¿Declive estadounidense?

Cita: 

D’Eramo, Marco [2022], "¿Declive estadounidense?", New Left Review, (135): 7-26, julio-agosto, https://newleftreview.es/issues/135/articles/american-decline-translatio...

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Lunes, Agosto 15, 2022
Tema: 
Discusión de las afirmaciones del declive estadounidense
Idea principal: 

    Marco d’Eramo es un físico y sociólogo que ha desarrollado su trabajo en el periodismo como corresponsal de Paese Sera o La Repubblica, siendo además fundador de Il manifesto y colaborador de publicaciones como The New Left Review. A lo largo de su carrera ha escrito diversos ensayos sobre la sociedad moderna, entre ellos se encuentra L’immaginazione senza potere: mito e realtà del ‘68, Il maiale e il grattacielo. Chicago: una storia del nostro futuro, y Lo sciamano in elicottero: per una storia del presente.


    En 2021, los medios occidentales destacaban el declive aparente de Estados Unidos, evidenciado por la tumultuosa retirada de Kabul en ese año. Sin embargo, en abril de 2022, la situación parecía revertirse, ya que países neutrales expresaban interés en unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), beneficiándose así Washington por la guerra en Ucrania. A pesar de estos eventos, se pronostica un resurgimiento de la idea del declive debido al aumento de la inflación y los tipos de interés.

    La historia muestra que cada crisis económica o derrota militar, desde la crisis del petróleo en 1973 hasta la retirada de Afganistán en 2021, aviva las teorías sobre la decadencia estadounidense. Autores como Noam Chomsky, han atribuido este declive a la pérdida de China con la victoria del maoísmo en 1949. The New Yorker ironiza que la noción del declive es tan intrigante para los historiadores como el amor para los poetas líricos. A pesar de las predicciones catastróficas, la realidad desmiente estas expectativas, y Adam Gopnik rescata que la tarea principal de cualquier nuevo libro sobre el declive es explicar por qué los diagnósticos anteriores estaban equivocados y por qué el supuesto punto mínimo no fue realmente tal, según los antiguos defensores del declive.

    Los partidarios de la teoría del declive estadounidense centran su atención en la "sobreextensión" del poder del país, destacando la presencia excesiva de bases militares, teatros de guerra y compromisos internacionales que superan los recursos económicos disponibles. Este enfoque tuvo sus inicios en 1943, cuando Estados Unidos empezó a asumir un papel de liderazgo mundial. Walter Lippmann argumentaba que el control y equilibrio entre objetivos y medios eran cruciales para la política exterior. La noción de "sobreextensión imperial" fue formalizada por Paul Kennedy en 1987, quien sostenía que las grandes potencias debían equilibrar su riqueza económica con su poder militar y compromisos estratégicos para evitar el riesgo de sobreextensión. Figuras como Walter Russel Mead y David Calleo respaldaron esta tesis.

    Samuel Huntington, en una revisión escéptica del libro de Kennedy, The Rise of Great Powers, comparó los problemas enfrentados por Estados Unidos en la década de 1980, como el declive económico en comparación con Japón y Alemania, junto con un alto gasto militar, con los desafíos de potencias imperiales anteriores como Gran Bretaña, Francia y España.

    Por su parte, desde una perspectiva de izquierda, Giovanni Arrighi, en "The Long Twentieth Century (1994), propuso una explicación político-económica de los ciclos hegemónicos capitalistas. Según esta teoría, el declive se manifestaba en cada potencia hegemónica sucesiva cuando la primacía material se transformaba en primacía financiera. Ejemplos incluyen a los holandeses que pasaron de ser comerciantes a banqueros y los británicos que, al perder la supremacía manufacturera, financiaron las industrias estadounidenses. Eventos como la caída del Muro de Berlín y la crisis inmobiliaria japonesa en 1992 respaldaron la idea de la realidad del declive de una gran potencia, como lo preveían Kennedy y Arrighi respectivamente.

    La crisis financiera de 2008 reavivó el debate sobre el declive estadounidense. Thomas Barnett señaló en 2009 que Estados Unidos parecía estar excesivamente comprometido militar, financiera e ideológicamente. Obras como The Post-American World (2008) de Fareed Zakaria, The New Asian Hemisphere (2009) de Kishore Mahbubani, Time to Start Thinking: America in the Age of Descent (2012) de Edward Luce y No One’s World (2012) de Charles Kupchan abordaron el ascenso inevitable de China. Este análisis fue respaldado por Niall Ferguson en Civilization: The West and the Rest (2011).

