La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza. Introducción

Cita: 

Foster, John Bellamy [2000], La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza. Introducción, Madrid, El viejo topo, pp. 17-45.

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2000
Tema: 
El eco-marxismo desde la Ecología de Marx
Idea principal: 

John Bellamy Foster es profesor de sociología en la Universidad de Oregón y editor de la revista Monthly Review. Escribe sobre la economía política del capitalismo, ecología, crisis ecológica y teoría marxista.


Introducción

El presente texto analiza la relación entre el materialismo y la ciencia como dos conceptos clave para explicar el nacimiento del modo de pensamiento ecológico.

El análisis se enfoca principalmente en el desarrollo de la filosofía ecológica de Marx a partir del materialismo epicúreo para desarrollar la interdependencia entre la naturaleza y el ser humano con la crisis socio-ecológica contemporánea.

El materialismo

Para el materialismo, la existencia de las cosas, lo tangible, depende de la naturaleza y de la materia. De acuerdo con el filósofo de la ciencia Roy Bhaskar (1983), el materialismo comprende tres categorías:
• El materialismo ontológico, que hace alusión a que la existencia de las cosas depende del conocimiento empírico del ser humano.
• El materialismo epistemológico. Afirma la existencia de cosas que son independientes de la existencia del ser humano.
• El materialismo práctico. Enfatiza el papel que tiene el ser humano para la transformación de su entorno físico y social.

El materialismo de Marx era más práctico porque creía que precisamente la cosmovisión del mundo era definida a partir de la relación de la acción humana y la transformación de su entorno (no obstante, también consideraba la parte epistemológica y ontológica para enriquecer la cientificidad del materialismo naturalista). No en un sentido mecanicista sino más bien adoptado de la filosofía del griego Epicuro que creía que la noción materialista de la naturaleza ayudaba a desarrollar la concepción de los límites de la libertad humana. Hay que considerar también, que Marx recibió la influencia de los trabajos de Bacon, Kant y de hegelianos como Feuerbach, que tenían como base la filosofía de Epicuro.

El epicureísmo surge como la antítesis a la creencia de que la base material de las cosas se explica por la intervención divina. Esta filosofía ayudó a enriquecer el debate en el siglo XIX sobre el origen del mundo —a saber, qué es primero ¿el espíritu o la naturaleza? — que llevaba a adquirir posiciones idealistas o materialistas.

Durante 1830, el idealismo era sinónimo de espiritualismo, como un intento de menosprecio hacía lo material, resaltando las bondades y propiedades del espíritu. Por el contrario, el sensismo era la aproximación al materialismo porque trataba de reivindicar el papel de la materia y los sentidos por encima del espíritu.

Un tercer elemento que se añadía al debate sobre la explicación del origen de las cosas fue el empirismo de David Hume que fue catalizado por el idealismo trascendental de Immanuel Kant —el racionalismo kantiano— que era una combinación entre idealismo y materialismo, es decir, era cierto que existían cosas que se encontraban fuera del entendimiento del ser humano pero que yacían en el reino de los noúmenos*, y por tanto, existía la necesidad de basar el conocimiento en hechos que no fueran a posteriori. El conocimiento a priori permitía moldear todo aquello que ocupaba un lugar en el espacio-tiempo. El problema con Kant era que no permitía que la filosofía materialista adquiriera firmeza porque cualquier cosa que saliera del campo de la visión del ser humano se sometía al racionalismo kantiano.

He de aquí, la importancia de la filosofía hegeliana como una vía de escape al racionalismo kantiano. Aunque de una manera forzada, se recurría al idealismo para entender los problemas gnoseológicos resaltando la importancia de la relación espíritu-historia en el desarrollo del mundo. Es decir, conforme evolucionamos, nuestro entendimiento sobre las cosas también evoluciona. La trampa en esta filosofía era caer en el idealismo: todo lo que existe para nosotros, tiene su razón de ser por nuestra mera lógica, es decir, que lo finito no posee sustancia.

Para Marx, la filosofía idealista de Hegel tenía que situarse en lo práctico para no caer en la cosmovisión religiosa. Lo mismo sucedía para Feuerbach en su crítica al idealismo hegeliano. Su intento por buscar una postura materialista sin adquirir los mecanicismos de Hobbes y Descartes, llevaron al joven hegeliano a recurrir al sensismo (primero la esencia humana y luego el espíritu) pero como Marx destaca, fue meramente contemplativo. Carecía de una definición práctica. Lo práctico llama a la acción, y la acción humana es la que teje la relación del ser humano con la naturaleza.

