Adaptación al cambio climático: definición, sujetos y disputas

Cita: 

Islas, Maritza [2020], "Adaptación al cambio climático: definición, sujetos y disputas", Letras Verdes. Revista Latinoamericana de Estudios Socioambientales, (28): 9-30, septiembre, https://doi.org/10.17141/letrasverdes.28.2020.4333.

Fuente: 
Artículo científico
Fecha de publicación: 
Lunes, Febrero 1, 2021
Tema: 
Recorrido histórico a través de la categoría de “adaptación”, introducida en la agenda internacional sobre el cambio climático
Idea principal: 

    Maritza Islas Vargas es socióloga, maestra en Estudios Latinoamericanos, especialista en Economía Ambiental y Economía Ecológica y doctoranda en Ciencias de la Sostenibilidad. Es docente, adscrita al Centro de Relaciones Internacionales, donde imparte la asignatura de medio ambiente. También es miembro del Grupo de Trabajo "Cambio ambiental global, metabolismo social local" del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), e integrante de la Red de Ecofeministas de la Fundación Friedrich Ebert.


    Introducción

    Los esfuerzos internacionales para mitigar el cambio climático han tenido un progreso limitado, debido en parte a factores como las emisiones históricas y la inercia del sistema climático. Esto ha llevado a dar mayor relevancia a la adaptación, bajo el impulso particularmente de países vulnerables y respaldado por organismos como Naciones Unidas y bancos de desarrollo. Estas entidades han desempeñado un papel crucial al dirigir recursos y atención hacia políticas de adaptación, influyendo así en la política y la investigación climática a nivel global.

    A pesar de que la mayoría de la academia ha seguido la corriente convencional, algunos investigadores han cuestionado la necesidad y los presuntos beneficios de la adaptación al considerar las diferencias de clase, poder y procesos históricos que influyen en la vulnerabilidad. Este texto examina estos puntos de vista y debate la supuesta neutralidad teórica y social de la adaptación.

    La mitigación frustrada

    El fracaso de las negociaciones internacionales sobre el clima ha cuestionado la eficacia de la arquitectura diplomática global. A lo largo de más de 40 años de esfuerzos desde la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima en 1979, las metas de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y cambio de la matriz energética global han resultado ser inalcanzables. El Acuerdo de París, firmado en 2015 y que entró en vigor en 2016, el último esfuerzo internacional para limitar el aumento de la temperatura, fue considerado un fracaso desde el momento de su firma, ya que la falta de restricciones al negocio de los combustibles fósiles impidió cumplir con los compromisos necesarios para abordar el cambio climático. El acuerdo establece un límite de aumento de las temperaturas promedio de 1.5°C respecto de los niveles preindustriales, lo que implica reducir 45% las emisiones de dióxido de carbono (CO2) para 2030. Sin embargo, los compromisos actuales, incluso si se cumplen, llevarían a un aumento mayor de la temperatura planetaria respecto de ese umbral de seguridad (dato crucial 1).

    La falta de resultados de los organismos internacionales y los espacios de discusión entre estados está socavando su legitimidad. Este fenómeno fue evidente en septiembre de 2019 con la inusual intervención de Greta Thunberg en Naciones Unidas en Nueva York. Este espacio, tradicionalmente reservado para líderes estatales y representantes corporativos, intentó mostrar una apertura a sectores previamente ignorados, aunque sin éxito. La joven de 18 años señaló la esterilidad de estas reuniones al criticar el tiempo perdido, destacando la falta de otros mecanismos o espacios donde los movimientos ambientales, climáticos y la sociedad en general puedan ser escuchados. Estrategias corporativas, como el financiamiento negacionista y el cabildeo en los estados, han obstaculizado cualquier intento de limitar las emisiones de gases de efecto invernadero que pueda afectar las ganancias corporativas.

    La efectiva mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero se ve obstaculizada por la necesidad de sacrificar los intereses económicos ligados a la industria de los combustibles fósiles, lo cual implica, de acuerdo con las fuentes consultadas por la autora, renunciar a vastas inversiones y reservas aún sin explotar. Para mantenerse dentro del límite de 2°C de calentamiento global, la mayoría de las reservas de carbón, petróleo y gas de las grandes empresas deberían considerarse inviables para su quema (dato crucial 2).