    En respuesta, defensores contrarios a la idea de declinismo presentaron obras como Strategic Advantage (2008) de Bruce Berkowitz y The Myth of America’s Decline (2014) de Josef Joffe. Figuras destacadas como Joseph Nye con Is the American Century Over? (2015) y Robert Kagan con The World America Made (2013) participaron en el debate. La era de Trump y la retirada de Estados Unidos de Afganistán añadieron combustible al debate sobre el declive, lo que llevó a The Economist a dedicar una serie especial a la "cambiante posición geopolítica de Estados Unidos", con contribuciones de Henry Kissinger, Niall Ferguson y Anne-Marie Slaughter, entre otros estudiosos.

    La posición declinista no está predeterminada y, como destaca Victoria de Grazia, suele presentar alternativas: "Si no quieres el declive, debes hacer esto o dejar de hacer esto otro". Diversos pensadores, como Chomsky, Huntington, Barber, Kennedy y Nye, han propuesto distintas soluciones, desde dejar de ser imperialistas hasta utilizar estratégicamente el soft power junto con el hard power. Aunque la mayoría de estas propuestas provienen de académicos estadounidenses, las narrativas declinistas de estudiosos extranjeros a veces revelan una satisfacción maliciosa ante la situación. Algunos historiadores británicos, como Kennedy y Ferguson, muestran un claro regocijo al detectar en Estados Unidos síntomas similares al declive de Reino Unido. Parte de la opinión pública europea, especialmente en Francia y Alemania, comparte este sentimiento como consuelo por la disminución de su prestigio. La temática de la decadencia estadounidense sigue siendo popular en Europa.

    Imperio sin precedentes

    El autor indica que para entender la caída de la potencia estadounidense, es necesario examinar sus características únicas. Aunque hay un debate entre los que apoyan y los que se oponen al declive, respecto a la "primacía", "hegemonía" y "alcance imperial", el lenguaje en los círculos de poder difiere de la discreción en el ámbito público. Chalmers Johnson destaca que muchos estadounidenses no reconocen o eligen ignorar el dominio global ejercido por Estados Unidos mediante su poder militar y una extensa red de bases militares en todo el mundo. La peculiaridad reside en que Estados Unidos actúa como un imperio que se niega a reconocerse como tal ante su propia ciudadanía, utilizando términos eufemísticos como "defender" en lugar de "ocupar" y refiriéndose a los países bajo su influencia como "aliados".

    La denegación del estatus imperial se justifica argumentando que Estados Unidos no depende del dominio territorial sino que implementa un poder piramidal con una jerarquía de sumisión voluntaria y soberanía disminuida, con varias instancias o escalones. Ocupa el primer rango la "Commonwealth blanca" (también conocida como los “cinco ojos”), compuesta por Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, que además de compartir una cultura, un lenguaje y deter­minadas normas económicas comunes, también disfrutan de un importante intercambio de información entre sus servicios de inte­ligencia. Siguen los estados de Europa continental, los principales miembros de la OTAN y las naciones industrializadas del Pacífico. Estos intercambian su soberanía en política exterior por diversos grados de autonomía doméstica. El tercer círculo, conformado por estados de frontera como Venezuela, Irán y Libia, tiene su soberanía sujeta a confiscación arbitraria y repentina. Esta estructura concéntrica hace que la conquista territorial, como en los imperios europeos del siglo XIX, sea innecesaria.

    En contraposición a sus predecesores, Estados Unidos se caracteriza como un imperio de la imagen y el sonido en lugar de seguir la tradición de ser un "imperio del Libro". En el pasado, los sujetos coloniales europeos eran adoctrinados a través de la Biblia y la educación formal, como ocurrió con la anglosajonización de los indígenas y la imposición del idioma español a los súbditos españoles. La elección para los sujetos coloniales era clara: renunciar a su identidad o adoptar la cultura dominante.

