Esto no está terminado

Cita: 

Montaño, Pablo [2024], "Esto no está terminado", Christus. Revista de teología, ciencias humanas y pastoral, 3 de enero, https://christus.jesuitasmexico.org/esto-no-esta-terminado/

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Miércoles, Enero 3, 2024
Tema: 
La necesidad de reconectar espiritualmente con la naturaleza y actuar colectivamente para detener la destrucción ambiental y enfrentar el colapso climático.
Idea principal: 

    Pablo Montaño Beckmann es un activista y comunicador. Es egresado de la Licenciatura en Ciencias Políticas y Gestión Pública por el ITESO y cuenta con una maestría en Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable por la University College London. Es fundador y director ejecutivo de Conexiones Climáticas, organización dedicada a la creación de estrategias y campañas de comunicación en apoyo a comunidades y organizaciones en la defensa de sus territorios o afectadas por la crisis climática. En mayo de 2023 recibió el Premio Wayfinder de parte de la Sociedad de National Geographic.


    El planeta proporciona condiciones climáticas predecibles que favorecen el crecimiento de las semillas y la vida de diversos animales, cuyos sonidos son parte de la identidad de los pueblos. Estas condiciones estables, marcadas por ciclos naturales y un cielo claro, han influenciado en la formación de muchas creencias religiosas, surgiendo de la contemplación del misterio y la repetición de los fenómenos naturales.

    Los textos sagrados y las tradiciones orales reflejan una conexión igualitaria con la naturaleza, marcada por ciclos estacionales y fenómenos climáticos en un entorno benevolente. Esta percepción lleva a la creencia en divinidades o una madre amorosa que cuida, manifestada en la llegada de la lluvia, tanto por rituales como parte de un ciclo natural.

    La degradación ambiental y climática, impulsada por un sistema económico que explota cuerpos y territorios, ha alterado nuestra conexión espiritual con el mundo que habitamos. Durante los últimos cinco siglos, la expansión colonial y el patriarcado han establecido un sistema global de extracción y explotación, convirtiendo a la naturaleza en meros "recursos". En los últimos 150 años, hemos agotado los combustibles fósiles acumulados por la Tierra durante millones de años, generando un desequilibrio temporal inconmensurable entre siglos de devastación y eras geológicas.

    El afán incesante de explotar y dominar ha convertido un paraíso en llamas. Se ha elevado la temperatura del planeta (Dato crucial 1), lo que ha exacerbado la frecuencia y la intensidad de desastres climáticos como incendios forestales, pérdida de especies y huracanes desmedidos. México no escapa a esta realidad, con comunidades como El Bosque en Tabasco desapareciendo bajo el aumento del nivel del mar, mientras que 80% del territorio enfrenta sequías propicias para incendios. A pesar de ello, los megaproyectos continúan, expandiendo la infraestructura para los combustibles fósiles que han contribuido a esta crisis y fragmentando ecosistemas vitales para la supervivencia.

    La noción de continuidad de un crecimiento económico ilimitado, bajo el disfraz de términos como "crecimiento verde" o "desarrollo sostenible", implica preferir el colapso de nuestros medios de vida antes que abandonar el modelo capitalista que ha provocado la crisis ambiental. Este modelo, tanto en su forma fósil como en la supuesta versión verde, demanda un crecimiento económico sin límites, ignorando las consecuencias destructivas de la expansión desenfrenada de la extracción, el consumo y la quema de la naturaleza.

    Aunque en la naturaleza ningún proceso crece indefinidamente sin consecuencias catastróficas, el capitalismo insiste en una acumulación sin fin, a pesar de los límites claros del planeta y la posibilidad de satisfacer las necesidades de todos dentro de esos límites.

    A pesar de esto, ya se han sobrepasado al menos seis de los nueve límites planetarios que sustentan la vida tal como la conocemos. Estos límites incluyen el cambio climático (Dato crucial 2), la pérdida de biodiversidad (Dato crucial 3), la transformación de los usos del suelo, la alteración del ciclo del agua dulce, la contaminación química y la modificación de los ciclos del fósforo y el nitrógeno debido a la actividad agroindustrial. Además, otros tres límites, como la acidificación de los océanos, la carga atmosférica de aerosoles y la destrucción de la capa de ozono, están cerca de ser rebasados. Superar estos límites provoca efectos en cadena que amenazan la estabilidad del sistema global de forma peligrosa.

    Las empresas transnacionales, respaldadas por naciones poderosas y gobiernos del sur global obsesionados con el desarrollo, inicialmente negaron la existencia de la crisis climática, ocultando información crucial obtenida en investigaciones sobre el vínculo entre los combustibles fósiles y el cambio climático. Empresas como Exxon, Shell y British Petroleum condujeron investigaciones que afirmaban la estrecha vinculación de los combustibles fósiles y el clima, pero a pesar de conocer la veracidad de la ciencia, llevaron a cabo campañas de comunicación para sembrar dudas y negar la evidencia. Cuando negar este vínculo se volvió insostenible, cambiaron su estrategia argumentando que el calentamiento global es un fenómeno natural que ya ha ocurrido antes. Sin embargo, la velocidad actual de emisión de dióxido de carbono supera por mucho cualquier evento de extinción masiva en la historia (Dato crucial 4). Además, promovieron soluciones falsas que han empeorado la crisis mientras aparentan tomar medidas para abordarla.

