Los límites y los alcances de las subjetividades emergentes en el ocaso capitalista

    La acción colectiva, en particular aquella de carácter antagonista, es uno de los principales determinantes de la trayectoria del sistema-mundo. Las actividades de los sujetos que sustentan visiones y realizan prácticas disruptivas en los márgenes del capitalismo, que suelen manifestarse en una multiplicidad de espacios sociales, representan un elemento cualitativo en los rumbos de la bifurcación sistémica. Ese conjunto heterogéneo de prácticas abre horizontes alternativos y crea nuevas articulaciones sociales, que prefiguran nuevas formas de vida, no desconectadas del capitalismo, sino en abierto antagonismo. Es por eso que el análisis de los movimientos sociales contemporáneos es estratégico para comprender las tendencias dominantes de nuestra época y las disputas por dotar de contenidos y formas alternativas al tiempo colectivo.

    Muchos de los análisis sociales dominantes sobre la trayectoria del sistema sitúan en un segundo plano a los movimientos sociales, para centrar su atención en la concentración del ejercicio del poder, en especial aquel que controlan las corporaciones y estados, que son considerados las dos grandes fuerzas que determinan los rumbos y contenidos de las vidas colectivas. Si bien este tipo de análisis es fundamental para hacer reflexiones críticas sobre la situación actual, donde los ejercicios de poder articulan a las sociedades en función de las agendas corporativas, es necesario complementarlos con las investigaciones, igualmente críticas, de los movimientos antagonistas. Para una visión compleja y no dicotómica del proceso de transición en el que nos encontramos es preciso reconocer la importancia cualitativa de los movimientos antisistémicos, en tanto sus propuestas y actividades, al tiempo que frenan la dinámica del capitalismo, construyen referencias civilizatorias para quienes intentan transformar sus formas de vida fuera de los parámetros civilizatorios modernos.

    En esa perspectiva, el texto de Raúl Zibechi que publicamos en este número ofrece una primera aproximación a los interrogantes que la bifurcación sistémica plantea a las personas y movimientos que se proponen superar la dominación capitalista. Esta es una disquisición relevante para el debate sobre la trayectoria del sistema: aun en medio de grandes y crecientes dificultades hay multiplicidad de sujetos sociales que, de diversas maneras y en ámbitos heterogéneos, experimentan formas de vida contra, más allá y en fuga de las relaciones sociales capitalistas. Sus prácticas constituyen las bases materiales, epistémicas y prácticas de mundos no capitalistas y, en esa medida, son fundamentales para entender cuáles podrían ser las bifurcaciones que construyan formas postcapitalistas, aquellas que sean capaces de romper con las relaciones fundamentales de ese sistema social: el trabajo asalariado, el monopolio de los medios de vida y de trabajo, la competencia, la acumulación, el individualismo, entre las más importantes.

    En estas notas proponemos algunas reflexiones a propósito de lo planteado en el artículo de Zibechi, “Pueblos y movimientos en el torbellino sistémico”, en torno a tres cuestiones que consideramos axiales para los sujetos antisistémicos: el combate a la adhesión al sistema, el autoritarismo y la masa crítica.

    Un primer tema que es relevante discutir a partir de las reflexiones Zibechi es la adhesión al sistema capitalista, que deriva de su capacidad para crear riqueza material de forma en apariencia ilimitada. En términos históricos, las revoluciones sociales y políticas, las luchas de liberación nacional, las luchas gremiales y corporativas, e incluso muchos de los sujetos sociales contemporáneos, aceptan y defienden el acceso a la riqueza material como coordenada fundamental de sus luchas. Tanto en aquellos procesos que pugnan por el acceso al mínimo vital (por ejemplo, las consignas paz, pan y trabajo, o, tierra y libertad), como en las prácticas de consumo responsable, se manifiesta el gran triunfo de la modernidad capitalista, la pervivencia del “deseo de capitalismo” según una expresión referida por Zibechi (2022): una relación que cohesiona transversalmente a las distintas formas de socialización contemporáneas cuyo fundamento es la “abundancia” y el fin de la escasez gracias a las mejoras tecnoindustriales y el funcionamiento “adecuado” de la ciencia, que se manifiesta en una riqueza que sólo es necesario socializar de manera distinta.