    En contraste, Estados Unidos, como país de inmigrantes, permite a sus ciudadanos priorizar su identidad estadounidense por encima de sus herencias culturales individuales. Thomas Barnett subraya que Estados Unidos representa la unión multinacional más antigua y exitosa del mundo, desempeñando un papel fundamental en la globalización moderna.

    La analogía entre la escuela y la televisión subraya la diferencia en la naturaleza del aprendizaje. Mientras que la escuela implica un proceso educativo que requiere esfuerzo y diligencia, la televisión, una tecnología de poder más reciente, ofrece aprendizaje sin la necesidad de un estudio activo. En este nuevo paradigma, la afirmación clave no es que "Estados Unidos domina el mundo", sino que "el mundo se convierte en Estados Unidos".

    El texto destaca que las identidades se entrelazan en este paradigma, permitiendo a las personas ser estadounidenses sin siquiera darse cuenta. El poder simbólico de Estados Unidos se presenta como una afinidad adicional que no elimina, sino que se superpone a las identidades locales. La idea fundamental es que la hegemonía estadounidense no siempre se traduce en legitimidad política y no puede ser estrictamente considerada como una fuente de soft power.

    Ámbitos telemáticos

    A pesar de que las características perdurables del modo de dominación estadounidense han persistido a lo largo del tiempo, han experimentado una expansión en nuevas dimensiones en los últimos treinta años, una evolución que no siempre es reconocida en los debates sobre el declive. Tras el colapso financiero de 2008, Paul Kennedy resumió la concepción influyente de Joseph Nye sobre el papel de Estados Unidos en el mundo, señalando que se apoyaba en un "robusto taburete de tres patas": poder militar, poder económico y soft power, que se retroalimentan mutuamente. Sin embargo, cada una de estas patas se ha transformado con la incorporación, en las últimas décadas, de una cuarta pata bajo la égida militar-económico-intelectual de Estados Unidos: las tecnologías de la información y la comunicación. Joseph Nye mismo reconoció esta transformación al afirmar que el conocimiento, más que nunca antes, es poder.

    En la década de 1990, Nye y William Owens, antiguo vicejefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas estadounidenses, señalaron que el país mejor posicionado para liderar la revolución de la información sería el más poderoso. Estados Unidos, según Nye, ostentaba una ventaja comparativa sutil en su capacidad para recopilar, procesar y actuar en función de la información, así como para difundirla. Esta ventaja, derivada de inversiones realizadas durante la Guerra Fría, ha permitido a Estados Unidos dominar las tecnologías de la comunicación y el procesamiento de información, como la vigilancia espacial, la radiodifusión directa y los ordenadores de alta velocidad. La capacidad única de integrar sistemas de información complejos también contribuye a la ventaja estadounidense en este ámbito, una ventaja que probablemente seguirá creciendo en la próxima década.

    El autor declara que el armamento militar estadounidense está envejecido (Datos cruciales 1 y 2), pero su poder sigue siendo reconocible (Datos cruciales 3 y 4), sobre todo fortalecido por el régimen planetario de vigilancia, espionaje e inteligencia instalado por Estados Unidos, que no tiene precedentes. La complejidad de la relación entre los gigantes tecnológicos y el estado en ese país es tan densa que resulta prácticamente inabordable desvincularlos. En el escenario de la ciberguerra, Google, Facebook y Microsoft desempeñan roles equiparables a contratistas privados que operan activamente en el campo de batalla.

    Las infraestructuras cruciales de la Internet física, incluyendo las operativas informáticas a gran escala y los extensos cables de fibra óptica a nivel mundial, están mayormente en manos de empresas estadounidenses con estrechos vínculos con Washington, Wall Street y las agencias militares y de inteligencia del país (Dato crucial 5). Aunque empresas chinas están aumentando su presencia, gigantes como AT&T, Google y Facebook lideran en el Pacífico occidental, Asia sudoriental, África y Oriente Próximo (Dato crucial 6).

    Estados Unidos ha consolidado un nuevo modelo de dominación al sincronizar su dominio en el ciberespacio con el control de mares, vigilancia, espionaje internacional y flujos de capitales, creando una innovadora "infraestructura del imperio". A pesar de las fluctuaciones en la cuota del PIB mundial de Estados Unidos (Dato crucial 7), ésta ha mantenido una tasa constante durante los últimos sesenta años, incluso cuando el PIB global se ha multiplicado por ocho en dólares constantes. Las cifras actuales del Banco Mundial son prueba de ello (Dato crucial 8).

