Learning to Die in the Anthropocene
Scranton, Roy [2015], Learning to Die in the Anthropocene. Reflections on the End of a Civilization, San Francisco, City Lights Books.
Roy Scranton es un escritor estadounidense. Sus ensayos y crónicas han aparecido en medios como The New York Times y Rolling Stone. En 2002 se enlistó en las fuerzas armadas de Estados Unidos y sirvió durante catorce meses en la guerra de Irak.
Introducción. Regresando a casa
El sentido de la introducción consiste en mostrar que el título del libro, Learning to Die in the Antrophocene, ni es una ironía ni responde a un juego retórico. Por el contrario, se trata de algo absolutamente literal: “Si, como afirmó Montaigne, ‘Filosofar es aprender a morir’, entonces hemos entrado en la era más filosófica de la humanidad, porque esto es precisamente el problema del antropoceno. El problema es que ahora tenemos que aprender a morir no como individuos, sino como civilización”.
Roy Scranton comienza la introducción narrando su experiencia como soldado en la guerra de Irak en 2003. Ese año, las fuerzas armadas de Estados Unidos desplegaron una dinámica de “shock y terror” en Bagdad, ciudad con 6 millones de habitantes, cuya principal consecuencia fue que la infraestructura (agua, electricidad, tráfico, mercados y seguridad) cayó en manos de la anarquía y el mandato local. Para 2004 la clase media de la ciudad había sido desterrada por gánsteres, especuladores, fundamentalistas y los propios soldados.
Un año después, el huracán Katrina impactó en Nueva Orleans y generó una temporada de “shock y terror” en suelo estadounidense, sólo que ahora era provocada por el clima. En opinión de Scranton, el caos y colapso de Nueva Orleans fue muy similar a lo que él pudo atestiguar en Bagdad: “el mismo fracaso de planeación, la misma marea de anarquía. […] El mismo futuro sombrío que había visto en Bagdad vino a casa: no por terrorismo, no por armas de destrucción masiva, sino por el desmoronamiento de la maquinaria de la civilización, incapaz de recuperarse del shock a su sistema”.
El “shock y terror” climatológico llegó para quedarse. Scranton cita declaraciones del personal de seguridad y políticos estadounidenses que así parecen confirmarlo. El almirante Samuel J. Locklear III, jefe del Comando del Pacífico de Estados Unidos, afirmó que el cambio climático global es la principal amenaza de Estados Unidos, incluso más que el terrorismo, los hackers chinos o los misiles nucleares de Corea de Norte. Thomas E. Donilon, consejero de seguridad nacional, afirmó en 2014 que los impactos medioambientales del cambio climático son un desafío de seguridad nacional. James Clapper, director de Inteligencia nacional, afirmó ante el Senado en 2011 que los eventos climatológicos extremos incrementarían y generarían problemas en los mercados de alimentos y energía, migraciones forzadas, desobediencia civil y vandalismo. En 2014 Obama, el Pentágono y el Departamento de seguridad interior publicaron documentos de estrategias de seguridad nacional donde reconocían al cambio climático como un peligro severo e inminente.
De igual manera, el Banco Mundial emitió reportes en 2013 y 2014 con pronósticos sobre los efectos del calentamiento global. En ese momento los climatólogos pronosticaron que la temperatura global incrementará 3.6 °C por encima de los niveles preindustriales en una generación y 7.2 °C en 90 años. Los escenarios estimados más catastróficos prevén que el nivel del mar incrementará siete u ocho pies de altura (2.1 a 2.4 metros) en 2040. El colapso total de la capa de hielo del Antártico occidental implicaría un incremento de 20 pies (6.1 metros) del nivel del mar.
Conforme se vayan derritiendo los glaciares y capas de hielo, se irán liberando dosis de carbón y metano congeladas en el fondo marino y permafrost. Dado que el metano es veinte veces más contaminante que el dióxido de carbono, el geofísico David Archer advierte que el potencial de la devastación planetaria por liberación de metano sería comparable a la destrucción de un invierno nuclear o el impacto de un asteroide.