    La versión consumista de la adhesión al capitalismo es la más visible en esa dinámica de crecimiento sin límites, pero no debemos dejar de lado las dificultades que los sujetos sociales antagónicos enfrentan para transformar las formas de producción y de esa forma lograr romper el “deseo de capitalismo”. De las luchas históricas de impugnación al orden civilizatorio moderno, consideradas en la larga duración, se puede reconocer que por transformadoras que fueron algunas de las experiencias, no lograron dejar de lado los paradigmas productivos del capitalismo. Por ejemplo, la fórmula bolchevique, según la cual el comunismo es la acción común del poder de los soviets y la electrificación, esquematiza la adhesión a las formas de producción creadas por el capitalismo por parte de los sujetos antagonistas que llevaron a cabo ese proceso de transformación.1 Lo que deja ver la fuerza de creadora del capitalismo al tiempo que se devela el objetivo de la producción tecnoindustrial: la creación de la mayor cantidad de mercancías y con ello la apropiación de la mayor cantidad de ganancias.

    A la luz de las críticas a la tecnología, posteriores a la destrucción anunciada por la carrera atómica y que desde la revolución mundial de 1968 tomaron carta de ciudadanía en el pensamiento crítico, es posible afirmar que las estrategias antisistémicas requieren de una crítica de las tecnologías capitalistas, desde su concepción, diseño e implementación; sin perder de vista que la crítica también debe extenderse a las relaciones sociales que se construyen a partir de las lógicas tecnoindustriales. La supuesta neutralidad de la ciencia y la tecnología que está detrás del desarrollo de las fuerzas productivas modernas tiene que ser superada, porque no es el cambio en su uso lo que frenará las destrucciones que genera. Las fuerzas productivas creadas en el marco del proyecto civilizatorio capitalista llevan la marca de la autodestrucción, por lo que un uso alternativo (proletario, comunitario, indígena, etcétera) no es suficiente. La apuesta por el productivismo industrial y la superación artificial de la escasez no anuncia ninguna emancipación, por el contrario, refuerza el sentido civilizatorio del capitalismo. Por lo que su cuestionamiento y la construcción de otras tecnologías y modos de producción son temas urgentes en las agendas de los procesos de transformación.

    Así, uno de los principales aportes de las luchas antagonistas contemporáneas es la elaboración de cinco críticas de la cultura material capitalista: 1) la crítica del sistema de necesidades y su ordenamiento del tiempo y el espacio; 2) la crítica de la tecnología y su deriva industrial, producto de una intensa actividad científica; 3) la crítica de la relación entre lo humano y lo no-humano, que escinde el mundo de las existencias; 4) la crítica las relaciones de género, expresada en la división entre los productivo y lo reproductivo; 5) la crítica del colonialismo que reorganiza las geografías y los pueblos. Aunque estas críticas, consideradas en lo individual, existen desde hace mucho tiempo, los nuevos posicionamientos emancipatorios parten de la necesidad de integrarlas a fin de transformar el conjunto de las relaciones sociales, y de manera muy destacada, aquellas que aseguran nuestra reproducción cotidiana: la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, entre otras necesidades básicas; a ello se suman de manera creciente prácticas y reflexiones sobre la importancia de los vínculos afectivos, de los cuidados y las dimensiones espirituales, a través de las que se crean sentidos colectivos y formas de adhesión a nuevas experiencias civilizatorias.

    Se crean posibilidades para ir por fuera de la abundancia capitalista y de su impulso industrial, volviendo a plantear preguntas cuyas respuestas no pasan por la formulación de programas generales, ni de actividades derivadas de manuales de acción. Ello no resuelve totalmente el problema material, pero impugna el dominio absoluto del productivismo y la tecnología como vías capitalistas de superación del capitalismo. Se quiebra así el sentido teleológico que imperó durante todo el siglo XX, con lo que se abre la puerta a pensar los proyectos de transformación por fuera de toda necesidad histórica.

    El segundo tema sobre el que es preciso reflexionar es el autoritarismo. La construcción de prácticas y reflexiones críticas que salen del imperio productivista se enfrentan a lo impredecible del escenario catastrófico contemporáneo. Por lo que además de tener que imaginar, experimentar e innovar aceleradamente, enfrentan dos grandes interrogantes que deben ser analizados como parte de la construcción de alternativas civilizatorias: 1) las relaciones de mando y obediencia; 2) las escales de acción y las posibilidades de replicarse en otros escenarios o de crear mecanismos de articulación entre luchas.

    Coincidimos con el argumento de Zibechi, que destaca la capacidad transformadora de los “pueblos originarios, negros y de las periferias urbanas” en América Latina como uno de los principales diques a la expansión capitalista de los años recientes, ya que es un terreno fértil de experiencias antagonistas frente al sistema moderno de dominación. Su importancia invita a profundizar en los debates que su caminar propicia. Queremos reflexionar sobre lo cotidiano de su quehacer, en el que la reproducción de ideas y prácticas autoritarias es un tema poco tratado, y sin embargo, de gran importancia para explicar las trayectorias de las luchas sociales.