    Aunque parte de la economía estadounidense se ha externalizado, el control sobre los sectores respectivos no se ha perdido, evidenciado por el hecho de que las cuentas de empresas como Amazon Europa o Google América Latina, aunque eluden al Departamento del Tesoro estadounidense, siguen siendo inherentemente estadounidenses.

    Es imperativo redefinir el poder económico en la era de la globalización telemática, y este no solo se evalúa por la magnitud de la producción, exportaciones o inversión, sino también, y nuevamente, por el control efectivo de estos flujos. En el nuevo modelo de dominación, resulta más eficiente y económico supervisar los mercados de capitales en lugar de poseer la totalidad del capital. Al igual que en las grandes corporaciones, no es necesario tener la propiedad absoluta, sino una participación de control privilegiada, incluso si otros accionistas tienen posesiones fragmentadas. Estados Unidos ejerce su control a través del sistema del dólar y, de manera interrelacionada, mediante la escala de sus mercados financieros, que regulan, avanzan, obstruyen e incluso, en algunos casos (bloqueando el acceso a SWIFT), paralizan el flujo de capitales. Desmantelar esta posición de liderazgo podría ser enormemente desafiante.

    Un elemento novedoso, ausente en las potencias hegemónicas anteriores, es el control sobre los procedimientos legales. En las últimas tres décadas, la importancia de las reglas y los procedimientos legales ha crecido exponencialmente, reflejando la sociedad neoliberal. Los tribunales se convierten en el principal aparato del estado, multiplicándose con el aumento de empresas y creándo más oportunidades para disputas legales. La sociedad actual es tanto una sociedad de empresas como una sociedad judicial, donde las instituciones legales juegan un papel fundamental. La expansión global del derecho estadounidense actúa como una herramienta de dominación en este nuevo paradigma. Grandes firmas de auditoría, todas ellas angloestadounidenses, generan ingresos conjuntos significativos y emplean a una cantidad considerable de personal, superando incluso a grandes corporativos industriales. Este fenómeno refleja la creciente importancia del arbitraje jurídico en una sociedad cada vez más orientada hacia prácticas legales y judiciales.

    La formación de la clase obrera estadounidense

    En términos de soft power, definido como la capacidad de atraer y persuadir (en aspectos culturales, de valores y/o ideales políticos), algunos declinistas argumentan que el capital simbólico estadounidense ha disminuido. La popularidad de la cultura de masas estadounidense (Hollywood, los pantalones vaqueros) y la promoción de la democracia se consideran señales de influencia, pero críticos como Kennedy sugieren que la aplicación de sistemas de votación libres en países como Egipto, Arabia Saudita o China podría generar mayorías críticas con Washington.

    El "sueño americano" encapsula el soft power estadounidense, siendo Estados Unidos percibido como el lugar donde las aspiraciones de una vida próspera y plena pueden materializarse. Tal creencia incentiva a muchas personas a emigrar a Estados Unidos (sin contar a aquellas que huyen de las condiciones de su país de origen).

    Aunque el mundo adopta aspectos del estilo de vida estadounidense, no implica necesariamente la aceptación de los valores de Washington. Empero, la marca estadounidense perdura en la cultura global incluso si Estados Unidos pierde su supremacía, por ejemplo, si se observa como una de las aspiraciones de las élites del Partido Comunista Chino es enviar a sus hijos a universidades estadounidenses (sin confundir la adopción cultural como sumisión política).

    El ascenso exponencial de Estados Unidos se atribuye a circunstancias favorables, como abundancia de recursos, ideologías expansionistas y aislamiento geográfico. A pesar de la llegada de inmigrantes en condiciones precarias, sobre todo entre 1870 y 1920 con olas de migrantes provenientes del sur de Italia, Hungría, Polonia o Rusia, Estados Unidos se convirtió en la única superpotencia en poco más de medio siglo. La marca estadounidense persiste, pero su pérdida de supremacía no necesariamente cambiaría su impacto cultural global.