Scranton es de la opinión de que el peor escenario de los problemas climatológicos es inevitable. De acuerdo a un estudio del Banco Mundial, el incremento de 2.7 °C de la temperatura mundial es algo que va a suceder, incluso si se dejara de emitir gases de efecto invernadero a nivel mundial a partir del momento presente. “El calentamiento global no es la última versión de una vieja fábula de aniquilación. No es histeria. Es un hecho. Y hemos sobrepasado el punto donde pudimos haber hecho algo al respecto”. Por tal motivo, continua Scranton, muchos expertos en políticas públicas, científicos del clima y oficiales de seguridad nacional advierten que la problemática urgente no es ya cómo prevenir el cambio climático, sino cómo la humanidad va adaptar su vida a un planeta significativamente más caluroso.
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“Hay un nombre para este nuevo mundo: el antropoceno”. Scranton explica que se trata de un término cuyas raíces provienen de la antigua Grecia. El sufijo “–ceno” deriva del término griego kainós que significa “nuevo”; el más conocido término griego anthropos significa humano. El término “antropoceno” refiere, por tanto, a una nueva época de la historia geológica de la Tierra, una época determinada por el impulso de la especie humana como una fuerza geológica. Los primeros científicos recurrir al término “antropoceno” fueron Paul Crutzen, químico y Premio Nobel, y Eugene F. Stoermet, biólogo, en el año 2000. Actualmente, dicho término ha ganado aceptación en la comunidad científica internacional dada la creciente evidencia del impacto de la especie humana no sólo en el clima y biodiversidad del planeta, sino en la propia estructura geológica de éste.
Según Scranton, de no modificarse el comportamiento humano, dentro de doscientos años la Tierra tendrá un clima no visto desde el plioceno, hace 3 millones de años, cuando los océanos tenían una altura de 75 pies (22 metros) mayor a la actual. Y una vez se libere el metano debajo de los océanos y se derrita el permafrost, la temperatura del planeta será tan alta que se asemejará a la del máximo térmico del paleoceno-eoceno, hace 56 millones de años, cuando el planeta no tenía superficies de hielo y había climas tropicales en los polos. Frente a tales escenarios Scranton afirma: “Enfrentamos el colapso de las redes de agricultura, navegación y energía de las que depende la economía mundial, una extinción a gran escala en la biósfera que ya está en marcha, y nuestra posible extinción como especie”.
De esta manera, ante el reto de adaptación a un nuevo mundo, resultará necesario el impulso no sólo de más reportes científicos y política militar, sino de nuevas ideas. Así lo sugiere Scranton: “Necesitaremos nuevos mitos y nuevas historias, una nueva concepción de la realidad, y una nueva relación con las profundas tradiciones políglotas que el capitalismo basado en carbono ha viciado a través de la mercantilización y asimilación. Sobre y contra el capitalismo, necesitaremos una nueva forma de pensar nuestra existencia colectiva. Necesitamos una nueva visión sobre quienes somos ‘nosotros’. Necesitamos un nuevo humanismo”.
Scranton reconoce la extrañeza que a cualquiera puede suscitar la proposición de brindar una renovada atención a las humanidades en el contexto del colapso medioambiental y la posible extinción de la especie humana. “¿Cómo podría ayudarnos a atrapar el dióxido de carbono el detenernos a pensar sobre Kant o Frantz Fanon?”. Lo más probable es que no pueda ayudarnos en absoluto. Sin embargo, el punto de Scranton consiste en llamar la atención sobre algo muy particular. La cuestión es que los problemas conceptuales y existenciales en que nos coloca el antropoceno son, en realidad, muy viejos y de cuño humanístico: “¿Qué significa ser humano? ¿Qué significa estar vivo? ¿Qué es el bien?”. En el antropoceno la pregunta de moralidad individual acerca del significado de la vida ante la inevitabilidad de la muerte adquiere dimensiones mayúsculas dado nuestro contexto de colapso climatológico.