El valor que poseía el materialismo epicúreo fue en un principio para Marx aquel que pudo reconocer a la autoconciencia humana, es decir, la libertad de generar conocimiento en base a lo que yo creo y no en base a lo que los demás creen.

Para el materialismo epicúreo el mundo tiene un carácter mortal y no divino. Nada surge de la nada y todo lo que existe en el mundo está conectado. La profundidad de esto dejaba entrever que la naturaleza era tratada como algo inmortal y que por tanto su muerte no existía.

Como se mencionó al principio, Marx no abandonó el sentido ontológico y epistemológico del materialismo, al contrario, adquirió un enfoque dialéctico. Fue importante para su análisis la dependencia del ser humano con la naturaleza, siendo esta última su antecesora. Además, reconoció la existencia de un mundo exterior físico que no dependía del conocimiento humano.

Hegel también había intentado resolver las contradicciones del racionalismo kantiano a través de dialéctica, pero sus razonamientos lo llevaban a negar la existencia autónoma de la materia. De acuerdo con Marx, todo lo que esté relacionado con la cognición humana no representa un mundo propio sino es más bien un producto del pensamiento humano.

De esta manera, Marx establecía la tesis de que las ciencias naturales y las ciencias sociales, por muy diferentes que fueran, podían estudiarse juntas. Era necesaria una concepción materialista de la historia de la humanidad apegándose a su relación con la naturaleza. Eso contradecía la idea de los marxistas de Occidente sobre el materialismo como mera categoría verbal dedicada a la descripción del modo de producción capitalista utilizando los conceptos de base y superestructura. Empero, para entender mejor el funcionamiento de la base y la superestructura, era necesario analizarlo con los vínculos que existen entre la producción y las condiciones del entorno natural para que pudieran materializarse.

Al entender el vínculo del desarrollo de la historia de la humanidad y el entorno natural, yacía la importancia para Marx de estar al día con los avances de la ciencia. Para superar al idealismo se requería hacer sinergia de la vida material con los aspectos físico-naturales de la existencia de esa vida material.

La ecología

A pesar de que Marx había establecido las bases de la conciencia ecológica anticipándose a su época, sus detractores remarcaban fallas dentro de su materialismo ecológico. Dichas fallas se alimentaban unas con otras; por ejemplo, se decía que sus estudios ecológicos no eran más que ilusorios porque no los había incluido plenamente en su obra principal ni en su teoría del valor, además de que sus afirmaciones carecían de sustento científico pues nunca estudio los efectos de la tecnología sobre la naturaleza (al contrario, era pro-tecnología) o que era especista (los seres humanos son superiores a lo animales).

No obstante, Marx fue su propio crítico y dichas aseveraciones terminan trayendo a colación ideas pre-marxistas. El problema de estas posturas anti-marxianas reside en que ven a la ecología como una cuestión de valores, que se asemeja a las posturas idealistas que están encaminadas al espiritualismo. A pesar de que criticaron a Marx por no haber recalcado la contribución de la naturaleza, no analizan tampoco la cuestión ecológica como un objeto de estudio y eso poco contribuye a entender de fondo los verdaderos vínculos materiales entre el ser humano y su evolución en el planeta (que incluye a la naturaleza).

Para Marx la tarea es analizar los vínculos entre el desarrollo de la vida material y su nexo con el propio espiritualismo. No de catalogar a su materialismo como baconiano por la malinterpretada idea de la dominación de la naturaleza, algo que todos los enfoques materialistas llegan a hacer (una idea antropocentrista para Bellamy Foster). Es un punto de vista de co-evolución y de relaciones metabólicas –a saber, los procesos involucrados en el desarrollo del ser humano con la naturaleza– y no una lucha de ideas antropocentristas y ecocentristas.

Aun cuando el materialismo haya llevado a gente hacia posturas teleológicas y antropocentristas, el mismo Bacon argumentaba que para entender el concepto de dominio de la naturaleza, había que comprender cuáles eran las leyes de la naturaleza.

