Tejido final. La arborescencia de las causalidades

    Pablo Servigne*
    Raphaël Stevens
    Gauthier Chapelle
    Cedric Chevalier§

     

    Los diferentes mundos presentes en la Tierra, casi todos entrelazados en un sistema técnico y económico globalizado, se han convertido en terrenos favorables para la detonación de choques cada vez más grandes: choques sistémicos. Así, un choque local puede propagarse rápidamente en todo el planeta, y un choque planetario puede transmitirse hasta los lugares más alejados: pandemias, hambrunas, guerras, quiebres bursátiles, black out [apagón informático], contaminaciones masivas, huracanes, etc. La sociedad industrial –la megamáquina– se ha convertido en un coloso con pies de arcilla, dado que ella misma destruye sus fundamentos: destruye los pueblos y la biosfera.

    La pregunta ¿por qué llegamos aquí? es difícil de responder. Cada cual propone su explicación, su conocimiento del mundo, su punto de vista y sus convicciones profundas.

    La visión de conjunto y multidisciplinaria de este libro muestra, en primer lugar, que cada capítulo, cada “causa”, parece creíble. Todas contienen una parte de verdad. Todas explican en parte las múltiples catástrofes que atravesamos aquí y allá, ayer y hoy. Por tanto, no es posible defender la idea de que una sola causa sería el origen de los males que nos aquejan. Por el contrario, parece necesario tomarlas en cuenta todas, ya que los puntos ciegos podrían resultar costosos en nuestra búsqueda de nuevos horizontes o de eficacia estratégica.

    Digámoslo con claridad: este libro no recogió todas las causas. Se pueden agregar otras dependiendo del gusto: el occidentalismo, la educación, el lenguaje, el progreso, la velocidad, la voluntad de poder, el miedo a la muerte, etc. Otras, más recientes, como las biotecnologías, el transhumanismo, la inteligencia artificial o las nanotecnologías, no son otra cosa que las ramificaciones del cientismo, el industrialismo y la desmesura.

    Pero antes de cargar la barca, tomemos un poco de distancia e intentemos un análisis global de lo que ya tenemos.

    Bifurcación y bloqueo

    Nuestra cultura globalizada/occidental/moderna/industrial (es difícil nombrarla con una sola palabra) parece gravemente enferma, incompatible con las exigencias de la vida en la Tierra. Se ve con claridad la ruptura con el Neolítico, que constituyó las condiciones de una salida del camino. Antes, el Homo sapiens vivía desde hacía casi 300 mil años de manera muy modesta y en armonía relativa con la biosfera. Pero la agricultura, basada en uno o dos monocultivos, la irrupción del patriarcado y de las ciudades que separaban cada vez más a sus habitantes de la naturaleza, el surgimiento de jerarquías piramidales, el abandono de las espiritualidades que reconocen la importancia de la “Madre-Tierra”, etc., nos empujaron progresivamente hacia otra vía, que hoy es insostenible. Los modos de vida que surgieron nos alienan cada vez más respecto de nuestras creaciones, cegados acerca de la mala dirección tomada, incapaces de regresar a una trayectoria compatible con el resto de lo vivo ¡Y ahora, las sociedades originarias están en vías de desaparición, cuando tendríamos tanto que aprender de ellas!

    Incluso antes de nuestro nacimiento, nosotros, los modernos, ya estamos condicionados a ponernos al servicio de la megamáquina. La relación con la salud, el nacimiento, la infancia, la enseñanza hasta el ingreso a la vida “activa”, son otras tantas marcas de la acumulación de bifurcaciones insostenibles al interior de nuestra cultura. Sufrimos un aprendizaje intensivo de la obediencia (a las jerarquías piramidales), del patriarcado, de la ruptura con lo vivo y lo sagrado, del economicismo; todo a una velocidad creciente que nos impide tomar una mínima distancia. Esta potente alienación es compensada por una acumulación material que debería consolarnos ¡Y tras decenios de condicionamiento social, resulta extremadamente difícil separarse de esos caminos e inventar otra cosa!

