación y pocos mecanismos de pagos parciales sin intereses; a lo que se suman los costos de operación que deben pagar los comercios que reciben pagos con tarjetas, y el que las empresas que controlan esos medios de pago entregan los recursos a las cuentas comerciales después de 25 días hábiles. Por lo que pocos establecimientos aceptan pago a crédito, en especial los pequeños, que necesitan de inmediato los recursos, y por tanto, rechazan este tipo de transacciones.4 Estos mecanismos señalan una ruptura más de la normalidad capitalista: el crédito no palía, como hasta hace algunos años, la pobreza de las personas y sus dificultades de acceso al mercado.

    Y sin embrague se mueve… ¿para dónde?

    Estas dinámicas de dislocación de las relaciones económicas amplían las brechas entre los segmentos sociales, de modo que aquellos que tienen acceso al dólar, pueden multiplicar su riqueza en pesos.5 Además, el acceso a divisas extranjeras desde Argentina también está restringido. Con ello se crea una ficción del valor del peso, que se traduce en una “locura” de los precios, como le llaman eufemísticamente a una especulación en todas las escalas del mercado, desde el consumo minorista cotidiano hasta las grandes transacciones. Esa oscilación del valor del peso es otra de las razones que justifican la especulación de los precios; misma que en un movimiento circular afianza la acumulación en pocos segmentos, que, a su vez, son los que pueden acceder a los dólares, ya sea porque se dedican a actividades de importación o exportación, o porque controlan las dinámicas de distribución.

    Por otro lado, la tolerancia al tipo de cambio paralelo permite un aumento del turismo en Argentina, en especial de los países limítrofes, particularmente los que pueden acceder por tierra, porque los vuelos son muy costosos debido a las altas tasas impositivas (112%, según datos de la Asociación latinoamericana y del Caribe de transporte aéreo). Hasta septiembre de 2022, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires reportaba la visita de 983 000 turistas extranjeros (la mayoría de Brasil, Uruguay y Chile), en una ciudad de poco más de 3 millones de habitantes.6 Aunque parecería un buen indicador, la terciarización de la economía impulsada por el turismo aumenta los precios de los productos cotidianos, no sólo los de los espacios dedicados exclusivamente a las personas visitantes, sino en todos los segmentos de mercado. La necesidad de “capturar” la riqueza del turismo eleva considerablemente los precios, en especial en las ciudades que concentran las llegadas, como Buenos Aires.

    En cambio, los cada vez más amplios sectores empobrecidos tienen que soportar la situación con sus reducidos ingresos, que además enfrentan una inflación galopante, que en 2022 fue de 94.2%, según datos oficiales. Las paritarias, como se conoce a las actualizaciones de los sueldos a lo largo del año, para tratar de ajustar los ingresos con la inflación, sólo benefician a aquellas personas que tienen contrato de trabajo fijo: una tercera parte de la población económicamente activa. Las paritarias resultan de las negociaciones de cada sindicato, por lo que en 2022 hubo algunas que fueron mayores a 100%, como la del trabajo de carga y descarga, vidrierías y ópticas o seguridad; pero la mayoría rondaron 60%.7 De los 20 millones de personas trabajadoras, 44% lo hacen en condiciones precarias: 26% en la informalidad y 18% cuentapropistas o de subsistencia (Centro de estudios metropolitanos, 2022). Más de la mitad de la población tiene ingresos bajos, menores a 145 000 pesos al mes. De los trabajos no precarizados, solo la mitad son con contrato fijo, el resto son por contratos temporales o por obra determinada, que tienen dos opciones: o aumentar los costos del servicio, jugando con los aumentos inflacionarios; o mantener los costos de los servicios y perder ante una inflación impredecible. El resultado, una especulación sobre los ingresos y los salarios, que poco o nada tienen que ver con los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo. Y aunque el salario base en Argentina es relativamente alto para América Latina, es uno de los más castigados, mirado en una perspectiva de mediana duración (por ejemplo, una persona que operaba un taxi hace cuarenta años, podía adquirir un crédito para una vivienda; hoy nadie que se incorpore al servicio de transporte de personas puede aspirar a un respaldo para comprar una casa).