    Islas enfatiza que la descarbonización no ocurrirá de manera espontánea ni automática debido a la persistente influencia corporativa y su dependencia de los combustibles fósiles, lo que lleva a un aumento inminente de la temperatura global más allá del objetivo de 1.5°C. A pesar de los riesgos asociados, las compañías petroleras continúan aprobando grandes inversiones en proyectos que socavan los objetivos del Acuerdo de París (Dato crucial 3). Aunque algunos proyectos futuros podrían cancelarse para cumplir con los límites de emisiones, no se observa un cambio significativo de rumbo, lo que podría desencadenar una "burbuja de carbono" al mantenerse las inversiones en combustibles fósiles.

    La falta de reconocimiento y cuantificación del riesgo por parte de los actores financieros sugiere una desconexión entre los compromisos gubernamentales y las acciones reales para reducir las emisiones.

    Ante el fracaso de la mitigación, la adaptación se presenta como la única opción viable y urgente. Sin embargo, en el modelo de sociedad capitalista, los proyectos de adaptación no son neutrales y pueden exacerbar las desigualdades existentes, fortalecer estructuras coercitivas y reconfigurar instituciones de manera violenta. Así, la definición y aplicación de la adaptación están sujetas a disputas sobre sus implicaciones sociales, económicas y políticas, con posibilidades tanto de profundizar las desigualdades como de impulsar cambios transformadores “desde abajo”, según rescata Islas.

    La adaptación al cambio climático ¿quién la define y cómo?

    A diferencia de la mitigación, que ha sido el foco principal de discusión en las conferencias sobre cambio climático desde 1995, la adaptación ha ido ganando importancia gradualmente en la agenda internacional. A pesar de que la mitigación se ha centrado en combatir las causas principales del cambio climático, aceptar que no puede prevenir todos los impactos de éste, ha llevado a un aumento en la atención hacia la adaptación.

    El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) ha desempeñado un papel fundamental al establecer el consenso científico sobre el origen antropogénico del cambio climático y al proporcionar un punto de referencia para la toma de decisiones políticas. Sin embargo, la hegemonía que ha adquirido como autoridad para explicar las problemáticas ambientales ha llevado a críticas sobre posibles limitaciones en su autonomía o restricciones desde ella. Un ejemplo es el control que ejercen los aparatos gubernamentales sobre el organismo, que lo podría llevar a evitar temas políticamente incómodos, generando sesgos importantes en la información que desarrolla.

    Otra crítica al IPCC es su sesgo hacia las ciencias naturales en detrimento de las ciencias sociales, lo que ha llevado a un conocimiento parcial sobre las dimensiones sociales del cambio climático. Este sesgo se refleja en la composición de sus informes (dato crucial 4) y en la elección de autores (dato crucial 5), lo que ha generado preocupaciones sobre la representación equitativa de las diferentes disciplinas.

    La preeminencia de la economía en el IPCC refleja una visión limitada de lo social, lo que ha llevado a una comprensión parcial del cambio climático que no aborda adecuadamente las relaciones de poder y las causas estructurales de la crisis climática. Maritza Islas indica que, de esta forma, la explicación de lo social que se impuso como predominante se basa en conceptos biológicos como la resiliencia y la adaptación.

    La resiliencia, concebida por el ecólogo C.S. Holling en 1973 y aplicada luego al análisis de sistemas socioecológicos, surge como crítica a los modelos que suponían un equilibrio único en los ecosistemas. Holling introdujo la resiliencia como la capacidad de un sistema para absorber perturbaciones y mantener sus relaciones, lo que desafió la idea de un equilibrio único y abrió un nuevo enfoque hacia los ecosistemas como sistemas adaptativos complejos, donde el cambio es fundamental. Esta perspectiva resaltó la capacidad de los ecosistemas para enfrentar turbulencias y rechazó la idea de control y predicción por parte de los seres humanos.

    El concepto de resiliencia ha trascendido su origen en la ecología y se ha extendido a áreas como la ingeniería, la psicología, el urbanismo, las ciencias de la sostenibilidad y la política pública. Según el IPCC, la resiliencia se refiere a la capacidad de los sistemas sociales, económicos y ambientales para enfrentar y adaptarse a fenómenos peligrosos, manteniendo su función esencial, identidad y estructura, y conservando la capacidad de adaptación, aprendizaje y transformación.

