Decadence and the machine

Cita: 

Zerzan, John [2016], “Decadence and the machine”, Black and green review, (3):42-52, primavera.

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
2016
Tema: 
La decadencia del siglo XIX y la decadencia del siglo XXI
Idea principal: 

John Zerzan es un filósofo anarcoindividualista estadounidense. Su trabajo hace una crítica a la civilización y la interpreta como inherentemente opresiva. Ha escrito libros como Futuro primitivo y otros ensayos y Against Civilization: Readings and Reflections.


El autor arranca su texto haciendo referencia al fin del siglo en Europa (1880-1900). Se enfoca especialmente en la década de los años noventa del siglo XIX. Ese periodo es uno de Decadencia cultural y social. La Decadencia hace pensar en autores como Oscar Wilde y Charles Baudelaire y no hay duda de su influencia en lo que fue el modernismo del siglo XX, ya que rompió con largas estructuras y convenciones.

La Dadecadencia fue una oscureciente desilusión que impregnó el pensamiento, la imaginación y la vida material, lo cual era inseparable del triunfo del industrialismo. El sentido característico general de decadencia fluyó de sentirse perdido en la oscuridad de la ascendente Revolución Industrial. En palabras de Nietzsche, “muchas cadenas han caído sobre el hombre… él sufre de haberlas llevado por tanto tiempo” (p. 42).

Un tiempo de duda, pero más que eso, la Decadencia fue una época donde la derrota se sentía profundamente. Zerzan escribe que cuando el mundo se presenta a sí mismo como un mecanismo de fuerzas impersonales más allá del control humano, con todo el apoyo de la izquierda y la derecha, la Decadencia es inevitable. El tedio reina; sólo la tecnología es dinámica. Todo lo sano está en declive y la mentalidad decadente se resigna a esperar pasivamente con una angustiosa fatalidad de ansiedad interior. ¿Suena familiar? Pregunta el autor.

El camino al fracaso era palpable. El poderoso de la época fue el industrialismo. Ante esta realidad, el Romanticismo generó una crítica al progreso mecánico llevada a cabo por autores como E.TA. Hoffman, Mary Shelley y Edgar Allan Poe); mientras que otras voces que se oponían a los impactos de las fábricas se hicieron escuchar (Zola, Balzac, Flaubert, Heine, Hesse, Mann, Dickens, Ruskin, Morris, Carpenter, Tolstoy).

La Decadencia no fue una extensión del Romanticismo, sino una reacción ante él. En ausencia de movimientos anti-industriales importantes y, en un mundo donde la simplicidad, el balance, la armonía fueron sistemáticamente borrados por la Máquina, la expresión cultural hizo lo mismo. La disciplina industrial infectó a toda la sociedad. Stendhal vio que una de las consecuencias de la dedicación moderna a la productividad era el agotamiento de la capacidad natural del hombre para disfrutar de la vida.

Pensadores dominantes como Comte, Darwin y Marx, etc., estaban de acuerdo: el ascendente orden de la civilización requería siempre más complejidad, homogeneidad y trabajo. Los literatos decadentistas dieron voz a un sentido de una nada en el corazón de las cosas. La obra Degeneration (1890) de Max Nordaus describió el humor del fin de siglo como la desesperación importante de un individuo enfermo. Eso ilustraba la histeria que la industrialización y el crecimiento de las ciudades provocaron. La proliferación de movimientos de lo oculto fue otro aspecto de la enfermedad decadentista. La fuerte popularidad de la música de Wagner, con su religiosidad mítica, asumió algunas veces proporciones de culto.

La Decadencia es auto-conscientemente artificial. Carga consigo la inequívoca y antinatural cualidad que es el reflejo triste de un dominio tecnológico que literalmente destruye a la naturaleza.

Los decadentistas vieron un mundo en el que la supervivencia significó mantener la distancia. Con el simbolismo, se desató un retiro a lo estrictamente simbólico. El lenguaje como cualidad independiente reemplaza al significado. Ese estilo literario es el esfuerzo de la palabra para, de alguna forma, expresar todo al confrontar nada.

