¿Qué es Trump?
Riley, Dylan [2018], “¿Qué es Trump?”, New Left Review, Quito, Traficantes de sueños, (114):7-36, enero-febrero, https://newleftreview.es/issues/114/articles/que-es-trump.pdf
Dylan John Riley, es profesor de sociología en la Universidad de California, Berkeley, e integrante del comité editorial de New Left Review.
¿Qué es Trump?
El artículo comienza mencionando como la situación actual, en la que líderes de derecha están en el poder, hace pensar en la década de los años 30 del siglo XX: Trump, Orbán, Kaczynski, Modi, Duterte o Erdoğan; son personajes autoritarios comparables con la era fascista. Esta idea se esparce por todo el espectro político.
Varios académicos tienen argumentos de ese tipo. Por ejemplo, Timothy Snyder, quien menciona que hay diferencias entre Trump y el fascismo, sin embargo éste tiene una deuda con el fascismo, al emparejar a los inmigrantes con la violencia sexual, entre otras ideas trumpeanas. Jason Stanley, plantea que la retórica de Trump es fascista, no así su forma de gobernar; y para Richard Evans, el presidente estadounidense es un potencial dictador del siglo XXI.
Los académicos anteriores son liberales, sin embargo, los pensadores de derecha también hacen una analogía entre Trump y el fascismo. Max Boot, no insinúa que Trump sea como Hitler, pero afirma que Trump es un fascista. Por otro lado, el neoconservador liberal Robert Kagan señala que la llegada del fascismo a Estados Unidos no se da por la botas y el uniforme militar sino con un “multimillonario mentiroso” que aparece en televisión.
Desde la izquierda, el ecomarxista John Bellamy Foster considera que Trump es un neofascista que busca reprimir a los trabajadores y hasta Judith Butler menciona que seguiría llamando fascista a Trump aunque ahora se vive una situación diferente. Para el socialdemócrata Geoffrey Eley, no tiene caso hacer equivalencias, pero es posible que se materialice una política fascista. El anarcosindicalista Mark Bray afirma que Trump no es fascista, pero que hay una relación entre ellos: el fascismo ayudó al triunfo trumpeano y Trump facilita el fascismo.
Riley critica las analogías anteriores retomando el método hegeliano, es decir, “la forma pragmática de la historia reflexiva” que consiste en tomar hechos, ya sean positivos o negativos, sin situarlos en su contexto histórico, lo que crea una falsa inmediatez en la que el pasado aparece como una reserva de lecciones. Por otro lado, Marx rescata la idea y la ejemplifica en el “El dieciocho Brumario”, sugiriendo que la forma pragmática podía convertirse en una fuerza histórica.
Lo anterior es una distorsión a la cuestión política contemporánea, la cual es ¿por qué se han mantenido dentro del marco establecido los intrusos de derecha e izquierda que llegaron al poder después de la crisis financiera y sus consecuencias? ¿por qué las políticas contemporáneas no se parecen a las de los años 30 del siglo XX? Para contestar lo anterior, Riley contrastará la era actual con la fascista (1922-1939), estableciendo 4 ejes: el contexto geopolítico, la crisis económica, las relaciones de clase y nación, y finalmente, el carácter de la sociedad civil y de los partidos políticos. Riley se centra únicamente en Trump ya que piensa que a cada líder de derecha hay que situarlo cuidadosamente en su contexto histórico.
1. La Europa de entreguerras
No se puede pensar en el surgimiento de los fascismos en Italia y Alemania sin considerar los movimientos revolucionarios. Gracias a la revolución rusa, sublevaciones de la misma naturaleza se llevaron a cabo en otros países europeos y los partidos anticapitalistas convirtieron la crisis del periodo de entreguerras en una crisis política del capitalismo. Por esta razón, el ala derecha del Partido Socialdemócrata Alemán (SDP) legitimó la violencia para atacar a los líderes revolucionarios; sin embargo, el Partido Comunista Alemán siguió funcionando y amenazó, junto con el estado soviético, al capital alemán.