    La popularidad de la resiliencia y la adaptación se debe a varios factores: primero, ofrecen un punto de apoyo a los encargados de políticas públicas frente a la parálisis asociada a las medidas de mitigación; segundo, su flexibilidad permite reconciliar agendas y intereses diversos; tercero, se ajustan al estado mínimo propuesto por el neoliberalismo, al transferir la responsabilidad a comunidades y personas; cuarto, sugieren que los sistemas tienen la capacidad inherente de recuperarse de situaciones adversas, lo cual resulta atractivo en el contexto del cambio climático.

    La palabra "adaptación" empezó a ser utilizada en un contexto científico desde la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin en 1859. En la biología evolutiva, se refiere al grado de ajuste entre los organismos y su entorno . Más tarde, esta idea se reflejó en la concepción del riesgo y la adaptación como un "ajuste intencional" en la escuela de riesgos y desastres de Ian Burton, Robert Kates y Gilbert White, (1978).

    En la sociología estructural-funcionalista, autores como R. K. Merton y Talcott Parsons asociaron la adaptación con la aceptación y preservación de la estructura social. Merton, retomado por Islas, describió la conformidad como una forma de adaptación en la que los individuos aceptan los valores y metas sociales, asegurando la estabilidad social. Por otro lado, la renuncia y la rebelión se consideraron como formas de "no adaptación", ya que implican el rechazo de los valores y normas sociales establecidas. Talcott Parsons también consideraba funcional todo lo que favoreciera el mantenimiento del sistema social.

    A pesar de las críticas emitidas por la ecología política en los años ochenta, especialmente respecto al reduccionismo biologicista y estructuralista de la adaptación, el IPCC en su tercer informe de evaluación retomó y definió la adaptación como ajustes en sistemas humanos o naturales frente a entornos nuevos o cambiantes, en respuesta a estímulos climáticos proyectados o reales.

    En contraste con la visión de adaptación en la teoría darwiniana, que la considera como un proceso natural sin dirección específica, en el contexto de la política climática se la entiende como un proceso planificado y dirigido para enfrentar los impactos del cambio climático. Esto incluye resaltar las "oportunidades beneficiosas" del cambio climático, aunque evita abordar la relación entre el capitalismo y este fenómeno, así como las desigualdades sociales que pueden surgir.

    Como resultado, tanto la política pública como el sector privado han adoptado rápidamente los conceptos de adaptación y resiliencia como marco para proyectos de reorganización del espacio, especialmente urbano, y de las instituciones gubernamentales. Proyectos como "100 ciudades resilientes", financiado por la Fundación Rockefeller, y programas impulsados por Naciones Unidas y Banco Mundial, reflejan esta tendencia hacia sociedades adaptadas y resilientes.

    A pesar de la conveniencia para ciertos sectores gubernamentales y empresariales, el uso excesivo de metáforas biológicas para definir lo social conduce a imprecisiones científicas y riesgos políticos. La adaptación, originalmente un concepto no diseñado para explicar la realidad social, se convierte en una definición ambigua, despolitizada y naturalizada, perpetuando la idea de que es la única opción posible. Además, en disciplinas sociales como la antropología, geografía y sociología, el concepto de adaptación ha estado influenciado por el funcionalismo estructural y el reduccionismo biológico.

    Pese a que el uso de conceptos evolutivos en las ciencias sociales perdió popularidad con el desarrollo de la ecología política a finales del siglo XX, el resurgimiento del catastrofismo climático ha revitalizado el concepto de adaptación. La falta de avances en mitigación y la creciente vulnerabilidad de los más pobres proporcionan una justificación (biológica y social) para ello, aunque ahora los responsables del fracaso en la mitigación se presentan como líderes en la adaptación.

    La autora menciona que la vaguedad del concepto de adaptación permite su compatibilidad con antiguas categorías e instituciones del desarrollo, como la asistencia para el desarrollo y Banco Mundial. Esto lleva a una narrativa que repite las mismas lógicas de funcionamiento bajo un nuevo disfraz, sin abordar los problemas fundamentales subyacentes.