    Tomar distancia demanda mucho tiempo y mucha lucidez ¿Cómo hacer el duelo de todo lo que somos? ¿Cómo ya no ser un engrane que permita a la megamáquina mantenerse en su trayectoria mortal? ¿Cómo metamorfosearnos y dejar morir en nosotros aquello que nos destruye para permitir (re)nacer lo que nos salva?

    Desenredar el saco de nudos

    La primera tarea, respecto de nuestra investigación acerca de las causas, consiste en clasificar los capítulos ¿Pero cómo? La linealidad del libro nos obligó a encontrar una lógica antes de comenzar. Elegimos formular una especie de cronología que nos lleve hacia causas cada vez más profundas, radicales.

    Podríamos haber clasificado siguiendo otras categorías abstractas, para destacar diferentes disciplinas científicas o diferentes ámbitos de la sociedad. Diviértanse ustedes lectores encontrando las causas biofísicas, materiales, ideológicas, comportamentales, filosóficas, institucionales, históricas, etc. Sin embargo, lo que nos interesó en este ejercicio no era separar de nuevo, si no por el contrario, ligar las causas: tejer.

    Al leer esos diferentes capítulos-universos, de manera intuitiva uno siente que ninguno es independiente, que dialogan entre sí. Por ejemplo, pensemos en la expresión del filósofo Edgar Morin, que designa el conjunto ciencia-técnica-economía-industria como el “cuatrimotor” que impulsa nuestro mundo.

    De inmediato, se da uno cuenta que nunca llegaremos a identificar una causa final, única, “original”. Sería demasiado simple. Las causas de los procesos catastróficos en curso son, a la vez, una y múltiples. Una es la causa o la consecuencia de otra o de varias más; y, finalmente, interactúan entre ellas, se refuerzan, actúan en forma retroactiva, y terminan por formar susbistemas, etc. ¡No es posible reducir la telaraña a un solo hilo!

    Destaquemos tres hilos que sobresalen de esta telaraña (o de esta pelota inextricable), que podemos entretenernos en jalar:

    En primer lugar, el capitalismo, que hace crecer la economía, está estructurado (entre otras) por las ideologías del crecimiento, del economicismo, del industrialismo y del consumismo. Esta expansión es posible por los combustibles fósiles, las estructuras estatales, la finanza, el colonialismo, la capacidad de endeudarse, la industria, las tecnologías, etc. Lo que provoca procesos catastróficos: desigualdades, conflictos, degradación de la biósfera, contaminación, etc.; y refuerza el individualismo, así como nuestros deseos de protección contra tales degradaciones (tecnocapullo). Este último, alimentado por deseos infinitos, refuerza la separación naturaleza-cultura, el tamaño de nuestras ciudades, la desmesura, nuestra voluntad de poder… lo que a su vez nutre al capitalismo.

    Por supuesto, el capitalismo es el nombre de un gran culpable. De hecho, está presente en forma transversal en varios capítulos de este libro. Pero lo humano ha mostrado desde mucho tiempo atrás su capacidad de dañar, de ser tanto sapiens como demens. Por tanto, no es posible caer en anacronismos: las poblaciones humanas han desatado flagelos mucho antes del capitalismo (e incluso en paralelo, como el comunismo autoritario). Es culpable, pero no puede ser designado como la causa de todos los males.

    En segundo lugar, la invención del lenguaje, de la sedentarización y de la agricultura hicieron nacer sociedades de gran tamaño (demografía, ciudades, etc.), lo que a menudo (pero no siempre), va acompañado con una organización piramidal, la constitución de Estados, de desigualdades, el imperialismo, la deuda, una demografía galopante; todo lo cual requiere siempre más burocracia, técnica, complejidad, tecnocapullo, desmesura, etc. ¡Y que, a su vez, crea un lenguaje que nos encierra en el imaginario dominante!