El autor explica que el auge del fascismo fue una reacción a la crisis económica del periodo de entreguerras, caracterizada por inflación desbocada y desempleo masivo. En Italia, los veteranos de guerra no tenía trabajo ni eran aptos para obtenerlo, característica de los miembros de las escuadras fascistas; también se enfrentaron a la inflación. En Alemania, el auge del Partido nacionalsocialista obrero alemán tiene como contexto la deflación de 1930 y: “tenía un sector industrial sobredimensionado, que intentaba competir en un mercado mundial, sobresaturado y arancelariamente dividido, mientras carecía de una base suficiente en la demanda interna” (p. 10). El fascismo prometía resolver el problema del empleo.
La Primera guerra mundial empeoró los problemas de la sobrecapacidad (que también estableció la dinámica de la rivalidad interimperialista), que ya habían aparecido a finales del siglo XIX. En la década de los años 20 del siglo XX las economías europeas tenían instalaciones y equipos desfasados, así como industrias en expansión. Los capitalistas defendieron las inversiones utilizando la guerra de precios y los aranceles, cuando al mismo tiempo, había una caída de beneficios, impresión de dinero y desempleo.
En Italia, las inversiones en el periodo de la guerra provocaron la expansión de la capacidad productiva que sobrepasaba la demanda interna y externa de esos productos. Los gobiernos dieron créditos a los empresarios y esto generó inflación y especulación. La sobrecapacidad también sucedió en el sector agrícola.
Aunado a esto, en Italia y Alemania, los mercados estaban contraídos porque en la década de los años 20 del siglo XX sus industrias siderúrgicas, químicas y eléctricas estaban más desarrolladas que las del Reino Unido. Pero había grandes atrasos en la agricultura precapitalista porque no consumía suficientemente la producción industrial. Esto aumentó la impaciencia de una clase dominante dueña de la industria pesada que quería colonias para fortalecer una posición monopólica en el exterior.
Dinámicas imperialistas
Los regímenes fascistas se caracterizaban por su forma revisionista de imperialismo: pretendían dar un giro al orden geopolítico que se contraponía a los intereses de las clases dominantes que ellos representaban. Por ejemplo, para los alemanes el Tratado de Versalles era el origen de un sistema geopolítico que los mantenía subyugados. Lo que caracterizaba a una gran potencia era la posesión de un imperio y el imperialismo era utilizado como una herramienta ideológica no sólo en términos económicos, sino de la legitimidad. En Italia, la declaración de un "imperio italiano" trajo gran prestigio y popularidad a Mussolini en 1936.
El autor señala que los países fascistas nunca dejaron de reproducir la lógica capitalista: garantizar la propiedad privada, utilización de las finanzas para dirigir la economía y el fortalecimiento de las empresas privadas.
Partido, clase y nación
En cuanto a estas categorías el autor señala que, al revés de lo que señala Marx (la burguesía le enseña al proletariado cómo organizarse), el proletariado se organizó de manera efectiva políticamente: en Alemania con el SDP, fundado en 1875, que era la organización política de masas más importante del país en 1912. En Italia, el PSI, que incluía a sus miembros en la discusión y educación política.
Sin embargo, el fascismo le proveyó a la clase burguesa una organización política, ya que en los partidos de masas había una coalición de empleados asalariados y pequeños comerciantes. Así, una importante parte del partido estaba formada por la clase media. Hay dos elementos qué destacar de los partidos fascistas: 1) llamaron la atención de los profesionales calificados (nueva pequeña burguesía), 2) pero no atrajeron a la clase obrera porque el nacionalismo y el imperialismo no les parecía atractivo.
De esta manera, en Italia y Alemania las divisiones de clase se reforzaron mutuamente para formar la alianza de la pequeña burguesía contra una clase trabajadora internacionalista.
La unidad de la clase dominante
El fascismo también sirvió para que las clases dominantes formaran una alianza: los terratenientes relativamente improductivos del este y sur de Alemania e Italia, respectivamente y los capitalistas industriales en su conjunto; así como los industriales competitivos que estaban enfocados a las exportaciones y necesitaban del apoyo del estado.