    De manera similar a la adhesión a las ideas-fuerza del capitalismo, los sujetos antagonistas reproducen las culturas políticas modernas y recrean relaciones de mando-obediencia que limitan su trayectoria y expansión. Como bien apunta Zibechi, los sujetos antagonistas han puesto en cuestión las prácticas y costumbres políticas de partidos y sindicatos, en tanto representaciones de la cultura política predominante en la sociedad capitalista. Sin embargo, los ejercicios de horizontalidad, de mandar obedeciendo, de rotatividad y rendición de cuentas, por citar algunas experiencias relevantes, hasta ahora no sientan bases para experiencias innovadoras que sustenten cambios radicales en las culturas y prácticas políticas de los sujetos antagonistas. La “metafísica” de la movilización se sostiene sobre principios de renuncia y sacrificio que dificultan la superación de dinámicas autoritarias. La fuerza de la autoridad sigue primando en las actividades antisistémicas bajo múltiples maneras: el líder carismático, la urgencia e importancia del proyecto, la tradición, etcétera.

    Uno de los debates más relevantes en relación al autoritarismo dentro de las organizaciones antagonistas lo planteó la dirigencia zapatista, al hablar de la influencia del ejército como estructura jerárquica en la que los mandos toman decisiones que deben ser acatadas, sobre las prácticas asamblearias de las comunidades que intentan autogobernarse mediante el diálogo colectivo (véase SCI Marcos, 2003). En esa perspectiva, destacan dos experiencias que, sin acabar con las culturas autoritarias, proponen discusiones y prácticas para hacerles frente:

    • Los anarquismos, que comparten el rechazo a toda forma de gobierno y/o conducción institucionalizados, al tiempo que recogen la crítica a las experiencias históricas que apuntalaron el culto a la personalidad y los caudillismos.

    • Las experiencias feministas, que en pensamiento y acción intentan desterrar las prácticas de imposición y recuperación con que fueron silenciadas durante largo tiempo: el predominio de una voz y una verdad absoluta.

    Como síntesis de estos debates, entre los sujetos antagonistas se generaliza el método de la acción descentralizada (cada quien en su tiempo y modo), como un conjunto de prácticas que permiten la convergencia en la acción y a partir de objetivos comunes. Sin embargo, ello no resuelve los clivajes resultados de una cultura política que busca hegemonizar y homogeneizar las luchas, y en muchos casos, las prácticas al interior de las luchas antagonistas apuntalan la fragmentación extrema que paraliza las convergencias amplias, ya que se demandan comportamientos normalizados, dinámicas de subordinación y respeto a jerarquías imaginarias. Se crean así, de forma implícita, y muchas veces explícita, mecanismos de supervisión y sanción, para definir lo tolerado, lo aceptable y lo necesario de las acciones de lucha. Derivado de ello se construyen mecanismos de supervisión, vigilancia y sanción (que van desde el regaño, hasta las sutiles formas de expulsión).

    Como toda relación autoritaria, este tipo de prácticas es posible porque se acepta y legitima por la parte que se subordina. En el caso de las movilizaciones antagónicas perviven dinámicas de aceptación acrítica de las figuras de autoridad, asumiendo que son dinámicas necesarias para los objetivos de la lucha. Con lo que se reproducen las divisiones y jerarquías de los quehaceres.

    Un debate menos abordado es el comportamiento de las personas e instancias de dirección de las luchas antagonistas, así sean informales. En términos de cultura política, comienza a ser un sentido común el hacer frente al enriquecimiento de los dirigentes; a los comportamientos violentos, en particular la violencia de género. Como resultado se refuerzan las exigencias para que los acuerdos colectivos sean respetados. En cambio, los temas de la rotatividad, del cuestionamiento y sobre todo de las posibilidades de sancionar y destituir a los dirigentes que no cumplen sus encargos en la forma acordada, son poco abordados: los sujetos antagonistas continúan reconociendo una especie de meritocracia fundada en la experiencia, en los roles de género, y muchas veces, en la formación de mayorías en su interior.

    Esto abre la puerta para discutir los programas e idearios de las acciones políticas antagonistas, ya que se sigue reproduciendo un sentido moderno capitalista de la verdad política: la tienen aquellas personas privilegiadas, las mentes ilustradas (generalmente masculinas) que saben el sentido y significación de cada acción. Esta separación convierte a las personas que cotidianamente reproducen el quehacer antagónico en repetidoras de una verdad que no siempre construyen, comparten o entienden. Es común que los contenidos de los proyectos, los análisis de la situación en la que se realizan y los escenarios inmediatos y futuros se vuelvan fórmulas que se repiten sin procesos reflexivos.