    En tercer lugar, el patriarcado, que extrae su potencia de la hybris y la verticalidad (de la edad axial¥), favoreció el desarrollo de organizaciones jerárquicas piramidales como el Estado. También está ligado al capitalismo mediante un conjunto de vínculos que refuerza la opresión de las mujeres, de la naturaleza, y de las minorías, al fabricar “verdades”, “mitos”, que se hacen pasar como destino inevitable de lo humano, como si eso no pudiese cambiar jamás ¡En consecuencia, el patriarcado se refuerza!

    Una mirada más global de la maraña, de la intrincación de las causas, muestra que tres polos (o nudos) parecen desprenderse, como especies de atractores o desmultiplicadores.

    El polo “evolución”: las sociedades complejas, la termodinámica, el cerebro (striatum) y la desmesura. Esas causas parecen inmutables, “determinadas” social o físicamente… al contrario de otras causas que parecen al alcance de las luchas. No todo es tan simple, y es preciso redoblar la atención cuando se examinan esas causas “naturales”. Primero, para evitar la trampa frecuente del “todo está perdido; pero también, porque pueden ser, a pesar de todo, movilizadoras: pueden señalar una dirección, como la reducción del tamaño de los sistemas por debajo de un umbral de convivialidad. Se tratará de analizar a profundidad lo que en verdad está determinado y lo que no lo está, recordando que la complejidad aporta siempre un alto grado de incertidumbre. El hecho de que todas y todos sigamos sometidos a las leyes de la termodinámica no implica que el capitalismo sea el único destino de lo humano. En el mismo sentido, la voluntad de poder existe desde siempre y se esconde en cada uno de nosotros, pero no es obligatorio que surja (por lo demás, el objetivo de la política es impedir que emerja). No olvidemos tampoco que los genes influyen la cultura pero también la cultura influye los genes. Tengamos confianza en nuestra capacidad de metamorfosearnos.

    Un polo “separación naturaleza-cultura”: cientificismo, individualismo, economicismo, ciudades, verticalidad, depredación, tecnocapullo. Este polo comenzó a desplegarse en forma progresiva durante el Neolítico (e incluso antes con la depredación de la megafauna desde hace más de 50 mil años), pero tomó una amplitud considerable a partir del Renacimiento, con la ruptura cartesiana. Por esa vía, creamos un aparato técnico (y de relatos) que nos mantiene separados del resto de lo vivo (y lo sufrimos), lo que reduce aún más nuestra empatía hacia los otros organismos no-humanos, y no hace sino reforzar nuestra separación. Este polo provoca un desarraigo, un sentimiento de soledad, sufrimientos y una pérdida de sabidurías inmensas, que alimentan en consecuencia nuestra voluntad de poder…

    Un polo “voluntad de poder”: crecimiento, desmesura, imperialismo, colonialismo, capitalismo, patriarcado, industrialismo, organización piramidal, energías fósiles, demografía, verticalidad, Estado, etc. Todas esas palabras se enlazan, constituyen un sistema, y consagran ideologías e instituciones que sirven a la desmesura de los hombres (mucho más frecuentemente que a la de las mujeres). Todo irrigado por un derroche energético ¿Es el miedo a la muerte o de la finitud que está en la base de esta voluntad de poder? Si no podemos desprendernos de ella ¿en qué momento se le quitaron los límites? y ¿cómo volverlos a colocar?, ¿cómo llegar a autolimitarse? Como decía el inclasificable pensador Cornélius Castoriadis (otro pensador transversal), la autolimitación es fundamental, es el corazón de la responsabilidad, de la democracia y de la libertad.

    Finalmente, al destacar este entrelazamiento de bucles de retroalimentación se ilustra de forma patente nuestra época de evasión, de gran aceleración, que podemos llamar el multiceno, para nombrar la multiplicidad irreductible de las causas. El multiceno marca una época de huidas, de exponenciales y, por tanto, de incertidumbre radical y también de rupturas imprevisibles. Cambios cualitativos causados por los cambios cuantitativos. Así, desde hace algunos decenios (dos siglos cuando mucho), nuestra biosfera, febril, presenta síntomas radicalmente nuevos, que ningún humano había observado nunca en el curso de nuestra larga historia.