Los regímenes fascistas desarrollaron estrechas relaciones con terratenientes y con capitalistas: los partidos fascistas proporcionaron una organización nacional para las elites. Además de sus programas nacional-imperiales, los regímenes fascistas persiguieron políticas de represión salarial y de asistencia económica directa que ayudaron a todos los sectores de las clases dominantes antes del estallido de la Segunda guerra mundial. A finales de la década de 1930, estos regímenes tenían excelentes relaciones con sus respectivas clases dominantes.
El desarrollo de los regímenes fascistas fue modelado por el dualismo de un estado burocrático y un estado prerrogativo. Imitando a los partidos comunistas, la jerarquía del partido se basaba en el compromiso con los objetivos y la “línea” de la organización. Mussolini y Hitler equilibraban a los militantes del partido, que presionaban a favor de una “segunda revolución” contra los burócratas partidarios de las prácticas del viejo régimen.
Estas revueltas internas de los partidos motivaron que éstos se extendieran a todas las áreas de la sociedad al demandar puestos y posiciones para los cuadros leales, lo que explica el control del partido sobre la vida económica y social. Finalmente, el autor concluye este apartado diciendo que los regímenes fascistas (que surgieron en las potencias tardías), fueron resultado de la guerra interimperial y de la crisis capitalista aunado a la amenaza revolucionaria de izquierda.
2. Estados Unidos en el siglo XXI
En este apartado, el autor se remonta al final de la Guerra fría para señalar que, después del desplome de la Unión Soviética, Estados Unidos fue el vencedor, política y militarmente, expandiendo su influencia en el mundo por medio de las bases militares y sus alianzas con la OTAN. Menciona también que durante dos décadas ha llevado a cabo guerras asimétricas contra países musulmanes mientras que el establishment continúa amenazando a los países canalla (Irán y Corea del Norte) y lucha contra el terrorismo. Otro actor en auge es China, que “cuestiona la propiedad estadounidense del Pacífico Occidental” (p. 20). Sin embargo, China parece estar aislada geopolíticamente incluso en su región. Por otro lado, los ciudadanos estadounidenses no parecen estar de acuerdo con morir por su país, como en la guerra de Vietnam, así que una guerra sería contraproducente, el ejército debe de movilizarse sin llamar a filas a los civiles.
Económicamente, el autor encuentra que hay una similitud entre la situación actual y el periodo de entre guerras, por ejemplo: el exceso de capacidad industrial a escala mundial fomenta la financiarización y el crecimiento que es impulsado por el endeudamiento, causas de la crisis de 2008 y de la gran recesión. Sin embargo, también hay diferencias: el nivel de vida es mejor en Estados Unidos en la actualidad que en Europa en el periodo de entreguerras y el tratamiento de la crisis fue “parcialmente acertada” porque gracias al dinero que se le dio a las instituciones financieras, el sistema bancario no colapsó, el desempleo tampoco subió, los remanentes del estado benefactor ayudaron a mitigar efectos de la crisis y una política monetaria experimental hizo subir los precios de los activos.
Deuda y globalización
El autor plantea que el malestar económico se centra en los efectos contraproducentes del proceso de globalización: “el traslado al exterior de empleos industriales que quedan sustituidos por una creciente precariedad, más horas de trabajo para afrontar la caída real de los salarios y el crecimiento de la deuda de los hogares” (p. 21), aunado al billón de dólares dedicado al rescate del sistema bancario.
Los hogares estadounidenses están endeudados, sobre todo en las costas y los Apalaches. Es importante señalar que, la deuda, a diferencia del desempleo, no es percibida como una experiencia colectiva sino personal ya que cada deudor tiene una forma de solvencia cuantitativamente específica. Así, la deuda tiende a la personalización de la actividad política, en vez de colectivizar a los asalariados, los atomiza, en términos de Marx: devienen una bolsa de patatas. Pero, las bolsas de patatas, no llevan al fascismo, sino al bonapartismo, que mueve individuos favoreciendo a un líder carismático en vez de formar bloque paramilitar.