    Como respuesta a la inestabilidad económica, persiste una dinámica social de uso público de los espacios que aún se conservan, las parrillas y restaurantes están ocupados los siete días de la semana a las horas del almuerzo y la cena; lo mismo sucede en los cafés a media tarde, en ciudades como Buenos Aires. Una moneda tan devaluada, una inflación tan alta y con los límites para ahorrar, obligan a que las personas gasten lo poco que ganan, porque no tiene sentido guardarlo y tampoco tienen la posibilidad de destinarlo al pago de créditos, que son cada vez más difíciles de obtener.

    Así, los gastos cotidianos se concentran en alimentación. Las librerías o los teatros, que son espacios icónicos en Argentina, no logran recuperar sus niveles de venta de antes de la pandemia, y antes de las medidas que limitaron el apoyo a estos sectores durante el gobierno capitalino encabezado por Mauricio Macri. Lo que antes eran actividades básicas para la mayoría de la población argentina, se vuelven actividades esporádicas y de lujo, como lo son para el resto de las personas en América Latina. En 2017, según la encuesta de consumos culturales, en Argentina sólo leían libros 44% de la población, 27% antes solía leer y 29% no lo hace.8 Estas cifras, que ya eran alarmantes para un país que tiene 1 500 librerías y la industria editorial más compleja y dinámica de América Latina, muy probablemente se ampliarán como resultado de los altos costos de los libros en los dos últimos años. En un escenario más adverso está el teatro; según la misma encuesta, en 2017, sólo 11% de la población asistió a funciones teatrales, en un país con 1 591 salas. Estas actividades no lograron recuperarse en 2022. Y difícilmente lo harán en los próximos años, con lo que se convertirán, como en el resto del continente, en actividades poco “rentables” y, con ello, escasas para la mayor parte de la gente.

    Lo que resta: pensar la desarticulación geográfica del capital

    Uno de los esfuerzos más importantes del trabajo de David Harvey es explicar las soluciones espaciales que se construyen para enfrentar las crisis congénitas del capital. Desplazar actividades productivas, relocalizar fuerza de trabajo, cercar tierras, diferenciar desigualmente regiones productivas, reprimarizar economías o destruir capitales y reconstruirlos, son solo algunas de las soluciones que a lo largo de 500 años se ejercitan para mantener en pie la economía capitalista. Estos procesos parecen perder fuerza de totalización a escala planetaria, y empiezan a operar por regiones, con resultados heterogéneos.

    Si bien en Argentina no se disputa la definición de las soluciones espaciales del capitalismo, si se experimentan varios escenarios, en los que se vive un futuro-presente del proyecto civilizatorio capitalista. Es el octavo país más grande del mundo, el segundo con menor densidad de población en América Latina, con 47 millones de habitantes en 2 780 millones de kilómetros cuadrados; con una diversidad de ecosistemas (selva, bosque, desierto, estepa, sabana, costas marinas, humedales, glaciares y zona ártica); una población educada y calificada; con un sistema de salud pública; con el mayor consumo cultural per cápita del continente. Hay varias dinámicas sociales dislocadas del capitalismo, que sirven para entender cuáles son las trayectorias del quiebre del relativo equilibrio sistémico, además de poder discernir el fin de algunas de las claves civilizatorias capitalistas.

    Por ejemplo, con las restricciones del mercado, en especial el acceso a las tecnologías no sólo se incumplen las políticas de ciencia y tecnología, tan promovidas como vías de desarrollo a nivel planetario, también se desencaja una de las dinámicas de socialización más eficientes para el capitalismo en las últimas décadas: vivir frente a las pantallas. No obstante, 87% de la población cuenta con acceso a internet, pero sólo 42% lo hace a través de una computadora, según datos del INDEC.