    Caminos complementarios de acción

    Existen causas (petróleo, capitalismo, Estado, economicismo, etc.) que claramente necesitan respuestas colectivas, mediante luchas y creación de alternativas. Otras (striatum, desmesura, etc.), en cambio, requieren de mirar profundamente lo que pasa en nosotros, necesitan de un cambio de consciencia. Los tres polos que emergieron (evolución/separación naturaleza-cultura/ voluntad de poder) muestran a hasta qué punto la acción política y la invención de nuevos horizontes no pueden obviar un importante trabajo interior, un cuestionamiento profundo, espiritual, filosófico, de nuestra relación con el mundo: apaciguar la voluntad de poder, sanar las patologías del ego, paliar nuestra falta de naturaleza, nutrir la relación sujeto-sujeto con los no-humanos, tomar consciencia de nuestra interdependencia radical, etc.

    Por otra parte, el paisaje entrelazado de las causas también muestra que no saldremos de esta situación con un simple cojín para meditar. Hay “frenos” que han sido superados y, por ende, se requieren de verdaderas luchas por llevar a cabo en el mundo exterior, el mundo físico, con nuestros cuerpos. Hay relaciones de fuerza por confrontar con las potencias desencadenadas.

    Así, insistimos en el hecho de ensamblar en forma complementaria las acciones individuales y colectivas, “interiores” y políticas; en suma, de no contraponer los “meditantes” y los “militantes”. Entre más radical es una lucha (dirigida hacia una causa profunda y antigua), más necesita de recursos interiores y espirituales para alcanzar sus objetivos. Y es en este tema que es preciso, una vez más, evitar el malentendido: un camino interior y espiritual no es individual y despolitizado, como quieren hacernos creer. Por fuerza, es colectivo. Creer juntos en otras narrativas, crear rituales nuevos, inventar horizontes y utopías, vivir de otra forma con los no-humanos, etc., todo ello nutre lo político, todo ello es político.

    También tenemos necesidad de un ingente trabajo de reflexión para reescribir nuestros relatos societales, tocar otros mitos ocultos, transformar los conceptos de la modernidad que nos mantienen en la rutina. El llamado no está dirigido únicamente a los intelectuales (científicos, teólogos, etc.), sino también a los artistas, a los escritores, a los cineastas, a los políticos, a los activistas: ¡tomen la palabra, cuenten otras historias! Los relatos colapsistas nos permiten hacer estallar el mito de la modernidad, cuestionarlo. No obstante, esos relatos-catástrofes no deben envenenarnos ni convertirse en el único horizonte ¡Falta inventar la mitad de la historia! Mirar el abismo es necesario, pero clavarse en él es peligroso. Veamos también los caminos que salvarán. Las nuevas generaciones ya están saliendo de los relatos del viejo mundo, se han puesto a rechazar el relato de ayer que destruye su mañana, toman la pluma para redactar un nuevo capítulo…

    ¿Y si aprendemos a elaborar dinámicas en lugar de culpables bajo la forma de ismos? ¿Y si nos juntamos no en torno de etiquetas abstractas si no de luchas concretas, por ejemplo una zad [zona a defender] o el financiamiento de una escuela, suspendiendo temporalmente nuestro juicio frente a las ideologías/etiquetas diferentes y a veces contradictorias? Veamos: este paisaje de 25 causas (¡parcial!) abre la vía a otras tantas pancartas y banderas que dividen las fuerzas. Es tiempo de retirar las anteojeras de la monocausalidad y cooperar de forma puntual, estratégica, con objetivos precisos y con personas que no están totalmente de acuerdo entre sí. Si esperamos a estar de acuerdo en todo, esperaremos aún mucho tiempo…

    La perspectiva sistémica acerca de las causas cambia nuestro vínculo colectivo con la acción. Nos invita a concentrarnos en objetivos de lucha precisos, transversales, sistémicos, puntuales (es decir, aquí y ahora): un territorio, un bosque, un edificio, los migrantes, un impuesto anti-ecológico, un subsidio al petróleo, la construcción de una fábrica de plástico, la implementación de una tecnología inútil y energívora (5g), etc. Poco importa la etiqueta que uno toma (a menudo por razones de pertenencia a un grupo): esta fábrica de plástico aquí ¡no pasará! La visión sistémica favorece los terrenos de acuerdo, la horizontalidad, las cooperaciones entre movimientos políticos actuantes. El efecto de palanca será tanto más potente.