Lo anterior genera una “inversión” de las relaciones clase-nación porque en Estados Unidos hay una clase profesional pro globalización y una clase trabajadora blanca nacionalista, configuración contraria a la del fascismo de entreguerras. El autor señala que los movimientos populistas clásicos como el peronismo articulaban las clases trabajadoras nacionalistas con la pequeña burguesía, también nacionalista. Pero, el fascismo surge cuando la clase trabajadora era internacionalista; mientras que la clase burguesa era nacionalista. Luego entonces, la derecha contemporánea moviliza a una clase trabajadora nacionalista en contra de una pequeña burguesía globalista.
Otra diferencia con la Europa de entreguerras es que, en Alemania e Italia había organizaciones socialistas, mientras que en Estados Unidos, dos partidos pro capitalismo dominan el escenario político. Desde 1980 se han polarizado políticamente aunque aún comparten políticas fundamentales. De esta manera, la cultura política estadounidense tiende a atomizar a la población política y económicamente. Sin embargo, la lucha por los derechos de los afroamericanos y de las mujeres están presentes en el panorama político.
3. El ascenso de Trump
Las medidas tomadas para solventar la crisis económica de 2008 (como darle billones de dólares a
Quienes capitalizaron la situación de crisis fueron los anarco-capitalistas de derecha cuando se opusieron al Programa de ayuda para activos en problemas, que autorizaba la compra de activos tóxicos por un valor de 700 millones de dólares; así, el Tea Party nace como consecuencia de los rescates millonarios de la administración Obama.
En este sentido, Trump aprovechó el descontento político y usó su capital acumulado para lanzar su candidatura en contra de la élite globalista, utilizando como promesas los aranceles proteccionistas, el muro y la creación de infraestructura en Estados Unidos. La agenda económica trumpeana se identificaba con la clase trabajadora y la clase media que sufrieron la deslocalización del empleo y el miedo a que los migrantes les quitaran su trabajo.
Quienes votaron por Trump tienen intereses materiales inmediatos que, en la era de la globalización, se expresan como nacionalistas. Entre el núcleo de votantes de Trump se encontraban los evangelistas, votantes sureños blancos ricos y que viven en los suburbios, parte de la clase obrera de los Apalaches y personas indecisas del alto Medio Oeste.
A diferencia de Hitler y Mussolini, Trump tiene una relación hostil con sectores clave de la élite, por ejemplo, ataca a corporaciones como General Motors, Google, Pfizer, Amazon y Comcast. Las élites y sus intereses están divididos y compiten entre sí mismas y Trump contribuye a profundizar estas divisiones. Las relaciones con los medios y los intelectuales tampoco son buenas.
Por otro lado, también tiene relaciones antagónicas con el Departamento de estado y ha sido acusado de diezmar el servicio del FBI y la CIA; siendo el único mandatario que ha dicho lo caras que cuestan las operaciones militares estadounidenses en el mundo.
En cuanto a política exterior, Trump ha optado por mejorar la primacía de su país en la sociedad internacional dictando exigencias comerciales sobre sus aliados con exigencias de tributo por protección militar. Es importante hacer notar que Trump ha aumentado el presupuesto militar y exigido una modernización del arsenal nuclear.
En el frente comercial, el ALCA se revisó y rebautizó. Por otro lado, su administración tiene varios halcones que ponen su atención en China, sin embargo, el estancado Trans-Pacific Partnership arruinó un acuerdo comercial contrario a China. En Medio Oriente, Trump apoya a los saudíes en la guerra de Yemén y presiona a Irán.
Su política interna replica la tradición republicana: economía política de recortes fiscales y desregulación, con la imposición de aranceles y con la renegociación de tratados comerciales. Los republicanos están en posiciones estratégicas en diferentes secretarías, persiguiendo diversos objetivos: neutralizar la Fair Housing Act, ley que ayuda a solventar los préstamos para financiar la educación; negar el cambio climático; desregular el fracking y abandonar los Acuerdos de París.
