El sistema CRISPR-Cas9 cuenta con el potencial para editar la información genética de manera rápida y barata. Esto conlleva la posibilidad de mejorar y acelerar terapias para pacientes con padecimientos como Alzheimer, cáncer o SIDA.

Una pieza de ARN con una encima conocida como Cas9 tiene la posibilidad de localizar genes indeseados y cortarlos con el fin de adherir un nuevo gen, y con esto se busca el poder corregir enfermedades a los que cada ser humano puede estar predispuesto. La rapidez y facilidad que promete este procedimiento ha entusiasmado a los interesados en la ingeniería humana, quienes ven más cercana la posibilidad de diseñar genéticamente a los hijos.

Aunque esa aplicación se ve muy lejana, la discusión sobre el manejo ético de CRISPR ha comenzado a suscitar polémica entre comunidades científicas. Al ser tan importantes nuestras secuencias genéticas en el entendimiento de la evolución y la herencia, la experimentación se ve envuelta en serias discusiones éticas.

Por un lado tenemos todos los avances médicos que pueden resultar de la investigación; por el otro, efectos colaterales en la aplicación de CRISPR a seres humanos. A esto habría que sumarle el aspecto económico: si la aplicación de esta tecnología resulta un procedimiento efectivo y reducido en costo ¿quién gozaría de él y quién buscaría beneficiarse de su aplicación?

La importancia yace, ante todo, en poder legislar sobre el uso de CRISPR, ya que hay muchos países con leyes muy laxas en los que podrían desarrollarse investigaciones que en otros países se considerarían ilegales sobre la materia, ya que implican muchos aspectos éticos.

Aunque aún es muy pronto para discutir la modificación de los seres humanos, es importante recapitular las consideraciones éticas en la investigación genética, ya que tiene un gran potencial de cambiar la manera en que entendemos la medicina como ciencia y como industria.