    El financiamiento para la adaptación enfrenta críticas debido a la falta de transparencia y a la distribución desigual de recursos. Los países más vulnerables no reciben necesariamente la mayor parte del financiamiento, y muchos proyectos de adaptación son impulsados por agendas políticas y económicas más que por la mitigación de los impactos del cambio climático.

    La asociación entre adaptación y desarrollo, entendida como crecimiento económico, crea expectativas ilusorias sobre la capacidad de la adaptación para resolver los problemas del cambio climático, sobre todo para aquellas y aquellos que lo enfrentan de manera más directa, como las personas pobres. Sin embargo, es crucial cuestionar quiénes se benefician realmente de estos proyectos de adaptación y quiénes son sacrificados, así como entender cómo estos proyectos pueden tener consecuencias no deseadas que refuercen la vulnerabilidad de las poblaciones más afectadas.

    Modalidades de adaptación elitista

    Aunque se suele argumentar que los pobres son los principales beneficiarios de la adaptación, varios autores citados por Islas, han señalado diferentes modalidades de adaptación en las que son las principales víctimas. Estas modalidades, como el desplazamiento de amenazas, la gentrificación climática, las fortificaciones de élite, el capitalismo del desastre y la conversión de la vulnerabilidad en amenazas a la seguridad, son denominadas adaptación elitista debido a que priorizan los intereses de las élites financieras, políticas y militares, en detrimento de las poblaciones más desposeídas y vulnerables.

    El "desplazamiento de las amenazas" implica redistribuir los impactos del cambio climático al priorizar la protección de ciertas poblaciones, lo que pone en riesgo a otras, trasladando así los riesgos climáticos a los más vulnerables.

    La "gentrificación climática" consiste en expulsar a los pobres de áreas con menores impactos climáticos para permitir la ocupación por sectores más adinerados. Este proceso, denominado "acumulación por adaptación", implica despojos masivos de territorios que se reincorporan a negocios lucrativos, como el sector inmobiliario, a través de un "ambientalismo burgués" que reconstruye el espacio según las preocupaciones de las clases altas en torno a la seguridad y el ocio. Además, surgen lo que la autora denomina como "fortificaciones de élite", es decir, enclaves de lujo que ofrecen condiciones de seguridad para aislar a un sector mínimo de la población de los efectos del cambio climático.

    Así, dichas formas de adaptación elitista protegen los privilegios de quienes las promueven, aumentando la vulnerabilidad de los ya vulnerables y reforzando las desigualdades existentes.

    Dos modalidades extremadamente destructivas de esta adaptación son el "capitalismo del desastre" y "la conversión de la vulnerabilidad y los vulnerables en amenazas a la seguridad". En el capitalismo del desastre, se realizan ataques organizados contra instituciones y bienes públicos después de eventos catastróficos, aprovechándolos como oportunidades de mercantilización. Esto representa una forma de adaptación que busca continuar generando ganancias a partir de la crisis climática y social, sin cuestionar la lógica capitalista, si no intensificándola. En este contexto, el cambio climático se convierte en una "oportunidad de negocios", donde la adaptación se transforma en un nuevo espacio para acumular capital.

    En América Latina y el Caribe se ha evidenciado ampliamente el uso del desastre como una herramienta de injerencia imperial, incluso antes de que el cambio climático fuera una preocupación destacada. La experiencia histórica de esta región alerta sobre los riesgos asociados con la llamada "asistencia humanitaria", que puede ser utilizada como un medio para el reconocimiento militar, la imposición de deudas y la privatización de activos públicos. La forma más extrema de adaptación elitista, según autores como Thomas y Warner, y Buxton y Hayes, es aquella que convierte la vulnerabilidad y a los vulnerables en amenazas para las élites, los negocios y los estados. En este enfoque, los más vulnerables son considerados el problema a enfrentar, desviando la atención de los impactos climáticos y sus causas. Esto se materializa en medidas antiinmigrantes y en un control migratorio estricto ejercido por países centrales sobre territorios y fronteras, como en el caso de Estados Unidos con México, donde se busca restringir la movilidad de los pobres, considerada en algunos casos como la forma más extrema de adaptación ante el caos climático.