    Frente a esta maraña compleja, hagamos la pregunta: ¿en qué nos ayuda a avanzar el clivaje tradicional izquierda/derecha? Cierto, sigue siendo útil, pero es, por mucho, insuficiente ¿Acaso no necesitamos añadir a nuestras coordenadas de lectura otros colores, otros horizontes, otros clivajes? Por ejemplo, como propone el filósofo Bruno Latour con el clivaje Terrestres vs Modernos extremos. La invitación es a tomar distancia de nuestras culturas políticas, para, a continuación, atacar objetivos precisos, como un águila.

    Así, desde un punto de vista estratégico, es necesario priorizar esos capítulos. Pero, ¿cómo hacerlo? ¡Intentemos varias maneras y abramos los debates! Ordenar las causas siguiendo un eje imposibles/difíciles/fáciles de cambiar; o de un eje de corto/mediano/largo plazo; o en función de aquellas causas que tendrán el mayor efecto de palanca sobre la megamáquina, etc. He aquí un campo de investigación-acción emprendido hace décadas y que debe prolongarse en la continuidad-ruptura.

    Tomar distancia es también, como lo sugiere Latour, empezar por describir nuestras condiciones de existencia y plasmarlas en cuadernos de quejas. Para él, aterrizar es el hecho de re-enraizar la política en un suelo con aliados concretos. Tomar distancia es también lo que propone Jem Bendell, profesor en sostenibilidad de la Universidad de Cumbria, Reino Unido, cuando nos invita a enmarcar nuestras acciones en cuatro “R”: Resiliencia (elegir lo que queremos conservar); Renuncia (elegir lo que queremos abandonar); Restauración (elegir lo que queremos revivir); y Reconciliación (elegir con quien queremos vivir).

    Ecologizar y humanizar la Humanidad

    Somos víctimas de un “desfase prometeico” entre lo que el humano sabe hacer técnicamente y lo que sabe pensar moralmente, escribe el filósofo Günther Anders. Hay pocos ejemplos de sociedades hayan renunciado deliberadamente a una herramienta de poder que hayan adquirido, sabiendo que las sociedades más “humildes” dejaron menos huellas arqueológicas.

    Es por lo que el filósofo Hans Jonas propuso un nuevo imperativo ético para nuestro tiempo, en el que nuestra potencia nos da los medios para suicidarnos, y lo nombra una nueva responsabilidad: “Actúa de manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana en la Tierra”. O de forma más directa, como lo expresa la ecósofa Joanna Macy: “Construye una sociedad que sostenga la Vida”.

    Debemos admitir los límites infranqueables de lo real y atrevernos a transgredir las fronteras imaginarias que nos encierran en el absurdo y el nihilismo. Frente a la hybris, reencontrar la templanza de Aristóteles; frente al extremismo, reencontrar la vía del en medio del Buda; frente a la violencia sin límites, reencontrar el pensamiento de mediodía de Albert Camus. El fantasma del ilimitismo, descrito por la mujer de letras y activista, Françoise d’Eaubonne (que también inventó el término de ecofeminismo), de pureza, de totalidad, nos lleva a la barbarie y al totalitarismo. Nos hace correr el riesgo de obsolescencia de lo humano y del sujeto frente al autómata y la burocratización.

    Hay un subdesarrollo de nuestras capacidades reflexivas y éticas en relación con nuestra potencia de acción y la necesidad de luchar por dar continuidad a la humanización de lo humano y la ecologización del pensamiento, reencontrando nuestro lugar de vivientes entre los vivientes en la Tierra. Necesitamos amor-medicina y poesía: amar para vivir, vivir para amar, amar lo frágil y lo perecedero, dado que lo más precioso, lo mejor, incluso la consciencia, la belleza y el alma, son frágiles y perecederos.