    La construcción del imperio estadounidense, de acuerdo con el autor, fue realizada por los trabajadores y trabajadoras en el país (Dato crucial 9). Sin embargo, la prosperidad asociada al "sueño americano" se basaba en el interés de la clase trabajadora en el imperio pues algunas familias como una de Flint, Michigan, que podía comprarse una casa familiar y coche, pagar vacaciones, enviar a sus hijos e hijas a la universidad, acceder a servicios de salud y pensión.

    El nuevo modo de dominación estadounidense, en donde no se busca conquistar territorios o absorber capitales, sino controlar redes y procedimientos generados bajo el consenso de Washington, ha tenido consecuencias inesperadas. La clase trabajadora, antes vinculada al imperio, se ha debilitado debido a la política de la deuda, el abandono de los acuerdos de Bretton Woods, la “financiarización” de la economía, la imposición de programas de ajuste estructural, la deslocalización industrial y la disminución de salarios.

    La globalización ha tenido impactos imprevisibles, afectando la posición de la clase trabajadora estadounidense en el imperio. Un ejemplo es Flint, que, hace sesenta años, contaba con prósperas plantas industriales pero la producción se trasladó al Sur, con legislación antisindical y regulaciones que permiten el "despido libre", reduciendo los salarios y eliminando beneficios. Flint experimenta una disminución de ingresos reales (Dato crucial 10), mientras los costos de educación y salud aumentan, llevando a una vida marcada por la pobreza precaria. Simultáneamente, Estados Unidos se enfrenta a las inesperadas consecuencias del crecimiento chino, que ha superado los límites manejables.

    La combinación de estas percepciones sustentó las políticas de la presidencia de Trump, que, aunque criticada por su vulgaridad, contó con el respaldo de gran parte de la élite empresarial estadounidense, incluyendo al director ejecutivo de Exxon (Rex Tillerson), antiguos ejecutivos de Goldman Sachs (Steve Mnuchin, Gary Cohn, Anthony Scaramucci), la empresaria y política Betsy DeVos, el banquero Wilbur Ross, el socio de Koch Industries (Mike Pompeo), algunos militares como Jim Mattis, Christopher Miller, John Kelly, Joseph Maguire, Michael Flynn y H. R. McMaster, y, además, de importantes sectores de Silicon Valley.

    La importancia de la estrategia se puso de manifiesto cuando los opositores demócratas incorporaron los puntos esenciales del discurso de Trump. A pesar de los costos económicos, se estableció un nuevo consenso que abogaba por recuperar los procesos productivos, fomentar la autosuficiencia y adoptar una posición fuerte ante China y Rusia. Esto sugiere, en parte, una reconsideración del excesivo globalismo, insinuando que la globalización podría haberse extendido demasiado y volverse incompatible con la eficaz preservación del imperio. La dificultad reside, según el autor, en el deseo de "gobernar" la globalización sin imponer regulaciones que perjudiquen su estructura neoliberal.

    Declive y continuidad

    La percepción negativa de Estados Unidos a nivel internacional puede estar exagerada, según argumenta el texto. Hace 25 años, Nye y Owens lamentaban la creciente imagen de Estados Unidos como una sociedad afectada por crimen, violencia, consumo de drogas, tensiones raciales, rupturas familiares, irresponsabilidad fiscal, bloqueo político y un discurso político virulento. El texto destaca que el rechazo a Trump no es único, recordando cómo Reagan fue menospreciado en 1980 como un actor de tercera categoría con supersticiones y creencias en un inminente Armagedón, pero luego fue elogiado por Obama como un gran hombre de estado. Se argumenta que la represión policial en 2020 durante las protestas de Black Lives Matter es un síntoma de continuidad y no de declive (Dato crucial 11), sugiriendo que los problemas de imagen de Estados Unidos pueden ser persistentes a lo largo del tiempo.

    Con la cuestión del Covid-19, se revelaron diversas percepciones internacionales de Estados Unidos. Aunque era un país reconocido por su eficiencia, pragmatismo y capacidad de resolver problemas, la pandemia desdibujó esta imagen, pues este se mostró ineficiente y tacaño, liderando en el número más alto de muertes por millón de habitantes entre las naciones industrializadas. La reputación de generosidad anticipadora, asociada al Plan Marshall, se desvaneció, ya que el país se aferró a las patentes y la producción de sus vacunas, dejando desprotegido al resto de países empobrecidos. China, por su parte, demostró perspicacia al distribuir sus vacunas a nivel mundial, en países de América Latina (Brasil, Chile, Uruguay, México, República Dominicana), Europa (Turquía, Ucrania, Albania), África (Egipto, Argelia, Sudáfrica) y otras partes de Asia (Tailandia, Indonesia), en algunos casos abriendo incluso instalaciones locales de producción.