    En Argentina, y de manera creciente en el conjunto del sistema-mundo, todo parece funcionar, pero debajo de esa apariencia aparecen por lo menos cinco interrogantes sobre el funcionamiento del capitalismo: ¿qué tendencias civilizatorias mantienen estabilidad? ¿a qué cohesión social dan lugar? ¿qué papel juegan en la reproducción de las relaciones de poder? ¿qué peso tienen en la creación de las bases materiales capitalistas? y ¿cómo contribuyen a la producción de valor? Lo que se juega no es la estructura económica capitalista, está en movimiento algo más amplio: su tendencia civilizatoria. En Argentina todo parece indicar que su funcionamiento es desencajado. El sistema se mueve, pero en direcciones que concentran las ganancias en pocas manos y que sin ninguna reserva justifican y defienden el fin de todo posible reparto de la riqueza social. De esa forma, la cohesión social se disloca, y se sientan las bases para quiebres económicos y sociales cada vez más profundos y peligrosos.

    La precarización funciona como mecanismo de disciplinamiento social, la lucha política se reduce a la pelea por las condiciones de sobrevivencia; el aumento de la pobreza y la hambruna cumplen funciones represivas, se mata por falta de alimento y se crean nuevas ortopedias de los cuerpos mediante la administración de la escasez de comida. El aniquilamiento de los segmentos medios es la expresión cabal de la lucha de clases y el reacomodo de poder de las oligarquías locales y transnacionales, el fin de una “sociedad” de clases medias no demuestra el agotamiento del estado de bienestar, si no el éxito de las élites en la disputa de poder; el castigo a las actividades no rentables (libros, teatro, cine, artes) da cuenta de una pelea por el control de los espacios de la crítica, misma que no deja de existir, pero se presenta como un objeto de lujo social, en una geografía en la que era parte del consumo cotidiano (hasta hace muy pocos años en los quioscos de revistas se podían adquirir libros a un precio bajo; o había decenas de funciones de teatro a precios accesibles para todos los estratos económicos).

    Aunque el mercado no cumple sus promesas neoliberales, de pleno acceso y mecanismos diferenciados en el tiempo mediante el crédito, sigue siendo necesario. La especulación de los precios no alcanza a ser sustituida por otros mecanismos de intercambio y mucho menos por otras formas de producción. Con lo que parece que la tiranía del mercado es imposible de ser sustituida.

    En el plano cultural, la imaginería de una nación de clase media, producto del esfuerzo del trabajo y la capacidad creativa de las migraciones, frena la capacidad de imaginar y practicar interacciones colectivas por fuera de los dominios del consumo. El papel civilizador del trabajo, a pesar de no generar las condiciones que hasta hace algunos lustros eran extensivas (vivienda, ahorros, capacidad de consumo) sigue vigente. Y aunque hay 200 programas de asistencia social que benefician a 22 millones de personas con el objetivo de paliar los efectos de un empobrecimiento acelerado de la población,9 pervive en los sentidos comunes la idea del vigor y el sacrificio laburante como mecanismo necesario para una vida digna.

    Finalmente, también está en juego la relación de las luchas políticas y los posibles diques a un capitalismo voraz. La acumulación de fuerza de las distintas expresiones de la lucha social en Argentina, a pesar de las embestidas que sufrió durante el siglo XX, conserva repertorios de acción que permiten negociar, así sea en condiciones adversas. Esa capacidad está cada vez más mermada, como resultado de la reorganización de las actividades productivas y de la falta de construcción de herencias políticas. Las condiciones para enfrentar ese capitalismo desbordado son otro de los escenarios de lucha que se pueden reconocer en Argentina, y sobre el que hay que seguir reflexionando para entender los escenarios de la bifurcación sistémica. Las movilizaciones sociales deben reformular posturas y acciones frente al tema de la escasez, bajo un triple desplazamiento: la opulencia ficticia a la que muy pocos tienen acceso, la defensa de las condiciones de las heterogéneas formas de vida, y la necesidad de reformular el sistema de necesidades, dado que el consumismo a ultranza carece de bases materiales para seguir funcionando.