    El poeta Friedrich Hölderlin escribe que “donde hay peligro también crece lo que salva”. Siempre hay bifurcaciones posibles en la historia. Podemos actuar. Se puede luchar por la vida, por el amor, por la poesía, por lo humano en nosotros. Estas nuevas resistencias demandan un trabajo reflexivo sobre uno mismo, sobre nuestro pensamiento, sobre nuestra violencia, sobre nuestra acción, sobre lo real, con humildad.

    Así, estas resistencias requieren trabajar de manera radical, es decir, desde la raíz de las causas, en el nivel de sus interdependencias y de sus nexus. Podemos detener los bucles de retroalimentación mortíferos y reforzar las dinámicas salvadoras. Ello exige un trabajo paciente de cartografía de tales causas, de análisis de sus dinámicas, de selección de los granos de arena que podemos infiltrar en esos engranajes fatales. También podemos trabajar en la creación de nuevos bucles de retroalimentación negativos, cuyas consecuencias frenan las causas, con el objetivo de desatascar, e incluso desbloquear algunos engranajes, para regresar el sistema a una trayectoria convivial ¡No está escrito que eso sea posible, pero tampoco está dicho que eso sea imposible! Para ello, debemos comprometernos, empeñarnos, correr riesgos, individual y colectivamente, para proponer otra vía, para metaformosearnos, buscando una alternativa a las lógicas de muerte.

    Los senderos de la metamorfosis son inciertos, diversos, plurales, sinuosos, arborescentes. A veces son contradictorios. Edgar Morin describe el sistema como paradoja: es a la vez uno y múltiple. Lo mismo es válido para las causas examinadas en esta obra, son una y múltiples a la vez. Estamos convencidos que necesitamos un pensamiento rico, complejo, sistémico, reflexivo, para actuar, juntos, en ese mundo. Una cultura de permanencia de la vida en la Tierra, una permacultura política.

    Donella Meadows, ecologista pionera, maestra y coautora célebre del informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento, escribe en un ensayo titulado “Danzar con los sistemas”:

    El pensamiento sistémico lleva a una conclusión evidente en cuanto dejamos de cegarnos por la ilusión de control. Esta conclusión señala que hay mucho qué hacer, pero de un otro tipo de “hacer” […] Los sistemas [complejos] no pueden ser controlados, pero pueden ser concebidos y rediseñados. Por supuesto, no podemos avanzar hacia un mundo sin sorpresas, pero podemos esperar las sorpresas y sacar enseñanzas de ellas, incluso aprovecharlas. No podemos imponer nuestra voluntad a un sistema. Podemos escuchar lo que el sistema nos dice y descubrir cómo sus propiedades y nuestros valores pueden funcionar de forma conjunta para producir algo mucho mejor que lo que nuestra sola voluntad podría producir. No podemos controlar los sistemas [complejos] ni descifrarlos ¡pero podemos danzar con ellos! […] Vivir de forma exitosa en un mundo de sistemas requiere de nosotros más que nuestra capacidad de calcular. Exige toda nuestra humanidad: nuestra racionalidad, nuestra capacidad para distinguir lo verdadero de lo falso, nuestra intuición, nuestra compasión, nuestra visión y nuestra moralidad.1



    * Investigador independiente, autor, de formación ingeniero agrónomo y doctor en ciencias.
    Investigador independiente especializado en los estudios prospectivos, las ciencias de la complejidad y la modelización cualitativa.
    Ingeniero agrónomo y doctor en biología, trabajó durante diez años en la biología de los crustáceos polares. Cofundador de la asociación Biomimicry-Europa.
    § Economista, exconsejero del gobierno valón en materia de desarrollo sostenible y especialista en políticas públicas ambientales y económicas.
    ¥ Periodización propuesta por Karl Jaspers, situada entre los años 800 y 200 antes de nuestra era; caracterizada por la coexistencia de los pensamientos de Confucio, Buda y Sócrates.
    1 Donella Meadows [2004], “Dancing with systems”, Timeline Magazine, núm. 74.