    Pensamos que es indispensable profundizar los debates sobre las relaciones de poder al interior de los sujetos antagonistas y experimentar posibles soluciones que rompan la inercia de un problema sobre el que “nadie se anima a hablar”. En esa perspectiva, el debate sobre el papel de la crítica es crucial. En la cultura política predominante, marcada profundamente por el autoritarismo, la crítica es inadmisible: quien critica los mecanismos de ejercicio de poder deviene “adversario”, e incluso “enemigo”, al que en cualquier caso hay que combatir y, eventualmente, someter a los dictados del poder establecido. Las múltiples expresiones autoritarias dejan hondas huellas en las prácticas y los hábitos de los sujetos antagonistas, que construyen espacios de diálogo, crítica y autocrítica, pero cuyos alcances son muy limitados, tanto en lo que toca al cuestionamiento de los dirigentes, como de los presupuestos que sostienen la lucha. Para tomar dos ejemplos disímbolos, citemos el atroz silencio en torno a la violencia de género y a la toma de decisiones en el terreno de las alianzas políticas. Incluso para los sujetos antagonistas, la crítica es una práctica “poco útil”, que desgasta y da argumentos a aliados y enemigos. En los escenarios en los que se abre la posibilidad de su enunciación se pide que sea una “crítica constructiva”, es decir, que proponga sobre lo que hay y que no se atreva a impugnaciones radicales. Desde la experiencia histórica, se constata que la crítica queda relegada a ejercicios retrospectivos, por lo que difícilmente se instala como una práctica cotidiana que permita mejorar tanto la convivencia como la toma de decisiones, así como prefigurar nuevas culturas políticas fundadas en una solidaridad que no excluya la crítica.

    Un tercer tema para reflexionar es la escala de las experiencias antagonistas (OLAG, 2018). En contrapunto con el argumento que sustenta el carácter cualitativo de los proyectos civilizatorios que construyen los sujetos antagonistas, es preciso preguntar acerca de su capacidad para movilizar y, sobre todo, para resonar, para ser traducidos por otros sujetos en otras circunstancias, para crear medios de articulación y diálogo. La construcción de acuerdos y la realización de acciones en que participen amplios grupos de personas y organizaciones, en geografías heterogéneas y no contiguas, son vitales tanto para las luchas anti-capitalistas como para la construcción de nuevas formas de vida. Esa es una de las posibles respuestas al problema de la masa crítica y la generalización de la crítica del sistema de dominación, una respuesta en clave “realista”. La consideración pragmática que sustenta la aspiración, e incluso el deseo, de que se produzcan y construyan convergencias masivas, señala que, dada la magnitud del capitalismo, las experiencias autonómicas y alternativas pueden seguir construyéndose en los márgenes del sistema, pues su alcance no desafía el gran poder capitalista, de modo que estarían sometidas a un desgaste permanente y a su eventual reabsorción. De ahí que ganar masa crítica y lograr convergencias masivas son objetivos estratégicos de los movimientos antagonistas.

    Otras interpretaciones, en cambio, sostienen la posibilidad de una transformación de largo plazo caracterizada por una dinámica de agrietamiento, de cambio intersticial, posición argumentada en el debate mexicano por Gustavo Esteva (2022) y John Holloway (2011), entre otros autores. En esas perspectivas, la cuestión de la masa crítica y las convergencias masivas no es central, enfatizando el crecimiento orgánico de las "formas otras" de vida.

    Las oleadas de insurgencias sociales y políticas que caracterizan el nuevo siglo alimentan estos debates, al tiempo que las luchas y movimientos antagonistas afectan la de por sí decadente normalidad capitalista. Sin embargo, el periodo reciente también se caracteriza por una continua y omnipresente operación de represión y control social acentuado, el llamado capitalismo de la vigilancia. Si consideramos algunos ejemplos de América Latina, constatamos que los levantamientos populares en Chile, Colombia y Ecuador fueron, hasta ahora, reabsorbidos por la institucionalidad liberal, siendo el primero el caso más extremo: con el fracaso del proceso constituyente y la promulgación del estado de sitio por el gobierno de Gabriel Boric se agravó el conflicto con los pueblos mapuche y se abrió la puerta para la represión selectiva ante la latente disconformidad social.