Como se mencionó, la dominación de la naturaleza, atribuida a Bacon, se convirtió del siglo XVII al siglo XIX en una simple citación de frases, más nunca se pretendió analizar el concepto de fondo por los materialistas e idealistas más conservadores.

Caudwell, un adepto del co-evolucionismo de Darwin y Marx, plasmó es sus obras Illusion and Reality (1937) y Hereditary and Development (1986) que en la búsqueda del hombre por su libertad –libertad de la naturaleza– este tienda a integrarse con sus similares (sociedad) para trabajar en conjunto y no estar sujetos a lo que dictamine la naturaleza sino al revés. La cuestión es que el hombre no puede desarrollarse en ningún nivel sin que la naturaleza también eche raíces.

Dado lo anterior, el concepto de sostenibilidad venía asomándose ya entre el año 1600 con un buen interprete de las ideas baconianas: John Evelyn. En sus obras Fumigumium (1661) y Sylva (1664), Evelyn se anticipó en abordar la supuesta dicotomía antagónica entre dominio-sostenibilidad al escribir sobre la defensa de los bosques y contaminación del aire, respectivamente en cada obra.

Los mayores avances en el pensamiento ecológico durante el siglo XIX fueron gracias a la filosofía epicúreista que ponía en tela de juicio la idea antropocentrista de la creación del mundo relacionada con las interpretaciones teológicas para dar paso a la interdependencia entre el ser humano y la naturaleza. Poco a poco, la idea del ser humano como centro del universo y la finitud del tiempo y el espacio fueron colocadas en el estante del agnosticismo. Tanto Bacon como Darwin aseguraban que esta interdependencia era la representación de la historia natural.

Las ideas de Darwin, aunque muchas veces tomadas como un materialismo mecanicista, sirvieron de inspiración para el desarrollo de nuevas perspectivas. Tal es el caso Liebig, precursor de la ecología moderna, al hacer estudios sobre la relación de la tierra con los nutrientes que generaba para satisfacer la nutrición animal. Al igual que Bacon, las ideas de Darwin comenzaron a derrumbar aquel muro de la teleología o al menos a construir otra opción fuera del espiritualismo. Al respecto, Caudwell mencionaba que el verdadero darwinismo defendía la cadena de creación de la vida para alinearse con el resto de la realidad, donde todos los organismos cumplían con una función vital para la estructura de la existencia.

Para entender en términos prácticos de la ecología contemporánea, las leyes informales de la ecología (atribuidas a Barry Commoner) plantean que todo está relacionado con lo demás, todas las cosas van a parar a algún sitio, la naturaleza sabe más y que nada procede de la nada. Dicho de otro modo, estas leyes nos dan a entender que, dentro de la cadena de creación de la vida, existe un hecho fundamental que trata sobre adaptabilidad. Sí un elemento de la vida altera su funcionamiento, este será un efecto domino para los demás implicados dentro de la estructura de la existencia; algunos tendrán la capacidad de adaptarse y otros no, pero eso no significa que no afecte el desarrollo de la historia natural en algún grado. Si por alguna razón introducimos elementos ajenos a la naturaleza –que no son producto de la evolución– estamos jugando con fuego.

Incluso antes que Darwin, Epícuro ya había tratado los temas de adaptabilidad, pero no en un sentido de selección natural sino de las relaciones humanas con la subsistencia, en un mundo gobernado por especies que no siempre son capaces de adaptarse. La tarea de Marx fue entonces, cristalizar las aportaciones de Epícuro e incluso de Hegel, en una teoría más acercada hacia la praxis sin abandonar la interdependencia entre el ser humano con la naturaleza. De esta suerte, se dice que Marx se anticipó al gran potencial que tenían las investigaciones de Leibig y Darwin para comprender el desarrollo sostenible y la co-evolución.

La tarea de Marx fue entonces, cristalizar las aportaciones de Epícuro e incluso de Hegel, en una teoría más acercada hacia la praxis sin abandonar la interdependencia entre el ser humano con la naturaleza"

El verdadero análisis ecológico requiere que se adopte una postura materialista y dialéctica. Esta debe entender que los organismos no solamente se adaptan al medio, sino que también lo modifican. Por ejemplo, las plantas llenan de nutrientes al suelo y esos nutrientes a la vez sirven para permitir la existencia de otros organismos: se trata de una relación recíproca.