    La definición de la vulnerabilidad en estos términos refleja una mentalidad militarizada que busca promover la competencia belicista en un mundo afectado por el cambio climático y la sobreexplotación de los ecosistemas. En este contexto, las estrategias de adaptación incluyen el uso de fuerzas militares y de seguridad para controlar a los más pobres en áreas consideradas conflictivas. Además, emerge un ambientalismo militar que busca adaptar la infraestructura y las operaciones de guerra de las fuerzas armadas para hacerlas más efectivas y flexibles en un entorno de cambio climático. Esto conlleva un aumento inevitable de la conflictividad geopolítica, debido a la disputa de recursos, la competencia por reservas emergentes y el creciente número de desplazados climáticos.

    Este enfoque belicista apunta hacia un escenario de guerra perpetua, en el que la preservación de los negocios es prioritaria, lo que refleja una política que conduce a la sociedad hacia el exterminio de multitudes. Este exterminio no es accidental, sino el resultado de decisiones políticas previas, el perfeccionamiento de los medios de exterminio y la estructuración de la sociedad en esa dirección.

    Las respuestas elitistas al cambio climático revelan la falta de disposición de los círculos de poder económico, político y militar a renunciar a sus privilegios, transfiriendo así la carga de adaptación a los más pobres, que quedan bajo la amenaza del exterminio.

    Adaptación basada en comunidades: alcances y límites

    Ante la dificultad de influir en las élites, tanto la política como la academia se han dirigido hacia las comunidades como punto focal de acción frente al cambio climático. En este nivel, los impactos del cambio climático son más evidentes y la intervención parece más viable. Las comunidades ofrecen la posibilidad de identificar y alcanzar a los actores de manera más directa, y se percibe que los comportamientos pueden ser modificados. Además, la disposición de la población a aceptar sacrificios debido a su falta de poder hace que la adaptación de los pobres sea más alcanzable que cambiar los comportamientos de los ricos.

    En este contexto, es esencial fortalecer las capacidades de los grupos vulnerables para enfrentar los desafíos del cambio climático de manera colectiva y autónoma, especialmente cuando los gobiernos carecen de una agenda clara de acciones o promueven estrategias elitistas de adaptación, o cuando están en crisis después de años de políticas neoliberales.

    La adaptación basada en comunidades se enfoca en los grupos más vulnerables al cambio climático, permitiendo entender las dinámicas y necesidades específicas de los territorios. También facilita la participación local en el diseño de estrategias de adaptación, aprovechando el conocimiento y las normas sociales locales.

    A pesar de su potencial, la adaptación basada en comunidades enfrenta un problema importante: las comunidades tienen limitaciones en cuanto a su capacidad de acción autónoma. Esto se debe a que las amenazas climáticas y estructurales superan su alcance, capacidad y poder de decisión. Según la autora, el conocimiento generado localmente está restringido por limitaciones políticas, financieras y técnicas, y por la falta de cohesión en algunas comunidades debido a relaciones jerárquicas o a la desintegración institucional.

    La ecología política critica el uso indiscriminado de conceptos universales como la vulnerabilidad y la resiliencia en la adaptación basada en comunidades, argumentando que esto simplifica la complejidad de los contextos locales y diluye las responsabilidades históricas de ciertas clases sociales en los problemas climáticos. Delegar la adaptación únicamente a las comunidades refuerza una visión presente y localizada de las políticas de adaptación, obviando las causas estructurales del deterioro ambiental. En tal sentido, la perspectiva cortoplacista de la adaptación comunitaria resulta inadecuada frente al cambio climático, un proceso de larga duración.

    Maritza Islas establece que es fundamental no solo aprender a enfrentar las condiciones climáticas extremas, sino también abordar las causas estructurales que generan la vulnerabilidad. La supervivencia de las comunidades empobrecidas depende de la transformación de las condiciones materiales que las hacen vulnerables. Separar la adaptación del cambio climático del cuestionamiento al capitalismo implica renunciar a una transformación necesaria tanto científica como políticamente.

    En situaciones de desastres vinculados a fenómenos climáticos, se ha observado que las personas pueden responder colectivamente con actos de solidaridad y compasión, desafiando las narrativas individualistas y belicosas promovidas por los partidarios de la guerra y el capitalismo del desastre. Estas respuestas espontáneas suelen surgir como una reacción a la falta de atención y la burocracia institucional, lo que genera nuevas formas de interacción social que, temporalmente, pueden reemplazar el orden establecido.