    Así, en la época de la bifurcación sistémica coexisten transformaciones civilizatorias con reestructuraciones capitalistas cada vez más represivas. Sin duda, ello señala la fragilidad del sistema, al punto que la posibilidad de un quiebre histórico cobra fuerza rápidamente. Sin embargo, el recurso a la violencia generalizada también alimenta la posibilidad de conflictos que constituyan riesgos existenciales, al menos para grandes regiones del planeta; tal es el caso de uso de armas nucleares en el conflicto entre Rusia y Ucrania, evocado por el liderazgo ruso. En otra escala pero con resultados similares, las operaciones de constrainsurgencia militar y social contra las comunidades zapatistas levantan interrogantes acerca de la continuidad de esta lucha emancipadora que marcó el inicio del milenio ¿Estas contradicciones y contingencias hacen que las convergencias masivas se conviertan en una necesidad inaplazable para los sujetos antagonistas? Esta es una pregunta abierta que, desde nuestro punto de vista, cobra relevancia y marcará en buena medida la trayectoria de las luchas anti-capitalistas.

    En cualquier caso, los sujetos antagonistas enfrentan dos desafíos sobre los cuales es preciso seguir discutiendo: la construcción de vínculos con los grupos sociales típicos del capitalismo decadente (las masas proletarias y las masas desposeídas); y la creación de culturas materiales que ofrezcan soluciones a la escasez material y a la miseria existencial que crecen sin límite a la vista, conforme se profundiza la dislocación del capitalismo.

    RO-DI
    Diciembre de 2023
    Referencias

    Esteva, Gustavo (2023), “The Ongoing Insurrection”, A Critique of Development and other essays, Nueva York, Routledge, pp. 198-232.
    Holloway, John (2011), Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo, Ciudad de México, Herramienta, Bajo Tierra, Sísifo, BUAP.
    Lenin, V. I. (1986 [1920]), “Informe del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia y del Consejo de Comisarios del Pueblo sobre la política exterior e interior. 22 de diciembre”, Obras completas, Tomo 42, Moscú, Progreso, , consultado el 10 de diciembre de 2022.
    OLAG (2018), Seminario Cuál es el futuro del capitalismo, grabaciones de video, , consultado el 10 de diciembre de 2022.
    SCI Marcos (2013), Chiapas: la treceava estela. Quinta parte: una historia, julio, , consultado el 10 de diciembre de 2022.
    Trotsky, Lev (1922), Informe sobre la nueva política económica de los soviets y la revolución mundial. Informe pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, , consultado el 10 de diciembre de 2022.
    Zibechi, Raúl (2023), “¿Qué podemos hacer ante el ‘deseo de capitalismo’? ”, Desinformémonos, 9 de enero, , consultado el 10 de enero de 2023.


    1 La frase de V. I. Ulianov Lenin (1986: 31 y 164) es: “El comunismo es el Poder soviético más la electrificación de todo el país”, y fue pronunciada en dos ocasiones en noviembre de 1920; la primera ante un congreso del Partido comunista de Rusia; y la segunda ante un congreso de los soviets, lo que explica su carácter esquemático y propagandístico. También en el marco de la revolución rusa, Lev Trotsky trató en diversas ocasiones esta perspectiva “prometeica”, adherida completamente a las ideas del progreso y el desarrollo. En un informe ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, Trotsky (1922) planteó el pro-blema de la siguiente manera: “El progreso histórico de la humanidad puede resumirse del modo siguiente: un régimen que asegura una mayor productividad del trabajo reemplaza a aquellos con una productividad menor. Si el capitalismo reemplazó la antigua sociedad feudal sólo fue porque el trabajo humano es más productivo bajo el dominio del capital. Igualmente, la única razón por la que el socialismo podrá suplantar completamente al capitalismo, de un modo total y definitivo, es que asegurará una mayor cantidad de productos para cada unidad de fuerza de trabajo humano.” En esta visión teleológica de la transforma-ción, la trayectoria de los sistemas sociales está determinada, fundamentalmente, por la productividad del trabajo. Este plantea-miento fue refutado no solo por el hundimiento de las experiencias del socialismo este-europeo sino por la catástrofe ecológica que las caracterizó y los límites sociales que enfrentaron. Nuestro argumento no pretende hacer una crítica a las luchas sociales del pasado, ejercicio anacrónico dado que cada sujeto lucha con los medios y horizontes de su época. Se trata de un ejercicio de memoria, de aprendizaje, en que el análisis de las luchas históricas permite advertir tanto sus aportes y realizaciones, como sus límites y contradicciones. En esa perspectiva, nuestra reflexión propone una recuperación crítica de las luchas que buscaron superar el capitalismo y sus pilares civilizatorios productivistas de base tecnoindustrial.