    Históricamente, el modelo económico-político de Estados Unidos era considerado por muchas élites como el camino óptimo para obtener beneficios y desarrollo económico, sin hablar del éxito que tuvo la democracia representativa occidental. Sin embargo, China ha desafiado este paradigma al proponer un modelo diferente, caracterizado por eficiencia del capital y una toma de decisiones más rápida, liberada de la carga de la representación política. Incluso observadores escépticos reconocen los logros económicos de China en las últimas décadas, mientras que empresarios occidentales quedan impresionados por la velocidad de ejecución de proyectos de infraestructura y la eficacia de las empresas privadas chinas.

    En Occidente, menciona el autor, desde la revolución neoliberal, los estados han perdido recursos y legitimidad para actuar como agentes económicos constructivos. La planificación y realización de infraestructuras prácticamente se han detenido en Europa y Estados Unidos, mientras China ha construido rápidamente sistemas como un extenso ferrocarril de alta velocidad de 34 000 kilómetros. Este contraste destaca la competencia entre los modelos económicos y políticos de Estados Unidos y China en el escenario global.

    En consecuencia, el modelo político estadounidense ha sido sometido a un minucioso escrutinio. Los estadounidenses han demostrado ser renuentes a realizar cambios drásticos en su Constitución, buscando culpables humanos en lugar de abordar los fallos del sistema, según el economista del MIT Lester Thurow. Se destaca la percepción de los Padres Fundadores como figuras casi divinas que diseñaron un sistema perfecto, sin contemplar mejoras.

    El sistema político estadounidense se considera anacrónico, no solo por imperfecciones democráticas como el Colegio Electoral, sino por aspectos como el mandato parlamentario bianual que obliga a los representantes a recaudar fondos continuamente. Se critican las prolongadas elecciones primarias presidenciales, el elevado costo de las campañas electorales (Dato crucial 12) y la conceptualización neoliberal de la política como una competencia empresarial por fondos y votos. Los representantes electos son percibidos como subordinados de los intereses económicos que los financian, lo que reduce la política a negociaciones interminables entre grupos de presión en un Congreso profundamente dividido.

    Los analistas estadounidenses han señalado repetidamente la necesidad de reformas internas, abordando problemas como la desigualdad, el fracaso del sistema escolar, los altos costos de la salud, la obsoleta infraestructura, el despilfarro de energía y la polarización exagerada del sistema político. La inquietud es evidente incluso entre la clase dominante estadounidense, como se refleja en la tendencia de magnates a adquirir propiedades en Nueva Zelanda, considerado un refugio seguro en caso de catástrofe global. Esta creciente desconfianza sugiere una percepción tambaleante de la clase empresarial respecto a quienes lideran el estado y en quienes dependen sus fortunas.

    Como conclusión preliminar del autor se afirma que, desde la perspectiva de las relaciones de poder, las alegaciones sobre el declive de Estados Unidos son fácilmente rebatibles. El verdadero problema de la nación radica internamente, específicamente en la brecha existente entre la población y la clase capitalista, que muestra un compromiso marginal con el proyecto nacional estadounidense. Se destaca la disfunción del sistema representativo, que en gran medida favorece los intereses de grupos de presión, la incapacidad del estado para realizar inversiones a largo plazo no orientadas militarmente y la disminución del compromiso de la población común con el proyecto imperial.

    Entre las diversas peculiaridades del imperio estadounidense, como la falta de reconocimiento como tal, la evasión de la conquista territorial y la preferencia por la multinacionalidad, destaca una que puede pasar desapercibida: es el primer y único imperio en el que los ciudadanos imperiales viven peor que los ciudadanos súbditos de muchos países "aliados". Nunca antes las empresas de naciones subordinadas habían establecido fábricas en el corazón del imperio para emplear una fuerza laboral más económica y dócil que la disponible en sus propios países. Ejemplos de esto son Mercedes, Mazda y Honda en Alabama, BMW y Michelin en Carolina del Sur, Nissan en Tennessee y Mississippi, y Toyota en diez estados de la Unión. Y, por último, las condiciones son previsibles desde el indicador estadístico de la esperanza de vida (Dato crucial 13).