Confrontar el final del mundo tal y como lo conocemos implica un giro dramático en las perspectivas aprendidas y las prioridades arraigadas en el comportamiento humano de la actualidad. “¿Qué sentido tiene la elección del consumidor comparado con 100 mil años de catástrofe ecológica?”. Scranton afirma que preguntas de esta naturaleza no tienen respuestas empíricas ni lógicas. Por el contrario, se trata de problemas filosóficos. Así pues, sentencia Scranton, el antropoceno impone plantearnos el problema filosófico de “aprender a morir no como individuos, sino como civilización”.
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Scranton narra su experiencia de “aprender a morir”. Así como la supervivencia de los soldados consiste en aceptar la inevitabilidad de la muerte, la humanidad del antropoceno debería aprender a vivir con y a través del fin de la civilización actual. “Cambio, riesgo, conflicto, contienda, y muerte son los procesos de la vida misma, y no podemos evitarlos. Debemos aceptarlos y adaptarnos”.
Por naturaleza, la mente humana se resiste a la idea de la muerte. El comportamiento humano contemporáneo es prueba fehaciente de ello: se continúa quemando petróleo, envenenando los mares, extinguiendo otras especies y liberando carbón a la atmósfera. No obstante, la realidad del cambio climático irrumpirá en las fantasías colectivas de crecimiento permanente, innovación constante y energía ilimitada, “tal y como la realidad de la mortalidad individual toma por sorpresa a nuestra fe casual en la permanencia”.
La convicción de fondo del trabajo de Scranton es, pues, como sigue: “El gran desafío que enfrentamos es filosófico: entender que esta civilización ya se encuentra muerta”. En su opinión, entre más rápido se asimile la inevitabilidad del fin de la civilización tal y como la conocemos, más rápido se podrán plantear las difíciles tareas de adaptación a la nueva realidad.
El estadio actual del antropoceno tiene nombre y apellido: capitalismo alimentado de carbón. Se trata de un sistema autodestructivo, afirma Scranton, que no es sustentable para sí mismo ni para la catástrofe del cambio climático. Sin embargo, “afortunadamente, el capitalismo fósil no es la única manera en que los humanos pueden organizar sus vidas”. La historia de la humanidad ha mostrado distintas experiencias de resistencia y transformación de prácticas sociales obsoletas en nuevas formas de vida.
Por lo anterior, enfatiza Scranton, la supervivencia de la humanidad en el nuevo mundo impuesto por el capitalismo fósil y el antropoceno exige dejar morir nuestra vieja forma de vida y, al mismo tiempo, construir organizaciones colectivas de tecnología cultural: “El capitalismo fósil ha dado ascenso a un verdaderamente maravilloso multiculturalismo liberal, pero si vamos a sobrevivir a su agonía, la tolerancia debe madurar en conservación y síntesis, basada en una fe en la comunidad humana que exista más allá de cualquier identidad parroquial, hora local o lugar único”.
Pues bien, Scranton finaliza su introducción señalando que la tesis de su libro es que la humanidad ha fallado en prevenir el calentamiento global y que la globalización de la civilización capitalista ha llegado a su fin. La humanidad sólo puede sobrevivir y adaptarse al nuevo mundo del antropoceno si “aceptamos los límites humanos y la fugacidad como verdades fundamentales, y trabajamos para nutrir la variedad y riqueza de nuestro patrimonio cultural colectivo”. Aprender a morir en tanto civilización significa saber abandonar el modo de vida presente junto con sus ideas de identidad, libertad, éxito y progreso. Se trata, pues, de un asunto que compete a un renovado pensamiento de las humanidades.
3. Carbon Politics.
4. The Compulsion of Strife.
El libro de Scranton se suma a los registros histórico-sociológicos que intentan caracterizar la fase en que se encuentra el despliegue del capitalismo del siglo XXI. Una línea de investigación a la que no se le ha prestado suficiente atención hasta ahora es la del papel de las humanidades en el contexto actual de catástrofe de la civilización capitalista. Scranton es una sugerente propuesta en ese respecto. Particularmente para nuestro proyecto, el texto es de interés en la medida que anima a reflexionar sobre el contexto histórico en que situamos el análisis de la corporación y la economía de guerra contemporáneas.