La forma de gobernar de Trump nunca antes se había visto en Estados Unidos. Esta se caracteriza por el menosprecio a la sobriedad de la figura presidencial, su espectáculo a la hora de tomar decisiones y comunicarlas por Twitter, sus comentarios racistas y sus desplantes. Su lucha con la administración pública es personal y su estilo no tiene nada en común con los cuadros radicales que contribuyeron a los movimientos fascistas. Es producto de una cultura política dominada por el espectáculo y el dinero.
4. Patrimonialismo inadaptado
Para el autor, Trump no es fascista, sino que tiene una forma de gobernar patrimonialista, concepto weberiano que explica que esta forma de gobernar carece de la separación burocrática de la esfera oficial y la privada. Por lo tanto, la política se vuelve un asunto personal del gobernante quien considera que el poder político es de su propiedad y puede ser explotado por contribuciones y cuotas.
Trump combina una forma de gobernar que era usada en un periodo precapitalista, en la que tiende lazos personales de lealtad con otros multimillonarios y con la clase aduladora mientras que tiene las riendas de un estado moderno capitalista. Lo anterior genera un problema porque las redes que las relaciones personales de Trump generan son mínimas como para poner a personas clave en agencias federales. Otro problema es la fricción entre Trump y la burocracia, conflicto que está bien ejemplificado con el reporte Muller.
Atracción limitada
La legitimación de Trump proviene de su carisma, lo cual es una contradicción porque la autoridad patrimonial no requiere carisma, ésta característica es de los profetas. Así, el carisma de Trump proviene de su capacidad para utilizar el lenguaje y decir cosas de manera ordinaria o no oficial. Trump comunica su carisma posmoderno por medio de Twitter y el canal Fox, polarizando al público.
La combinación del carisma y el patrimonialismo en la forma de gobernar sobre un estado burocrático en un sistema político caracterizado por la oligarquía y la democracia es contradictoria. Lo anterior es consecuencia de la cultura política estadounidense en la posmodernidad: no tiene caso poner a Trump en alguna categoría (fascismo, populismo, nacionalismo etc.) ya que su forma de gobernar es una mezcla inestable que carece de ideología.
5. Perspectivas
Llamarle fascista a Trump tiene una lógica política. Esta lógica es de los miembros élite del partido demócrata que tiene una posición moderada en cuanto a resolver los problemas de desigualdad social. Sin embargo, Sanders es la opción más popular y este factor, aunado a las manifestaciones sociales como las huelgas de maestros en Kentucky y otros estados, son señales de que podría haber una coalición radical que no divida al campo de la ciudad. Sin embargo, esto requiere una crítica al ala neoliberal del partido demócrata que está aliada al sector financiero.
Por otro lado, el sistema político estadounidense no es tan democrático como parece ya que el sistema electoral no rinde cuentas, el poder ejecutivo es arbitrario, hay distritos electorales manipulados y se suprime el voto explícitamente para mantener el sistema mayoritario actual. Finalmente el autor concluye que hacer malas analogías históricas no contribuye en nada a la hora de enfrentar la crisis política y social en Estados Unidos.
El debate entre fascismo y patrimonialismo es crucial, pues las maneras de enfrentar cada una de estas formas de ejercicio del poder difieren de manera sustancial. De cara al patrimonialismo se debe poner atención a la base popular de Trump, factor que podría romper o al menos erosionar el sistema político bipartidista de Estados Unidos.
Trump está al mando de una de las naciones más poderosas del mundo. Como señala el autor, su forma de gobernar no tiene precedentes ya que es la expresión radical de la cultura política estadounidense caracterizada por el espectáculo y el dinero para lograr fines. Es un fenómeno que se tiene que analizar desde las ciencias sociales ya que las decisiones de Trump, y sus consecuencias, afectarán al globo de manera económica, geopolítica, y social. Sin embargo, la izquierda estadounidense tiene una oportunidad de lanzar su agenda y crear políticas que beneficien a la mayoría, pero no parece que todos los demócratas estén de acuerdo con esta visión, las elecciones son el siguiente año (2020) y aún no se sabe a ciencia cierta quién será el candidato oficial que se oponga al actual magnate presidente.