Datos cruciales: 

    1. Los portaviones tipo Nimitz fueron lanzados hace cuarenta y siete años, mientras que los B-52 («la fortaleza voladora») han estado en funciona­miento durante las últimas siete décadas.

    2. De la actual flota de veinte portaviones estadounidenses, tan solo once cuentan con armamento nuclear.

    3. Aunque, contrariamente a lo creído habitualmente, el gasto militar representa una cuota a la baja del PIB estadounidense –en la actualidad asciende a 3.4% frente a 9.3% y a 6.8% registrados respectivamente en 1962 y 1982–, sin embargo, en un solo año, Estados Unidos gasta en torno a 778 mil millones de dólares en sus fuerzas armadas, lo cual excede a la suma de lo gastado por los nueve países que más invierten en este concepto.

    4. Estados Unidos cuenta con una red global de más setecientas cincuenta bases milita­res.

    5. Aproximadamente 95% del tráfico en línea fluye por cables submarinos, haciéndolo una pequeña parte a través de satélites. El nodo que conecta América del Sur se halla localizado en Miami, por ejemplo.

    6. La mayor compañía de cableado submarino del mundo sigue siendo AT&T. Google y Facebook compiten fieramente con las cableras en el Pacífico occidental y en los archipiélagos de Asia sudoriental, así como en África y Oriente Próximo. Más de la cuarta parte de los cables submarinos pertenecen en la actualidad a uno u otro de estos gigantes del big data. El control de estos cables implica el control de la información que fluye a través de ellos.

    7. La cuota estadounidense del PIB mundial cayó, pasando de 50 a 20% entre 1945 y 1960, para oscilar después entre 20 y 25%.

    8. Las últimas cifras del Banco Mundial muestran que Estados Unidos detenta 25% de las cuotas de la institución, Unión Europea 19% y China 17%. Japón ha caído de 15% a 5% entre 1994 y 2022.

    9. Las cifras indican que en el siglo XIX, Estados Unidos ya se encontraba entre los países más alfabetizados a nivel mundial. Al comenzar el siglo XX, el país era responsable de más de 50% de la producción global de periódicos, con dos copias por habitante, en marcado contraste con Francia, que imprimía solo una por cada cuatro habitantes. Además, a principios de 1900, los viajeros europeos destacaban que los trabajadores estadounidenses vivían en condiciones superiores a sus contrapartes en el Viejo Mundo, mencionando la calidad de sus viviendas, la mejora en la alimentación y la "elegancia" de las mujeres trabajadoras como aspectos distintivos.

    10. En Flint, los ingresos han caído un tercio en términos reales.

    11. Durante los levantamientos de East St Louis en 1917 hubo entre 39 y 150 muertos en la comunidad afroamericana de la ciudad; en el Red Summer de Chicago de 1919 hubo un saldo de 38 muertos; la matanza de Tulsa en 1921 dejó 39 muertos; y por su parte, las rebeliones urbanas del largo verano caliente de 1967, registró 159 revueltas y numerosas muertes, principalmente en Newark, con 29 muertos.

    12. En 2020 solamente, la contienda electoral excedió los 14 mil millones de dólares.

    13. Estados Unidos ocupa el puesto cuadragésimo sexto del ranking de esperanza de vida, registrando una esperanza de vida de 79.1 años, que queda detrás de la registrada en la totalidad de países del mundo industrializado.

Nexo con el tema que estudiamos: 

    Este texto recorre las principales tensiones y escenarios de la disputa por la hegemonía mundial. El autor ofrece una visión panorámica de las interpretaciones sobre la posición de Estados Unidos en la jerarquía mundial, y argumenta sobre la permanencia de su hegemonía a partir de ámbitos poco considerados por las interpretaciones predominantes, como son la autopercepción y el control de las tecnologías de la información y la comunicación.

    El análisis de la posición estadounidense en el ordenamiento internacional que él mismo construyó es fundamental para comprender el devenir del capitalismo en el mundo, la relación y futuro de los estados-nación, las empresas y las sociedades occidentales tal y como las conocemos.