Fuera de lo que se puede llamar la Decadencia mainstream, había oposición de algunas voces y actores. News from nowhere (1890) de William Morris describe un mundo armonioso desprovisto de fábricas. Ese mundo hermosamente utópico de gran belleza fue una respuesta a la novela del marxista Edward Bellamy Looking backward (1889), quien se entusiasmaba por el avance tecnológico. Morris rechazaba el himno a las fábricas y al industrialismo.

En Francia, Alfred Jarry expresó antipatía por la vida-máquina. En su obra Ubu Agog hombres libres, miembros de un ejército indisciplinado escrupulosamente desobedece cada orden. En la década de los años noventa del siglo XIX, los brotes de anarquismo eran una fuente de preocupación. Las intolerables condiciones de trabajo en Francia hacían que el anarquismo se volviera atractivo incluso con el posterior debilitamiento de la clase trabajadora después de la represión de la Comuna de París. Sin embargo, no todos los anarquistas estaban en contra de la máquina: Kropotkin creía en el potencial de la tecnología moderna y aceptaba la industrialización como el fundamento de la tecnología.

Francia cambió profundamente con el proceso de industrialización, lo que incluía la colisión con su gran tradición artesanal. Eso abonaba al sentimiento de decadencia. Las obras de Flaubert y Zola son ejemplos de la miseria y la desesperanza. En las pinturas de Claude Monet, después de 1883, la figura humana se muestra cada vez menos y finalmente desaparece. Algo similar pasaba con la poesía simbolista de Verlaine, Mallarmé y otros. De hecho, el simbolismo y el decadentismo se convirtieron en más o menos sinónimos en 1890. Mallarmé se dio cuenta que no podía haber un arte estable o formas clásicas en una sociedad inestable.

Muchos de estos escritores se convirtieron en todo lo que alguna vez aborrecieron. Rimbaud se convirtió en un corredor de armas en África; Jarry y Verlaine murieron de alcoholismo, Huysmans murió católico. Por otra parte, el antisemitismo del proceso Dreyfus marcó el fin del periodo del decadentismo en Francia.

La Decadencia inglesa fue menos absoluta que la francesa, pero con el mismo sentimiento de futilidad. John Ruskin observó que el progreso y el declive estaban extrañamente mezclados en la mente moderna. En 1893, Arthur Symons describió la Decadencia como una enfermedad hermosa e interesante. La palabra “mórbido” se volvió un cliché para el fin del siglo. La temprana síntesis cultural victoriana fue desenmarañándose en un ethos de cansancio e inutilidad. La desintegración de el alto ideal victoriano de la civilización inglesa llevaba las marcas de la creciente mecanización: un notable y nervioso cansancio debido a la intensificación del ritmo de vida.

En ese contexto, los decadentistas persiguieron sus caminos escapistas y perversos. Ellos aceptaron lo que percibían como inescapable e inevitable en lugar de oponerse a ello. Es irónico que los decadentistas y su crítica al nuevo mundo tedioso estuvieran obsesionados con lugares de gran vitalidad como los bares de la clase trabajadora y salones de música. Aburrido hasta la muerte por la nada de todo [bored to death by the nothingness of everything], las líneas de Ernest Dowson parecían casi siempre acabar en una nota de desilusión.

Elaine Showater ha explorado lo que ella llama la anarquía sexual del fin de siglo en Inglaterra, en particular la amenaza del feminismo en una cultura muy sexista. Por ejemplo, The strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde puede ser interpretado como un mito de advertencia para las mujeres respecto a los peligros fuera del hogar; y también como un estudio de la histeria masculina y pánico homofóbico.

La débil Decadencia tenía muy poco con qué sostenerse a sí misma. Aún con sus prácticas bohemias, varios de los escritores decadentistas se retiraron a la vida religiosa católica; otros murieron de tuberculosis, sufrieron una crisis mental o se suicidaron.