    Los huracanes causan estragos en regiones áridas, mientras las empresas de combustibles fósiles promueven soluciones ilusorias, como tecnologías de captura de carbono aún no desarrolladas a escala necesaria. Estas falsas soluciones se han incluido en los informes sobre la crisis climática.
    Una narrativa más reciente nos induce a la rendición, argumentando que no podemos detener la catástrofe, lo que beneficia a quienes la provocan. Aunque en el pasado existían desastres naturales, ahora la balanza del clima se ha inclinado hacia calamidades más frecuentes y devastadoras. Cada aumento en la temperatura aumenta la probabilidad de transformaciones irreversibles en nuestro mundo, posiblemente en solo unas décadas.

    Ante esta devastación y el crecimiento de un capitalismo dependiente del desastre, se pregunta el autor, ¿cuál es el papel de nuestra espiritualidad en la pérdida de nuestro hogar? ¿Qué nos queda si perdemos aquello que se consideró "bueno" por Dios?

    Mirar la crisis con ojos de esperanza

    En medio del caos climático y ambiental, el autor manifiesta que se enfrenta una búsqueda espiritual complicada, entre nuevos aprendizajes y convicciones arraigadas. Aunque en momentos de tensión retorno a su fe, se cuestiona dónde colocar su corazón y espíritu ante la certeza de la inminente desaparición del mundo que conocemos. Él creció con convicciones cristianas que enfatizaban la separación entre lo terrenal y el Reino de los Cielos, lo que le impedía reconocer la posibilidad de un paraíso aquí en la Tierra.

    Los relatos del Edén, donde fluyen ríos de leche y miel, parecían distantes de los paisajes terrenales, pero el autor reconoce su presencia en lugares como las faldas del Nevado de Colima o los cenotes de la península de Yucatán. Su fe se arraiga en la interconexión divina de todas las formas de vida, encontrando su refugio en esta asombrosa red de relaciones que persiste a pesar de la destructiva inercia del sistema. Desde la simple gratitud, construye su resistencia para enfrentar la lucha por preservar la vida tal como la conocemos.

    Se reconoce en el texto que nuestro entorno está lleno de abundancia en los llanos, selvas, desiertos y mares, y entender esta abundancia es crucial para evitar su destrucción. El capitalismo, en su afán de acumulación y avaricia, ve estos espacios llenos de vida como simples recursos a explotar, ignorando el valor intrínseco de las culturas y los ecosistemas que sustentan la vida.

    El texto genera un llamado a detener la destrucción, a socorrer a la naturaleza herida y a restaurar lo que hemos dañado. En lo más profundo de nuestro ser, menciona el autor, nos duele ver una selva devastada, recordándonos nuestra conexión innegable con la Tierra de la que venimos. Quizás la ansiedad que sentimos al presenciar desastres naturales sea la Tierra hablándonos, recordándonos que somos parte de ella y que debemos salvarnos a nosotros mismos.

    Enfrentar la crisis climática requerirá más que nuestras fuerzas humanas limitadas. Necesitaremos, de acuerdo con el autor, aferrarnos a algo más grande, algo que nos conecte con la Creación y nos reconecte con el paraíso que ya habitamos. Esta transformación surgirá de la comunidad, donde la lucha esté impregnada de esperanza, no desde acciones individuales que nos sumen en el nihilismo y la apatía. Será crucial reconocer que las sociedades industrializadas deben respetar los límites naturales para permitir la coexistencia de sociedades con economías basadas en la sostenibilidad, no en el progreso constante.

    Debemos creer que todo lo que está en peligro puede ser salvado, resistiendo el dolor que nos invita a rendirnos una y otra vez.La esperanza vendrá de nuevos ojos que aprecian la belleza de la naturaleza y que ven con el espíritu de la Tierra. “Mientras haya resistencia hay esperanza”, manifiesta el autor.

Datos cruciales: 

    1. Se ha elevado la temperatura del planeta en 1.2ºC desde la era preindustrial del siglo XIX.

    2. La concentración de dióxido de carbono se compara a niveles de hace tres millones de años en los que los océanos tenían 25 metros más de altura

    3. Más de un millón de especies están en peligro de extinción.

    4. Nuestra velocidad de emisión de dióxido de carbono es 200 veces más rápida que la que ocurrió en extinciones masivas provocadas por supervolcanes de la que informan los expertos.

Nexo con el tema que estudiamos: 
    El autor invita a la audiencia a coexistir con la naturaleza más allá de la materialidad producida por el sistema capitalista; el cuestionamiento de su uso como “recurso” u “objeto” a ser explotado, saqueado y violentado. Resalta la urgencia de reconocer nuestra profunda conexión con la naturaleza y la necesidad de actuar para detener su destrucción. Nos recuerda que la crisis climática no solo afecta al medio ambiente, sino que también impacta nuestras vidas de manera profunda y personal. Además, subraya la necesidad de adoptar un enfoque colectivo para abordar la crisis climática, respetando los límites naturales y reconociendo la interdependencia entre las sociedades humanas y el mundo natural.