Para Marx, aunque el ser humano atribuya las cualidades de su entorno a través de valores de uso y valores de cambio, en realidad no se trata de una ley universal, o al menos no para entender la realidad ontológica de todo lo que nos rodea. Es decir, para un animal como el cordero, su valor de uso no podría ser concebido solo por el hecho de ser comestible para el hombre porque por encima de eso, representa una parte esencial e importante para la naturaleza en sí.

La crisis socio-ecológica

Uno de los problemas con el pensamiento ecológico contemporáneo es que los sociólogos no han logrado plasmar una teoría que contenga el suficiente materialismo, historia y dialéctica para reconstruir la forma de analizar a la sociedad con la naturaleza como una característica intrínseca a ellos. Si bien es cierto, han criticado las posturas socio-científicas que engloban una idea antropocentrista de la crisis global medioambiental y la negación del carácter ontológico de la naturaleza, no han logrado formalizar sus teorías en base a la praxis que propuso Marx y eso debilita los argumentos de la dependencia de los seres humanos con la naturaleza.

La carencia de una herencia intelectual crítica entre sociólogos y ambientalistas crea un panorama en donde chocan ideas constructivistas y anticonstructivistas, una antinomia entre la existencia ajenas a las cosas y otra que demanda la interdependencia entre todo el entorno.
Visto de otro modo, la disputa entre el antropocentrismo y el ecocentrismo socava todo intento por atender el problema actual del ser humano y su entorno.

Para Bellamy Foster, la vaga compresión actual de los límites del crecimiento humano tiene que ver con la ruptura de la teoría social y su relación con la naturaleza durante la Segunda guerra mundial; las condiciones materiales de la existencia dieron por sentado el dominio del humano por encima del ecosistema, omitiendo la importancia de la historia de la sociedad y adoptando entonces posturas constructivistas en pro del prometeísmo tecnológico, es decir, la conquista del mundo gracias a la tecnología fruto del trabajo humano.

En este sentido, el marxismo ecológico tiene la ventaja de que no olvida el avance de la sociedad, pero no pierde de vista la relación de las condiciones materiales con la historia de la naturaleza (sin embargo, no debe confundirse con el materialismo dialéctico entre Marx y Engels como una categoría posterior).

La finalidad del texto de Foster es reconocer la alineación entre el ser humano y la naturaleza con la ayuda del materialismo ecológico de Marx (y en parte del materialismo de Darwin) para dotar a la teoría verde contemporánea de un análisis más profundo que se aleje de posturas idealistas y espiritualistas que fueron adoptadas por las ciencias sociales a causa de la tardía adopción de un pensamiento eco-social.

Finalmente hay que remarcar que las ideas ecológicas de Marx no surgieron solo de su genialidad. Desde sus primeros estudios, trató de ser sensible en temas de ecológicos. Además, el panorama de los siglos XVII y XIX demandaban el desarrollo de una concepción materialista de la naturaleza, hecho que se vio reforzado por los intereses de Marx hacia la agricultura de subsistencia en torno al avance del capitalismo. Tal como afirma Foster: "el pensamiento social de Marx está inextricablemente relacionado con una visión ecológica del mundo" (p. 45).


Notas

*Los noúmenos kantianos representan el conocimiento de las cosas que son explicadas a través de intuición intelectual, es decir, la existencia de las cosas que no pueden ser explicadas en base a la experiencia. En el reino de los noúmenos se encuentran categorías intangibles para el ser humano pero que yacen en su entorno y se relacionan con lo tangible (tal es el caso del tiempo).

Trabajo de Fuentes: 

Roy Bashkar, "Materialism", en Tom Bottomore, ed., A Dictionary of Marxist Tought (Oxford: Blackwell, 1983), 324

Nexo con el tema que estudiamos: 

El materialismo ecológico de Marx es importante para analizar los vínculos históricos del ser humano con la naturaleza. Se requiere de cierto rigor filosófico para entender la interdependencia del ser humano con su entorno y no llevarlo a un asunto de jerarquías o cosas ajenas el uno del otro. Probablemente la ideas presentadas en este texto se encuentren intrínsecas en posturas de la actualidad, sin embargo, hay que reconocer que la base ha partido de aquí directa o indirectamente.