    Notas

    1. Véase: https://www.bcra.gob.ar/MediosPago/Tipos_de_Cambio_SML.asp.
    2. Un iPhone13, cuesta 695 000 pesos argentinos, que en el tipo de cambio oficial serían alrededor de 3 900 dólares; incluso en el mercado paralelo de dólares (1 900 dólares). Este equipo es más costoso que en México, donde cuesta cerca de 1 000 dólares (20 000 pesos mexicanos). Otra de las mercancías paradigmáticas del capitalismo, el automóvil, es también de difícil adquisición en Argentina: un Renault Logan, que se ensambla en el país, cuesta 3 965 000 pesos argentinos; modelo que en México cuesta 312 000 pesos mexicanos.
    3. Un abrigo impermeable marca Columbia, estilo Bugaboo II, para soportar temperaturas de 0°, anunciado en el sitio web para Argentina, cuesta 120 000 pesos argentinos (en diciembre de 2022 al tipo de cambio oficial, 650 dólares, en el mercado paralelo 330 dólares); en el sitio web de la misma marca en Estados Unidos cuesta 210 dólares. Si se toma en cuenta que el salario mínimo mensual será de 69 500 pesos argentinos a partir de marzo de 2023, el precio del abrigo Columbia es elevado: casi dos salarios mínimos.
    4. Lo que contrasta, por ejemplo, con Brasil, un país limítrofe, en el que las comisiones por usos de servicios bancarios son muy bajas, por lo que hasta los comercios informales pueden hacer uso de ellas; lo mismo que las personas en situación de calle, que en lugar de dinero en efectivo aceptan transferencias digitales, que pueden cambiar con sus tarjetas o sus dispositivos móviles.
    5. Cabe destacar que esta dinámica sólo funciona en Argentina, porque en los países limítrofes el peso argentino se compra mucho más barato de lo que se vende, para evitar que las “riquezas” en pesos argentinos, producto del mercado paralelo, desestabilicen los mercados internos; por ejemplo, en Uruguay un peso argentino se compra a 0.1 pesos uruguayos y se vende a 0.3 pesos uruguayos).
    6. Véase: https://turismo.buenosaires.gob.ar/es/observatorio.
    7. Véase: https://www.pagina12.com.ar/419817-paritarias-2022-cuales-fueron-los-ult...
    8. Véase: https://encuestadeconsumo.sinca.gob.ar/libros.
    9. Véase: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/2018/05/gps_del_estado_....

    Referencias

    BCRA (2022a), “Tipos de cambio”, disponible en: https://www.bcra.gob.ar/MediosPago/Tipos_de_Cambio_SML.asp.
    BCRA (2022b), “Reservas internacionales”, disponible en: https://www.bcra.gob.ar/Pdfs/PublicacionesEstadisticas/reservas1.pdf.
    Centro de estudios metropolitanos (2022), La informalidad y la precariedad laboral en la Argentina, Buenos Aires, Centro de estudios metropolitanos.
    Indec (2022), Balanza de pagos, posición de inversión internacional y deuda externa. Tercer trimeste de 2002, disponible en: https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/bal_12_22CF13CFCBCA.pdf.
    Marcó de Pont, Alejandro (2022), “Los oligarcas argentinos y ucranianos son más letales que los misiles rusos”, en IADE: realidad económica, Buenos Aires, Instituto argentino para el desarrollo económico. Disponible en: https://www.iade.org.ar/noticias/los-oligarcas-argentinos-y-ucranianos-s....
    Ministerio de economía (2022a), “La deuda en la administración central”, Buenos Aires, Ministerio de economía, disponible en: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/presentacion_gra769fica....
    Ministerio de economía (2022b), “Ahora 12”. Disponible en: https://www.argentina.gob.ar/economia/comercio/ahora12.
    Ministerio de economía (2022c), “Recaudación tributaria anual: nominal y % del PIB”, Buenos Aires, Ministerio de economía, disponible en: https://www.argentina.gob.ar/economia/ingresospublicos/recaudaciontribut....