    En momentos de crisis, es fundamental prestar atención a cómo las personas afectadas interpretan las causas del desastre y sus expectativas futuras frente al cambio climático y sus efectos. Esto puede facilitar la identificación de las condiciones que necesitan ser modificadas, lo que la población está dispuesta a negociar y lo que considera indispensable. Abordar el cambio climático desde una perspectiva de justicia climática y social implica abandonar explicaciones unilaterales y excluyentes tanto en la esfera política como en la científica.

    La urgencia por la transdisciplina

    En el ámbito científico, se reconoce cada vez más la necesidad de abordar el cambio climático no desde una sola disciplina, comprendiendo que no puede ser explicado ni resuelto únicamente por expertos en una sola área. A pesar de esto, aún queda pendiente el reconocimiento y la integración efectiva de las diferencias entre las diversas disciplinas científicas y sociales. Es crucial desmantelar la exclusividad del discurso y la diplomacia climática, que ha marginado y silenciado diversas voces y perspectivas, consideradas discordantes con el status quo. Por ello, se enfatiza la urgencia de adoptar un enfoque transdisciplinario que integre el conocimiento de diferentes campos en la búsqueda de soluciones a los problemas relacionados con el cambio climático.

    La transdisciplina desafía la jerarquía disciplinaria existente, que ha privilegiado a las ciencias naturales sobre las ciencias sociales y humanidades, así como la "expertocracia" que ha otorgado poder exclusivo a los expertos en la toma de decisiones tanto en la ciencia como en la política. Al adoptar este enfoque, se permite que aquellos más afectados por el cambio climático se conviertan en agentes activos en la generación de conocimiento, formando una "comunidad extendida de pares" que integra tanto el conocimiento experto como el conocimiento proveniente de experiencias y preocupaciones sociales.

    El cambio climático, inseparable de la era de la industrialización basada en la quema de combustibles fósiles, debe ser comprendido en su complejidad, considerando tanto su dimensión geofísica como su impacto en la sociedad y la política. La transdisciplina no busca disolver las áreas de experticia, sino aprovecharlas, reconociendo que la naturaleza y la sociedad, aunque interrelacionadas, operan en escalas y dinámicas diferentes que requieren atención diferenciada pero integrada.

    Los efectos del cambio climático percibidos a corto plazo por comunidades e individuos, retoma Islas de Braudel y Guldi y Armitage, deben ser contextualizados en el tiempo geológico y biofísico a largo plazo, así como en los procesos sociales y culturales a mediano plazo. Aunque esta perspectiva puede parecer irrelevante para los intereses de corto plazo de políticos y corporaciones, ignorarla contribuye a la miopía histórica de la política climática y limita sus resultados. Por lo tanto, es fundamental historizar las ideas y los conceptos relacionados con el cambio climático para comprender su contexto y sus limitaciones.

    Consideraciones finales

    La adaptación al cambio climático, tanto en su conceptualización como en su implementación, refleja una lucha por la supervivencia entre diversos actores con intereses opuestos y excluyentes, que operan en condiciones conflictivas y diversas en términos técnicos, científicos, políticos, sociales, económicos y ambientales. Sin embargo, el enfoque biológico subyacente en este concepto es un ejemplo de la forma en que se ocultan aspectos importantes y se niega el conocimiento generado por las ciencias sociales y humanidades al universalizar procesos contextuales y naturalizar dinámicas históricas.

    A pesar de estas limitaciones, términos como resiliencia y adaptación continúan siendo relevantes en la agenda académica y política internacional. Surge entonces la pregunta sobre si es posible desmantelar un concepto que está arraigado en supuestos excluyentes. La "deconstrucción" de este concepto implica revelar los conflictos subyacentes, desde la relación entre capitalismo y cambio climático hasta el papel de las élites económicas, políticas y militares, así como reconocer el cambio climático y la adaptación como problemas con connotaciones de clase. Esto requeriría, según la autora, un análisis radicalmente diferente y el abandono del enfoque biologicista del concepto.