La capital de Austria, Viena, experimentó en el fin de siglo la amenaza de una desintegración sociopolítica. Robert Musil percibió un sentimiento de que todo se movía más rápido; sin embargo, en esos días no se sabía hacia dónde se movía todo. El crítico checo, Frantisek Salda, caracterizó a Viena como una cultura en la que los hombres jóvenes imitaban a los viejos con su cansancio, cinismo y desgaste. La idea del progreso como algo positivo estaba llegando a su final.

Ese sentimiento de derrota tenía una base más profunda. La vida en una escala humana estaba siendo borrada en la sociedad. Frederick Morton hizo referencia a la floreciente industrialización y sus efectos en el trabajador, quien antes servía a las necesidades de hombres específicos. Luego se volvió un lacayo sin nombre para las máquinas sin cara.

En términos del subjetivismo y la espiritualidad, la emergencia de Sigmund Freud encaja con el predicamento en general. El análisis de Freud descarta cualquier relevancia de la política en favor de la primacía del temprano desarrollo sexual y el conflicto principal entre el padre y el hijo. Aunque no era un decadentista, Freud era parte del retiro de la realidad exterior.

Los personajes de la novela The man without qualities de Robert Musil buscan orden y significado en una cultura que ha devenido en una crisis espiritual. El sentido de la pérdida de la realidad es supremo. La incoherencia de la mente moderna es otra característica del trabajo de Musil, mientras que enfatiza lo lingüístico, adelantándose al posmodernismo de un siglo más tarde.

En Alemania el pesimismo también devino en el cultivo del ascetismo como una forma de evitar las cosas. Poetas como Stefan George, Rainer Maria Rilke o Hans von Hofmannsthal evitaron enfrentarse con el mundo para dar cuenta en su poesía de impresiones, estados de ánimo y percepciones. Como en casi todos los países, la industrialización incrementó la desigualdad de la riqueza, al tiempo que la tuberculosis azotó ciudades como Berlín.

Hungría produjo poetas como Gyula Reviczky quién decidió que el mundo no es más que un estado de ánimo. Endre Ady, quién empezó una nueva época de la literatura húngara, criticó los valores del trabajo y la eficiencia para abocarse solamente a la belleza y la simpleza.

Zarzan cuestiona sobre nuestro propio periodo de decadencia: ¿no estamos más sobrecivilizados que nunca? En la actualidad, hay más de lo artificial que antes, y una gran indiferencia a la historia. Zarzan indica que nuestro sentimiento de desesperanza es profundo, un fatalismo tecnoindustrial: la inevitabilidad de todo. Nada puede ser más obvio que los ecodesastres de la Decadencia producidos en la actualidad por la industria. Las vidas personales aplanadas, aburridas y sin habilidades encuentran su doble en el mundo físico diezmado y empobrecido.

El texto termina condenando que un retiro al ascetismo no sería una solución para lo que solamente puede ser enfrentado fuera del ámbito estético. Freud tenía razón en señalar que el arte no es un placer, sino un sustituto del placer. Una vida completa no tendría por qué necesitar de la consolación del arte.

Edward Carpenter concebía a la civilización como un tipo de enfermedad por la cual tenemos que pasar. Para Zarzan, esta Decadencia puede ser superada. Enfrentar la naturaleza del todo es un desafío ineludible.

Nexo con el tema que estudiamos: 

Este texto literario nos invita a reflexionar sobre los tiempos en los que vivimos. La alienación, el sentido de pérdida de control, el miedo al futuro, la incertidumbre, el desamparo, la soledad, la falta de alternativas, la enfermedad y la muerte, etc. son sentires que pueden ser contextualizados en la era del capitalismo tardío. En un momento de auge tecnológico dinámico y complejo que tiene como contradicciones procesos de destrucción y muerte (desde las crisis económicas inherentes al capitalismo, hasta la destrucción del ambiente), es casi imposible entender hacia dónde se dirige el mundo de la vida (Lebenswelt).