    El término "adaptación", ampliamente utilizado por la academia y los gobiernos, se justifica por su alineación con los estándares establecidos por organismos internacionales y entidades que financian proyectos de investigación y desarrollo. Además, su ambigüedad permite que tanto el sector empresarial como el gubernamental reutilicen antiguas prácticas en el contexto actual del cambio climático, a pesar de su fracaso previo en abordar los problemas fundamentales de la humanidad.

    Las diversas formas de adaptación elitista revelan la parcialidad del discurso sobre la adaptación y su aplicación, desmitificando su supuesta imparcialidad y mostrando las controversias en torno a su definición y aplicación.

    En contraste, el enfoque transdisciplinario busca superar el reduccionismo biologicista y economicista predominante, promoviendo la generación de conocimiento desde diversas disciplinas y fuentes. Esto brinda una oportunidad para democratizar la definición de proyectos de adaptación e involucrar a los más afectados en el proceso, con el objetivo de construir conocimiento y políticas basadas en la justicia climática.

    En países donde la política de adaptación es incipiente pero necesaria, la discusión sobre su definición brinda una oportunidad para diseñarla desde una perspectiva transdisciplinaria que no aumente las desigualdades existentes, reflexionando sobre la adopción de agendas y marcos conceptuales externos en el ámbito político y académico.

    Es preciso criticar el reduccionismo biológico asociado al concepto de adaptación y las posibles modalidades elitistas, así como plantear preguntas importantes sobre la viabilidad y el alcance de la adaptación en un escenario de aumento de temperatura superior a 3°C, cuestionando qué tipo de adaptación será posible y para quiénes estará disponible.

Datos cruciales: 
    1. Aún si se cumplen los compromisos aceptados en el Acuerdo de París, esto implica un aumento de la temperatura de entre 2.9°C y 3.4°C para finales de este siglo de acuerdo con Naciones Unidas.

    2. De acuerdo con Carbon Tracker y Grantham Research Institute of Climate Change and Environment, entre 60% y 80% de las reservas de carbón, petróleo y gas de las empresas que cotizan en bolsa debería clasificarse como “inquemable” para mantener la temperatura en 2°C.

    3. Islas rescata de Grant y Coffin que en 2018, por ejemplo, compañías de petróleo y gas –Shell, ExxonMobil, Total, BP, Petronas, PetroChina, Korea Gas, Eni y Qatar Petroleum– aprobaron 50 000 000 000 de dólares de inversión en 19 megaproyectos fósiles con el potencial para socavar los objetivos determinados por el Acuerdo de París.

    4. Según un estudio realizado por Bjurström y Polk, de las 8680 publicaciones revisadas por pares que fueron citadas por el IPCC en el Tercer Informe de Evaluación (también conocido como AR3), solo 12% eran de ciencias sociales, cifra que se reducía a 8% si se quita a la economía de este rubro.

    5. Con base en el artículo de David Victor, en el Quinto Informe de Evaluación (AR5), de los 64 autores principales que conformaron el grupo de trabajo II –encargado de analizar los impactos, la adaptación y la vulnerabilidad– menos de un tercio eran científicos sociales y de estos aproximadamente la mitad eran economistas.

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Nexo con el tema que estudiamos: 

    Maritza Islas ofrece una crítica puntual de los enfoques y conceptos predominantes en el análisis de la trayectoria de las sociedades contemporáneas. Centrado en la mitigación y la adaptación, su argumento muestra el predominio de visiones fundadas en las ciencias llamadas naturales y la exclusión de visiones más complejas.

    El texto plantea un análisis profundo sobre la adaptación al cambio climático, señalando que su conceptualización y aplicación reflejan una lucha por la supervivencia entre actores con intereses opuestos y excluyentes. Se destaca la importancia de considerar las relaciones entre empresas, estados y sociedad en la implementación de políticas y proyectos de adaptación, reconociendo los riesgos existenciales asociados que particularmente han afectado al Sur Global desde hace un tiempo. Es importante la información presentada pues cuestiona la viabilidad y el alcance de la adaptación en un escenario de aumento de temperatura superior a 3°C, planteando a su vez la necesidad de democratizar la definición de proyectos de adaptación y construir políticas basadas en la justicia climática, involucrando a los más afectados en el proceso.

    Estas cuestiones sustentan la relevancia de recurrir a la transdisciplina como alternativa de análisis para lograr diagnósticos pertinentes y viables ante la situación catastrófica que vivimos.